CAPÍTULO XXXIII

Las muchachas del Ciervo Rojo que habían sido raptadas con Alin y habían vuelto a su tribu, recibieron a Mar como si de un viejo amigo se tratara. Hasta Mora tuvo una sonrisa para él. Y a Fali le emocionó de forma evidente su llegada.

—Me alegro de verte, pececito —le dijo con aquel buen humor que desarmaba—. Me parece que has crecido unos cuantos dedos desde la última vez que nos vimos.

—Sa —asintió Fali con su carita resplandeciente—. Es cierto, Mar.

Cort y el puñado de hombres del Caballo que habían elegido unirse a la tribu de sus esposas, salieron de caza con Mar al día siguiente de su llegada.

—Decidme —les dijo Mar mientras estaban sentados alrededor de la hoguera que habían encendido para asar la comida del mediodía—. ¿Cómo se vive en una tribu gobernada por una mujer?

—No es tan malo —repuso Russ, práctico—. En la mayoría de las cosas es un buen jefe, Mar. La tribu vive muy bien. La caza es buena, el agua fresca, las chozas calientes. —Sonrió—. Y es agradable alargar la mano por la noche y sentir a una mujer durmiendo a tu lado.

—Sa. Es cierto —convinieron los demás con sonrisas parecidas.

Mar miró uno a uno todos aquellos rostros y luego volvió a dirigirse a Russ.

—¿En la mayoría de las cosas? —preguntó.

Russ miró a Cort y fue éste quien contestó.

—En realidad en todo. Salvo en una cosa. —Cort frunció el ceño—. Los hombres de esta tribu son cazadores, como nosotros, pero no poseen ceremonias de caza, Mar. No existe una cueva sagrada de los hombres, sólo de las mujeres. —Su ceño se frunció más aún—. Es una sensación extraña. Muestra una falta de… respeto… hacia los animales que uno mata. No se reza una plegaria por los dioses antes de una gran cacería.

—Es cierto —asintió Russ—. Tienen cantos de caza. Los cazadores de todas partes tienen cantos de caza. Pero no ceremonias de caza.

Mar removió el fuego con un palo bajo los conejos que estaban asando.

—¿Qué clase de ceremonias existen en esta tribu? —preguntó.

—Los Fuegos, desde luego. Los Fuegos de Primavera y los Fuegos de Invierno. Son dos ceremonias en las que participan los hombres. Las otras son privadas, sólo para las mujeres. E ignoro lo que hacen —respondió Cort—. Elen no me lo ha dicho.

Mar dejó de atizar el fuego.

—Elen está más bonita que nunca —le dijo a su marido—. El embarazo le sienta bien.

—Sa —repuso Cort sonriendo con orgullo.

—¿Qué clase de hombres son esos hombres del Ciervo Rojo? —preguntó luego Mar. Dejó el palo en el suelo entre él y el fuego—. ¿Son de alguna forma especial?

—Algunos de ellos son buenos —respondió Cort con tristeza—. Buenos cazadores. Buenos compañeros. Cuidan de sus familias, como nosotros lo hacemos. Cuidan de la tribu.

Mar asintió y se hizo un silencio.

—Es difícil de explicar, Mar —añadió Cort finalmente—. Todo esto es cierto, pero han olvidado… algo. No tienen un mundo sagrado propio. Ningún hombre lo puede ser de verdad si no lo tiene.

Mar asintió de nuevo.

—Hemos encontrado una cueva arriba en las montañas —dijo Russ en voz baja—. Nosotros, los hombres del Caballo. Allí celebramos nuestra ceremonia durante el plenilunio de la última luna.

—Muy bien —aprobó Mar.

—No se lo hemos dicho a la Reina —añadió Cort—. Pero sí a Alin.

—¿Y qué dijo Alin?

—Dijo que le parecía bien. Dijo que si no había sido bueno para las mujeres del Caballo estar sin ceremonias a la Madre Tierra, tampoco era bueno para los hombres del Ciervo Rojo estar sin ritos sagrados propios.

Mar se quedó pensativo.

—¿Llevasteis a algún hombre del Ciervo Rojo a vuestra ceremonia? —preguntó después.

—Llevamos algunos. Sólo aquellos en los que confiamos que guardarían silencio.

—Creo que la Reina no se sentiría muy feliz si se enterara de esto —sonrió Mar con ironía.

—Na. —Cort sonrió del mismo modo—. No sería muy feliz.

Se hizo un silencio de camaradería entre ellos.

—Me alegro de verte, Mar —rompió Russ el silencio—. Me alegro de tenerte aquí.

—Da gusto estar aquí —repuso Mar.

—Alin te echaba de menos —dijo Cort.

Mar se lo quedó mirando.

—Las mujeres murmuraban porque ella no entregaba a su hijo a una madre adoptiva para que lo criara —añadió Cort—. La Reina nunca se queda con sus hijos varones.

—Alin no es la Reina —replicó Mar.

—Es la Elegida. Se aplican las mismas reglas para ella que para la Reina.

—Tane era el hijo único de Huth y sin embargo Huth no lo ha considerado su sucesor. Quizá Lana tendría que hacer lo mismo.

—No creo que deje ir a Alin tan fácilmente, Mar —repuso Cort con expresión preocupada—. Parece una mujer dulce y suave, pero yo no me enfrentaría a ella. Hay algo en ella que me dice que podría ser un enemigo peligroso.

—Es una cosita pequeña —dijo Mar despectivamente—. Pequeña, con cara de gatito.

—De gatito no —replicó Cort, clavando la vista en los ojos de Mar—. De leona. Y la leona es el animal más peligroso del mundo cuando su cubil está amenazado.

Mar le devolvió una mirada serena.

—No cometeré la equivocación de infravalorar a Lana —dijo.

Cort no pareció muy convencido.

—La tribu la apoyará, haga lo que haga —previno uno de los hombres de más edad—. Los hombres la reverencian. No he visto otra cosa igual en las tribus del Clan. Harán lo que ella diga.

—¿La temen?

—Les impone respeto. —Fue Russ quien respondió ahora—. Para ellos es la Madre Tierra, Mar. Es un líder poderoso. Más poderoso en esta tribu que el jefe en la nuestra.

—Así que ésta es la Ley de la Madre —dijo Mar pensativo.

—Y por esta razón no dejarán marchar tan fácilmente a Alin —replicó Russ asintiendo—. Si, como yo creo, has venido a llevarte a Alin, no te sera fácil.

—¿Y si Alin escoge acompañarme?

—¿Es posible? —preguntó Cort bruscamente.

—Los conejos ya están —dijo Mar mirando el fuego. Se inclinó como para coger el asador que sostenía la carne. Luego se detuvo y hablando por encima del hombro, añadió—: No lo sé. Ella no sabe. Dice que debe pensarlo.

Cort lanzó un resoplido.

—Yo no le volvería la espalda a Lana —dijo con franqueza.

—Tendré cuidado —aseguró Mar mirando a su alrededor con una sonrisa. Y con esto tuvieron que contentarse.

Cort había insistido en que Mar pasara la noche en su choza, no en la cueva de los hombres, con los hombres solteros del Ciervo Rojo. Mar no pudo quedarse a dormir en la choza de Alin; la ley decía que las dos personas que iban a celebrar los Sagrados Esponsales debían mantenerse apartados hasta el día de los Fuegos de Primavera, una ley que la Reina siguió estrictamente ese año.

—No nos molestarás ni a mí ni a Elen —le aseguró Cort a su antiguo jefe cuando le hizo la invitación—. Elen estos días no se encuentra muy dispuesta hacia mí, y aunque así fuera, el tabú de yacer durante la oscuridad de la Luna de los Fuegos de Primavera nos mantendría apartados como a ti y Alin.

Así Mar colocó sus pieles para dormir junto a la puerta de Cort. Pasaron dos noches, y llegó el día en que las mujeres subían a la Cueva Sagrada para la Ceremonia de Purificación.

Elen no fue porque le faltaba muy poco para dar a luz.

—Este año no pensaba asistir a los Fuegos —le dijo Cort a Mar mientras tiraban al blanco con el arco, cerca del río—. Había decidido quedarme con Elen. Pero me parece que iré después de todo.

—¿Vas a ir para protegerme, Cort? —preguntó Mar arqueando sus cejas doradas.

—Tienes algunos amigos en esta tribu, Mar —replicó Cort con tristeza—. También es por tus amigos que tienes que seguir vivo.

—La Reina no hará nada que comprometa los Fuegos de Primavera —dijo Mar.

Cort miró fijamente el hueso apuntado de una cabeza de flecha y se quedó pensativo durante unos instantes.

—Probablemente es cierto.

—Ves sombras donde no las hay, amigo mío —dijo Mar jovialmente—. Quédate en casa con Elen. Ella te necesita más que yo.

—No estoy muy seguro —respondió Cort con una sonrisa triste—. Estos días parece que está más contenta sin mí que conmigo. Pero lo cierto es que me sentiré mejor si estoy cerca.

Y así quedaron las cosas.

Estaba oscureciendo la víspera de los Fuegos y Mar contemplaba junto al río la puesta de sol, cuando apareció el hombre alto y esbelto en el que ya se había fijado varias veces en el poblado.

—Saludos, hombre del Caballo —dijo Tor mientras se aproximaba a Mar procedente de las chozas.

—Saludos —respondió amablemente Mar. Permaneció erguido mirando cómo se acercaba el hombre hasta llegar a su lado. Tor era muy alto para ser un hombre del Ciervo Rojo, pero no lo era tanto como Mar—. Eres Tor —siguió diciendo Mar con aquella voz agradable que había utilizado antes—. El padre de Alin —añadió en voz baja.

Lo hubiera reconocido aunque Alin no se lo hubiese dicho, pensó Mar mientras contemplaba el rostro serio de Tor. Era extraño, pero nunca hubiera imaginado que aquellos enormes ojos castaños de la joven armonizaran con un rostro masculino. Sin embargo, por alguna razón armonizaban. ¡Dhu! Hasta el modo en que la trenza del hombre caía entre los omóplatos le era familiar.

—Me produce una sensación muy peculiar —comentó Mar con sinceridad—, mirar el rostro de un hombre y ver a Alin.

Tor sonrió brevemente, pero aquélla no era la sonrisa de Alin.

—La hija de la Reina no tiene padre —dijo con su voz suave y profunda—. Es la Elegida. Ningún hombre la puede reclamar.

Así que esto es así, pensó Mar.

No dijo nada, sino que continuó mirando aquellos ojos castaños que eran y no eran los de Alin. La nariz del hombre era diferente de la de ella, observó: huesuda y arrogante. Tor no parecía un hombre que se dejara dominar por una mujer.

Tor no desvió la mirada de la de Mar.

—Expulsamos a los otros hombres de tu tribu que vinieron aquí —dijo—. Los que vinieron buscando venganza.

—¿Altan? ¿Sauk?

—Sa. Altan y Sauk. —Los ojos castaños y los ojos azules sostuvieron una extraña batalla—. No hay que fiarse de hombres como ésos —añadió Tor desdeñosamente—. No son leales a la tribu.

—Es cierto —aseveró Mar—. Por esta razón los expulsé yo. Altan no era digno de ser jefe.

Tor apretó los labios de la misma manera que hacía Alin cuando algo la encolerizaba.

—Sin embargo, fueron de utilidad —apuntó.

—A vosotros quizás. A mí no —repuso Mar.

Los hombres siguieron mirándose en silencio. De nuevo fue Tor quien habló primero. Ambos daban por hecho que era él quien había ido a buscar a Mar, por lo que el peso de la conversación recaía en él.

—¿Por qué has venido aquí, hombre del Caballo? —preguntó Tor.

—He venido a visitar a los hombres de mi tribu —repuso Mar—. Y a conocer a mi hijo.

—La Reina no quiere a tu hijo aquí. Lleva la marca del Dios Cielo, como tú. Tu hijo no es un niño de la Tribu del Ciervo Rojo.

—Si Alin me lo entregara, me lo llevaría conmigo a mi tribu —dijo Mar—, donde valoramos a los varones que han sido señalados por el Dios Cielo.

Por primera vez la mirada de Tor vaciló. La apartó de Mar y la dirigió al otro lado del río.

—Alin no lo entregará.

—Esto es lo que me han dicho.

En silencio, Tor siguió mirando hacia el otro lado del río.

—En mi tribu tenemos un chamán —dijo Mar con aire pensativo contemplando el perfil de Tor—. Su nombre es Huth, y es un hombre importante en la Tribu del Caballo. Es el lazo entre nosotros y nuestro mundo sagrado. El chamán sólo tiene un hijo y durante muchos años pensó que su hijo le sucedería en el cargo de chamán. Pero luego se dio cuenta de que ésta no era la vocación de su hijo. Los dioses tenían otros planes para él. Y así Huth buscó a su sucesor en otro lado. Huth llevó a un joven a su cueva, un muchacho que sueña en convertirse en chamán, y ahora Arn está aprendiendo a ser el próximo chamán de nuestra tribu en lugar del hijo de Huth.

—¿Por qué me cuentas esta historia, hombre del Caballo? —preguntó Tor mirando a Mar con el rabillo del ojo.

—Creo que conoces la respuesta a tu pregunta, hombre del Ciervo Rojo.

—No hay nadie en esta tribu que pueda ocupar el lugar de Alin —dijo cruzando los brazos sobre el pecho.

Hacía pocos minutos que el viento había cambiado y empezó a soplar en otra dirección. Mar se retiró el cabello que le flotaba en las mejillas.

—Creo que sí.

—¿Quién? —preguntó Tor alzando la nariz y adquiriendo un aspecto más arrogante.

—Elen —repuso Mar.

Tor arqueó las cejas y lo miró con expresión escéptica.

—Elen podría ser vuestra próxima Reina —repitió Mar—. Posee el… carácter inflexible que necesita el jefe de una tribu.

—Elen está casada con uno de tus hombres, hombre del Caballo. Y la Reina no se casa.

—Cort es un buen hombre —replicó Mar—. Es joven, pero es un excelente cazador, un hombre al que otros hombres seguirían. Conoce las cosas sagradas de la caza. Pero no es inflexible. Jamás intentaría suplantar a Elen. Se contentaría sirviéndola.

—Están casados —repitió Tor, moviendo la cabeza—. Las cosas no se hacen así en la Tribu del Ciervo Rojo.

—Creo que deberíais cambiar algunas cosas en la Tribu del Ciervo Rojo, Tor. Y creo que no tendréis otra elección.

Silencio de nuevo. Mar se inclinó, cogió un puñado de guijarros y comenzó a lanzarlos al agua, uno a uno.

—Quieres que Alin vuelva contigo —dijo Tor al fin. No era una acusación o una pregunta.

—Sa, es lo que deseo —aseveró Mar.

—¿Y por qué no intentaste que se quedara entonces? —preguntó con curiosidad el hombre del Ciervo Rojo.

Mar cerró el puño alrededor de los guijarros. Eran lisos y fríos al tacto.

—Te diré lo que Alin me dijo, Tor, cuando me comunicó que iba a volver a casa con su tribu y yo le dije que quizá lucharía para conservarla a mi lado. Me dijo que su padre estaba con los hombres del Ciervo Rojo y que si había una lucha y su padre moría, ella no sería feliz.

Tor no contestó. Mar se volvió hacia el río y lanzó unas cuantas piedras más.

—¿Y no has considerado quedarte aquí con ella? —preguntó mirándolo.

—No creo que la Reina lo permitiera —repuso Mar lanzándole una rápida mirada.

—¿Y si lo hiciera?

Mar emitió un resoplido por la nariz y lanzó la última piedra. Se deslizó lejos por encima del río y cayó haciendo un ruido seco en la corriente de agua.

—Sa —asintió sombríamente—. Lo consideraría.

—¿Lo harías? —Tor pareció sorprendido. Contempló fijamente el perfil de Mar—. ¿Por qué?

—Porque para mí no existe nada mejor que ella —repuso Mar—. Nada. Me he dado cuenta de ello durante todo este año. No me gusta, pero es así.

Tor siguió mirando aquel perfil fuerte y rectilíneo.

—Tienes razón —dijo finalmente en voz baja—. La Reina nunca permitiría que te quedaras aquí

—Yo no encajaría en la tribu de Alin, pero Alin encajará en la mía. —Mar siguió mirando el lugar donde el último guijarro había desaparecido—. No soy el único que la echa de menos. Las mujeres de la tribu me han encargado un mensaje, pidiéndole que vuelva.

—¿Y tú le has dado el mensaje?

—Sa.

—¿Y qué ha dicho ella?

—Que debe meditarlo.

Tor se volvió y también se quedó contemplando el río. El sol poniente lo llenaba de tonalidades rojas y doradas.

—Creo que lo mismo que le sucede a Alin te sucede a ti —dijo con amargura—. Para ella nada es bueno sin ti.

—Debe ser así —repuso Mar—. Lo que hay entre nosotros nos afecta a ambos.

—Elen —dijo Tor pensativo, sin añadir más.

—Le gusta mandar —señaló Mar.

—¿Y si Alin decide marcharse contigo? —preguntó Tor tras hacer un gesto de asentimiento—. ¿Te servirá a ti como has dicho que Cort serviría a Elen?

Mar se echó a reír y se volvió para mirar a Tor.

—¿Alin? —exclamó—. ¿Servirme? Debes de referirte a otra mujer, Tor.

Inesperadamente, casi en contra de su voluntad, Tor le devolvió la sonrisa.

—Alin no me servirá —explicó Mar—. Me ayudará. Tiene un juicio claro. Los dos compartiremos el liderazgo en la Tribu del Caballo. Ya lo hicimos antes y podemos hacerlo de nuevo.

—¿Y tú no pondrás trabas en un servicio a la Madre?

—Na.

—El bebé ha complicado las cosas —dijo Tor suspirando y hablando casi como si el otro no estuviera allí—. No puede separarse del bebé. —Su atención volvió al hombre que tenía delante—. Creo que irá contigo, Mar. Por las cosas que me has dicho que existen entre los dos y por el bebé.

—Deseo de todo corazón que estés en lo cierto.

—Yo no sé lo que quiero. La Reina se sentirá muy afectada por la pérdida de Alin. La tribu también. Pero le tengo bastante afecto a Alin para no querer verla como ha permanecido desde que ha vuelto de estar contigo. —Suspiró otra vez—. Tendrá que elegir.

—En este último año, Tor, he descubierto que siempre hay que doblegarse a la elección de la mujer. Es humillante para un hombre constatarlo, pero es así.

Tor se le quedó mirando un buen rato.

—Quizá sea voluntad de la Madre que Alin se quede contigo, Mar —dijo con suavidad—. Ya te ha enseñado muchas cosas y puede enseñarte muchas más.

El padre de Alin hizo un gesto de asentimiento, dio media vuelta y se marchó.