39

El lomo doblado hacia dentro de Chamomor, ¿lo he perdido? Su lomo maravillosamente ensillado, ¿no lo volveré a ver ya entonces? En vísperas de esta gran despedida, me siento fuerte, capaz de reír. Mi habitación repleta de maletas, la domino. Soy la reina de los maletines, de las maletas de formato medio y de los maletones. Este pueblo de orgullosos bártulos obedece a mis órdenes, a mi alegría. Le juego una mala pasada a todos y cada uno: me siento alegre y fuerte. ¡Venga maletas! ¿Cuándo es esa despedida? ¡Para que colmemos de sonrisas, allá dónde sea, esa famosa despedida! Estoy loca de atar. Me pongo de pie sobre la cama y camino, con la boca rabiosa de risa. Salto a pies juntillas sobre la cama, boxeo, saludo a lo Hitler, me inclino ante una tormenta de aplausos, estrecho la mano de Blalabaléva, de Sargatatalituva, de Skararoutoukiva, de Sinoirouissardan, de Allagatatolaliev y de otros vivalavirgen. Soy la gran Bérénice, la vencedora, la temeraria, la incorruptible. Soy Bérénice de punta a punta del río Saint-Laurent, de punta a punta de la Vía Láctea. Soy Bérénice hasta en los cuatro plumones negros perdidos entre los billones de plumones blancos de mi almohada. ¡Que vengan acá, los seres humanos, esos insalubres, esos agónicos moribundos! El rollete que le aguanté anteayer a Einberg me ha deprimido, me ha defraudado profundamente. Pese a que sabía que él era incapaz de quererme, pese a que se lo demostré muchas y muchas veces. Persistí a pesar de todo en creer que le hacía tilín, que siendo mi padre estaría en lo que a mí concierne dominado por una especie de calor animal, por una especie de hechizo de sangre. No hay absolutamente nada de eso y es por eso que, cuando me hablaba anteayer, era algo fuera de lo común. Apenas oía su voz. Su voz parecía provenir del fondo del abismo, del otro lado del desierto. Mis oídos apuntaban al vacío. Mis oídos estaban en un sitio y la voz en otro distinto. La voz de mi padre no estaba en la casa de mi padre, sino en la casa de unos extraños por completo. ¿Mas cómo reprochar a Einberg su indiferencia? ¿Cómo reprocharía yo a Einberg que su indiferencia no le suponga ningún esfuerzo, yo que querría que la mía no me suponga ninguno? Amo a todo el mundo. Soy una chica fácil. La vida es difícil para las chicas fáciles.

Hace mucho tiempo que calibro el alma de mi cañón, que reajusto mi tiro. Ya no hace falta que me ande con rodeos. Salvo yo nada importa en este mundo. Estoy sola, ineluctable e irremediablemente sola. Si no permanezco fiel a esta verdad, acabaré como una crédula condescendiente, la peor de las cobardes. Estoy sola. Que ni un solo grito de guerra ni ningún agónico estertor sea para mí. Que de ningún modo lo sea. Que sea como cuando uno se cuenta los dedos. En esta mano, tengo uno, dos, tres, cuatro, cinco dedos. ¿Cuántas personas hay aquí? Hay una… ¿Cuántos soldados estamos en este bando? Uno. Yo sola; es un simple cálculo, un simple recuento; no es ninguna otra cosa.

¡Christian, ven! ¡Venga, Christian! ¡Deprisa!, ¡que te haga dios! ¡Rápido!, ¡que pueda encaramarme a tus pies, que pueda volcarme sobre ti, que sea aligerada de esta carga! ¡Rápido, golondrina enferma!, que te coja en mi mano, que te haga comer de mi mano, que te haga entrar en calor, que te defienda. Déjate manejar. Deja que te lleve pues. ¡Venga! Cubierta con la sangre de la última batalla que libré por tenerte, soy tu amante por cariño y por debilidad. ¡Rápido! ¡sentémonos a un lado, bajo este olmo, mientras los demás se alzan los unos contra los otros en el más abrasador de los soles! ¡Deprisa!, ¡antes de que por ti deba volver a la brecha! ¡Deprisa!, ¡antes de que te resistas a ello! ¡Deprisa!, ¡antes de que veas el guiñapo que estoy haciendo de ti y de que te ofendas por ello, tontamente, como un imbécil!

No estaré sola en mi exilio. Estaré con Constance Chlore. Debo a Chamomor este encantador edulcorante. En dos días de interminable lucha, se la ha arrancado de las celosas manos, tanto de las manos muertas como de las manos vivas, de su familia numerosa y ha conseguido de su implacable enemigo que él mismo haga las gestiones necesarias para que ella sea dignamente recibida en Nueva York. Eres soberbia, Chamomor. Supongo que ahora debo darte las gracias, sentir agradecimiento, sentirme unida, quererte. Has lanzado en vano esta última flecha, Chamomor. Me has fallado. Me has fallado siempre y siempre me fallarás. Luchas en vano. ¡Aire! ¡No me tendrás! Tu sacrificio, tus favores, tus caricias y tu hermosa mirada son la astucia, los anzuelos, las rejas y los precipicios. Yo no soy Christian. Conmigo, bonita o no, buena o mala, justa o inadecuada, una trampa es una trampa, una trampa con dientes, una red de mallas. Aquel que quiera tenerme quiere hacerme sufrir. No tendrás mi piel. Yo soy de las que se arrodilla ante un esclavo y no baja la mirada ante una reina.

Tal vez haya visto a Christian por última vez. Einberg precisó que las cartas que nos escribamos pese a su prohibición serán interceptadas y destruidas. Hemos patinado hasta hacerse de noche. Ignorando sus gritos al cielo, entro en su dormitorio y me acuesto con él. Antes no decía nada cuando venía a acostarme con él. Empieza a encontrarme rara, a recelar de mí. Me hace unas reflexiones que en el fondo me hacen reír.

—Tú me amas demasiado, Bérénice. Y además no eres natural…

—Soy sobrenatural, —digo, acariciando su frente con la punta del dedo, cerrando sus ojos como quien cierra los ojos a un muerto, deseando que se calle y se duerma.

—No eres natural. Parece que te esfuerzas por quererme, que te crees obligada a quererme. Se podría incluso decir que tienes una fijación metida en la cabeza.

—Cuando nos volvamos a ver, me habré convertido en una mujer y tú te habrás convertido en un hombre. ¡Será toda una gran sorpresa! Escríbeme. Estoy segura de que mamá podrá arreglárselas para que recibas mis cartas y yo reciba las tuyas. ¿No te fías de mí, verdad?

—¿Te ríes? ¿Lo encuentras gracioso?

—Cierra tus ojos, mi gentil hermano. Duerme. Déjate llevar. Deja que mi mano te haga dormir.

—Yo ya no te entiendo nada, nada de nada.

—Soy diabólica.

Salgo embarazada del lecho de la infancia. Me noto llena la cintura. Los delitos de sangre han echado raíces en mis entrañas, y crecen, se inflan. ¡Cuando dé a luz, se pondrá feo! Cuando me pasee por la acera con mi retahíla de crímenes, temblarán. Si no tiemblan, vomitarán o me escupirán a la cara.