19

Bajo un túmulo desmoronado del que se alza un poste de creta, en el que se retuerce una llama negra, los huesos de Iseo se pulverizan y se confunden con la tierra para hacer crecer las flores. En el salón de baile del palacio, las baronesas gordinflonas bailan con las baronesas en flor[13]. De repente, una araña de cristal tan grande como un árbol se descuelga del artesonado, se estrella contra las baronesas que bailan con baronesas, y, deslizándose, desmembrándose y dispersándose a toda velocidad por el enlosado de azabache, hace repicar los frisos de acero con sus mil piedras saltarinas. Veo un navío cubrir una distancia de más de cien acres de océano. Estoy sentada encima, con las piernas colgando, casi en la punta de un promontorio. Es un abrupto malecón, un malecón de cristal compacto, un rompeolas monumental tallado en una canica transparente y multicolor. Lo que me arrastra en su loca deriva es un vitral tan macizo como un acantilado. Sentada entre el cielo y la tierra, sentada entre el día y la noche, instalada en una vagoneta de la noria de la cantera, sueño cosas imposibles. Soy el ombligo del mundo y, mientras que las tinieblas se concentran en derredor para crear una vez más la noche, sueño con cosas que nunca existirán. Hay un sauce llorón al otro lado del canal, justo frente al banco de piedra donde, cabizbaja, Chamomor está sentada. Miro como es debido al sauce llorón llorar, dejar arrastrar sus mustias ramas como cabellos por la corriente. Miro al sauce, desemboco en el sauce. Cuando un ombligo del mundo se vierte en un sauce, el sauce se convierte en ombligo del mundo. El sauce me mira, se vierte en mí, me traga y el ombligo del mundo se convierte en sauce. Un mar es un enorme vaso de agua. Una tempestad en el mar solo es una tempestad en un vaso de agua. Los primos permanecen escondidos entre la maleza con todas las antorchas apagadas, esperando a que oscurezca del todo.

Es el cumpleaños de Chamomor. Por eso ha ido a sentarse en el banco de piedra, los zapatos en el agua, la cabeza sobre el hombro. Apenas tiene treinta años y ya no tiene nada que hacer. Permanece ahí y espera. No puede irse de aquí; está casada. Cuando te casas, tienes que permanecer junto a tu marido y tus hijos, esperar ahí hasta que el resto de uno mismo se haya evaporado por completo. Ella ya no puede cambiar; es una presa fácil para la muerte. Con la barbilla en el pecho, la nuca descubierta, sentada en la misma sombra que comienza a disolverla, parece ofrecerse al hacha de un verdugo. ¡Pobre palomita tuya! Cuanto más oscurece, más limpia y tranquila está el agua. Una película de agua residual avanza y recula a lo largo de sus pies, va y viene como una mano. Su mano va y viene por el lomo pardo de Mauriac II, el gato que sustituye al gato que ella adoraba. De noche, todos los gatos son pardos. Y el lomo de un gato pardo es pardo. Hace poco podía ver el sauce llorón. Ahora, ya no puedo verlo; anocheció por completo. Eso cambia. Todo cambia.

Del fondo de la maleza, como en bocanadas, afloran unos destellos. Y de pronto, surgiendo casi del interior del suelo, agitando sus antorchas recién encendidas y pegando unos gritos de muerte, los primos se abalanzan sobre Chamomor. La han rodeado y le cantan: Cumpleaños Feliz, en polaco. Se cogen de la mano y del jersey para hacer un corro. Giran. Las antorchas describen un círculo rojo y el círculo rojo gira. Se desprenden los unos de los otros y se hacen pasar por caballos. Echando el bofe, paran de correr y se ponen a galopar, dejan de cantar para ponerse a reír y a lanzar petardos. En el momento que el círculo se torna en torbellino de locura y de cometas, retorna a la fantasía.

Los primos han confabulado durante toda la semana. Han hecho aprender a Anna Fiodorovna, su bebé, el poema de Banville titulado La Madre. Se han quedado quietos y se han callado. En el silencio y por dos veces, como si fueran los dos últimos petardos, la voz atronadora de Anna Fiodorovna estalla.

—¡Niet! ¡Niet![14] Minúscula, Anna Fiodorovna, está semioculta entre el auténtico ramo de rosas silvestres que le han encomendado. Da un par de pasos de través, se corrige, retrocede. Empujada por unos, pellizcada por otros, deseando acabar cuanto antes, se encamina decidida hacia delante. Sin saber adonde corre, está a punto de chocar contra el banco de piedra. Parada en seco por los gritos, suelta un tremendo suspiro, luego recita de un tirón, en una especie de sollozo mezclado con un francés de ojos almendrados, el «boema de Panville titulado: Mi Ladre». Chamomor alarga los brazos para recibir el nutrido ramo. Casi desesperada, Anna Fiodorovna deja caer las rosas silvestres en la arena, coge impulso y se lanza a los brazos tendidos. Chamomor se ríe, la besa. Todo el mundo ríe y aplaude. La tunda que recibió Mingrélie en el granero abandonado no le ha enderezado nada salvo la cabeza. Ahora ya no se molesta en despreciar, sino que abiertamente se rebela. Lleva la voz cantante y Christian, sonrojado, por miedo a perderla, mal que bien baila a su son. Se acerca a la mesa con el cigarro en el pico y la bota llena de coñac en la mano. Si Chamomor la mira con demasiada insistencia, ella fuerza a Christian a echar una calada de su cigarrillo y a tragar un sorbo de su coñac. Cuenta a quien quiere oírlo que Christian es como su esclavo, que puede hacerle robar todos los cigarrillos y todo el coñac que quiera. Ella dice que lo quiere mucho, pero no más, que Serge es su único amor, que Christian solo es una de sus aventurillas de escala en puerto.

—Cuanto más me quiera —dice ella—, más espabilara. Es un auténtico crío. Aún está pegado a las faldas de su madre. Cuando me besa, piensa en ella, me habla de ella. No os riáis, es cierto. Me cuenta que si nos viera a ella le daría pena.

Mingrélie se ha jurado destruir a Chamomor, su total destrucción tanto en el corazón de Christian como en el corazón de los primos. Le queda mucha tarea por hacer. Todo lo que Mingrélie le obliga a hacer durante el día, Christian lo deshace llegada la noche. Va al encuentro de Chamomor a su dormitorio y llora, se arrodilla, confiesa y suplica el perdón. Christian está irremediablemente consumido por dentro. Es un ser fofo, falto de consistencia. Es un parásito nato. Se pega a todo lo que le roza como un cardo. Al igual que una planta, todos sus esfuerzos son por agarrar; sus brazos no pueden ni defenderlo ni atacar. Tal y como a una planta, se le puede arrancar y trasplantar en otro lugar. Intenta agarrar allá donde cae, allá donde se le deja caer. No puede echar a andar e ir a establecerse allá donde mejor estaría. Christian florece y marchita en el jardín del más fuerte. No estoy celosa… Espero a que mis fuerzas estén desarrolladas, a ser lo bastante fuerte para arrancárselo a los demás jardineros.