Horas después Huth ya había tomado una decisión y salió de la cueva para hablar con Altan. Más avanzada la tarde, la noticia de lo que había decidido Huth corrió por toda la tribu.
Los jóvenes que habían acompañado a Mar en la incursión se sintieron muy satisfechos al enterarse del acuerdo entre Huth y Alin. Cuando Bror entró en la cueva de los iniciados más avanzado el día con la noticia, hubo muchas risas y palmadas en el hombro.
—¿Huth ha accedido a que las muchachas elijan a sus varones? —preguntó Melior con incredulidad cuando Bror se reunió con todos los hombres alrededor de la hoguera.
—Sa. Esto es lo que me ha dicho Tane. Hay que esperar hasta la primavera y entonces ellas elegirán a sus varones. —Una sonrisa amplia y blanca apareció en el rostro de piel oscura de Bror—. Altan se ha quedado lívido. Sabe que Mar lo ha manipulado.
—Me creo que el jefe esté furioso —dijo Dale. Sus luminosos ojos azules eran tan claros como el cristal—. Las muchachas tienen la misma edad que nosotros. Un hombre de la edad de Altan les parecerá más viejo que sus padres.
Cort emitió un grito quedo en señal de asentimiento.
—También hay muchos nirum jóvenes —señaló Bror—. Las muchachas preferirán a algunos de ellos.
—Pero Altan se las hubiera dado todas a los nirum —replicó Melior—. No hubiéramos podido elegir ninguna. Por esto quieren que siga siendo el jefe. —Su voz se volvió dura y amarga—. Les concede todo lo que le piden, despreciando las necesidades del resto de la tribu.
Se hizo un silencio. Todos conocían la razón de la voz endurecida de Melior. Su prometida había sido una de las jóvenes que sobrevivieron al veneno y Altan se la había arrebatado y se la había entregado a uno de los nirum más viejos.
—Melior tiene razón —dijo Dale momentos después—. Fijaros en las tres mujeres que Altan trajo de la Asamblea de Otoño. Se las entregó a ellos cuando no estábamos nosotros sin darnos la oportunidad de solicitarlas.
A continuación se inclinó hacia delante para colocar mejor un leño en el fuego.
—¡Le dio una a Sauk! —exclamó Melior—. Y Sauk ya tenía una mujer.
—Sauk devora mujeres como un perro hambriento devora carne fresca —añadió Cort con disgusto.
—Sauk y Altan —habló de nuevo Melior, tan excitado como el otro—. Vaya par de jefes tenemos en la Tribu del Caballo.
—No va a ser por mucho tiempo. En la Ceremonia del Gran Caballo de este año, nombrarán nirum a Mar —dijo Bror tranquilamente.
Reverberó el silencio en la cueva.
—¿Es cierto, entonces, que Mar lo desafiará? —preguntó Dale—. ¿Es cierto que cuando le nombren nirum desafiará a Altan por el liderazgo?
Los jóvenes se miraron entre sí.
—Nunca habla de ello —dijo Bror al fin—. Pero conociendo a Mar, creo que lo hará.
—Es algo terrible —comentó Dale—, un desafío.
—Pero no es imposible —añadió Melior apresuradamente—. El desafío no tendría lugar si fuera imposible.
—Mar sería el jefe de toda la tribu —señaló Cort con seriedad—. No es propio de Mar ser injusto.
Alrededor de la hoguera todos hicieron vagos gestos de asentimiento.
—Mar sabe que si nos necesita, nosotros estaremos a su lado —dijo Bror finalmente—. En nuestros corazones él siempre ha sido el jefe.
—Sa, sa, sa —llegó la respuesta.
Todos se quedaron pensativos en silencio.
—Sería estupendo tener a una muchacha con la que compartir mi lecho el próximo invierno —dijo finalmente una voz tras un suspiro.
El ambiente de la cueva sufrió un cambio evidente.
—Bien, como todavía no hay una joven, no hay que pensar en ello —replicó Bror—. Aunque existe la posibilidad de tenerla la próxima primavera, lo cual es más de lo que hubiéramos podido esperar el año pasado.
Esta vez fue un silencio sombrío. Todos los hombres en la cueva recordaron vívidamente la visión horripilante que apareció ante sus ojos cuando volvieron de la última Asamblea de Otoño y encontraron a sus madres, hermanas y prometidas muertas o agonizando.
—Dhu. A veces sueño en todo aquello… —confesó Dale con voz apagada.
Bror rodeó el hombro del muchacho más joven con su brazo.
—A nosotros también nos sucede —dijo con voz áspera. Le dio a Dale un breve abrazo, luego dejó caer el brazo y se volvió hacia los demás, de manera que sus espaldas ocultaran el rostro del muchacho y quedara protegido así de la curiosidad de los otros—. Apostaría a que las muchachas del Ciervo Rojo van a pasar un invierno agradable —comentó, forzando un tono divertido en su voz—. Ya nos veo a todos intentando superarnos los unos a los otros para cortejarlas.
—Dhu —dijo Melior ingenuamente—. No había pensado en ello.
—Deberíamos establecer entre nosotros cuál es la que nos agrada a cada uno —propuso Cort.
—El número no cuadra —apuntó uno de ellos.
—Está a nuestro favor —replicó Cort, mirando alrededor del fuego—. Hay tres puñados de muchachas más una y nosotros sólo somos dos puñados más tres.
—Te has olvidado de los nirum más jóvenes —dijo Bror—. Tampoco tienen mujer.
—Y de Mar —añadió Dale, que se había sentado una vez recuperado—. No olvidéis a Mar.
—Aunque lo hiciéramos, las mujeres no lo harían —dijo Melior secamente. Todos se echaron a reír.
—Si haces las cuentas, observarás que son muchas menos que nosotros —contestó Bror—. Y lo que es más, ellas son las que se supone que tienen que elegir. ¿Recuerdas?
Los muchachos emitieron un grito ahogado. Aquello era lo que se decía, pero ellos conocían la verdad del asunto. Al final serían los hombres quienes decidirían qué muchacha cortejar. Se miraron los unos a los otros inquisitivamente calibrando quién iba a ser un rival y quién no…
—Será divertido, siempre que no nos pongamos demasiado serios, como lo hicieron Davin y Bard —dijo uno bruscamente.
—¡Nunca! —se prometieron solemnemente todos—. Somos compañeros de caza. Ninguna mujer podrá ser nunca más importante que esto.
—Es cierto —asintió Bror. Sonrió con satisfacción—. Además, Mar nos mataría antes de permitir que llegáramos a ese extremo.
Los jóvenes rieron, gritaron su reclamo de caza favorito y en la cueva de la playa donde moraban, los perros aullaron.
Las jóvenes del Ciervo Rojo se sintieron también muy satisfechas cuando Jes les comunicó el pacto de Alin, aunque por diferentes razones que los jóvenes del Caballo.
—La Reina tendrá tiempo hasta la primavera para encontrarnos —dijo Elen.
—Y si sucediera lo peor y nos viéramos forzadas a quedarnos aquí, al menos podremos elegir al hombre que queramos —apuntó Sana.
—La verdad es que no son tan malos —comentó Iva con timidez—. Y ahora que vamos a poder elegir…
Las muchachas sonrieron con satisfacción.
—El chamán le ha prometido a Alin que podrá celebrar los Sagrados Esponsales en los Fuegos de Primavera para el bien de su tribu —dijo Jes con voz dura.
Las jóvenes se inclinaron hacia delante, excitadas, para ver mejor el rostro de Jes.
—¿Ha prometido celebrar los Sagrados Esponsales? —preguntó Iva—. Pero, ¿con quién?
—Con su jefe. ¿Con quién más podría ser? —dijo Jes. A la tenue luz de la cueva las muchachas pudieron observar la expresión sombría de su rostro.
—Oh… —El prolongado suspiro de todas expresó desilusión.
—Sa. Según Alin no había otra manera de que el chamán accediera a sus pretensiones. —Jes atizó el fuego con impaciencia.
—Lana nos encontrará —aseguró Elen—. La Madre Tierra le mostrará el camino.
—Eso espero —dijo Jes—. No me gusta imaginar a Alin, a nuestra Elegida, dando la vida a esta tribu de raptores.
—No y no me gusta el aspecto de ese jefe —añadió Iva, haciendo una mueca de disgusto—. Me recuerda un búfalo.
Hubo exclamaciones generales de asentimiento.
—El jefe ya tiene esposa —dijo Dara.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó una voz tras un instante de silencio.
—Hace poco he estado hablando con una de las mujeres —replicó Dara—. Me lo ha dicho. En la tribu hay tres puñados de mujeres y tres más, y cuatro de las jóvenes no están casadas. Una de ellas es la joven con la que he hablado. Se llama Lian.
Las otras muchachas sonrieron con divertida resignación. Dara siempre se las arreglaba para hacer amigos.
—¿Por qué no está casada Lian? —preguntó Elen—. Si es la joven con trenzas con la que te he visto hablando antes, es bastante hermosa.
—Me ha dicho que va a casarse con Mar.
Silencio.
—Él antes estaba casado —añadió Dara en medio de un melancólico silencio—. Su esposa fue una de las que murieron por el agua envenenada.
—¿Y Tane? —preguntó Jes que no hablaba desde hacía rato—. ¿Está casado?
—No lo sé —contestó Dara meneando la cabeza.
Iva apoyó la mejilla en las rodillas y contempló el fuego con expresión soñadora.
—Es muy extraño —dijo—. Hace una luna estábamos reunidas en la cueva de las mujeres de nuestro hogar, hablando de lo que íbamos a hacer en los Fuegos de Invierno. Y ahora… aquí estamos, en un lugar extraño, entre una tribu extraña, hablando de bodas con hombres extraños. —Movió la cabeza—. Estoy esperando despertar de un momento a otro y comprobar que todo esto ha sido un sueño.
—Yo más bien creo que una pesadilla —añadió Jes.
—No lo sé —replicó Iva entornando los ojos—. Es tan… extraordinario.
—Ya llega el invierno —dijo Sana—. Y con tantas mujeres aquí, espero que esta tribu tenga almacenada suficiente comida para alimentarnos.
—Es posible que aquí haya caza —señaló Jes repentinamente alertada.
Las jóvenes cazadoras también se alertaron.
—Sa. Sería estupendo salir de nuevo a cazar.
Elen emitió una risita y se echó hacia atrás la trenza, tan brillante y rojiza como el fuego.
—Sería magnífico demostrar a estos hombres del Caballo cómo se utiliza una lanza.
Se oyeron risas alrededor del fuego.
—¿Dónde está Alin? —preguntó Dara a Jes.
—Volverá en seguida —repuso Jes—. Creo que necesitaba estar sola un rato.
Todas las muchachas asintieron solemnemente.
—Ahora ella es nuestra Reina —dijo Dara después.
—Sa —respondieron en voz baja las muchachas—. Es cierto.
—Será nuestra Madre —añadió Sana—. Nunca estaremos perdidas mientras tengamos a Alin.
Altan se había quedado lívido ante la decisión de Huth acerca de las jóvenes. Había intentado hacer que Huth cambiara de opinión, pero el chamán era obstinado.
—He hecho sonar mi tambor —dijo—. El dios ha hablado y yo lo he oído. La Madre debe ser aplacada. Debemos permitir que sus siervas sigan sus reglas.
—Nosotros adoramos al Dios Cielo —protestó furioso Altan—. En esta tribu somos cazadores, de padres a hijos. La Madre no tiene nada que ver con nosotros.
—¡Cierra la boca, loco! —Huth estaba tan furioso como Altan—. En esta tribu necesitamos la benevolencia de la Madre. Los dioses lo saben aunque el jefe no lo sepa. —El chamán entrecerró los ojos grises mientras examinaba al encolerizado Altan, desde su cabeza inclinada hasta sus grandes pies. Luego añadió con engañosa suavidad—: Quizá lo que ha provocado esta tragedia en la tribu haya sido la falta de reverencia de nuestro jefe. A la Madre no le gusta que se olviden de ella.
Altan alzó la pesada cabeza. Sus ojos oscuros se clavaron en Huth.
—¡Yo no tengo la culpa!
—Entonces olvida tu absurdo parloteo —le espetó Huth—. Esas muchachas adoran a la Madre. Su jefe está dispuesto a celebrar un poderoso rito de fertilidad para nosotros. Y lo haremos como ellas quieren, Altan. Esperaremos hasta el momento del rito para darlas como esposas y les permitiremos elegir a sus maridos.
Altan levantó un dedo hasta la cinta de cuero de la cabeza que mantenía sus negros cabellos apartados de la frente.
—A Mar le viene muy bien tener al chamán como padre adoptivo —dijo.
—¿Qué estás diciendo, Altan? —preguntó Huth con voz suave, abriendo los orificios de la nariz.
—He dicho lo que he dicho.
—Entonces escucha, Altan, lo que voy a decirte —siguió diciendo Huth—. Un jefe ha de ser el jefe de toda la tribu, no sólo el de sus compañeros. Y si el jefe lo olvida, entonces cabe la posibilidad de que la tribu lo eche. Y también te digo que durante la Ceremonia del Gran Caballo de este año, Mar, el hijo de Tardith, será nombrado nirum.
Huth miró fijamente el rostro enfurecido de Altan.
—Reflexiona sobre todas estas cosas —añadió el chamán. Y se marchó.