NOTA DE LA AUTORA

La hija del Ciervo Rojo es una fábula acerca de cómo debieron de vivir los hombres y las mujeres hace catorce mil años en el valle de Vézère, Francia. Los personajes que aparecen en la novela pertenecen a la cultura específica de Cro-Magnon que los científicos han denominado Magdaleniense, una cultura que floreció desde la Dordoña hasta los Pirineos durante el Paleolítico inferior, el período de la última era glacial.

Las esculturas, tallas y pinturas que produjeron los magdalenienses, son creaciones de artistas muy meticulosos y de gran talento. La tecnología de los magdalenienses era igualmente sorprendente, fabricaban todas las herramientas que eran necesarias para vivir en un clima frío y relativamente inhóspito. Además, realizaban decoraciones y ornamentos que les servían para embellecer la vida tanto como para sobrevivir.

Con respecto a La hija del Ciervo Rojo, ¿qué es real y qué es ficción?

Todas las pinturas, tallas y armas que se describen en el libro se basan en instrumentos de los hombres primitivos que han llegado hasta nosotros. De manera específica, la descripción de la cueva sagrada del Ciervo Rojo se basa en la cueva de Le Tuc d’Audoubert en los Pirineos, en Montesquieu-Avantes. Las famosas esculturas del santuario de Le Tuc d’Audoubert son, sin embargo, de bisontes y no de ciervos. Y la cueva sagrada de la Tribu del Caballo es, por descontado, la famosa cueva de Lascaux, en el valle de Vézère, en la Dordoña.

Aparte de lo que los magdalenienses dejaron en pintura, piedra, hueso y asta, casi todo lo que se ha postulado sobre su forma de vida (tanto por los científicos como por los novelistas) es pura especulación.

Es casi seguro que los magdalenienses debieron de poseer un lenguaje plenamente articulado, aunque, por supuesto, dicho lenguaje se ha perdido por completo. Cuando escribí el libro, decidí utilizar un lenguaje relativamente sofisticado y no preocuparme demasiado por el «realismo». Está claro que se supone que los personajes hablan su propio idioma y no un idioma moderno, y así, si se da esto por supuesto, ¿por qué no suponer que podían tener una palabra que expresara el concepto de descontento o de religioso?

Un tema de cierta controversia es si los magdalenienses comprendían o no la relación entre cópula y gestación. Aun cuando es cierto que muchos pueblos primitivos no la comprenden, me ha parecido que no por ello tenemos que llegar a la misma conclusión con respecto a los magdalenienses. Era un pueblo extremadamente observador, en gran armonía con el mundo animal (las pinturas de la cueva ciertamente merecen ser catalogadas entre las obras artísticas más expresivas de la Humanidad); aunque no pastoreaban ni criaban animales, vivían rodeados de bestias salvajes cuyos hábitos observaban muy de cerca. En las cuevas y abrigos, además, existen muchos dibujos que pueden interpretarse como símbolos de la fertilidad: triángulos para significar la vulva, lazos para representar el falo, etc. Bajo estas circunstancias no me parece extraño que los magdalenienses comprendieran este hecho básico de la vida del ser humano.

Asimismo, existe cierto desacuerdo sobre si los magdalenienses conocían o no la alfarería. Si bien es probable que no supieran cocer los utensilios de arcilla (no se han encontrado de esta época), no es descabellado especular sobre la idea de que este pueblo tan versátil hubiera sabido fabricar los utensilios y dejar secar la arcilla al sol.

De toda la literatura escrita sobre el tema de los magdalenienses y sus utensilios, el libro que considero más ilustrativo es Las raíces de la civilización, de Alexander Marshack. Se lo recomiendo a todo aquel que le interese este tema.