CAPÍTULO XXIX

Fue una agradable mañana cuando Alin recibió el mensaje de su madre. La tribu planeaba organizar una gran partida de caza del ciervo a la semana siguiente y Alin y otras mujeres habían estado esparciendo cestas en la playa para airearlas al sol, cuando un hombre esbelto y moreno apareció en el sendero que discurría entre los peñascos.

—¿Quién es ése? —preguntó Elexa, levantándose y mirando con curiosidad la esbelta figura que se acercaba atravesando la zona de cascajos.

Alin se volvió también para mirar, pero fue Jes quien primero reconoció al extranjero.

—¡Dhu! —exclamó en voz baja y vibrante, dirigiéndose a Alin—. ¡Es Ban!

Alin sintió que el corazón le daba un brinco y luego empezaba a latirle con fuerza en su pecho. Era Ban, era cierto. Se había cortado la trenza y llevaba el cabello como los hombres del Caballo, pero indudablemente era Ban.

Llegó hasta las mujeres que permanecían a la expectativa y se detuvo.

—Saludos —dijo. Miró directamente a Alin pero no demostró reconocerla—. Me he separado de la gente con la que estaba viajando —explicó—, y agradecería conocer el rumbo de reemprender el camino.

—Con gusto te ayudaremos en lo que podamos —respondió Alin, dirigiéndose a él como si se tratara de un extraño. Miró rápidamente a su alrededor. Todas las muchachas del Ciervo Rojo lo habían reconocido, pudo verlo por la expresión de sus ojos. Las mujeres del Caballo lo miraban con curiosidad. Alin sintió que la frente se le llenaba de sudor—. Ven conmigo, extranjero, y si yo no puedo contestar a tus preguntas, te llevaré ante quien pueda hacerlo —añadió, consiguiendo hablar tranquilamente.

—¿De qué tribu eres, extranjero? ¿Y cómo es que te has separado de tus compañeros? —preguntó Lian.

—Vuelve a tu trabajo, Lian. Yo me ocuparé de este hombre —dijo Alin dirigiendo a la joven una mirada decidida.

Lian enrojeció airada y mientras Alin se alejaba con Ban a su lado oyó a Jes decirle a Lian en tono conciliador:

—Alin tiene razón, Lian. Es mejor no hacer amistad con extraños hasta saber algo más de ellos.

—¿Y cómo podemos saber más de ellos si no les hacemos preguntas? —replicó Lian. Pero Alin ya se había alejado demasiado para poder oírla.

—¿Dónde está mi madre? —le preguntó a Ban inmediatamente.

—A casi una mañana de camino —replicó Ban—. Ella, Tor y un número incontable de hombres.

—¡Tantos!

—Sa —afirmó el joven—. Te hemos estado buscando y buscando, Alin. Si no hubiera sido por los hombres que vinieron trayendo noticias de tu paradero, nunca te hubiéramos encontrado, porque la Tribu del Caballo está muy al norte.

—¿Hombres? ¿Qué hombres? —preguntó Alin con viveza.

—Uno se llama Altan —contestó Ban—. Y el otro Sauk.

Alin se detuvo, atónita.

—¿Altan y Sauk encontraron el camino hasta la Tribu del Ciervo Rojo?

—Sa. Altan dijo que había sido el jefe de esta tribu, pero que la tribu los había expulsado a él y a su compañero. Vinieron en busca de venganza. —La voz de Ban estaba llena de desprecio—. Son como hienas, haciendo presa en su propio pueblo, pero nos han sido útiles.

Alin no contestó sino que siguió mirando a Ban desconcertada. Él miró a su alrededor para cerciorarse de que no había nadie que pudiera oírles y entonces se acercó más a ella.

—Alin, escucha. La Reina dice que debes llevar a las muchachas a un lugar convenido. Dice que les digas a esos raptores que tenéis que celebrar una vigilia solemne en honor de la Madre y que es un rito en el que sólo pueden participar las mujeres de tu tribu. Nos reuniremos allí con vosotras —sonrió—, y os llevaremos a casa.

Alin siguió mirándolo en silencio.

Ban parecía perplejo.

—¿Me has entendido, Alin? Ya sabemos la historia de cómo perdió a sus mujeres esta tribu. Sabemos que no os dejarían marchar si se lo pidiéramos simplemente. Así que debéis hacerlo en secreto. —Entonces, como ella seguía sin responder, añadió—: No temas que vayan tras vosotras. Nosotros somos suficientes para protegeros.

—Ban. —Alin también miró a su alrededor—. Las cosas no son tan sencillas como parecen. Antes de hacer nada debo hablar con mi madre. Hay cosas que ella ignora.

Por la expresión del rostro de Ban, Alin vio que quería preguntarle de qué cosas se trataba y se sorprendió cuando él no lo hizo. Había olvidado lo indiscutible que era su voz para los hombres de la Tribu del Ciervo Rojo.

—Está bien —dijo él lentamente—. Se lo diré.

—Dile que nos reuniremos mañana al mediodía en el lugar de los árboles marchitos. ¿Está Altan con vosotros? —Al ver su gesto de asentimiento, continuó—: Sabrá el lugar al que me refiero.

Alin, mientras hablaba, miró hacia el despeñadero. Al parecer los habían visto, porque vio a Bror salir de la cueva de los talladores, bajar la vista hacia ellos y dirigirse con determinación a la escalerilla.

—¿Es éste su hogar? —preguntó Ban con incredulidad, echando la cabeza hacia atrás para mirar hacia arriba—. ¿Este nido de águilas?

Alin recordó que éstas habían sido las mismas palabras que había utilizado ella cuando vio por primera vez el despeñadero que era el hogar de la Tribu del Caballo.

—Sa —dijo suavemente—. Éste es su hogar.

Bror había llegado a la tercera terraza y se dirigía a la escalerilla que le permitiría descender a la segunda.

—Creo que es mejor que te vayas, Ban —dijo Alin—. Es importante que le lleves el mensaje a mi madre.

—Está bien —repuso él obediente.

Cuando Bror llegó al lado de Alin, Ban ya había desaparecido entre los riscos.

A Bror le confundió la forma en que Alin había despedido al extranjero y ella estaba segura de que se lo contaría a Mar. Pasó lo que quedaba de la tarde planeando lo que iba a decirle a Mar, cuando él confrontara su historia con la de Bror. No quería decirle la verdad hasta haber hablado con su madre.

Pero a Mar, sorprendentemente, no le interesó la historia del extranjero que había aparecido y se había marchado tan rápidamente de su playa. No era propio de él aceptar su explicación con tanta facilidad. Pero Alin sabía que aquello se debía a la preocupación por la controvertida cacería del ciervo.

Los nirum querían organizar una cacería de fuego y Mar lo había prohibido. Alin se enteró por Jes, quien a su vez lo había sabido por Tane. Había habido una desagradable discusión entre Mar y Heno sobre el tema de la cacería. Evidentemente, en ausencia de Altan y Sauk, Heno era el nuevo portavoz de los compañeros descontentos de Altan que todavía moraban allí. Y Heno había decidido pronunciarse contra la prohibición de Mar de la cacería de fuego, una prohibición extremadamente impopular entre los nirum más tradicionales.

—Estaban todos los hombres sentados alrededor de la hoguera en la cueva de los nirum —le había dicho Jes a Alin—, cuando Heno empezó a discutir con Mar sobre la cacería de fuego. Tane le dijo a Heno que no siguiera, hasta que finalmente Mar dijo: «Basta.» Luego Mar se levantó. Ya sabes lo alto que es, Alin. Bien, se levantó y miró a los nirum. Los miró a todos, uno a uno. Finalmente miró a Heno y, enfatizando cada palabra, dijo: «Yo soy el jefe y digo que no habrá cacería de fuego.»

Jes hizo una pausa y miró intencionadamente a Alin, antes de seguir hablando.

—Tane me ha dicho que en la cueva se hizo un silencio sepulcral. Mar y Heno se quedaron mirándose cara a cara y luego Heno desvió la vista.

No se iba a organizar una cacería de fuego, pero Mar deseaba ansiosamente que la cacería con lanza tuviera éxito y esto era lo que le preocupaba tanto como para que todo lo demás quedara excluido. Ésta era la razón de que Alin se ahorrara un cuestionario de preguntas sobre el misterioso extranjero.

Alin durmió a intervalos aquella noche, buscando y buscando las palabras que utilizaría para describir a su madre lo que había sucedido durante el invierno entre las muchachas del Ciervo Rojo y los hombres de la Tribu del Caballo.

Alin no había pensado todavía en la decisión que pronto se vería obligada a tomar. La había dejado a un lado y sólo pensaba en el problema que se iba a plantear en las dos tribus, el compromiso necesario si ambas deseaban evitar un conflicto.

Mar se despertó al amanecer. Alin siguió echada, fingiendo que dormía, y lo miró a través de sus pestañas mientras él encendía el fuego y se disponía a preparar té caliente en las piedras. Levantó las pieles para que Lugh pudiera salir y se quedó a la entrada del abrigo contemplando el amanecer.

Alin se incorporó lentamente, con la cabeza pesada por la falta de sueño. Mar la oyó moverse, se volvió con la cara sonriente y le dio los buenos días.

Alin se oyó a sí misma responderle.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él.

—Sa. No he dormido bien, eso es todo —replicó Alin sonriendo a aquella cara ansiosa, intentando ocultar que al incorporarse se sentía mal del estómago.

Al parecer tuvo éxito, porque Mar siguió con su rutina de todas las mañanas sin observar nada distinto en ella. Alin tomó asiento junto al fuego y concentró toda su atención en dominar las náuseas.

Mar se echó poco después de beber el té; tenía mucho que hacer aquel día, hasta que todo el equipo de caza estuviera preparado. Alin vio caer las pieles tras su ancha espalda y se sintió aliviada al perder de vista aquellos ojos demasiado perspicaces.

Alin lo sabía todo sobre el embarazo, porque era una de las principales tareas de la Madre. Volvió a su yacija de pieles y esperó hasta que desapareció el malestar. Luego se levantó y bebió un poco de té que Mar había dejado. Se sintió bastante mejor y estaba apagando el fuego del abrigo cuando apareció Jes, con la lanza en la mano.

—¿Ya estás lista, Alin? —preguntó—. Todos los hombres parecen estar muy ocupados. Podremos marcharnos sin que nadie nos haga preguntas.

—Sa —respondió Alin poniéndose de pie y cogiendo su lanza.

Las dos muchachas bajaron por el sendero que llevaba de la primera terraza a la playa. Una jauría de perros dormía bajo un saliente del despeñadero y Alin llamó a Roc. El gran perro se acercó trotando y meneando la cola y siguió feliz a las dos muchachas cuando éstas se encaminaron por el sendero que discurría entre los riscos.

—No he dormido en toda la noche —dijo Jes, mientras giraban hacia el sendero de caza que las llevaría al emplazamiento de los árboles marchitos. Miró a Alin de soslayo—. Pensaba que la Reina ya no nos encontraría.

—A mí me ha sucedido lo mismo —repuso Alin suspirando.

—¿Ha dicho algo Mar sobre la aparición de Ban?

—Muy poco. Está demasiado preocupado con la cacería.

—Tane dice que si tienen una buena caza sin fuego, entonces los nirum aceptarán mejor las órdenes de Mar —añadió Jes.

Alin asintió.

Caminaron en silencio durante un rato, sumergidas en sus propios pensamientos con Roc siguiéndolas confiado. El sol brillaba y el día iba a ser caluroso. Los árboles del bosque que estaban atravesando ya empezaban a mostrar los primeros brotes verde claro.

Cuando Alin y Jes llegaron al lugar de los árboles marchitos, Lana no había llegado todavía. Las muchachas se sentaron en el gran roble caído que había dado nombre a ese lugar y contemplaron el pequeño claro que se abría a su alrededor.

Llegó un grupito de ciervos saltando entre los árboles al borde del claro: un macho, tres hembras y tres crías. Alin dijo algo a Roc y el perro permaneció en su sitio, a regañadientes, pero obediente.

Los gráciles animales, en la semipenumbra de los árboles moteada por la luz del sol, se volvieron para mirar a aquellos seres extraños que había en el claro. Una de las crías empezó a mamar. Se levantó una ligera brisa, las ramas de los árboles con los primeros brotes oscilaron y los ciervos desaparecieron.

Media hora después llegó Lana.

Roc olfateó a los recién llegados antes de que las muchachas oyeran sus pasos. En cuanto el perro emitió un ladrido de advertencia, Alin y Jes se pusieron de pie de un salto y se quedaron mirando atentamente el sendero de caza que había atraído la atención de Roc.

Una partida de nueve hombres y una mujer salió del bosque y apareció en el claro iluminado por el sol.

Lana era una mujer menuda y estaba rodeada por hombres altos, pero la suya fue la imagen que vieron las muchachas, la imagen que las atrajo, mientras contemplaban cómo se iban aproximando sus rescatadores.

—Madre —dijo Alin y corrió ligera atravesando el claro a echarse a los brazos de Lana.

—Alin. —Aquella voz que ella tan bien recordaba vibraba de emoción—. ¡Oh, hija mía, qué contenta estoy de volver a verte!

Los brazos de Lana se cerraron alrededor de la cintura de su hija con ardiente posesión.

Alin sintió una punzada de sorpresa al comprobar cuánto tenía que alzarse su madre para poder abrazarla. Recordaba a Lana más alta, más robusta. Pero aquel rostro de gato, redondo y de ancha frente, era exactamente el mismo que recordaba Alin, así como aquellos extraños ojos azul gris, grandes y ligeramente oblicuos. En aquellos ojos había el brillo de unas lágrimas contenidas cuando miraron el rostro de Alin, y Alin sintió que los suyos también se humedecían.

—No has cambiado nada, Madre —consiguió decir.

—¿Y por qué hubiera tenido que cambiar? Es a ti a quien han raptado, hija mía —replicó Lana secamente.

Entonces Lana se volvió hacia Jes y estrechó entre sus brazos a la amiga de su hija.

—Mi corazón se alegra de verte, Jes.

Se abrazaron. Luego Lana se apartó de Jes y miró a las dos muchachas con una satisfacción posesiva.

Alin no la miró. Sus ojos se fijaron en el hombre que permanecía a la derecha de Lana.

Tor miró a su vez a su hija gravemente, aunque sus ojos castaños estaban llenos de emoción.

—Tor —dijo Alin suavemente—. Me alegro de verte.

—Yo también me alegro de verte, Alin —replicó el hombre—. Te hemos echado mucho de menos.

Alin inclinó la cabeza. Luego miró al hombre parecido a un gran búfalo que permanecía al otro lado de Lana.

—Bueno —dijo con voz helada—. Altan.

La mirada que él le dirigió fue insistente y desafiante a la vez.

—¿Dónde está tu compañero de traición? —preguntó Alin al jefe depuesto.

—Al otro lo he dejado atrás —respondió Lana—. Es mejor que no estén juntos.

Alin asintió.

—Madre, debemos hablar —le dijo a su madre.

—Eso me dijo Ban, hija mía. Por eso estoy aquí. —El rostro de Lana tenía una expresión serena—. ¿Has venido a decirme que te es imposible apartar a nuestras muchachas del resto de la tribu? Si es así, haremos otros planes.

—Na —repuso Alin moviendo la cabeza—. No es tan sencillo, Madre. Es… debo contarte todo lo que nos ha sucedido en esta tribu. Es la única manera de que lo entiendas.

—Haré un fuego, Reina —dijo Tor sosegadamente—. Así estaréis más cómodas.

Mientras los seres humanos hablaban, los perros se dedicaban a establecer su jerarquía tribal propia. Tan pronto como la partida del Ciervo Rojo apareció en el claro, los cinco perros que la acompañaban desaprobaron a Roc y mientras los seres humanos hablaban, echaron atrás las orejas y se dispusieron a expulsar de allí al perro extranjero. Por su parte, Roc no se dejó impresionar sino que se quedó en su terreno, con la cabeza y la cola bien tiesas, y enseñó los dientes con un gruñido amenazador.

A los perros atacantes les frenó la sorprendente postura de autoridad de Roc. Durante un instante se retiraron a considerar sus opciones. Luego, mientras Alin y Lana hablaban detrás de los perros del Ciervo Rojo, Roc decidió reunirse con su ama.

El perro hizo acopio de altivez y se adelantó en medio de los sorprendidos perros del Ciervo Rojo. Cuando llegó junto a Alin, Roc ocupó su sitio habitual, junto a sus talones.

Los chasqueados recién llegados bajaron la cola y respondieron a las llamadas de Tor, divertido ante aquella escena.

Cuando finalmente Alin tomó asiento junto al fuego con Lana y Jes, Roc fue tras ella, arrimó el lomo contra la espalda de Alin y se dedicó a observar lo que sucedía en el claro que quedaba fuera de su vista. Cuando los hombres y los perros desaparecieron en la espesura a buscar alimento para la comida del mediodía, Roc apoyó el hocico en las patas, cerró los ojos y se quedó dormido.

En cuanto los hombres desaparecieron en el bosque Alin alisó el cuero de sus pantalones a la altura de las rodillas y empezó a narrar su historia.

—Debes de haberte enterado por Altan y Sauk de la tragedia del agua envenenada. —Lana asintió y Alin siguió—: Los hombres del Caballo nos lo contaron la primera noche después del rapto. La razón de su acción era muy clara. —Hizo una pausa y volvió a alisarse el cuero sobre sus rodillas—. No sé si Altan os ha dicho que habían intentado intercambiar mujeres con otras tribus del Clan, pero era imposible remplazar la cantidad que habían perdido. Recurrieron al rapto porque estaban desesperados. —Alin miró su rodilla con el ceño ligeramente fruncido—. Les pareció que era una buena idea.

Calló unos instantes y miró a Lana.

—Sin embargo el rapto tenía un punto débil.

—¿Cuál era, hija mía? —preguntó Lana con calma.

—Los hombres buscaban esposas. Deseaban esposas. Querían mujeres que llegaran a formar parte de la tribu. —Se detuvo un instante—. Y esto lo utilicé contra ellos.

—¿Cómo? —preguntó Lana interesada.

Alin le narró toda la historia desde cómo había persuadido a Huth para que accediera a esperar hasta los Fuegos de Primavera para celebrar las bodas entre las muchachas del Ciervo Rojo y los hombres de la Tribu del Caballo. Pero apenas le dijo nada de Mar.

Se hizo un tenso silencio cuando Alin acabó de hablar. Luego Lana se centró en el único tema que Alin deseaba evitar.

—¿Quieres decir que has celebrado los Sagrados Esponsales para esta tribu?

—Sa —contestó Alin con expresión grave y serena—. Lo hice.

—¿Por qué? —preguntó Lana con viveza.

—La tribu se estaba muriendo, Reina —respondió Alin con calma—. Era como si los manantiales de las montañas que van a parar al lago se hubieran secado. —Alin hizo un gesto lleno de gracia con la mano y luego la dejó quieta otra vez—. Así estaba la Tribu del Caballo desde que se había separado del culto de la Madre. Seca y muerta, como el lago. La gente de la tribu rendía culto al Dios Cielo. Adoraban a los dioses de la caza. Pero ¿qué bien podían obtener de ellos sin la Madre?

Alin apartó la vista de Lana y la dirigió al fuego.

—Cuando las muchachas del Ciervo Rojo llegamos aquí, los hombres y las mujeres de la Tribu del Caballo no entendían nada de todo esto. —Levantó la vista, miró a su madre y sostuvo su mirada—. Pero ahora sí.

—Si lo que me dices es cierto, Alin, entonces no comprendo por qué no puedes reunir a nuestras muchachas como si fuerais a celebrar una ceremonia y llevártelas.

—No puedo hacer eso, Madre —dijo Alin serenamente—. Porque las muchachas están casadas y no todas querrían abandonar a sus maridos.

Lana se quedó atónita. Jes permanecía muy quieta.

—¿Quieres decir que nuestras muchachas prefieren quedarse en este lugar? ¿Con estos hombres impíos? —preguntó Lana finalmente. En su voz se mezclaba la incredulidad y la cólera.

—Sa —repuso Alin—. Es lo que te estoy diciendo.

—¿Quién? —preguntó Lana—. ¿Quiénes son las muchachas del Ciervo Rojo que se quedarían?

—Dara —contestó Alin—. Sana.

—Yo —dijo Jes.

Lana se quedó mirando a la muchacha que estaba sentada junto a Alin.

—¿Tú, Jes? —preguntó—. ¿Escogerías quedarte en una tribu así?

Jes, al oír la voz de Lana palideció, pero contestó con voz firme.

—Sa, Reina. Yo escogería quedarme con Tane.

—¿Abandonarías a Alin?

La palidez de Jes se tornó lívida. Sin embargo, antes de que pudiera replicar Alin, puso una mano sobre la de su amiga que apretaba, tensa, su rodilla.

—No tienes que contestar, Jes —dijo suavemente.

Jes, incapaz de hablar, asintió.

—Esto es lo que te propongo que hagamos, Reina —prosiguió Alin con enérgica autoridad mientras retiraba su mano de la de Jes y volvía a dirigirse a su madre—. Propongo que le digas a Mar que has venido a llevarte a las muchachas de la Tribu del Ciervo Rojo que deseen hacerlo. Creo que accederá a dar esta oportunidad a las muchachas.

—¿Y por qué tendría que hacerlo? —preguntó Lana fríamente con los ojos clavados en Jes.

—Porque creo que él esperará que la mayoría de las muchachas prefieran quedarse. Pero esto no sucederá, Madre. Creo que la mitad elegirá quedarse y la otra mitad volver contigo a casa.

—¿Y si yo no accedo? —preguntó Lana volviendo a mirar a Alin.

—No puedes llevarte a todas las muchachas a casa, madre —fue su arrolladora y sencilla respuesta—. No querrán.

Lana levantó las manos y luego las dejó caer otra vez sobre su regazo.

—Me resulta muy duro entender cómo unas muchachas que han crecido en la Ley de la Madre pueden abandonarla para seguir a dioses masculinos.

—¡No hemos abandonado a la Madre! —La apasionada voz de Jes respondió a la acusación de Lana—. Jamás, Reina, una mujer del Ciervo Rojo dejará de obedecer la Ley de la Diosa. ¡Nosotras no hemos aprendido a adorar a nuevos dioses, sino que son los hombres del Caballo quienes han aprendido a adorar a la Madre!

Se hizo una pausa mientras Lana miraba a Jes con frialdad.

—¿Quién dirige la Tribu del Caballo? —preguntó Lana a la joven, con una voz tan fría como la expresión de sus ojos.

—Mar —repuso Jes con firmeza—. Mar es el jefe.

—¿Y quién es el chamán?

—Huth es el chamán.

—Hombres —dijo Lana con desdén—. Hijos de hijos. Na, Jes. —La pequeña y autoritaria cabeza se movió de un lado a otro—. No hay esperanza de seguir la Ley de la Madre mientras los hombres dirijan la tribu.

—¿Por qué lo dices, madre? —preguntó Alin.

—Es su naturaleza —repuso Lana—. Los hombres son útiles, y hasta necesarios. Sin ellos no nacerían niños. Pero en cuanto un hombre saborea el poder, está arruinado.

Lana contempló con dureza a Alin y a Jes y luego volvió a mirar a Alin.

—Mira ese Altan —dijo—. Ahí está un hombre que ha sido jefe, que se dedicó al bienestar de su tribu como un sagrado deber. Pero cuando desapareció su poder, buscó venganza.

Lana hizo una pausa para que sus palabras calaran bien.

—Por esta razón la Madre decretó que las mujeres dirigieran la tribu —siguió diciendo—. Las gentes de la Tribu del Ciervo Rojo son mis hijos. Yo no soy sólo un jefe, soy la Reina y la Madre. Ningún hombre puede comprenderlo. Los hombres no sienten por sus hijos lo que siente una madre. —Su rostro gatuno estaba completamente sereno cuando añadió—: Nada podría obligarme a hacer algo que perjudicara a mi tribu. Nada.

Alin y Jes sabían que decía la verdad e inclinaron la cabeza reconociéndolo.

Dos horas más tarde, las muchachas emprendían el regreso a la Tribu del Caballo para hablar con Mar.