Montevideo, 30 de julio de 1994
Señor Iuri Brominski
Larrañaga 4442
Montevideo
Estimado Iuri Brominski:
Me llamo María y soy auxiliar de clínica. Le escribo siguiendo las indicaciones de un paciente nuestro, el señor Leonid Sednev, que falleció el pasado 18 de julio. No deja herederos y me pidió que me hiciera cargo de unos folios que había ido escribiendo. Era una persona reservada, no se daba con nadie, pero conmigo le gustaba charlar de vez en cuando; decía que le recordaba a alguien. En los últimos meses estaba empeñado en terminar lo que él llamaba «una larga confesión» y creo que eso acabó con las pocas fuerzas que le quedaban. Tan preocupado estaba por llegar al final que, al sufrir la última hemorragia, en vez de avisar pidiendo ayuda, siguió grabando con un pequeño aparato que me había pedido que le comprara semanas antes. ¡Pobre señor Sednev! Cuando me lo encontré estaba en un charco de sangre. Soy nueva en esto, me faltan tres años para acabar la carrera. Mis compañeras dicen que tengo que ir acostumbrándome a estas cosas, pero no siempre es fácil.
Sonrió al verme, e incluso dijo mi nombre, pero enseguida pasó a llamarme Masha y a hablar en ruso. Poco después moría en mis brazos.
Además de sus notas y cintas grabadas dejó una especie de cuaderno o diario con tapas de nácar que es la razón por la que le escribo. No entiendo ni palabra de lo que dice, pero dentro había una tarjeta con su nombre, señor Iuri. Entonces recordé que el señor Sednev lo mencionó no hace mucho. Dijo que usted hablaba ruso y que sabría qué hacer con sus cosas cuando él muriera.
Ni siquiera sé si logró llegar al final de su historia. Me gusta pensar que sí, que sea lo que fuere lo que quería contar consiguiera hacerlo antes de que la Dama de Picas, que era como él llamaba a la muerte, le ganara la partida. Hasta el último minuto estuvo grabando pero, como le digo, para entonces ya hablaba solo ruso. En las semanas anteriores a la última intervención quirúrgica, —de la que salió muy debilitado— de vez en cuando me contaba viejas historias, como la muerte de Rasputín, por ejemplo. También hablaba de cómo y cuándo llegó él a esta parte del mundo o cómo fue la vida de los rusos blancos una vez que escaparon de la revolución. En cambio, de lo que pasó antes de que estallara, se negaba a hablar.
He empezado a leer lo que dejó y supongo que a medida que avance entenderé más de qué va todo esto. De momento, lo que le puedo decir es que el señor Sednev se enorgullecía de ser lo que él llamaba un «testigo invisible». Ciego, sordo y sobre todo mudo, así le gustaba describirse. Tuvo una vida muy larga, ¿por qué no quiso contar antes su historia y con quién me confundía cuando murió? No lo sé todavía. Lo único que puedo decirle es que, en el prólogo de su historia, señala que los grandes secretos son como los hechizos, se desvanecen en cuanto uno los cuenta y este lo quería preservar solo para él. Ahora que ha muerto, en cambio, supongo que si me ha dejado todo este material será para que lo dé a conocer ¿No cree? Junto con estas líneas le incluyo una foto del diario del que le hablaba más arriba. Como podrá ver, tiene una inicial y un año en la tapa. Una M y 1918.
¿Le interesa que intentemos reconstruir esta historia?
Esperando su pronta respuesta y deseando sea positiva, la saluda muy atentamente,
MARÍA NICOLINI