La gran embestida guerrillera aisla a Moscardó
Aunque desde hacía semanas las acciones guerrilleras menudeaban por todo el Pirineo, el día A, hora H de la «Reconquista de España» llegaría a las 6 de la mañana del día 19 de octubre de 1944, tras el retraso de 24 horas respecto a las previsiones iniciales.
Siete brigadas casi completas, más una como reserva táctica, cruzan la frontera por el Valle de Arán y su entorno en esta jornada, y a las pocas horas se producen los primeros combates de importancia.
Cuatro de las brigadas penetran directamente en el valle mientras otras tres, desplegadas en un frente más amplio, forman el flanco izquierdo de la operación, cuyos objetivos básicos son la diversión de fuerzas enemigas y cortar la carretera Tremp-Viella, cordón umbilical del Valle de Arán con el resto del territorio español. Mientras en el interior del valle la operación conseguiría un relativo éxito en su primera fase ofensiva, el flanco izquierdo fracasaría estrepitosamente.
No hay un flanco derecho propiamente dicho ya que la cadena montañosa y la frontera francesa hacían inviables ataques del Ejército gubernamental desde esta zona, que, además, estaba protegida por partidas guerrilleras más o menos dispersas de las Brigadas 21, 3 y 468, las cuales podían hostigar a las fuerzas que circularan por las carreteras Lérida-Pont de Suert y Pobla de Segur-Pont de Suert.
Pero si, por sí misma, la invasión es importante, su dimensión se agranda cuando al Gobierno Militar de Barcelona, donde se encuentra el general Rafael García Valiño, jefe del Estado Mayor Central del Ejército, llega un rumor, que causa consternación, según el cual los maquis habían capturado a Moscardó, capitán general de Cataluña y héroe del Alcázar de Toledo.
Dos ejes del ataque
Con notable precisión y simultaneidad, las Brigadas 11, 410, 551 y 9 penetrarían en el Valle de Arán en la noche del 18 al 19 de octubre y se lanzarían sobre los objetivos asignados por el mando. Fue una maniobra bien realizada, con avance nocturno seguido de ataques fulminantes por sorpresa y simultáneos. Las tres primeras brigadas citadas penetrarían por el Bajo Aran, mientras la última la haría por el Alto Aran. Una vez conquistada la carretera y el límite fronterizo en Pont de Rei[10], diversas unidades de aprovisionamiento, fuerzas dotadas de armamento pesado —término relativo al referirse al material bélico del maquis— y fuerzas de la reserva táctica penetraron en España por la carretera, en muchos casos motorizados.
Las fuerzas gubernamentales habían sido sorprendidas y llevarían, en estas primeras horas, la peor parte en los combates. La sorpresa es tanto más imperdonable por cuanto todos los servicios de información habían avisado de que por aquella zona habría ataques. Sixto Mayayo, entonces sargento de la Guardia Civil con base en Salardú, asegura que ellos enviaron numerosos informes a la superioridad explicando la presencia de maquis y el peligro allí existente, aportando datos obtenidos a través de confidentes. Otros informes de la Guardia Civil indicaban movimientos de grupos armados en la zona francesa comprendida entre Saint Beat y Bagneres de Luchon y, según Aguado Sánchez, algunos confidentes de Francia habían confirmado anteriormente que «no antes de dos meses ni después de cuatro tendría lugar por aquella zona una invasión masiva». La gente de la comarca recuerda que en los días e incluso semanas anteriores se veían por las noches lucecitas por las montañas, lo que indicaba que por allí circulaba gente.
También el propio Ejército tenía datos directos de la presencia del maquis. En el historial del batallón de Cazadores de Montaña «Albuera» número 2, que estaba de guarnición en el valle, se lee: «El día 13 (de octubre), y como hecho que puede considerarse inicial de los hechos en que el batallón había de tomar parte, y habiéndose recibido noticias en el mando de la segunda compañía de la presencia de elementos sospechosos en las inmediaciones de su emplazamiento, que resultaron pertenecer a fuerzas organizadas rebeldes constituidas por rojos españoles huidos a Francia, fue llevada a cabo una descubierta practicándose en ella la detención de un individuo de nacionalidad española que manifestó ser desertor de un batallón de las referidas fuerzas que merodeaban por los lugares fronterizos de la provincia». Fuentes militares confirman que el jefe militar de Viella, capitán José Pascual Monente, jefe accidental del batallón de Cazadores de Montaña «Albuera», había enviado avisos a sus superiores exponiéndoles las dificultades del sector que tenía asignado.
Sin embargo, ni en el Gobierno Militar de Lérida ni en la Capitanía General de la IV Región Militar se prestó especial atención a dichas informaciones, y los 620 kilómetros cuadrados del valle tenían como única defensa al citado batallón «Albuera» junto a pequeños destacamentos de la Benemérita, Guardia Civil de fronteras y una compañía de la Policía Armada. La mayor parte de estas unidades fueron sorprendidas y, sobre todo, los pasos fronterizos cruzados con toda tranquilidad por los guerrilleros. Y más aún. En la víspera de la invasión se obtendrían aún datos más claros. En el historial del batallón se lee: «El día 18 fue avisado el teniente comandante de la segunda compañía de que por las cimas de los montes cercanos pasaban ininterrumpidamente una columna de individuos que, al parecer, iban en dirección a Viella, Les Bordes y pueblos limítrofes, los cuales iban armados, por lo que seguidamente se procedió a la defensa estratégica del pueblo que quedó constituida al atardecer. Se mantuvo en todo momento una estrecha vigilancia, así como se reforzaron todos los puestos de observación y puntos estratégicos». De hecho, pues, sólo Viella fue fortificada.
La defensa
Para la defensa del valle, el batallón «Albuera» estaba distribuido entre diversas poblaciones. La Tercera compañía y la Plana Mayor de Mando se encontraban en Viella, la Segunda compañía en Les Bordes, la Primera en Salardú y la de Máquinas de Acompañamiento en Betrén. Las fuerzas de la Guardia Civil se hallaban distribuidas por los pequeños cuartelillos del valle, siendo los puntos de mayor importancia los de Viella, Bossost y Salardú. La Policía Armada estaba representada por una compañía llegada de Cádiz, que tenía una sección en Salardú, otra en Bossost y el resto en Viella. Aunque era ya el límite del valle, fuerzas del Primer Batallón de Cazadores de Montaña «Navarra» custodiaban el refugio de la Productora, en el Puerto de la Bonaigua.
Los batallones de montaña como el «Albuera» eran táctica y administrativamente unidades independientes, siendo su jefe ordinario un teniente coronel, no un comandante como es habitual en este tipo de unidades, En cada batallón solía haber uno o varios comandantes. Estaba formado por Plana Mayor, tres compañías de fusiles y una de armas de acompañamiento. La Plana Mayor estaba dividida en Plana Mayor de Mando (mando y su oficina, sección de observación e información, sección de transmisiones, sección de exploradores-esquiadores y servicios sanitario, veterinario y tren de batallón) y la Plana Mayor Administrativa (Centro de Movilización, Mayoría, Juzgado y Compañía de Destinos). Cada compañía de fusiles estaba constituida por tres secciones de fusiles y una de máquinas de acompañamiento. En teoría —porque en la mayor parte de los casos las dotaciones eran incompletas—, la compañía de armas de acompañamiento estaba formada por una sección de ametralladoras, una de morteros del 81, otra de cañones de Infantería y una de ametralladoras antiaéreas.
De todas formas, aunque la estructura es un tanto rimbombante —ya que estas unidades se habían creado a inspiración de las tropas alpinas alemanas, obviamente mucho mejor dotadas que las españolas—, el material de que disponen estos batallones deja mucho que desear. Las armas eran viejas, casi todas usadas en la Guerra de España, y habían quedado desfasadas respecto al moderno armamento de que disponían los guerrilleros.
Como armamento y personal real de estas unidades, he aquí el estadillo del batallón «Cataluña» número 4, que era aproximadamente el mismo en todos los batallones gemelos: 515 fusiles, 18 fusiles ametralladores, 40 subfusiles, 200 pistolas, 6 morteros de 50 y 4 morteros del 81. También tenían cuatro ametralladoras antiaéreas de calibre 15 milímetros y dos cañones de Infantería 65/17. En el batallón había 120 hombres sin armamento específico (herrador, furrieles, guarnicioneros, banda de música)… Estos batallones tenían una gran dotación de mulos. Así, en la documentación del Quinto batallón «Barcelona» se detallan 20 caballos, 121 animales de carga (mulos) y 2 de tiro.
Los batallones citados estaban integrados en la División 42, formada por dos Agrupaciones de Montaña que reúnen los batallones 1 (Navarra), 2 (Albuera), 3 (Arapiles), 4 (Cataluña), 5 (Barcelona) y 6 (Alba de Tormes), así como el regimiento 21 de Artillería Divisionaria. Será la división que intervendrá preferentemente en el interior del Valle de Arán.
Invasión abierta
La operación del maquis en esta zona es «abierta» en la línea de las acciones militares, no de la guerrilla.
«En la mañana del día 19, abrí las ventanas como cualquier otro día y vi que hombres armados con metralletas corrían por la calle y tomaban posiciones para atacar el cuartelillo de la Guardia Civil», explica la señora Carmen González de Condó, ama de casa de Les. «Poco después —continúa—, llamaron a la puerta trasera de la casa. Abrí. Eran maquis que querían instalar una ametralladora en la casa para hostigar desde allí el cuartelillo. Yo estaba muy asustada y me negué, argumentando que en la casa había niños pequeños, entre ellos un recién nacido. No insistieron, y sin molestar se marcharon».
Era una muestra del talante de dicha acción guerrillera y del sigilo con que los maquis la llevaban a cabo. Antes del amanecer, los guerrilleros caían sobre sus objetivos.
Quien ocuparía el pueblo de Les era el denominado, por el nombre de su capitán «Batallón Honorato» integrado en la Brigada 551 que atacaba el Bajo Aran. José Andrés «León», teniente de dicha unidad, manifiesta que «nos perdimos por las montañas y llegamos con retraso a Les, pero el pueblo fue rápidamente ocupado. Hicimos prisioneros a ocho o diez guardias».
En este pueblo los guerrilleros dieron muerte, por error, a un joven, Josep María Busquet. Éste les observaba desde una capuchina —ventana de las casas de la comarca sobre las cuales hay un techo puntiagudo, similar a la indumentaria de los frailes capuchinos— y creyeron que les iba a disparar. En las cercanías de Les, en Pontaut, otro grupo guerrillero dio muerte a un mutilado de guerra franquista, quien, al parecer, se les opuso o les insultó, según explican varias personas del valle.
El día de la invasión, en Les, un policía se casaba, y entre los invitados había otros policías. Uno de ellos, por nombre Lasso, huyó por las montañas y llegó a Bagergue.
«Después de ocupar Les —dice “León”— nos dirigimos hacia la frontera de Pont de Rei, pero cuando llegamos había sido ya tomada por otra unidad guerrillera».
En Bossost, la más importante población del Bajo Arán y lugar de origen del «general César», segundo jefe de la Agrupación de Guerrilleros Españoles, los guardias civiles se hicieron fuertes en el cuartel pero se rindieron cuando les fueron arrojadas algunas granadas por las ventanas. En este pueblo morirían dos policías armados, uno de ellos el cocinero de la unidad. Eran los dos únicos que quedaban en Bossost en el momento de la llegada de los guerrilleros, ya que el resto de la unidad se había trasladado el día anterior a Viella. A pesar de los gritos que les dirigieron los maquis para que se rindieran asegurándoles que nada les pasaría, los dos policías intentaron huir, siendo abatidos en las orillas del río Garona.
Los guerrilleros que atacaban Bossost habían cruzado las montañas por los pasos de Estiuera y Cuma, y en el propio cuartel de la Guardia Civil se instalaría el Puesto de Mando de las fuerzas que habían invadido el valle. «Quemamos muchas fichas de los archivos de dicho cuartel», explica Jaume Montané, teniente que formaba parte del servicio Especial de Información de la AGE. En las fichas policiales de esta época aparecía aquella clasificación de «afecto», «desafecto» o «indiferente» al Régimen. Asimismo, el propio teniente Montané fue el encargado de la centralita telefónica de Bossost, donde debía controlar a la familia encargada del servicio.
En el resto de poblaciones del Bajo Aran no habría resistencia. En alguna de ellas, como Caneján, los guardias civiles se refugiaron en los bosques, mientras en otras cayeron prisioneros los escasos defensores —sorprendidos por la llegada nocturna del maquis— y en bastantes no había siquiera guarnición.
En esta zona del Bajo Aran, los guerrilleros destruyeron un perfil de Franco elaborado en madera, que había sido colocado en la montaña cercana a Pont de Rei.
Combates en Les Bordes
Si la resistencia en el Bajo Aran había sido muy pequeña, no ocurriría así en Les Bordes. En este pueblo se encontraba la Segunda Compañía del batallón «Albuera» mandada por el teniente Andrés Rivadulla Buira, que tendría que enfrentarse con la Brigada 410 a cuyo frente estaba el comandante Joaquín Ramos, y de la que eran Jefe de Estado Mayor Vicente Biosca y Jefe de Servicios el capitán Jaume Puig.
La brigada se había formado a base de unidades guerrilleras que habían combatido en la zona de Toulouse y en la de Montauban. La de Toulouse, que denominaron Brigada Segunda en los últimos días de la lucha contra los alemanes, había asaltado la Prefectura de Policía, el periódico «La Depéche» y numerosos hoteles, como explica Jaume Puig «capitán Roland», que había dirigido parte de tales acciones.
Pero volvamos al ataque a Les Bordes. «Hacia las cuatro de la mañana empezó el tiroteo —explican Baldomero Rodríguez y su esposa, estanqueros del pueblo y propietarios del edificio desde el que los maquis disparaban contra sus adversarios— ya que la Guardia Civil y parte de las tropas se niegan a rendirse». La mayor parte de la compañía, sorprendida en las casas en las que residía, se rindió a los guerrilleros, pero una parte de la tropa sigue luchando. El combate se produce en la minúscula plaza mayor del pueblo. Desde el bar-estanco-zapatería disparan los maquis, mientras en dos viviendas situadas enfrente resisten el teniente Rivadulla, el sargento y varios soldados y guardias civiles.
Los maquis lanzan contra sus adversarios bombas incendiarias desde la casa, pero cuando uno de ellos intenta lanzar otra, el sargento del Ejército le disparó, hiriendo al maqui. La bomba que éste tenía en su mano se estrelló contra el propio balcón de la casa en que estaba, que se incendió, quedando totalmente destruida. La gente del pueblo y de los pueblos vecinos difundieron que la familia del estanquero había muerto abrasada, pero no fue así, porque los propios maquis les habían hecho salir por una ventana trasera. «Hemos pedido indemnización al Estado por los daños sufridos, ya que la casa era todo cuanto teníamos, pero nos la han negado. Era entonces la mejor casa del pueblo», recuerda con pena la dueña del inmueble.
Al prolongarse el tiroteo, finalmente el teniente Rivadulla y los que con él estaban abandonaron las casas descolgándose sobre el río Garona, al que vadearon logrando huir en dirección a Vilamós y Bagergue.
Unos 80 soldados habían caído prisioneros y no salían de su sorpresa al ver a algunos de sus antiguos compañeros que ahora venían con los maquis. Efectivamente, los siete soldados capturados en el Plá de l’Artiga por el grupo de guerrilleros que habían participado en el asalto a la Productora de Fuerzas Motrices de Viella y de los que se habló en el capítulo tercero, habían pertenecido a la compañía que defendía Les Bordes, y ahora venían incorporados a la Brigada 410, uno de ellos con las divisas de teniente. Sus compañeros de la compañía los creían muertos. Ahora, otros soldados de esta misma Segunda compañía se unieron al maquis.
A pesar de ello no habían terminado los combates en Les Bordes. Poco después de lo acaecido en el pueblo, un camión de soldados proveniente de Viella se dirigía hacia Bossost. Un testigo de excepción es el conductor del camión, Agustí Campabadal, quien narra que «yo era transportista y había llegado desde Tremp para llevar mercancías a Viella como hacía a menudo. Residía en el Hotel Internacional y en la mañana del 19 de octubre oficiales del Ejército me comunican que el camión queda requisado y debo transportar tropas hacia Bossost. Suben al camión una treintena de soldados junto a un teniente y un sargento que se sientan conmigo en la cabina. Sobre esta última instalan una ametralladora. Cuando llegábamos a Les Bordes nos encontramos con un ciclista parado que señaló hacia el pueblo diciendo que estaban los maquis. El oficial y suboficial dispararon hacia allí e inmediatamente se produjo la respuesta. Nos habíamos internado en zona controlada por los guerrilleros, pero éstos nos dejaban penetrar ya que cuanto más lejos estuviéramos de Viella más fácil les resultaba capturarnos. Con el tiroteo nos dirigieron dos proyectiles de mortero, el segundo de los cuales hizo impacto en la puerta y una de las ruedas del camión, quedando un soldado muerto o herido. De todas maneras, era claro que los maquis no tiraban a matar, porque hubieran podido liquidarnos a muchos de los que nos acurrucábamos detrás del camión. Yo mismo salí corriendo hacia una casa próxima (casa Larru) y me dispararon, pero aun siendo un blanco perfecto no me dieron». Muchos soldados del camión cayeron también prisioneros de la guerrilla, mientras el oficial y suboficial lograron regresar a Viella.
Campabadal narra que se quedó en casa Larru y al cabo de poco rato llegaron los maquis, entre ellos una mujer. Cuando les dijo que él era paisano y que le habían requisado el camión, el oficial del maquis le respondió: «Pues ahora queda al servicio de la República». Y en otro camión, también requisado, le hicieron trasladar heridos a Saint Godins.
El camionero explica que vieron el humo que salía del pueblo, situado a un centenar de metros, y pensaron que era la iglesia que los maquis habrían incendiado, por lo que los de la casa se dirigieron hacia allí para interesarse por el párroco y la gente del pueblo. Sólo encontraron a las mujeres, pues los hombres habían huido al monte. «En la vicaría sólo encontramos a la mayordoma, la cual nos dijo que los maquis habían ido a buscar al sacerdote, pero no para matarlo sino para pedirle que celebrara una misa por los fallecidos de los dos bandos en los combates», explica.
Jaume Puig, capitán guerrillero, cuenta que, recordando sus tiempos de monaguillo, hizo sonar las campanas, con lo que acudieron varias mujeres, a las que se les dijo que fueran a buscar a los hombres que nada les pasaría. Regresó el propio párroco, mossén Manel, quien pidió a los guerrilleros que lo mataran a él pero que nada hicieran a las mujeres ni a la gente del pueblo. Sin embargo, ninguna represalia aumentaría la cifra de bajas del combate, ya bastante cruento.
Campabadal recuerda que eran quince los féretros del funeral —construidos rápidamente por los carpinteros de la localidad— seis de los cuales correspondían a guerrilleros y el resto a soldados y guardias civiles. Había sido el combate más cruento de la invasión. Uno de los maquis muertos era «El Negus», guerrillero que se había hecho famoso en la lucha contra los alemanes. Era natural del Valle de Arán, de Salardú, y según los vecinos quien lo mató fue una persona de la propia comarca. Otros dos guerrilleros muertos eran «mongoles», de los pocos soviéticos que se habían pasado a la Resistencia francesa que no quisieron regresar a la URSS. Prefirieron seguir a sus compañeros españoles y hallarían la muerte en Les Bordes. Según Jaume Puig, a los seis guerrilleros de la brigada muertos había que unir otro que fue evacuado y murió en el hospital a causa de las heridas.
Las fuerzas de las Brigadas 410 y 551 seguirían su avance ocupando varios pueblos más. Tras sobrepasar Vilac, se detendrían a las puertas de Viella y Casau.
Para entrar y moverse por el Valle, los maquis van acompañados de guías que conocen la zona, entre ellos Antonio Arró. Después se les unieron otros, como Miguel Aura, de Vilac, a quien los maquis de inmediato hicieron oficial.
El Estado Mayor Guerrillero en el valle
Los mandos de la División 204 no quedaron lejos del teatro de operaciones, sino que siguieron el avance de las unidades en el Bajo Arán.
«Cuando íbamos a pasar a España —explica López Tovar—, fui a ver al coronel Calvetti, responsable del control de aquella zona de frontera, de quien era amigo porque habíamos combatido juntos en la Resistencia. Le pedí que nos ayudara, pero él me respondió que la orden que tenía del Estado Mayor del Ejército francés era precisamente la contraria, la de no dejarnos pasar. De todas maneras hizo la vista gorda y permitió que siguiéramos adelante, aunque sólo nos dejó instalar en la parte francesa de la frontera un hospital de sangre».
Inicialmente el puesto de mando se colocó en el vértice 1928, pero desde allí los oficiales bajaron hasta Bossost dirigidos por el guía «Teruel», instalándose en el recién ocupado cuartel de la Guardia Civil. Por Pont de Rei, fuerzas motorizadas entran por la asfaltada aunque estrecha carretera. Se trata de una docena de camiones —en su mayor parte «Mercedes» capturados a los alemanes—, motos BMW con sidecar, algunos coches con oficiales, dos vehículos blindados que algunos llaman carros de combate pero que no eran tales, varias piezas de Artillería antiaérea ligera y algunas ametralladoras antiaéreas, que se unen a las armas de Infantería y «bazookas» que portaban los guerrilleros que habían entrado a pie. Entre los que entran por Pont de Rei está López Tovar.
Los cañones, morteros y ametralladoras pesadas se emplazarían frente a Viella. Los guerrilleros que habían entrado en el Valle de Arán en este primer día no llegaban a 1500, aunque las fuerzas defensivas los evaluaron en unos 2500, según consta en el historial del batallón «Albuera».
Fracasa el ataque al Alto Arán
En el historial del batallón «Albuera» se lee: «A las 7 horas del día 19 se recibe comunicación telefónica en el puesto de Mando (en Viella) y el alcalde de Salardú da cuenta de que el enemigo, en número bastante crecido, desencadena un ataque fortísimo sobre el pueblo, partiendo de Bagergue y Uña. En efecto, el ataque fue duro, y el cual no sólo se produjo en dicho sector sino que simultáneamente se desarrollaron otros varios en distintos puntos del Valle, consiguiendo el enemigo, amparado en la sorpresa, y hasta cierto punto en la oscuridad, progresar y hacerse dueño de algunas pequeñas localidades».
Al igual que en el Bajo Aran, los guerrilleros habían cruzado las montañas y se habían lanzado sobre Salardú, primera población del valle llegando por el puerto de la Bonaigua. Lo que desconocían los defensores de Salardú era que quienes les estaban atacando eran la novena brigada guerrillera, al mando del comandante Amadeo López «Salvador» y cuyo responsable político era José Luis Fernández Albert «Pepe Luis», hijo de un general condecorado. Se trataba de una de las brigadas más unitarias, formada casi exclusivamente por comunistas, que en la Resistencia francesa habían luchado en el departamento de Aveyron, donde había liberado la ciudad de Rodez.
La brigada se había concentrado en Saint Girons, desde donde se trasladó a Sentein, y allí pernoctó en las minas situadas cerca de la frontera española. Dirigidos por un ingeniero polaco se trasladaron a dichas minas, siendo izado tanto el personal como la impedimenta en las vagonetas aéreas de transporte de material. En el proceso se produjo un fallo mecánico, con la apertura de una de las vagonetas, quedando suspendidos en el aire, aunque sin consecuencias, varios guerrilleros, entre ellos el propio Fernández Albert. Pero el sistema de transporte facilitó no sólo la llegada, sino también el pasar inadvertido su acercamiento a la frontera. En la noche del 18 al 19 atravesaban el Puerto de Orla y ponían pie en territorio español.
«Al entrar en el valle —explica el comisario “Pepe Luis”—, el día 19, coincidía con mi 13 aniversario de casamiento. Quizá por ello, unido a la emoción de volver a pisar tierra española, hice una arenga tan vibrante y emotiva que muchos que me habían oído en anteriores ocasiones consideraron que aquello fue algo bueno».
Como explica Manuel Cardona, intendente del sexto batallón de la misma brigada, los guerrilleros ocuparon Bagergue, instalando fusiles ametralladores en el campanario. Allí se quedó el Estado Mayor de la brigada, mientras uno de los batallones, al mando del capitán Cabrero, ladeó Salardú y siguió unos centenares de metros en dirección a la Bonaigua, instalándose en unas cotas que dominaban la carretera Tremp-Viella, para evitar la llegada de refuerzos. El resto de la brigada atacaba Salardú.
Mandaba las fuerzas que estaban en Salardú el capitán Fernando Raposo Valverde, que tenía bajo su responsabilidad tanto la 1.ª compañía del Batallón «Albuera» como el destacamento de la Guardia Civil formado por unos 15 números. Un sargento de esta última, que luego fue alcalde, Sixto Mayayo, recuerda cómo, en la noche, las balas trazadoras pasaban por encima de las casas cuando le despertaron. «La defensa se basó en tres posiciones: el campanario, en el que se apostaron un grupo de soldados con ametralladoras, la denominada posición “Alcázar”, en la que tropas al mando del alférez Miguel Sanz cubrían la parte del pueblo que da hacia el puerto de la Bonaigua, y la situada junto a la carretera, en el saliente de la Creu, mirando hacia Uña. Desde esta última posición, la más decisiva, soldados y Guardia Civil hacían fuego contra los maquis que, bajando por el camino de Uña, intentaban rodear el pueblo», dice Mayayo.
Ante la resistencia encontrada, según explica el guerrillero Manuel Cardona, los morteros de la guerrilla empezaron a hacer fuego sobre la población —la brigada asaltante disponía de una sección de morteros mandada por Ocaña— pero sin lograr doblegar la resistencia de los defensores, los cuales, curioso destino, serían en su mayor parte antiguos soldados del Ejército Republicano de la zona de Cuenca que ahora «repetían» el servicio militar y se enfrentaban a sus antiguos compañeros de armas. El fuego de los morteros y de algún «bazooka» afectó a unas bordas y unas casas del pueblo de la zona alta, próxima a la iglesia, que empezaron a arder y resultaron destruidas.
El combate se prolongó durante horas, y los guerrilleros quedaron pegados al terreno sin poder avanzar, parapetados tras las rocas e intercambiando su fuego con los defensores.
El sexto batallón guerrillero mandado por el capitán Domínguez, el más castigado, sufriría tres muertos, mientras otros tenían también alguna baja. Por parte de las tropas de Franco, moriría el sargento Lafuente, resultando herido de gravedad un cabo —del que se dice que luego murió— y varios heridos leves.
Sin embargo, a primeras horas de la tarde, un nuevo elemento iba a cambiar el curso de una contienda que se presentaba equilibrada: por el puerto de la Bonaigua llegaban al valle los primeros refuerzos del Ejército. Era el Quinto Batallón de Cazadores de Montaña «Barcelona», de la 42 División, cuyas avanzadillas pronto chocarían con la unidad del maquis que estaba apostada para repeler refuerzos.
El batallón del Ejército se detendría en la carretera, sin avanzar con fuerza, lo que daría tiempo sobrado a los guerrilleros para retirarse. Como dice el comisario Pepe Luis Fernández Albert, «frente a nosotros teníamos unos militares más que asustados, pues no sabían lo que se les venía encima, pero luego, según iba avanzando el día, los efectivos iban aumentando. Nuestras descubiertas nos dieron a conocer que en la otra parte del puerto de la Bonaigua había Legión y Regulares. Supimos aprovechar las indecisiones de los franquistas para adoptar posiciones más ventajosas e iniciar la retirada».
Efectivamente, ante la llegada de las tropas del quinto batallón, al que no mucho más tarde seguiría el sexto batallón de Cazadores de Montaña, «Alba de Tormes» al mando del teniente coronel Armando Sánchez Fuensanta, los guerrilleros se retiran. El asalto guerrillero al Alto Aran, cuyo éxito hubiera permitido cortar la retirada a Moscardó y a las tropas del resto del valle e impedir la llegada de refuerzos, había fracasado.
Pero si la mayor parte de la brigada podría retirarse con relativa tranquilidad ante la indecisión de las tropas que llegaban, tras una de las rocas en las que estaban apostados los guerrilleros se produciría una dramática escena protagonizada por dos jóvenes hermanos, hijos de emigrantes españoles en Francia. Uno de ellos, Francisco Serrato, estaba mortalmente herido, y el otro, Casimiro, se encontraba en la tesitura de tener que abandonarlo. No quiso hacerlo y cayó prisionero. El resto de la brigada se retiró. Al llegar a Bagergue hicieron uso de varias acémilas para llevar la impedimenta y los heridos y se dirigieron hacia Francia llegando a las minas de Sentein, donde sólo 24 horas antes habían pernoctado, en medio de una gran nevada. En las propias minas escondieron las armas y se reincorporaron a sus unidades FFI como si nada hubiera pasado.
Pero si las primeras tropas de refuerzo llegaban al valle, veamos lo ocurrido entretando en Viella, la pequeña capital del Arán.
Estrellados ante Viella
Si los guerrilleros no habían logrado vencer la resistencia del Ejército y la Guardia Civil en el Alto Aran, su mayor fracaso se produciría ante la capital del valle. Y no sólo por no conquistar esta pequeña población de 821 habitantes sino porque en ella se encontraba a la sazón el capitán general de la IV Región Militar, teniente general José Moscardó, el héroe del Alcázar de Toledo.
El ataque a Viella estaba encomendado a la Brigada 11, mandada por el comandante Jesús Prat, que podía ser reforzada por la 410 una vez ésta conquistara Les Bordes. La Brigada 11 tenía un historial brillante en la Resistencia francesa, donde había luchado en el departamento del Herault (capital Montpellier) mandada inicialmente por Luis Bermejo, a quien sustituyó Jesús Prat. Había surgido de los efectivos de cinco Compañías de Trabajo de dicho departamento y, aunque continuaron trabajando en colaboración con los alemanes y el Gobierno de Vichy, en su propio seno se habían formado grupos guerrilleros. Entre sus actuaciones destacaba la de haber cubierto la salida de Francia del general De Lattre de Tassigny para unirse a De Gaulle[11].
Antes de atacar Viella, los guerrilleros de la 11 Brigada se situaron en las cotas 2167 y 2163 asignadas por el Mando y luego se dirigieron al pueblo. Un grupo de maquis se acercaba por un camino y fueron detectados en la noche por las fuerzas defensoras, que estaban en alerta en mayor grado que en otras partes del valle. Cuando se les dio el alto, los guerrilleros respondieron que eran de Unión Nacional y venían a liberar España, a lo que siguió una cerrada descarga de las tropas, que ocasionó bajas a los guerrilleros. Entre ésta y otras escaramuzas, los guerrilleros tuvieron en estos primeros momentos tres muertos. Ocuparon el salto de agua de suministro eléctrico a Viella y durante el día siguiente sufrieron varios contraataques poco enérgicos del Ejército y Policía Armada, que no lograron desalojar al maquis de sus posiciones.
Los guerrilleros se dieron cuenta que su asalto a Viella iba a ser más difícil de lo que pensaban. Su convicción fue reafirmada cuando, según explica Josep María Nard, dijeron a un paisano de Casau al que encontraron, José Vidal Porta, que descendiera hacia Viella y se enterara de las defensas. De regreso, aquél les dijo que los medios defensivos eran importantes, el pueblo estaba fortificado e incluso había cañones. Aunque sólo parcialmente era verdad, porque el jefe militar y el propio Moscardó habían ordenado la fortificación de la plaza, los mandos de la brigada se desmoralizarían y no intentarían el asalto. Ello suponía el principio del fin del ataque al Valle de Arán.
Los maquis se descolgarían sobre Betrén, hostigarían Viella y las tropas de refuerzo que llegaban, pero la actitud de la Brigada 11 causó desazón entre la guerrilla, seguida de acusaciones de pasividad, que culminaron en una orden general del día 23 de octubre por medio de la cual se destituye a sus mandos.
El texto de la orden, firmada por «Álvaro», dice así:
«En el día de hoy han sido destituidos de su cargo y degradados los jefes y oficiales de la 11.ª Brigada que a continuación se citan por no haber sabido llevar a cabo la misión que les había sido encomendada, ocasionando con ello un gran perjuicio al Plan General de Operaciones». Los destituidos son Jesús Prat, Lucio Torres y Ramón Carreres.
Para sustituir a Prat al frente de la brigada se nombra a Eloy Castellanos, hasta entonces capitán, al que se asciende a comandante en la misma orden general. También es ascendido a comandante el capitán Pedro Rodríguez, en tanto que el teniente Ramón Capdevila Pons, asciende a capitán.
El comandante guerrillero Francisco Mera «Julio» dice que «los de la 11.a Brigada, en lugar de intentar forzar la defensa de la plaza, penetrar por la noche, rodearla o pedir refuerzos, se retiraron y actuaron pasivamente».
Los mandos de la Brigada 11 sin duda se habían equivocado en sus apreciaciones iniciales: aunque la plaza estaba más fortificada que otros puntos del valle, las fuerzas allí existentes eran limitadas. El jefe militar, capitán José Pascual Monente, sólo tenía a su mando las compañías Tercera y Plana Mayor del batallón «Albuera», mandadas, respectivamente, por el capitán Ángel Inglán Casamayor y el teniente José Miguel Cabezas, aunque disponía en el cercano Betrén de la compañía de máquinas de acompañamiento al mando del teniente José Villalobos Torres. Y todo ello junto a una compañía de la Policía Armada y algunas fuerzas de la Guardia Civil. A las pocas horas de la invasión guerrillera llegarían nuevos refuerzos, lo que, junto a la desaparición de \a sorpresa inicial, cambiaría el signo de los combates.
Los maquis hostigando Viella hicieron uso de piezas artilleras de pequeño calibre —75 milímetros—, ametralladoras antiaéreas y morteros, en un frente estabilizado ante la población. Los guerrilleros establecerían sus puntos fuertes en tres posiciones: la población de Vilach y sus cercanías, la montaña de Mig Aran —en especial lo que los militares denominaban la «loma de los tres arbolitos»—, y el Pía de Viás, dominando Viella desde la altura.
La superioridad táctica de la sorpresa había permitido a los maquis hacerse dueños de la mitad del Valle de Arán cuando caía la noche del 19 de octubre. En el comunicado guerrillero del día 23 de octubre se especificaban las poblaciones «liberadas», todas las cuales lo habían sido ya el día 19: Bausen, Caneján, Pursingles, Pradel, Les, Portillón, Bossost, Arres, La Bordeta, Arró, Vilamós, Vegós, Les Bordes, Aubert, Bellau, Benós, Arrós i Vila, Montcorbau, Mont y Vilach.
Por el resto del valle discurren algunas partidas guerrilleras, pero sólo fueron ocupados por pocas horas o hubo presencia de maquis los pueblos de Uña, Bagergue y Garós. Tales grupos hostigan a los franquistas que llegan de refuerzo a Viella.
Aunque el avance guerrillero era importante, no sólo sería efímero sino también engañoso desde el primer momento. Habían ocupado aproximadamente la mitad del valle, pero ninguno de los puntos estratégicos más importantes. En particular, el puerto de la Bonaigua seguía en manos de sus adversarios al igual que la entrada norte del túnel de Viella, y la propia Viella que, aunque pequeña, era el centro y símbolo del valle. Las tropas de Franco podían recibir refuerzos y, además, había desaparecido el factor sorpresa y los oficiales del Ejército superaban el desconcierto inicial derivado del desconocimiento de la fuerza y los objetivos del adversario.
Para valorar de forma adecuada el avance de la guerrilla haremos una referencia a la importancia de la zona ocupada, que en realidad es muy pequeña. La población de todo el valle era en aquella época de 4500 habitantes, de los cuales algo más de la mitad vivían en el territorio liberado. Se trata de una zona muy poco poblada y, sin que podamos deslumbrarnos por el actual desarrollo debido al turismo, muy pobre. La mayor población es Viella, con 821 habitantes, según el censo de 1945. Le sigue Bossost con 600, Les con 588, Artíes 337, Les Bordes 291, Salardú 288, Caneján 286 y el resto son más pequeñas, en muchos casos sin llegar al centenar de habitantes.
Moscardó a punto de caer prisionero
En su primera fase ofensiva los guerrilleros habían hecho prisioneros un buen número de soldados y guardias civiles. El caso más importante sería el de Les Bordes, antes citado, con unos 80 prisioneros.
En el resto del valle caerían también algunos pelotones de soldados y unas docenas de guardias civiles. Parte de estos últimos eran guardias de fronteras, a quienes los maquis y los paisanos denominaban impropiamente «carabineros», ya que este Cuerpo fue disuelto por haber sido afecto a la República durante la Guerra Civil.
El teniente coronel López Tovar, jefe de los guerrilleros del valle, afirma que los prisioneros capturados durante los días de combate fueron más de trescientos, y algunos oficiales guerrilleros elevan su número a cuatrocientos. Aunque se refieren a todos los días de combates y la última cifra citada no fue alcanzada, el número de prisioneros fue importante. En el historial del batallón «Albuera» se reconoce que «hubo 82 desaparecidos, de los cuales en días sucesivos fueron reincorporándose, evadiéndose de donde estaban retenidos, hasta quince soldados». Si se tiene en cuenta que ésta es la cifra de pérdidas en Les Bordes y que hubo otras caídas, el número de prisioneros franquistas de este primer día está próximo a los 130. Contando los que serían capturados posteriormente, el número dado por López Tovar no está muy alejado de la realidad.
Pero si la cifra es importante mucho más lo era un hecho imprevisto para los guerrilleros y que estuvo a punto de magnificar la acción hasta niveles imprevisibles: a las 20 horas del día 18 de octubre había llegado a Viella en visita de inspección el teniente general José Moscardó, héroe del Alcázar de Toledo en 1936 y capitán general de Cataluña en 1944. A la indudable valentía de Moscardó, la propaganda había añadido una aureola que lo convertía en el general más popular entre los ganadores de la guerra a excepción del propio Franco, aunque en el escalafón militar había otros superiores a él. Moscardó, con sólo una escolta de cuatro soldados se habían dirigido al Valle de Arán atravesando «zonas infectadas de maquis», como las define un antiguo militar, y había tropezado con la ofensiva guerrillera. El capitán general dio muestras de valentía, e incluso de temeridad, porque ya se dijo antes que el mando de IV Región Militar (Cataluña) conocía perfectamente que el peligro por aquella zona era importante. Quizá lo explique la definición que de Moscardó da José Tarín Iglesias, periodista que en aquel momento cubría la información en los centros militares de Barcelona: «más que un militar era un deportista».
«Vimos pasar a Moscardó en dirección a la Bonaigua y Viella cuando estábamos combatiendo contra grupos guerrilleros al norte de “Esterri d’Aneu. Nosotros, los soldados, no sabíamos que por allí iba a pasar el capitán general, pero los maquis parece que tenían mejor información, pues intentaban cortar la carretera”, explica Caries Gelabert, soldado del batallón de Cazadores de Montaña número 1, “Navarra”.
Los maquis pretendían, efectivamente, cortar la carretera cumpliendo las órdenes de su Estado Mayor, pero en modo alguno sabían que Moscardó iba a pasar por allí. Quizá con este dato muchas cosas hubieran cambiado. Además, aunque los guerrilleros que operaban en la zona de Esterri d’Aneu hubieran reconocido la presencia del capitán general difícilmente podían avisar a otros situados en la Bonaigua o el Valle de Arán, ya que no disponían ni de elementos motorizados, ni de radio, ni de líneas telefónicas. López Tovar dice que «en la Agrupación de Guerrilleros nos escamotearon las dos emisoras de radio que trajimos de la Dordogne». Ahora es Rafael Valero, uno de los soldados de la escolta de Moscardó, quien explica el viaje del capitán general: «íbamos en dos coches descapotables. El del capitán general, un Hispano-Suiza, iba delante, y junto a Moscardó viajaba el teniente coronel José Carbajal, uno de sus ayudantes. Al llegar a Esterri d’Aneu, los oficiales que le recibieron le mostraron, envuelto en una manta, el cadáver de un maqui. Después de verlo, el teniente coronel ayudante nos dijo a los de la escolta: Cargad las armas muchachos que seguimos adelante».
Marcharon hacia Viella, incorporándose al coche del capitán general jefe de la División 42 general Ricardo Marzo Pellicer. Valero recuerda los nervios y el mareo de los soldados de escolta, con sus naranjeros enfilados hacia las montañas y bosques en búsqueda ansiosa de posibles agresores. A pesar de todo, sin especiales problemas llegaron a Salardú y a Viella. Sin que ellos lo supieran en aquel momento, la vida de Moscardó y de sus acompañantes había estado pendiente de un hilo. En las cercanías de Viella, en una casa que dominaba la carretera, un grupo de guerrilleros estaba apostado con un fusil ametrallador y vieron acercarse los coches aunque difusamente porque era ya de noche, pero no les llegaron a disparar. Uno de los guerrilleros que estaba en el grupo era Magí Clotet Mateu, próximo a grupos independentistas catalanes que participaron en la operación. Una indecisión de pocos segundos salvó a Moscardó.
Sobre el hecho se difundió una cierta leyenda, llegándose a decir que un maqui disparó contra el coche aunque algo tarde, que un grupo de guerrilleros salió a la carretera para pararlo pero el chófer les esquivó…, pero nada es cierto más allá de que estuvo al alcance del fuego de los guerrilleros. La versión de que no les dispararon la da el propio soldado de la escolta, y es corroborada por el teniente Jaume Montané, del Servicio de Información de la guerrilla.
Moscardó llegó por fin a Viella, instalándose en el «Hotel Internacional», el único existente en aquel momento en la población. Al ser informado de la situación por los militares de la plaza y por el alcalde, José Marsillach Cama, y conociendo ya personalmente la zona —aunque aún no sabía que su vida acababa de correr un serio peligro—, Moscardó se da cuenta de que el problema en el Valle de Arán es peor que en otras zonas. Y pocas horas después se complica extraordinariamente, porque precisamente esa noche los guerrilleros realizan su gran ataque al valle. «Durante la noche y el día siguiente un radioteléfono de pedales estuvo funcionando ininterrumpidamente. Los soldados encargados de pedalear se iban relevando», explica Valero que estaba de guardia. Otros soldados recuerdan haber oído a Moscardó pedir telefónicamente el urgente envío de refuerzos. Asimismo, ordenó fortificar el pueblo y lanzó una nueva consigna: «Viella debe ser un nuevo Alcázar de Toledo». Una veintena de paisanos se unirían al Ejército, algunos de ellos llevando incluso sus propias escopetas, como explica Josep María Nard, uno de los voluntarios. Entre éstos había un grupo de exlegionarios que trabajaban en aquel momento en las obras hidráulicas de la Productora de Fuerzas Motrices.
La noche del 18 al 19 de octubre es de gran intranquilidad, y entre la población y los propios soldados corren rumores contradictorios sobre si los maquis han penetrado o cercado el pueblo. A la mañana siguiente, como «toque» psicológico para dar ánimos a sus tropas, Moscardó, con su escolta y otros oficiales y soldados, se dirige hacia la boca norte del túnel de Viella en construcción. Cerca de allí, el capitán general se coloca en el centro de la carretera, en lugar bien visible, y con los prismáticos está durante largo rato oteando el horizonte, mientras dirigía a sus soldados frases paternales como las de «escondeos y bajad la cabeza, muchachos». Los que estaban con él se daban cuenta de que Moscardó era un hombre muy poco protocolario en sus actuaciones, pero tenía coraje.
Al atardecer del día 19 llegaron a Viella los primeros refuerzos constituidos por los batallones «Barcelona» y «Alba de Tormes», números 5 y 6 de los de Montaña, con lo que la defensa de la plaza estaba asegurada, y más si los sitiadores seguían tan carentes de «furia española» como hasta entonces. El teniente coronel, hoy general, Armando Sánchez Fuensanta, comandante en jefe del batallón «Alba de Tormes» dice que «estuvimos toda la noche velando el sueño del capitán general».
Por la mañana del día 20, los dos coches oficiales que habían llegado al valle iniciaban la vuelta hacia Barcelona, sin incrementar tampoco la escolta. En las proximidades de Salardú, en la subida de la Bonaigua, el popular general estaría de nuevo en un tris de quedar en manos de guerrilleros que iban por el Pla de Beret. Muchos de los maquis comentarían luego, casi tirándose de los pelos, que habían perdido una gran ocasión de conseguir un espectacular efecto propagandístico.
Había escapado de los maquis, pero una nueva tribulación aguardaba a Moscardó al llegar a la Ciudad Condal. El periodista José Tarín recuerda que circularon por los centros militares comentarios sobre un violentísimo enfrentamiento verbal entre Moscardó y García Valiño. Este último, sólo general de División aunque estaba al frente del Estado Mayor Central del Ejército, increpó y acusó de irresponsable a Moscardó por haberse metido en la boca del lobo. Pero en Moscardó privó siempre, y más adelante veremos nuevas muestras con los maquis prisioneros, la espontaneidad y cordialidad por encima de la reflexión. «El capitán general nos reunió en su despacho a los de la escolta y nos dio diez duros a cada uno tras felicitarnos», dice el soldado Valero. Los expertos militares consideraban a Moscardó un hombre de tercera fila, y como estratega lo era, pero los soldados y cuantos le trataban le admiraban y querían.
La experiencia del Valle de Arán en los días 18 al 20 de octubre había sido molesta, incluso crítica, para el Régimen de Franco, pero sería aprovechada. A partir de este momento, el hombre clave en la lucha contra el maquis que ha penetrado en España masivamente es el general Rafael García Valiño. Fue él quien envió precipitadamente tropas para rescatar a Moscardó, y ahora sentaba sus reales en el Gobierno Militar de Barcelona, desplazando al gobernador militar Moreno Calderón a un despacho secundario, mientras la sala de ayudantes vería de inmediato sus paredes cubiertas de mapas militares y banderitas.
García Valiño había llegado a Barcelona el 17 de octubre, antes de la gran invasión guerrillera, pero su visita estaba relacionada con la presencia de los maquis en territorio español. En aquellas fechas estuvo también en Cataluña el general Pablo Martín Alonso, entonces director general de Enseñanza Militar, que se desplazó al Montseny, pero no intervino en las operaciones militares contra el maquis.
García Valiño se trasladaba varias veces por semana a Lérida, Tremp, Sort y otras poblaciones de la zona para comprobar de forma muy directa las acciones de represión del maquis. El teniente coronel Sánchez Fuensanta recuerda que incluso sacaron mesas y sillas de una fábrica para montarle un despacho. Entre los que se relacionaban con García Valiño quedaron claros tanto su capacidad militar como su mal genio. Consideraba que la respuesta inicial del Ejército a la ofensiva del maquis no había sido la adecuada y quería corregirla a marchas forzadas. Ni la nieve ni la falta de abastecimientos iban a frenar el envío de tropas al teatro de operaciones.
Llegada de los primeros refuerzos
Con la llegada de los batallones 5 y 6 de Cazadores de Montaña la capacidad defensiva de Viella se había multiplicado, siendo ya poco menos que imposible una victoria guerrillera en la población.
En el historial del quinto batallón «Barcelona», se lee: «Fue la primera unidad que entró en el valle, liberando las guarniciones de Salardú y Viella, cercadas por los rojos, en la última de las cuales se encontraba el capitán general de la IV Región Militar». La llegada del batallón, a cuyo mando estaba el teniente coronel Fernando Álvarez Álvaro aunque las tropas las mandaba en aquel momento el comandante Ropero, no había sido un camino de rosas.
El soldado Joan Roig, que formaba parte de las primeras compañías del batallón que se dirigieron hacia el valle, narra que «desde Gerri de la Sal, donde nos encontrábamos, emprendimos en camiones la subida hacia el Puerto de la Bonaigua, que pasamos sin problemas. Cuando nos acercábamos a Salardú oíamos un intenso tiroteo. Una sección que había pasado delante de nosotros con el fin de liquidar unas ametralladoras había sido diezmada por un solo maqui que, apostado en una cota, batía la carretera. Fue capturado y, cuando nosotros pasábamos, un sargento le estaba propinando una paliza».
Las tropas estuvieron largo rato detenidas antes de llegar a Salardú, lo que dio tiempo al grueso de la Brigada 9 del maquis a retirarse. «Pasamos Salardú —sigue diciendo Joan Roig—, y, ya a pie, avanzábamos por la cuneta de la carretera. Se nos acercó un paisano de unos 45 años que pasaba por en medio de la tropa en dirección contraria a nosotros. Al principio nadie le dijo nada, pero por fin un soldado le preguntó imperativamente a donde iba. La respuesta del paisano fue: “A ti nada te importa, soy de Unión Nacional y he venido a España para luchar contra Franco y liberarla del fascismo”. Repitió lo mismo cuando se le volvió a preguntar y añadió que no diría nada más. Un oficial del Ejército se acercó y los soldados le pusieron al corriente del tema. El oficial preguntó al paisano, que repitió su perorata, ante lo que el militar dio orden a un soldado de que disparara sobre él. Inicialmente el soldado no lo hizo, pero ante la repetición de la orden disparó». Roig apostilla: «aquel maqui nos vino a pedir la muerte».
Las tropas capturaron a unos pocos maquis que no habían podido huir. En general, el trato que se dio a los prisioneros fue malo. Aunque no fuera más que un reflejo menor, algunos soldados hicieron un obligado canje de botas a los guerrilleros, que llevaban mejor calzado que los soldados.
Antes de llegar a Viella, el batallón fue nuevamente hostigado por maquis apostados cerca de esta población. Parte del mismo batallón, que se encontraba en Pobla de Segur en el momento de la marcha, llegó detrás, pudiendo realizar en camión la mayor parte del trayecto, como explica Bonaventura Bordas, otro de los soldados de la unidad. También en camiones llegaría el sexto batallón al mando del teniente coronel Sánchez Fuensanta. Este último batallón llegó completo, excepto la primera compañía, que se encontraba en Isona, y la sección de esquiadores que siguió en Tremp.
Los dos batallones recién llegados formaban parte de la Segunda Agrupación de Cazadores de Montaña, mandada por el coronel Domingo Domínguez Santamaría. Éste se trasladó también al valle y durante una parte de la lucha dirigió las operaciones del Ejército en la defensa de Viella y posterior avance. El batallón número 2, que estaba en Viella con anterioridad, era de la Primera Agrupación, que mandaba el coronel Luís López Andrés.
Si el general García Valiño había logrado en este primer día de combates importantes el envío de tropas al valle por el Puerto de la Bonaigua, no lo conseguiría a través de otra ruta alternativa, la del túnel de Viella, que como se dijo antes estaba en construcción y, aunque con grandes dificultades, por él podían pasar tropas a pie. En el historial del batallón «Cataluña» número 4 se describe que «la segunda compañía, mandada por el capitán Manuel Santos Hernández fue destacada el día 19 de octubre a Pont de Suert con la misión de enlazar por el túnel de Viella con las fuerzas que guarnecen el Valle de Arán. En un encuentro con fuerzas enemigas superiores en número tuvo el batallón sus primeras bajas, mencionándose en el citado diario de operaciones como distinguidos al citado capitán…, que supo conducir a su compañía en condiciones sumamente desventajosas dada la inferioridad numérica, en un combate totalmente favorable, así como a los tenientes Olimpio Linares Castro que se apoderó de una ametralladora, dando muerte a sus tres sirvientes, y Juan Rodríguez Muñoz». Al parecer estos combates son los mismos que, desde la óptica guerrillera, describe Arasanz en un anterior capítulo.
En la noche del 19 al 20 de octubre, por tanto, había en Viella casi tres batallones de Montaña, los números 2, 5 y 6, junto a las fuerzas de la Guardia Civil y Policía Armada, que totalizaban ya más de 1500 hombres.
El puesto de mando de la División 42, que en este momento lleva el peso central de la lucha, se instalará en Tremp, como escalón intermedio del mando superior que inicialmente se encuentra en Barcelona y más adelante pasaría a la fábrica Cros de Lérida. El puesto de mando de la Artillería Divisionaria, que manda el coronel Yanguas, se instala en Pobla de Segur.
En Viella, el quinto batallón entra en línea a la derecha de la carretera mirando hacia Francia, y el sexto batallón a la izquierda de aquélla, mientras el segundo batallón sigue en el centro de la villa. Una barrera de alambre de espinos pronto separaría a los contendientes en buena parte del frente estabilizado. La defensa se va estructurando, aunque en este primer momento se vaya a taponar, sin mucho orden ni método, los puntos peligrosos.
Aquella misma noche del 19 al 20 de octubre caería una gran nevada.