Tras haber completado un curso de corno inglés, emprendo uno de corneta. Quiero saber de todo. Total, ¿qué puedo perder?
Estaba escrito, tenía que toparme con las señoritas menstruaciones. Ahora estoy repleta de ovarios. Los ovarios son huevos. No corras demasiado deprisa, Bérénice, tus huevos van a reventar. Empiezo a tener tetas. No corras demasiado deprisa, vaca, se te va agriar la leche. Ayer noche, como todos los lunes y viernes, voy a casa de mi viejo profesor de música. Todo transcurre con normalidad. Me tiene cogida por el cuello, así que soplo, con un entusiasmo desbordante, en la embocadura de mi instrumento. Me duele la tripa, cada vez más. Intuyo que es porque ese viejo bribón me da asco, pero, por desgracia, es falso. Pensaba que llegaría a adulta sin tener que pasar por las torturas que murmuran las chicas en los vestuarios. Me salió el tiro por la culata. Regreso al columbario doblada en dos, repitiéndoseme, sin querer, esa frase retenida no sé por qué en mi memoria: «Permanecerá siete días en su impureza y quienquiera que la toque quedará impuro hasta el anochecer.» Regreso al columbario más sola que la una. Por el camino, doy con el típico luminoso que anuncia: «Reparación de calzado.» En él leo: «Preparación de ganado[27]». Nadie estará al corriente de lo que pase. Regreso al columbario más sola que nunca, diciéndome que ahorraré e iré a ver en secreto a un cirujano para que meta el escalpelo de una vez por todas en mi repugnante aparato sexual. Vomito en una farola. Estoy a punto de desplomarme en la acera. ¡Dios, qué mal! ¡Caca de la vaca! ¡Nunca tuve suerte! Nadie tiene por qué darse cuenta. Alcanzo la jaula por la escalera de urgencias, adentrándome en el buen-retiro[28] a través del pequeño respiradero de ventilación. Un montón de sangre, linfa y quilo se coagula en mis muslos, desprendiendo un olor a estercolero. Me desnudo a toda leche, hago un ovillo con mi ropa sucia, le prendo fuego y encomiendo las cenizas a la cisterna. Lleno la bañera de agua fría. Me lanzo al agua como último recurso y paso la mayor parte de la noche dentro, enjabonándome, depilándome, blasfemando y jurando venganza.
La blanca y pura Constance Chlore duerme, acurrucada, casi enroscada, con el cuello y los puños bañados en encaje, la holgura de su camisón, estampado de amapolas, disimula la silueta de su cuerpo. Mientras lloro la tengo abrazada. Duerme como un lirón, ya se puede caer a pedazos el columbario que no se despierta. Duerme con la frente húmeda.
—¡Lo que habría dado por ahorrarme esto! —le digo, le digo a su hermoso rostro sordo y ciego—. ¡Pobre Constance Chlore! Si supieras a lo que te expones al dormir así, sin armas y sin centinelas. ¡Pobre cariño mío! ¡Mi tesoro! ¡No te dejes manejar!
Veo los poros abrirse como por efecto de un tamiz sobre el nácar del rostro de Constance Chlore. Huelo el tufo a petróleo infiltrarse en su aliento tan dulce, en su aliento que sabe a agua de rosas. Veo los nervios sobresalir en sus manos atadas y en su cuello atado. Veo sus carnes duras como la piedra aflojarse, derretirse, estirarse, cubrirse de resina. Veo su cabeza de diamante encogerse como una manzana podrida. La veo, con un cigarro en la boca, ponerse un sujetador y unas medias de nailon. Veo su piel amarillear como el estambre podrido de lana e hincharse como lo que ustedes quieran. Veo unos senos en forma de enormes bolsas vacías caer sobre su tripa en forma de globo. La veo cambiar, cambiar hasta desaparecer. Hay que salvarla, tiene que escapar al sadismo del titán. Debo dar pronto con un remedio, un freno, una poción, un refugio. Hace falta que perdure, que no cambie. Hay que arrancarla de las raíces que la devoran, liberarla, cortar el curso de la onda que la envía lejos de aquí. Debe quedarse para velar por esta noche tal como yo velo esta noche por ella, para montar la guardia delante de nuestra infancia. ¿Por qué tiene que ocurrir esta noche? ¿Por qué esta noche no para de hundirse? ¿Por qué no se queda quieta esta noche y no se convierte para siempre en una noche en la que, cuando seamos mayores, podamos entrar, una noche que podamos visitar tal como se puede visitar un granero? ¿Por qué no existe, a la orilla del tiempo, un día soleado donde podamos entrar para ir a hacer, entre un collar de margaritas, nuestras piruetas de ayer y de anteayer? ¿Cómo puedo soñar con detenerme? Los Kazares amenazan peligrosamente nuestra retaguardia. Debo dormirme pronto, a fin de reponer fuerzas, a fin de retomar mañana, fresca y dispuesta, la huida.