Barney se quedó petrificado de terror pensando que era Claire quien se había caído. Pero no, Claire estaba sentada allí, con ambas manos apretadas contra la boca. Su terror se convirtió en desesperación mientras él aminoraba la marcha del coche; muy atrás, el cuerpo de Garner estaba tendido en la cuneta de grava como un saco postal caído. Largos trazos de alquitrán brillaban sobre la ruta.
Describió una lenta vuelta en U. No había necesidad de darse prisa; Garner no podía estar vivo con una caída cómo esa, a esa velocidad.
—¿Qué sucedió, Claire?
—Por Dios, Barney, ¡no lo sé! De pronto la puerta se abrió…
—¿No estabas vigilando?
—¿Tenía que hacerlo todo el tiempo?
—Sí.
—Bien, no he podido. Señor, no se había movido durante tres horas. No puedes quedarte sentada, mirando y mirando… —Su voz se quebró, Barney sintió cólera y desaliento.
—Calla la boca. Ya chillarás después.
Ella tragó y guardó silencio.
Barney detuvo el coche en un lugar donde podía ocultar el cuerpo del tránsito que pasaba. Garner había caído de bruces; su cara había sido rebanada como un cuchillo. Tenía el cuello roto; ambos brazos, y las dos piernas se veían en posiciones imposibles. Donde se le había desgarrado la ropa, su carne parecía como una hamburguesa. Alrededor de una muñeca tenía un fragmento de la blusa de Claire.
Barney caminó por la ruta y encontró otras partes de la camisa y de la blusa. Sus extremos empapados en sangre no habían sido ni cortados ni rotos. Volvió al cuerpo.
—Todavía estaba atado cuando cayó —dijo. Examinó la puerta de atrás. Hizo presión en la cerradura, movió la manivela desde dentro. El resorte de la cerradura hizo click—. Debe haber empujado la manivela con la cabeza, luego se arrojó.
Claire se asomó fuera, al coche del otro lado de donde estaba Garner y vomitó. Ambos hombres evitaron mirarla.
—¿Pensaría él que podía escapar? —preguntó Ed.
—La muerte era la única huida en la que pensaba.
—¿Eso significa que mintió con respecto a que iba a encontrarse con Green y Brown?
—No lo sé. Mi palpito vale tanto como el suyo.
El sonido distante de un motor alertó a Barney.
—¡Pronto, arrastrémoslo debajo del coche! ¡Claire, ayúdame! Tienes que hacerlo… Ed, saque la rueda de repuesto y simule estar cambiando la rueda de atrás.
El vehículo que se aproximaba tomó la forma de un camión militar. El cuerpo estaba bien oculto debajo del coche. Ed y Barney se arrodillaron al lado de la rueda de atrás y simularon estar levantando el coche. Claire próxima a la parte de adelante del auto, tenía el rostro color verde y estaba inquieta. El camión aminoró la marcha y Barney con la mano le hizo señas de que siguiera. El camión volvió a adquirir velocidad; una media docena de soldados, con los rifles en bandolera saludaron a Claire con la mano. Ella sonrió y los hombres silbaron y gritaron. El camión pasó y pronto se desvaneció a lo lejos.
Barney se enjugó la cara.
—Vamos a ponerlo bajo tierra antes de que venga alguien más.
Cargaron el cuerpo en el maletero y partieron a través del paisaje solitario. Barney buscó una zanja honda pero parecía no haber ninguna en este campo árido. Detuvo el coche en una depresión rocosa.
—Tendremos que cavar, Ed. Saque las palancas del criket y de las cubiertas.
La tierra era rocosa; con dificultad amontonaban la tierra floja con sus herramientas, Claire estaba utilizando el tapacubos de una rueda como pala para limpiar el hoyo. Trabajaba febrilmente, el pelo sobre los ojos. Se le rompieron las uñas y sus rodillas desnudas estaban arañadas por las piedras afiladas.,
Finalmente Barney dijo:
—Ahora puedes descansar, Claire. Nosotros terminaremos.
—No quiero descansar.
—¿Tienes que discutir todas las cosas?
Ella arrojó el tapacubos de la, rueda y lo miró furiosa.
—Quiero ayudar, ¿no lo comprendes? Siento que tengo la culpa.
—Mira, Claire. Te lo diré una vez más. Saltó mientras estaba atado. Con la cabeza apretó el botón del seguro. No podías hacer nada.
—Lo mismo podía haber sucedido si yo hubiera estado allí —dijo Ed.
—Entonces, ¿por qué no puedo ayudar? —preguntó Claire.
—Porque, si hay algo que no puedo soportar son las mujeres con las rodillas ensangrentadas y las uñas rotas —respondió Barney.
Ella volvió al coche.
El calor se hizo más sofocante a medida que el sol ascendía. Los dos hombres volvieron a cavar. Cuando el agujero fue suficientemente hondo, empujaron a Garner dentro, lo taparon con tierra, arreglaron el suelo, y lo cubrieron con piedras. Finalmente acabarían por encontrarlo los perros y los buitres. Lo importante era que el cuerpo permaneciera enterrado bastante tiempo para que ellos se alejaran.
De vuelta en la carretera, Barney dijo:
—Nuestro señuelo está muerto. ¿Hay alguna sugerencia?
—Tienes que echármelo en cara, ¿no es así? —Claire todavía se sentía culpable.
—Sólo estoy estableciendo un hecho, Claire. No será mencionado otra vez. Lo que ahora necesito son sugerencias atinadas acerca de cómo sacar a Liz de las manos de Green y de Brown.
—Si algo le pasa a ella, nunca me lo perdonaré…
—Basta, Claire. —Ella guardó silencio—. He pensado en tratar de llegar hasta Brown y Green por detrás, pero no me gusta la idea. Es verdad que podrían pensar, que Garner está cubriendo sus espaldas, pero el lobo tiene una ventaja sobre el cazador. Puede quedarse callado y saltarle encima inesperadamente, Garner nos lo ha demostrado.
—¿No podríamos hacer lo mismo? —preguntó Ed.
—¿Te refieres a una emboscada?
—La idea fue de Claire. Ella sugirió Tula.
—Y la objeción era que si encontraban el dinero primero, sería el fin de Liz.
—¿Qué otra cosa podemos hacer? —gruñó Ed.
—Es su decisión. Podemos tratar de alcanzarlos o podemos adelantarnos y esperarlos.
—¿Qué posibilidades tenemos si nos adelantamos a ellos?
—Creo que buenas —respondió Barney—. Saben que Johnny pasó muchos horas en las ruinas. Saben que abandonó Tula sin la maleta. Si yo estuviera en su lugar, buscaría debajo de cada piedra. Eso nos dará mucho tiempo.
La boca de Ed se endureció.
—Elijo la emboscada. Vayamos a Tula.
Claire permaneció en silencio toda la mañana, a pesar de los intentos de Barney para hacerla hablar.
Se detuvieron en Guadalajara, donde despachó a Ed y a Claire a comprar provisiones para una semana. Él fue a una tienda donde adquirió una tienda de campaña, unos prismáticos potentes, una media docena de blocks de dibujo y varios lápices de carbón. En el departamento de juguetería eligió varias yardas de tela pintada de camouflage. Claire lo recibió con el mismo silencio cuando volvió al coche.
—Compartiremos una tienda de campaña en las ruinas —dijo Barney—. No tiene objeto observar las formalidades en un momento como éste.
—Al contrario —dijo Claire con dureza—. Es cuando se necesitan.
Eran las 4 de la madrugada cuando llegaron a Tula. Las calles estaban desiertas. Eso le convenía a Barney, porque no quería que nadie supiera que acampaban en las ruinas.
—Continúa por el centro —dijo Claire de pronto—. El camino de la zona arqueológica tuerce a la izquierda al otro lado del río.
—Ah… —dijo Barney—. ¡Habla!
Ella estiró la barbilla y miró directamente hacia adelante.
—He cometido un error —admitió Barney.
El camino ascendía súbitamente hacia una planicie moteada con montones de piedra oscura. Barney apagó sus faros y se dirigió a una plaza dominada por una pirámide de cinco pisos de cumbre chata. Cruzó la plaza y pasó frente a un par de túmulos bajos no tocados por las piquetas de los arqueólogos. Entre estos montículos sacaron sus provisiones y las llevaron a una barranca profunda. Armaron la tienda debajo de un pimiento cuyas bayas colgaban como ornamentos de Navidad. Barney y Ed llevaron las estacas y extendieron el camouflage, mientras Claire calentaba agua en una cocina de butano.
Al amanecer el aire fresco de la montaña estaba impregnado del aroma del café y del tocino; esto llenó a Barney de optimismo. Observó a Claire por encima de la sartén, la cara brillante a causa del fuego.
—Cuando haya concluido todo esto, Ed —dijo Barney— voy a buscar a cierta muchacha y me la llevaré con este equipo de camping hasta Costa Grande, al norte de Acapulco. Conozco —playas donde no se ve a nadie durante días enteros. Tampoco es necesario vestirse, salvo… que uno sea remilgado, v Claire levantó la mirada hacia Barney, apartándose el pelo de los ojos. Luego volvió a inclinar la cabeza.,
Después de desayunar, Barney se colgó los prismáticos del cuello, y se puso un block de dibujo debajo de su brazo.
—Ustedes dos descansen. Voy a planear nuestra estrategia.
Caminó hacia la pirámide agazapada en el centro de la planicie. Se detuvo para mirar una figura de piedra reclinada en sus codos. Tenía la cabeza levantada y su cómica cara miraba sorprendida, como si hubiera estado dormida y un gato le hubiera saltado en el estómago.
—Ese es un Chac-mool, —dijo Claire detrás de él.
—¿Ah, sí…?—exclamó volviéndose:
—Lo utilizaban para sostener calderos o alguna cosa, en la entrada del templo.
La miró asombrado. Su voz tenía un tono de alegría forzada; ciertamente no era cordial. Se había vestido con shorts blancos que dejaban al descubierto la mayor parte de sus muslos bronceados, y un soutien de alguna tela elástica que no requería tirantes.
Barney frunció el ceño y siguió caminando.
—¿Te molesta si te acompaño? —preguntó mientras apretaba el paso para situarse junto a él—. Puedo enseñarte cosas. Esa a la cual te diriges, es la pirámide de Quetzalcoatl. Esas gigantescas figuras en lo alto se llaman Atlantes. Son representaciones de guerreros toltecas; sostienen el techo. —Cuando subían las escalinatas, ella continuó, jadeando—. Había un gran vestíbulo delante de la entrada. Y en el otro lado está el Coatepantli, o muro de la serpiente. Muestra la serpiente emplumada devorando seres humanos.
En la cumbre de la pirámide Barney se detuvo y la miró.
—Actúas como si estuvieras drogada.
—¿Te parece? —hablaba con ligereza—. ¿No será porque esperamos encontramos con un par de asesinos de sangre fría?
Barney le preguntó con tranquilidad.
—¿Qué es lo que te está molestando, Claire?
—Este fue el último lugar en que estuve hablando con Johnny—respondió mirando sus sandalias.
—¡Me partes el corazón!
—¿Tienes que ser tan maldito?
Barney se dirigió a la esquina noroeste de la pirámide. Dominaba el panorama de la ciudad del otro lado del río. A través del follaje, podía ver el camino cruzando el puente y zigzagueando hacia las ruinas. Había un aparcamiento en la entrada y un pequeño conjunto de edificios de adobe.
—¿Qué es aquello que hay allá?
Claire había venido a colocarse al lado de él, el viento la despeinaba.
—Barney, por favor, no nos hagamos daño el uno al otro…
—¿Quién está haciendo daño?
—He tenido un romance con Johnny. Todavía me duele.
—¡Está bien, de manera que todavía duele! ¡Entendido! ¿Qué es aquello?
—El museo. Venden folletos, bebidas frías y un montón de cosas.
Barney abrió su block de dibujo e hizo una marca en él. Con su lápiz señaló el sur, hacia un lugar hundido, con la forma de una I mayúscula.
—¿Y eso?
—Ese es el patio de la pelota. Tenían anillos altos en la pared a través de los cuales debía pasar la pelota. Una especie de basketball, excepto qué los anillos eran verticales. Usaban una pelota de goma dura y la arrojaban con las manos. Era una ceremonia para el dios de la lluvia, Tlatoc. No era un asunto comercial, como nuestros juegos.
—¿No querían que lloviera para que crecieran las cosechas?
—Sí.
—Entonces era un asunto comercial. —Barney dibujó el patio de pelota en su block, luego cruzó frente a la pirámide para detenerse en el lado, norte. Indicó un pequeño edificio de piedra en el centro de un gran cuadrado.
—Ese es el adoratorio, un pequeño altar.
Barney lo dibujó, luego indicó un montículo ligeramente más alto que la pirámide, antepuesto solamente a un talud.
—Lo llaman la Gran Pirámide —dijo Claire— dicen, que fue construida por los Aztecas.
Él la marcó en su block.
—Tienes buena memoria.
—Tomé notas durante la excursión.
—¿Para qué?
—Soy fotógrafa. Tengo que identificar lo que fotografío.
Había olvidado por completo que ella tenía una vida profesional propia. Por alguna razón, eso le molestó.
Cuando volvieron al campamento, Barney se sentó y con rapidez bosquejó dos mapas idénticos de la zona. Dio uno a Claire y el otro a Ed.
—¿Dónde está el tesoro escondido? —preguntó Claire haciendo un mohín—. He visto mejores mapas en las paredes de las escuelas de primer, grado.
—No fui a primer grado —respondió Barney.
—Lo supe cinco minutos después de haberte conocido.
—En el jardín de infancia —respondió Barney, verificando su pistola— me calificaron con una A en descanso.
—¿Cómo pueden estar de bromas, ustedes dos? —gruñó Ed. Estaba estudiando el mapa con toda atención.
—¿Qué quiere que hagamos, mordernos las uñas? —Barney deslizó el 45 de nuevo en su pistolera—. Relájese, Ed, esto no va a ser fácil. Vamos a ensayar. Ed, tome usted la pistola de Garner. Claire, usted tendrá que llevar su bolso. Con esa ropa, no veo en qué otro sitio puede ocultar su arma. —Se puso de pie—. Vamos.
Cuando llegaron a la base de la pirámide, Barney explicó:
—Uno de nosotros estará arriba de la pirámide todo el tiempo observando el camino con los prismáticos. Si ve un Buick negro, grita «¡Olé!». Entonces correremos todos a las posiciones que he marcado. La pirámide nos ocultará de la entrada, de manera que tenemos tiempo para prepararnos. Los dos tendréis muros bajos para ocultaros. Os protegerán y os prestarán un punto de apoyo para vuestras miras.
—Tú no tendrás un muro de acuerdo con este mapa —dijo Claire.
—Yo soy el señuelo. Ahora, Claire, sube a la cumbre de la pirámide y hazme la señal, luego baja corriendo y toma tu posición.
Cuando ella comenzó a subir, él la detuvo y le dio un block de dibujo.
—¿Para qué es esto?
—Nuestro pretexto y protección. Somos artistas dibujando las ruinas.
Lo ensayaron una vez y Barney le preguntó a Claire si la podían ver cuando corría a través de la cumbre de la pirámide.
—No lo sé —jadeó.
—Probémoslo nuevamente. Esta vez, mira. Si tú puedes ver el camino, también te pueden ver ellos.
—Así lo hicieron.
—No veo el camino. No lo hagamos más. Me duelen mucho las piernas.
Barney bajó los ojos para mirarlas.
—¡Qué feo aspecto tienen…! De cualquier manera tendrás que volver a subir. Harás la primera guardia. Ed dormirá y yo vigilaré desde fuera de la tienda, con el fin de poder despertarlo si tú gritas.
Ed durmió, Barney vigiló y Claire se sentó sobre la pirámide y bosquejó.
A la puesta del sol Barney subió.
—Te relevo. He comido, Ed ha preparado judías con tocino.
—Y yo estoy quemada por el sol.
—Hay una pomada calmante en mi maleta.
Barney se sentó y vio avanzar la oscuridad. Las luces se encendían en la ciudad y la música llegaba desde el otro lado del río. Gradualmente los sonidos fueron desapareciendo; las luces apagándose una a una. A las once Claire se reunió con él.
—¿Has dormido? —preguntó Barney.
—Lo suficiente. —Le tendió el tubo y se sentó dándole la espalda—. Ponme un poco de crema.
Barney le frotó los hombros y espalda mientras vigilaba el camino.
—¿El estómago, también?
—Uh-huh. —Se sentó de espaldas sobre las piedras—. ¡Oh… todavía están calientes!
Barney le extendió la crema por la piel. La luna estaba en creciente, pero había bastante luz para ver el arco de su abdomen y la oscura depresión del ombligo.
—¿Y las piernas? —preguntó él.
—En el momento en que lo desee, Mr. Burgess.
Trató de ser clínico, pero la piel de ella estaba caliente bajo de sus manos. Se incorporó y con los prismáticos estudió el camino con cuidado.
—Barney…
—Sí, Claire…
—¿Eres un hombre o una rata?
—Soy bastante hombre, para ti.
—Entonces, creo, que ha llegado el momento de probarlo —respondió Claire.
Él bajó los prismáticos.
—Estamos aquí, un cielo de terciopelo, terciopelo negro, con agujeros, por donde brillan las estrellas, en la cima de una pirámide… ¡una pirámide! Y… tú te quedas ahí mirando a la nada a través de un par de prismáticos. Acuéstate a mi lado.
—Eso —respondió Barney— sería más de lo que podría soportar o permitirme.
—Siempre ha habido algo que me lo ha impedido. Ya llegará nuestro momento —Barney se movió quedando a horcajadas sobre el cuerpo de la muchacha, ocultándole el cielo tachonado de estrellas, como si fuera una montaña—. Y entonces, yo seré el gran sacerdote y tú la virgen del sacrificio.
Ella se burló de él.
—Tus acólitos me hacen reír.
—Desconfío de que prueben el producto por adelantado. Siempre me tomas entre dos fuegos. Claire, tengo que vigilar el camino.
—Eres un tunante concentrado en una sola cosa.
—Ed vendrá a reemplazarme dentro de una hora. Si todavía estás despierta…
Ella se incorporó.
—Ya hemos hablado bastante. No le quitemos toda la magia. —Bajó como una sonámbula.
Ed llegó temprano.
—¿Cree que vendrán esta noche, Barney?
—No, si es que están buscando en toda la carretera. Pero quizás decidan pasar de largo por algunos lugares, de la misma manera que lo hemos hecho nosotros. De manera que pueden aparecer en cualquier momento. No abandone su puesto de vigía.
—No se preocupe.
—Y haga una señal si ve un coche.
—Bien.
—Siga gritando hasta que obtenga una respuesta. ¿Entiende? Barney se marchó. Cuando llegó al pie de la pirámide, la sangre le golpeaba en la garganta. Entró en la tienda.
—¿Claire?
—Aquí, Barney.
Él se volvió y ella le tomó la mano y se puso de rodillas sobre la manta atrayéndolo hacia sí.
Luego cogieron la manta y la pusieron bajo un árbol y miraron hacia arriba, las estrellas y el humo.
—«Los que vamos a morir» —musitó Claire—. Siempre me he preguntado cómo podían soportarlo los gladiadores, qué era lo que los motivaba. Oh, ya sé que no podían evitarlo, pero dime, ¿cómo se adaptaban a la idea de «puedo morir dentro de cinco minutos», como una dieta diaria?
—Voy a ser profundo. Sólo morimos una vez.
—¿Cómo es que elegiste una profesión tan peligrosa?
—Es tan peligrosa como sentarse en la ventanilla del cajero de un banco. Soy yo quien la hace peligrosa.
—¿Por qué?
—Me hace valorar la vida.
—Sí. Eso lo entiendo. Todo intensificado. Pero… ¿y después?
—No tomo por adelantado los problemas de mañana. El mañana nunca llega.
—Pero llega, Barney.
—Nunca.
—Espera y verás.
—Dormiré mientras espero —dijo riendo.
El quiso levantarse, pero ella lo presionó hacia abajo.
—Tiéndete aquí. Yo vigilaré por ti, —Barney se tendió y se quedó dormido mientras ella lo cubría.
Horas más tarde despertó con las cosquillas del pelo de ella. Claire estaba tendida a su lado debajo de la manta.
Observaron ascender el lucero de la mañana, tan brillante que era un disco visible. Luego salió el sol, y el púrpura se volvió rosa y el rosa amarillo. Sin ganas, Claire lo dejó y se dirigió a la tienda a preparar el desayuno. Luego Barney la acompañó a la pirámide; era su turno de vigilancia.
—¿Qué vas a hacer tú? —preguntó ella.
—Huronear por ahí y buscar el dinero.
—¿De veras crees que está aquí?
Él se encogió de hombros:
—¿Quién sabe?
A mediodía Ed relevó a Claire para que pudiera almorzar. Se preparó un emparedado y caminó hasta donde estaba Barney revisando el túnel de drenaje del patio de pelota. Luego lo siguió hasta las partes no excavadas de las ruinas.
—Busquemos allí —dijo ella, señalando una barranca ahogada por la maleza. Bajo un arco de arbustos espinosos ella sonrió con travesura y le tendió el tubo de crema.
—Me arden otra vez las quemaduras de sol.
Claire se esponjó debajo de sus manos como un gatito cuando lo acarician. Un momento después se sentó y se quitó el corpiño.
—¿Te acusaron alguna vez de ser demasiado sexual? —le preguntó Barney.
—Al contrario. «Frígida» era la palabra que usaban.
—Y, ¿era así?
—No quería gastarme. Pero no comprendía cómo era el asunto… Uno se vacía, pero inmediatamente vuelve a llenarse. ¡Es maravilloso! —extendió los brazos.
Mientras caminaban colina arriba Barney le preguntó:
—Pero ¿no quieres encontrar el dinero?
Ella se encogió de hombros:
—Hay cosas más importantes.
—De acuerdo. Pero si encontrara el dinero aquí, estaría seguro de que ellos no lo habían encontrado en otra parte y matado a Liz.
Pasó ese día y la noche. El dinero no se encontró, ni tampoco apareció la presa. Mediada la mañana, Barney y Ed estaban sentados frente a la tienda, tratando de decidir qué hacer cuándo oyeron la voz de Claire:
—¡Olé! ¡Olé! ¡Olé!
Barney respondió con un grito. La cara de Ed se tornó gris.
—Revise su arma, Ed.
Las manos de Ed temblaban. Se le cayó la pistola, Barney la recogió, metió una bala en la cámara y se la entregó.
—No puedo dejar de temblar, Barney.
—Recuerde que tienen a su mujer.
—Sí. ¡Liz! Tienen a Liz… —pudo controlarse.
Barney se metió un block de dibujo debajo del brazo y subió a la plaza central. Claire ya había tomado su posición detrás del muro bajo. Estaba muy pálida.
—¿Dónde están, Claire?
—Han dejado el coche y se dirigieron al patio de pelota.
—¿Todos ellos? ¿Liz también?
—Sí.
—¿Cómo van vestidos los hombres?
—El alto tiene un traje gris. El más bajo, uno color marrón chocolate.
—Los dos visten trajes. Eso significa que van armados. ¿Cómo tienen a Liz?
—Camina entre ellos, pero no la tocan.
—Bien. No sabemos de qué lado vendrán. Trataré de quedar entre ellos y Liz. Luego os explicaré la situación. Cuando haga este gesto —levantó ambas manos, con las palmas hacia arriba— tu sales a la vista con la pistola. Espero que sean bastante listos para no empezar a disparar. Si alguno de ellos saca un arma… de cualquier tipo… dispara a matar, Claire. Elige al hombre de traje color chocolate. ¿No me fallarás?
Ella movió negativamente la cabeza con dureza. Barney corrió a la pequeña fortaleza de Ed. Le dio a Ed las mismas instrucciones, si bien el blanco de Ed sería el hombre corpulento vestido de gris. Ed parecía muy sereno ahora, y Barney se sintió aliviado.
Tomó su posición en las gradas de la Gran Pirámide, con el block sobre las rodillas, de cara al espacio cuadrado. Puso un cigarrillo apagado en su boca y dibujó algunas líneas sobre el papel. Hacía la mímica del dibujante,
Barney oyó el roce de zapatos sobre la grava hacia la derecha. Bien, venían por la Entrada Número Uno. Se esforzó en continuar dibujando durante otros treinta segundos. Luego levantó la cabeza.
Los tres estaban directamente entre él y el lugar donde se ocultaba Claire. Liz vestía una falda floreada y una blusa blanca, sandalias atadas en forma de T. Parecía limpia. Caminaba con un aire tieso, casi altivo. La expresión de su cara era de frío desdén como diciendo, no soy como estos animales. Pero nadie le prestaba atención excepto Barney, que oía tales cosas con los oídos de su imaginación.
El hombre más próximo a Barney era el de traje gris. Era corpulento y gordo, de mejillas congestionadas y nariz chata. Un cigarro pendía de sus gruesos labios. Podía haber sido un carnicero retirado o un ex-pugilista. Barney decidió que era Green. El otro hombre era pequeño y esquelético, con un cutis de rata, esmirriado. Su costoso traje marrón le colgaba sin forma. Parecía más bien un jockey viejo que un criminal de nota. Debía ser Brown.
—¿Tiene fuego? —preguntó Barney.
Green le envió una mirada molesta y negó con su cabeza grande, en forma cortante. Barney se levantó y caminó hacia él, con el block en su brazo izquierdo. Green se detuvo, colérico.
—No tengo cerillas, hermano. ¡Fuera de mi paso!
Barney parecía conciliatorio:
—¿Puede entonces darme fuego con su cigarro? Lamento molestarle, pero he estado chupando este maldito cigarro durante una hora.
—Está bien —dijo el hombre pequeño vestido de marrón—. Yo tengo cerillas.
Por un instante formaron un cuadro vivo. Liz estaba entre sus dos raptores, un poco hacia atrás. Por supuesto, como no conocía a Barney no había animación en sus hermosos ojos, que estaban subrayados con ojeras azuladas. Barney planeó cómo pasar por el lado derecho de Green para alcanzar a la mujer. Por el rabillo del ojo vio a Brown buscar en su bolsillo una caja de cerillas de papel. La mano seca apenas había dejado el bolsillo cuando se oyó un ¡splat!, desde el escondite de Claire. Brown hizo una pirueta lenta y cayó de bruces. Todavía no había golpeado el piso cuando Barney oyó el rugido del 45 de Ed Tollman. Green se aferró a su chaqueta, el rostro mofletudo furioso por la sorpresa.
Barney saltó más allá de él y cogió a Liz por la cintura. Ella gritó y comenzó a luchar. Él con un puntapié la tiró al suelo cubriéndola con su cuerpo.
—Su marido está conmigo, Mrs. Tollman. Quédese en el suelo. ¡No levante la cabeza!
Los ojos de ella se dilataron. Barney sacó su pistola y se volvió. Sabía que otras armas habían disparado y que las balas habían silbado a través del patio, pero no tenía la menor idea de quién había disparado. Vio a Ed salir como una flecha de su refugio, corriendo hacia ellos. Una cinta roja caía desde su frente. Green se estaba levantando apoyado en sus codos, apuntando a Ed.
—¡Ed, cuidado! —gritó Barney.
Pero Ed Tollman no podía ver otra cosa que su mujer. Corrió como un ciego, olvidado del arma. Barney apuntó a la ancha espalda de Green y disparó dos veces. Dos desgarrones aparecieron en la hermosa tela, uno abajo, en la espina dorsal, el otro una pulgada debajo del cuello. Green saltó como un conejo. Luego cayó en una zambullida de brazos y piernas extendidos y se arrojó sobre las piedras como si fueran sus amigas. La parte de atrás de su chaqueta se tornó colorada. Estaba tendido allí, pacíficamente.
El tiempo se detuvo en la planicie. Todo, parecía recortarse en el filo de la navaja, como si estuviera pulido y esmerilado.
Barney miró hacia donde había caído Brown; sólo había un sombrero y una mancha zigzagueante sobre las piedras, como la huella de una serpiente. La huella lo llevó detrás de la figura reclinada del Chac-mool. Y allí estaba Brown, apoyando la pistola sobre el vientre de la piedra. Era una visión ridícula; los labios contraídos, dejando al descubierto sus dientes manchados. El pelo negro de indio cayendo sobre los ojos. Al lado, en actitud imbécil, el Chac-mool mirando a Barney con un estupor de siglos.
Hizo un disparo, pero la bala rebotó en la estatua y la cabeza de Brown desapareció de la vista. Buscó otro blanco.
La pistola de Brown apareció debajo de la oreja cuadrada del Chac-mool.
Un dolor blanco y caliente chamuscó el brazo derecho de Barney. Dejó caer el arma. Se arrastró para recuperarla, pero para su sorpresa su mano derecha no le obedeció. Un disparo dio en el pavimento a su lado. Intentó coger la pistola con la mano izquierda y levantarla para disparar, pero no hizo fuego. Claire English se acercaba por detrás de Brown con una expresión de sonámbula. Sostenía su 32 a no más de un pie detrás de la cabeza del hombre y disparó. Brown cayó. Claire apuntó y disparó una vez… y otra. Cuatro disparos sacudieron sus brazos; los ojos estaban vidriosos y los labios mostraban las encías. Era una mujer totalmente desconocida para Barney, perdida en un frenesí homicida, incapaz de detenerse.
Cuando se aproximaba, ella le apuntó.
—¡Claire, soy Barney!
—¿Barney? —era una voz débil, como la de una niña. La 32 cayó de su mano; Barney la tomó y la hizo sentarse en el suelo; Quedó allí pestañeando.
—¿Ya terminó todo?
—Sí.
—¿Liz?
Él se volvió para mirar a los Tollman. Estaban abrazados. Ed lo saludó con la mano. Su rostro nuevo, vivo. Liz lloraba y reía.
—Ella está bien.
—¿Y… esos… dos?
—Los dos están muertos.
Claire se tocó la frente.
—No recuerdo nada.
—La primera vez afecta a algunas personas de esa manera. Has estado magnífica.
—¿He matado a alguien?
—¿No recuerdas haber disparado ese primer tiro?
—Lo ultimo que recuerdo es verte ir hacia ellos. Vi al más bajo buscar la pistola. Luego nada.
De manera que Mr. Brown, el gran hampón, murió a causa de un fósforo. Barney decidió no decirle eso a Claire. Ni comentar los cuatro tiros que le disparó a la cabeza.
—Ahora puedo caminar —dijo Claire poniéndose de pie—. Quiero ver a Liz.
Caminó bastante insegura. Las dos mujeres se abrazaron y lloraron.
—¿Qué le ha pasado en la cabeza? —preguntó Barney a Ed.
Un trozo de roca. ¿Y a su brazo?
Barney miró hacia abajo. La sangre goteaba de sus dedos, pero podía moverlos.
—No es mucho. Un arañazo que por un momento me inutilizó el brazo.
Eran como viejos amigos encontrándose después de un viaje largo y peligroso. Liz Tollman cogió la mano sana de Barney.
—Me ha salvado la vida. Ed dice que las palabras no bastan, pero por ahora es todo lo que puedo hacer.
Sintió las sirenas aproximándose desde la ciudad. Una motocicleta y un coche de policía entraron al cuadrado. Barney dijo:
—Aquí viene la brigada roja. Déjenme hablar a mí.
—Se adelantó y luego volviendo la cabeza. —No mencionéis el dinero. Si se enteran de eso, jamás saldremos de aquí.