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Los aliados… dejan que se estrellen.

Francia fluctúa. En España, los monárquicos.

Santiago Carrillo explica que cuando llegó a Francia, miembros del PCE y de la guerrilla le dijeron que «al norte del Loira mandan los americanos, al sur los españoles». Tal reparto de Francia en dos mitades es un tanto exagerado, pero ayuda a entender cómo los españoles podían preparar con relativa impunidad una operación de asalto a España desde territorio francés. Miles de hombres armados llegan a la zona de Toulouse desde los más variados puntos de Francia en trenes y caravanas de camiones, y proclaman a la luz del día que van a atacar España para liberarla del fascismo.

Eran hechos que no desconocían ni el Gobierno francés ni el Alto Mando aliado, y, no debe olvidarse, en el norte de Francia y en Bélgica la guerra contra los alemanes seguía. Los guerrilleros gozan del apoyo abierto de la Resistencia francesa, pero ¿qué pensaba el Alto Mando aliado de tales movimientos armados en su retaguardia? ¿Qué datos entraban y salían sobre el tema en el «Foreign Office» y en el Departamento de Estado?, ¿cuál era la actitud de De Gaulle?

Anglo-americanos

El Alto Mando aliado limita su jurisdicción a la zona norte de Francia incluyendo el frente que se extiende desde la frontera suiza hasta el Atlántico. En el litoral del océano existe una franja de territorio que sigue siendo zona de guerra, porque en varias fortalezas y ciudades del «Muro del Atlántico» se han encerrado los alemanes y siguen resistiendo frente al Ejército francés. En el resto del país la jurisdicción corresponde en exclusiva al Gobierno francés, el cual tardará meses en lograr imponer su autoridad. Sin embargo, los agentes secretos aliados están presentes en este territorio, y son particularmente activos en la zona de Toulouse, perfectamente conectados con Andorra y, sobre todo, con Barcelona, que en estos meses se ha convertido en centro importante del espionaje aliado.

Para conocer la actitud aliada respecto a los planes guerrilleros se dará en su momento algún texto de los servicios secretos, pero más elocuentes que aquéllos son los testimonios que aporta Francesc Viadiu, exdiputado de Esquerra Republicana. «Alexis» de nombre de guerra, que dirigió desde Andorra una cadena de evasión proaliada y mantuvo gran conexión con los servicios secretos británicos.

Viadiu asistió a dos reuniones en las que la posición aliada quedó expuesta con la mayor claridad, sin verbalismo oficial.

La primera de ellas se celebró en la veguería francesa de Andorra y fue convocada por el veguer francés, Barran, jugador de rugby, comunista, nombrado veguer por la Resistencia en el momento de la liberación. Viadiu fue llamado por ser considerado un hombre destacado y representativo de los exiliados españoles residentes en Andorra. Asistieron, además de Barran y Viadiu, los miembros de la Comisión Interaliada compuesta por un mayor americano, un mayor británico y un capitán francés, así como dos representantes de las guerrillas españolas, uno como político —que era conocido por el nombre de guerra de «Viriato»—, y un jefe guerrillero del que Viadiu no recuerda el nombre.

En la reunión se pretendía evitar los intentos guerrilleros de invadir España y el subsiguiente enfrentamiento entre aquéllos y el Ejército español. Viadiu dice que el mayor americano manifestó: «No es que el Ejército español sea ninguna gran cosa, pero para dejar fuera de combate a vuestros guerrilleros con media hora le basta». Empero, el americano dijo que si se producía una sublevación interior el panorama cambiaba. Los representantes comunistas aseguraron que la insurrección se produciría y que incluso contaban con militares que se unirían a la guerrilla. Viadiu dijo en la reunión que él había realizado en fecha reciente viajes clandestinos a Barcelona y que allí y en otras partes de España no se sublevaría nadie. Añadió que la gente del interior esperaba la liberación, pero siempre que les viniera del exterior, de manos de las potencias que ganaban la Guerra Mundial, no por un levantamiento interior, y sugirió el envío de cuadros al interior para que prepararan la lucha, pero sin invasiones masivas.

El mayor inglés, sigue explicando Viadiu, sugirió al guerrillero y al político comunista que realizaran tal penetración de cuadros hacia el interior de España y que, en todo caso más adelante, ya intervendrían los guerrilleros cuando las condiciones fueran las adecuadas, pero «Viriato» contestó: «Tiene que ser ahora porque luego vendrían los de México o los de Lausanne».

Viadiu narra que el mayor americano se dirigió a él para preguntarle qué quería decir aquello de México o Lausanne, que no comprendía. Cuando aquél le aclaró que significaba el regreso de los dirigentes republicanos o del rey, el americano inquirió a los comunistas, con una sonrisa irónica: «Si he entendido bien esto significa que no deseáis ni el retorno de la República ni de la Monarquía». Le respondió esta vez el guerrillero que dijo: «Ciertamente. No queremos ni al rey ni a la República. Todo esto ha pasado ya a la Historia y nosotros queremos algo mejor».

El yanqui dijo: «Bien. Ahora ya sabemos a qué atenernos. No hablemos más y que tengáis suerte». Y dio por finalizada la reunión.

«En la escalera —explica Viadiu— estuve hablando con el capitán francés, que era muy amigo mío, y me dijo que “si estos despistados tuvieran la menor posibilidad de molestar a Franco, los americanos intervendrían en su favor”».

Perfectamente concordante con la posición expuesta por los dos representantes comunistas en la reunión antes citada son las palabras de Jesús Martínez, dirigente del PCE y secretario de la Unión Nacional en Francia, en la Primera Conferencia de UNE celebrada en Toulouse en noviembre de 1944: «Dentro del marco de nuestra unidad no dejará de haber quien defienda la República del 31; nosotros nos inclinamos a defender la República del 45, que será la única del pueblo».

«Mister Miller».

No menos significativa sería la segunda entrevista de Viadiu, celebrada unas semanas después de la reunión anterior, aproximadamente a mediados de octubre de 1944 en el «Grand Hotel» de Toulouse. Viadiu se encontró allí con un agente secreto británico que él conocía como «Mister Miller», que había sido el personaje que durante la ocupación alemana había involucrado casi sin darse cuenta al propio Viadiu a colaborar con los anglo-americanos y crear una cadena de evasión.

«“Mister Miller” —dice Viadiu— me dijo que el hundimiento de la Alemania nazi y de la Italia fascista no significaba el hundimiento del Régimen español. Cuando yo protesté y califiqué de monstruosas tales palabras, el inglés me respondió que serían todo lo monstruosas que quisiera, pero era la verdad».

»Añadió que el “Foreign Office” había dado ya su veredicto sobre España, y aquél era absolver a Franco, optando así por el mal menor.

»Yo protesté e incluso insulté a los ingleses, tratándoles de mentirosos y desagradecidos, ya que nos habían dicho muchas veces que ellos acabarían con el Régimen de Franco una vez terminara la Guerra Mundial. Él aguantó flemáticamente mis diatribas y ataques y me respondió que comprendía que la posición adoptada por el “Foreign Office” fuera censurable para un exiliado político español, e incluso me dijo que personalmente lo sentía y lo consideraba erróneo y que Inglaterra no debía olvidar la colaboración entusiasta de los exiliados españoles y de muchos del interior de España, en contraste con la hostilidad de la España oficial contra los británicos».

Pero el inglés añadió: «A pesar de todo ello, querido amigo, los órganos rectores de la política exterior británica son fríos como el mármol y elaboran sus planes al margen de todo sentimentalismo, con perspectiva, mirando lejos. Esta política ha sido adoptada tras un profundo análisis de la situación española. Es cierto que nos da pena la emigración española, condenada a extinguirse de nostalgia y discriminada por todo el mundo, pero muchos liberales creen que el hundimiento violento del Régimen español produciría demasiadas víctimas».

Y dijo: «El Régimen español se irá humanizando poco a poco y a la larga desaparecerá para dar paso a otra cosa…».

Viadiu explica que él hizo aún un nuevo intento, diciendo que en las elecciones siguientes podían ganar los laboristas y cambiar la política exterior respecto a España, pero el inglés le dijo: «Amigo mío. Usted desconoce lo que es el “Intelligence Service”. El Gobierno que entre en funciones, sea liberal, conservador o laborista seguirá, en política exterior, la línea trazada por el “Intelligence Service”».

«Hice nuevos intentos —añade Viadiu—, diciendo que, si era así, los exiliados españoles podían, por su cuenta, intentar la liberación de España y esperaba que, al menos, los británicos no se pondrían del lado de Franco, pero la respuesta me dejó aún más perplejo: Dijo “depende”.

»¿Depende de qué?, pregunté excitado.

»Usted mismo lo ha visto. Aquí en Toulouse, en el Hotel Les Arcades, los guerrilleros de UNE están preparando la invasión de España. Los preparativos son más aparatosos que reales y no creo que llegue a ser nada más que una tartarinada. Eso sí, trágica, porque habrá muchos muertos y ninguna posibilidad de éxito. Si no fuera así, en caso de que pudiera triunfar, no le quepa la menor duda de que Inglaterra y Estados Unidos ayudarían directa o indirectamente al Régimen Español».

«Cada vez más indignado —sigue diciendo Viadiu—, le dije que quizás ésta era la posición británica, pero no creía que Estados Unidos y Francia la compartieran, pero me respondió: “Francia no, y ayuda a los republicanos españoles, pero Estados Unidos seguro que sí, ya que, en mi opinión, sólo apoyarían un cambio a base de la Monarquía”».

Y añadió que «esta Unión Nacional Española, controlada y dirigida por el Partido Comunista, les ha hecho un flaco servicio a los demócratas españoles. Si los hombres de su tendencia política pudieran organizar un frente unido y provocar una acción en el interior, entonces es seguro que tanto Estados Unidos como Inglaterra reconsiderarían el caso y les reconocerían una beligerancia que ahora no tienen». Viadiu reconoció que en aquel momento no era posible la unidad que le proponía el agente secreto inglés ya que la división existente entre los republicanos les impedía organizar ningún movimiento poderoso con repercusiones en el interior de España, y más si los comunistas estaban al margen. El inglés terminó diciendo: «Veo Franco para mucho tiempo».

La historia posterior corrobora que las explicaciones de mister Miller a Viadiu coincidían con la línea que pensaban adoptar los angloamericanos. Sin embargo, otras informaciones recogidas emanadas de informes del «Foreign Office» nos confirman que antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, precisamente en otoño de 1944, Inglaterra ya fijó su criterio sobre el Régimen español. El Ministerio británico de Exteriores había concluido que era beneficioso para Gran Bretaña mantener buenas relaciones con España tanto por razones estratégicas como porque una España próspera garantizaba mejores posibilidades comerciales.

En esta época, ciertamente, el intercambio de correspondencia entre Churchill y Franco muestra discrepancias y tensiones, pero no son suficientes para desviar al líder británico del criterio fundamental. Además, con razón o como pretexto, los anglo-americanos fundamentaban su postura en el desorden existente en el sur de Francia controlado por los españoles. Los anglo-americanos no querían apoyar a los comunistas ni avalar aquel desorden.

Los agentes secretos ingleses y americanos abundan en el sur de Francia y contactan con los sectores españoles anticomunistas. Esto lo corroboran algunas personas que mantuvieron reuniones con ellos. Muy resolutiva es la explicación de Viadiu según la cual algunos agentes ingleses y americanos le propusieron entrar en contacto con agentes franquistas, lo que él siempre rechazó.

Se ha dicho que los británicos y americanos habían prometido a los republicanos que les ayudarían en la invasión de España, pero de ello se hablará en su momento.

Connivencia francesa

Francia se encuentra en una difícil alternativa. La atención central de su Gobierno y Ejército está en el norte y en diversas ciudades del Atlántico en las que están encerrados los alemanes. Pero, además, el propio Gobierno Provisional no controla todo el país, al tiempo que está comprometido con los españoles que son dueños del sur y han prestado una gran ayuda en la lucha contra los ocupantes. Si a ello se unen las presiones de Churchill, que quiere meter en cintura a los comunistas españoles, puede comprenderse la actitud fluctuante de los franceses, a pesar de la energía de De Gaulle.

El propio De Gaulle la expresa de forma sucinta en sus «Memorias» cuando explica la visita que realizó a Toulouse el 16 de septiembre de 1944: «Quedaban en la región (se refiere al sur de Francia) grupos más heterogéneos. Por último, la inmediata proximidad a España agudizaba la tensión reinante por el hecho de que muchos españoles, refugiados desde la Guerra Civil en el Gers, el Ariége y la Haute Garonne, y posteriormente incorporados al maquis, se retiraban ahora con la idea de invadir militarmente su país. Naturalmente los comunistas, en buena posición y con una organización eficaz, atizaban el fuego para tomar las riendas del intento y en parte lo habían conseguido (…). Además, se estaba formando en la región una división española con el fin, pregonado a los cuatro vientos, de marchar sobre Barcelona (…).

»Hice saber a los jefes españoles que el Gobierno francés no olvidaría los servicios prestados por ellos y sus hombres en el maquis, pero que les estaba prohibido el acceso a la frontera pirenaica. Para ello, y siguiendo mis instrucciones, el primer Ejército había enviado un nutrido destacamento a Tarbes y Perpiñán con el fin de reforzar el servicio encargado del orden en los pasos de los Pirineos».

Es cierto que De Gaulle comunicó a algunos, muy pocos, jefes españoles tal prohibición y les dijo que allí no podía haber más que un solo Ejército, el francés. Esto no sentó bien a los españoles que lo oyeron, que hicieron caso omiso y no la difundieron, hasta el punto de que altos cargos políticos y guerrilleros la desconocen. Manuel Gimeno reconoce que «a partir del momento en que De Gaulle vino a Toulouse la movilidad de los españoles empezó a reducirse, aunque no recuerdo que prohibiera nada».

No es tan cierta la frase de De Gaulle relativa al envío de nutridos destacamentos franceses a la frontera. La realidad es que muchos de los pasos fronterizos estaban controlados por los propios españoles, lo que era visto con satisfacción por el mando francés porque le permitía liberar tropas propias que enviaban al frente.

Con todo, al Estado Mayor francés no le gustaba que los españoles abrieran un frente en los Pirineos. Un conocedor directo del tema es el teniente coronel guerrillero Josep Aymerich, que actuaba de enlace de la Agrupación de Guerrilleros Españoles con los Servicios de Información del Ejército francés. «A través del comandante Dassaut me entrevisté con el general Lavigne, jefe de la región militar de Toulouse, el cual me dijo que a Francia no le interesaba la apertura de un segundo frente, ya que ellos ponían todo su esfuerzo en el norte. Añadieron que en el caso de que los españoles atacaran los Pirineos no recibirían ninguna ayuda francesa, aunque simpatizaran con nosotros a título personal. Asimismo, consideraban que la operación que los españoles estaban montando era errónea desde el punto de vista logístico ya que las dificultades aumentarían cuanto más se penetrara en el interior de España», explica Aymerich.

Otra expresión de que el Gobierno francés quería evitar la apertura de un segundo frente fue la advertencia que, en nombre de De Gaulle, llevó a Toulouse el comandante Hernández del Castillo, profesional español del Ejército Republicano, que en esta época formaba parte del Consejo Militar que asesoraba a De Gaulle.

Pero si la postura oficial francesa es de rechazo del intento, en la práctica hay connivencia. El propio Aymerich reconoce que «los franceses nos dejaban actuar y suministraban apoyo logístico, pero había orden expresa de negar cualquier intento de involucrar al mando francés. De forma especial, los franceses nos suministraban comida, ya que armas teníamos». Mames Garfias, jefe de suministros de la división guerrillera 204, por su parte, dice que los españoles inflaban los datos de los estadillos para recibir comida y no tenían mayor limitación en la cantidad que el peso que cada guerrillero podía llevar.

Tomás Guerrero «Camilo», que formaba parte del Estado Mayor de la Agrupación y representó a ésta en contactos con las autoridades aliadas, explica que fue a visitar al general Leclerc para llevarse soldados españoles que había en su división. Bastantes españoles pudieron ir con él y traer consigo algunos cañones ligeros del calibre 75.

Además de todo ello, hay la ayuda abierta de la Resistencia, que se une a la solapada de las autoridades. El prefecto de Toulouse, el poeta Jean Cassou, cuya madre era española, dio toda clase de facilidades.

Muchos franceses sienten satisfacción por las operaciones que van a iniciarse para liquidar el franquismo, y consideran aquéllas como una fase más de la lucha contra el fascismo. Otro sector de la población se siente también satisfecho al ver que los españoles enfilan las rutas que conducen al sur, pero no tanto porque les preocupe la liquidación del franquismo sino porque abandonan Francia. Están cansados de los españoles armados que andan por su país y, además, es una salida elegante porque debiéndoles tantos favores no tenían que echarlos ni enfrentarse con ellos.

Si en el mes de septiembre y las primeras semanas de octubre de 1944 los franceses se debaten entre una postura oficial contraria a la acción guerrillera y una connivencia de hecho y ayuda velada, las posiciones se irán endureciendo en pocas semanas. Entre unos puestos fronterizos y otros se producen diferencias en las facilidades de paso hacia España: A más autoridad de De Gaulle más dificultades para los guerrilleros.

¿Eran ciertos los informes de Monzón?

Antes de continuar la descripción de los preparativos y acciones guerrilleras vale la pena realizar un recorrido por España para conocer su situación interna, al igual que antes se hizo referencia a la postura de las potencias clave en el norte de los Pirineos.

Desde Madrid, Monzón había comunicado que la situación interna del país era de desmoralización de los franquistas, división en el Ejército, ansia de liberación por parte del pueblo y condiciones adecuadas para la insurrección. Veamos qué podía haber de realidad en ello.

No hay duda de que la preocupación mayor del pueblo español es la supervivencia, porque abunda la miseria y el hambre. La fortísima represión de la postguerra ha hecho mella entre amplias capas de la población, con decenas de millares de familias que tienen alguno de sus allegados en la cárcel y son miles las que unen muertos a tales ausencias. Por ello, la oposición política ajena al sistema es casi nula, ya que los adversarios están en el extranjero, en las cárceles… o en los cementerios.

La política del país carece de participación popular, incluso en el marco del propio sistema, pero a pesar de ello registra ciertos elementos que le dan fluidez. Un rápido repaso a los pocos difundidos sucesos de la política de estos años situará en la trastienda de la situación en la que se encuentra el país cuando los guerrilleros se disponen a cruzar la frontera. Existen tres elementos decisivos: el desarrollo de la Guerra Mundial, el equilibrio entre los diversos sectores que apoyan al franquismo y la cuestión monárquica. A pesar de lo que se ha dicho en ocasiones, la guerrilla que existe en aquel momento en algunas montañas españolas tiene una influencia prácticamente nula en la vida del país.

En los tiempos de la inmediata postguerra se produjeron diversos enfrentamientos entre militares y falangistas, pero empezaremos en fecha algo posterior, el 28 de febrero de 1941, cuando fallece Alfonso XIII en Roma, sin que nunca hubiera abdicado, y su heredero, don Juan, se instaló en Lausanne (Suiza). Sus más fieles partidarios, Pedro Sáinz Rodríguez y Eugenio Vegas Latapié, tuvieron que exiliarse, mientras Juan Antonio Ansaldo, otro monárquico que sigue en España, dice que el regreso del rey es inminente.

Hacia mediados de 1942, Franco ha vislumbrado que la que antes parecía segura victoria del Eje ya no es tan clara y el 3 de septiembre de 1942 cambia de Gobierno, siendo la modificación más significativa el cese del «cuñadísimo» y germanófilo falangista Ramón Serrano Suñer, que es sustituido por el militar, monárquico y anglófilo conde de Jordana. Con este cambio, el astuto Franco castiga tanto a los falangistas recalcitrantes como a algunos de sus antiguos ministros monárquicos, como Varela, al tiempo que modifica ligeramente su imagen cara al exterior.

En la misma línea cosmética hacia las potencias aliadas, el día 17 de julio de 1942 Franco había promulgado la Ley Constitutiva de las Cortes. Daba cierta imagen externa de democracia, aunque los procuradores en Cortes —nombre que tenían los diputados— fueran elegidos a dedo y su función se limitara a aplaudir, continuando el poder legislativo en manos del Jefe del Estado y del Gobierno.

Pero los monárquicos van más lejos, y Alfredo Kindelán, capitán general de Cataluña, critica a Franco y pide la restauración monárquica el 8 de noviembre de 1942, siendo cesado fulminantemente aunque no apartado totalmente del poder, porque el 9 de enero de 1943 fue nombrado director de la Escuela Superior del Ejército. Kindelán había escrito una carta a Franco en la que le decía también que España no debía entrar en guerra. Era el momento delicado en que los americanos habían desembarcado en el norte de África y el teatro bélico se había acercado peligrosamente a la península, que veía aumentado su valor estratégico.

En el mismo mes de noviembre de 1942, Juan de Borbón había anunciado, en sus primeras declaraciones públicas, que «la Monarquía será restaurada tan pronto como los intereses de España lo exijan». Don Juan espera contar con la ayuda de los aliados, con quienes mantiene muy buena relación, especialmente con los británicos, lo que se acrecienta al estar como embajador de España en Londres el duque de Alba, obviamente monárquico.

En junio de 1943, veintisiete procuradores en Cortes piden la restauración monárquica, a lo que Franco, sin andarse por las ramas, responde con la destitución de cinco de los firmantes falangistas, a pesar de que sólo pedían la Monarquía tradicional, sin veleidades liberalistas. Entre los destituidos se encontraban García Valdecasas, uno de los fundadores de Falange y exdirector del Instituto de Estudios Políticos, y Gamero del Castillo, exsecretario general del Movimiento en tiempos de Serrano Suñer. El Caudillo se «olvidó» de los otros 22 procuradores.

Don Juan de Borbón remitiría el 3 de agosto de 1943 una carta a Franco planteándole el retorno de la Monarquía, a lo que el general hizo caso omiso. Pero la presión monárquica en el seno del propio Régimen tendría en esta época su cénit en una carta que la mayor parte de tenientes generales del Ejército dirigen a Franco en septiembre de 1943. La suscriben el 8 de septiembre y es entregada por Varela al Jefe del Estado el día 15 de septiembre. Aunque muy respetuosamente, en la carta se pide la restauración monárquica. Según Payne, los tenientes generales firmantes fueron Orgaz, Ponte, Dávila, Kindelán, Varela, Saliquet, Solchaga y Monasterio, y según Rafael Calvo Serer, además de aquéllos firmaron también Queipo de Llano y Aránda. Los únicos tenientes generales que no la suscribieron, según Payne, fueron Muñoz Grandes, Jordana, Vigón, Moscardó y Serrador. Éstos eran los más fieles a la persona de Franco, por encima de la Monarquía. Como antes, Franco no prestó atención a tal petición.

El que posiblemente es el monárquico más acérrimo entre los militares, Kindelán, dirige una carta al Jefe del Estado en la cual, previendo ya el desenlace de la Guerra Mundial favorable a los aliados, le dice que «V. E. es uno de los contados españoles que creen en la estabilidad del régimen nacional-sindicalista, en la identificación del pueblo con tal Régimen, en que nuestra Nación, todavía no reconciliada, tendrá fuerzas sobradas para resistir los embates de los extremistas al término de la Segunda Guerra Mundial y que V. E. logrará por medio de rectificaciones y concesiones el respeto de aquellas naciones que pudieran haber visto con disgusto la política seguida con ellas».

Don Juan de Borbón nombró a su tío, el infante don Alfonso de Orleans, su representante en España en los primeros meses de 1944, pero la respuesta del Caudillo fue la de confinar al de Orleans en Sanlúcar de Barrameda y allí le retuvo varios años sin salir. Y en marzo de 1944, un centenar de profesores universitarios suscriben una carta de adhesión a la Monarquía, que no tendrá mayor repercusión que la de conseguir que algunos de ellos sean confinados.

Entre los grupos políticos que habían luchado para el advenimiento del franquismo se encontraban los carlistas, también monárquicos. Están descontentos porque desean la restauración de la dinastía que ellos defienden, pero su influencia es muy escasa.

Otras divisiones en el Ejército

Junto a la presión monárquica, en el seno del Ejército hay otras causas de descontento. Pero dejemos que lo explique Stanley Payne, un hispanista norteamericano profundo conocedor de la realidad española contemporánea:

«Conforme iba desmantelándose el poderío alemán, el porvenir del Régimen de Franco parecía cada vez más sombrío… Los primeros intentos de introducir en España guerrillas antifascistas fueron alentados por informes exagerados sobre la moral del Ejército español que se decía estaba desintegrándose. Era cierto que la moral del Ejército había decaído debido a los bajos sueldos y a las pocas oportunidades de hacer carrera en tiempo de paz. Los soldados continuaban viviendo en malas condiciones y la calidad del armamento se deterioraba continuamente. Lo mismo que había ocurrido en tiempos anteriores, la falta de medios financieros y de armamento impedía instruir adecuadamente a todas las unidades. Además de ello se permitía a los oficiales, en la práctica casi se les alentaba, a buscarse un trabajo secundario en el sector privado para completar así sus ingresos. Esto era posible porque la escasa actividad militar realizada en los cuarteles dejaba a los oficiales una gran parte de su tiempo libre… Especiales privilegios, concedidos a los oficiales y hasta cierto punto también a los suboficiales, permitían compensar en cierta medida estos inconvenientes. El cuerpo de oficiales estaba exento del pago de una gran cantidad de impuestos al consumo que gravaban a los españoles. Los economatos militares disponían de alimentos en abundancia y de otros productos a precios comparativamente reducidos en unos momentos en que muchos artículos de uso corriente no se encontraban en el mercado legal. Muchos oficiales aprovechaban la ocasión para vender gran cantidad de estos artículos en el mercado negro a precios elevados. Los generales más influyentes gozaban además de otros privilegios, tales como puestos lucrativos en los consejos de Administración de empresas privadas; los hombres de negocios españoles descubrieron que estos nombramientos facilitaban sus negociaciones con las oficinas estatales encargadas de asuntos económicos. Ocurrió además que las guerrillas izquierdistas que combatieron en España en 1944 y los años siguientes consolidaron la unidad de los oficiales en apoyo del Régimen. Las autoridades militares concedieron, asimismo, ventajas especiales a las unidades que ocupaban la zona de guerrillas en el noroeste de la península. Algunos oficiales entraron clandestinamente en contacto con los grupos izquierdistas, pero realmente fueron solamente una pequeña minoría».

A pesar de tales situaciones, Franco maniobra con el estrecho margen que las circunstancias le permiten intentando mejorar cada vez más su imagen ante los aliados. Al fallecer en agosto de 1943 el conde de Jordana, ministro de Exteriores, nombra a José Félix de Lequerica, que si en años anteriores era germanófilo ahora se declaraba abiertamente proamericano.

Asimismo, a partir de este mismo año 1943 desciende notablemente la represión interior, y, sobre todo, el número de fusilamientos se reduce en picado, como demuestran las estadísticas serias realizadas sobre este tema. Igualmente, mejora el trato en las cárceles y disminuye el agobiante hacinamiento existente con anterioridad, al ser liberados bastantes presos.

Hambre y Fiscalía de Tasas

En la calle, sobre todo en las ciudades, el hambre es un compañero diario de centenares de miles de familias, a pesar de que en el año 1944 se incrementa ligeramente el suministro respecto a los años anteriores. La ración de pan se fijó en Madrid en 150 gramos por persona y día en las cartillas de primera y segunda clase y en 200 gramos para las de tercera, y todo a 35 céntimos la ración. Ello no modificó las larguísimas colas ante las tiendas, existentes incluso durante la noche. En paralelo, el «estraperlo», vocablo con el que se designa en esta época al mercado negro, se adueña del país y algunos grandes estraperlistas amasan fortunas.

Si algunos consiguen grandes beneficios con el hambre ajena, casi todos hacen su pequeño estraperlo, unos para poder llenar el estómago y otros para conseguir unas perras. En aquellos trenes lentos e incómodos, en los que la carbonilla de las máquinas entraba hasta por los oídos, la gente viajaba hacinada llevando sacos o bultos llenos de comida. Aunque la Guardia Civil pasaba para controlar solía hacer la «vista gorda», a veces a cambio de alguna compensación en especie, pero los controles eran más rigurosos en las estaciones ferroviarias. Barceloneses cuentan que antes de que los trenes llegaran a la Estación de Francia (término), en los descampados de lo que hoy es la plaza de Las Glorias y zona próxima, empezaban a caer del tren sacos y paquetes que los familiares de los viajeros recogían para que éstos no tuvieran que pasarlos por la terminal. La Fiscalía de Tasas intentaba reprimir el estraperlo, siendo verdaderamente odiados sus inspectores por los pequeños productores agrícolas.

Las restricciones eléctricas son continuas y afectan incluso a la producción industrial. Es comida habitual el amarillento y deleznable pan de maíz y el disponer de un pan blanco es motivo de fiesta en una familia; la falta de aceite llevó a más de un ama de casa a freír huevos sin aceite mientras otras elaboran tortillas sin huevos, llegándose al caso de que en las puertas del «Metro» de Madrid se vendían unos bocadillos de los que se decía que dentro del pan había habido una tortilla, con lo que aún conservaba algo de sabor…

La Iglesia

Las relaciones del Régimen de Franco con la Jerarquía eclesiástica son buenas en esta época, pero no tan estrechas como en ocasiones se ha dicho.

El cardenal Gomá, arzobispo de Toledo y Primado de España, que durante la Guerra Civil había encabezado la Pastoral de la mayor parte de los obispos españoles en apoyo a la «Cruzada», redactó en agosto de 1939 una Carta Pastoral cuya difusión fue prohibida por el Gobierno porque hablaba de reconciliación entre todos los españoles. Tras diversos tira y aflojas se logró que dicha pastoral pudiera editarse en hojas parroquiales pero no en la prensa.

En 1940, el Gobierno tuvo también diferencias con el cardenal Segura, quien se había enfrentado años antes con la República[9]. Además, algunos sectores falangistas nunca ocultarían su hostilidad a la Iglesia.

Lo que ha sido calificado como identificación entre el Régimen de Franco y la Jerarquía eclesiástica vendría más adelante, a partir de 1945, cuando entra en el Gobierno Alberto Martín Artajo.

Ya se dijo anteriormente que aunque en algunas zonas montañosas del país existen guerrilleros que no se han doblegado al Régimen de Franco ni tampoco han huido del país, su peso efectivo es mínimo. Si el franquismo tiene dificultades, en modo alguno le vienen de la guerrilla. Fuentes oficiales comunistas y apologistas de estas últimas han explicado que el propio general Franco y Serrano Suñer dieron a Hitler en 1940 y 1941 el argumento de que la fuerte guerrilla existente en España era un impedimento importante para unirse al Eje en la Guerra Mundial. Este dato no ha podido contrastarlo el autor de este libro en otras fuentes, pero en cualquier caso sería un argumento más entre otros que Franco pudiera aportar con el fin de apoyar su decisión de no entrar en guerra.

Un hombre que en aquel momento estaba en el país y dirigió el PSUC durante parte de los años 1943 y 1944, Andrés Paredes «Groman», afirma que «en mis informes a Francia nunca aconsejé que vinieran guerrilleros. El partido era muy débil desde el punto de vista orgánico, con escasa influencia política y la guerrilla existente en el interior muy poco eficaz y determinante entre la población civil. Tampoco esta última tenía la menor preparación para una insurrección».

Entre la población española, en efecto, son muy pocos los dispuestos a luchar para derribar a Franco. Como han explicado diversos intelectuales refiriéndose a estos años, «la conciencia de libertad en el pueblo español no existe, y no se revitalizará hasta los años cincuenta, en que las necesidades básicas empiezan a verse subvenidas».

Partidos y sindicatos

Un aspecto básico para discernir las posibilidades de éxito de operaciones guerrilleras, especialmente si eran masivas, es el conocimiento de la fuerza de los partidos en el interior, y aún más de las organizaciones de masas como los sindicatos, las cuales podían convocar a la población a las acciones de protesta, huelgas… para colaborar con la acción armada.

Pero tales organizaciones eran ridículas. Los más importantes grupos son los que controlan los comunistas, y la propia UGT (entonces comunista en Cataluña) carece de peso alguno. Josep Serradell «Román», que dirigió el PSUC durante unos meses en 1944, manifiesta que su partido sólo tenía unos centenares de militantes que difícilmente podían actuar. Además, en la zona de Lérida, donde iban a realizarse las acciones principales del maquis, no había más que una minúscula organización del partido en la capital provincial. Aunque no directamente referido a la invasión, de la que afirma no haber tenido conocimiento directo, «Román» envió informes a Francia diciendo que la lucha contra el franquismo estaba «muy verde», mientras Margarita Abril, que dirigía a las juventudes del partido, explica que «entre la gente no había interés por luchar. La mayor parte de los contrarios al Régimen lo que se planteaban era ir a las embajadas americana e inglesa». La propia Margarita dice que en Cataluña los miembros de las JSU eran unos 300, cifra aún alta si se considera que en la misma época en Madrid eran sólo unos 60.

Francisco Mera, dirigente comunista que vino a España en 1945 con el fin de realizar actividad política, no guerrillera, reconoce que al llegar aquí comprobó que no eran ciertas las informaciones según las cuales el partido estaba muy implantado en toda España como se les había dicho, sino que sólo en algunas ciudades había una organización muy incipiente.

Sin embargo, la dirección del PCE o de la AGE en Francia pudieron recibir informaciones correctas sobre la situación en el interior de España. Como se explicó antes, López Tovar dio sus propios datos al mando y fueron rechazados, y el escritor libertario Eduardo Pons Prades, que estaba en la Resistencia y seguía en Francia, narra que él mismo hizo entrega de tres informes al Alto Mando Guerrillero en base a datos obtenidos de gente salida de España. En uno de ellos se decía que «el clima interior del país no está para nuevos enfrentamientos armados, porque la gente ha quedado muy marcada por la Guerra Civil y por la gran represión de la postguerra. Estaba pasando mucha hambre y vicisitudes de toda clase, siempre con un miedo espantoso a cuestas». En otro informe, decía que «el pueblo español quizá se lanzaría de nuevo a la lucha si estaba seguro de que el enfrentamiento sería corto y con grandes posibilidades de salir vencedor del mismo».

Francisco Mera, que antes de venir al país en 1945 había sido comandante en el núcleo guerrillero que entró en el Valle de Arán, manifiesta que «cuando cogimos prisioneros nos dimos cuenta no sólo de que la gente no se sublevaba, sino que ni siquiera los soldados tenían la menor idea de quienes éramos nosotros. Desconocían que éramos guerrilleros que volvíamos a España movidos por la idea de liberarla. Pensaban simplemente lo que les habían dicho sus jefes, que éramos grupos de bandoleros».

Son muchas las versiones similares que sobre la situación del pueblo español dan otros protagonistas, pero una de las más gráficas es la que aporta Cándido Juárez, procedente de un informe de la Brigada primera, de la que Juárez era instructor. La había redactado el instructor de uno de los batallones de la brigada que había participado en las primeras infiltraciones en España, precisamente formando parte del grupo que había capturado el camión de soldados en las cercanías de Campdevánol, del que se habló. Decía así: «En la actualidad, nosotros somos más extranjeros en España que en Francia». Es todo un epitafio para predecir lo que podía suceder.