CAPÍTULO XXXVIII

La Luna de los Nuevos Cervatillos estaba en su primer cuarto cuando Alin, Mar y Ban llegaron al río Varas y al hogar de la Tribu del Caballo. Los acompañaban Tane, Huth y Bror, a los que Cort y Russ habían ido a buscar antes de volver, algo tristes, a su nuevo hogar en la Tribu del Ciervo Rojo.

Alin experimentó una sensación que nunca había sentido cuando llegó a la playa entre altos peñascos y levantó los ojos hacia el gran despeñadero tachonado de cuevas y abrigos.

Era como si hubiera vuelto a casa.

—¡Alin! —El grito llegó de la primera terraza y cuando miró hacia arriba descubrió a Jes, suspendida frente a la cueva del chamán. Alin vio correr a Jes por la terraza hasta el sendero del despeñadero; luego corrió precipitadamente hasta llegar a la playa. Alin corrió también hacia ella y las dos muchachas se abrazaron gritando sus nombres.

Cuando al fin se separaron, ambas permanecieron mirándose.

—¿Y éste quién es? —preguntó Jes al fin, inclinándose sobre el hombro de Alin hacia el bebé, extrañamente silencioso en la mochila de su madre.

—Es Tardith —respondió Alin.

—¡Dhu! —exclamó Jes riendo—. Es el retrato en pequeño de Mar.

La voz de Tane se oyó detrás de Alin.

—Saludos, Jes. ¿Me recuerdas? Soy tu marido.

—Saludos, Tane —contestó ella satisfecha y riendo.

—A mí no me ha visto desde hace mucho tiempo —dijo Alin con una sonrisa. Luego se dirigió a Jes—: Tane me ha dicho que tienes un hijo.

—Sa. Es como su padre, exige constante atención.

Tane hizo una mueca de protesta.

—El mío también es así —rió Alin.

Mientras estaban allí reunidos, hablando, la playa se había ido llenando de gente. Poco a poco Alin se vio rodeada de mujeres y Mar de hombres. Alin miró de reojo rápidamente en dirección a Mar, antes de volverse hacia sus compañeras.

—Se pondrá bien —le dijo Tane al oído.

—Lo sé. Pero es que… —Suavizó el ceño.

—Lo sé —le contestó Tane.

Se miraron y luego se separaron.

—¡Alin! —la llamó Dara con el rostro iluminado de alegría—. ¡Qué alegría que hayas vuelto a casa!

—Sa —asintió Alin con la sonrisa otra vez en sus labios—. Da gusto estar aquí.

Fue en verdad como volver a casa subir con Mar hasta el abrigo en la primera terraza y ver las pieles de búfalo que tan bien conocía esparcidas por el suelo.

Instintivamente, Alin miró hacia el rincón y apretó los labios.

—Debemos tener otro perro —le dijo a Mar—. De otro modo siempre estaré buscando a Lugh.

—Podemos tener a Roc —señaló Mar con el rostro impasible—. Roc siempre te seguía, Alin.

Pero Alin no quería el perro para ella, lo quería para él.

—Roc es uno de los perros de caza —replicó—. Pertenece a la tribu. Necesitamos un perro para nosotros.

—Esta primavera han nacido cachorros —dijo Mar un minuto después—. Si quieres puedes coger uno de ellos.

—Bien —asintió Alin—. Iré a verlos por la mañana.

—¿Qué necesitas para el bebé? —preguntó Mar mirando a su alrededor.

—Nada por el momento. Está dormido. —Alin desató la mochila y acostó cuidadosamente a Tardith sobre una de las pieles de búfalo. No quería despertarlo. Quería centrar toda su atención en Mar.

—Aquí hace frío para él —estaba diciendo Mar—. Hay que encender el fuego.

Se dirigió al pequeño montón de troncos que había en una esquina y levantó uno con la mano derecha. Dobló el brazo izquierdo para amontonar algunos troncos y llevarlos hasta la hoguera. Alin vio cómo iniciaba el lento y doloroso proceso de levantar el brazo derecho, alzando el codo, para poner el tronco en el otro brazo. Vio cómo se le llenaba la frente de sudor por el esfuerzo.

Lo consiguió. Se inclinó a recoger otro tronco y comenzó de nuevo el penoso proceso.

Alin le dio la espalda. Mar no permitiría que le ayudara y ella no soportaba verle. Mar, cuya fuerza era legendaria entre los hombres de la tribu, esforzándose por levantar un pequeño tronco.

¿Qué sucedería si no podía levantar el brazo nunca más?

¿Cómo podía un hombre ser jefe, si no podía cazar?

Y si no podía cazar ni ser jefe, cómo podría Mar ser él mismo.

La pierna herida ya estaba completamente curada. Las heridas externas del brazo habían sanado. Pero el interior del brazo no era el mismo. Alin empezaba a temer que nunca volvería a serlo.

A ella no le importaba. Sólo le importaba el sufrimiento que le causaba verle herido, el sufrimiento de ver su esfuerzo, el sufrimiento de verle peor de lo que él creía estar. Pero ninguno de sus sentimientos hacia él cambiarían tanto si su brazo sanaba como si no.

No le hablaba de ello. Era asunto suyo.

Empezó a sacar las cosas que llevaba en la mochila, concentrándose en la labor para evitar mirarle. Luego, cuando finalmente hubo encendido el fuego, Alin alzó la vista.

—¿Sabes? —dijo sonriendo—, en cuanto llegamos a la playa tuve la extraña sensación de que había vuelto a casa.

Mar estaba contemplando con fijeza el fuego recién encendido, pero volvió la cabeza y la miró.

—¿Has tenido esa sensación? Yo creo que nunca volveré a estar en casa.

Un día después de su retorno, Mar se dirigió a la cueva donde dormían los perros y escogió uno de los cachorros recién nacidos. Cuando Alin le sugirió tener un nuevo perro, Mar se había avenido a ello, pero pensaba dejarle a ella la elección. Aquel cachorro sería el perro de ella. Él no podía pensar en tener otro perro que no fuera Lugh. Pero cuando estaban a punto de salir del abrigo, había aparecido Jes con algo que tenía que ver Alin y ella había insistido en que fuera solo.

No quiso confesarle que le iba a resultar muy penosa la elección del cachorro, así que había ido. Y encontró a Cam. O, para ser más precisos, Cam lo encontró a él. Apenas cruzó la entrada de la cueva, el cachorro fue hacia él, puso su traserillo encima de su dedo del pie y se lo quedó mirando.

Mar se inclinó. El cachorro le devolvió una inteligente mirada, sin emitir un sonido. Mar odiaba a los perros que no sabían permanecer en silencio. Se agachó y cogió al cachorro suavemente con la mano. La cola del perro empezó a menearse.

Cam era su perro.

Más adentrado el día, mientras los hombres habían salido a cazar, Mar cogió al cachorro y se lo llevó a pasear a la playa.

Estuvo un rato enseñando a Cam a responder a su llamada y luego se sentó sobre una gran roca en la que toda la tribu se sentaba, en un momento u otro, y contempló el río, medio cegado por la luz.

Empezaba a sentir un miedo mortal a no recuperar nunca el pleno uso del brazo derecho. Alin le decía que debía tener paciencia, pero se daba cuenta de que ella también temía que no lo recuperara nunca.

¿Qué clase de hombre sería sin su brazo derecho?

Oh, lo había recuperado en parte. Ya podía extenderlo casi del todo, pero no podía avanzar más. Lo había intentado una y otra vez, pero no podía.

Querer es poder. Su padre se lo dijo en cierta ocasión, cuando era pequeño y se quejaba de algo que no podía hacer.

Tan sólo palabras que se dicen a los muchachos. Palabras que repetiría a su hijo algún día, sin duda. Pero ya no era un muchachito y sabía que a veces no bastaba con querer.

Mar se inclinó, recogió una piedra con la mano derecha y pensó en intentar lanzarla al río. Entonces, despacio, concentrado, deslizó la piedra en la mano izquierda, echó el brazo hacia atrás y la lanzó.

La piedra dibujó un arco por encima de las aguas centelleantes y cayó dando un chasquido satisfactorio. Un pez saltó del agua cerca de donde la piedra había ido a parar, dibujó también un arco bajo el sol y se sumergió de nuevo en el río, sin el menor ruido.

Una señal, pensó Mar.

La piedra no había ido tan lejos como si la hubiera lanzado con el brazo derecho sano. Pero…

Maté a Gul arrojando la lanza con la mano izquierda, pensó. Todavía me queda un buen brazo izquierdo.

Eso es, pensó Mar. Lo que debo hacer es aprender por mí mismo a arrojar la lanza con la mano izquierda.

Mar se quedó a orillas del río lanzando piedras con la mano izquierda hasta que el sol comenzó a bajar por el cielo. Finalmente se volvió, miró a uno y otro lado de la playa y silbó. Una peluda bola de color marrón se dirigió corriendo hacia él cruzando la grava. Mar sonrió.

Era estupendo volver a tener un perro.

Alin esperó hasta el final de la Luna de los Nuevos Cervatillos.

—¿Cuándo nos casaremos? —le preguntó finalmente a Mar.

Él la miró sorprendido. Había estado jugando con Cam en el rincón del abrigo.

—¿Casarnos? —dijo con expresión vaga—. Me dijiste que nunca te casarías conmigo.

—Eso —convino Alin— era antes.

—Oh. —Su expresión vaga se incrementó.

Alin acabó de doblar los pañales de Tardith.

—Ahora que he venido a vivir con la Tribu del Caballo por mi voluntad, creo que deberíamos casarnos.

—¿Alin? —Su voz sonó un poco tensa—. No sé si volveré a utilizar este brazo.

—Lo sentiría por ti si fuera así —respondió Alin mirándolo—. Pero no veo qué tiene que ver con nosotros.

—Tú no quieres casarte con un hombre tullido.

Cam escuchó el nuevo tono en la voz de su amo, se levantó, emitió un suave gruñido e investigó la presencia de un enemigo.

—Tanto si puedes levantar el brazo como si no —replicó Alin—, quiero casarme contigo. Yo te amo a ti, no a tu brazo.

—No es tan sencillo —dijo Mar, y se volvió.

Na, se dijo Alin con tristeza. Para él no es tan sencillo.

—¡Ni siquiera podría danzar en los Fuegos —exclamó con fiereza—, si no puedo levantar el brazo!

—Puedes hacerlo bastante bien —repuso ella—. Es más importante lo que sucede después, y todavía puedes hacerlo estupendamente.

Alin se levantó y fue hacia él, que estaba de espaldas. Le rodeó la cintura con sus brazos y apoyó la mejilla en su espalda. Pudo sentir cómo tensaba los músculos al tocarlo.

—Mar —dijo y frotó suavemente la mejilla en la camisa de cuero que le cubría la espalda—. Aún con un brazo, eres mejor que cualquier otro hombre de la Tribu del Caballo. Y la tribu lo sabe. Y yo lo sé. Hasta Cam lo sabe. Es un perro para un jefe como nunca he conocido a otro y sabe que lo vas a conseguir.

Sintió la contracción de sus músculos y por una décima de segundo pensó que iba a apartarse de ella y salir por la puerta. Pero no lo hizo. Por el contrario, se volvió, la atrajo hacia sí y puso su boca sobre la de ella. Instantes después caían sobre las pieles de búfalo sobre las que Alin acababa de apilar cuidadosamente la ropa de Tardith.

Le hizo el amor, pero no le dijo nada acerca de casarse.

La Luna de los Nuevos Cervatillos dio paso en lo alto del cielo a la Luna del Nuevo Año. Mar tenía en Tane a su confidente y cada día se adentraban los dos en el bosque y Mar practicaba el lanzamiento de la lanza con la mano izquierda.

—No abandones el brazo derecho —le advirtió Tane—. Dice mi padre que también debes hacerlo trabajar. Ha celebrado todos los rituales y dice que ahora eres tú quien tiene que acabar el trabajo.

Y Mar hizo el trabajo día tras día. Poco a poco, al tiempo que lograba destreza con la mano izquierda, aumentaba también la movilidad del brazo derecho.

—Tienes tiempo —le decía Tane cuando veía que Mar se exigía hasta el límite de sus fuerzas.

Pero Mar sabía que el tiempo pasaba deprisa. Los nirum no habían expresado dudas sobre el derecho de Mar a ser el jefe, pero ¿hasta cuándo podía esperar que los hombres de la tribu pasaran por alto la ausencia del jefe liderando las cacerías? ¿Cuánto tiempo iba a pasar antes de que empezaran a decir en voz alta lo que debían pensar en sus corazones: es que Mar no volverá a poder utilizar plenamente su brazo derecho?

Durante la siguiente media luna la tribu se trasladaría a su campamento de verano, un lugar situado río arriba. Allí plantarían las tiendas y vivirían en ellas durante las tres lunas del verano, para volver a casa cuando el sol comenzara a ponerse por la tarde a una hora más temprana. Había buena caza en los alrededores del campamento de verano. En esa zona del territorio de caza de la tribu había bisontes, íbices y también antílopes.

De una u otra forma, Mar tomó la determinación de poder salir a cazar cuando llegara el momento de ir al campamento de verano.

Las mujeres de la tribu se dedicaron a hacer el equipaje para el tras lado al campamento de verano. Como Alin estaba comprobando, este traslado anual no era tarea fácil. Los hombres cargaban con las tiendas y las armas. Las mujeres eran las responsables del transporte de los equipos de dormir, los vestidos y los utensilios de cocina. Y alguien tenía que llevar también a los niños pequeños. Cargados con todos aquellos fardos que pesaban tanto como ellos, la tribu necesitaba cuatro días para llegar al campamento de verano.

Dos días antes de partir, después de cenar, Mar y Tane fueron a pasear juntos a la playa cuando un ciervo apareció entre ellos. Ambos llevaban consigo sus lanzas.

En circunstancias normales, la aparición de Mar y Tane con lanzas y un ciervo no hubiera llamado la atención. Pero no se trataba de circunstancias normales. Nadie en la tribu había visto a Mar con una lanza desde que había vuelto trayendo consigo a Alin y a Tardith. Había ocultado sus armas en el claro del bosque donde practicaba y nadie más que Tane le había visto con una lanza en la mano desde hacía muchas lunas.

—Un hombre no debe llevar una lanza a menos que pueda utilizarla —le había dicho Mar a Tane cuando su hermano adoptivo le había preguntado la razón de que fuera siempre desarmado. Y Tane había comprendido la profunda humillación que le provocaba a Mar su falta de habilidad y no había insistido más.

Pero en esta tarde dorada de la última mitad de la Luna del Año Nuevo, Mar llevaba la lanza mientras volvía de la playa y se dirigía a las cuevas del despeñadero que eran el hogar permanente de su tribu.

Melior y Bror se encontraban en la playa ante el despeñadero, enrollando redes de pesca. Levantaron la vista de su tarea, se detuvieron, apartaron las redes y se pusieron de pie.

Mar y Tane se detuvieron algo más lejos, y dejaron el cadáver del ciervo en la gravilla.

Melior y Bror se quedaron mirando el animal muerto.

—Bien —dijo Bror con deliberada espontaneidad—. Los perros tendrán más carne esta noche.

Miró al ciervo y luego a Mar, y arqueó las cejas como Mar.

Mar rió.

Todo va bien, pensó Bror profundamente aliviado. Contempló la luminosa sonrisa de su jefe, sus brillantes ojos azules. Le devolvió la sonrisa. Todo iba bien.

Los cuatro descuartizaron rápidamente el ciervo y Mar se llevó un pedazo de la pierna para la cena de Cam. Luego subió por el sendero del despeñadero y llegó a la terraza de su abrigo.

Se detuvo un instante ante las pieles echadas, recordó las tristes lunas del pasado invierno, cuando temía entrar allí, temía el vacío que le esperaba detrás de aquellas pieles echadas. Puso la mano en ellas e hizo otra pausa, prolongando deliberadamente el momento, saboreándolo.

Cam lo miró con expresión interrogante y emitió un breve ladrido. Tenía hambre, Mar llevaba su cena y no podía entender su demora. Mar sonrió, apartó las pieles y entró.

Tardith estaba acostado sobre las pieles de búfalo frente a la hoguera con el trasero levantado mientras intentaba alzarse sobre las rodillas. Últimamente esto se había convertido en una ocupación que requería gran cantidad de tiempo y de atención por parte de Tardith.

Alin estaba arrodillada delante de un rollo de ropa, frunciendo el ceño. Apenas miró a Mar cuando éste entró.

—No comprendo cómo Mada puede enrollar y empaquetar tan bien tanta ropa —le dijo malhumoradamente mientras tiraba enfadada de una cinta de cuero—. Cada vez que la ato por un sitio, sale por el otro lado.

—Mada ha estado empaquetando cosas para el campamento de verano desde antes de que tú vinieras al mundo —respondió Mar. Lanzó el pedazo de carne a un rincón para Cam y se volvió hacia Alin—. Déjalo. A mí me parece que está bien.

—Tú no vas a tener que cargar con esto —replicó ella más malhumorada que antes. Se sentó de cuclillas y lo miró. Mar observó que cambiaba de expresión—. ¿Qué sucede? —le preguntó casi sin aliento.

Mar apenas podía contener la corriente de alegría que inundaba todo su cuerpo.

—¿Por qué crees que ha sucedido algo? —preguntó, intentando parecer indiferente y melancólico.

—Pareces… iluminado —respondió ella.

Mar no contestó, pero se acercó a mirar el envoltorio. Estaba mal hecho.

—No te preocupes, Alin, yo te lo llevaré —dijo. Ella no contestó. Mar miró su rostro vuelto hacia arriba y añadió—: He estado aquí fuera, antes de entrar esta noche, recordando el terror que me daba entrar en el abrigo cuando me abandonaste. Encontraba cualquier excusa antes de tener que volver.

Alin se levantó muy despacio, hasta que quedó frente a él.

—Mar, si no me cuentas lo que ha sucedido, te daré un golpe con este horrible envoltorio.

Mar sonrió.

—He estado aprendiendo a arrojar la lanza con la mano izquierda. Alin —le dijo lleno de alegría—. Es lo que he estado haciendo desde hace casi dos lunas.

Alin abrió los labios ligeramente y sus grandes ojos se iluminaron.

Nadie más en el mundo tenía unos ojos como los de Alin.

—Sabía que no te darías por vencido —dijo ella.

—Tane me ha ayudado. Hemos trabajado todos los días. Y hoy —sonrió de nuevo—, hoy he matado un ciervo.

La expresión de su rostro… Era tan hermosa la expresión de su rostro.

—Oh, Mar —exclamó.

Mar se sintió como si fuera el jefe de todas las tribus del Clan a la vez.

—¿Has matado el ciervo con la mano izquierda?

La alegría era tan intensa que sintió vértigo.

—La semana pasada maté un ciervo con la mano izquierda —dijo—. Hoy, Alin, he arrojado la lanza con la derecha.

Los ojos de Alin eran enormes.

—Mira —añadió él levantando el brazo derecho por encima de su cabeza.

Todavía le costaba un esfuerzo. Intentó que pareciera fácil, pero se le llenó de sudor la frente y la espalda, entre los omóplatos. No podía mantenerlo en alto mucho rato. Pero lo haría. Hoy, cuando había arrojado la lanza y el ciervo había caído, supo en su interior que el brazo volvería a ser el mismo.

Alin le estaba sonriendo.

—Ahora eres tú la que parece iluminada —dijo él.

—Debería enfadarme contigo porque no me has dicho nada. Pero soy demasiado feliz para enfadarme —confesó ella con voz trémula. Dio unos pasos y se echó en sus brazos.

—Quería darte una sorpresa —explicó Mar—. Quería que me miraras como lo acabas de hacer. Por eso he estado trabajando las últimas lunas. Por esta expresión en tu rostro.

Alin apretó los brazos alrededor de su cintura. Dijo algo en su hombro que Mar no pudo entender. No importaba. Sabía lo que quería decir.

—¿Me has oído? —preguntó ella, apartando la cara de él y alzando la mirada.

—Na. —La miró un poco sorprendido.

—Quisiera saber cuándo nos casaremos.

La miró más sorprendido.

—Cuando tú quieras —repuso—. Mañana.

—Bien. —Sonrió ante la expresión de su rostro—. Es costumbre de tu tribu que los hombres y las mujeres no vivan juntos si no están casados —explicó—. Y creo que si el jefe no sigue las costumbres de la tribu, entonces no puede esperar que el resto de la tribu lo haga.

—Es cierto —convino Mar. Cogió el rostro de Alin con ambas manos, con los pulgares bajo la barbilla—. ¿Es que te ha preocupado esto? —preguntó suavemente.

—No me ha preocupado. Pero… lo he pensado —dijo.

—Nos casaremos mañana.

—Será estupendo —sonrió ella.

Mar rozó su boca con los pulgares.

—¿Sabes lo que deseo ahora? —preguntó.

—¿Qué? —preguntó Alin con los ojos chispeantes.

Mar miró a un lado, hacia la piel de búfalo donde Tardith estaba acostado. El niño dormía, agotado de todos sus esfuerzos. Volvió a mirar a Alin.

—Imagínatelo —dijo en voz baja.

—¿Tienes hambre? —preguntó Alin con aires de inocencia—. Te he preparado la cena.

—Estoy hambriento —replicó él—. De hecho estoy muy hambriento. Pero no tengo ganas de cenar.

Alin alzó las manos, las deslizó bajo la camisa de Mar y acarició la piel desnuda de su espalda.

—Estupendo —exclamó con gran satisfacción.

Mar finalmente cenó, Alin dio de comer a Tardith y luego ataron el envoltorio con cierta pulcritud.

Se introdujeron en las pieles de dormir y Mar acercó el cuerpo de Alin a la curva que formaba el suyo. Cerró los ojos. Había sido un día que no olvidaría, pero estaba cansado.

—¿Mar? —llamó ella con voz queda, casi un murmullo.

—¿Sa? —respondió él sin abrir los ojos.

—Si un día tenemos una hija, ¿la llevarás en los hombros? —preguntó—. ¿Como hiciste con Ware aquel día en la playa?

Mar abrió los ojos, inclinó la cabeza y rozó con los labios la cabeza castaña de Alin que se apoyaba en su hombro.

—Sa —contestó—. Lo haré. —Sonrió—. Y hasta le enseñaré a cazar.

—Oh, eso no será necesario —oyó replicar a Alin con voz risueña—. Tendrá una madre que podrá hacerlo.