Zio se da por vencido. Zio me entrega a los ácidos que me corroen. Zio me tira por la borda, por la batayola, me tira al pozo.
—¡Tú ganas! ¡Eres insufrible! ¡Eres inaguantable! ¡Eres insoportable! ¡Haz rápido la maleta! ¡Desaloja pronto esta casta morada!
No sé cual de mis últimas chispas prendió la mecha. Ayer todavía decía: «¡Te domesticaré, aunque pierda el alma en ello! ¡Dominaré las sabandijas que en vez de sangre corren por tus venas!»
Salí de la isla hace casi cinco años. No la he visto desde hace cinco años. No he visto a Christian desde hace cinco años. La isla no me ha visto desde hace cinco años. Mañana, de nuevo, me revolcaré en su grama suave y tupida. ¿Tengo edad aún para la grama? No he visto la grama desde hace cinco años. ¿Conservo aún el sentido de la grama? ¿Me reconocerá la grama? ¿Conserva aún Chamomor a Tres, el gato abisinio?
Eran las cinco cuando me mandó hacer la maleta. Son las seis y veinte, y mis maletas están hechas, listas. Mi avión despega a las ocho y veintidós. No soy capaz de hacerme a la idea de lo que me pasa. Vivo al mismo ritmo que antes de las cinco. A pesar del silencio sofocante de los primos, a pesar de la ardiente emoción que respiro, el tiempo continúa avanzando con su habitual lentitud de cangrejo.
Christian… Christian, al término de este exilio, te llamo en voz baja, con voz sorda, sin creérmelo del todo. Soy demasiado loca y demasiado voraz como para extraer yo sola mi propia sal de la tierra; me apego a ti como la orobanca a la alfalfa. Comeré de tu mano como una corneja amaestrada. Solo comeré lo que tú me des de comer. Te entrego desesperadamente lo que queda de mi apetito. Consérvalo. Te doy mi boca. Guárdala de lo amargo. Christian, ¿te pareceré bonita?
De repente tomo conciencia de que ya no soy una niña. Encuentro en los cuadernos de Constance Exsangüe, lindamente caligrafiados y cuidadosamente recopilados, la mayor parte de nuestros «diálogos subrepticios». Lloro de la emoción.
BERENICE. —Estoy de humo hasta la coronilla. (Me sorbo los mocos.) ¡Palabra de honor, mis manos apestan! ¿De dónde vengo? ¿De un sueño? (Sacudo la cabeza tal que un barman agita la coctelera.) Es más, palabra, me llega el agua hasta el cuello. ¡Qué cosa! ¿Estoy sola?
YO. —Sí, Brisebille. Estás completamente sola. Tanto aquí como afuera, estás sola.
BÉRÉNICE. —¡Caramba! ¡Caramba! ¡Qué oscuras están las paredes! ¡Qué oscuro está el techo y el suelo! ¡Qué historia! ¡Si no veo a nadie! Es más, ¡no veo nada! ¿Estoy muy sola, completamente sola?
YO. —Sí, Brisebille. Estás sola, tanto aquí como afuera. ¡Y déjame en paz!
BÉRÉNICE. —¡Qué oscuro está el aire también! Veo veo… Por fin, veo algo. Una línea roja corre por el aire, formando círculos, cuadrados, triángulos, rectángulos, trapecios, paralelogramos… ¿Qué es?
YO. —Es la geometría y la trigonometría de ayer, de anteayer y de todos los demás días anteriores.
BERENICE. —Creía que habíamos acabado con la sucia geometría y la apestosa trigonometría.
YO. —Te han venido de nuevo. Son fieles muy fieles fidelísimas fieles.
BÉRÉNICE. —¿Son fieles por mucho tiempo?
YO. —Durante algunos años.
BÉRÉNICE. —En un diccionario que de repente se abre ante mis ojos, leo: «Caligula vivió durante veintinueve años. Reinó durante tres años, diez meses y ocho días.» ¿Es esto lo que quieres decir?
YO. —Sí, Brisebille. Es exactamente lo que quiero decir.