Por Óscar Esquivias
BAJO LA MIRADA DE OCCIDENTE se editó en 1911, cuando el autor estaba en plena madurez creativa: Conrad ya había publicado varias de sus obras más célebres, como El corazón de las tinieblas (que data de 1899) o Lord Jim (1900). Bajo la mirada de Occidente es la novela inmediatamente posterior a El agente secreto (1907) y junto a ésta y a Nostromo (1904) conforma una suerte de trilogía política: si en Nostromo recrea la corrupción de las dictaduras americanas y en El agente secreto el espionaje y la agitación anarquista en Gran Bretaña, en Bajo la mirada de Occidente retrata el ambiente revolucionario ruso, tanto en el San Petersburgo zarista (ciudad en la que transcurre la primera parte de la obra) como en Suiza, donde exiliados y conspiradores rusos alientan la esperanza de destruir el orden establecido y de expandir por toda Europa la revolución. Como en las novelas citadas, la violencia, el terrorismo y la corrupción están muy presentes y el ambiente social queda excelentemente retratado a través de un amplio friso de personajes; pero a la vez —y fundamentalmente— son novelas interiores, porque es en la conciencia de los protagonistas donde se dirimen los conflictos éticos, que son los que más le interesaban a Conrad. En Bajo la mirada de Occidente esa batalla interna, esa potente colisión de intereses y escrúpulos, tienen como escenario el alma del estudiante Kirylo Sidorovitch Razumov. Este Razumov es uno de los grandes personajes de la literatura del siglo XX, el heredero del Raskolnikov de Crimen y castigo y un verdadero paradigma de los antihéroes «conradianos», que arrastran un secreto o una culpa y deben redimirse a través de un sacrificio excepcional.
La primera intención de Conrad fue redactar un relato o una novela breve que pensó titular sencillamente Razumov. Esta obra no podía ser más «dostoievskiana» en ambiente, personajes y dilemas morales: San Petersburgo, estudiantes pobres de ideas exaltadas, nihilismo, borrachines, comisarías, secretos, pesadillas y visiones, funcionarios suspicaces, remordimientos. Sin embargo, Conrad se obsesionó con la historia, continuó la trama fuera de Rusia, desarrolló nuevos personajes (también «dostoievskianos» a más no poder: mujeres compasivas y sacrificadas, una madre devota de su hijo, una hermana con voluntad de hierro, fogosos revolucionarios, aristócratas) y cambió el título por el que conocemos hoy. Aunque Razumov sigue siendo el protagonista, su historia nos la va a contar un viejo profesor de idiomas inglés que vive en Ginebra. Este extranjero nos aporta su testimonio sobre los exiliados rusos que trató en Suiza y traduce unos apuntes personales del propio Razumov a los que da forma literaria, plenamente novelística. Estamos, pues, ante una curiosa variante del viejo tópico literario del manuscrito encontrado, convertido en novela por este profesor que es al tiempo personaje y narrador y que no deja de apostillar los diálogos de los protagonistas. La mirada del título alude, precisamente, a la de este profesor (el único personaje occidental, no ruso, de la historia) y también a la del lector a quien el texto va dirigido. Por extensión, es la mirada de toda Europa, que observaba atónita las convulsiones de la vida política y social rusas sin comprender sus motivaciones profundas ni prever sus consecuencias. Conrad estaba firmemente persuadido de que la mentalidad rusa era completamente ajena a la occidental y de que el entendimiento o la empatía eran imposibles. Por ello escribe una novela rusa, obsesivamente rusa, pero desde la perspectiva de un inglés y no desde la de Razumov.
Joseph Conrad trabajó en la novela entre diciembre de 1907 y enero de 1910. Fue un trabajo largo y constante, al que el autor concedió una gran importancia y que llegó a remover sus sentimientos más hondos. Su publicación en Gran Bretaña tuvo poco éxito (lo mismo había sucedido con la anterior, El agente secreto) y recibió numerosas críticas adversas que cuestionaban especialmente la oportunidad del mencionado personaje del profesor. Cuando el texto se reeditó en 1920 con el añadido de una nota de Conrad (que también se incluye en la presente edición) el mundo había cambiado radicalmente en menos de un decenio por acontecimientos tan trascendentes como la Primera Guerra Mundial, el desmembramiento del Imperio ruso o la Revolución rusa. En aquellos momentos, el Ejército Rojo estaba a punto de vencer definitivamente la guerra civil que conduciría a la plena implantación de la dictadura del proletariado. En esas circunstancias, se comprende que Conrad (un tanto desalentado) considerara su obra como una novela «histórica», el testimonio de un pasado ya muy remoto, cuando se larvaba el cataclismo que en aquel momento convulsionaba Rusia y estremecía al mundo. En realidad, Bajo la mirada de Occidente parece la obra de un autor del XIX, de un contemporáneo de Dostoievski más que de Andrei Biely: su estilo (preciso, certero, con abundantes diálogos), sus temas (la bondad, el remordimiento, el valor expiatorio del amor y el sacrificio), su preocupación por definir el alma rusa (que el novelista juzga duramente), el mesianismo, la brutalidad despiadada del Estado zarista, la corrupción intrínseca tanto de los revolucionarios como de sus represores… todo ello nos remite a la gran literatura rusa del pasado, no desde luego a la que iba a imponerse en el nuevo Estado soviético. Por todo ello, resulta curioso que Conrad desdeñara a Dostoievski y le considerara un personaje gesticulante y obseso («the grimacing, haunted creature»), porque Bajo la mirada de Occidente comparte gestos y obsesiones con Crimen y castigo y el lector no puede dejar de relacionarlas y de establecer paralelismos. Me resulta curioso pensar cómo, hasta hace muy poco, a estos autores se les descubría y leía en la juventud. Es muy probable que esto haya cambiado por completo y que ahora los adolescentes vivan totalmente ajenos a sus historias. Me da cierta ternura recordar a aquellos chavales de barriada que volvíamos de la biblioteca pública con un libro de Stevenson, Kipling, Verne, Wells, Melville, Dumas, Maugham o Poe sin saber quiénes eran esos autores (quiero decir: sin ser conscientes de su importancia, sin conocer su peso en la historia de la cultura). Así descubrí a Conrad. La primera obra suya de la que tengo memoria es Lord Jim. En aquel tiempo no leí Bajo la mirada de Occidente, que ha sido una novela sin apenas ediciones en España y que no estaba (o yo no supe encontrar) en aquella biblioteca pública. Hoy, ya de adulto, pienso que este libro habría conmovido profundamente al adolescente que fui: no se me van de la cabeza las escenas que comparten Victor Haldin y Razumov, en las que arranca todo el conflicto que se desarrolla en la novela. No sería justo desvelar al lector mayores detalles, sólo diré que el libro me ha proporcionado las mismas emociones, la misma desazón y entusiasmo que Lord Jim o que la citada Crimen y castigo.
Estas son, claro está, sensaciones personales que no tienen ninguna importancia. Hoy todos los historiadores de la literatura coinciden en considerar Bajo la mirada de Occidente como una de las obras mayores de Conrad y con esto ya está dicho todo. Quien no la conozca no debería demorar más su lectura.