Miro en la noche a través de mis pestañas rojas, de mis pestañas largas y tiesas como pestañas de muñeca. A través de las tinieblas veo a alguien, los veo: a ella y a su gato. Ella está en mi dormitorio. Me protege. Estoy enferma, débil. No estoy en condiciones de subir la guardia. Ella monta la guardia en mi lugar. Se queda conmigo para ayudarme a rechazar la muerte si se atreviera a aparecer, a atacar. Sola en este dormitorio, en el estado en el que estoy, la muerte tendría las de ganar. Solo tendría que entrar y agarrarme. Ella está en mi dormitorio. Está en mi vida. Pero no hay por qué enternecerse. Unas veces está en mi vida, otras en la vida de Christian, otras en la de Einberg. Solo tengo una cara, y el dormitorio con su solitaria omnipotencia, como la de tantos otros, está lleno de caras. Ella está demasiado ocupada. Tiene mucho que hacer. No quiero ser un rostro entre mil. Dentro de estas habitaciones con mil caras prefiero no tener ningún rostro. Es demasiado peligroso. Te arriesgas a ser olvidado, a ser extraviado, a ser víctima de todo tipo de errores. Dentro de un alma donde habitan mil caras, la cara llamada Bérénice se arriesga a ser confundida con la cara llamada Antoinette. Solo me siento en perfecta seguridad dentro de un alma donde solo exista yo; en la mía, por ejemplo. Si Chamomor hubiera querido, seríamos hoy en día amigas. Estaríamos juntas día y noche, hora tras hora. Estaríamos viajando sin parar. Sería el único habitante en mi vida y yo sería el único habitante en su vida. Ella estaría orgullosa de tenerme, a ella que tanto le gustan los feos. Yo estaría orgullosa de tenerla, a mí que tanto me gustan los guapos. Para ser el único rostro dentro de un alma, hay que desalojar a todos los demás.
Y dentro del alma de una adulta como Chamomor, se está tan apiñado entre tanta cara que ni siquiera entiendes lo que hablas, lo mismo caras de muertos que caras de vivos, tanto caras de objetos como caras de animales y hombres. Vete, Chamomor. Con un alma como la que llevas no vales para nada, eres completamente inútil, eres incluso nociva, solo consigues hacerme perder el tiempo.
Chamomor toma un trago de coñac. Chamomor acaricia a su gato a contrapelo y él echa chispas. Hay algo en ella que me fascina, que me atrae, algo como un vacío. Me encuentro tan mal que las tinieblas abrasan mis ojos. Necesito de ella, sentirme cobijada, que ella me sostenga y me acaricie como sostiene y acaricia a Mauriac II. Es como si entre toda la nieve ella fuese la única casa. ¡Es mi madre al fin y al cabo! Si me dejase llevar, me sentiría como un trapo, todo húmedo por dentro. Si me abandonara, caería en sus brazos, la amaría en ellos, me sentiría en el calor de ellos, y lloraría casi con placer. Todo esto es solo instinto, cobardía, desesperación, aberración. Amar no tiene por qué significar dejarse apretar de manera pasiva en los brazos de alguien. Amar no tiene por qué apretar en el alma tal como la uña en la punta del dedo. No te dejes manejar. Antes odia.