Chamomor está sanada. El médico acaba de decir que puede volver a alimentarse sub utraque specie[58]. Mamá. Mamita. Moumouchka. Mamaninha. ¡Stop! ¡Stop! ¡Stop! Sé que por unos minutos podrías tomar mi carga en tu vientre. No quiero. En cualquier caso, gracias. Ya que de todas formas tendrás que devolvérmela, prefiero llevar todo el tiempo mi carga, prefiero mantenerme fiel a ella. Tengo ganas de besar a Chamomor. No lo haré; lo haría sin más. Si te has metido en un callejón sin salida, tendrás que volver sobre tus pasos. Da igual a quien entregues tu angustia, siempre vuelve a ti. Da igual donde escondas tu angustia, ella te vuelve a encontrar. Incluso si corres tan deprisa como una comadreja, tu carga te alcanzará. Hay que vivir sin descanso, con decisión, en un estado de confrontación con tu angustia. Nos perjudicamos al intentar engañar, olvidar o adormecer nuestra angustia. Tenemos el tiempo justo que hace falta para convertir nuestra carga en llevadera, para amoldar nuestros huesos a sus presiones. Quien se descarga de su peso so pretexto de descansar se arriesga a ser aplastado cuando su carga, por sí sola, se vuelva a colocar sobre sus hombros. Cuando un par de bribones han alcanzado el séptimo cielo, tienen que dar media vuelta y volver sobre sus pasos. Y solo puedes volver sobre tus pasos cayendo desde el séptimo cielo. Al anular la vuelta a la ida, la ascensión hasta el séptimo cielo siempre es, cuando menos, estéril. Las sociedades que condenan el opio deberían también, si fueran consecuentes, condenar el orgasmo, las religiones y otros viajes hacia las alturas. Pienso que si los seres humanos se acostumbraran a vivir sin sueños, sin engañifas, sin falsas huidas, y se decidiesen a tomar su angustia de la cintura, acabarían por producir individuos capaces de curarlos. ¡Stop! ¡Stop! ¡Stop! ¡Paren todos los trenes, paren todas las fábricas, todas las turbinas! Veo el asunto como si lo estuviera viviendo. Todo está parado. Y él, el auténtico Adonis, se pone en pie. Habla. Nos habla.
—No es en los riñones donde nos duele, sino en el alma. ¿Alguien tiene algún remedio que proponer, alguien que no pudiera ser oído por culpa de los silbidos de los reactores y los tronidos de los martinetes de vapor? ¿Nadie? ¡Lástima! Era de esperar que solo unos reventados sin esfuerzo hayan podido acomodarse a la barahúnda, hayan podido sobrevivir a la barahúnda. Pero hay un remedio. Hay un remedio. Hay un remedio. Hay una forma, todavía desconocida, de sentirse, perpetuamente, hermoso e inocente. Es una certeza sine qua non. Hay un remedio. Se trata de hallarlo. Solo se trata de hallarlo. Limpiemos de escombros las minas y pongámonos a ello. Pongámonos de inmediato a cuatro patas y busquemos. ¡Manos a la obra! ¡Manos a la obra! ¡Al tajo! Todos sabemos qué hacer ahora.
Los animales que mejor se han adaptado a la vida en la tierra son aquellos que han renunciado de una vez por todas a la vida en el mar. Los anfibios andan mal y nadan mal. Los cocodrilos y sus semejantes son apáticos, se pasan el tiempo durmiendo, no hacen nada más que comer, dormir y reproducirse. Solo los seres humanos que han renunciado de una vez por todas a vivir en la dulce oscuridad de la vista gorda podrán adaptarse cuando, habiéndose superpoblado la tierra, deban ir a vivir a la luz. Hay que tapiar los callejones sin salida, quemar los paraguas, las sombrillas y las gafas de sol, tapar madrigueras y anfractuosidades, cortar de cuajo con los nidos, los lupanares y los lechos conyugales. Cuando las casas ya no tengan tejados y las montañas ya no tengan cavernas, los seres humanos, ya no tendrán elección, vivirán todos al sol, a la luz, en pleno universo, todos tendrán, como única garantía y único descanso, la nada. Es Bérénice Einberg quien os lo dice. Y Bérénice Einberg, en adelante por siempre será Bérénice Einberg.