Querida María:
Le escribo estas líneas con bastante urgencia. Resulta que estaba en medio de la redacción de las páginas esas de las que ya le he hablado cuando apareció por aquí un médico nuevo, el doctor Sánchez, creo que se llama, para decir que me van a operar mañana. Por lo visto, en los análisis que me hicieron después de la última hemorragia salió algo que «no me gusta nada». Esas han sido sus palabras y no ha habido manera de explicarle que, a estas edades, uno tiene derecho a decidir si quiere que le alarguen o no la vida. Porque, seamos realistas, ¿qué puedo ganar con una operación? ¿Un año? ¿Dos a lo sumo? Lo único que necesito es un par de meses, pero con la mejor calidad de vida posible. Y a eso —ya se lo he dicho a Sánchez— no ayuda en nada un postoperatorio con sus incomodidades. Pero no. No ha habido manera de convencerlo. Según sus palabras, quedarse con los brazos cruzados no es su modus operandi. «Vamos, doctor —insistí—, lo único importante para mí es terminar esta confesión. Es un sagrado sacramento antes de morir», añadí bromeando, pero me parece que Sánchez y el humor no son compatibles. Lo único que conseguí fue que soltara que lo primero es lo primero, que nada de bromear con la salud y que, además, después de la operación quedaba absolutamente prohibido hacer esfuerzos. «De modo que si quiere seguir confesándose, lo mejor, amigo mío, es que grabe todo en una cinta para dejarla a sus nietitos cuando usted “parta”».
Sí, esa fue la palabra que usó, y casi me parto de risa, con lo que me gustan los eufemismos. Siguió hablando y hablando, por lo que tampoco pude explicarle que, si no tuve hijos (al menos que yo sepa), difícilmente voy a tener «nietitos». Pero es que, además, en caso de tenerlos andarían por los cuarenta o cincuenta años las criaturas. En fin, María, le cuento todo esto para pedirle un gran favor. Calculo que me faltan por escribir aún unas ciento cincuenta páginas, las más importantes. Por eso le voy a hacer caso a Sánchez y pasaré de la pluma a las nuevas tecnologías. Ahí es precisamente donde necesito su ayuda. Quiero que me compre uno de esos aparatos, sencillo de manejar; mire que soy muy torpe con los cachivaches. ¿Sería tan amable de hacerme ese favor? No tengo ni idea de lo que cuestan, pero calculo que la cantidad que hay en este sobre será más que suficiente.
Gracias, María, y suyo siempre:
L. S.
Uno, dos, tres, probando, probando… Antes de empezar, y para asegurarme de que este artilugio funciona, voy a hablar un poquito. Vamos a ver: … Gracias, María, por comprármelo tan pronto, está muy bien y no parece difícil de manejar. Al final no me operan hoy, sino el lunes. Problemas de reajuste laboral y turnos de fin de semana, eso me dijeron. ¿No habíamos quedado en que era cuestión de vida o muerte? Resulta que ahora no pasa nada por esperar unos días. Bueno, mejor, así tengo más tiempo para hablar con esta máquina. Además, según Sánchez (que es el colmo del optimismo), a lo peor ni salgo de esta, así que aquí empieza mi carrera contrarreloj.
O al menos eso cree él. Yo no estoy tan seguro. Hace tantos años que le gano la mano a mi amiga la parca que ya veremos, querida, no es la primera ocasión (ni mucho menos la más grave) que te esquivo. Lo que sí tendré que hacer es acelerar un poquito para llegar cuanto antes a la parte desconocida de la historia que estoy contando. ¿Por dónde iba? Ah, sí, la escena en la que el zar vuelve a casa y se reencuentra con la zarina en su dormitorio. Rebobino para ver si este cachivache graba bien y empiezo ya. ¿Qué título ponerle al próximo capítulo? A ver, déjenme pensar… Cinco cabezas calvas. No, no, este asunto de las cabezas calvas viene un poco más adelante, antes de eso hubo varias despedidas. Sí, creo que lo llamaré justamente: