CAPÍTULO XVII

A la tribu le preocupaban tanto las heridas y la curación de Zel que apenas nadie se dio cuenta de que Jes y Tane aún no habían vuelto. Al caer la noche, Zel empeoró en lugar de mejorar. La piel le ardía como el fuego y deliraba, tiritaba y gritaba cosas extrañas que no significaban nada.

—Su espíritu ha abandonado su cuerpo —le dijo Huth a Arn mientras ambos velaban a aquel hombre agitado—. Lo he llamado una y otra vez, pero no responde. Está vagando en la tierra de la muerte. Si no sale de allí y vuelve pronto, morirá.

—¿Puedes ir a buscarle, Huth? —preguntó Arn tragando saliva.

—Sa —replicó Huth gravemente. Su delgado rostro estaba ojeroso, pero su voz llena de resolución—. No hay nada más que se pueda hacer.

Así, ambos se dispusieron a hacer los preparativos para el viaje espiritual de Huth. Para que el espíritu de Huth abandonara su cuerpo y pudiera atravesar el umbral del mundo de los espíritus invisibles y establecer contacto con el espíritu moribundo del enfermo, Huth debía caer en un profundo trance. Para ello necesitaba el tambor, su hábito de chamán y siete setas sagradas. Arn lo dispuso todo mientras Huth se preparaba para el largo y agotador ritual del viaje a la tierra de la muerte.

Las pieles de la entrada de la cueva de Zel estaban enrolladas cuando Arn volvió. Aquello se hacía, lo sabía muy bien, para que el espíritu de Zel pudiera encontrar fácilmente el camino de vuelta a casa. Los dos hermanos de Zel se habían sentado frente a su lecho de piel de búfalo junto con Huth y Arn. Guardaron silencio mientras Huth se vestía con su largo hábito de chamán de hierba y su máscara de caballo.

La luna acababa de aparecer en el cielo, llevando un rastro de luz al río helado. Cuando la luna desapareciera, pensó Arn, el viaje de Huth ya habría acabado. Entonces sabrían si Zel iba a vivir o a morir.

Huth lo llamó y Arn ocupó su sitio junto al chamán. Éste empezó a tocar el tambor suavemente y a invocar al espíritu de Zel.

—Tu padre es Durin —cantó—, tu madre, Ela. Te llamas Zel. ¿Dónde te has quedado, Zel? ¿Adónde has ido? Estamos tristes en esta cueva, esperando tu regreso. ¡Vuelve con nosotros, oh Zel! ¡Vuelve con nosotros!

El enfermo se agitó inquieto y murmuró palabras ininteligibles. Los dos hermanos exteriorizaron su congoja, uniendo sus cantos plañideros a los del chamán.

El fuego junto a la puerta parpadeó con el viento que entraba en la cueva porque las pieles permanecían abiertas. Huth ingirió las siete setas sagradas. Entonces Arn cogió también un tambor y, haciéndolo sonar al mismo ritmo que Huth, escuchó al chamán recitar las palabras que prescribía el ritual:

Caballo de los pastizales,

Poderoso toro de la tierra,

Gran venado del bosque.

Yo requiero vuestra ayuda.

El semental está relinchando,

El poderoso toro brama,

El venado está roznando,

Escúchame, oh escucha,

Dios del Cielo

Señor de la Tierra

Prepara mi camino

A la Tierra de la Muerte.

Caballo de los pastizales,

Poderoso toro de la tierra,

Venado del bosque,

¡Volad ante mí y mostradme el camino!

El sonido de los tambores se hizo más fuerte e incrementó su ritmo mientras el canto seguía:

¡El tambor es mi caballo!

¡El tambor es mi toro!

¡El tambor es mi venado!

¡Yo soy un hombre!

Chamán de la tribu

La Tribu del Caballo

¡Espíritus, yo os invoco,

Mostradme el camino!

El sonido de los tambores se intensificó. Hacía frío en la cueva, pero la frente de Huth estaba bañada de sudor. Los ojos grises brillantes buscaban más allá de la cueva y sus ocupantes a los espíritus, en la tierra de la muerte.

Los tambores enmudecieron. Huth hizo un gesto y Arn se puso de pie de un salto, tomó al chamán de un brazo y lo acompañó hasta la entrada de la cueva. Huth aspiró profundamente, aspirando no sólo el aire frío nocturno sino también los espíritus guardianes que había convocado para que le ayudaran en su viaje.

—El espíritu de Zel ha pasado el camino hacia la tierra de la muerte —dijo Huth con una voz que no era la suya. Luego se desmayó. Arn cogió al chamán por los hombros. Huth era un hombre delgado, pero su cuerpo era demasiado pesado para Arn, aún más delgado que su maestro. El muchacho, sin embargo, logró sostenerlo y lo llevó casi arrastrándolo hasta la piel de búfalo que habían extendido antes junto al paciente. Huth se derrumbó con la cara contra el suelo y quedó inmóvil.

No se movió durante mucho rato. La Luna del Reno siguió su itinerario por el cielo.

Arn y los dos hermanos de Zel permanecieron pacientemente sentados a la luz parpadeante del fuego, esperando a que el chamán despertara.

Pasó la noche. Cuando los primeros albores del amanecer iluminaron el cielo, Huth se movió finalmente. Arn se levantó como un rayo, corriendo a ayudar al chamán a ponerse de pie, vacilante. Huth se acercó a Zel e hizo un signo mágico sobre su pecho.

—Ya he realizado el viaje —dijo Huth con voz ronca—. He encontrado el espíritu y le he exhortado a que vuelva.

Los hermanos de Zel emitieron murmullos de alegría y esperanza.

—Ahora debemos esperar y ver si me ha seguido —añadió Huth.

—Lo hará, lo hará —murmuró el hermano mayor—. Eres un gran chamán, Huth. No creo que un espíritu se niegue a seguirte.

—No lo sé —repuso el chamán—. El espíritu de Zel estaba con su mujer.

Hubo un silencio.

—Ella no le dejará ir —dijo al fin uno de los hermanos.

—No quería que lo hiciera —reconoció Huth—. Estaban luchando. Y no estoy seguro de quién de los dos va a ganar.

Sobre las pieles del lecho, dormía el cuerpo del hombre cuyo espíritu estaba librando una lucha. Mientras sus veladores esperaban el retorno de Zel de la tierra de la muerte, el sol comenzó a elevarse sobre el límite del mundo, en su retorno del país de las tinieblas para traer luz y vida al mundo de los hombres.

—He hecho todo lo que he podido —dijo Huth—. No puedo hacer más. Ahora debemos esperar y ver qué pasa.

Ante la admiración y asombro de todos, Zel comenzó a recuperarse de sus heridas en los días siguientes. El asombro iba dirigido a Zel y su fuerte constitución y la admiración a Huth, cuyos buenos oficios de chamán habían salvado al cazador de las consecuencias de su locura.

La Luna del Reno desapareció y, tras dos días de oscuridad total, la primera y pálida Luna de la Nieve creciente se elevó en el cielo.

Alin hizo la marca adecuada en el hueso de reno el primer día de la Luna de la Nieve y aquella misma noche, Nel, la esposa de Altan, dio a luz una niña.

Para el nacimiento, enviaron a buscar a Alin y las mujeres del Caballo escucharon con gran reverencia sus oraciones a la Madre para propiciar un buen parto.

—Me gustaría que tuviéramos una estatua del parto adecuada —dijo Alin la tarde siguiente, tras haber dormido muchas horas para recuperarse de haber estado en vela toda la noche anterior asistiendo al parto de Nel.

—Bror puede tallarte una —ofreció Mada. La anciana se había tomado el mismo descanso que Alin y ahora ambas estaban sentadas junto al fuego en la cueva de las mujeres, bebiendo té caliente de salvia y comentando el alumbramiento—. Es un excelente tallista —dijo la madre de Bror—. Puede hacerla fácilmente de un dibujo de Jes.

Alin levantó la cabeza como lo hace un perro cuando percibe un aroma que le agrada.

—¿Puede hacerlo? Sería magnífico.

—Se lo preguntaré —prometió Mada.

La respuesta de Bror fue que le encantaría hacer la talla de una estatua del parto para las mujeres de la tribu. Entonces la cuestión versó sobre qué material utilizar para la estatua. Bror creía que madera.

—Marfil —dijo Alin.

En la Tribu del Ciervo Rojo todas las estatuas del parto eran de marfil. Unas mujeres mencionaron que, en sus tribus, las estatuas de la Madre eran de piedra, pero Alin se mostró inflexible. Si no había marfil, entonces seguirían utilizando la pintura de Jes.

Finalmente, Bror transmitió el problema a Mar, quien dio la solución.

—Si Alin necesita marfil —dijo con una sonrisa—, entonces debemos salir a cazar un mamut.

La sugerencia topó con distintas reacciones entre los muchachos. La Tribu del Caballo raramente cazaba mamuts. Los renos suministraban carne más que suficiente para el invierno; y el reno, además de ser más abundante que el mamut, era más fácil de matar. Sin embargo, era cierto que en determinadas ocasiones, cuando la Tribu del Caballo necesitaba más marfil del que podía obtener fácilmente, salían a cazar un mamut.

—¿Cazar un mamut? —le dijo Tane a Mar cuando se enteró del proyecto—. Ya sabes las pocas posibilidades que tenemos de hallar un mamut en nuestro territorio de caza. ¿O es que quieres hacer un gran recorrido hacia el este?

—Na —replicó Mar meneando la cabeza—. Estoy pensando en los rápidos, río arriba. Hay inviernos en los que las manadas de mamuts vienen más al sur.

—Algunos inviernos. No siempre. Y si allí no hay mamuts, haremos el viaje en balde.

—En balde no, Tane —dijo Mar alzando una ceja—. Tardaremos tres días en llegar a los rápidos y tres días en volver, y el tiempo que pasemos rastreando a los mamuts una vez estemos allí. Pasaremos fácilmente media luna cazando. Si encontramos mamuts, estupendo. Pero aunque no los encontremos, mantendremos a los hombres ocupados durante media luna de invierno.

—No creo que reúnas a muchos voluntarios para salir a la caza del mamut, Mar —dijo Tane—. Los hombres solteros no querrán dejar a las muchachas.

Se encontraban solos en el abrigo de Mar, sentados al calor de la hoguera, y Mar puso uno de sus grandes pies calzados con botas de piel en una de las piedras que circundaban el fuego.

—Me llevaré también a algunas de las muchachas —dijo.

—¿Hablas en serio? —preguntó Tane mirándolo sorprendido—. El clima es muy severo.

—Alin querrá salir a cazar mamuts —dijo Mar convencido—. Y si Alin quiere ir, el resto de las muchachas la seguirá.

—Si van todas las jóvenes, entonces también querrán ir todos los hombres solteros —replicó Tane—. ¡Creo que esto traerá más problemas que si se quedan en casa!

—Me llevaré a la mitad de las muchachas —corrigió Mar y estiró la otra pierna junto al fuego.

Se hizo un breve silencio mientras Tane observaba a su hermano adoptivo repantigado cómodamente sobre la piel de búfalo al otro lado de la hoguera. Hizo un lento movimiento con la cabeza.

—Me cuesta creer que Alin deje atrás a la mitad de sus muchachas, aunque decida ir a cazar mamuts.

—Ya encontraré algún modo de persuadir a Alin —dijo Mar encogiéndose de hombros.

Tane contempló de nuevo aquella figura grande, indolente y segura, y rió.

—Si lo consigues —dijo—, daré tu nombre para que seas nuestro próximo chamán.

—Para eso no necesito a Alin —replicó Mar mirando a su hermano adoptivo y añadió con un gesto duro en los labios—: sino a Altan.

Altan se puso furioso cuando se enteró de que Mar había propuesto salir a cazar mamuts.

—Y sin embargo, la idea no es mala —dijo Tod a su jefe. Fue el primero de los nirum mayores que se enteró del rumor e inmediatamente se dirigió a la cueva de Altan—. Han empezado a surgir tensiones entre los hombres, y apartar a unos cuantos podría ayudar. Faltan más de dos lunas para los Fuegos de Primavera.

Altan golpeó con el puño derecho su muslo. No ponía objeciones a la idea de la caza del mamut sino al hecho de que, una vez más, Mar había tomado la iniciativa sin contar con él.

—¿Y las muchachas desean ir? —preguntó Sauk a Tod, con menos sorpresa de la que manifestó un mes atrás. La pericia de las jóvenes durante la caza del búfalo había impresionado a los hombres del Caballo.

—Huth me ha dicho que irán la mitad de las muchachas —repuso Tod—. Y la otra mitad se quedará aquí.

—¿Y quién se cree Mar que es? —rugió Altan de repente. Los otros dos nirum callaron mientras el jefe se dirigió a ellos, con las venas latiéndole en las sienes—. ¡Ha organizado la cacería sin ni si quiera pedirme permiso! —exclamó Altan—. ¿Quién es el jefe de la tribu? ¿Mar? ¿O soy yo?

Los dos nirum intercambiaron una mirada entre sí.

—Tú eres el jefe, Altan —repuso Tod con calma.

—Si es así, ¿por qué nadie me ha pedido permiso para organizar la cacería?

—Ya vendrán —dijo Tod procurando apaciguarlo—. Mar no puede llevarse a los hombres y a las muchachas fuera del campamento sin tu permiso. Y lo sabe.

—Bien, pues no le concederé el permiso —respondió Altan furioso y se quedó contemplando el fuego.

De nuevo Tod y Sauk cruzaron una mirada.

—Tengo una idea mejor, Altan. Déjame ir con ellos. Todos saben en la tribu que yo he cazado mamuts en el este. Y Mar no sabe nada, comparado conmigo. —Se restregó las negras mandíbulas con su mano velluda—. Nómbrame jefe de la cacería. A Mar no le gustará —sonrió, mostrando unos dientes sorprendentemente pequeños.

—Me pone enfermo que Mar me manipule —dijo Altan con amargura. Lanzó una piedra a la hoguera.

—En una cacería de mamuts pueden suceder muchas cosas —añadió Sauk, quien siguió frotándose las mandíbulas—. Accidentes. Muertes. —Continuó frotándoselas—. La caza del mamut es muy peligrosa, Altan.

Altan y Tod volvieron la cabeza y se quedaron mirando a Sauk, quien le dirigió una sonrisa al jefe.

—Deja que me acompañen Eoto y Heno —añadió—. Y permite que Mar lleve a los muchachos.

Fuera soplaba un viento fuerte que hizo que las pieles de búfalo que colgaban en la entrada de la cueva se agitaran en el interior.

—De acuerdo —dijo Altan un momento después, devolviéndole la sonrisa a Sauk—. Así lo haré.

Cuando finalmente Mar fue a pedir permiso a Altan para salir con un grupo a la caza del mamut, halló al jefe sorprendentemente amable.

—Buena idea —dijo afablemente Altan—. He estado pensando que sería oportuno mantener ocupados a los hombres durante esta época del año. El invierno es largo y frío cuando no hay mujeres que calienten el lecho de pieles.

—Sa —asintió Mar cautelosamente. Luego desvió la mirada hasta el hombre corpulento que se sentaba junto al jefe. Sauk le devolvió la mirada sin un parpadeo.

—Tienes suerte, Mar. Sauk es el único hombre de la Tribu del Caballo que ha cazado con los cazadores de mamuts en el este, y ha accedido a encabezar la partida —dijo Altan.

El jefe sonrió al ver la expresión del rostro de Mar.

—¿Va a venir Sauk? —preguntó, sosteniendo la mirada oscura como el carbón del nirum con los ojos entrecerrados.

Sauk hizo una mueca.

—Me sorprende que quieras dejar a tu nueva esposa durmiendo sola en las pieles para salir de caza —le dijo Mar lentamente.

La sonrisa de Sauk aumentó.

—¿Has elegido ya al resto de la partida? —le preguntó Mar a Altan con los ojos fijos todavía en Sauk.

—Eoto y Heno quieren ir —respondió Altan—. El resto de la elección te la dejo a ti.

—Eoto, Heno y Sauk —dijo Mar con voz carente de expresión—. Ya veo.

—Son cazadores experimentados —explicó Altan—. Debo proteger a las muchachas, Mar. No podemos correr el riesgo de perderlas debido a tu inexperiencia. Después de todo, tú nunca has cazado un mamut, ¿verdad?

—En una ocasión —respondió Mar rotundo—, con mi padre.

—Yo pasé toda una estación con los cazadores de mamuts —dijo Sauk—. Sabré lo que se ha de hacer.

—Sa —añadió Mar en el mismo tono rotundo—. Estoy seguro de que lo sabrás.

—Bien —dijo Altan—. Le diré a Huth que prepare la cacería mágica.

La mañana de la partida hacia la caza del mamut, Alin y las ocho muchachas que ésta había elegido se reunieron en la playa. Allí las esperaban Mar, Tane, Cort, Dale, Bror, Melior y los tres nirum nombrados por Altan. Alin pensó que formaban un grupo muy extraño, pero no hizo ningún comentario.

En cuanto liaron el equipo que tenían que cargar sobre las espaldas, los cazadores de mamuts abandonaron la playa y emprendieron el camino hacia el norte. No tuvieron ningún problema a la hora de encontrar un sendero: simplemente caminaron sobre el río helado. Pero aquello ahora era mucho más laborioso que cuando la tribu había salido a la caza del búfalo durante la Luna de la Lucha del Venado. En la Luna de la Nieve el clima invernal hacía necesario llevar una pesada túnica de pieles, con la capucha puesta y bien cerrada. Las botas de piel de búfalo mantenían los pies calientes, pero con ellas se hacía mucho más pesado caminar que con los ligeros mocasines de cuero. Los mitones de piel de reno limitaban el uso de las manos, pero eran absolutamente necesarios para evitar la congelación, así como las máscaras de piel de búfalo que podían colocarse sobre la boca y la nariz para protegerse del viento cortante.

Sólo había caído un poco de nieve durante aquella Luna de la Nieve, por lo que el hielo era resbaladizo bajo los pies. Soplaba un viento del norte en el valle del río y no era agradable caminar con él. Las mochilas, llenas de los útiles para la supervivencia, pesaban mucho. De hecho, los únicos miembros de la partida de caza que parecían gozar del día eran los despreocupados perros, que retozaban alrededor de los seres humanos, lanzando su aliento blanco en medio del aire helado. Caminaron un poco hasta el mediodía, cuando Sauk ordenó que debían detenerse a comer algo.

Alin, Jes, Mar y Tane se dirigieron a los árboles que bordeaban el río en busca de ramas caídas, y Sauk hizo fuego con el palo de madera que llevaba en su mochila. Se dispusieron todos alrededor del agradable calor de la hoguera y comieron carne ahumada de búfalo.

Los perros también comieron y luego pelearon por un palo que no había sido echado al fuego.

Una vez finalizado el alimento, los cazadores apagaron el fuego, cargaron sus mochilas y reanudaron la marcha.

A medida que avanzaba la tarde aumentaba el frío y el viento arreciaba. A Alin, que caminaba justo detrás de Mar, le agradó tener ante ella el abrigo de aquel gran cuerpo. Al fin, cuando el sol ya estaba bajo en el cielo, el río daba un giro brusco hacia el este y las colinas en el oeste se dividían formando un túnel porque el viento de repente se desviaba hacia el norte y aquella zona quedaba resguardada.

—Nos detendremos aquí —dijo Sauk.

El hombre subió por el margen del río hacia el túnel que formaban las colinas y la partida de cazadores siguió tras él. La zona resguardada era relativamente llana y arbolada, y los hombres sabían exactamente dónde querían montar el campamento. Mar y Tane se dirigieron a los árboles y cortaron unas ramas jóvenes con las que sujetar las pieles de búfalo para las tiendas. Alin dejó a los hombres dedicados a extender las pieles y se fue con sus compañeras a coger leña para las hogueras.

Cuando las muchachas volvieron al campamento con los brazos llenos de ramitas, se encontraron con dos grandes tiendas de piel de búfalo en el centro del pequeño claro.

—¡Dhu, qué acogedoras! —exclamó Elen.

—Sa —asintió Sana—. Tengo frío y estoy hambrienta, y si ahora mismo se cruzara en mi camino una manada entera de mamuts, haría ver que no la veo.

—Llevemos la leña —dijo Alin—, y encendamos algunas hogueras.

Cuando entraron en los abrigos, se encontraron que había un pequeño fogón de piedras debajo de los agujeros para el humo en ambas tiendas y, en la más grande, Mar estaba frotando el palito del fuego encima de un montón de hojas secas. En muy poco tiempo las hogueras estaban encendidas, las tiendas cerradas y los esperanzados cazadores de mamuts masticando la carne ahumada de búfalo y derritiendo el agua que habían transportado con ellos en contenedores confeccionados con tripas de animal.

En la tienda más grande había cinco mujeres y cinco hombres y, en la más pequeña, cuatro hombres y cuatro mujeres. Cuando Alin, en la grande, miró a su alrededor, vio que allí también estaban los tres nirum, Mar y Tane así como Jes, Mora, Bina e Iva.

La muchacha estuvo a punto de protestar por haber repartido a las chicas en dos tiendas. Creía que iban a estar todas juntas, como durante la cacería del búfalo. Pero entre los nirum y los iniciados había una tensión en el ambiente que no le gustó nada y decidió que quizás era mejor que los hombres no estuvieran todos juntos.

Se estaba caliente en el interior de la tienda de piel de búfalo; en los bosques de los alrededores se oía el aullido de los lobos hambrientos. Mar y Tane encendieron una hoguera más grande frente a las tiendas, para mantener alejados a los depredadores, y los cazadores tomaron asiento juntos en el interior, uno al lado del otro.

—¿Es cierto que un mamut es más grande que un árbol? —le preguntó Iva a Sauk, en sus ojos el reflejo de las llamas de la hoguera—. En una de nuestras cuevas sagradas hay una pintura de un mamut, pero es muy antigua y apenas se distingue. ¿De qué tamaño son sus colmillos? Nosotros los compramos para el marfil, pero cuando llegan a nosotros los colmillos ya están divididos.

Sauk sonrió complacido ante la oportunidad que se le brindaba de mostrar sus conocimientos.

—El mamut es muy grande —anunció dándose importancia.

—Sorprendente —oyó Alin musitar en voz baja a Mar. El joven había tomado asiento junto a su hombro derecho y ella le lanzó una mirada bajo sus pestañas. Estaba rascando las orejas de Lugh y no parecía preocupado.

—Muy grande —siguió diciendo Sauk—. Enorme. El animal más grande que jamás hayas visto. Tienen unos colmillos de marfil inmensos y curvados, la cabeza puntiaguda y el lomo encorvado e inclinado. —Hizo un gesto, como si dibujara en el aire la inclinación del lomo—. Tienen el pelo marrón rojizo y un pelaje corto y espeso. Acostumbraban a venir al sur en grandes manadas junto con los renos, pero esto era cuando el clima era más frío que ahora. Ahora se quedan en el norte durante la mayor parte del año, sólo emigran a los valles de los ríos de estos alrededores bien entrado el invierno.

Sauk se inclinó ligeramente hacia delante, para asegurarse de que todo el mundo le prestaba atención.

—No es fácil matarlos, porque son enormes. Se necesita una partida de caza para abatir un mamut. No es trabajo para un solo hombre. —Frunció el ceño cuando vio que Mar parecía estar absorto rascando las orejas de Lugh.

—¿Son peligrosos de conducir? —preguntó Alin con vehemencia, olvidándose por un momento de que no le gustaba Sauk.

—Los mamuts son muy peligrosos de conducir —respondió Sauk dirigiéndole una sonrisa. Volvió a mirar alrededor de la hoguera, recreándose en la atención de las muchachas—. Por un lado, con cada pisada cubren una enorme cantidad de terreno, por lo que perseguirlos es agotador. Y pueden caminar en cualquier clase de terreno. Si un árbol se interpone en el camino de un mamut, ¡bang!, el árbol se viene abajo.

Las muchachas lo escuchaban con los ojos muy abiertos. Mar lanzó un resoplido, pero Alin lo ignoró.

—¿Acostumbran a atacar, Sauk? —preguntó.

—Pueden ser muy agresivos —replicó el nirum asintiendo—. Cuando un mamut macho capta el olor de un hombre, es tan probable que le ataque como que huya.

—Creo que no me gustaría sentir la punta de sus colmillos.

—Los mamuts no atacan a los hombres con los colmillos —repuso Sauk riendo a carcajadas—. Sus armas son la trompa y las patas. Se reservan los colmillos para apartar la nieve de sus pastos. —Sonrió otra vez a las atentas muchachas—. La ventaja que nosotros tenemos sobre el mamut es que su vista es muy mala —siguió diciendo—. Esto nos ayuda a acercarnos a ellos. Pero, por contra, su oído es muy agudo. Un mamut puede oír hasta el sonido más débil a gran distancia. Y puede saber de dónde procede, porque su olfato también es muy bueno. Cuando levanta esa gran trompa que tiene, puede olfatear mejor que un perro.

Los dos nirum también lo escuchaban con mucha atención.

—¿Y de qué se alimentan, Sauk? —preguntó Eoto.

—Hierba, ramas, hojas, bayas, frutas, cortezas. Comen muchísimo. Vagan a través de grandes distancias en busca de alimento y a veces, durante la Luna de la Nieve, cuando el alimento escasea en el norte, las manadas llegan hasta el sur, hasta los territorios de caza de la Tribu del Caballo.

—¿Has visto recientemente algún mamut por las tierras de los rápidos? —preguntó Alin.

—La última vez que la Tribu del Caballo salió a cazar mamuts fue el año en que murió Tardith —dijo Mar, sorprendiendo a Alin porque había permanecido en silencio durante mucho rato. Había una extraña nota en su voz, pensó, y se volvió hacia él. Mar miraba fijamente a Sauk, con una mueca en los labios.

—Nadie me ha dicho cómo murió Tardith —se oyó decir Alin.

Hubo un silencio mortal.

—Pasó un accidente estúpido. —Fue Tane quien contestó—. Uno de los niños pequeños había cogido una jabalina y estaba jugando en la terraza más alta. A los niños no se les permitía jugar en las terrazas, pero quienquiera que estuviera vigilando a éste le daba la espalda. El niño lanzó la jabalina, y la jabalina salió disparada hacia abajo. —Tane estaba mirando a Sauk, no a Alin—. Tardith se encontraba en la playa, justo debajo —añadió.

Mar no movió un músculo, pero Alin estaba lo bastante cerca de él como para percibir la tensión que vibraba en su interior. Sintió el repentino y sorprendente deseo de consolarle apoyando una mano en su hombro.

—Fue una lástima. Tardith todavía era joven —dijo Heno.

—La tribu tuvo la suerte de que Altan estuviera allí para remplazarle —añadió Sauk.

Alin vio cómo las manos que se apoyaban en Lugh comenzaban a abrirse y cerrarse.

—En la Ceremonia del Gran Caballo de este año me nombrarán nirum, Sauk —dijo Mar con premeditación—. Altan no seguirá siendo el jefe por mucho tiempo.

La hostilidad entre los dos hombres alcanzó más temperatura que el fuego.

—¿Estás diciendo que vas a remplazar a Altan, Mar? —preguntó Jes.

—Sa —fue la respuesta de Mar enfrentada a la risa burlona de Sauk.

—No es tan fácil, Jes —dijo Sauk—. El desafío por el liderazgo es casi imposible.

—No es imposible —replicó Mar tranquilamente.

Jes se disponía a abrir la boca de nuevo, pero Tane alargó el brazo y puso su delgada mano de largos dedos sobre la de ella que descansaba en la rodilla. Jes calló; tampoco intentó retirar aquella mano posesiva.

Alin miró las manos de Mar, que ahora permanecían hundidas en el espeso pelambre del cuello de Lugh.

Iba a desafiar a Altan por el liderazgo, pensó atónita. Por la jefatura. Mar.

Alin había prometido celebrar los Sagrados Esponsales con el jefe de la Tribu del Caballo, pero no había pensado que el jefe pudiera ser Mar. A Alin no le gustaba Altan, pero él hubiera servido a sus propósitos. Y cuando los tambores de los Fuegos latieran en su sangre, ¿qué importancia tendría quién era el hombre?

Pero Mar…

Aquellos pensamientos le produjeron escalofríos. El pensamiento de tener que yacer con Mar la hacía temblar. Aquello podía ser… peligroso.

Una gran tensión se había apoderado del ambiente cuando los cazadores sacaron sus pieles para dormir. A Alin le produjo desmayo descubrir que el único sitio que le habían dejado para disponer sus cosas estaba junto al montón de pieles de Mar. Al otro extremo de la hoguera, Sauk había extendido sus pieles entre Mora e Iva. Parecía como si de mutuo acuerdo los dos hombres pusieran entre sí la máxima distancia posible.

Entró una bocanada de aire frío a través de la entrada de la tienda cuando Mar volvió de comprobar la hoguera exterior. Lugh lo siguió mientras él se abría paso hasta su rollo de dormir. Alin sintió el frío de sus ropas cuando se sentó de cuclillas para disponer las pieles. Lugh tomó asiento sobre sus patas traseras en el borde de la tienda esperando que Mar acabara y tener así un lugar caliente donde echarse.

Sin decir una palabra, Alin se quitó el abrigo de piel de reno, se metió en el rollo de dormir con la camisa de cuero y los calzones y empezó a extender las pieles de encima.

—Ya lo hago yo —dijo Mar—. Échate.

En el rostro de él apareció una sonrisa y sin una palabra Alin se enroscó en el interior de sus familiares pieles de ciervo. Mar extendió encima la piel de reno para abrigarla más.

—Buenas noches, Alin —dijo con la voz más suave de toda aquella noche.

—Buenas noches —replicó ella.

Cerró los ojos y le oyó desvestirse y meterse dentro de sus pieles. Luego llamó en voz baja a Lugh, y ella oyó las pisadas del perro y un gruñido de satisfacción cuando se arrimó al lado de Mar dispuesto a pasar la noche. Todos se habían acostado ya y el único ruido en el interior de la tienda era el ocasional crepitar del fuego. Fuera los lobos seguían aullando.

Alin se abrigó bien bajo sus pieles y se sintió mucho más caliente y mucho más cómoda de lo que había imaginado que sería posible durante la larga y fría caminata de la tarde.

Era joven, estaba cansada y en muy poco tiempo se quedó dormida.

Se despertó una vez porque un movimiento a su lado la molestó. Abrió los ojos y vio a Mar sentado de cuclillas atendiendo el fuego del interior de la tienda. La hoguera se avivó e iluminó su rostro. Un minuto después se levantó, se dirigió a la puerta de la tienda y desapareció en el exterior. Volvió poco después. Alin oyó la voz de Tane al otro lado de la hoguera, preguntando algo.

—La hoguera está bien —replicó Mar en voz baja—. La he avivado un poco. No hay señales de animales en las proximidades.

Entonces volvió junto a ella y se metió bajo las pieles de búfalo que le servían para dormir. Alin vio que no se había puesto sus pieles para salir al exterior.

Lugh gimoteó.

—Na, no puedes ponerte en medio de las pieles, Lugh. Muévete —dijo Mar, con voz extraordinariamente alegre.

Hubo un movimiento en las pieles, un suave gruñido que tanto podía proceder de Mar como del perro y luego, silencio.

Un lobo aulló en la lejanía.

Alin se acercó un poco más al cálido bulto de Mar, cerró los ojos y volvió a dormirse plácidamente.