CAPÍTULO XXXV

Lana se despertó la mañana después de los Fuegos de Primavera con Jus durmiendo todavía profundamente a su lado. La noche anterior había estado bien, pensó. No había celebrado los Sagrados Esponsales, pero había estado bien. La Reina se estiró con la perezosa satisfacción de un gato al que tanto se parecía, luego volvió a echarse otra vez y contempló pensativamente la musculosa espalda del hombre que yacía a su lado.

Jus era el instrumento que Lana había elegido para llevar a cabo la eliminación de Mar. Era un hombre fuerte y un buen cazador. Y fiel a Lana. Haría lo que le dijera, sin hacer preguntas.

Tor también era un excelente cazador, mejor aún que Jus, a decir verdad. Y él también adoraba a Lana. Pero haría preguntas.

Tor sentía tal ternura por Alin que podría desbaratar sus planes. Lo mejor sería mantener a Tor fuera de juego cuando Jus fuera a cumplir sus órdenes, pensó Lana. Se estiró de nuevo y sintió una renovada energía en el cuerpo, como siempre le sucedía después de la ardorosa cópula de los Fuegos.

Contempló una vez más la silueta recostada de Jus. Los hombres siempre quedaban algo aletargados después de los Fuegos, pensó con una brizna de satisfacción. En cambio Lana siempre se sentía renovada.

Tor nunca quedaba aletargado.

Tor era de la misma raza que ese jefe del Caballo, pensó ahora Lana. Esos hombres son atractivos. Atractivos y peligrosos.

Lana ya había visto el peligro y había sido lo bastante fuerte para alejarlo.

No es propio de la reina complacerse en las satisfacciones domésticas de las demás mujeres. No podía gobernar la tribu y ser una esposa. Y ésta era la regla fundamental del matriarcado de la Tribu del Ciervo Rojo. La Reina debía permanecer sola.

Alin lo sabía, pero al parecer lo había olvidado.

No era culpa de Alin, se dijo Lana, defendiendo a su hija de cualquier pensamiento crítico. Alin había sido raptada. Y mientras permaneció alejada de ella, había caído bajo el dominio de ese hombre.

Ese hombre.

Lana se quedó mirando con los ojos entrecerrados un rayo de sol que entraba a través de las pieles de la ventana que no estaban del todo echadas y pensó en Mar. Se había llevado lejos a Alin, pensó amargamente. Y Alin había caído en sus redes.

Lana lo constató la noche anterior, aunque ya lo sospechaba. La noche pasada había comprobado que su hija sería incapaz de echar a ese hombre. Alin se hallaba indefensa, atrapada en sus propios deseos.

Lana tendría que actuar por ella.

Jus comenzó a revolverse.

Bien, pensó Lana. Cuanto antes se cumplieran sus planes, mejor sería para la tribu.

Al día siguiente de los Fuegos de Primavera, Jus propuso a los hombres de su tribu organizar una gran cacería de ciervos para impresionar a Mar.

—Enseñaremos a este hijo de hijo lo excelentes cazadores que son los hijos de madres —les dijo a todos, reunidos en la cueva de los hombres, aquella tarde—. Esos hombres del Caballo creen que porque no pintamos escenas de caza en nuestra cueva no cazamos tanto como ellos. Organicemos una cacería en el Lago de la Piedra y enseñémosle cómo una tribu que caza con lanzas y no con pinturas, puede conseguir mucha carne para sus hogueras.

Los hombres del Ciervo Rojo aplaudieron con entusiasmo y se dispuso la cacería para el día siguiente.

Alin se sorprendió cuando se enteró de que se había organizado una cacería tan apresuradamente, pero no sospechó ningún peligro.

—Hablaré con mi madre mientras estés fuera —le dijo a Mar—. Le diré que cogeré a Tardith y volveré contigo a la Tribu del Caballo. —Alin estaba pálida y tensa, pero su voz era firme—. Será mejor que no estés cerca cuando se lo diga, Mar. Debe tener la oportunidad de llegar a un acuerdo.

Pero Cort sí sospechaba.

—Los hombres del Caballo te cubriremos las espaldas —le dijo a Mar con tristeza cuando comentaron la invitación—. Esta cacería se ha organizado con demasiadas prisas. No me fío.

—Ves sombras donde no las hay, Cort —contestó Mar de buen humor. Estaba tan lleno de felicidad desde que Alin había tomado la decisión, que no hubiera reconocido una sombra aunque hubiera cubierto el sol—. Es una tribu pacífica —siguió diciendo—. Recuerda cómo se horrorizaron las muchachas cuando les dijimos que mataríamos a cualquiera que invadiera nuestros territorios de caza. No es una tribu que levante la mano contra nadie aunque necesiten la caza para vivir.

Sin embargo Cort siguió sin quedar convencido, y él y los cinco hombres del Caballo decidieron mantenerse lo más cerca posible de Mar durante el transcurso del día.

Los cazadores salieron a primera hora de la mañana, entonando un canto de caza al tiempo que marchaban. No hubo ningún preparativo más. Mar, al igual que el resto de los hombres del Caballo, se sorprendió por la falta de reverencia mostrada a los dioses de los animales que habían salido a cazar.

La mayoría de los hombres iniciados de la tribu había salido de caza. Sólo Tor y otro hombre se quedaron a instancias de Lana, con el pretexto de hacer alguna tarea para ella.

El destino era un pequeño lago situado en un largo y suave declive montañoso, a una mañana de camino del habitáculo de la Tribu del Ciervo Rojo. En uno de los extremos del lago se elevaba una montaña cubierta de prados, ahora llena de flores silvestres y de la hierba nutritiva de principios de la primavera. Más allá de los prados, el suelo descendía escalonadamente y formaba una garganta.

Cuando la partida de caza apareció en el lago, vieron una gran manada de ciervos pastando en la hierba.

Mar y los hombres del Caballo miraron a Jus para ver qué dirección tomaba.

—El Lago de la Piedra es un buen sitio para cazar ciervos —dijo a Mar el jefe de la partida—. ¿Ves cómo el lago y la ladera escalonada de la colina forman una trampa? —Mar asintió—. Formaremos una hilera de hombres a ambos lados del campo abierto —siguió diciendo Jus—, y conduciremos a los ciervos de un lado a otro entre las dos hileras hasta que hayamos matado tantos ciervos como podamos cargar.

Los hombres del Ciervo Rojo lo dispusieron todo rápidamente. Le pareció a Mar que aquél era un lugar al que iban a cazar con frecuencia. Él y los hombres del Caballo fueron con el grupo de Jus, hacia el este de la colina. Formaron una línea en ángulo recto con el lago y se dispusieron por todo el camino que llevaba hasta el lugar donde la colina descendía escalonadamente.

Al otro lado, la otra mitad de la partida de caza estaba esperando para hacer lo mismo. Como el viento soplaba de oeste a este, los ciervos olfatearían primero a los hombres que formaban la hilera oeste y por eso esperaban hasta estar seguros de que los hombres ya habían tomado posiciones en el este, antes de hacer ellos lo mismo. No importaba mucho que los ciervos los vieran, lo que importaba era que su olor provocara la estampida.

Detrás del grupo de Jus había una franja de pino y, más allá de los pinos, la montaña se elevaba suavemente.

En cuanto el grupo de Jus hubo tomado posiciones, el resto de los hombres comenzó a correr para formar la hilera opuesta.

Los ciervos los olieron casi de inmediato y echaron a correr hacia los pinos para ponerse a salvo.

Los cazadores, que se habían agazapado en la hierba ante la franja de árboles, se levantaron y arrojaron una lluvia de lanzas y flechas a los animales que huían, haciendo que giraran hacia la otra dirección. Mientras tanto, la hilera opuesta de cazadores había tomado posiciones y cuando los ciervos llegaron a su altura, arrojaron más lanzas y flechas contra la asustada manada, cayendo más animales. Los ciervos, aterrorizados, giraron en redondo y la estampida volvió otra vez hacia el primer grupo de cazadores.

Algunos ciervos se arrojaron al lago y nadaron para ponerse a salvo. El resto fueron conducidos tres veces más de un lado a otro de los cazadores antes de que los supervivientes lograran romper la fila humana y escapar.

Mar quedó impresionado por la eficacia de los cazadores del Ciervo Rojo. Aunque su ley fuera diferente, no podía negarse que aquellos hombres eran hábiles cazadores. Los hombres del Caballo no hubieran podido utilizar mejor la geografía del lago, como tampoco hubieran sido más efectivos con sus armas.

Se lo comentó a Jus, que pareció acoger muy complacido sus palabras.

—Somos una tribu muy numerosa —le dijo a Mar—. Tenemos muchas bocas que alimentar. Hemos aprendido a cazar con la cabeza además de con las manos.

Los hombres empezaban a descuartizar los ciervos muertos cuando Jus puso una mano en el brazo de Mar y lo invitó a ir a visitar una pequeña cueva, situada precisamente en la ladera de la montaña.

—Allí hay algunas pinturas —señaló Jus—. Quizá puedas decirme su significado.

Mar no pudo rechazar la invitación. Rechazarla hubiera sido un insulto grave. Aceptó con agrado y fue al lago a limpiarse la sangre que tenía en las manos y en los brazos. Luego cogió la lanza y la lanzadera.

—No vas a necesitar la lanza —le dijo Jus.

—En mi tribu es costumbre no aventurarse nunca sin llevar una lanza —replicó Mar con la misma voz agradable que había utilizado para aceptar la invitación.

Mientras los dos hombres se miraban el uno al otro, apareció Cort.

—¿Adónde vas, Mar? —preguntó a su antiguo jefe, ignorando a Jus.

Mar se lo dijo.

—Yo también voy —repuso Cort inmediatamente.

Jus frunció sus espesas cejas.

—Te necesitan con los ciervos —le dijo a Cort.

—Acompañaré a Mar —insistió Cort apretando las mandíbulas.

—Ya no estás bajo el dominio del jefe de la Tribu del Caballo —afirmó Jus frunciendo más las cejas sobre el puente de la nariz—. Has escogido unirte a la tribu de tu esposa. Yo soy el jefe de esta partida de caza y te ordeno que te quedes a ayudar a descuartizar los ciervos. Debemos volver a casa mañana y no hay tiempo que perder.

Cort abrió la boca para protestar pero Mar lo interrumpió.

—Tiene razón, Cort. Yo diría lo mismo si estuviera en su lugar.

Cort miró furioso a su antiguo jefe. Pero el rostro de Mar tenía una expresión grave.

—Elegiste libremente venir a esta tribu —añadió—. Debes seguir las órdenes del jefe.

Como parecía que Cort iba a seguir protestando, Mar movió la cabeza negativamente.

Preocupado y a regañadientes, Cort volvió con los demás.

Mar y Jus abandonaron juntos el prado y se encaminaron hacia los pinos situados en el lado este. Ambos llevaban su lanza en la mano derecha.

—La cueva está a mitad de subida de la colina —dijo Jus cuando llegaron al lugar donde la montaña ascendía escalonadamente—. Como puedes ver, es un sendero que utilizan los íbices. Iré yo primero y tú puedes seguirme.

Mar asintió y cuando Jus comenzó a ascender por el sendero de las cabras, lo siguió.

La cueva se abría en la roca de la montaña en un lugar donde el suelo se nivelaba. Su abertura era demasiado baja para que Mar pudiera entrar sin agachar la cabeza.

—Las pinturas son de animales —comentó Jus—. ¿Quieres que vaya yo primero?

—Sa —repuso Mar—, es lo mejor. Tú conoces la cueva.

—Voy a orinar —dijo Jus con una risita—. Espérame aquí hasta que vuelva.

Mar asintió y Jus desapareció entre los pinos a la izquierda de la abertura de la cueva.

Mar balanceó la lanza entre los dedos y apoyó la espalda contra la pared rocosa que había junto a la cueva. Entrecerró los ojos ligeramente y contempló toda la zona que se abría ante él. No había señal alguna de presencia extraña. Mar no creía que alguien más hubiera abandonado el campamento tras ellos. Había estado vigilando. Y si alguien lo había hecho, Cort y los hombres del Caballo lo habrían visto y lo seguirían también.

Un pájaro llamó a su pareja.

Jus apareció al borde de los pinos y empezó a caminar hacia Mar, quien inmediatamente se separó de la pared de roca y fue hacia él.

¿Y si habían enviado allí a unos hombres antes de la cacería? ¿Y si ya estaban en el interior de la cueva?

Aquella idea no le pareció tan descabellada e hizo que Mar girara en redondo. Aquel movimiento le salvó la vida. La lanza que le habían arrojado al centro de la espalda, se clavó en un brazo. La sangre brotó inmediatamente y su lanza se le cayó de la mano. Tras una pausa mínima, corrió y se arrojó contra su atacante. La fuerza del impacto hizo que la lanza clavada en el brazo de Mar cayera al suelo.

Sólo había un hombre. Y Jus, desde luego, que se había quedado detrás. Haciendo un tremendo esfuerzo, Mar luchó con el hombre cuerpo a cuerpo y cayó. Ninguno de ellos tenía lanza, pero la lucha iba a ser dura. Mar sólo tenía un brazo útil y allí estaba Jus.

Jus no podría utilizar la lanza mientras ambos estuvieran revolcándose, pensó Mar. No podía asegurar el golpe. Mar no debía ponerse encima hasta el final de la pelea, porque estar encima era ser vulnerable a la lanza de Jus.

Volvieron a rodar, y todo su peso cayó sobre su brazo herido. Lo vio todo rojo. Oyó el gruñido del hombre que estaba encima suyo, sintió el desplazamiento de su peso. Dos manos agarraron los hombros de Mar y lo clavaron al suelo. El dolor del brazo lo había dejado aturdido y débil.

—¡Ahora, Jus! —resolló el hombre—. ¡Ya lo tengo! ¡Ahora!

Con un tremendo esfuerzo del cuerpo y de la voluntad, Mar arqueó la espalda y liberó las piernas. El hombre dejó de sujetarlo y cayó al suelo quedando fuera del alcance de Mar.

Un buen movimiento, pensó Mar, mientras permanecía echado un instante con todos los músculos temblando por el esfuerzo que acababa de hacer. Ahora Jus tenía el campo libre.

El sudor le cubría la frente hasta los ojos. Iba a perder el conocimiento a causa del dolor del brazo. Con la visión borrosa, creyó ver a Jus levantar la lanza.

Instintivamente, Mar se volvió hacia el otro lado, se puso de pie y empezó a correr hacia la abertura de la cueva, culebreando de derecha a izquierda para no ser blanco fácil de Jus.

Jus arrojó la lanza. Y la lanza se clavó en el muslo derecho de Mar, se alojó en la carne y quedó clavada. El venablo se hundió lentamente, dirigiendo la punta hacia arriba, desgarrando más la carne. Mar puso la mano izquierda en la lanza y dio un tirón.

Tenía un arma.

Se volvió y quedó frente a los hombres que le habían atacado, con la lanza en la mano izquierda. No era la mano derecha, pero serviría. El brazo derecho le colgaba a un lado, inservible.

Los dos hombres se inclinaron para recoger sus lanzas. Mar apuntó al que estaba más cerca y lanzó.

Zump, fue el sonido de una lanza que había dado en el blanco. El hombre soltó un gruñido y cayó.

Ahora quedaban él y Jus.

Pero Mar había perdido su lanza.

—Estás muerto, hombre del Caballo. —Apenas oyó aquellas palabras. Llegaban de muy lejos y la cabeza le daba vueltas. Manaba sangre de las heridas del brazo y del muslo.

Hasta en aquellas condiciones extremas, Mar se preguntó por qué ese hombre perdía el tiempo en anunciárselo.

Debía alcanzar la cueva, pensó Mar. Pensó que las piernas no respondían al mandato de su cerebro. Dio un paso en falso, vio a Jus levantar la lanza y reunió todas sus fuerzas para hacerse a un lado.

—¡Detente Jus!

Las palabras inmovilizaron a Mar y a Jus. Procedían de los pinos.

—¡Detente o te mataré!

Cort, pensó Mar, aturdido. Cort debía de haberlos seguido a pesar de todo. Sacudió ligeramente la cabeza, intentando aclarar la visión.

Pero no era Cort quien salió de las sombras de los pinos. Era un hombre del Ciervo Rojo. Un muchacho, en realidad, esbelto y de cabellos oscuros. Llevaba un gran arco en las manos y la flecha apuntaba directamente al pecho de Jus.

—¡Ban! —exclamó Jus absolutamente sorprendido—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Te he seguido —repuso el muchacho.

—No te comprendo —siguió diciendo Jus—. Sigo las órdenes de la Reina. Vete antes de que le diga que has interferido.

—Eres tú quien no comprende —dijo el muchacho con voz tranquila y serena—. Éste es el hombre de Alin. Y yo no voy a permitir que lo mates.

Mar se arrastró hasta la pared rocosa y cuando la alcanzó se apoyó en ella. Parpadeó, parpadeó otra vez y buscó un arma a su alrededor.

Podía intentar alcanzar el interior de la cueva, pero ignoraba su tamaño. No le gustaba la idea de quedar acorralado en una cueva pequeña. En el exterior había más espacio para maniobrar.

—A esta distancia, Jus, puedo matarte fácilmente. Tira la lanza —estaba diciendo el muchacho llamado Ban.

—No serías capaz de matarme —replicó Jus.

—¿Crees que no lo haría? —La voz del muchacho de cabellos oscuros era muy serena.

Todo estaba tranquilo en los alrededores de la cueva. Ni siquiera se oía el trino de los pájaros.

Lo de antes no había sido un pájaro, pensó Mar repentinamente. Era Jus. El silbido era su señal al hombre que esperaba dentro de la cueva.

Jus tiró la lanza.

—Te arrepentirás de esto —oyó Mar que le decía al muchacho—. La Reina se enfurecerá contigo.

El muchacho no contestó ni movió el arco.

La herida del muslo le quemaba como el fuego, pero no le importaba tanto como la herida en el brazo. No podía moverlo.

—Mar. —Era la voz de Ban que parecía venir de muy lejos—. ¿Puedes oírme?

—Sa. —La palabra salió de su boca con los dientes apretados.

—Creo que no estarás a salvo si vuelves al campamento.

—Sa —repitió Mar.

—Estás seriamente herido. No sé qué hacer contigo. —Ban parecía muy preocupado.

—Primero, ata a Jus —dijo Mar—. No puedes hacer nada con el arco en las manos.

—Sa —repuso Ban como si se le aclararan las ideas—. Llevo atada a la cintura una cuerda extra de cuero del arco. Ataré con ella a Jus.

—Bien —dijo Mar. Dobló ligeramente las rodillas y clavó los pies en el suelo, procurando mantenerse derecho—. Primero tráeme las lanzas —le ordenó al muchacho. Ban recogió las lanzas esparcidas y las apoyó contra la pared de roca. Le dio una a Mar y luego procedió a atar al furioso Jus—. Necesito ayuda, Ban —pidió Mar cuando el muchacho volvió a su lado—. Debes volver al campamento y traer aquí a Cort y a los otros hombres del Caballo. En silencio.

—¿Quieres que te deje aquí con Jus?

—Está atado. ¿Has hecho un buen trabajo?

—He hecho un buen trabajo.

—Entonces estoy a salvo. Vete. Rápido, muchacho. He perdido mucha sangre. No sé cuánto tiempo voy a poder mantenerme consciente.

—Está bien. Pero primero te haré un torniquete para detener la hemorragia.

Ban se quitó la camisa, la desgarró por las costuras, la dobló y ató la piel alrededor de las heridas de Mar, utilizando los cordeles de su arco. Mar cerró los ojos y permaneció en silencio durante todo el proceso. Si no hubiera estado de pie, Ban habría pensado que se había desmayado.

Cuando Ban acabó, Mar abrió los ojos.

—Ahora ve.

Ban se fue.

Mar seguía apoyado contra la pared de la montaña cuando el muchacho volvió acompañado de Cort y de los otros hombres del Caballo.

—¡Mar! —exclamó Cort horrorizado corriendo hacia el claro y deteniéndose junto a su antiguo jefe cubierto de sangre—. ¿Estás bien?

—Me complace verte, Cort —dijo Mar, desplomándose.