CAPÍTULO X

Había oscurecido ya cuando Mar abandonó su abrigo y fue en busca de Altan. Cogió una antorcha para iluminar el camino y con Lugh pisándole los talones se encaramó por el sendero del despeñadero hasta la terraza del segundo nivel, donde se encontraba la cueva de los nirum. Se oía un rumor de voces procedentes del interior, y Mar apoyó su antorcha contra la superficie del risco, apartó la piel de reno que colgaba de la abertura de la cueva y entró. Lugh lo siguió.

Había cerca de una docena de hombres sentados alrededor de una humeante hoguera y todos levantaron la vista cuando Mar entró. Cinco perros estaban disputándose un hueso en un extremo y Lugh trotó afanosamente con la intención de incorporarse a la refriega.

—Lugh —llamó Mar cortante y el perro, reacio pero obediente, volvió a su lado.

Altan miró de soslayo a través del humo, visiblemente nervioso al ver quién estaba en la puerta. Durante breves instantes los dos hombres se miraron a través de la hoguera; si hubiesen sido sementales hubieran echado las orejas hacia atrás.

—¿Qué te trae a la cueva de los nirum, Mar? —preguntó Altan con brusquedad, como para dejar bien claro que Mar no pertenecía a aquel lugar.

Mar sólo había dado dos pasos en el interior de la cueva: no hizo ningún movimiento más.

—Las trampas estaban vacías. Necesitamos una buena cacería —replicó conciso.

—Ya. —Altan sujetó la bolsita de cuero que llevaba alrededor del cuello—. Precisamente estaba comentando lo mismo. Aunque hubieran habido animales en las trampas, necesitaremos más carne si queremos alimentar a esas mujeres recién llegadas.

Un murmullo de asentimiento recorrió el círculo. Mar repasó a todos uno por uno, tomando nota rápidamente de quienes se encontraban allí. Aquella noche se sentaba alrededor de la hoguera un grupo de hombres maduros que no eran precisamente los habitantes más jóvenes de la cueva. Se hizo un silencio poco amistoso mientras todos esos hombres allí sentados miraban a Mar a través del humo con los ojos entrecerrados.

Luego el nirum más anciano, que había sido amigo del padre de Mar, se aclaró la voz y dijo:

—¿Vienes a sentarte con nosotros junto al fuego, Mar?

En el ambiente reverberó un silencio y una tensión que se podían palpar.

Era un honor, para un joven que aún no había ascendido a nirum que se le invitara a sentarse en la cueva de los hombres. Mar contempló una vez más los rostros hostiles junto a la hoguera y movió la cabeza.

—Le he dicho a Huth que iría a visitarle esta noche. Pero gracias, Rom.

—Huth —dijo Tod, el hombre que se sentaba a la izquierda de Altan—. El chamán ha tomado una extraña decisión al permitir que esas muchachas eligieran a su pareja. ¿Tú y tus camaradas habéis inspirado tal idea?

Mar se quedó mirando al hombre con circunspección.

—¿Y por qué razón íbamos a hacerlo, Tod? —replicó con una voz que expresaba curiosidad.

—Tú y tus compañeros habéis acompañado a las muchachas durante todo el camino a casa. —El tono grave y áspero de Sauk llenó el silencio de la cueva—. Has dispuesto de todo ese tiempo para convencerlas.

Mar volvió lentamente la cabeza en dirección al que acababa de hablar.

—Tú ya tienes dos esposas, Sauk —dijo con suavidad—. ¿Estás pensando en tomar otra mientras hay tantos hombres que no disponen de ninguna?

Los nirum más jóvenes prestaron atención alertados.

—Sauk no tomará más esposas —aseguró Altan a sus seguidores con voz profunda. Luego miró a Mar—. Lo que ha querido decir es que tú y tus compañeros habéis tenido todos los días del viaje para… influir… en esas jóvenes. No sería conveniente para la tribu que ellas eligieran a los muchachos y dejaran insatisfechos a los hombres de la tribu.

—Es cierto —dijo Zel, uno de los nirum más jóvenes. Los nirum restantes asintieron—. Le mentiste a Altan para mantener alejados a los nirum de la incursión —acusó a Mar.

—¿En qué he mentido? —le preguntó a Zel alzando las cejas.

—¡Dijiste que podría ser muy peligroso! —respondió Sauk elevando la voz.

—El peligro no desanimó a los muchachos —replicó Mar sonriendo.

Todos permanecieron en silencio, enfurecidos.

—¡No había ningún peligro! —exclamó Sauk al fin—. ¡Mentiste!

—Yo no mentí —repuso Mar con frialdad—. Dije que tendríamos que capturar a las muchachas ante los ojos de los hombres de su tribu. Y así lo creía. Yo no sabía entonces que podríamos llevárnoslas durante la celebración de un rito de mujeres.

Lugh, que había permanecido junto a Mar con las orejas tiesas escuchando el sonido de las voces de aquellos hombres, avanzó de pronto hacia la hoguera, gruñendo.

—Mirad —señaló Mar—. El perro ha captado que me encuentro entre enemigos.

Los hombres se miraron entre sí susurrando.

—Nadie en la Tribu del Caballo puede ser enemigo del hijo de tu padre, muchacho —dijo Rom, con genuina emoción.

Mar miraba fijamente a Altan.

—Creo que aquí hay algunos a quienes les gustaría olvidar que yo soy hijo de mi padre, Rom.

—Todos somos hijos de nuestros padres —replicó Altan. Hizo un movimiento con la cabeza gacha, como hacen los búfalos cuando las moscas les molestan.

Mar sonrió sombrío.

—Las muchachas del Ciervo Rojo dirían que somos hijos de nuestras madres —dijo con un destello de humor dirigiéndose a los más jóvenes. La tensión se relajó y una oleada de buen humor corrió alrededor del fuego.

—Estas muchachas tienen unas reglas muy extrañas —comentó Tod con seriedad.

—Son diferentes de nuestras mujeres —explicó Mar—. Y una de estas diferencias es que son cazadoras. —Introdujo los pulgares en las sisas el chaleco—. Quieren salir con nosotros a cazar búfalos para poder confeccionarse botas. —Miró a Altan—. Creo que deberíamos permitirles que nos acompañaran.

Estalló un alboroto alrededor de la hoguera ante aquellas palabras.

—Las he visto cazar. Son buenas. Serán una ayuda, no un estorbo. Y si nos acompañan, podrán comprobar por sí mismas cómo cazan los hombres del Caballo —dijo Mar cuando al fin pudo hacerse oír de nuevo.

La cueva permaneció en silencio.

—Es cierto —asintió Sauk, que era uno de los mejores lanceros de la tribu.

—No me gusta la idea de llevar mujeres de caza —repuso Tod—. No es divertido.

—En su tribu —replicó Mar encogiéndose de hombros—, las mujeres cazan del mismo modo que los hombres. Creo que deberíamos mantener ocupadas a las muchachas hasta la primavera. Después… —Se encogió de nuevo de hombros.

Al escuchar sus palabras, las carcajadas se extendieron alrededor de la hoguera.

—Después ya se ocuparán de otras cosas, ¿eh? —dijo alguien.

Mar emitió una risita.

Altan miraba a Mar, con su gran cabeza inclinada hacia delante. La expresión que había en su rostro no era placentera.

—Deja que vengan las muchachas, Altan —dijo Zel—. Mar no está lo bastante loco como para permitir que corran riesgos si no fueran capaces de cuidar de sí mismas.

—Muy bien —respondió Altan lanzando un gruñido—. Las mujeres del Ciervo Rojo pueden venir a cazar con nosotros. Pero si algo le sucede a alguna de ellas —mostró los dientes—, entonces serás tú, Mar, quien se quede sin mujer.

Altan se relajó un poco cuando las pieles volvieron a su sitio al salir Mar. Levantó la copa de té de salvia que había estado bebiendo y la apuró.

—No puedo imaginarme a las mujeres cazando —estaba diciendo Zel mientras movía la cabeza con asombro—. Aunque si Mar dice que pueden cazar debe ser así.

Altan sintió una oleada de furia ante aquellas palabras. Mar, Mar, Mar, pensó. Me pone enfermo oír hablar de Mar.

Así había sido desde la muerte de Tardith. La tribu había nombrado jefe a Altan, pero todos sabían que si Mar hubiese tenido algunos años más, las cosas hubieran sido muy diferentes.

Para Altan había sido muy oportuno que Tardith muriera cuando su hijo era todavía un joven iniciado.

Altan siempre se había preguntado si Mar sospechaba algo de la muerte de Tardith. A veces la expresión del rostro de Mar cuando miraba a Altan… bueno, no se gustaban y toda la tribu lo sabía.

A medida que pasaban los días cada vez era más evidente que la Tribu del Caballo estaba dividida. Los jóvenes de la cueva de los iniciados seguían a Mar, así como los nirum más jóvenes que habían pasado uno o dos años bajo el liderazgo de Mar antes de su ascensión a la cueva de los nirum. Y hasta algunos hombres maduros, como Rom, respetaban a Mar por su padre.

Los mayores, aquellos a quienes Altan había dado esposas, seguían al jefe. Pero a medida que pasaba el tiempo parecía como si a éste se le fuera escapando de las manos el liderazgo.

Y aquello le ponía furioso. Mar era demasiado hábil como para enfrentarse directamente al jefe. Pero… minaba constantemente su autoridad.

Lo sucedido aquella noche era un buen ejemplo de lo que ocurría continuamente, pensó Altan. Mar se había introducido en un grupo de hombres de Altan, un grupo que debía de haber sido hostil ante el reconocido rival de Altan, y Mar los había persuadido a que hicieran exactamente lo que él quería que hicieran.

Y dado que sucedía con demasiada frecuencia, Altan se encontraba en la posición de tener que acceder a cosas que no deseaba. Pero no podía permitirse enemistar a los que le apoyaban y los nirum querían que las jóvenes fueran de caza con ellos.

—Es una buena idea salir de caza —estaba diciendo Iver, en irónico contraste con los amargos pensamientos del jefe—. Porque si nos vemos obligados a acatar la extraña decisión de Huth de permitir a las jóvenes del Ciervo Rojo que elijan marido, será bueno darle a los nirum la oportunidad de impresionar a las mujeres recién llegadas.

—Sa —dijo otro—. Los jóvenes las han acompañado durante todo el camino. Ahora debemos tener nosotros nuestra oportunidad.

—El chamán se ha excedido al tomar esta decisión. Nadie en el Clan ha oído hablar nunca de mujeres a las que se les permita elegir marido —sonó la poderosa voz de Sauk junto al oído de Altan.

Todos se quedaron mirando al jefe, que estaba furioso. No deseaba definirse en el asunto; no quería que le pusieran en el brete de invalidar a Huth.

El chamán tenía mucho poder entre los hombres mayores, cuyo apoyo necesitaba Altan.

El jefe inclinó la cabeza.

—Huth ha dicho que nos traería mala suerte yacer con esas muchachas antes del momento adecuado. El chamán es quien conoce estas cosas. Si dice que debemos esperar, nosotros debemos esperar. —Lanzó una rápida mirada a su izquierda y luego a su derecha—. Creo que no le será muy difícil a un nirum superar a un joven ante los ojos de esas jóvenes. ¿No es cierto?

Los hombres sentados alrededor del fuego asintieron no muy convencidos. ¿Qué otra cosa podían hacer?, pensó Altan con amargura. ¿Admitir que hombres hechos y derechos podían ser desplazados por un puñado de principiantes?

Había demasiados hombres en la tribu, pensó el jefe mientras sus ojos iban de un rostro a otro alrededor de la hoguera. Alin con todas las jóvenes que Mar había traído, sería imposible satisfacer a todos los hombres que necesitaban una mujer.

Los pensamientos de Altan se centraron en el último motivo por el que le guardaba rencor a Mar. Mar no había perdido ni un solo hombre en su incursión. Altan le había enviado con la esperanza de que perdiera un cierto número de hombres sin mujer y Mar había vuelto con todos.

Había otra cuestión peligrosa, pensó el jefe, con su característica mente tortuosa. Entre los muchachos de la cueva de los iniciados existía un vínculo que atemorizaba a Altan. Constituían casi una pequeña tribu dentro de la tribu; ningún otro grupo de iniciados que recordara Altan había mantenido nunca un vínculo parecido. Antes siempre existían rivalidades… pequeños celos… pero en ese grupo no. Esos muchachos iban todos a una. Y seguían a Mar.

A Altan le hubiera agradado perder a algunos de ellos. Y aún le hubiera satisfecho más que la tribu perdiera a Mar.

En la Ceremonia del Gran Caballo de aquel año, Mar ascendería a nirum. Se convertiría en nirum y entonces querría el liderazgo. Altan era consciente de ello, así como también era consciente de los extremos a los que podía llegar un hombre con una determinación particular.

Altan no pensaba que Mar lo desafiaría formalmente. Las reglas de los desafíos favorecían demasiado al jefe titular como para que ésta fuera la manera de que Mar obtuviera lo que quería.

Mucho se temía Altan que Mar pudiera tomar el camino que él había tomado con respecto a Tardith.

Lo mejor sería, pensó Altan, deshacerse de Mar, antes de que éste tuviera la oportunidad de deshacerse de él.

En cuanto hubo salido de la cueva de los nirum, Mar cogió la llameante antorcha y se alejó por la terraza hasta llegar a la última cueva en uno de los extremos del acantilado. Con la misma familiaridad de un hijo, apartó las pieles que colgaban en la entrada y pasó al interior. Lugh siguió tras él con la misma naturalidad.

Huth estaba sentado frente al fuego, con la cabeza inclinada sobre su tambor, tensando la piel. Tane también se encontraba allí, dibujando con su buril ubicuo sobre un gran hueso de caballo. Sentado en el antiguo lugar que ocupaba Mar y contemplando las llamas con expresión soñadora, estaba el joven de cabellos claros llamado Arn que era el aprendiz de Huth.

Mar miró al muchacho y durante un breve instante se sintió un extraño. Entonces Tane levantó la mirada y lo vio.

—Mar —dijo sonriendo—. Hermano de mi corazón. Ven y completa el círculo. —Y la aflicción de Mar desapareció.

Mar tomó asiento entre Tane y Huth y aquellos dos hombres morenos y esbeltos lo miraron con complacencia.

—No había nada en las trampas, deduzco —dijo Tane. Chasqueó los dedos y Lugh se acercó para que le acariciara las orejas.

—Sa —admitió Huth—. Mientras habéis estado fuera han salido de caza una vez. Altan ha incendiado los árboles del otro lado del río, aunque no ha podido cazar tantos renos como pensaba.

Al escuchar las palabras de Huth, Mar frunció sus cejas doradas y espesas.

—¿Organizó una cacería de fuego?

—Sa. —Huth miró a Mar—. El incendio ha sido siempre la manera más fácil de obtener carne, Mar. Ya lo sabes.

—Pero el incendio también es la manera más fácil de destruir tus territorios de caza —replicó Mar con voz severa. Cogió un trozo de correa de cuero que Huth había desechado y la echó enérgicamente al fuego—. Ya sabes lo que pienso de los incendios, Huth.

—Lo sé. Y Altan también lo sabe. Por esta razón esperó a que te fueras para hacerlo.

—Puedes haber convencido a la mayoría de los más jóvenes de que los incendios son una locura, pero algunos nirum están de acuerdo. —Tane alzó la vista de las orejas de Lugh para dirigirse a su hermano adoptivo—: Es la manera más sencilla de conducir a los animales a las trampas. Y hemos cazado así desde tiempos inmemoriales. No comprenden por qué tú estás en contra. —Los ojos verdes de Tane tenían una expresión grave—. Ésta es una de las cosas por las cuales los nirum no estarán de tu parte si desafías a Altan por el liderazgo, Mar.

El fuego danzaba frente al rostro bronceado de Mar, iluminando el gesto sombrío de su boca.

—Si seguimos incendiando los árboles y las plantas que alimentan a las manadas, las manadas no vendrán más —dijo—. Ya está sucediendo. Y continuará sucediendo mientras los hombres sean lo bastante estúpidos como para seguir haciendo tal uso del fuego. Si algún día soy el jefe, no permitiré nunca una cacería con fuego. Y esto lo defenderé contra viento y marea, Tane.

Se hizo un breve silencio durante el cual Lugh se apartó de Tane y se acurrucó junto a Mar.

—Creo que tienes razón, hijo mío —dijo Huth a continuación—. El fuego es uno de los grandes regalos del Dios Cielo y nosotros no debemos emplearlo mal. Pero Tane también tiene razón, Mar. Si prohíbes la caza con fuego, perderás el apoyo de muchos nirum.

—¿Crees que Mar va a desafiar a Altan por el liderazgo? —preguntó una voz suave y tranquila al otro lado de la hoguera.

Los tres hombres, sorprendidos, miraron al muchacho esbelto de cabellos muy claros que estaba sentado al otro lado de la hoguera.

—Arn —dijo Tane—. Habíamos olvidado que estabas aquí.

—Pues aquí estoy —señaló el muchacho. Hablaba gravemente, con una solemne dignidad rara en un joven de catorce años.

—Sa, estás aquí —aseveró Tane con fingido pesar—. Pero estás tan callado que me temo que algunas veces nos olvidamos.

—A un chamán le conviene estar callado —dijo Huth—. De esta manera puede escuchar las voces de los espíritus.

—Sa —asintió Arn—. Es cierto.

Huth apartó la mirada de Arn y sus ojos descansaron en la figura de su otro hijo adoptivo, Mar. Había adoptado a dos muchachos, pensó, y los dos estaban aquella noche a su lado junto al fuego. Le gustaba el joven león que había tomado asiento junto a él, lo había querido desde la primera vez que Mar había entrado en la cueva del chamán tras la prematura muerte de su madre. Cuando todavía era casi un bebé, recordó Huth, sostener a Mar en brazos era como sostener a un cachorro de león. Aquellos ojos azules siempre miraban el mundo de frente: limpiamente, sin temores. Y poseía el poder de atraer a los hombres. Su padre, Tardith, también lo poseía, pero Huth opinaba que este poder aún era más fuerte en Mar. Fue una lástima muy grande que Mar fuera tan joven cuando murió Tardith. Sólo por esta razón no había sido posible nombrar jefe a un muchacho recién iniciado.

Huth siempre había sabido que no hallaría un sucesor en Mar. Tampoco tardó mucho en comprobar que no lo encontraría en su propio hijo. Reconoció en seguida el genio de Tane para el dibujo, y estaba orgulloso de él. Las pinturas en la gran cueva, tan importantes en una parte de la vida ritual de su tribu, requerían la mano de un artista nato y era norma de la tribu que el chamán participara dirigiendo las pinturas de la caza mágica. Huth tardó un poco en comprender que la pasión de Tane por el dibujo era demasiado fuerte como para dar cabida a cualquier otro de los talentos que cultiva un chamán. La imaginación de su hijo era inexorablemente material, dirigida hacia el mundo de la naturaleza que él captaba con tanta brillantez en la pintura; no procedía del mundo interior, como debiera ocurrir en un chamán.

Huth encontró a su sucesor al fin en ese muchacho esbelto, de cabellos plateados que estaba sentado al otro lado de la hoguera, en el antiguo lugar que ocupaba Mar y esperaba con expresión grave que respondieran a su pregunta. La pregunta no había sido inadecuada. Si Arn iba a ser el futuro chamán de la Tribu del Caballo, era importante que conociera todas las leyes y ritos de la tribu.

El chamán examinó a través del humo la mirada gris cristalina de su elegido. Dos muchachos, pensó. Dos hijos del corazón. Uno del color del sol, el otro de la luna.

—No es una práctica común de la tribu cambiar de jefe. Pero es posible —dijo respondiendo a Arn.

—¿Y cómo se hace, padre mío? —preguntó Arn.

Huth miró a Mar y fue éste quien respondió.

—Un hombre de la tribu puede desafiar al jefe durante las Fiestas del Gran Caballo —dijo—. Si el jefe desea mantener su posición, debe aceptar el desafío.

En los ojos cristalinos de Arn apareció una interrogación silenciosa.

Mar sonrió ligeramente torvo y describió el desafío.

Cuando acabó permanecieron en silencio.

—Parece bastante difícil —dijo Arn.

—No es cosa que deba hacerse a la ligera —explicó Huth—. Cuando dos sementales luchan por el liderazgo en la manada, sólo puede salir uno victorioso. Lo mismo sucede en el desafío. El hombre que vence es el jefe. El otro es como el semental derrotado. Si vive, se le expulsa de la tribu y no puede volver jamás.

Aquellas palabras cayeron siniestras en medio del silencio de la noche.

—Ya. —La voz de Arn apenas fue un susurro. Miró a Mar—. ¿Lo desafiarás, Mar?

—Sa. —El tono de la respuesta fue tranquilo y firme, y Huth sintió una repentina angustia—. Pero el desafío sólo puede hacerlo un nirum —siguió explicando Mar—. Por esta razón he esperado tanto. Este año, después de tanto tiempo, seré lo bastante mayor para hacerlo.

—No hables de ello. —Tane fue quien ahora tomó la palabra, pero el tono de su voz hizo que sus palabras fueran más un comentario que una orden.

Arn meneó la cabeza y sus suaves cabellos, del color de la luna, acompañaron el movimiento.

—Na. No hablaré de ello.

Huth puso a un lado el tambor en el que había dejado de trabajar y cambió de tema.

—Bueno, debemos preparar la caza mágica —dijo—. ¿Qué animal queréis cazar? ¿Búfalos?

—Sa, le he dicho a Alin que iríamos a cazar búfalos. Tienen que hacerse botas para el invierno y con la piel de búfalo se confeccionarán unas buenas botas.

—No tan buenas como con la piel de reno —replicó Tane.

—No podemos esperar hasta la Luna del Reno.

—El búfalo no sabe tan bien como el bisonte —dijo una voz soñadora al otro lado del fuego.

Huth y Tane rieron.

—Por aquí no hay muchos bisontes —señaló Mar y la expresión ceñuda volvió a su rostro—. La cueva sagrada está llena de pinturas de toros y vacas, pero raramente vemos por aquí manadas de estos animales. Los incendios las han alejado.

—Mar, cuando se trata de la cacería de fuego te conviertes en un pájaro de una sola nota —dijo Tane con cariñosa exasperación.

Mar clavó la vista en su hermano adoptivo y desapareció la expresión ceñuda de su rostro. Sacudió la cabeza y soltó una carcajada.

—Está bien —dijo.

—¿Cuándo irás a decírselo a Alin? —preguntó Tane.

—A la caída del sol.

Mar entrecerró ligeramente los ojos por el humo que le había rozado el rostro y se dirigió a Huth.

—Padre mío —dijo—. Tengo un problema que plantearte.

Huth intentó mostrarse exasperado.

—¿Qué clase de problema? Debe referirse a esas muchachas.

—Sí —repuso Mar lanzando una risita—. Van a venir a cazar con nosotros y no sé si deberían celebrar la caza mágica o no.

Entonces Huth no tuvo necesidad de fingirse exasperado.

—¡Celebrar la caza mágica! ¿Mujeres? —exclamó mirando a Tane y no a Mar—. Primero Tane quiere traerme a una de ellas a mis clases de dibujo y ahora tú quieres llevarlas a la cueva sagrada.

Mar y Tane cruzaron una mirada.

—No he visto nunca nada semejante —añadió Huth irritado.

—Yo no estoy diciendo que quiero llevar a las muchachas a la cueva sagrada —explicó Mar pacientemente—. Lo que no sé es lo que hay que hacer. Nunca hemos ido a cazar con mujeres. No sé si traerá mala caza si ellas no celebran la caza mágica con nosotros, el resto de los cazadores, o si traerá mala caza si lo hacen.

En aquel momento Huth tampoco lo sabía. Miró fijamente a Mar.

—¿Has hablado con Altan acerca de todo esto?

—Sa.

—¿Y ha accedido a que las muchachas se unan a la cacería?

—Sa.

Huth lanzó un resoplido.

—Todos los nirum quieren mostrarles su valor.

Esta vez fue Tane quien lanzó un resoplido.

—¿Estas muchachas saben cazar? —llegó la suave voz de Arn con el humo al otro lado de la hoguera.

—El pasado verano Tane y yo las espiamos durante media luna —dijo Mar—. Las vimos tras un ciervo, vimos cómo cazaban un ciervo gigante y un gran jabalí. Saben cazar.

—Pero no las vimos cazar un búfalo —comentó Tane.

—En su territorio de caza no tienen pastos abiertos —explicó Mar moviendo la cabeza.

—El búfalo es un animal más peligroso que el ciervo o el jabalí —dijo Tane—. Hay quien dice que es más peligroso que cualquier animal, hasta el mamut o el león. ¿Por qué no esperamos ir a cazar ciervos?

—Porque necesitan botas.

—Las necesitarán dentro de una luna —asintió Huth.

—Y nosotros necesitamos un suplemento de carne ahumada —añadió Mar—. No hay bastante carne almacenada para el invierno, con todas estas bocas extra que tenemos que alimentar.

—¿Qué opinas de la cacería mágica, Huth? —preguntó Arn.

Huth lanzó un suspiro.

—Debo convocar a los espíritus y preguntárselo al Dios Búfalo —repuso—. Tendrás que ayudarme, Arn.

El muchacho asintió y sus ojos se iluminaron de pronto.

—¿Cuándo los convocarás, padre mío? —preguntó Mar.

—Mañana ayunaré todo el día. Por la noche, convocaré a los espíritus. —Huth cogió el tambor que necesitaría para el ritual, volvió a inclinar la cabeza y siguió tensando la piel que lo cubría. Mar se levantó y llamó suavemente a Lugh.

—Vendré a verte cuando mi padre haya tomado una decisión —susurró Tane a su hermano adoptivo.

Mar asintió, dio las buenas noches a los tres hombres que se quedaron junto al fuego y desapareció en la noche detrás de las pieles con su perro pisándole los talones.