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Por algún motivo el vestido contribuyó a que Blue pusiera las cosas en su sitio. Aunque se lo había quitado y llevaba la blusa y los bombachos habituales, ya no se sentía tan nerviosa por los preparativos de la coronación. Reconocía que quedaba mucho por hacer, pero aún faltaban dos semanas. Y no era justo decir que a Pyrgus no le importaba el acontecimiento; la cuestión era que el asunto le molestaba. Como nunca había querido ser emperador y seguía sin quererlo, procuraba no pensar en el tema. Y tal vez fuese mejor así, porque Pyrgus lo liaba todo, de modo que prefería ocuparse ella de las gestiones; se le daba bien organizar lo que fuera. Además, tenía toda la ayuda que necesitaba. Había…

Al doblar una esquina del pasillo, se encontró con su hermanastro Comma, que tenía los labios teñidos de escarlata a causa de algo que había comido. Desde la muerte de su padre había engordado bastante.

—Lo siento —murmuró Comma. Miró hacia atrás como si temiese que lo siguieran y dedicó una sonrisa forzada a Blue—. Tienes prisa, dulce hermanita —afirmó.

Blue no soportaba que la llamase «dulce hermanita» y el fastidio la volvía brusca.

—Tengo mucho que hacer.

Comma no había ayudado nada en los preparativos y aunque Blue estaba dispuesta a perdonar a Pyrgus, Comma la ponía furiosa.

—Creo que alguien te espera en tu dormitorio —informó Comma.

—¿Cómo lo sabes? —repuso ella, pero en realidad pretendía decir: «¿Qué estabas haciendo en mi habitación?».

Comma se encogió de hombros con un gesto irritante e hizo ademán de seguir su camino.

—¿Quién es? —preguntó Blue.

—Supongo que uno de tus inteligentes espías —respondió él mientras se despedía con la mano sin mirar atrás.

—¿Qué has comido? ¿Qué hacías en mi…? —Pero Comma ya había girado por un pasillo lateral.

Blue se dirigió a sus aposentos, furiosa.

No había nadie en su dormitorio, salvo la sirvienta que hacía la limpieza. Iba a marcharse, jurando vengarse de Comma por hacerle perder el tiempo, cuando un cosquilleo en la mente la detuvo. Barrió la habitación con la vista y un asomo de miedo le recorrió la columna vertebral. Había algo extraño. Por un momento no supo qué era, pero le parecía que algo estaba fuera de su sitio.

Comprobó mentalmente el mobiliario y no vio ningún cambio; se fijó en el tocador: todo se hallaba en su sitio, salvo el joyero en que guardaba la araña psicotrónica, que había escondido en un cajón, como siempre que la doncella iba a limpiar. Por muy princesa real que fuera, las arañas psicotrónicas estaban prohibidas y resultaban muy peligrosas porque eran capaces de apartar la mente del cuerpo hasta el punto de que aquélla nunca lograse regresar.

No había nada raro en el tocador. Blue dejó vagar la mirada por las paredes, revisando los cuadros, y la detuvo en el retrato de su padre; al mirarle a los ojos sintió aflorar la tristeza. Pero nada se había movido ni cambiado.

Aunque notaba algo fuera de sitio…

De pronto se dio cuenta: había desaparecido la silla antigua que estaba junto a su cama. Se quedó perpleja un instante y entonces se dirigió a la doncella:

—Prefiero que lo dejes para otro momento, Anna.

—Sí, alteza real. —La criada hizo una reverencia y se apresuró a salir.

Blue se acercó con cautela al tocador, en uno de cuyos cajones había un puñal, no porque lo necesitase de primera necesidad, pues en esa época tan conflictiva siempre había guardias cerca de sus aposentos, pero aun así no estaba de más tenerlo a mano.

—Ya puedes presentarte —dijo en voz alta.

Se produjo un resplandor detrás de la cama y la silla de Blue reapareció con una mujer increíble sentada en ella.

—¡Madame Cardui! —exclamó Blue.

—Cariño, debes perdonar la invisibilidad; es una falta de educación por mi parte, pero preferí no presentarme mientras la doncella estaba aquí.

—Sí, claro —repuso Blue. Cynthia Cardui, la famosa Dama Pintada del reino, era un contacto esencial en la red privada de espionaje de Blue, pero resultaba asombroso verla en palacio. Madame Cardui tenía ya cierta edad; hacía mucho que se había retirado y rara vez se alejaba de sus apartamentos de Cheapside—. ¿Está usted sola?

—Me temo que sí. Kitterick ha ido a visitar a su familia; de lo contrario, le habría encargado a él la misión. Y aunque regresa mañana, he decidido encargarme en persona. Se trata de un asunto urgente.

—¿Urgente? —repitió Blue sintiendo un incómodo escalofrío.

—Cariño, debes armarte de valor. Hay una conspiración en marcha.

Blue se sentó al borde de la cama. Confiaba en madame Cardui como casi en ninguna otra persona. La anciana se mostraba caprichosa y excéntrica, pero sus contactos eran legendarios y absoluta su lealtad. Si afirmaba que se estaba tramando algo, la princesa le creía.

—Una conspiración brutal, cariño —continuó madame Cardui—. Cabría imaginar que con lord Hairstreak fugado, Brimstone escondido y esa terrible criatura de Chalkhill entre rejas, no habría nada de que preocuparse. —Suspiró con afectación—. ¡Ay, pero no! He recibido información de un complot para matar a un miembro de la casa real.

Blue, nerviosa, había sentido miedo desde la aparición de madame Cardui, pero mantuvo la voz firme:

—¿Qué miembro?

El rostro de la Dama Pintada mostró una expresión de disgusto.

—Ése es el problema. Me temo que… no lo sé.