Blue encontró a Pyrgus (¡por fin!), en el salón del trono.
—¿Dónde diablos te habías metido? —le susurró.
Su hermano miraba embobado la corona imperial, una pieza de oro y amatistas que emitía chispas de fuego púrpura incluso dentro de la vitrina protectora. En el plazo de dos semanas tendría que someterse a las energías de esa corona, que le recorrerían el cuerpo y lo transformarían de emperador electo en emperador a secas.
—Bueno, no importa —añadió Blue con impaciencia—. Tengo que hablar contigo.
Pyrgus se dio la vuelta como un sonámbulo y la miró inexpresivamente.
—En privado —precisó ella.
—Aquí no hay nadie. —Estaba claro que la mente de Pyrgus se encontraba lejos de allí.
—¡Oh, venga, Pyrgus! —El salón del trono se había diseñado para celebrar actos públicos, de modo que tenía galerías acústicas que trasladaban el menor susurro a los serpenteantes pasillos exteriores. Era el lugar menos privado del palacio.
Dio la impresión de que Pyrgus reaccionaba un poco y, mirando a su hermana a los ojos, dijo suavemente:
—Muy bien, Blue. Podemos utilizar las habitaciones de nuestro padre.
En realidad eran sus propias habitaciones desde que se había convertido en emperador electo. Pero ¿qué le ocurría? ¿Qué hacía deambulando por el salón del trono en plena noche? Bueno, al menos había sugerido algo sensato. Los aposentos del emperador estaban protegidos permanentemente contra los hechizos.
Caminaron juntos en silencio, sin apenas prestar atención a los guardias que los saludaban. Blue percibió la familiar sensación de miedo al acercarse a la habitación principal porque siempre que entraba allí se acordaba… Aún le parecía notar el olor de la sangre de su padre. Pero el rostro de la princesa no delató ningún sentimiento mientras se desprendía de las vividas imágenes.
—¿Qué ocurre? —preguntó Pyrgus tras cerrar la puerta.
—No encuentro al Guardián.
—¿Eso es todo? —Adoptó de nuevo su expresión soñolienta—. El señor Fogarty ha ido al Mundo Análogo. Regresará mañana por la mañana.
—¡No, no es todo! —exclamó Blue, enfadada. Pero la curiosidad le picó—: ¿Qué hace en el Mundo Análogo?
—Le pedí que invitase a Henry a mi coronación. Quiero que sea mi acompañante masculino; ya te lo expliqué.
—¿Por qué no vuelve hasta mañana?
—¿Quién? ¿Henry?
—No; ¡el señor Fogarty! ¿Qué te sucede?
—Tiene que ocuparse de asuntos particulares —contestó encogiéndose de hombros.
—¿Qué clase de asuntos particulares? —preguntó ella.
—No se lo pregunté.
Blue cerró los ojos un momento, frustrada. A Pyrgus nunca le importaba lo que sucedía a su alrededor, ni siquiera cuando se refería a un funcionario tan importante como el Guardián.
—Escucha, Blue, estoy un poco cansado, así que si sólo querías saber eso, creo que voy…
—No, claro que no era sólo eso. Alguien intenta matarte.
Sin sobresaltarse, Pyrgus se limitó a preguntar:
—¿Quién?
—No lo sé. Si lo supiera, te habría dicho: lord Hairstreak intenta matarte, o el duque de Borgoña quiere matarte, ¿no? Ni siquiera estoy segura de que te busquen a ti, pero eres el más indicado.
Pyrgus volvió a la realidad.
—Bien, Blue, desde el principio. Quiero que me lo cuentes bien. ¿Qué has oído exactamente y quién te lo ha dicho?
Ella lo agarró por el brazo de forma impulsiva.
—¡Oh, Pyrgus, creí que todo esto acabaría cuando sofocamos la rebelión de los elfos de la noche! Pero no ha acabado, ¿sabes? Y ya no tenemos a papá para que se ocupe de todo.
Una extraña expresión pasó por el rostro de Pyrgus, que se liberó con suavidad de la mano de su hermana y la abrazó por los hombros.
—No, Blue, no ha acabado. Y no creo que acabe nunca. Pero puede mejorar. Cuéntame qué te han dicho.
—Hay un complot para matar a un miembro de la familia real. Supongo que eres tú; no veo quién más podría ser.
—Tú —repuso Pyrgus—. O Comma.
—Pero el emperador electo eres tú.
Pyrgus asintió y retiró el brazo. Se sentó en el cómodo sillón de orejas que a su padre le gustaba tanto y bostezó.
—Lo siento, Blue, he tenido un día agotador. —Asintió de nuevo con gesto reflexivo—. Supongo que tienes razón; lo más probable es que sea yo. ¿Y no tienes información sobre quiénes están involucrados?
—No. Aún no.
—Será cosa de Hairstreak, supongo.
No sólo se le veía cansado, sino también viejo. Sentado en el sillón de orejas se parecía bastante a su padre por su constitución (bajo pero fornido) y aquel cabello rizado y pelirrojo.
—Eso creo yo también —musitó Blue.
Pyrgus alzó la cabeza, otro gesto que recordaba dolorosamente a su padre.
—¿Tu fuente es fiable?
—Madame Cardui —respondió Blue. No solía revelar sus fuentes, pero no tenía secretos para Pyrgus.
—¿La Dama Pintada? Confío en ella.
—Yo también.
—Estará intentando averiguar algo más, ¿no?
—Así es.
—No podemos hacer gran cosa de momento. —Pyrgus se levantó con dificultad—. Ordenaré que haya más guardias y que se aumente la alerta de seguridad. Después me iré a dormir. Hablaremos de la situación con el guardián Fogarty cuando regrese mañana por la mañana. —Se detuvo en la puerta—. Te quiero, Blue.
A pesar de sus problemas, ella sonrió.
—Yo también, Pyrgus.