Sentían un vacío extraño. Era lunes por la tarde y todo lo ocurrido empezaba a sedimentar despacio. Erica había estado dándole vueltas y más vueltas a lo que le había sucedido a Anna, y a lo que podía haberle sucedido. Patrik se había pasado todo el día anterior cuidándola como si fuera una niña pequeña. Al principio le pareció cariñoso, pero ya empezaba a estar un poco harta.

—¿Quieres una manta? —preguntó Patrik, y le dio un beso en la frente.

—Estamos a unos treinta grados aquí dentro, así que no, gracias, no quiero manta. Y te lo juro: si vuelves a darme un beso en la frente, declararé un mes de huelga de sexo.

—Perdón, no puede uno ni cuidar de su mujer. —Patrik se fue a la cocina.

—¿Has visto el periódico de hoy? —le preguntó Erica en voz alta, pero solo recibió un murmullo por respuesta. Se levantó del sofá y fue tras él. Aunque ya eran más de las ocho de la tarde, el calor no parecía remitir y le apetecía un helado.

—Sí, por desgracia. Lo que más me gustó fue la primera página, con Mellberg posando al lado de John junto al coche de policía, bajo el titular «El héroe de Fjällbacka».

Erica soltó una risita. Abrió el congelador y sacó un paquete de helado de chocolate.

—¿Quieres un poco?

—Sí, gracias. —Patrik se sentó a la mesa de la cocina. Los niños se habían dormido y reinaba la calma en toda la casa. Más valía disfrutar la situación mientras durase.

—Estará contento, supongo.

—Contento de más, te lo aseguro. Y la Policía de Gotemburgo está molesta porque les ha hurtado la gloria. Pero lo principal es que se descubrió el plan y que pudieron detener el atentado. Amigos de Suecia tardará un tiempo en reponerse de esto.

Erica no terminaba de creérselo. Miró a Patrik muy seria.

—Cuéntame, ¿qué pasó en casa de Leon e Inez?

Patrik dejó escapar un suspiro.

—No sé qué decirte. Desde luego, respondieron a mis preguntas, pero no sé si los entiendo.

—¿A qué te refieres?

—Leon me contó cómo pasó todo, pero no sé si entendí su modo de razonar. Empezó sospechando que en el internado pasaban cosas raras. Y al final, Josef se vino abajo y reveló lo que Claes les había hecho a él, a John y a Percy.

—¿Fue idea de Leon contárselo todo a Rune?

Patrik asintió.

—Los demás se mostraban reacios, pero él los convenció. Me dio la impresión de que más de una vez se había planteado lo que habría ocurrido y cómo habría sido la vida si no los hubiera animado a hablar.

—Era lo único que podía hacer. ¿Cómo iba a saber él lo loco que estaba Claes? Era imposible prever lo que iba a ocurrir. —Erica rebañó el último resto de helado del cuenco sin apartar la vista de Patrik. A ella le habría gustado acompañarlo cuando fue a casa de Leon e Inez, pero él dijo que por ahí no pasaba, así que tenía que contentarse con su relato.

—Eso fue lo que yo le dije.

—¿Y luego? ¿Cómo es que no llamaron a la Policía inmediatamente?

—Tenían miedo de que no los creyeran. Y, en mi opinión, la conmoción que sufrieron también tuvo algo que ver, no estaban en condiciones de pensar con claridad. La idea de que lo que les había ocurrido se descubriera fue más que suficiente para que aceptaran el plan de Leon.

—Ya, pero Leon no tenía nada que perder dejando que la Policía se encargara de todo, ¿no? Él no había sido víctima de Claes, y tampoco participó a la hora de matarlo.

—Se arriesgaba a perder a Inez —dijo Patrik. Dejó la cuchara sin apenas haber probado el helado—. Si se hubiera descubierto todo, el escándalo habría sido tal que, seguramente, no habrían podido estar juntos.

—¿Y Ebba, qué? ¿Cómo pudieron dejarla allí?

—Pues parece que eso es lo que más le ha remordido la conciencia a lo largo de los años. No lo dijo claramente, pero yo creo que nunca dejó de reprocharse el haber convencido a Inez para que dejara a Ebba sola en la casa. Y, la verdad, me abstuve de preguntarle. Creo que los dos han sufrido ya más que de sobra las consecuencias de aquella decisión.

—Lo que yo no me explico es cómo pudo convencerla.

—Estaban locamente enamorados. Mantenían una relación apasionada y vivían aterrados por la sola idea de que Rune los descubriera. Las historias de amores prohibidos son muy fuertes. Y lo más seguro es que Aron, el padre de Leon, tuviera parte de culpa. Leon lo llamó para pedirle ayuda y Aron le dejó muy claro que Inez sola podría salir del país, pero con una niña tan pequeña, no lo conseguiría nunca.

—Sí, claro, comprendo que Leon lo aceptara. ¿Pero Inez? Por archienamorada que estuviera, ¿cómo pudo abandonar a su hija? —A Erica casi se le quebraba la voz de pensar en marcharse y dejar a alguno de sus hijos sin la menor esperanza de volver a verlo en la vida.

—Supongo que ella tampoco estaba en condiciones de pensar con claridad. Seguramente, Leon la convencería de que era lo mejor para Ebba. Me imagino que la asustaría diciéndole que irían a parar a la cárcel si se quedaban, y entonces perdería a Ebba de todos modos…

Erica negaba en silencio con la cabeza. Nada de eso importaba. Ella jamás comprendería cómo un padre o una madre podía abandonar a su hijo voluntariamente.

—En fin, el caso es que escondieron los cadáveres y acordaron contar todos la misma historia de la pesca, ¿no?

—Según Leon, su padre propuso que arrojaran los cadáveres al mar, pero a él le preocupaba que emergieran a la superficie y se le ocurrió esconderlos en el búnker. Así que cargaron con ellos entre todos y los metieron en los cofres, junto con las fotografías. Y pensaron que lo mejor que podían hacer con el revólver era dejarlo donde creían que lo había encontrado Claes. Luego cerraron y contaron con que el lugar estaba lo bastante escondido como para que la Policía lo encontrara.

—Como así fue —dijo Erica.

—Sí, esa parte del plan funcionó de maravilla, solo que Sebastian se las arregló para quedarse con la llave. Y al parecer, la ha usado como un hacha sobre sus cabezas desde entonces.

—Pero ¿por qué no encontró la Policía ningún rastro de lo ocurrido cuando examinaron la casa?

—Los chicos fregaron el suelo a fondo y supongo que lograron eliminar toda la sangre que se pudiera detectar a simple vista. Y piensa que corría el año 1974 y que quien se encargó de la investigación pericial fue la Policía provincial. No eran el CSI, precisamente. Luego se cambiaron de ropa y salieron en el pesquero tras efectuar una llamada anónima a la Policía.

—¿Y dónde se metió Inez?

—Se escondió. Eso también fue idea de Aron, según Leon. La ocultaron en una casa de veraneo vacía de alguna isla cercana, donde podría quedarse hasta que se calmaran las cosas y Leon y ella pudieran dejar el país.

—O sea que mientras la Policía buscaba a la familia, ella estaba escondida en una casa de por aquí —dijo Erica incrédula.

—Pues sí, seguramente, cuando llegó el verano, los dueños presentarían en comisaría una denuncia de robo, pero nadie lo relacionó con la desaparición de Valö.

Erica asintió, con la satisfacción de ver que las piezas iban encajando en el rompecabezas. Después de todas las horas que había dedicado a investigar lo que le había ocurrido a la familia Elvander, por fin lo sabía casi todo.

—Me pregunto cómo les irá a Inez y a Ebba —dijo, y alargó el brazo en busca del cuenco de Patrik para comerse su helado, que se estaba derritiendo rápidamente—. No he querido molestar a Ebba, pero supongo que se habrá ido con sus padres a Gotemburgo.

—Ah, ¿pero no te has enterado? —dijo y, por primera vez desde que empezó a hablar del caso, se le iluminó la cara.

—No, ¿el qué? —Erica lo miró llena de curiosidad.

—Se ha ido a casa de Gösta unos días, para descansar. Inez iba a cenar con ellos esta noche, según Gösta, así que doy por hecho que quieren conocerse y estrechar lazos.

—Me parece muy bien. Creo que Ebba lo necesita. Todo lo de Mårten debe de tenerla conmocionada. La sola idea de haber vivido con una persona a la que quieres y en la que confías, y que luego resulte ser capaz de algo así… —dijo meneando la cabeza—. Pero Gösta estará contento de tenerla allí, me figuro. Imagínate cómo…

—Sí, lo sé. Y Gösta también lo habrá pensado más veces de lo que podamos calcular. Pero Ebba tuvo una buena vida de todos modos, y de alguna forma, creo que eso es lo más importante para él. —Patrik cambió de tema bruscamente, como si le resultara doloroso pensar en lo que Gösta se había perdido—. ¿Cómo se encuentra Anna?

Erica frunció el ceño con preocupación.

—Todavía no he hablado con ella. Dan volvió derecho a casa en cuanto recibió mi mensaje, y sé que ella pensaba contárselo todo.

—¿Todo?

Erica asintió.

—¿Y cómo crees que reaccionará Dan?

—No lo sé. —Erica tomó un par de cucharadas de helado y removió lo que quedaba hasta convertirlo en un líquido pastoso. Era una costumbre que tenía desde niña. Y Anna hacía lo mismo—. Espero que sepan solucionarlo.

—Ya… —dijo Patrik, pero Erica se dio cuenta de que no las tenía todas consigo, así que ahora le tocó a ella cambiar de tema.

Se resistía a reconocerlo, ni ante sí misma ni ante Patrik, pero llevaba unos días tan preocupada por Anna que apenas había podido pensar en otra cosa. En cualquier caso, había resistido la tentación de llamarla por teléfono. Dan y ella necesitaban paz y tranquilidad si querían aclarar las cosas. Ya la llamaría Anna llegado el momento.

—¿No habrá consecuencias legales para Leon y los demás?

—No, el delito ya ha prescrito. Ya veremos lo que pasa con Percy.

—Espero que Martin no sufra secuelas psíquicas por haber disparado a Mårten. Sería el colmo, con todo lo que ya tiene —dijo Erica—. Y me siento culpable, porque en realidad fui yo quien lo metió en todo el lío.

—No debes pensar así. Está tan bien como le permiten sus circunstancias, y parece que quiere volver al trabajo tan pronto como sea posible. El tratamiento de Pia es largo, y tanto sus padres como los de Martin les echan una mano, así que ha hablado con ella y volverá con media jornada, para empezar.

—Me parece sensato —dijo Erica, aunque seguía sintiéndose culpable.

Patrik la miró con curiosidad. Se inclinó, le acarició la mejilla, y ella le devolvió la mirada. Como por un acuerdo tácito, no habían mencionado que había estado a punto de perderla otra vez. La tenía allí delante. Y se querían. Eso era lo único que importaba.