NOTA DE LA AUTORA

El testigo invisible está basado en hechos reales. Solo una persona salió viva de la Casa de Propósito Especial en la que mataron a los Romanov: Leonid Sednev, pinche de cocina de quince años, compañero de juegos del zarévich y amigo de las grandes duquesas. Tal como se narra en el libro, la mañana del asesinato Yurovski llamó a Leonid y lo despidió de su trabajo diciendo que su tío había venido a buscarlo desde San Petersburgo. Me pareció extraordinaria su historia, porque este muchacho convivió con la familia imperial hasta pocas horas antes de su muerte. Se cree que Sednev escribió unas memorias pero no se sabe qué ha sido de ellas. Tampoco se sabe exactamente qué fue de él después del año 1918. ¿Murió en las purgas de Stalin, como dicen algunos? ¿Escapó a Sudamérica, como dicen otros? Yo me he tomado la licencia de creer en esta última versión. Son miles los rusos con historias fascinantes —unas ciertas, otras no tanto— que llegaron a Uruguay después de la Revolución bolchevique. Existe incluso una colonia en el departamento de Río Negro en la que viven los descendientes de muchos de ellos. Además, personas con apellidos como Yusupov o Korsacov tienen hoy en día nacionalidad uruguaya, lo que da testimonio de la circunstancia que acabo de relatar. Con estos mimbres está tejida la conexión Rusia-Uruguay que recoge la novela. En cuanto a la decisión de Leonid Sednev de preservar durante cerca de ochenta años una historia solo para sí, me he basado en una frase que un día me dijo una persona de características similares a mi protagonista. Fue él quien me descubrió que los grandes secretos son como los hechizos, y se desvanecen en cuanto uno los cuenta. En tiempos tan exhibicionistas como estos, en los que la gente cuenta no solo lo que es verdad, sino muchas veces lo que nunca sucedió, me encanta la idea de alguien que elige guardar un gran secreto para que lo acompañe hasta su último aliento.