CAPÍTULO XVIII

Caminaron durante todo el día siguiente a lo largo del río helado sin ver nada más que hielo, despeñaderos, árboles desnudos y ocasionales manadas de renos. Alin estaba preocupada porque pensaba que vería otras cuevas habitadas en las colinas de piedra caliza que se elevaban a ambos lados del río. Se lo comentó a los demás por la noche, después de cenar, cuando la partida de caza descansaba en el interior de la gran tienda, junto al fuego.

—Todas las tribus del Clan que habitaban en el valle del Varas viven al sur de la Tribu del Caballo —respondió Mar—. Las tierras que estamos atravesando son territorios de caza nuestros. —Iva murmuró unas palabras de admiración y él le dirigió una rápida sonrisa y añadió—: Aquí cazamos ciervos en primavera y antílopes y bisontes en verano. También hay íbices, que bajan de las montañas hasta el río a primera hora de la mañana.

—Sa —asintió Eoto sonriendo también a Iva—. Tenemos uno de los territorios de caza más grandes de todas las tribus del Clan. Cuando hace buen tiempo, montamos aquí, junto al río, los campamentos de verano. Es mejor no cazar durante todas las estaciones cerca de nuestras cuevas, para no espantar a las manadas.

—¿No hay nadie más que cace por estas riberas? —preguntó Jes sorprendida.

—No si les importa su vida —replicó Sauk.

Las jóvenes miraron a Alin.

—¿Qué significa «no si les importa su vida»? —preguntó.

—Significa que los hombres del Caballo saben cómo proteger sus propiedades. ¿Qué más puede significar, muchacha? —respondió Sauk mostrando sus pequeños dientes.

—¿Mataríais a un hombre que cazara en vuestros territorios de caza? —preguntó Alin incrédula, volviendo la cabeza hacia Mar.

—«A un hombre» no lo mataríamos, desde luego —respondió Mar con impaciencia. Al tiempo que respondía rascaba las orejas de Lugh, y el perro gemía extasiado—. Si un hombre, o una partida de hombres, atraviesan nuestros territorios de caza, les permitimos coger lo que necesitan para subsistir. Pero si una partida de caza de otra tribu aparece en nuestra zona para organizar una gran matanza y particularmente si lo hacen más de una vez, entonces es probable que no sólo mueran animales.

—Jamás he oído nada parecido —dijo Alin.

—Porque vuestros hombres son unos cobardes —replicó Sauk con desdén.

—¡No lo son! —exclamaron a una las cinco muchachas, enfadadas.

—Esto es algo que nunca ha sucedido en nuestra tribu —explicó Alin, sin apartar la mirada de Mar—. Nuestros territorios de caza son nuestros territorios de caza. Todas las tribus de la zona lo saben y nadie intenta transgredir los límites.

—Sois afortunados —contestó Mar con ironía, dejando de rascar las orejas de Lugh y mirándola.

—Todo el mundo teme a la Reina —comentó Iva—. Temen que les lance un hechizo si intentan entrar en sus territorios de caza.

—Sólo un cobarde le teme a una mujer —dijo Sauk emitiendo un ruido grosero y despectivo.

Las muchachas se lo quedaron mirando.

—¿Decís que vuestros hombres no son cobardes? —continuó el nirum, mirando uno a uno aquellos rostros iluminados por el fuego—. Entonces, ¿por qué no lucharon por vosotras cuando fuisteis raptadas por unos cuantos muchachos? —Dirigió su oscura mirada despectiva hacia Mar y Tane.

—¡Nuestros hombres no sabían adónde nos habían llevado! —exclamó Mora, silbando casi con furia—. Mar se nos llevó y no dejó ninguna huella. Pero nuestros hombres nos encontrarán, Extranjeros. —Miró uno a uno con ojos centelleantes a todos los hombres—. ¡Y entonces ya veremos cómo pelean los hombres de verdad!

—Mora —dijo Alin en voz baja.

—Me gustaría luchar con vuestros hombres —repuso Sauk. Flexionó sus manos fuertes y peludas e hizo una mueca—. Me gustaría muchísimo.

—Se está haciendo tarde y mañana nos espera una larga jornada. Creo que ha llegado el momento de ir a dormir —dijo Mar, en un tono apacible como el de Alin.

—Sa, estoy de acuerdo —asintió Alin.

Alin se echó de espaldas y se quedó contemplando el agujero del humo encima de la hoguera sin pensar en dormir.

Nunca había imaginado que el rapto podía acabar en violencia. Nunca había habido ninguna lucha en la Tribu del Caballo. La Reina no lo hubiera permitido. Jamás, por las razones que Iva había mencionado, no había habido ninguna lucha entre la gente del Ciervo Rojo y las tribus de las proximidades. Alin había vivido toda su vida en la paz y la seguridad de un mundo sereno y ordenado.

Y entonces entraron en su vida los hombres del Caballo.

El mundo del Ciervo Rojo todavía existía, pensó. En las cuevas a orillas del río del Gran Pescado habitaban todavía unas gentes que vivían en paz y armonía, guiadas por las normas incuestionables de la Reina y la Madre.

Pero, ¿hasta cuándo?

Lana vendría a buscar a su hija.

Y Tor también lo haría, junto con otros hombres del Ciervo Rojo. Lana convocaría a los hombres mejores y más fuertes para hacerlo, porque del resultado de esta búsqueda dependía el futuro de toda la tribu.

Yo soy la Elegida, pensó Alin. Yo soy la próxima Reina, después de Lana. No pueden abandonarme.

No puedo esperar hasta la primavera, decidió Alin, contemplando fijamente el agujero del humo de la tienda. No puedo esperar a que mi madre venga a buscarme. Debo volver a casa por mí misma. Si no lo hago, si espero, entonces… entonces puede correr sangre. Sintió un escalofrío, aunque allí no hacía frío. Podía haber una matanza.

De repente no pudo seguir por más tiempo allí echada. Silenciosamente, procurando no despertar a los demás, Alin apartó el rollo de dormir y se puso las botas. Buscó su túnica de piel, se dirigió a la puerta de la tienda, se agachó y salió al aire helado de la noche.

La hoguera que Mar había encendido para mantener alejados a los animales ardía todavía. Alin se arrebujó bien en su abrigo de piel y contempló el cielo.

Las estrellas brillaban lejos. Eran tan bellas, pensó Alin, las estrellas de invierno. Luego sus ojos se fijaron en la luna. Casi era plenilunio, la época de su mayor influencia.

No podría viajar sola durante la Luna de la Nieve. Haría demasiado frío; no podía llevar ella sola todo lo que necesitaría para sobrevivir. Tras la Luna de la Nieve venía la Luna de las Sombras… todavía demasiado fría, pensó Alin. Después de la Luna de las Sombras venía la luna en la que los hombres del Caballo celebraban su gran ceremonia anual, cuando los jóvenes eran iniciados y los ya iniciados se convertían en nirum; cuando el jefe era consagrado y el caballo sacrificado para la protección de todo un pueblo.

Alin había oído hablar de la ceremonia a Bror. Duraba tres días y era sólo para hombres; las mujeres no podían participar. Decidió que sería el momento más oportuno para huir.

—Alin. —La voz sonó tras ella y la sobresalió—. Como no volvías, he pensado que lo mejor sería salir a ver si todo iba bien —dijo Mar.

—Estoy bien. No podía dormir y he salido un rato. Eso es todo.

Él asintió y fue a echar unos cuantos troncos al fuego.

—Mar… —se oyó decir ella—, ¿vas a desafiar a Altan por la jefatura?

Mar estaba de espaldas a ella. No se había puesto las pieles y el cuero de la camisa no disfrazó la tensión que le produjo su pregunta.

Echó otra rama grande al fuego y se retiró de las llamas que fulguraron iluminando su figura, sus brillantes cabellos y su corta barba dorada.

—Sa —respondió, todavía de espaldas a ella.

Alin se quedó pensativa un instante, con los ojos clavados en aquella ancha espalda.

—¿Has tenido que esperar a ser lo bastante mayor para que te nombren nirum? ¿Es así?

Él se volvió lentamente hacia ella y asintió.

—¿Y te nombrarán nirum durante la Luna del Gran Caballo?

Él asintió de nuevo.

—¿Puedo saber en qué consiste el desafío?

—Es mejor que no —dijo—. Todavía no.

Alin inclinó la cabeza. Sabía perfectamente la necesidad de mantener en secreto las cosas sagradas.

No se había puesto la capucha al salir de la tienda y hundió la barbilla en las pieles, alrededor del cuello, y se arrebujó bien en su abrigo.

—Debes de estar helado sin tus pieles —dijo cambiando de tema.

—No siento demasiado el frío.

Oyó un gimoteo tras ella y luego un alboroto negro y plateado cuando Lugh salió disparado y se detuvo resbalando antes los pies de Mar. Todo en el perro expresaba un ¡me abandonas! indignado y Alin se echó a reír.

—Es culpa tuya —le dijo Mar a su perro con severidad—. Estabas durmiendo.

El perro gimoteó y se echó a los pies de Mar, moviendo la cola con total sumisión.

—¡Ya basta! —exclamó Mar, ahora sin enfado, tan sólo levemente malhumorado—. No hay necesidad de adularme. —Y luego, como Lugh seguía echado a sus pies, añadió—: ¡Arriba!

Lugh se levantó, miró con adoración el rostro de Mar y enderezó las orejas. Entonces empezó a menear la cola animadamente.

—Este perro parece más una persona que un perro —comentó Alin con la voz llena de regocijo.

—Lo tengo conmigo desde que nació —explicó Mar—. Lugh y yo somos amigos desde hace muchos años.

Llegó el aullido de un lobo a través del aire frío de la noche. Lugh dejó de mover la cola y se quedó inmóvil.

—¿Qué era lo que te mantenía despierta esta noche, Alin? —preguntó Mar amablemente.

—Creo que sabes la respuesta a la pregunta, hombre del Caballo —replicó ella.

—¿Te preocupa lo que pueda suceder si los hombres de tu tribu dan con vosotras?

—Me preocupa lo que pueda suceder cuando los hombres de mi tribu nos encuentren —corrigió ella.

Mar no contestó. El lobo aulló otra vez y Lugh empezó a temblar.

—¿Crees que puede haber lucha? —preguntó Alin, de mala gana.

—Puede haberla —replicó él.

Ella apartó la vista de su rostro sin expresión y se quedó mirando pensativa al tembloroso perro.

—Alin… —Su voz fue de pronto suave. A-lin era como pronunciaba su nombre. Nadie más la llamaba así, ni siquiera los de su tribu. Sólo Mar—. A-lin. Aun cuando tus hombres te encuentren, ¿no has pensado nunca que podrías elegir quedarte con nosotros?

Alin ocultó la barbilla en las pieles y meneó la cabeza.

—¿Por qué no? —No lo miró, estaba mirando a Lugh, pero la voz de Mar le pareció más próxima.

—Soy la Elegida de mi tribu. No puedo abandonarla —respondió sin dejar de mirar al perro.

—¿Por qué tienes que ser la única en seguir a tu madre? —preguntó él. Ahora parecía estar muy cerca—. Cuando Huth comprendió que Tane no iba a seguirle para convenirse en chamán, eligió a otro sucesor, más capacitado. Y esto sucede con todos los chamanes del Clan. ¿Por qué no debe ser así también en la Tribu del Ciervo Rojo?

—Porque no es posible.

—¿Y qué hubiera hecho tu madre si no hubiese tenido ninguna hija? Se habría visto obligada a elegir a alguien.

—Pero tiene una hija, hombre del Caballo —dijo Alin levantando al fin la mirada.

Y hacerlo fue su equivocación. Él estaba justo delante de ella y antes de que pudiera comprender lo que iba a hacer, ya la había tomado en sus brazos. Luego volvió a suceder; cubrió con su boca la de ella.

A su alrededor, la profunda oscuridad del campamento y el bosque que lo rodeaba cobraron vida. Y con el roce de la boca de Mar, a Alin le pareció como si aquella oscuridad impregnada de vida entrase en las profundidades de su alma. Las estrellas también participaban, tan intensas, brillantes y puras en medio de la oscuridad palpitante de la noche. El hombre cuyo cuerpo ella sentía apretado contra el suyo era como las estrellas en la oscuridad, un rayo de luz, frío y puro y, al mismo tiempo, cálido y ardiente como una llama. Alin quería formar parte de todo aquello, parte de la noche, parte de las estrellas, parte de él.

Su boca se movió en su boca y su lengua en su lengua. La mantenía apretada contra su cuerpo. El abrigo de pieles de Alin se había abierto y sus cuerpos se apretaban el uno contra el otro. Podía sentir su fuerza, sentir la fuerza de él, la fuerza que era la vida misma. Y Alin la deseó.

—Alin —susurró él con la cabeza inclinada, dirigiendo la boca a sus mejillas, sus pómulos y al hueco de su garganta. Deslizó las manos bajo el abrigo de ella, para tocarla a través del finísimo cuero de su camisa. Una de aquellas manos llegó a su pecho y empezó a acariciarlo.

Alin temblaba y temblaba, como Lugh cuando había oído al lobo. Sintió cómo sus entrañas se estremecían y empezaban a humedecerse y a abrirse. Se apoyó contra él, se apoyó en él, la cabeza hacia atrás, la boca entregándosele.

—Alin. —Su voz llegó a ella a través de la palpitante oscuridad. Áspera y bronca—. Dhu. —Fue casi un gemido—. ¿Adónde podemos ir?

A ningún lado. La respuesta apareció en la mente de Alin clara, precisa, terminante. A ningún sitio. No lo hay para nosotros dos. Ni ahora, ni mañana, ni nunca.

Levantó las manos hasta posarlas en su pecho y empujó. Él se quedó sorprendido. La soltó y dio un paso atrás. Dos pasos. Tres.

—No hay ningún sitio al que podamos ir, Mar —dijo con voz ronca. Luego lanzó un suspiro largo y trémulo y añadió—: No me toques más. Es malo.

Mar sacudió la cabeza, como para despejarla. Le caía el cabello sobre la frente, casi hasta los ojos. Alin en medio de aquella oscuridad, Alin pudo ver el brillo de sus ojos. También vio el movimiento apresurado de su pecho y casi pudo oír los fuertes latidos del corazón en su interior.

—Na —replicó Mar—. Lo que hay entre nosotros es bueno. ¿Es que no puedes sentirlo, Alin? ¿No sientes la llamada de la Madre cuando te toco?

Durante un momento, titubeó. ¿Sería cierto? Deseaba acostarse con él, y no podía disimularlo. Quizá Mar tenía razón, quizá la Madre le estaba indicando el compañero adecuado.

Entonces recordó las palabras de Lana: «Nunca elijas a un hombre que no puedas dominar… La mayoría de los hombres son leales, son respetuosos, derraman su savia y reverencian a la Madre que multiplicará la vida. Pero en cuanto haya un hombre que desafíe todo esto…»

Alin sabía que Mar era uno de esos hombres.

Entonces halló las palabras adecuadas para hablar:

—Debo mantener a salvo mi virginidad hasta los Sagrados Esponsales. Esto dará mucha fuerza al ritual de fertilidad, cuando la virginidad de la diosa se rompa. No puedo darte a ti, Mar, lo que le he prometido a la Madre.

Mar alzó la cabeza con el movimiento que a ella le recordaba el gesto de un semental.

—Y tú has prometido celebrar los Sagrados Esponsales para la Tribu del Caballo, ¿verdad? —preguntó arqueando ligeramente las cejas.

Aspira, pensó ella, espira. Míralo a los ojos.

—Sa —respondió—. Lo he prometido.

—¿Y los celebrarás con el jefe de la tribu?

Aspira, pensó, espira, aspira, espira.

—Sa —respondió otra vez—. Con el jefe.

El rostro de Mar, a la luz de las llamas, adquirió una expresión orgullosa y arrogante; sus ojos brillaban y estaban ligeramente entrecerrados. Luego volvió a inclinar la cabeza.

—Alin, yo seré ese jefe.

Una parte de ella deseaba que lo fuera. Una parte de ella anhelaba dar un paso y caer de nuevo en sus brazos.

Otra parte de ella le temía. Era un hombre peligroso. Peligroso para ella, peligroso para todo lo que ella creía más sagrado. Éste no era un hombre en cuyos brazos podía estar a salvo.

—Lo veremos —dijo—, durante la primera Luna del Salmón. —Se arrebujó en su abrigo de piel, se volvió y se dirigió directamente hacia la tienda.

Él tardó en volver. A Alin le preocupó que se quedase allá fuera, con tanto frío y sin sus pieles. Pero no fue a buscarlo, y después de lo que a ella le pareció mucho tiempo, Mar entró. Ella fingió estar dormida, perfectamente inmóvil, respirando lentamente mientras él se metía en su rollo de dormir, a su lado.

No seré capaz de dormir teniéndolo tan cerca, pensó.

Le oyó murmurar algo en voz baja mientras se volvía y le daba la espalda. Parecía claramente malhumorado.

No voy a dormir durante todo lo que dure la cacería, pensó Alin con desmayo. No con Mar a mi lado.

Apenas había pensado esto cuando se sumergió en un profundo sueño.