Alin estaba fuera de su choza contemplando la Luna llena de las Sombras alzarse en el cielo. Dentro de una luna, pensó, los hombres de la Tribu del Caballo sacrificarán un semental para la Ceremonia del Gran Caballo.
Los hombres del Ciervo Rojo no celebraban ninguna ceremonia parecida. A decir verdad, Alin había llegado a la conclusión, durante el tiempo que hacía que había vuelto a casa, de que los hombres del Ciervo Rojo estaban tan apartados de sus dioses como las mujeres del Caballo lo habían estado de la Madre Tierra.
Y no está bien, pensó Alin. Todo ser humano necesita sentirse en relación con el mundo que le rodea. El espíritu ansía esta relación, está vacío sin ella.
Los hombres del Ciervo Rojo debían tener algún tipo de ceremonias religiosas propias.
Alin contempló el espacio que separaba su choza de la de su madre. Lana también estaría contemplando el cielo, mirando y marcando la muesca apropiada en el calendario que significara la Luna llena de las Sombras.
La próxima luna que se elevaría en el cielo sería la de los Fuegos de Primavera.
Alin sintió el repentino frío del aire helado del atardecer y cruzó los brazos sobre el pecho. Iba a celebrar los Sagrados Esponsales aquel año durante los Fuegos de Primavera. Había estado ocupada con el niño en los Fuegos de Invierno y no había participado en ellos. Pero ahora que su hijo ya tenía casi tres lunas y ella había recuperado su esbelta figura, había llegado el momento de asumir su papel.
No le agradó aquel pensamiento, sintió un extraño rechazo. No deseaba yacer con otro hombre. Aunque sabía que los tambores y las flautas pondrían fuego en su sangre, aunque sabía que ése era su destino, no deseaba yacer con otro hombre.
Temía llevar la mala suerte a la tribu si celebraba los Sagrados Esponsales con ese sentimiento en el corazón.
¿Podía explicárselo a su madre?
No había añorado tanto a Mar durante su embarazo. Estaba aturdida, como si el bebé que crecía en su interior hubiera acaparado todos sus sentidos. Comía y dormía, comía y dormía.
Luego había nacido. Un muchachito de ojos azules y una capa de sedosos cabellos claros. Cada vez que lo miraba, le dolía el corazón.
Lana estaba disgustada porque deseaba una niña.
—Eres joven —consoló a Alin cuando le entregó el bebé—. Le encontraremos una madre adoptiva y serás libre de concebir otra vez.
Alin la había rechazado. Ninguna madre adoptiva, le había dicho a Lana. Yo criaré a mi hijo.
Había sido la primera vez que no estaban de acuerdo.
—Ya sé que es duro con el primero —le había dicho Lana—. Recuerdo bien lo que es. Pero si crías a tu hijo, aún te será más difícil desprenderte de él con el paso del tiempo. Lo mejor es hacerlo ahora, antes de que le cojas demasiado apego.
Desprenderte de él. Aquellas palabras habían caído como piedras en el corazón de Alin. Cuando miró la sedosa cabecita del bebé acurrucada en su pecho, lo apretó con sus brazos consciente de que nunca podría desprenderse de ese niño.
—Lo criaré yo —había dicho.
Lana no había podido hacer nada, como no fuera arrancarle el bebé a la fuerza.
Ahora que se estaban aproximando los Fuegos de Primavera, Alin se sentía desolada. Ahora era consciente de lo que significaba para ella volver a casa, de lo que había perdido y del futuro que le esperaba.
Estaba tan sola. Criar al bebé, cogerlo, le ayudaba algo. Pero cuando la miraba con aquellos familiares ojos azules, o aparecía en su boca el débil esbozo de una sonrisa, se sentía sumida en el dolor. Cuando por la noche yacía sola en las pieles de su lecho, sentía como si se deslizara en un pozo oscuro, sin ayuda, sin esperanza, sin posibilidad alguna de volver a salir a la luz.
Se esforzaba en no pensar en él y el propio esfuerzo era la afirmación de su necesidad.
De esta manera no le sirvo bien a la tribu, pensó aquella noche mientras estaba en el exterior de su choza, en medio de la fría noche estrellada, contemplando el itinerario de la luna llena en el cielo.
Quizá si celebro los Sagrados Esponsales durante los fuegos de Primavera el poder de la Madre entrará en mí y me curará, pensó.
Pero ¿a quién iba a elegir?
No había nadie que ella deseara.
Sin embargo debía elegir a alguien.
Ban, pensó. Ella y Ban habían sido buenos amigos el pasado invierno. La había ayudado a pasar aquella época tediosa, más que ningún otro. Ban no sería insoportable.
Del interior de la choza llegó un llanto agudo. Tardith se había despertado y tenía hambre. Siempre se sentía mejor cuando Tardith estaba despierto. Alin entró con alivio y dio de comer a su bebé.
Aquella noche Mar también contemplaba la luna llena en el cielo, junto a la entrada de su abrigo en el despeñadero situado encima del río Varas.
La próxima luna llena señalaría el comienzo de la Ceremonia del Gran Caballo, pensó.
El año pasado en esta época, esperaba el momento de retar al jefe.
El año pasado en esta época, Alin estaba allí.
Sacudió la cabeza ante aquel pensamiento, como lo hace un semental al que le molestan las moscas.
No acostumbraba a pensar en Alin. Le había dejado porque así lo había querido. Sacudió la cabeza otra vez. No era bueno pensar en ella.
Debía de haber dado a luz durante la Luna del Reno. ¿Habría sido un niño o una niña?, se preguntó Mar. ¿Estaría bien Alin?
Jes le había dicho que iría al sur en cuanto el tiempo mejorara para visitar su antigua tribu y ver a Alin. Mar tenía que esperar. Jes también había dado a luz hacía una luna y no quería viajar con el bebé hasta la Luna de los Cervatillos por lo menos.
Como si sintiera la congoja de su amo, Lugh fue a su lado y apretó la cabeza contra la rodilla de Mar. Mar bajó la mano y acarició las expresivas orejas negras del perro. Luego bajó las pieles y volvió junto al fuego a pasar la noche.
Dos días después de la Luna llena de las Sombras, Mar y un grupo de hombres del Caballo salieron a cazar renos. Habían localizado una manada y ya habían matado dos machos de buen tamaño cuando Lugh descubrió un jabalí entre los árboles.
Lugh, que para todo lo demás era un perro inteligente, tenía una debilidad. Aborrecía a los cerdos con un odio incontrolable y apasionado. Sin dudarlo un instante, se lanzó tras el jabalí ladrando con furia.
—¡Lugh! —gritó Mar, pero por una vez Lugh no prestó atención a la voz de su amo.
—Voy a ir tras él. Tú y el resto de los hombres llevad de vuelta a casa la carne de reno —dijo Mar dirigiéndose a Tane.
—Te acompañaré —repuso Tane. Mar asintió y tras dar las órdenes a Bror, ambos se perdieron entre los árboles siguiendo las huellas del perro.
Los hombres corrieron sorteando los árboles, siguiendo el sonido de los furiosos ladridos de Lugh a lo lejos.
—Dhu —gruñó Mar mientras ascendían una pequeña colina arbolada—. Espero que lleguemos antes de que el jabalí dé la vuelta. Pude verlo un momento antes de que Lugh saliera tras él. Es grande. Con grandes colmillos. Lugh puede resultar muerto si ataca a un jabalí de ese tamaño.
Delante de ellos los ladridos cesaron. Mar alzó la jabalina y aceleró el paso seguido de Tane.
La noche empezaba a caer y crecía la oscuridad entre los árboles en aquel día de invierno. Estaba oscuro y hacía frío. Mar apretó la lanza y siguió corriendo, con el corazón lleno de temor ante aquel silencio.
Una hiena chilló a su izquierda.
El jabalí se había enfrentado a Lugh en un pequeño claro. Lo primero que vieron Mar y Tane cuando llegaron corriendo fue el cuerpo ensangrentado del gran cerdo colmilludo, sentado sobre sus patas traseras al borde de los árboles, contemplando un montón de pelo blanco y plateado en el suelo, en medio del claro.
Era Lugh.
—Mata al jabalí —le gritó Mar a Tane mientras corría a arrodillarse junto a Lugh.
El perro estaba desgarrado de lado a lado. Había sangre por todas partes, se le veían los huesos, pero todavía respiraba.
—Lugh —dijo Mar, tomando entre sus manos la cabeza del perro herido.
El perro movió las orejas al oír la voz de Mar.
—¿Por qué? —preguntó desesperado—. ¿Por qué has ido detrás del jabalí?
El único signo de vida fue el débil movimiento de la oreja.
—Haz una camilla con ramas y mi túnica —le dijo Mar a Tane—. Lo llevaremos a casa.
Tane abrió la boca para decir que el perro no sobreviviría todo el camino, miró a Mar, cambió de opinión y silenciosamente cogió las pieles que Mar se había quitado.
Mientras Tane cortaba las ramas para hacer una camilla, Mar empezó a hablar suavemente al perro que sostenía en sus brazos. Por el movimiento de las orejas sabía que Lugh le oía y siguió hablándole, tratando desesperadamente de mantener con vida a su perro con el sonido de su voz.
—¿Te acuerdas —le dijo—, te acuerdas de cuando eras un cachorro y fuimos a cazar antílopes?
Cada vez hacía más frío. Sin sus pieles, el frío le calaba en los huesos y le entumecía los músculos y las articulaciones. Lugh debe de tener frío, pensó, y rodeó al perro con sus brazos para darle más calor. La sangre había empapado el suelo y la camisa y los pantalones de Mar. Pero él apenas lo notó. Siguió hablando.
La respiración de Lugh comenzó a hacerse más lenta, cada vez más y más lenta.
No podía morir, pensó Mar desesperado.
—¡Lugh! —exclamó. Inclinó la cabeza y acercó la boca a la oreja de Lugh. Le habló al oído y la oreja se movió.
—Ya está hecha la camilla —dijo Tane.
Mar levantó la cabeza.
—Bien. —Y volvió a mirar a Lugh.
El perro ya no respiraba.
—Lugh —dijo Mar. Pero la oreja no se movió.
En el bosque todo quedó en silencio. Tane no dijo nada. Mar siguió arrodillado junto a su perro, con la cabeza inclinada. Finalmente habló suavemente, junto a la inmóvil oreja.
—Buen viaje. —Se enderezó y se quedó mirando tristemente a Tane.
—Nos lo llevaremos a casa de todas formas —dijo Tane gentilmente—. Así podrás enterrarlo. Un corazón como el suyo merece todo el honor que podamos darle.
—Sa —asintió Mar. Su voz sonó hueca. Se levantó y se apretó los ojos con las manos. Tane no dijo nada, sino que siguió allí, esperando. Mar dejó caer las manos—. Lo trasladaré a la camilla —añadió—, y lo llevaremos a casa.
Mar enterró a Lugh en la playa de cascajos, un poco río arriba, amontonando rocas encima de las piedrecitas para que los carroñeros no pudieran alcanzarlo.
Llegó la luna llena y los hombres de la tribu celebraron la ceremonia del Gran Caballo. Capturaron un semental y fue sacrificado, se nombró a los iniciados y a los nuevos nirum, encendieron la hoguera nueva y bailaron la Danza Sagrada. Todo parecía ir bien en la Tribu del Caballo.
Dos días después de la conclusión de la Ceremonia del Gran Caballo, Jes fue a visitar a Mar. Él y los hombres estaban en los bosques, al este de las cuevas, cortando ramas para fabricar nuevas redes. Muy pronto el salmón empezaría a remontar el río. Mar se apartó de los hombres y fue al encuentro de Jes cuando ésta apareció en el borde del claro y lo llamó.
—Éste es el lugar más alejado de tu casa al que has ido desde hace bastante tiempo —dijo él de buen humor mientras apoyaba la espalda contra un roble.
—Sa —repuso ella dirigiéndole una sonrisita triste—. Ignoraba la cantidad de problemas que trae consigo un niño pequeño.
Mar asintió y esperó que ella siguiera.
—Mar —empezó—. Cuando comience la nueva luna debemos celebrar los Fuegos de Primavera.
Mar asintió nuevamente.
—Y lo que he venido a comentar contigo —siguió Jes—, es quién va a celebrar los Sagrados Esponsales.
—Creía que los celebraríais Tane y tú —dijo él sorprendido.
Los ojos azul gris de Jes, del color del cielo de aquel día, se clavaron en su rostro y lo miraron desde la frente a la barbilla.
—Creo que deberían celebrarlos Dara y Arn.
—Es tu decisión, Jes —respondió él encogiéndose de hombros ligeramente—. Yo no quiero inmiscuirme en las cosas de las mujeres.
Jes no contestó inmediatamente, sino que siguió mirándolo.
—No logro acostumbrarme a verte sin Lugh —dijo luego, bajando la mirada hasta los pies de Mar—. A veces me sorprendo a mí misma buscándolo.
—Sa. —Su expresión cambió ligeramente—. A mí me sucede lo mismo.
—Deberías tener otro perro, Mar. Pronto habrá cachorros. Elige uno y llévatelo a tu abrigo.
—No habrá otro como Lugh —rechazó Mar moviendo la cabeza.
—Éste sería un perro nuevo, un perro diferente. Nunca podría remplazar a Lugh. Lugh era único.
—Sa. Lo era. Alin solía decir que vivir con Lugh era como vivir con otra persona.
Ambos permanecieron en silencio tras la mención de aquel nombre. Jes fue la primera en hablar.
—También se celebrarán los Fuegos de Primavera en la Tribu del Ciervo Rojo.
El rostro de Mar se contrajo.
—Desde que Alin nos dejó, ninguna mujer se ha apresurado a relevarla como reina —dijo Jes—. Sin ella, las mujeres del Caballo se han alejado de la Madre.
—Creía que tú la habías remplazado —dijo Mar.
—No quiero hacerlo. Yo quiero pintar —repuso Jes moviendo la cabeza.
—¿Es por esta razón que quieres que Dara celebre los Sagrados Esponsales? —preguntó.
—Sa. Arn será el próximo chamán y por ello él y Dara son los más adecuados. Pero deberías ser tú, Mar. El dios debe ser el jefe de los cazadores y no el chamán.
—No creo que Arn accediera. Ni tampoco Dara —repuso Mar arqueando las cejas con ironía.
—No es esto a lo que yo me refería —replicó Jes. Tras un silencio, añadió—: No has tomado a otra mujer. Despediste a las dos mujeres nuevas que intercambiaste en la Asamblea de Otoño. —Clavó los ojos en el rostro de Mar—. No es bueno que el jefe esté sin mujer.
La expresión de Mar se hizo más cerrada y ligeramente hostil. Se enderezó, apartó la espalda del roble y se estiró.
—No quiero discutir este asunto contigo, Jes —dijo.
—Si tú te sientes así, imagina cómo debe de sentirse Alin.
Mar no replicó, sino que le lanzó una rápida mirada y apretó las mandíbulas; tenía el rostro muy blanco, los ojos muy azules.
—Esta vez Lana esperará que celebre los Sagrados Esponsales —continuó Jes—. No debió de celebrarlos durante los Fuegos de Invierno. Estaba muy cerca el nacimiento del niño para hacer la jornada de camino hasta el santuario en la cueva. Pero ahora… ahora lo hará. —Se hizo un intenso silencio—. Piensa, Mar, cómo debe de sentirse ella.
—Me abandonó —dijo Mar. Su rostro seguía palidísimo—. Conocía la vida que le esperaba.
—Creo que conocer y experimentar son dos cosas diferentes —apuntó Jes.
Mar se encogió de hombros con un movimiento tenso, no relajado.
—Lo eligió ella.
—Creo, Mar, que te pareces a Lugh —dijo Jes—. Él era un perro de un solo hombre y tú eres un hombre de una sola mujer. Y creo que lo mismo le sucede a Alin que es mujer de un solo hombre.
Las mandíbulas de Mar se marcaron aún más, pero no contestó.
—Mar —continuó Jes—. ¿Por qué no te vas al sur a la Tribu del Ciervo Rojo, y celebras los Sagrados Esponsales con Alin?
Mar había permanecido completamente inmóvil, pero al oír estas palabras su inmovilidad se hizo aún más patente. A Jes le pareció que hasta había dejado de respirar.
—No te entiendo —respondió un minuto después, moviendo apenas los labios.
—Alin será quien tenga que celebrar los Sagrados Esponsales para la Tribu del Ciervo Rojo —explicó Jes—. Y tiene derecho a elegir al hombre que represente al dios. Debes ir al sur para que pueda elegirte.
—Yo no pertenezco a su tribu —argumentó Mar, con una sola voz que no parecía la suya. Vibró un músculo en la sólida línea de su mandíbula.
—No importa —replicó Jes levantando las manos—. No hay nada que diga que el hombre debe haber nacido en nuestra tribu.
—Ya eligió —repitió Mar, pero esta vez con cierta inseguridad.
—No tenía elección, Mar. Debía volver.
—¿Y qué habrá cambiado ahora? —preguntó Mar.
—Le darás un mensaje de mi parte, Jes. Puede que el mensaje le haga cambiar de parecer.
—¿Y cuál es el mensaje?
Jes enderezó su esbelta espalda y levantó la barbilla.
—Esto es lo que yo le diría: «Alin. Te necesitamos en la tribu. Desde que te fuiste las mujeres no han tenido una Reina. Sin ti nos hemos apartado de la Madre. No hay nadie aquí que pueda ocupar tu sitio.
»”La Tribu del Ciervo Rojo tiene muchas muchachas sobre las que la Madre puede extender su mano. La Tribu del Caballo no tiene ninguna.
»”Si no puedes volver con nosotros, lo entenderemos. No nos enfrentaremos a ti. Pero si en tu corazón existe el deseo de volver a la Tribu del Caballo, hazlo. Eres necesaria.”»
Se hizo un silencio mientras Mar sopesaba el mensaje.
—Alin lo sabía antes de marcharse —dijo.
—No lo creo —repuso Jes moviendo la cabeza—. Y habrá una cosa más que hará difícil que se niegue a mi petición.
—¿Qué es? —preguntó Mar.
—Tú —respondió Jes.
Al caer la noche, Mar volvió con los hombres a las cuevas del despeñadero y entró en su abrigo.
Desde la muerte de Lugh temía volver a su abrigo. Ya había sido horrible sin Alin y ahora que Lugh se había ido, le era casi intolerable.
Levantó las pieles, entró en aquel lugar frío y oscuro, miró a su alrededor y le inundó una desesperada soledad. Se le hizo un nudo en la garganta y sintió una punzada de dolor en el estómago.
Hubiera dado todo lo que poseía por ver a Alin sentada junto a su hogar, mirándole con sus grandes y luminosos ojos castaños, con una sonrisa en sus delicados labios, acariciando un montón de pelo negro y plateado.
Se sentó en cuclillas junto a la hoguera apagada y se apretó los ojos con las manos. Sentía un profundo dolor. Ya nada tenía sentido. Había celebrado la Ceremonia del Gran Caballo como un autómata.
No era bueno para la tribu tener un jefe así.
Jes tenía razón. Iría al sur a ver a Alin. Si ella lo estaba pasando tan mal como él, quizá pudiera persuadirla a volver.
Le diría que había ido a ver a su hijo, a saber si había sido un chico o una chica. Le daría el mensaje de Jes y ya veríamos.