Cuando los cazadores, al día siguiente, avanzaron más hacia el norte, la cubierta helada del río se hizo más delgada y luego se rompió. Se estaban aproximando a los rápidos de las tierras altas.
—La corriente del río es tan fuerte aquí que no importa el frío que haga, el agua no se congela nunca —le explicó Bror a Alin—. El agua atrae a la caza. En aquellos rápidos te puedes encontrar renos, renos gigantes y corzos, así como ciervos, alces y jabalíes.
Los cazadores se habían apartado del río y caminaban por tierra. Alin observó muchos senderos de caza que se abrían desde el río y se adentraban en las colinas de los alrededores.
—Ha llegado el momento de elegir un lugar y montar las tiendas —ordenó Sauk.
Acabaron de levantar el campamento bien entrada la tarde. Luego los cazadores se dispusieron a buscar las huellas de los mamuts.
Y las encontraron.
—¡Estamos de suerte! —exclamó Mar—. Cuando el año pasado vine a los rápidos a rastrear mamuts, no había señal de ellos por ninguna parte.
Los hombres se lo quedaron mirando.
—¿Viniste aquí el año pasado? —preguntó Heno—. ¿Solo?
Mar no contestó.
—¿Y qué hacía un muchacho que todavía no es nirum viniendo solo a los rápidos de las tierras altas? —preguntó Sauk, entrecerrando los ojos y adelantando el mentón peligrosamente.
—Rastrear mamuts —dijo Mar. Bajó la vista desde su gran altura para mirar el rostro beligerante de Sauk.
—¿Y qué te proponías hacer, Mar, si hubieras encontrado un mamut? ¿Matarlo con tu lanza? —rió Heno con desprecio.
Eoto lo secundó. Los iniciados siguieron muy serios.
—Si hubiera encontrado huellas de mamut, habría vuelto para organizar una partida de caza —le dijo Mar a Heno lentamente. Luego sus ojos se dirigieron a Tane—. Pensé que podríamos utilizar el marfil para intercambiarlo por mujeres en la Asamblea de Primavera —explicó—. Pero no quise dar esperanzas, por si no encontraba ningún mamut que pudiéramos cazar. El invierno pasado la tribu no necesitaba más problemas. Así que vine solo. Como no había señal de ningún mamut, volví a casa. —Se encogió de hombros—. Fue muy sencillo.
—¿Por qué no me pediste que te acompañara? —preguntó Tane sin demostrar expresión alguna.
—Estás siempre tan ocupado en la cueva sagrada durante la Luna de la Nieve —dijo Mar disculpándose.
—Podrías estar muerto —exclamó Sauk—. Eres tan vulnerable como cualquier otro hombre, Mar. —Acompañó sus palabras con una sonrisa particularmente desagradable, para luego añadir mirando a todos los componentes del grupo—: No es aconsejable salir a cazar solo. Mirad lo que le ha sucedido a Zel.
—Yo no estaba cazando —replicó Mar con impaciencia.
—Ni tampoco lo hacía Zel —comentó Sauk mirándolo de reojo—. O por lo menos no estaba cazando carne.
Los demás nirum rieron intencionadamente.
—¿Cómo te las arreglaste para marcharte tú solo sin que nadie se enterara? —le preguntó Bror a Mar.
Mar frunció el ceño y luego hizo un ligero movimiento con la cabeza.
—¡Ya lo sé! —exclamó Dale con alegría—. Fue cuando dijiste que ibas a ir río abajo a ver a las mujeres sin tribu, ¿verdad? Y en lugar de ir allí viniste aquí.
—¿Qué mujeres sin tribu? —preguntó Elen.
Dale pareció repentinamente aturdido.
—¿Qué mujeres? —repitió Elen, mirando a Dale y a Mar y luego otra vez a Dale.
—¿Y qué hay de las huellas de mamut? —apuntó Alin, apiadándose de la confusión de Dale—. ¿Las vamos a seguir hoy? —preguntó dirigiéndose a Sauk.
—Na —respondió Sauk contemplando el cielo de la tarde—. Hoy ya es demasiado tarde. —Luego su voz cambió y se hizo casi insolente—: Mar, Dale y Bror, salid y traednos algunas liebres para cenar.
Alin estaba cerca de Mar y pudo sentir su tensión al recibir la orden. No era que rehusara traer la cena; de ello estaba segura. Era recibir órdenes de Sauk lo que le irritaba tanto.
Tras cenar en la tienda grande, Sauk los regaló con historias de sus días de cazador de mamuts en el este. Alin, cada vez más cansada de oír la voz bronca e inacabable del nirum, le dijo a Tane:
—¿Nunca has estado en una cacería de mamuts, Tane?
—Sa —replicó él, sonriendo—. Fui a la cacería mandada por Tardith el año de nuestra iniciación. Cazamos un buen macho aquel año, ¿recuerdas, Mar?
Mar asintió. Contemplaba el fuego con expresión pensativa. Alin se preguntó si había escuchado alguna de las historias de Sauk.
—¿Fue emocionante? —le preguntó a Tane.
—En realidad, no —respondió Tane haciendo una mueca.
—Siempre hay mucha emoción entre los cazadores de mamuts —empezó Sauk, dándose importancia.
—Mar y yo sentimos gran emoción en aquella cacería —le cortó Tane—, pero no tuvo nada que ver con el mamut que matamos. —Son rió a la cabeza inclinada de su hermano adoptivo.
Mar levantó la vista y frunció el ceño ligeramente.
—¿Tienes que sacar a colación aquella escapada?
—Alin quiere oír una historia de mamuts emocionante.
—Sa —dijo Alin inmediatamente—. Las historias de Sauk han sido muy emocionantes, pero estaría bien escuchar una historia de mamuts en nuestros territorios de caza.
Mar se la quedó mirando.
—Vamos, Tane —lo animó—. ¿Qué sucedió?
—Bueno —empezó Tane, acomodándose bien—. Mar y yo éramos de la misma opinión respecto a la caza del mamut. Él creía que había sido muy aburrido. Desde luego, como el padre de Mar era el jefe y el líder de los cazadores, Mar no podía decirlo en voz alta, pero decidió que mientras el resto de los hombres se dedicaban a despedazar al mamut, nosotros iríamos por nuestra cuenta a observar de cerca la vida de los mamuts. Habíamos obtenido nuestro mamut con tanta rapidez, que apenas habíamos tenido tiempo de ver a las bestias. Y teníamos curiosidad.
—Éramos muy jóvenes —murmuró Mar.
Tane sonrió y miró a Jes.
—Quería dibujar uno.
Ella asintió comprendiéndolo perfectamente.
—¿Y que sucedió? —preguntó Alin.
Sauk cambió de sitio, visiblemente irritado porque la atención ya no se centraba en él. Al verlo, Mar empezó a interesarse un poco más en la historia y participó en ella.
—Tane y yo nos escabullimos del campamento a primera hora de la mañana y fuimos a buscar el rastro de los mamuts. Por suerte, o por desgracia, según se mire, encontramos las huellas en seguida. Las seguimos, asiendo las lanzas con importancia, aunque no teníamos intención de utilizarlas.
Los labios de Mar se abrieron en una sonrisa al recordarlo.
—Al cabo de un rato —siguió diciendo—, oímos un estrépito en el bosque que teníamos delante. ¡Los mamuts estaban desayunando!, pensamos. Avanzamos cautelosamente, en silencio, muy orgullosos de nosotros mismos. Los únicos iniciados que podrían decir que habían espiado a una manada de mamuts. —Sus ojos sonrientes se posaron en Tane.
Tane se echó a reír.
—No era una manada. —Se golpeó las rodillas con sus delgadas manos de largos dedos—. Era un macho viejo, muy similar al que habíamos cazado el día anterior. Hacía todo ese ruido porque estaba descortezando un árbol para desayunar. —Tane dirigió una mirada a Mar, animándolo a continuar.
—Aquello nos desilusionó, desde luego —dijo Mar—, y empezamos a retroceder. Creímos que silenciosamente.
—Lo hicimos en silencio —señaló Tane—. No fue el ruido que hicimos lo que llamó su atención. Fue nuestro olor.
—Es cierto.
—Los mamuts tienen muy buen olfato —intervino Sauk.
—¿Y qué sucedió después? —le preguntó Jes a Tane.
—Bueno, primero el macho alzó la cabeza; luego levantó la trompa y la extendió hacia nosotros; después abrió las orejas, lanzó un bramido que me heló la sangre y se dirigió hacia nosotros —contestó.
Hasta Sauk prestó atención en ese momento.
—Corrimos, desde luego —dijo Mar prosaico—. Pero os sorprenderíais cómo puede correr un animal de ese tamaño. Era mucho más veloz que nosotros. Entonces recordé que mi padre había dicho que los mamuts tienen una visión muy reducida. Así que le grité a Tane que saltara a un lado del sendero y se escondiera. Yo lo hice a un lado y Tane al otro. —Mar se rascó la cabeza, se desordenó los cabellos y sonrió tristemente a Alin—. Tropecé —siguió diciendo—. Con una raíz. Tropecé y caí de cabeza junto a un gran árbol. Me quedé allí petrificado, con la lanza en el suelo a cierta distancia. Más quieto que un muerto, a excepción de los latidos de mi corazón que golpeaba tan fuerte como los tambores de Huth.
Sauk empezó a frotarse su barbada mandíbula.
—¿Y no os vio? —preguntó Alin con expresión de asombro.
—Ignoro si me vio, pero me olió —respondió Mar—. Al caer rocé el árbol y el mamut percibió mi olor allí. No sé si creyó que me había ocultado dentro del árbol o que yo era el árbol, pero sí sé que arrancó el árbol y lo tiró al suelo, cerca de mi pobre cuerpo tembloroso. Entonces rodeó el tronco del árbol con la trompa, lo levantó y lo lanzó varias veces. Luego lo dejó caer entre sus rodillas y metió los colmillos en el suelo, uno a cada lado del árbol. Para completar la cosa, cuando volvió a levantarlo lo pateó. Entonces le lanzó un último y desagradable vistazo y se marchó retumbando muy complacido consigo mismo por haberse desembarazado de aquella advenediza criatura humana.
Las muchachas suspiraron con satisfacción. Hasta Eoto y Heno sonreían. Sauk frunció el ceño.
—No pude dar crédito a mis ojos cuando descubrí a Mar saliendo de debajo de aquel árbol —dijo Tane—. Después de todo el ruido que había hecho aquel macho, estaba seguro de que el mamut lo había matado.
—Fue un golpe de suerte que no lo hiciera —observó Sauk—, ninguna habilidad por tu parte, Mar.
Todos se quedaron mirando al nirum, sorprendidos por el malicioso tono de su voz.
—Creo que Mar ya lo sabe —murmuró Eoto.
—Voy a salir a mear —dijo Sauk levantándose y saliendo de la tienda. Cuando volvió, se encontró a los demás metidos en los rollos dispuestos a dormir.
Los cazadores se despertaron al amanecer. Melior, que era particularmente hábil, pescó con el arpón algunos pescados para desayunar. Luego cogieron sus lanzas y se fueron en busca de los mamuts.
—Si nos interesara la carne y no el marfil, la caza de mamuts sería mucho más fácil —explicó Mar a Alin—. Entonces no importaría el mamut que consiguiéramos. Pero los machos viejos tienen los mejores colmillos. Está bien cazar un mamut así, porque lo necesitamos. Pero no estaría bien que matáramos más cuando sólo necesitamos uno. Debemos esperar hasta encontrar al que sirva para nuestros propósitos.
Fue sencillo encontrar las huellas de los mamuts aunque el suelo estuviera duro y helado. Ninguna otra pieza de caza dejaba unas huellas tan grandes o dejaba tras de sí tantos árboles caídos como lo hacía el mamut a su paso. Había tan gran número de huellas en los bosques llenos de nieve que los cazadores eligieron una de ellas y la siguieron, caminando en silencio con sus botas de piel por el suelo helado, a fin de no avisar de su llegada.
Sauk iba el primero, como era propio del jefe. Mar no dijo nada, pero Alin observó que le irritaba tener que hacer un papel secundario. Ella iba detrás del amplio abrigo de piel de reno de Mar mientras la fila de cazadores se movía en silencio tras las huellas del mamut.
La habilidad de moverse silenciosamente por el bosque debe aprenderse en la infancia si quiere aprenderse bien. No puede adquirirse con palabras, porque no es una habilidad de la mente sino del cuerpo. En los cazadores que aquel día seguían las huellas del mamut, cada nervio y músculo del cuerpo funcionaba como un ojo, consciente no sólo de dónde estaba, sino también de dónde iba a estar. Y esto no era algo que hicieran conscientemente; simplemente era algo que hacían.
Al frente de la fila, Sauk empezó a caminar más despacio y finalmente se detuvo. En silencio, señaló la tierra helada ante sus pies. Mar y Alin se adelantaron y se pusieron a su lado.
Allí, humeando un poco bajo el aire frío de la mañana, había una enorme pila de excrementos frescos.
—Mamut —dijo Sauk casi sin emitir un sonido y moviendo apenas los labios. Miró a Mar un instante, con una expresión extrañamente especulativa, para luego preguntar en un murmullo—: ¿Quieres ir a la cabeza y seguir el rastro?
Mar lo miró sorprendido y luego accedió. Sauk se volvió e indicó al resto de la partida que retrocediera y dejó a Mar solo a la cabeza.
—Yo también voy —dijo Alin adelantándose para seguir a Mar.
Mar volvió la cabeza y por un instante Alin pensó que iba a enviarla atrás. Luego le dirigió una amplia sonrisa y continuó su camino.
Quedó abierto un espacio entre ellos y el resto del grupo.
Alin y Mar avanzaron cautelosamente por el sendero. Al poco rato oyeron crujir unos árboles a lo lejos.
Alin sintió un nudo de emoción en el estómago y sujetó con fuerza su lanza. Sonaba tal como Mar había descrito ese desayuno de cortezas de los mamuts, pensó.
Delante de ella, Mar se detuvo bruscamente. La detención fue tan repentina e inesperada que Alin fue a parar encima de él. Mar permaneció como una roca, sin decir nada. Alin escudriñó los alrededores, con la nariz hundida en la piel de su túnica y vio delante de él, en un claro que brillaba bajo el sol de la mañana, un mamut con una pequeña cría a su lado. El gigantesco animal estaba completamente inmóvil, en absoluto silencio, contemplándolos.
Mar tampoco emitió ningún sonido. Pero muy despacio, en silencio, con mucha cautela, comenzó a retirarse. Alin lo imitó.
El corazón le palpitaba con tanta fuerza que estaba segura de que el mamut podía oírlo. Va a atacarnos, pensó Alin. Nos hemos adentrado demasiado en su territorio, estamos demasiado cerca de la cría… Nos va a atacar.
El mamut levantó las orejas, pero no la trompa. ¿No les había dicho Sauk que cuando atacaban levantaban la trompa? Mar mantenía el brazo ligeramente alzado, observó Alin, y de algún modo había conseguido quitarse el mitón derecho para sostener la lanza con mayor comodidad en la mano desnuda.
El sol brillaba esplendoroso en el pequeño espacio abierto del claro en el que se hallaban la madre y su cría, enmarcados por los grandes árboles inclinados del bosque, ligeramente salpicados de blanco de una nevada anterior.
Ellos fueron retrocediendo cada vez más hasta meterse en el bosque, para salir del limitado radio de visión del mamut. Excepto las orejas, la gran bestia no se movió. El sol arrancaba reflejos rojizos del pelo de la madre y de la cría, y de repente Alin supo que ella y Mar estaban a salvo. El mamut no los iba a atacar.
Justo en ese momento, antes de perderse de vista, sus orejas se crisparon. Pero siguió sin moverse. Entonces Mar se detuvo, Alin hizo lo mismo y el gran animal se volvió para avanzar pesadamente por el sendero de los mamuts con la cría a su lado.
Siguieron quietos escuchando el sonido de su marcha. El pulso de Alin volvió a la normalidad y una vez más se hizo el silencio. Mar bajó la lanza y se volvió hacia ella.
—Bueno —dijo. Sus ojos estaban muy azules—. Ahora ya has visto un mamut.
Desgraciadamente no volvieron a ver ningún mamut hasta el final del día, cuando emprendieron el camino de regreso al campamento en el río. Como era habitual, los cazadores oyeron a los animales antes de verlos. Sin embargo, en aquella ocasión no fue el ruido que hacían al comer lo que atrajo su atención, sino una serie de bramidos fuertes y sonoros a través del aire frío del bosque. Los cazadores caminaron en silencio en dirección a aquellos sonidos, hasta que se encontraron en el borde de un gran prado blanco abierto que se extendía a los pies de la falda de una boscosa colina.
En medio del prado Alin vio a dos jóvenes machos que se movían de aquí para allá uno alrededor del otro, con la cola y la trompa en alto. Habían sido sus bramidos desafiadores los que habían atraído a los cazadores.
Alin oyó la respiración de Mar a su lado. Ella respiraba igual. Sin que nadie se lo indicara, la partida se introdujo entre los árboles para ocultarse y observar.
Los dos grandes animales siguieron moviéndose uno alrededor del otro durante un rato, provocándose. Finalmente uno de los mamuts se detuvo, hizo frente al otro y apoyó la trompa en su frente.
Aquello era, evidentemente, la señal para entrar en acción. Frente contra frente, los dos jóvenes mamuts, con los colmillos trabados, iniciaron el combate. La tierra temblaba bajo sus gigantescas patas. Sus enormes cuerpos se estremecían con el esfuerzo y el pelo largo y rojizo se agitaba y flameaba bajo los rayos mortecinos del sol del atardecer.
Finalmente, uno de los combatientes cayó sobre sus grandes patas traseras. El vencedor se puso encima de él, levantó la trompa y proclamó su victoria a todo el mundo en una ensordecedora fanfarria.
Despavorida, Alin contemplaba la escena que se desarrollaba ante ella. Le resultaba increíble su suerte. ¿Cuánta gente, se preguntaba, había tenido la fortuna de asistir a algo parecido?
El mamut derrotado se levantó. La trompa le colgaba y también las orejas. Alin sonrió. El pobre parecía tan abatido como un perro al que le han quitado un hueso.
De pronto una ráfaga de viento frío llego silbando procedente de los árboles en los que se habían ocultado los cazadores. Como por arte de magia, las orejas y la trompa del mamut vencido prestaron atención cuando captó el olor humano. Esta vez el sonido que llenó el aire no era el trompeteo de triunfo sino un grito de peligro. Entonces los dos machos se volvieron y se metieron entre los árboles, al otro extremo del prado. El bosque parecía temblar hasta sus raíces a su paso. Los cazadores permanecieron en su sitio escuchando un cataclismo de árboles aplastados y no hicieron ningún movimiento para seguirlos.
—Aunque no cacemos un mamut, ver esto ha sido lo mejor del viaje —dijo Elen.
—Sa.
—Sa.
—Es cierto.
Se oyó un gran suspiro, como si todos los cazadores hubieran espirado a la vez.
—Voy a dibujar esto —le dijo Tane a Jes.
—Ha llegado el momento de volver a las tiendas —anunció Sauk—. Dale, Melior e Iva… sois los encargados de buscar algo para comer. El resto nos ocuparemos de las hogueras.
Aquella noche hubo reno asado para cenar y después de comer, los cazadores se sentaron todos juntos a charlar amigablemente y a chupar tuétano derretido de los huesos de las patas. A la mañana siguiente Melior y Dale llevaron pescado para desayunar. Entonaron una canción de cazadores y se dispusieron a seguir otro de los senderos de los mamuts, con la esperanza de tener más suerte aquel día de la que habían tenido el día anterior.
—No es que no hayamos tenido suerte —le dijo Tane a Jes—. Lo que vimos ayer no lo hubiera cambiado por un puñado de mamuts machos con unos colmillos tan grandes como yo.
—Sa. —Su rostro se iluminó al recordarlo—. Fue algo digno de verse.
No se había adentrado mucho por el sendero cuando Sauk avistó unas huellas prometedoras. Como había hecho antes, envió a rastrear a Mar y Alin.
En esta ocasión el ruido que alertó a Alin no fue el familiar cataclismo de árboles aplastados, sino una especie de gruñido bajo, como el sonido de un trueno en la lejanía. Sauk ya había señalado que los intestinos de un mamut pacíficamente ocupado sonaban continuamente y se detuvo aun antes de que Mar levantara la mano.
Tras un breve silencio, Mar empezó a adelantarse cautelosamente por el sendero y Alin lo siguió. De pronto, los enormes, peludos y rojizos cuartos traseros de dos grandes machos aparecieron ante ellos.
Una vez más, los cazadores se detuvieron. Esta vez Mar levantó la mano, movió los dedos y señaló hacia el este. Alin entendió su señal. Tenían que rodear al mamut a contraviento para que Mar pudiera echar un vistazo a los colmillos.
Tardaron casi una hora en formar un círculo relativamente pequeño, pero el resultado del lento y desconcertante rodeo fue inmejorable. Aquellos machos tenían precisamente los largos y curvados colmillos de marfil que la Tribu del Caballo había salido a buscar.
Lentamente, y con infinita cautela, Mar y Alin volvieron sobre sus pasos y fueron a buscar al resto de la partida.
—Son dos —comunicó Mar satisfecho—. Justo en el sendero.
—Buenas noticias —dijo Sauk con una sonrisa, volviéndose hacia Tane y Bror—. Vosotros dos podréis ir en cabeza y colocar la trampa de lanzas. —Y cuando los iniciados empezaron a adelantarse, añadió—: Vigilad el viento.
Tane se sintió insultado.
—Desde luego que vigilaremos el viento —le murmuró a Bror.
—Cuando hayamos acabado lanzaremos el grito del lobo —dijo Bror dirigiéndose a Mar.
Mar asintió y el resto de los cazadores vieron desaparecer a los dos hombres, llevando una lanza de más cuya asta había sido sobrecargada con una piedra.
—¡Qué frío! —se quejó al poco rato Elen golpeando el suelo con los pies y frotándose las manos.
—Si las muchachas quieren cazar, deben aprender a resistir como los hombres —replicó Sauk con satisfacción.
Elen le dirigió una furiosa mirada.
—Me temo que aquí no hay nada más que hacer que resistir —le dijo Mar—. No podemos encender una hoguera porque los mamuts podrían oler el humo.
—Explícanos cómo se pone una trampa —sugirió Alin, pensando que aquello les ayudaría a distraerse del frío—. Me gustaría imaginármelo tal como es.
Mar le dirigió una amplia sonrisa de aprobación.
—Se llama la trampa de la lanza caída —explicó con gusto—. Es la trampa más utilizada por las tribus del Clan para cazar mamuts. No la utilizan los cazadores en el este porque sólo sirve para un animal, pero tiene la virtud de no fallar nunca con tal que puedas dirigir al mamut que quieres cazar por un solo sendero.
Mar apoyó la espalda contra un árbol y clavó la punta de su lanza en el suelo. Bien acomodado, siguió su explicación.
—Tane y Bror rodearán a los machos y luego buscarán la copa de un árbol que cuelgue justo encima del camino del mamut más alejado. Cogerán la lanza sobrecargada, le atarán un gran pedazo de tendón y la fijarán en el árbol. Cuando el mamut se adentre por el sendero romperá el tendón y la lanza caerá.
—He comprendido todo lo que has explicado primero sobre la trampa —dijo Alin—. Pero lo que no comprendo es cómo puedes estar seguro de que caerá en el lugar propicio para matar al mamut.
—Una buena pregunta —observó Mar arqueando las cejas—. El secreto del éxito de la lanza caída reside en calcular exactamente dónde fijar la lanza. Tienes que calcular la velocidad del mamut y la distancia entre los árboles y fijar la lanza de manera que cuando caiga atraviese el cuerpo del mamut en un punto vital. —Los ojos de Mar se desplazaron hasta Jes—. Por eso hemos enviado a Tane y a Bror —añadió—. Porque tienen talento para hacer cálculos.
Esperaron. El débil sol invernal se filtraba por los árboles desnudos en el sendero de los mamuts, pero daba poco calor. Finalmente, cuando empezaban a sentir frío de verdad, llegó hasta sus oídos el aullido espeluznante de un lobo.
—Ya han colocado la lanza —dijo Sauk con satisfacción—. Ahora nos toca a nosotros conducir a los mamuts por el sendero.
El nirum se sacó del cinturón su palillo para encender fuego y lo acercó a la mecha que ya tenía preparada. A los diez minutos la hoguera estaba encendida. Los otros cazadores cogieron las ramas que antes habían estado cortando y las encendieron. Luego empezaron a caminar por el sendero de los mamuts, con las antorchas en la mano izquierda, las lanzas en la derecha y los perros tras sus talones. Cuando llegaron casi hasta el mamut, Sauk lanzó el grito de caza de la tribu y corrió hacia delante con el resto detrás de él.
En el aire resonó un desgarrado grito de advertencia. Luego escucharon los crujidos que hacían los mamuts al salir precipitadamente. Alin sintió cómo la tierra vibraba bajo sus pies por la marcha de los mamuts.
Los cazadores corrieron tras ellos. De repente, de la parte delantera del sendero llegó otro grito, esta vez diferente del primero. Mar emitió un gruñido.
—La lanza ha herido a uno de ellos —le dijo a Alin y aceleró su carrera.
Corrieron todos hacia el animal caído y rápidamente estuvieron a su lado, pero retrocedieron instintivamente. Entonces una voz llamó a Mar. Alin alzó la vista y vio a Tane subido a un gran árbol con la lanza en la mano. Mientras lo miraba, él la lanzó sobre el mamut, que tembló y se quedó inmóvil. Luego Bror, que estaba en lo alto de otro árbol al otro lado del sendero, arrojó su lanza.
De la parte más alejada del sendero llegó el estruendoso crujido que hacía el segundo macho al huir de la escena de muerte de su compañero.
—Creo que ya está —les dijo Mar a Tane y a Bror.
Sauk se alejó del grupo y se acercó a la bestia caída. Todos permanecieron en silencio mientras él clavaba la lanza en la oreja del mamut.
—Se acabó —exclamó Sauk, sonriéndoles—. Ya tenemos un mamut.