Decisión del «gran ataque» a España
Los enlaces comunistas que cruzan el Pirineo llevan a Toulouse a finales de agosto de 1944 una carta remitida desde Madrid. «Era de la delegación del PCE en España e iba dirigida a la dirección del partido en Francia. En ella se decía que era conveniente aprovechar la circunstancia de disponer de los guerrilleros para realizar una acción de envergadura sobre el Pirineo español. Ello serviría de chispa para la descomposición del Régimen de Franco», explica Manuel Gimeno.
Manuel Azcárate ratifica las palabras de Gimeno añadiendo que se pedía que la acción de la guerrilla fuera «lo más llamativa posible».
Ambos explican que no fue una propuesta hecha por la Junta Suprema de Unión Nacional ni dirigida a los órganos de Unión Nacional en Francia, sino una comunicación interna del Partido Comunista.
El texto de la carta no se ha conservado porque a menudo los documentos clandestinos se destruían, aunque no es imposible que se encuentre entre la documentación del PCE que aún no ha sido traída a España, pero los protagonistas citados recuerdan que en ella no se indicaba ni la forma ni el lugar en que debía realizarse la operación. «Tampoco se planteaba en absoluto la idea de crear un frente estable ni la de una gran penetración hacia el interior», añade Gimeno.
La carta estaba escrita en lenguaje corriente, sin clave alguna, como otras que se recibían del interior de España en esta época. Monzón y los dirigentes de España habían dicho en diversos informes que en el interior de España la situación era prerrevolucionaria, con un clima de protesta por el hambre y la represión franquista unido a la euforia del pueblo por las victorias aliadas en la Guerra Mundial y la espera de la próxima liberación. Añadía que los franquistas estaban desmoralizados y temerosos, e incluso el propio Ejército estaba dividido, con lo que una chispa produciría la explosión que acabaría con el franquismo.
El PCF se inhibe
«Cuando recibimos la carta de Monzón desde España, Carmen de Pedro y yo viajamos desde Toulouse a París para comentar el tema con los dirigentes del Partido Comunista Francés —explica Azcárate—. Tardamos varios días en llegar porque las vías férreas y carreteras estaban cortadas y los puentes volados, teniendo que vadear por los ríos en barcas.
»Con cierta timidez planteamos el tema a André Marty y Jacques Duclós, pero ellos no nos dijeron ni sí ni no. Subjetivamente, nosotros pensábamos que nos hubiera ido muy bien que nos hubieran dicho que no, porque nos quitaban una responsabilidad de encima pero no se definieron. En aquel momento, con un país destruido y en guerra, con problemas con el Gobierno de De Gaulle que quería desmovilizar a las milicias controladas por los comunistas…, los comunistas franceses no querían definirse sobre un tema que les era ajeno y que además les parecía menor».
Además según Azcárate, las relaciones personales entre los dirigentes comunistas franceses y españoles no eran muy buenas debido a que la Agrupación de Guerrilleros Españoles era una fuerza autónoma dentro de las FFI, y se había separado de los FTP, organización guerrillera de los comunistas franceses, lo que no gustó a estos últimos.
Azcárate añade, en relación a los sucesos que más tarde se produjeron y de los que se hablará en su momento, que «en un viaje posterior, Marty me expulsó de su despacho, diciéndome que debía echarme a patadas porque yo había intentado involucrarle en aquella provocación».
«Ante tal situación —sigue diciendo Azcárate—, hubimos de ser nosotros quienes tomáramos la decisión».
Gimeno explica detalles de la reunión: «Nos reunimos pocas personas: Carmen de Pedro, Azcárate, yo (Gimeno), el general Luís, el general César y algún otro y tratamos de la propuesta de un ataque importante a España, lo que aceptamos a pies juntillas. No hubo oposición alguna e incluso fue aceptada con entusiasmo por todos los presentes.
»En la misma reunión restringida —sigue diciendo Gimeno—, se decidió que la operación central tendría lugar en el Valle de Arán».
Gimeno, Carlos Dorado y otros dirigentes del PCE coinciden en que el promotor y más firme defensor de la idea de realizar el ataque central en el valle de Arán fue Juan Blázquez, «general César», jefe político de la Agrupación de Guerrilleros Españoles. Ello parece lógico si se tiene en cuenta que Blázquez era de Bossost, población de dicho Valle, y conocía la zona y las circunstancias concurrentes para realizar una operación que podía tener éxito. Además, el «general César» era considerado como un hombre de buena preparación intelectual y política, lo que daba credibilidad a sus argumentos.
Blázquez, que había estudiado Derecho en Madrid, organizó el Comité en su pueblo natal al producirse el Alzamiento Militar en 1936.
Decisión totalmente autónoma
Azcárate y Gimeno afirman que para tomar la decisión no hubo ninguna presión externa a los allí reunidos.
La más alta dirección del PCE estaba dispersa en varios centros de decisión y organización. La secretaria general, Dolores Ibárruri, en la URSS, Vicente Uribe y Antonio Mije en México, Fernando Claudín en Buenos Aires, Francisco Antón residía normalmente en México y Santiago Carrillo estaba itinerante por Portugal y Argelia. Ninguno de ellos tenía contactos con Francia, por lo que todas las decisiones operacionales estaban en manos de las delegaciones del Comité Central de Francia y España.
«Yo entiendo que ahora pueda parecer imposible que no contactáramos, pero fue así —dice Azcárate—. En los tiempos de la ocupación alemana, Carmen de Pedro y yo nos habíamos trasladado a Suiza para poder enviar alguna comunicación. Y en los primeros tiempos posteriores a la Liberación tales problemas subsistían. Francia estaba sometida a la Administración Militar, no había correo, y para desplazarse hacía falta salvoconducto. Le pondré como ejemplo mi propia familia, que estaba en Londres. Lo primero que supe de ellos me lo dijo Negrín cuando vino a Toulouse en diciembre de 1944. Y mi esposa no pudo venir a Francia hasta un años después». Carrillo corrobora que no había comunicación alguna y lo propio hacen Dolores Ibárruri y su secretaria Irene Falcón.
El Estado Mayor guerrillero
Si entre los políticos del PCE la propuesta de atacar el territorio español había sido recibida con euforia, ésta sería agrandada al llegar al Estado Mayor guerrillero. Probablemente deslumbrados por los grandes despliegues de los ejércitos de la Segunda Guerra Mundial, estos jefes de la guerrilla que sólo habían mandado pequeñas unidades vieron la ocasión de emular a los grandes estrategas americanos, alemanes y, sobre todo, soviéticos. Hombres valerosos pero que no eran militares de carrera se vieron a sí mismos como los Jukov, Rokossovsky o Koniev a lo hispano. Y, como cuenta Tomás Guerrero «Camilo», se difundió la frase orgullosa de «vamos a realizar una operación de estilo».
En aquella época, la composición del mando de la AGE era el siguiente:
El comandante Tomás Guerrero «Camilo» se relaciona con el Estado Mayor del Ejército francés y con los aliados, siendo también enlaces con el mando francés en diversos momentos el coronel Miguel Ángel Sanz y el comandante Medrano. Con los servicios secretos franceses conecta el teniente coronel Josep Aymerich.
Están también en el Cuartel General de la Agrupación, ya sea como ayudantes de alguno de los anteriores ya como miembros de los servicios del Estado Mayor, entre otros oficiales Luis González, Agustín Cortés, F. Molina, Vargas y Vivancos.
Para preparar la operación, el mando guerrillero decide acercarse a la frontera española y, dejando Toulouse, instala su centro operacional y cuartel general en Montrejeau en el propio departamento de Haute Garonne a 28 kilómetros de la frontera española. El capitán guerrillero Jaume Puig «capitán Roland», explica que «aproximadamente un mes después de la liberación de Francia se nos dio la orden a los miembros de la 2.a Brigada de que ocupáramos asentamientos en Montrejeau. De acuerdo con el nuevo alcalde de la población ocupamos el castillo en el que días más tarde se instalaría el Cuartel General de la Agrupación de Guerrilleros españoles, así como la escuela del pueblo y una torre propiedad del anterior alcalde colaboracionista de Pétain. Este exalcalde nos pidió que no destrozáramos nada ya que en aquella torre habían estado incluso los alemanes y la habían respetado. En el castillo encontramos un coche marca “Buick” sin ruedas. Lo confiscamos y fue el utilizado por el “general Luis”».
La citada segunda brigada, mandada por el comandante Joaquín Ramos, había sido el núcleo fundamental de la liberación de Toulouse. A ella se le incorporarían otros grupos que lucharon en el departamento del Tarn et Garonne y constituirían en conjunto la Brigada 410, una de las que penetrarían en España.
En Montrejeau, el Estado Mayor de la AGE empezó a elaborar los planes para el ataque a España.
La «reunión de los generales».
La realización de un ataque a gran escala sobre el Pirineo, es decir, una invasión «abierta», como un ejército, significaba un cambio táctico fundamental en la acción de los guerrilleros, finalizando las penetraciones en España a base de pequeños grupos. La estrategia política global no cambiaba, porque en ambos casos se trataba de lograr la insurrección nacional contra el franquismo.
Pero si entre los altos mandos guerrilleros la orden de un gran ataque había sido recibida con alegría, no ocurriría lo mismo cuando se comunicó a las unidades guerrilleras.
Los responsables debían informar a los mandos de las brigadas y batallones guerrilleros. Una de las asambleas fue la llamada «reunión de los generales», aunque en realidad sólo había dos guerrilleros de tal empleo. La preside «Mariano», responsable de la «Comisión de Trabajo» de Francia del PCE, y asisten la mayor parte de los jefes de brigada, instructores de brigadas y divisiones y algunos otros jefes, totalizando unas 80 personas.
«Mariano» hace la presentación inicial diciendo que se ha recibido una comunicación de la Junta Suprema de Unión Nacional —varios de los asistentes confirman que se refirió a este organismo, no al PCE— pidiendo una acción masiva sobre la frontera española que tuviera efectos inmediatos sobre el país, en lugar de seguir con una acción de guerrillas, mucho más lenta. «Mariano» dice que ya existen las condiciones adecuadas para conseguir el éxito, aportando como datos sobresalientes la desmoralización del Régimen de Franco, la división en el seno del Ejército, los deseos de liberación del pueblo español y el rechazo del franquismo, todo lo cual da la seguridad de que el ataque será la chispa que encienda una España en tensión —«un verdadero polvorín», se dice en ésta u otras reuniones—, por lo que una operación audaz permitiría la liquidación del franquismo.
La propuesta halló una predisposición adecuada entre los jefes guerrilleros, convencidos de la necesidad de actuar en España, pero no todos coincidieron en aceptar una operación masiva. Algunos rebatieron los argumentos de «Mariano» diciendo que aunque el Ejército de Franco estuviera dividido, el dictador siempre tendría una parte que le sería fiel y podría luchar contra un ejército guerrillero mucho menor. Alguno llegó a decir que esto significaría la eliminación de la guerrilla.
«Mariano», con apoyo de los generales Luís y César, el coronel Acevedo y otros, abundó en sus razonamientos, dejando claro que además de producirse la sublevación del pueblo debería ocuparse una franja de terreno en la que pudiera instalarse un gobierno provisional republicano, y alguien llegó a decir que serían hombres fuertes de dicho gobierno Negrín, Álvarez del Vayo y el general Riquelme. Alguno de los defensores del proyecto argumentó que una acción de este tipo obligaría, ante el hecho consumado, a los aliados a actuar contra Franco, ya que se habían comprometido a limpiar Europa de todos los regímenes instaurados con la complicidad de Hitler y Mussolini, añadiendo que la coyuntura mundial era extremadamente favorable y que, en el peor de los casos, como los aliados concentraban sus esfuerzos contra Alemania no se atreverían a oponerse a una operación que era continuidad de la lucha contra un régimen aliado de Hitler. «Además, —se dijo—, una vez iniciada la operación, los demás partidos republicanos españoles se verían obligados a actuar, abandonando la pasividad».
Alguno de los promotores llegó a decir que en España se produciría una situación similar a la de Francia en los días de la Liberación, con más del ochenta por ciento de la gente a favor de los liberadores.
Entre los asistentes hay discrepancias —porque se trata de una interpretación—, acerca de si alguien, al parecer «Mariano», insinuó que instrucciones llegadas desde Moscú aconsejaban una invasión masiva. Lo que sí es cierto es que desde Moscú, a través de «Radio Pirenaica», se difundían encendidas proclamas antifranquistas y se llamaba a la lucha a la guerrilla y el pueblo español, pero nunca dieron criterios concretos sobre un tipo u otro de invasión, como explica Dolores Ibárruri.
Como puede comprobarse, en esta asamblea se dijeron bastantes más cosas que en la reunión de la delegación del Comité Central del PCE, que se limitó a decidir una operación masiva y fijar el Valle de Arán como punto central del ataque.
Cuando se habla hoy con jefes guerrilleros, todos dicen que ellos estaban en contra de tal operación masiva, pero la verdad es que en aquella reunión muy pocos abrieron la boca. Cándido Juárez, instructor de la Brigada Primera llega a cuantificarlos y dice que sólo fueron dos, uno de ellos un tal «Anaya» —su verdadero nombre era Ortega— instructor de la División de Cristino García, y el propio Juárez, quienes negaron que en España existieran las condiciones adecuadas para la sublevación. «Después de la reunión —dice Juárez—, me llamaron los generales Luís y César y me dijeron que no comprendían mi actitud, dado que conocían mis antecedentes de fidelidad al partido. Les respondí que yo estaba de acuerdo en ir a luchar a España para crear las condiciones adecuadas, pero conocía la frontera española y sabía que el clima idóneo para la sublevación no existían, en base a datos que nos aportaban nuestros enlaces que venían de España».
La reunión terminó manifestando los asistentes que aceptaban la propuesta, aunque bastantes aclararon que lo hacían «por disciplina de partido».
Reuniones similares tendrían lugar durante el mes de septiembre con la participación de otros jefes de unidades de niveles inferiores y cuadros del PCE, reproduciéndose de forma aún más aguda las discrepancias anteriores sobre la forma de la invasión pero coincidiendo casi siempre en la aceptación final por disciplina, sobre todo los comunistas. Los anarquistas y socialistas eran más reacios y alguno calificó de descabellado el proyecto, insistiendo en la penetración de grupos pequeños, máximo 30 hombres, e incluso unos pocos propusieron esperar al final de la Segunda Guerra Mundial para tener garantías de ayuda aliada. Eduardo Pons, libertario, entonces capitán guerrillero en la zona de Aude-Ariége, explica que «el 1 o 2 de septiembre tuvimos una reunión en Carcasonne, a la que vinieron desde Toulouse un tal Gálvez, y otro llamado Antonio Fernández, madrileño, carpintero de profesión, enviados por la Comisión de Trabajo. Nos dijeron que estaba muy estudiada y decidida la realización de un gran ataque, en lugar de pequeñas penetraciones como había sido lo previsto y realizado hasta entonces. Unos días más tarde, hacia el 7-8 de septiembre, celebramos una segunda reunión. Nosotros dijimos que era un suicidio, y tras enfrentamientos verbales, el día 9 dimitimos algunos, entre otros el comisario Enrique Valero “El Viejo”, el comandante Julián Villapadierna García “El Maestro”, que era de la corriente negrinista del PSOE y coordinador guerrillero de la zona Aude-Ariége-Pirineos Orientales, y yo mismo». En otras reuniones hubo muchas más dimisiones.
Las discrepancias trascendieron, en menor o mayor medida, a las bases guerrilleras. Juan Cánovas, un guerrillero, recuerda haber oído discusiones entre oficiales guerrilleros y representantes del PCE sobre el tema.
A pesar de tanta discrepancia, el plan era apoyado mayoritariamente por los guerrilleros, sobre todo los de niveles inferiores, menos informados, que estaban enardecidos por sus éxitos frente a los alemanes. La moral de victoria era altísima y la euforia inmensa. Esperaban repetir sus triunfos con el Ejército español, porque creían que los soldados se unirían a los guerrilleros liberadores. A todo ello se sumaba la ilusión de «la vuelta a casa» y, además, victoriosos. La añoranza de los familiares y de la tierra les impulsaba hacia la frontera española.
«Hoy puede pensarse —dice Azcárate—, que aquello era una locura o una tenebrosa manipulación, pero hay que situarse en el momento en que se produjo. Existía la experiencia de la liberación de Francia. Una imagen subjetiva de haber pasado de la opresión a la libertad más absoluta, siendo los amos del sur de Francia y con una formación política planteada totalmente hacia la liquidación de los fascismos. La entrada de la guerrilla en España de una u otra forma era casi espontánea y respondía a un estado de opinión». Un guerrillero añade que «el sur de Francia era una fiesta continua en aquellas fechas». Y Josep Tomás dice que «la euforia era indescriptible. Camiones repletos de guerrilleros españoles enarbolando banderas francesas y de la República Española, desfilaban continuamente por las calles de Toulouse y de otras poblaciones, menudeaban las concentraciones jubilosas… Y, en general, la población francesa nos apoyaba porque estaban agradecidos por nuestra lucha contra los alemanes».
En este ambiente, que otros muchos describen con palabras similares, fueron muy pocos los que se negaban a ir a luchar a España. Entre éstos estuvieron Bayona, del PSUC, y el capitán Francisco Garriga. Y pocos más. La decisión de un ataque global, una invasión, significaba un cambio total de táctica respecto a los planes anteriores, en los que siempre se había hablado de penetraciones menores, de grupos de siete, catorce o veintiún hombres, pero no más. Pons Prades afirma que él participó en una reunión presidida por José Luís Fernández Albert en abril de 1944, otra a mediados de mayo y una tercera el 7 de junio, al día siguiente del desembarco de Normandía, y en todas se habló de penetrar en grupos no superiores a 21 hombres.
Por su parte Gabriel Vilches, que junto a Miguel Vera había mandado guerrilleros en la zona del Alto Saboya, dice que en todas las reuniones de los meses anteriores a la decisión del gran ataque a España las proposiciones que se habían formulado y, en general, aceptado, eran las siguientes:
—Realizar «infiltraciones» en base a grupos pequeños, nunca «invasiones».
—Si se realizaba una infiltración masiva, ésta tendría lugar después de la terminación de la guerra en Europa.
—Los guerrilleros que pasaran a España debían ser de probada veteranía y con gran resistencia física y espíritu de sacrificio.
La actitud de Negrín
Aunque «Mariano» y jefes del maquis hablaran de instalar un gobierno republicano en la cabeza de puente liberada por los guerrilleros, tal planteamiento no había sido el de la Delegación del Comité Central del PCE. «En la reunión inicial en la que se decidió la operación —dice Gimeno— nadie planteó la idea de instalar tal Gobierno republicano porque en Francia la organización política republicana estaba poco vertebrada. El objetivo para nosotros era el derrumbamiento del Régimen».
En ocasiones se ha dicho que representantes del PCE y de Unión Nacional fueron a visitar a Negrín para exponerle el proyecto, pero éste no se definió. Tanto Gimeno como Azcárate ratifican que no hubo contacto alguno. «Es más —precisa Gimeno—, unos meses después de la acción del Valle de Arán vino Negrín a Toulouse para instalarse en la ciudad y mantuvimos una entrevista con él comentando la situación del país y las posibilidades de actuación. Negrín consideró que no había lugar para la lucha guerrillera porque en cuanto terminara la Guerra Mundial los aliados nos ayudarían a acabar con Franco. Nosotros, los comunistas, le expusimos nuestro criterio de que los aliados nos ayudarían, pero esto podía malograrse si no había un pueblo que luchara. Yo no confiaba en la ayuda aliada, pero aparte de que ésta pudiera o no producirse, nuestra convicción era la de que para derribar a Franco habíamos de empujar los españoles».
Según Pons Prades, Indalecio Prieto quería trasladarse de México a Londres en 1942 y formar, junto con Negrín, que estaba en la capital británica, un Gobierno español en el exilio. Los ingleses se negaron, alegando que ya tenían allí demasiados Gobiernos en el exilio de países ocupados por los alemanes.
Pero si los altos cargos políticos no se habían planteado instalar un Gobierno en el Valle de Arán, sí lo habían hecho otros, entre ellos los jefes guerrilleros, y a ello no era ajeno el haber elegido precisamente dicho punto como centro del ataque. Se trata de un valle de vertiente atlántica, el único de todo el Pirineo español, en el cual era más difícil la comunicación desde España que desde Francia. Además, se estaba a las puertas del invierno, y con la caída de las primeras nieves el valle quedaba aislado del territorio español durante meses, al quedar bloqueado el único cordón umbilical, la carretera Viella-Tremp, puesto que entonces el túnel de Viella estaba aún en obras. En aquella situación de aislamiento cabía la posibilidad de mantenerse —ocupando la comarca durante unos meses— con pocas fuerzas defensivas y, por tanto, disponiendo de un Gobierno republicano instalado en territorio español que pidiera ayuda a los aliados. El punto de ataque, desde el punto de vista geoestratégico, estaba muy bien elegido si se quería crear un bastión republicano.
Reforzamiento político
En paralelo a la preparación militar, los comunistas maniobran para ampliar las bases de apoyo a Unión Nacional. A principios de septiembre de 1944 el general Riquelme es nombrado jefe honorario de la guerrilla española por parte de Unión Nacional y el alto mando guerrillero, además de presidir el Comité de Unión Nacional. También en este mes de septiembre fue creada la «Unión Nacional de Intelectuales» —que más adelante cambiaría el nombre por el de Unión de Intelectuales Españoles— en el que se incorporaron, entre otros, Victoria Kent, Corpus Barga, José María Quiroga Pía, Salvador Bacarisse y otros. Junto a numerosos órganos de expresión propagandística publicados en diversos departamentos franceses, aparece en estas fechas en Rodez (departamento de Aveyron), el semanario cultural «Unión», órgano del Comité España-Francia, en el que colaboran Corpus Barga, Tristán Tzara, Jean Cassou y otros, según explica Joan Estruch.
El PCE se va organizando también como partido. Poco después de la liberación de Francia tuvo lugar en el Palacio de Cristal, en la plaza Juana de Arco de Toulouse, una reunión del PCE, aunque fue más de contacto que resolutiva. La primera reunión de trabajo no se produjo hasta 1945, tras la llegada de Dolores Ibárruri. Se celebró en el Jardín Botánico de Toulouse, y asistió Pablo Picasso. Éste llegó tarde y quería estar sólo un momento, pero al final se quedó y participó en una juerga.
Por otra parte, se establecerían mecanismos políticos de presión sobre el franquismo como, por ejemplo, una carta firmada por 300 personalidades políticas e intelectuales en el exilio, colaborando en ello organizaciones como la «Unión de profesores y universitarios en el extranjero», el «Ateneo Ramón y Cajal» y la «Agrupación de Periodistas y Escritores en el exilio», con fuerte presencia comunista.
Entre los firmantes figuraban Luis Buñuel, Pablo Picasso, José Giral, Alejandro Casona, Manuel Tuñón de Lara, Mariano Ruiz Funes, Rafael Alberti, María Teresa León, Jacinto Grau y otros.