El hombre alto y delgado que salió de las sombras llevaba una toga añil hasta los tobillos, bordada con símbolos eléctricos y planetarios. Taladró a Henry con la mirada.
—¿Sabes que ponen droga en esa porquería, o no? Droga para gatos. Los muy bobos se hacen adictos y ya no prueban otra cosa. Por eso es tan cara.
Henry echó un vistazo a la bolsa de Whiskas que sostenía y luego miró a aquel hombre tan enfadado.
—¡Señor Fogarty! ¿Qué está haciendo aquí?
—Vivo aquí —respondió con acritud.
—No, no es cierto. Al menos este mes no. —De pronto sintió una creciente emoción—. ¿Cómo está Pyrgus? ¿Qué tal el reino? —E intentó sonar indiferente—: Ah, ¿y cómo está la princesa Blue?
Fogarty abrió el armario bajo el fregadero, sacó una lata y buscó un abridor en el cajón de la cocina. La lata era tan vieja que no tenía anilla.
—Pyrgus es un desastre. Ese chico no vive en el mundo real, así que ¿cómo esperas que gobierne un imperio? El reino… bueno, de eso quería hablarte. —Se fijó en la expresión de Henry y añadió—: Tu novia está bien.
—No es mi novia —repuso Henry sonrojándose.
Fogarty no le hizo caso. Sacó un cuchillo del cajón para trasladar bocados de baba marrón de la lata al plato de Hodge. El gato, recuperado del susto, había vuelto a la cocina y miraba con sumo interés.
—Todo va bien en apariencia —dijo Fogarty—. Los del bando de la noche mantienen las formas y Hairstreak está callado. Hay rumores de que el reino de Hael se ha derrumbado; yo no me lo creo, pero los portales están cerrados, así que los demonios no causan dificultades. Se habla mucho de lazos de amistad, palomas de la paz y todas esas tonterías. El problema es que en realidad no ha cambiado nada.
Puso el plato en el suelo y esperó. Hodge se acercó, husmeó, se apartó y se sentó dándoles la espalda.
—¿Ves? —exclamó Fogarty en tono triunfante—. ¡Se trata de una adicción! No toca la comida normal. ¡Quiere su dosis!
—Señor Fogarty, no le gusta esa comida para gatos. Huele fatal y parece…
—Siempre la comía cuando estaba conmigo —refunfuñó Fogarty—, sobre todo cuando tenía hambre. —Miró a Henry y se sorbió la nariz—. Dale ese Whiskas, ya que lo has convertido en un yonqui.
Henry decidió no entrar al trapo, de modo que tiró a la basura la comida vomitiva, lavó el plato y echó Whiskas en él. Hodge irguió el rabo y se puso a comer de inmediato.
Fogarty alcanzó una silla y se sentó ante la mesa de la cocina.
—Un par de cosas antes de que me olvide. He de comunicarte que Pyrgus desea que te traslades para su coronación. —Henry lo miró, inexpresivo, pensando en su último examen de Lengua, pero entonces se acordó de que «trasladar» era la palabra que utilizaba Pyrgus para viajar al reino de los elfos—. Existe lo que se llama «acompañante masculino» —añadió Fogarty a modo de explicación—, una especie de padrino de boda. Y quiere que seas tú, pero hay que vestirse de imbécil.
Henry contempló el atuendo de Fogarty, aunque no comentó nada, y a continuación una sonrisa iluminó su rostro. Estaba deseando tener una excusa para regresar al maravilloso reino de los elfos, donde se le consideraba una especie de héroe. Allí había vivido un montón de aventuras y salvado a Pyrgus del infierno. Le encantaría ver de nuevo a su amigo. Y a Blue, sobre todo a Blue, pero no en el baño, por supuesto, ni de la forma en que la había encontrado en su estancia anterior. Visitaría a Blue por cortesía. Acompañante masculino, ¿eh? Vestirse como un imbécil probablemente significaba ponerse algo colorido y que llamara la atención. Así Blue lo vería con un aspecto magnífico, en lugar de con los trapos que llevaba la última vez que habían coincidido.
—¿Cuándo es la coronación? —preguntó.
—Dentro de dos semanas. Aquí cae en sábado. Las celebraciones duran tres días, pero tienes que llegar el viernes para el ensayo.
La emoción de Henry se infló como un globo. Se iría de casa de su madre por la noche; se las apañaría con su amiga Charlie para fingir que se quedaba con ella a pasar la noche, pero cuatro días eran demasiados.
—No puedo estar fuera cuatro días.
—¿Tienes algo que hacer o sólo te preocupas por tus padres?
—No, no tengo nada que hacer; y si así fuera, lo dejaría. Son mis padres… bueno, por ahora sólo se trata de mi madre. No veo mucho a mi padre. —Reparó en que Fogarty no conocía su situación familiar ya que hacía mucho tiempo que no lo veía—. Ahora vivo sólo con mi madre —explicó—. Mi padre tiene otra casa. Ella se preocupará si desaparezco cuatro días.
—Bueno, no tiene importancia. Usaremos un lethe.
—¿Un lethe?
—Es algo que hace olvidar. Utilízalo cuando lo necesites: abres un cucurucho debajo de la nariz de tu madre y no se acordará de que tiene un hijo hasta que vuelvas. ¿Hay alguien más en la casa?
—Mi hermana Aisling —respondió Henry, asombrado. Había visto cómo funcionaban los hechizos en el reino de los elfos, pero nunca se le habría ocurrido emplear uno.
—Te daré una caja; nunca se sabe cuándo pueden hacer falta, pero tienes que usar un lethe por persona. Y procura no respirar hasta que salgas de la habitación.
—Gracias —dijo Henry, y notó un cosquilleo en el estómago ante la perspectiva de hacerle un maleficio a su hermana.
—Entonces ¿le digo a Pyrgus que irás?
—Sí —afirmó Henry con entusiasmo.
—De acuerdo. La segunda cuestión es que he decidido quedarme de forma permanente.
—¿Aquí?
El chico experimentó sentimientos encontrados. Desde que Pyrgus había nombrado a Fogarty Guardián del reino de los elfos (parecía increíble, pero sólo hacía unas semanas de ese suceso), el anciano había dividido su tiempo entre el Palacio Púrpura y su propia casa. Cuando él estaba fuera, Henry se la vigilaba y se ocupaba de la comida de Hodge. Pero últimamente Fogarty pasaba cada vez más tiempo en el reino y Henry no sabía cómo se las arreglaría cuando volviese al colegio en septiembre. Las cosas ya eran bastante complicadas, y a su madre no le gustaba el señor Fogarty.
—No; en el reino. Como te dije, todo va bien en apariencia, pero en el fondo no ha cambiado nada. Hairstreak sigue teniendo sus propias intenciones por mucho que hable de tender puentes, y a Pyrgus no se le da bien la política, ni le interesa, y además es un ingenuo, se cree todo lo que le dicen. Si quiere sobrevivir como emperador, necesita que yo cuide de él. Y por lo que veo será un trabajo a tiempo completo.
—Ya… —Henry asintió con gesto pensativo. Seguramente el señor Fogarty tenía razón. Además, Pyrgus era jovencísimo para convertirse en emperador; tenía la misma edad que el propio Henry. Éste se fijó en la expresión del anciano y añadió—: Hay algo más, ¿verdad?
Fogarty se sorbió la nariz.
—No eres tan tonto como pareces, ¿eh, Henry? —suspiró—. Sí, lo hay. Verás, ya no soy joven. Si hablamos de setenta años, he superado con creces la fecha de caducidad. Tengo artritis en los nudillos y si corro una decena de metros me quedo sin aliento. Creía que aguantaría otros cinco años, tal vez diez con suerte, pero he averiguado que en el reino de los elfos hay tratamientos que me concederán treinta años más y me librarán de la maldita artritis. Pero no son efectivos si se anda de un mundo a otro, a causa de las diferencias del medioambiente entre ambos o algo así. El caso es que cuando se comienza el tratamiento, la tolerancia a este mundo se pierde. Y yo ya lo he empezado. Cuanto más estoy aquí, más peligroso resulta para mí. Por tanto, cuando regrese esta vez, me quedaré para siempre.
—Pero ¿qué va a hacer con la casa, señor Fogarty?
—Eso es lo que he venido a solucionar.