Montevideo, 17 de julio de 1994

Ay, no. Ahora no. Falta tan poco para llegar al final. Y de repente esta punzada… Tengo que seguir adelante, continuar con mi grabación. El inefable doctor Sánchez dijo que, si empezaba el dolor, me tomara una de esas pildoritas salvadoras, que está pautado y que con pedírselas a la enfermera ya está, que para eso tengo un interfono. Señorita, ¿puede venir un momento? No, mire, mejor avise a María, tengo que hablar con ella… Pero cómo que no está. Espere, espere, voy a apagar este grabador y así hablamos más tranquilamente. ¿A qué hora llega? Dios mío. No sé si podré esperar tanto.

… Un, dos, tres, grabando, grabando otra vez… ¿Se enciende la luz verde? Bien, parece que está en marcha. Vuelta a empezar:

Querida María:

Le digo lo mismo que otras veces al retomar la grabación. Cuando escuche esta parte, borre las palabras introductorias y únalo a lo que iba dictando más atrás. Como usted no está, le he pedido al enfermero de guardia que me dé el pildorazo del doctor Sánchez, y ahora parece que estoy en una nube o con media botella de vodka en el cuerpo. Bueno, mire, mejor así, no es una sensación desagradable, al contrario. Regresemos volando entonces a Ekaterinburgo. Estábamos cuando Kharitonov me confió sus temores por el cambio de guardias y su posible significado. Retomo desde allí… ¿Lista, María? Va a ser testigo de los últimos días en la vida de los ciudadanos Romanov.