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Lo más ridículo que hay en Zio es su acerada seguridad, esa solidez en cada uno de sus movimientos, esa lógica infalible de calculadora electrónica que regula sus más mínimos actos. Minada por la duda, hecha polvo, inconsistente, invertebrada por la duda, no soy capaz de amedrentarle. Aun así, estoy segura de que mi duda es mejor que su seguridad. Aun así, estoy convencida de que Zio solo es un ciego sordo, solo es otro de esos solemnes imbéciles que me han construido el mundo que tengo. Aun así, solo puedo encontrar ridículo que él pueda creer que le tengo miedo y que lo respeto, como hacen todos aquellos que lo conocen. Ya que Zio es considerado como un señor por los esclavos natos. Ya que Zio es considerado como el gran amo de las rameras por las rameras.

El día del Yom Kipur veo a Zio levantarse antes del amanecer, atravesar a pie todo Manhattan y dirigirse hacia el Hudson para ofrecer allí su piadoso y tradicional remojón. Esta mañana hacía mucho frío. Me lo imagino, desnudo con su larga barba de cercopiteco, impasible, seguro de sí, rompiendo el hielo a porrazos. Los Einberg de Armenia nunca habrían osado empezar un día, ni uno solo, sin antes haberse purificado en el Aras o el Kura. Cha cha chá. Lo que debe hacer un ser humano en la mañana del Yom Kipur, Zio está convencido de ello, es ir a remojarse en las aguas del Hudson. A menos que se las dé de algo distinto a un ser humano. Tal vez se haga pasar por un Zio…

Mas Zio es considerado por todos como un hombre digno y respetable. Es escuchado, poderoso. Goza de gran influencia sobre todos y sobre todo lo que ellos han realizado. Salido de Armenia con cuatro harapos, ahora dirige, vestido con traje de fina lana británica y calzado a la italiana, una importantísima sociedad de préstamos con hipoteca. Hijo de una rama joven de los Einberg, poco a poco se ha convertido, no se sabe bien cómo, en el indiscutible jefe de todos los demás Einberg. Y, en la tierra, hay muchos Einberg. Dicen que al menos hay uno en cada país. El es el pachá de los Einberg. Ha creado la fortuna de cada uno de ellos. Ha encontrado una mujer adecuada para cada uno de ellos. Dirige la educación de sus hijos. Les hace migrar e inmigrar en todos los sentidos.

Muy por encima, mis relaciones con Zio son casi inexistentes. Cuando tiene algo que decirme, me lo suele decir por Zia. Ya que él desprecia tanto a las jóvenes como a las mujeres. Consiente que las mujeres hablen entre ellas, pero nada de que se mezclen en las conversaciones de los hombres. Cuando un invitado se atreve a mantener una conversación con una invitada, Zio se enciende; y el invitado y la invitada en cuestión pueden estar seguros de que ya nunca más serán invitados. Por tanto, ignora con desprecio a las mujeres. Si consideramos que aún no soy del todo una mujer y que por parte de madre soy medio pagana, podemos calcular la intensidad de su menospreciable ignorancia respecto a mí. En principio, solo me aborda una vez al año, por las fiestas de la Independencia. Entonces prueba a hacerme beber y reír, y a ver las agallas que tengo. No hay nada más simpático que un hombre duro cuando es simpático. Me enternezco. Río tanto como él quiere, bebo tanto como él quiere y abro mi corazón tan de par en par como él quiere. Antes me llamaba, de forma regular, a la Torá. Ahora, desde mi fuga de una noche con Constance Exsangüe, ya no me llama a la Torá. Cuando está de buen humor, me llama, cínicamente, «Fräulein[35]». Chamomor, sobre quien no ejerce ninguna influencia, lo llama «Santa Claus[36]».