Aquí, la guerra ha devuelto al ser humano a sí mismo. Aquí, el alma del ser humano recupera sus derechos. Aquí, el ser humano, liberado, movido por la fe y la violencia, explota y se expande como la lava de un volcán, explota y rompe en cascadas como un millón de garzas espantadas. Aquí, morimos haciendo algo entretenido; morimos combatiendo. Aquí, se ha devuelto la vista al ser humano; gracias al resplandor del acero y el fuego por fin puede ver a sus enemigos, por fin puede ver donde dirigir sus golpes. Aquí, podemos hacer sonar la trompa con toda la fuerza. Aquí, por fin podemos hacer vibrar todos los órganos. Me embalo como un mustang al que le pasa un tren de cerca. ¡Soy judía, judía, judía! Este país es mi país; su oro en polvo corre por mis venas. ¡Deprisa dadme un fusil! ¡Dadme al menos un cuchillo, como a Judith! Creía flotar por encima de la superficie de la tierra, despendolada como el humo. Creía no pertenecer a nada, no tener que responder de nada. Tomo conciencia, aquí, de las raíces que me hunden hasta el centro de la tierra, hasta su núcleo interno. El cuartel general de la Milicia estudiantil, con el que he contactado en varias ocasiones, malinterpreta mi entusiasmo, solo responde con malas caras a mi ímpetu. Ya puedo decirles que he oído la llamada de Moisés, de Josué, de los Jueces y el resto. Ya puedo decirles que he oído el rugido de las entrañas de la tierra y que su grito ha desencadenado en mí una furia tremenda. No quieren creerme, de ninguna de las maneras. ¡Qué maravilla ser judía, después de no haber sido nada! ¿Cómo no pensé antes en echar raíces en el pasado?