Cuando llegó la luz de la mañana, Mar estaba caliente. Pero abrió los ojos y reconoció a Alin.
—¿Mi brazo? —fue lo primero que le dijo—. No puedo mover el brazo.
—Te pondrás bien —repuso Alin sonriendo—. Debes darle tiempo a sanar. Descansa y recupera las fuerzas.
Mar frunció el ceño y miró a su alrededor, como para determinar dónde estaba. Vio a Ban y sus ojos azules se detuvieron en el rostro del muchacho.
—Eres Ban —dijo.
El muchacho se acercó unos pasos y sus ojos oscuros y graves miraron a Mar.
—Sa —contestó—. Soy Ban.
—Gracias, te debo la vida —le agradeció con gran dignidad pese a estar manchado de sangre, febril y acostado.
Ban inclinó la cabeza oscura y esbelta.
—Bebe un poco de agua, Mar. Estás caliente —dijo Alin en voz baja.
Mar la miró y asintió. Cort se adelantó con la bolsa de agua y lo ayudó a beber.
—Estoy tan cansado —dijo Mar cuando pudo tragar un poco del líquido que le ofrecía, después de derramar la mitad en el intento. Frunció el ceño, confundido y frustrado—. ¿Dónde estamos? ¿Qué ha sucedido?
—No ha sucedido nada —respondió Alin con firmeza—. No te inquietes. Estás a salvo. Estamos a salvo. Si estás cansado, duerme.
—¿Dónde está el niño? —le preguntó, mirando a su alrededor como si buscara algo.
—Está a salvo con Mela. No te preocupes por Tardith. No te preocupes por nada. Solamente descansa, Mar. Descansa y ponte bueno.
Alin comprendió que deseaba hacerle más preguntas pero se encontraba demasiado débil para hacerlas. Un minuto después cerró los ojos y se quedó dormido.
Hacia la caída de la noche, aumentó la fiebre. Alin se sentó a su lado sosteniendo su mano sana, demasiado exhausta hasta para pensar. Permaneció allí sentada, con los ojos clavados en el rostro de Mar iluminado por las llamas de la hoguera que habían encendido para mantener la cueva.
Tenía los cabellos sucios y manchados de sangre. Debió de pasarse la mano por ellos, pensó Alin. No tenía ninguna herida en la cabeza. Se había afeitado aquella mañana antes de salir a cazar ciervos, pero ahora sus mejillas y el mentón estaban cubiertos de una capa dorada. Permanecía inmóvil, pero de vez en cuando sacudía la cabeza inquieto, como si tuviera un mal sueño, y a veces hablaba.
—Lugh —dijo en una ocasión, muy claro. Y por primera vez desde que estaba allí acostado, tan enfermo y malherido, Alin sintió cómo las lágrimas brotaban de sus ojos.
—¿Cómo está, Alin? —preguntó Cort suavemente, sentándose en cuclillas junto a ella.
—Creo que se pondrá bien, Cort —contestó secándose las lágrimas. Su voz le sonó tan extraña que se aclaró la garganta—. Está muy enfermo, pero he visto hombres más enfermos que Mar que han vivido. Y Mar es muy fuerte. Si no empeora, se pondrá bien.
—Eres tan buena como Huth, Alin —le dijo Cort.
Alin sonrió débilmente y movió la cabeza.
—Me estaba preguntando cuánto tiempo vamos a poderlo mantener aquí a salvo —añadió Cort—. Los hombres de la tribu habrán encontrado a Jus. La Reina se habrá enterado de lo que ha sucedido. Vendrán a buscarnos, ¿no crees?
Alin volvió la cabeza y vio la preocupación que se reflejaba en los ojos de Cort.
—Si Mar mejora durante la mañana, volveré a la Tribu del Ciervo Rojo. Iré a buscar a Tardith y hablaré con la Reina.
—Yo te acompañaré —oyeron que decía Ban, tras ellos.
Alin miró por encima del hombro al hombre que había salvado a Mar por ella.
—Sa —repuso—. Deberías acompañarme. Debes presentarte ante la Reina.
Ban asintió con una expresión grave en los ojos.
—Alin… —dijo Cort—. ¿Verás a Elen?
—Veré a Elen —sonrió Alin.
—Dile que tengo que quedarme aquí con Mar por ahora. No se encuentra lo suficientemente bien para que los hombres de su tribu lo dejen solo.
—Se lo diré.
—Elen lo entenderá. Siempre ha admirado a Mar.
Alin asintió pero no contestó.
Durante la mañana, Mar estuvo a ratos dormido y a ratos despierto y al parecer la fiebre le había bajado un poco. Alin decidió volver al poblado del Ciervo Rojo. Le dolían mucho los pechos, que continuamente le habían estado recordando que necesitaba al bebé.
La cueva en la que habían ocultado a Mar estaba templada y seca. Podría cuidar de Tardith allí. Lo traería, así como también sus cosas, y jamás en su vida volvería al lugar donde vivía su madre.
—Ban —dijo más avanzado el día al muchacho que caminaba ligero junto a ella por el bosque—. Creo que serías bien recibido en la Tribu del Caballo.
—¿Vas a volver allí?
—Sí. Ya lo sabías.
—Sa —repuso suspirando quedamente.
Avanzaban apresuradamente por el sendero de los ciervos y la luz del sol se filtraba entre los árboles.
—La Reina estará furiosa contigo —dijo Alin cuando hubieron pasado unos minutos.
—Cierto, estará muy furiosa conmigo —asintió el muchacho. Por su voz Alin se dio cuenta de que el muchacho estaba sonriendo.
—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó, acortando el paso para poder mirarlo—. ¿Lo hiciste por mí, Ban?
—Por ti y también por otra razón.
—¿Sa? —inquirió Alin animándolo.
Un rayo de sol cayó sobre los cabellos castaños de Ban a través de una abertura en los árboles. Parecía un ciervo, pensó Alin al mirarle, tan esbelto, tostado y grácil mientras se deslizaba por el bosque.
—Alin, ¿recuerdas cuando me hablaste este invierno de la cueva con pinturas de los hombres del Caballo y las ceremonias de caza que celebran los hombres de la tribu?
—Sa —repuso Alin—. Lo recuerdo.
—¿Y recuerdas que los hombres del Caballo que ahora habitan con nosotros celebraron también una ceremonia? Se celebró en la misma cueva en la que ahora yace Mar.
—Sa, me lo dijo Cort.
—Yo participé en la ceremonia —confesó Ban—. Fue… me hizo sentir… —Sus cejas se unieron ligeramente mientras buscaba la palabra apropiada—. Importante —añadió.
—Está bien que un cazador hable a sus dioses —dijo Alin suavemente mirándolo.
—Sa —repuso Ban con voz anhelante—. Yo no critico la Ley de la Madre, Alin. Nunca lo he hecho. Pero existen otros dioses además de la Madre y los hemos olvidado en la Tribu del Ciervo Rojo.
—Es cierto. —Alin le dirigió una sonrisa—. Existen cosas sagradas para las mujeres y cosas sagradas para los hombres. Y todas deben ser respetadas por todos.
—¿Es así en la Tribu del Caballo?
—Así será —contestó Alin.
—Creo que iré contigo —dijo Ban—. Para mí será un honor unirme a una tribu como ésta.
En el poblado del Ciervo Rojo todo parecía tranquilo cuando Alin y Ban ascendieron por el sendero del río aquella mañana soleada. Las muchachas que estaban curtiendo pieles delante de la cueva de las mujeres los vieron primero. Algunos de los niños que jugaban frente a las chozas los espiaron y gritaron:
—¡Es Alin! ¡Es Alin!
Al oír sus gritos, cinco hombres se asomaron en la cueva de los hombres y se quedaron mirando a los recién llegados.
—Primero iremos a ver a la Reina —le dijo Alin a Ban.
Ban asintió y hacia allí se dirigieron sin hacer caso de la expectación que su repentina aparición había ocasionado.
Lana se encontraba ante la puerta de su choza cuando ellos se aproximaron; obviamente también había oído los gritos de los niños. Con el rostro impasible, contempló a Alin y a Ban mientras ellos se acercaban.
—Bien —dijo cuando se detuvieron. Sus ojos llameaban cuando los clavó en Alin y luego en Ban—. Has vuelto —añadió, dirigiéndose al muchacho.
—He vuelto con Alin, Reina —contestó Ban con gentileza. Aquella gentileza era engañosa, pensó Alin, contemplando el rostro de finos rasgos del muchacho mientras respondía a Lana con soberbia compostura.
—Has desobedecido mis deseos —le dijo Lana.
—No estaba enterado de tus deseos, Reina —replicó Ban—. Vi a Jus atacando a un hombre desarmado. Yo no creí que esto lo hacían los hombres del Ciervo Rojo.
—Jus te dijo que estaba actuando bajo mis órdenes —repuso Lana entrecerrando los ojos.
—Sa —asintió Ban—. Lo hizo.
—¿No lo creíste, Ban?
—Sa. —Ban bajó la voz—. Lo creí.
Se miraron en silencio.
—Ahora vete —le ordenó Lana—. Tengo que hablar con Alin.
Ban miró a Alin y ella le dirigió una débil sonrisa.
—Espérame —dijo.
Ban se retiró.
—Entra en la choza —ordenó Lana, volviéndose para abrir las pieles. Alin la siguió—. Supongo que está vivo —dijo en cuanto estuvieron en el interior. Luego se miraron, cara a cara. Alin le llevaba una cabeza a su madre, pero la falta de altura nunca había sido causa de pérdida de autoridad por parte de la Reina.
—Todavía está vivo.
—Lo siento mucho. —La voz de Lana era fría y sin expresión. La choza también estaba demasiado fría, cosa rara porque a la Reina le gustaba mucho el calor.
—He venido a buscar a mi hijo —dijo Alin, con la sensación de que el corazón era una piedra dentro de su pecho—. Volveremos a la Tribu del Caballo, Madre. Aunque Mar muriera, yo volvería a la Tribu del Caballo. Me perdiste para siempre cuando enviaste a Gul y a Jus a esa misión asesina.
—Ya te había perdido antes —replicó Lana—. Tenía la esperanza de que si ese hombre moría, tú volverías a tu verdadera vocación.
—Su nombre —la voz de Alin era tan dura y fría como la de Lana— es Mar.
Quedaron en silencio.
—Vete, Alin. —De pronto Lana parecía mucho más vieja—. Tu hombre estará a salvo. Comprendo que te he perdido. Coge a tu niño y vete. —Cruzó los brazos sobre el pecho y apartó la mirada de Alin clavándola en las cenizas del fuego.
Ante esta despedida, Alin de pronto se sintió extrañamente reacia a marcharse. Por alguna razón que no podía comprender, su furia se había disipado desde el momento en que su madre le había dicho que Mar estaba a salvo.
—¿Por qué lo hiciste, Madre? —preguntó confundida—. No es propio de ti recurrir a la violencia.
—Como ya te he dicho, deseaba que te quedaras en la tribu.
—Si yo me hubiera sacrificado voluntariamente, si hubiera echado a Mar, habría sido digna de ser Reina. Pero de este modo no. La Madre no me hubiera querido como Reina a la fuerza sobre el cuerpo muerto de mi hombre. No hubiera sido bueno para la tribu. —Alin, que movía la cabeza al hablar, dejó de hacerlo y frunció el ceño confusa—. ¿Es que no lo sabes, Madre? ¿Es que tú y todo el poblado no lo sabéis?
Lana suspiró, descruzó los brazos, se llevó las manos a los ojos y se los frotó como si le quemaran. Por primera vez Alin observó lo pequeña que era su madre.
—Quizá sí —repuso Lana.
Alin miró fijamente el rostro protegido de su madre.
—¿Por qué, entonces?
Lana dejó caer las manos que quedaron colgando con las palmas abiertas a ambos lados del cuerpo. Levantó la barbilla y miró a Alin.
—De todos mis hijos, Alin, el único que ha estado a mi lado eres tú. Piensa en lo que sientes por Tardith, Alin, y quizá comprendas lo que significó para mí poder tener por fin a un hijo a mi lado. Todo el amor que no les he dado a los otros, te lo he dado a ti. —Hizo un gesto con las manos abiertas, un gesto extraño, vulnerable, que rompía el corazón—. No me resignaba a perderte, Alin. Por esta razón envié a Jus a matar a Mar.
La choza quedó en silencio. Alin sintió un nudo en la garganta.
—Lo siento, Madre —logró decir al fin—. Éste no es el camino que creíamos iban a seguir nuestras vidas. Pero creo que es la voluntad de la Madre Tierra que yo vaya a la Tribu del Caballo. Hay otras muchachas en la Tribu del Ciervo Rojo dignas de ser Reinas después de ti. En la Tribu del Caballo no hay ninguna que pueda ocupar mi lugar. Éste ha sido el mensaje que Jes me ha enviado, y Jes no mentiría nunca.
—No —dijo Lana lentamente—. Supongo que no.
Alin hizo un esfuerzo para seguir hablando.
—No hay mucha distancia entre la Tribu del Caballo y la Tribu del Ciervo Rojo, Madre.
Lana levantó la vista sorprendida.
—No, no la hay —dijo muy despacio.
—Mar no es rencoroso —añadió Alin.
—¿Se pondrá bien?
Alin pensó en su brazo herido y rechazó la posibilidad de que no lo recuperara.
—Se pondrá bien —aseguró.
Lana hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
Alin se quedó mirando durante unos instantes el rostro de su madre.
—Tienes el corazón de un jefe, Madre —dijo tras lanzar un suspiro—. Yo no soy como tú.
—Lo eres —afirmó Lana, con la misma intensidad con la que Alin había hablado antes—. Es que tu camino no es el mío, Alin. —Sonrió por primera vez—. Creo que la Tribu del Caballo no será la misma desde tu llegada.
—No, no lo será —convino Alin devolviéndole la sonrisa. Adelantó un paso y un instante después madre e hija se fundían en un abrazo.
Fue Lana quien deshizo primero el abrazo.
—Ve a buscar a tu hijo y vete.
—Ban va a venir también —dijo Alin un poco insegura.
—Me lo imagino.
Alin se dirigió a la puerta, se detuvo y se dio vuelta.
—¿A quién elegirás en mi lugar? —preguntó a su madre con curiosidad.
—No lo sé todavía —replicó Lana—. Tengo a varias muchachas en la cabeza. Ya veremos.
Alin esbozó una sonrisa. Era una buena señal, pensó, que Lana hubiera pensado en varias muchachas. Con gesto decidido, puso la mano en las pieles, las echó a un lado y salió al sol.
Alin se detuvo a ver a Elen antes de recoger a Tardith.
—Cort está con Mar —dijo Alin—. Estoy segura de que ya te lo imaginabas.
—Sa. —Elen sonrió y se arregló un poco su vestido de pieles. Había engordado. Alin observó maravillada su hermosura, considerando lo cerca que estaba de dar a luz—. Cuando oí la historia de Jus y Gul, supe dónde estaría Cort.
—Temíamos que Mar estuviera todavía en peligro —explicó Alin—. He hablado con la Reina y ya sé que no lo está. Te enviaré de vuelta a Cort, Elen. Debes de echarle de menos.
—Es bueno conmigo —dijo Elen asintiendo—. Ahora soy incapaz de ir de acá para allá, como hacía antes. —Miró a Alin con expresión triste—. Lo recuerdas, ¿verdad?
—Sigues siendo hermosa —dijo Alin sinceramente.
—Pero quiero acabar ya —repuso Elen—. La última media luna la he pasado deseando acabar ya.
—Lo recuerdo —dijo Alin riendo.
—¿Entonces vuelves a la Tribu del Caballo? —preguntó Elen.
—Sa.
—¿Con Mar?
—Con Mar.
—No me sorprende.
—¿Nunca has echado de menos lo que has perdido al quedarte, Elen? —preguntó Alin con curiosidad.
Sin dudarlo, Elen sacudió su cabeza pelirroja.
—Fueron divertidos los días que pasamos en la Tribu del Caballo. Pero éste es mi hogar —repuso—. Es mi mundo.
—Adiós —se despidió Alin suavemente.
—Adiós —repitió Elen con una sonrisa—. Dale mis saludos a Mar.
Alin apartó las pieles y salió.
Tor la estaba esperando cuando salió de la choza de Mela con Tardith en la mochila. Llevaba en la mano la lanza y la lanzadera.
—Te acompañaré para que tú y el bebé lleguéis a salvo —dijo.
—Ban viene conmigo.
—Lo sé. Pero será mejor si somos dos. Cuando llegues a la cueva ya habrá oscurecido.
—Me gustará tenerte a mi lado —dijo Alin con una sonrisa.
—¡Papá! —Un muchachito de unos tres años corría hacia ellos sobre el duro y compacto barro del claro—. ¿Adónde vas? —preguntó deteniéndose ante Tor y levantando los brazos. Sus grandes ojos castaños brillaban.
El hombre rió, se inclinó, levantó al niño y se lo sentó en los hombros.
—Tengo algo que hacer con Alin, pececito.
—¿Puedo ir?
—Na. Pero puedes acompañarme hasta el río. Luego vuelve con tu madre.
—Está bien —dijo el niño, enfadado pero obediente. Gritó de alegría cuando su padre empezó a caminar rápidamente y le agarró por los cabellos con las manos para mantenerse en equilibrio.
Alin permaneció inmóvil un instante contemplando a su padre y a su hermanastro bajar trotando hacia el río. Sintió una punzada de dolor en su corazón porque ella había crecido sin la compañía de su padre. Entonces tuvo un sentimiento de culpabilidad por haber sentido ese dolor, ella que había tenido todo el amor de Lana. Alzó la mochila en la que llevaba a Tardith, se la colocó un poco más alta entre los hombros y empezó a caminar tras Tor y su hijo.