CAPÍTULO XX

Los cazadores encendieron una hoguera en el mismo sendero de los mamuts para calentarse y luego Bror arrancó los preciados colmillos. Lo hizo con cuidado, utilizando el buril y el martillo de piedra que había traído consigo precisamente para esta labor. El buril de pedernal que utilizaba era una herramienta muy simple, con una cara cortante y un ángulo cortante. Golpeando cuidadosamente con el martillo de piedra, Bror marcó una ranura circular en la primera capa de marfil, en la zona próxima al nacimiento de los colmillos del mamut. En cuanto hubo cortado la ranura, le fue relativamente fácil separar los colmillos suavemente.

Después los cazadores trocearon parte del mamut para la cena de la noche, una vez que hubieron enterrado el corazón para honrar al Dios Cielo. Cuando volvieron al campamento estaba empezando a nevar; se sentían cansados, tenían frío, pero volvían triunfantes con la carne y el marfil.

Mientras encendían las hogueras en las tiendas, algunos hombres transportaron agua del río para lavarse la sangre del mamut. El río próximo al campamento discurría a unos seis pies por debajo del borde de la orilla, que formaba una escarpada pendiente, y para transportar el agua fue necesario asegurar un contenedor con cuerdas e introducirlo en el agua blanca y revuelta. El río era profundo en el borde de la ribera rocosa y cuando sumergieron los contenedores, éstos se llenaron en seguida.

El agua que habían llevado no tardó en teñirse de rojo.

—Será mejor que traiga un poco más para beber —dijo Mar.

Sauk emitió un gruñido de asentimiento y, tras ordenar a Lugh que se quedara allí, Mar se puso las pieles y se perdió en la creciente oscuridad.

La nieve que caía en la cabeza descubierta de Mar era ligera pero constante y se puso la capucha. Cuando alcanzó el río, desenredó las cuerdas atadas a las vejigas que iba a meter en el agua y las subió por el borde de la escarpada orilla.

Ya casi había oscurecido por completo y nevaba con mayor intensidad. Mar miró las agitadas aguas blancas y echó los contenedores al río.

Mar permaneció en el borde de la pendiente, mirando hacia abajo. Cuando sintió el impacto del golpe en la nuca, se tambaleó. Le salvó la capucha; si la piedra le hubiera golpeado la cabeza descubierta, le habría aplastado el cráneo. Sin embargo el golpe lo aturdió, y el empujón entre los omóplatos le hizo perder el equilibrio por completo. Sin apenas forcejear, Mar cayó por la pendiente hasta el río.

El impacto del frío lo espabiló. Allí el río era profundo y Mar cayó bajo el agua helada. Hizo un esfuerzo por mantenerse a flote, pero el frío ya había empezado a afectarle y apenas tenía fuerza en los músculos de las piernas. Su abrigo de piel era increíblemente pesado y aún lo sería más cuando estuviera completamente empapado. Sus botas eran un peso mortal en sus pies y lo arrastraban hacia abajo.

La corriente se lo llevaba velozmente río abajo.

Gritó. Es inútil, pensó. Aunque alguien lo oyera, aquel frío lo mataría en cuestión de minutos. Pero tenía que hacer algo. Abrió la boca para gritar otra vez y un chorro de agua helada le llenó la garganta. Se atragantó.

Apenas podía mantenerse a flote. Todavía movía los brazos y las piernas intentando acercarse a la orilla, pero sabía que aunque llegara allí, tampoco le serviría de mucho. No podría subir por la pendiente, con aquellas rocas escarpadas y resbaladizas.

Movía los brazos y las piernas cada vez con mayor lentitud. Ya casi había cesado todo movimiento y empezaba a hundirse. Echó la cabeza hacia atrás, para mantener la nariz y la boca fuera del agua, y la nieve cayó encima de su cara.

—¡Mar!

Oyó una voz débil, como si procediera de muy lejos.

—¡Mar!

Intentó mirar hacia la orilla, pero la oscuridad y la nieve se lo impidieron. Le pareció que era Tane.

—¡Agárrala!

No puedo, pensó Mar. No puedo moverme.

Una vejiga de ciervo le rozó la cara.

—¡Agárrala, Mar! ¡Ahora! —gritó Tane.

Con un esfuerzo extraordinario, Mar levantó el brazo y apretó los dedos alrededor de la vejiga. La cuerda empezó a arrastrarlo por el agua hacia la orilla.

Es inútil, pensó. No podré subir.

—¡Mar!

Entonces estuvo seguro de que era la voz de Tane y que era él quien sujetaba la vejiga.

—Por aquí la pendiente es más baja —le decía—. Podrás subir. ¡Vamos!

Mar se golpeó contra las rocas. Tane agarró el abrigo empapado por el hombro. Estaba arrodillado a muy poca distancia de Mar.

—¡Mar, hijo de hiena! —gritó Tane—. ¡Sal de ahí! ¡Has estado demasiado tiempo! ¡Sal!

Tane levantó con esfuerzo a Mar por los hombros.

—Ayúdame —le pidió desesperado—. Pesas demasiado. No puedo moverte solo.

Mar tanteó con un pie y sintió una roca debajo. Allí el río era más somero. Tane había puesto una de las manos de Mar alrededor de una roca y él empujó con el pie y fue arrastrándose hacia arriba.

—Eso es —dijo Tane jadeando.

No puedo, pensó Mar.

—Ahora —indicó Tane, y ambos hicieron otro esfuerzo. Mar consiguió llegar a las rocas—. Hay que sacar estas ropas —dijo Tane en seguida y, arrodillándose junto a él, empezó a sacarle el abrigo de piel.

Mar hizo un nuevo esfuerzo y se sentó para que le pudiera desvestir mejor.

—La camisa también —añadió Tane—. Vamos. Levanta los brazos para que yo pueda pasártela por la cabeza.

Mar hizo lo que le decía y Tane le sacó la camisa de cuero empapada y congelada, dejando a Mar con el torso desnudo expuesto a la nieve que caía.

—Y ahora ponte esto —le ordenó Tane quitándose su abrigo y poniéndoselo a Mar—. Un minuto más y hubieras muerto —murmuró mientras le rodeaba con el abrigo.

—S-sa —asintió Mar.

—¿Qué ha pasado?

—A-alguien me e-empujó.

—Sauk. —Los dedos de Tane dejaron de moverse y habló con una voz llena de odio.

—N-no lo sé. N-no pude verle.

—Vamos —dijo Tane—. Quiero llevarte junto al fuego.

Mar consiguió ponerse de pie. Temblaba sin poderse dominar, pero pudo mover los brazos y las piernas. Lentamente los dos hombres se alejaron del río mortal.

—¿C-cómo me has e-encontrado? —tartamudeó.

—Pensé que necesitábamos más agua y salí después que tú lo hicieras —contestó Tane—. Sauk ya había salido de la tienda, así que no sabía que yo iba tras de ti.

—¿L-lo v-viste?

—Na —dijo Tane con gran pesar—. No lo vi. Te oí gritar y eché a correr como un rayo hacia el río que te estaba arrastrando. No vi a nadie más.

—N-no digas nada sobre el e-empujón, Tane. T-todavía no. S-sólo causaría p-problemas —advirtió Mar, deteniéndose.

—Ciertamente causará problemas —dijo Tane sombrío—. A los muchachos les gustaría asesinar a Sauk.

—L-lo que quiero es e-esperar hasta que pueda e-enfrentarme a él. —Y luego, como Tane seguía en silencio añadió—: P-pero no quiero hacerlo a-ahora, Tane, por f-favor.

—Está bien —contestó Tane—. No estoy de acuerdo contigo, pero… está bien.

Sauk estaba sentado ante la hoguera cuando Tane y Mar entraron en la gran tienda. La expresión de sorpresa en el rostro del nirum al verlos ante la puerta bastó para convencer a los dos jóvenes de su culpabilidad.

—¡Mar! ¿Qué ha pasado? —gritó Alin.

—M-me caí al río —replicó Mar con los dientes castañeteantes.

Tane lo empujó hacia el fuego.

—Trae sus pieles de dormir para envolverlo —ordenó Tane a Jes—. Voy a quitarle toda la ropa mojada.

Tane trabajó en silencio, lo envolvió en sus pieles de búfalo y luego le sacó los pantalones y las botas congelados. Mar se agazapó junto al fuego temblando y Tane le puso encima de las otras sus pieles de dormir. Lugh se sentó junto a su dueño y se lo quedó mirando con expresión preocupada.

—Comer —dijo entonces Tane—. Comer te ayudará a entrar en calor.

—Sa —repuso Mar, logrando hablar por primera vez sin tartamudear.

La carne del mamut ya había cocido lo suficiente para poderla comer y Alin le sirvió a Mar un gran pedazo. Él dio un bocado y empezó a masticar lentamente.

Los tres nirum habían permanecido en silencio durante el rato que las muchachas y Tane se habían cuidado de Mar. En cuanto al joven estuvo servido, Sauk se sirvió a su vez y los otros nirum lo siguieron. Se sentaron todos alrededor de la hoguera, masticando en silencio. Mar masticaba y temblaba. Tane y las muchachas lo vigilaban.

—Me gustaría mucho saber cómo has podido caerte al río —dijo Alin sin expresión en la voz.

—No lo sé —repuso Mar—. No lo recuerdo. Debí de darme un golpe en la cabeza.

Sauk levantó la mirada con expresión de alerta.

—¿Un golpe en la cabeza? ¿Dónde? —preguntó Alin frunciendo el ceño.

Mar señaló el lugar en la nuca donde Sauk le había golpeado y Alin se levantó a mirarlo. Tenía los cabellos casi secos y cuando los dedos de Alin tocaron el cuero cabelludo, dio un respingo.

—Extraño lugar para golpearte tú mismo —comentó Alin, con voz inexpresiva todavía. Miró bajo sus dedos, que rozaron ligeros como el aire la hinchazón que habían descubierto, separando los mechones dorados y húmedos que la cubrían.

—No lo recuerdo —dijo Mar—. Lo he olvidado todo.

Alin tomó con su mano la barbilla de Mar y volvió su rostro hacia arriba para poder escudriñarlo. Estaba tan pálido, pensó, y sus ojos tan sombríos.

—Debes de haberte golpeado la cabeza contra una roca —dijo Heno—. El río está lleno. Has tenido mucha suerte, Mar, de que Tane saliera detrás tuyo.

—Sa —afirmó Sauk—. Mucha suerte.

Mar miró al nirum, quien no le devolvió la mirada.

—¿Dónde están las pieles de Mar? ¿Y su camisa? —preguntó Alin.

—Abajo, en el río —repuso Tane levantándose—. Voy a buscarlas.

—Sa. Tienen que estar secas para poder viajar —replicó Alin.

—Llévate a Lugh —le aconsejó Mar a Tane.

Los hermanos se cruzaron una mirada, luego Tane asintió y silbó al perro, que sólo se movió cuando recibió la orden de Mar.

Extendieron las ropas de Mar en un secador construido con ramas.

—No vas a poder ir a ninguna parte durante un buen rato —comentó Tane con una sonrisa.

Mar le sonrió con un poco de malicia. Ya no temblaba, pero le pesaban los ojos. Sólo había comido un poco de su ración de carne.

—Échate —le dijo Alin suavemente.

Mar asintió y mientras los demás cambiaban de sitio para colgar las ropas de Mar, él se quedó dormido.

El abrigo de piel y las botas de Mar todavía estaban húmedos al día siguiente. La camisa y los pantalones se habían secado y aunque estaban duros y rígidos y el cuero necesitaba un nuevo raspado, se los puso.

—Eres demasiado grande para ponerte la ropa de otro —le dijo Tane—. Tendrás que quedarte en la tienda hasta que las pieles estén secas.

—No me preocupa —replicó Mar con una sonrisa—. Las muchachas me harán compañía.

Los iniciados también le hicieron compañía porque decidieron que era peligroso dejar solo a Mar. Ninguno de ellos se había creído la historia de Mar «cayéndose» al río.

—Mar nunca pierde el equilibrio —dijo Dale despectivo en cuanto oyó la historia—. Algo ha pasado que él no nos ha dicho.

—Sa —asintió Bror—. Creo que sería aconsejable no dejar solo a Mar con los nirum.

Así, durante todo el día la gran tienda estuvo llena de gente. Fuera estaba nevando y todos se apiñaron unos contra otros para darse calor.

Jes le pidió a Bror que le explicase cómo haría la estatuilla con los colmillos del mamut.

—Primero tiene que cocer el marfil para ablandarlo —respondió Melior—. Es así, ¿verdad Bror?

—Si hubiéramos obtenido este marfil en una Asamblea, entonces debería cocerlo —explicó Bror—. Pero el marfil o las astas o los huesos de un animal recién cazado no tienen que tratarse porque todavía están blandos. —Le sonrió a Jes—. Para partir el marfil, es mejor que esté ligeramente seco. Así es más fácil. Pero no para trabajarlo con el buril o con un cuchillo. Para esto es necesario que el marfil esté más blando. Si hago la estatuilla en cuanto lleguemos a casa, no tendré que cocer los colmillos.

—¿Y cómo los cueces? —preguntó luego Jes. El resto de los cazadores escuchaban indolentemente, pero ella era todo oídos.

Bror lanzó un profundo suspiro, claramente satisfecho de hablar de su oficio. Sauk se movió inquieto, pero no dijo nada.

—En primer lugar —empezó Bror—, pones en remojo el marfil durante un puñado de días. Luego tomas un pedazo de piel fresca y lo pones en remojo hasta que se hincha. Entonces envuelves el marfil tres veces en la piel, con el pelo hacia dentro, lo pones todo a fuego lento y lo dejas hasta que la piel esté completamente carbonizada. Cuando lo sacas del fuego, la envoltura cae en pedazos y el marfil está tan caliente que es imposible sujetarlo con las manos desnudas. Cuando se enfría, se puede cortar en pedazos fácilmente con un cuchillo de pedernal. Y también puede doblarse, si es necesario.

Dale asintió. Melior emitió un ruido que denotaba interés.

—¿Es así como se hacen las cintas de marfil para la cabeza? La Reina tiene una y siempre me he preguntado cómo la habían hecho —dijo Jes.

—Sa —replicó Bror—. Coges un cuchillo y cortas una pieza larga a lo largo del colmillo, una vez que lo has cocido. —Ahora Bror sólo se dirigía a Jes—. Cuando haga una estatua utilizaré un cuchillo y un buril de pedernal y necesitaré el marfil un poco blando. Y antes de decidir lo que voy a hacer tendré que comprobar lo manejable que es.

—¿Podre verlo? —preguntó Jes.

—Serás bienvenida —accedió Bror.

Jes sonrió.

Tane frunció el ceño.

Mar estornudó.

—Pobre Mar —dijo Elen—. Me temo que vas a sufrir por el remojón de ayer.

—Si lo único que saca es una nariz goteante, es afortunado —repuso Alin—. Unas aguas como aquéllas matan rápidamente. —Su expresión era dura cuando miró a Sauk.

Alin había permanecido despierta durante la mayor parte de la noche, escuchando la respiración de Mar y pensando en el «accidente». Sus pensamientos la llevaron a la misma conclusión que los muchachos y miró a Sauk como a un enemigo.

—Sa —dijo Bror con la misma dureza en la voz y dirigiendo también una mirada hostil al nirum.

—Mar tiene la constitución de un oso de las cavernas —intervino Eoto dirigiendo a Mar una sonrisa vacilante.

Mar devolvió la mirada a Eoto con una expresión enigmática en los ojos.

—Es cierto que he estado a punto de morir. No le volveré la espalda a mi enemigo dos veces.

—¿Qué enemigo? —preguntó Sauk en medio de un tenso silencio—. ¿De qué estás hablando, Mar? Te caíste al río.

—Sa. Me caí al río. Y a Tardith lo mató una lanza casual.

Mar habló en un tono tranquilo y esperó un momento para comprobar el efecto que tenían sus palabras en sus oyentes.

Los ojos entrecerrados de Sauk.

El aliento contenido de Bror.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Eoto perplejo.

Mar desplazó la mirada de Eoto a Heno, quien fruncía el ceño con claro embarazo.

—Procedes de una familia desgraciada, Mar —dijo Sauk. Melior empezó a levantarse.

—Siéntate. —Mar esperó a que Melior le obedeciera y siguió—: Creo que dentro de muy poco sabremos quién es el infeliz en la Tribu del Caballo, Sauk.

El nirum dejó al descubierto sus dientes pequeños y cuadrados.

—Estoy pensando que lo mejor será que Bror, Melior y Dale podrían dormir aquí esta noche. Y los nirum que lo hagan en la otra tienda —dijo Alin.

—Tú no eres quien da las órdenes aquí, muchacha —exclamó Sauk con presunción.

—¿Dónde estabas la otra noche, Sauk, cuando Mar cayó al agua? —preguntó Alin—. Saliste de la tienda justo después que él. Te vimos hacerlo. ¿Adónde fuiste? —Se volvió hacia Elen—. ¿Fue a la otra tienda?

—Na —respondió Elen moviendo la cabeza—. No vino con nosotros.

—Fui a la fosa —dijo Sauk, mirando furioso alrededor de la hoguera—. ¡No es culpa mía que Mar resbalara y se cayera al agua! —Miró a Mar—. ¿Es que me acusas de haberte empujado?

—Na —respondió Mar suavemente—. No lo vi, Sauk. No vi quién me golpeaba la cabeza y me empujaba. Llegaron por detrás y estaba oscuro.

Se hizo un profundo silencio en la tienda.

—Yo no sé nada —aseguró Eoto.

—No creo que tú lo hicieras —dijo Mar.

—Perdiste el equilibrio, caíste y te golpeaste la cabeza contra una roca —añadió Sauk con desdén—. No intentes salvar las apariencias acusándome a mí de tu torpeza, Mar.

Los iniciados y las muchachas se quedaron mirándolo con expresión hostil.

—¿Y por qué Sauk querría hacer una cosa así? —preguntó Heno, mirándolos uno a uno mientras hablaba—. ¡No existe ninguna razón!

—Esta primavera Mar se convertirá en nirum —replicó Tane—. Y entonces podrá desafiar al jefe.

Heno lanzó una risotada sincera.

—¡El desafío es imposible! —exclamó—. Todo el mundo lo sabe.

—No estés tan seguro de ello, Heno —dijo Mar con voz tranquila y confiada—. Nada me hace pensar que Altan y Sauk estén tan convencidos de la imposibilidad como tú.

Eoto y Heno se lo quedaron mirando y luego miraron a su jefe. Sauk tenía clavada su intensa mirada en Mar y lentamente, con ademán amenazador, el nirum se puso de pie.

—No olvidaré esta acusación, Mar —dijo.

Mar estornudó.

—Vamos a la otra tienda —ordenó Sauk, haciendo un gesto a sus seguidores—. Aquí el aire apesta.

Todos permanecieron en silencio mientras los tres nirum se abrían paso hasta la puerta de la tienda.

—No puedo acusarle ante la tribu. No lo vi —explicó Mar a los que se quedaron una vez hubieron salido los otros.

—Lo comprendemos —dijo Dale con expresión sombría—. Pero también sabemos que si alguien te empujó, Mar, ése fue Sauk.

—Sa —asintieron voces femeninas y masculinas.

—En el futuro, cuando vayas a alguna parte —dijo Alin—, asegúrate de llevar siempre a Lugh.