8

Barney se arrojó en una especie de zambullida horizontal, calculada para llevarlo más allá de Claire y al mismo tiempo llegar a la sombra entre las luces de los faros.

Estaba a mitad del trayecto cuando salió el disparo. Sintió el silbido rozar su oído antes de tocar el suelo, rodando, con la cabeza entre las rodillas.

En el instante en que sus pies golpearon la tierra, se estiró y saltó hacia la oscuridad entre los faros. Fue a dar contra una forma blanda. Era Claire luchando en los brazos de Garner. Barney trató de tomar la mano armada del hombre la encontró y asió la muñeca en el momento en que éste trataba de levantarla. La forzó hacia abajo. Sonó un segundo disparo y Barney oyó el gruñido de Ed y el golpe del puño en la cara de Garner. El brazo se aflojó. Barney soltó el arma de la mano inerte, mientras aquél se asía a Claire para sostenerse. Los botones de su blusa saltaron, hubo un ruido de tela rasgada y Garner cayó de bruces con un ruido sordo.

Durante un momento los tres permanecieron respirando ruidosamente mirando la figura inmóvil. Luego las chicharras reanudaron su estridente sonata en las copas de los árboles, un perro aulló a lo lejos y todo volvió a la normalidad.

Claire fue la primera en moverse, examinándose, palpando la blusa rota y el corpiño. Pero en realidad no sabía lo que estaba haciendo. Sus labios comenzaron a temblar. Trastabilló y cayó en los brazos de Barney, aferrándose a él como si fuera un árbol sólidamente enraizado en medio de una inundación.

—Todo el tiempo he estado enviándote un mensaje telepático: «¡dispara alto… dispara alto!». ¿Lo recibiste, Claire?

—¡No lo sé! Sólo podía pensar en que uno de nosotros tendría que morir. Cuando llegó a cinco, disparé automáticamente. No apuntaba a nada. —Retrocedió y le miró a la cara, los ojos abiertos y redondos—. Y… permaneciste allí, esperando… ¡Confiaste en que no iba a matarte!

—Tenía que correr el riesgo.

—Barney, no vuelvas a hacerlo nunca más. No me conozco hasta ese punto.

—Ninguno de nosotros se conoce hasta que no se enfrenta con la elección.

Los ojos de ella brillaban a la luz de los faros.

—Me siento bien —exclamó ella—. ¿Crees que esto ha sido como para sentirse así?

—Ya lo creo, querida.

—Como si hubiera tomado un baño.

Luego se interpuso lo inmediato. Claire retrocedió y se arregló la blusa. Barney se dirigió a donde estaba Ed arrodillado al lado de Garner; éste permanecía inmóvil.

—¿Cómo está?

—Todavía inconsciente.

Barney se inclinó sobre el psicópata. La parte inferior de su cara parecía desplazada. Le tomó la mandíbula, la movió y se oyó un ruido áspero.

—Le ha roto la mandíbula, Ed. ¿Dónde aprendió ese golpe?

Ed Tollman se miró al puño.

—He estado deseando golpear algo desde hace mucho tiempo, supongo. Desde que se llevaron a Liz. En una época practiqué el boxeo. El instructor me dijo que tenía un puño de «lirio».

Barney rió:

—¡Vaya lirio!

—Supongo que le he dado duro.

—Podrá hablar. Claire, alcánzame la botella de agua.

La trajo del coche y Barney vertió un poco sobre la cara del hombre. Volvió en sí quejándose:

—Mi mandíbula…

—Está rota —le dijo Barney—. Ahora nos toca a nosotros.

Los ojos de Garner se movieron de uno a otro. Luego suspiró y pareció relajarse.

—¿Pueden darme un cigarrillo, primero? —hablaba farfullando como si estuviera borracho.

—No le daremos nada —le respondió Barney. Ni siquiera muerte.

Los ojos de Garner se agrandaron.

—Lo que vamos a darle es sufrimiento, horas, días, si fuera necesario… hasta que nos diga dónde está Mrs. Tollman.

—No lo sé.

—No estaba planeando vagar por todo México sin encontrarse con sus compañeros otra vez, ¿no es cierto? Le están esperando en alguna parte. ¿Dónde?

Garner cerró los ojos. No se escuchaba el menor ruido, ni siquiera el de su respiración.

—Está muerto —dijo Claire.

—No lo crea. Está reteniendo la respiración.

—¿Para qué?

—Tratando de matarse. Es un viejo truco de los psicópatas. Nunca aprenderán que no puede hacerse.

Siguieron mirándolo. El rostro de Garner se volvió oscuro; las venas se hincharon, el pulso latía en sus sienes. Después de tres minutos se oyó un jadeo largo y baboso y los ojos se le abrieron de golpe.

—¿Lo ves? —Hablaba Barney—. En el momento en que pierden la conciencia el cuerpo recupera su dominio. No quiere morir. Ahora, Garner, ¿lo dirá?

—No —respondió en su farfulleo—. Máteme. ¿Qué más puede hacerme?

Barney golpeó con el dedo índice la mandíbula de Garner. Este lanzó un gemido.

—Podemos hacerle esto. ¿Va a hablar?

—No.

Barney tomó la barbilla de Garner entre sus dedos y la movió con suavidad de un lado al otro. Los huesos crujieron; Garner dejó escapar un quejido y se desmayó.

—Más agua, Claire—pidió con calma Barney.

Ella se inclinó sobre Garner con la botella. Un hilo de agua cayó sobre la cara de Garner.

—¿Esto, no le desagrada demasiado? —preguntó Barney a Claire.

—¡Por supuesto que me desagrada! Hasta le tengo lástima a pesar de todo… hay que pensar que es un psicópata y que no es responsable. Pero tiene que hacerse, ¿no es cierto?

—Así es.

—Hace unos momentos tuve que afrontar una alternativa cien veces más difícil.

En los ojos de Ed Tollman no había piedad.

—Es como limpiar un pollo. Desagradable, pero necesario.

Los ojos de Garner parpadearon al abrirse.

—Ahora, comencemos de nuevo —le dijo Barney—. ¡Allá va! —Volvió a tocar la mandíbula. Garner dio un alarido.

—Hotel… Playa Hermosa…

—¿Es allí donde lo están esperando los otros?

—Sí.

—¿Dónde queda?

—En San Blas.

Barney miró encima del hombro de Claire.

—¿Existe esa localidad?

—Sí. Estuvimos allí durante la excursión.

Barney se enderezó.

—Ed, busque algo con qué atarlo.

—¡No…! —gritó Garner—. ¡Usted prometió matarme!

—No le hice tal promesa, Garner. Le necesito vivo. Tendrá la oportunidad de hacer algo bueno en este mundo antes de que la ley se haga cargo de su futuro, si es que tiene alguno.

Ed se volvió para decir que no había ninguna cuerda en el automóvil.

—Mire en mi maletero —dijo Barney—. Un par de camisas servirán para el caso.

—Use esto —dijo Claire quitándose su blusa de seda—. De todas maneras me la ha desgarrado.

Barney probó la seda cruda. Le fue imposible romperla de un fuerte tirón. La retorció en forma de cuerda y su perfume le llegó hasta la nariz.

—Es un hombre afortunado, Garner —dijo Barney en tanto le ataba las muñecas—. Maniatado con Chanel Número Cinco. —Dio dos vueltas ajustadas alrededor de cada muñeca y luego las anudó detrás de la espalda de Garner.

—Me impide la circulación de la sangre —barbotó Garner.

—Para ser un hombre que quiere morir arma demasiado escándalo por una tontería. ¿Qué cree que se siente al morir? —Barney tomó la camisa que había traído Ed—. Es doloroso. He observado morir a varios hombres. No parecían felices.

Ató los tobillos de Garner juntos. El psicópata trató de darle un puntapié, pero Barney le golpeó en la mandíbula y Garner se sometió. Lo llevó al automóvil y lo dejó caer en el suelo entre los asientos.

Mientras Barney conducía hacia el sur por la carretera de la costa, Ed le preguntó:

—¿Qué sigue en la agenda ahora?

—Iré al hotel y hablaré con Green y Brown,

—¿Les hablará? .

—¿Y qué quiere? No puedo dispararles. Ni siquiera puedo armar mucho escándalo hasta que hayamos conseguido arrancarles a Liz.

—Usted habló de utilizar a Garner. ¿Cómo puede fiarse de él?

—No necesito fiarme de él. Entiendo que Green y Brown gozan de situaciones aparentemente respetables en los Estados Unidos. Supongo que ahora ya están dispuestos a aceptar, sus pérdidas y olvidarse de todo el asunto. Recuerde que pende sobre ellos la amenaza de ser considerados cómplices de asesinato. Me parece que ya están maduros para hacer un trato. Ofreceré canjear a Garner por Liz. Lo matarán, por supuesto.

—Le matarán a usted—respondió Ed.

—No lo creo, si puedo acercarme lo suficiente para explicarles mi proposición.

—¿Cuál proposición?

—Que si no vuelvo con Liz, usted entregará a Garner a la ley. Saben que los arrastrará junto con él… o si eso no lo saben con seguridad, no pueden arriesgarse a que suceda.

—Pero… ¡dejar que esos dos salgan sanos y salvos…! —comenzó a decir Claire preocupada.

—Yo no soy el brazo de la justicia —respondió Barney—. Me pagan para que devuelva a la esposa de Ed, nada más.

—Pero si están libres, ¿qué les impedirá secuestrarla otra vez?, ¿o a mí?

—¿Qué le parece si liberamos primero a Liz y discutimos eso luego?

Pero Claire no quería desistir:

—Si te matan, Barney, quizás nunca recuperemos a Liz. Ed y yo no lo podríamos hacer solos.

—Estoy de acuerdo —dijo Ed instantáneamente—. Yo iré en lugar de usted.

—Tardarán más en sospechar de una mujer que de un hombre. Es cuestión de entregar un recado, únicamente.

—Claire, sólo lograrás que te retengan como a otra fuente de información y una fuente aún mejor que Liz. Y usted, Ed, ¿qué haría si viera a Liz? ¿Qué haría…?

—No lo sé Barney…

—Ese es el asunto. No lo sabe. Podría perder el control y malograr todo el negocio. Además, a ustedes dos les conocen por las fotografías. Nunca llegarían a estar suficientemente cerca para poder explicárselo. —Barney dio una palmada sobre el volante—. El debate ha terminado.

Era más de medianoche cuando llegaron a San Blas.

Habían pasado siglos desde los días en que los galeones de Manila se detenían aquí; el puerto estaba lleno de cieno y los grandes edificios gubernamentales eran ruinas sin techos; Ahora la ciudad consistía principalmente en casas de adobe alrededor de una plaza central con chozas de barro y estacas diseminadas por toda la costa.

El hotel estaba a una milla del centro. Claire condujo a Barney por una huella arenosa que les llevó a una playa desierta a media milla del hotel. Una horda de mosquitos se congregó enseguida en el parabrisas del coche, pero la brisa era limpia y el aire suave. La luna estaba muy baja hacia el oeste; en treinta minutos más se ocultaría detrás del horizonte.

Barney le dio su 45 a Ed.

—Téngale lista. Claire, ya tiene su 32. ¿Cree que podrá disparar?

—Ahora sí.

—Bien, vamos a utilizar una contraseña; estará oscuro cuando regrese, de manera que no podrán verme. Claire, tú espera en el coche, lista para encender los faros. Ed, usted hágase una trinchera en la arena a doce, yardas de distancia. De esa manera podrán hacer un fuego cruzado. Si vuelvo con Liz y todo está bien, gritaré «Feliz Navidad», ¿comprendido?

Ed y Claire asintieron.

—Si no tengo a Liz, pero no hay peligro, diré «Feliz Año Nuevo». ¿Cuáles la festividad que sigue?

—Cuaresma, Pascua…

—No. Primero de Abril. Diré «Primero de Abril». Eso significa que la situación es complicada, manténganse cubiertos y esperen otra señal mía. La otra es Primero de Mayo. Ya saben lo que eso significa. Enciendan los faros y abran fuego tan pronto puedan ver a quién disparan.

—¿Y qué sucede si no vuelves? —preguntó Claire.

Barney se encogió de hombros:

—Pues entonces deben pensar que me han liquidado. Pero denme una hora antes de tacharme de la lista de los vivos. Después de eso, sugiero que llamen a la policía. —Se dirigió al coche y tomó la billetera de Garner y su anillo de sello—. Si llega a aparecer alguien, es mejor que lo amordacen. Podría hacer que todo se perdiera si alguno gritara en el momento inoportuno. Y cuidado con los dedos. Podría morder.

Hizo una inclinación de cabeza frente a Ed, luego miró a Claire.

—Puedo acompañarte un trecho —era Claire la que hablaba.

—Bien, pero no demasiado lejos.

Juntos caminaron penosamente por la arena suave hacia el mar. Encontraron que era más fácil caminar por la arena mojada, apenas más arriba de la línea de la marea. Claire se quitó los zapatos y caminó descalza al lado de él. Adelante, el hotel iluminado parecía un postre helado, con sus hileras de balcones y fuentes rutilantes en el jardín. Hacia la derecha de ellos la marea se extendía en ondas fosforescentes; a su izquierda algunos cocoteros emplumados estiraban sus cuellos por encima de la tupida vegetación. Claire no había reemplazado la blusa con que habían atado a Garner; el pudor parecía superfluo después de lo que había ocurrido. Barney advirtió que el arreglo que le había hecho a las hombreras de su corpiño levantaba más el pecho izquierdo que el derecho. En otro momento lo podía haber encontrado divertido.

Se detuvo y le puso la mano en él hombro.

—Hasta aquí —dijo.

Ella cayó en sus brazos sin pronunciar una palabra y levantó sus labios hasta los de él. Comenzó como el otro beso, un mero roce de la piel; pero luego los labios de ella se entreabrieron y él probó la miel de su boca. Acarició con sus manos la espalda de Claire y sintió el cuerpo de la muchacha apretarse contra el suyo.

—Diez minutos, ¿importaría?, —susurró ella.

—No puedo pescar y cortar carnada al mismo tiempo —respondió Barney—. Será mejor después.

—Te esperaré.

Se volvió y se alejó por la arena. Barney se quedó mirándola hasta que desapareció en la oscuridad. Luego siguió avanzando hacia el hotel. Se sentía mal sin su 45. De pronto tuvo conciencia de que no tenía nada que le protegiera más que su ingenio.

No había ningún Buick negro en el aparcamiento. Barney despertó al sereno, quien llamó al empleado.

—¿Dos hombres y una mujer?

No hay señor.

—¿Pero estuvieron aquí?

No, señor.

Barney sacó un billete de la billetera de Garner. Le dijo al empleado que cogiera las llaves, quería registrar todas las habitaciones.

Ropas de dormir, ojos asombrados, gruñidos de indignación y ronquidos de borrachos, niños aturdidos, bebés llorando, cuerpos desnudos sin mantas, olor de perfumes baratos y repelentes de insectos, arena y pescado, paredes húmedas y colchones viejos. Pero no hallaron a Green ni a Brown.

Y tampoco a Liz.

Barney volvió al vestíbulo rascándose la mandíbula. No podía entender por qué motivo, si Brown y Green estaban registrando toda la carretera, pasaron de largo por este hotel. Miró al empleado, un joven, delgado con un cuello largo cuya cabeza se inclinaba a un lado a la manera de un pájaro.

—No lo comprendo —dijo en español—. Iban a dejar un mensaje. ¿Está seguro de que no lo han dejado?

No, señor. Nada, nada. —Cerró la boca.

—¡No, ellos no saben nada! Los dos hombres no se quedaron en el hotel. Vinieron ayer por la mañana y pidieron ver cierta habitación —el muchacho se encogió de hombros—. Eso no está prohibido. Me dieron cincuenta pesos y les mostré la habitación. Me hicieron esperar en el balcón mientras ellos la registraban pero como no se llevaron nada… —estiró las manos—. Luego siguieron río arriba. No sé lo que pasó allí. Después de tres horas volvieron y se marcharon.

—¿No dejaron un mensaje?

—Ninguno, ya se lo he dicho.

—Antes me estaba mintiendo.

—Pero esta vez, le aseguro..;

—¿Le dieron instrucciones para que se fijara en un hombre determinado? Pequeño, con una cabeza grande, ojos grises…

—No me dieron instrucciones.

Barney dejó el hotel disgustado y volvió al coche diciendo:

—¡Feliz Año Nuevo! —Claire y Ed se quedaron mirándolo. Garner estaba atado sobre la arena. Barney se acercó caminando y le dio un puntapié en las costillas.

—¡Miserable mentiroso!

Garner rió:

—No se puede fiar de mí. ¡Tendrán que matarme!

Barney negó con la cabeza.

—Por nada del mundo, Garner. Ahora tenemos gente que lo hace en escala de producción masiva, a la manera como fabrican automóviles. Un hombre le cura la mandíbula, otro le corta el pelo y le afeita. Si tiene una muela careada, el dentista se la arregla. Si piensan que usted está loco, le mejoran antes de matarlo. La sociedad exige el pago total… una mente sana en un cuerpo sano. Tardará mucho tiempo en morir, Garner.

—¿Podemos hacer un trato? —preguntó Garner, inmóvil.

—Está en un pésima posición para hacer tratos.

—Estoy en una posición muy buena. No tengo nada que perder —volvió a reír; salía como un sonido líquido—. Escuche, usted dijo que iba a entregarme a Brown y a Green. ¿No es verdad?

—Voy a canjearlo por Liz, sí.

—Está bien. Le diré todo lo que sé.

—Otra mentira…

—No, escuche. Tenía razón con respecto a ellos, no quieren que me arresten. Soy el que puede denunciarlos cuando volvamos a Estados Unidos, y tienen mucho que perder. Por eso les permití que se adelantaran, porque sabía que no se arriesgarían a perderme.

Supongo que ha pensado lo que harán cuando le atrapen.

—Por supuesto, tratarán de matarme. Pero quizás no lo logren.

—Bien. Hable.

Garner explicó que él debía seguir detrás de Green y Brown y alcanzarlos, si encontraban el dinero. El último lugar en que Johnny pudo dejarlo era en Tula, porque se había marchado del hotel de Tula sin maleta. Garner tenía que ir allí si es que no se encontraba con ellos. En Tula la búsqueda llegaría a su fin, ganaran o perdieran.

Barney llevó a los otros a un lado.

—Parece lógico —les dijo—. Yo le creo.

—Yo también —respondió Ed.

—Podríamos ir directamente a Tula y esperarles —sugirió Claire.

Barney la miró con el ceño, fruncido.

—¿Has recordado algo?

—¿Acerca del dinero? No, pero recuerdo las ruinas de Tula. Allí podría tendérseles una trampa con facilidad.

—¿Ve usted algo malo en eso? —preguntó Barney a Ed.

—¡Dios, ya lo creo! Si encuentran el dinero antes de eso, matarán a Liz.

Barney asintió y se volvió a Claire.

—¿Dónde fue la última vez que recuerda haber visto la maleta de Johnny?

Luego de un momento, ella respondió:

—Estoy segura de que el último lugar fue en Oaxaca.

—Bien, podemos dejar de lado Guadalajara y Oaxaca, puesto que sabemos que no enterró el dinero allí. Iremos directamente a Taxco.

Subieron por la lujuriante cuesta del Pacífico a las agazapadas montañas de Nayarit. Claire estaba sentada al lado de Barney, mientras Ed, en el asiento de atrás, vigilaba a Garner que estaba tendido en el suelo. Barney sintió el contacto de la mano de Claire en su rodilla. Ella se inclinó y apoyó la cabeza en el hombro de él.

—¡Más demoras…! —dijo con suavidad—. Parece como si estuviéramos otra vez en el mismo punto que cuando comenzó el viaje.

—A mí no me lo parece.

—No estamos más cerca de Liz.

—La diferencia eres tú.

—¡Oh, sí! —deslizó la mano dentro de la camisa de Barney—. He perdido todo mi orgullo. Quiero vivir mientras pueda…

—Me harás volcar el coche. No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo.

Ella miró por encima de su hombro; luego murmuró:

—Cuando Ed se duerma…

—Cuando duerma, tendrás que vigilar a Garner. Es nuestro chivo emisario, nuestro Judas; sin él, no podemos hacer ningún trato con Green y Brown.

—¡Oh, tú…!

Suspiró y se apartó para encender dos cigarrillos, uno para ella y otro para Barney. Un rato después se quedó dormida. En la posición en que estaba le incomodaba para conducir, de manera que le bajó la cabeza poniéndola sobre su regazo. De cuando en cuando se agachaba para besar sus labios entreabiertos. ¿Será lo mismo, —se preguntó—, cuando pase el peligro…?

Decidió dejar ese problema para después.

Siguió conduciendo, los faros taladrando la oscuridad. Los neumáticos susurraron a través de la dormida ciudad de Tepic; el motor se detuvo cuando bajaron por la costa hasta un desfiladero, luego comenzó a trabajar cuando trepó por el otro lado y llegó a la planicie de Jalisco, ondulada y pulida por los vientos.

Claire se despertó a las 4 de la madrugada bostezando. Barney detuvo el coche mientras ella y Ed cambiaban de lugar. Verificó las ataduras de Garner, se aseguró de que las puertas de atrás tuvieran el seguro y volvió al volante; Media hora más tarde Ed estaba roncando, con la cabeza apoyada en el respaldo del asiento. Barney advirtió que Claire abría su bolso detrás de él, se peinaba y retocaba el maquillaje. La mayor parte del tiempo fumaba y bostezaba. Hizo una anotación mental: Quizás algún día podría traerle café a la cama y observarla hasta que estuviera lista para comenzar el día. Estaría desarreglada y entumecida, pero tibia y perfumada debajo de las sábanas…

La visión le hizo apretar fuerte el acelerador. Delante, él cielo del este se volvía púrpura, luego color lavanda. El humo se escapaba por las chimeneas de los tejados de las pocas cabañas al lado del camino. La carretera, una cinta de color pizarra, se estiraba interminablemente hacia adelante. El velocímetro subió a 90, 95. El borde del sol apareció como, la plancha redonda de una cocina al rojo, entre dos montañas púrpuras. Barney se estiró para bajar las viseras para el sol.

Sintió de golpe una ráfaga de aire frío en la nuca un instante antes de que Claire lanzara un grito. Miró hacia atrás y vio que la puerta del lado derecho se había abierto y que ahora el viento la cerraba de nuevo, con violencia.

En la carretera un muñeco de trapo rodaba y giraba… como tratando de alcanzar el coche que se distanciaba…