A mi modo de ver estaría bien encontrarse con Christian, encontrarme entre los álamos de la isla y las marismas de la isla. Recibo una de las escasas cartas de Christian. Está contento, me hace saber, de saber que comienzo a interesarme por los chicos. «Es sano.» Me hace saber que ha participado en los juegos húngaros de atletismo, pero que ha quedado muy desalentado al no haber podido hacer nada mejor que ser desclasificado en la primera de una serie de cuatro pruebas eliminatorias. «La multitud me dejaba pasmado, me hacía venirme abajo. Irremediablemente soy tímido.» Habla mucho del amor reconociendo que la bondad del corazón de los padres debería bullir en el corazón de los hijos. Apenas trata el asunto de nuestra amistad, respecto a la cual, por mi parte, sigo desbordante. El ahoga nuestra amistad en la grandeza deletérea de la familia homogeneizada y pasteurizada con la que sueña. Le había pedido que me contase si él también se había apuntado al gremio, si había empezado a causar estragos entre la población femenina. No ha accedido a mi demanda. Le había pedido que me enviara una foto suya. No ha accedido a mi demanda. Dándole a entender que estoy ávida de caricias, le había pedido que comenzara sus cartas con «Amor mío» o «Mi tierna amante» en vez de «Mi buena Bérénice» y «Mi muy querida hermana». No ha hecho caso. «Yo no soy tu hermana, soy tu amor, tu tesoro, tu querida, tu lobita, tu conejito, tu cielito, tu ratoncita.» ¡No hay muchos más ratoncitos en su carta que hipopótamos en el río Saint-Laurent! «A las mujeres les gusta sentir que son pequeñitas y bestias. No solo soy tu hermana. También soy una mujer. Así que, llámame con nombres de animalitos. Acuérdate de que no soy tu muy querida hermana sino tu tierna amante. Acuérdate de que lo más lindo que hay en casa de un hombre, aparte de su corbata, es su cariño.» Pero parece que Christian está de vuelta de todas estas sutilezas. Yo no juego con las palabras, aunque presuma de hacerlo. Necesito cariño. Realmente me gustaría que en su corazón y en sus cartas Christian me tratase del mismo modo que a su amante. Se me hiela el corazón.
Mis tardes están cada vez más cargadas. Ahora calculo, repartidas entre las cinco tardes de la semana escolar, más de veinte horas de clases de ballet, trombón, kárate, indología[42], español, mecánica, electrónica y mitología. Sería necesario sin duda contar algunas tardes como dobles si tuviera que añadir a este total el número de horas que paso callejeando con Dick Dong leyendo novelas pornográficas, siguiendo mi apasionada correspondencia unilateral con mi innoble hermano, pensando en Constance Exsangüe.
En lo que se refiere a datos y conocimientos, como cualquier cosa, en cualquier momento y de cualquier manera. Mi voracidad provoca el embelesamiento de mis profesores. Zio parece dudar respecto al agotamiento que mi voracidad me impone. Pero no pone trabas. Paga sin decir ni pío todas las clases que se me antoja tomar. Una vez, le oí decir muy bajito a Zia, mientras me retiraba a mi cuarto: «Yaveh ha dotado a esta niña de una gran energía. Le reserva sin duda un gran destino. Me pregunto qué es lo que le inquieta tanto, qué busca con tanto ahínco.» Paso veinticuatro horas de cada veinticuatro en la brecha. Cualquier cosa que vea es ahondada en profundidad. Cualquier idea que me venga es perseguida de extremo a extremo, hasta sus consecuencias. Todo lo que se me aparece en sueños es cuidadosamente descrito, registrado, comparado. Por muy desbordante de actividad que haya sido el día que acaba de pasar, nunca deja, justo al instante en que por fin el sueño empieza a vencerme, de resultarme dudoso, carente de valor, de hacerme temblar de miedo. Siempre preveo con angustia el regreso de la noche, el momento del gran reencuentro conmigo misma, el momento de añadir otro cero a la suma total del pasado, el momento de aproximarme justo a un paso de la frontera más allá de la cual ya no existe nada, ni siquiera el futuro. No hay que perder la esperanza, querida Bérénice, mi conejita, mi pichoncito, mi mónita, mi ratoncita. Quedan tantas cosas por considerar antes de que llegue la hora en que deba decidirme. El helicón y el acordeón aún me han de revelar todos sus secretos. Jamás he fumado. Jamás me he emborrachado. Jamás me he masturbado. Tal vez los textos sánscritos escondan un mensaje de naturaleza cósmica que los millares de especialistas en el tema que los han leído no han entendido. No sé pilotar un avión. Jamás he montado en motocicleta. Jamás he visto las Barren Lands. Jamás he cumplido diecinueve años. Ya veremos después. De golpe y porrazo, tengo la impresión de que no era tan tonta cuando tenía a Constance Exsangüe. ¡Arrea! ¡Arre-a! ¡A-rre-a!