3

Adiós a la Guerra Mundial. El objetivo es Franco

«¡¡La hora ha llegado!! ¡No se puede perder un momento! Ha llegado el período de organizar la lucha activa por la Reconquista de España: Tenemos que crear las condiciones indispensables para el derrocamiento de Franco y Falange. ¡¡Españoles!! ¡No hay un minuto que perder! Nuestra Patria nos observa y nos espera. No podemos defraudar a nuestros hermanos que sufren la tiranía falangista en los campos y en las cárceles; no podemos traicionar a nuestros mártires y a nuestros caídos cuyo ejemplo nos marca el camino de nuestro deber. Este deber es el ingreso en nuestras unidades de guerrilleros que con la vista fija en España bajo la dirección de la Junta Suprema de Unión Nacional asesten el golpe definitivo que dé al traste con Franco y Falange, poniendo fin al oprobio y a la vergüenza que sufre nuestra Patria».

Este texto forma parte de un manifiesto editado el 21 de agosto de 1944, pocos días después de la liberación de Francia, por el Comité Interdepartamental de Unión Nacional de los Pirineos Orientales. Tras el lenguaje panfletario se evidencia un objetivo claro: la iniciación de la lucha en España.

Todos al Pirineo

En junio, inmediatamente después del desembarco aliado en Normandía producido el día 6 de este mes, el Comité de UNE publicó un manifiesto en el que llamaba a todos los guerrilleros a dirigirse hacia el Pirineo. Según confirma Manuel Gimeno «Raúl», entonces el máximo representante del PCE que seguía en Francia, dicho manifiesto se hizo a propuesta de la delegación del PCE y la Agrupación de Guerrilleros dio la orden correspondiente a las unidades.

«En las semanas siguientes —dice Gimeno—, era frecuente ver a los españoles en las estaciones de ferrocarril con sacos en la espalda simulando que eran trabajadores, pero en cuyo interior llevaban sus metralletas junto a los efectos personales». Se dirigían hacia el Pirineo en unos viajes largos, con zigzags y largas horas de espera debido a que la red de comunicaciones estaba muy dañada tanto por los bombardeos aliados como por la acción de la Resistencia, particularmente activa entonces. Para los alemanes era muy difícil controlar los movimientos de gente, dada la enorme confusión y los miles de refugiados que huían de los frentes o ciudades bombardeadas.

En un par de meses, la mayor parte de los guerrilleros españoles se encontraban en una franja de territorio francés próxima a la frontera española e incluso la delegación del PCE que se encontraba en Aix-en-Provence se dirigió a Toulouse, ciudad a la que llegaron también Carmen de Pedro y Manuel Azcárate de regreso de Suiza.

Los franceses querían que los guerrilleros españoles se enrolaran en las unidades galas formadas tras la Liberación para seguir luchando contra los alemanes, pero los dirigentes españoles se negaron. Manuel Azcárate explica el proceso de desvinculación de los españoles de la Guerra Mundial: «En dos ocasiones los franceses nos solicitaron que siguiéramos luchando junto a ellos. La primera petición fue formulada oficialmente por el Gobierno Provisional, y la segunda actuando como intermediario el Partido Comunista Francés. Como la República Española no era beligerante, no tenía cabida una unidad autónoma de resistentes españoles, y por ello nos ofrecieron dos posibilidades: incorporarnos al Ejército francés, o la desmovilización.

»Los de la dirección del PCE en Francia discutimos profundamente la conveniencia de crear una gran unidad de fuerzas españolas que se incorporara al Ejército Francés, pero llegamos a la conclusión de que esto no añadía nada a la marcha de la Guerra Mundial, en la que combatían millones de hombres con armas potentes. Para nosotros era más importante pensar en España, donde estos miles de guerrilleros podían ser decisivos para poner en marcha la insurrección nacional. Por ello nos negamos a ir al frente contra los alemanes.

»Por otra parte —añade Azcárate— el deseo de ir a luchar a España era un clamor generalizado entre los españoles, muchos de los cuales por iniciativa propia y de forma casi incontrolada iban pasando la frontera».

López Tovar, jefe guerrillero y uno de los principales protagonistas de nuestra historia sobre el maquis, expresa también la idea desde el ángulo del combatiente. «Cuando los alemanes se encerraron en las fortalezas del Atlántico, los franceses nos pidieron que fuéramos a luchar allí. Yo me negué y les dije que si los alemanes se habían encerrado, ya saldrían».

«¿Para qué íbamos a ir? ¿Para que murieran muchos de los nuestros y algún político se anotara una medalla?».

Gimeno precisa que los españoles que estaban encuadrados en las unidades regulares francesas, como la Legión o la División Leclerc, debían seguir luchando contra los alemanes, pero los guerrilleros no dependían directamente del Mando aliado, por lo que podían adoptar una actitud independiente. A pesar de ello, bastantes combatientes españoles no comunistas fueron a luchar junto a los franceses.

Josep Aymerich, teniente coronel guerrillero, aporta otra faceta de la postura de los españoles. «Nosotros nunca habíamos dejado de mirar a nuestro país, incluso cuando combatíamos contra los alemanes. En un momento de optimismo en que el fascismo se hundía en Europa ¿cómo una victoria de tal magnitud no iba a trasladarse también a España? Y a todo ello se unía una circunstancia adicional: Nosotros recordábamos que los franceses no se habían portado bien en 1939 con los exiliados españoles. Ahora les decíamos que la Guerra Mundial era su guerra, no la nuestra».

En el manifiesto citado al principio de este capítulo los españoles dan a conocer abiertamente su postura diciendo que «daremos nuestro apoyo moral y material de una manera abierta y franca al pueblo francés mientras nos encontremos aquí. Pero nuestras miradas están fijas en España y esto quiere decir que en la lucha que ocupa al pueblo francés no nos corresponde asumir papeles de dirección, pero tampoco de satélites o comparsas».

Rápido encuadramiento

En el territorio del sur de Francia dominado por los guerrilleros españoles se procede a la reestructuración de las unidades guerrilleras, dando homogeneidad al encuadramiento de las Brigadas y agrupándolas —más en teoría que en la realidad— en divisiones.

En los meses de agosto y septiembre de 1944, las propias unidades guerrilleras, el PCE y Unión Nacional enarbolan el banderín de enganche. No sólo se enrolan los expertos luchadores, sino que a ellos se unen jóvenes hijos de emigrantes españoles que ni siquiera conocían España pero a los que el fervor de la victoria les llevaba a participar en la liberación de la patria de sus padres, que muchos seguían considerando como propia. También se integran muchos «resistentes» que no han combatido con las armas a los alemanes. Los comunistas siguen siendo el núcleo principal, aunque abundan los anarquistas y muy pocos republicanos y socialistas.

Las unidades españolas que se forman tienen una estructura externa similar a las de las Fuerzas Francesas del Interior que también se van reestructurando en el país tras la liberación, pero añaden la particularidad de tener una organización política. A las secciones típicas de un Estado Mayor del Ejército —personal, información, operaciones y logística— unen la denominada «sexta sección», equivalente al Comisariado de las unidades republicanas de la Guerra Civil o del Ejército Soviético. El máximo cargo político era Juan Blázquez «general César», y el nombre que tendrían los responsables de las unidades era el de «instructor», sustantivo extraído de la denominación que en la Revolución Bolchevique se aplicó al responsable político de zona, fábrica, célula… Tenían por función la orientación política de los guerrilleros, elevar la moral de los luchadores, explicar el contenido político de las misiones… Muchos guerrilleros veían con disgusto la figura del «instructor», y algunos cáusticamente les llamaban «el ojo de Moscú». Entre los franceses sólo los comunistas del FTP tienen «instructores».

Con la llegada de los guerrilleros al sur se modifica la estructura de las divisiones. Las seis existentes hasta entonces se aglutinan en cuatro, que loman inicialmente los números convencionales de 26, 88, 102 y 158, con sus puestos de mando, respectivamente, en Perpiñán, Toulouse, Pau y Tarbes. Esta última era mandada por Cristino García. La que tenía su sede en Pau estaba a las órdenes de José Vitini, sustituido luego por Juan Antonio Valledor. La número 88 la mandaba inicialmente el coronel José García Acevedo a quien sustituye el comandante Antonio Molina, en lauto que la 26 división tuvo por jefes al comandante Medrano, el teniente coronel Manuel Castro y el teniente coronel Aymerich. De todas formas, esta organización tuvo escasa vigencia y menos arraigo entre los guerrilleros, la mayoría de los cuales ni siquiera recuerda el número de la división en que estaban. Además, al cabo de poco fueron de nuevo cambiados los números de aquéllas por otros —99, 186, 204,…— tan artificiosos como los anteriores.

Algunos de los encuadrados deben recibir instrucción en el manejo de las armas, pero la mayor parte son ya expertos. La formación militar más importante que reciben los guerrilleros es la que ellos llaman «hacer piernas», consistente en largas marchas, casi siempre nocturnas, cargados con mochilas llenas de piedras hasta alcanzar 35-40 kilos, y con las que tenían que andar horas y horas por las montañas. Fue una instrucción muy útil.

Normas para la lucha

Para las fuerzas que son reclutadas, la Sexta Sección de la Jefatura de Estado Mayor de la Agrupación de Guerrilleros Españoles publicó una orden general en la que daba las normas para el comportamiento de los guerrilleros al entrar en España. Dicha orden no fue difundida por escrito entre los guerrilleros, pero sí se les explicaron los criterios en ella contenidos.

El texto de dicha orden es el siguiente:

«Consigna que todo guerrillero debe tener presente en su lucha en tierra de España:

  1. Respeta las costumbres, el idioma, las creencias y los sentimientos de tus compatriotas. Tu lucha es contra Franco, los falangistas y contra su régimen de miseria y opresión.
  2. No permitas que se robe a los campesinos sus productos, sólo los falangistas requisan y roban. Págales todo lo que te proporcionen: ellos deben ser aliados, y señalarte quiénes son los falangistas más odiados de su pueblo. Explícales que Unión Nacional respeta sus ideas, creencias, sentimientos y propiedad.
  3. En tus ataques contra los cuerpos armados, no olvides que en ellos hay patriotas e hijos de España. Sé implacable contra los falangistas. Ni tregua ni cuartel para los que perpetúan con las armas la traición de una Patria sojuzgada.
  4. No permitas atentados ni saqueos en las vidas y haciendas de los antifalangistas; castiga a los incontrolados como enemigos y perturbadores que son. Sé intransigente con los falangistas recalcitrantes; éstos deben ser el blanco de tu fusil.
  5. No te comportes como ocupante, sino como liberador; respeta todas las ideas, sentimientos y creencias de los españoles enemigos del falangismo.
  6. Sé implacable con el enemigo y justo con el verdadero patriota.
  7. El falangista significa pillaje, bandidismo, y anti-España. El guerrillero es respeto, hidalguía, honradez y patriotismo.
  8. La liberación de España debe ser obra de todos los españoles; en la lucha de liberación caben obreros, campesinos, burgueses, sacerdotes, militares y todos aquéllos que odian a Franco y a Falange.
  9. No olvides que la "Unión Nacional de todos los españoles es la salvación de España". Organiza Juntas y Grupos de Unión Nacional en pueblos y villorrios. Sé un orientador de los españoles. Infórmales del programa de U. N. que a todos interesa por igual. La Junta Suprema de Unión Nacional es la suprema autoridad en la lucha contra Franco y Falange. Hay que popularizarla en todas partes.
  10. Haz comprender que para ser libre hay que luchar; que el guerrillero es el brazo armado de UN y, por lo tanto, de España; que todos los amantes de la libertad deben movilizarse para la lucha, y que los jóvenes amantes de España deben ir a «Guerrilleros». Haz conocer las acciones de los guerrilleros en Francia.
  11. No engañes a nadie, tu lucha es por España y para España. Defiende los intereses, ideas, costumbres, sentimientos y libertades de todos los españoles.
  12. Estudia tus acciones antes de realizarlas, lleva siempre una buena información.»

Mientras tanto, Radio Toulouse, controlada por los españoles, lanza encendidas proclamas llamando a la lucha, y en las organizaciones guerrilleras se va difundiendo una consigna: «Franco debe caer antes que Hitler».

En este clima de euforia, de forma escasamente programada y muchas veces por iniciativa de los propios jefes de unidad, grupos guerrilleros empezaron a penetrar en España por distintos puntos de la frontera a partir del propio mes de junio de 1944.

Desertores alemanes

A pesar de que España no es país beligerante, que el comercio a través de los Pirineos se redujo a algunos suministros españoles a Alemania y que no abundaban ni turistas ni emigrantes, la frontera pirenaica española no había sido un remanso de paz durante los años de la Guerra Mundial.

Empezaron a cruzarla los expatriados españoles de la Guerra Civil que regresaban a su país, y a ellos les siguieron judíos que huían de los nazis, y franceses que querían unirse a De Gaulle. Después fueron los voluntarios de la «División Azul» quienes marcharían en sentido contrario a los anteriores, y a partir de 1943 fue frecuente la llegada de pilotos ingleses y americanos derribados sobre Francia y que, rescatados por la Resistencia, intentaban volver a Inglaterra vía España.

Entre 1939 y 1944, los guías comunistas y anarquistas, y en menor grado los de otros grupos, habían cruzado en centenares de ocasiones las montañas. En unos casos sus caminatas tenían objetivos estrictamente políticos, como el de acompañar a algún dirigente que entraba en el país o sacar a otro «quemado» y perseguido, llevar mensajes y propaganda, facilitar la fuga de algún dirigente político francés o piloto aliado…, pero a menudo tal actividad estaba guiada por el lucro, en especial cuando se trataba de evacuar fugitivos de los alemanes. Algún guía, dicen personas conocedoras del tema, llegó a asesinar a sus propios clientes para robarles.

Uno de los mayores esfuerzos realizados por las organizaciones clandestinas españolas en el sur de Francia había sido la formación de guías para el paso pirenaico. Entre los numerosos nombres de guías o responsables de cadenas de evasión de esta época pueden citarse a Joan Sirvent, Peyrevidal, Pradal, «Ramón», Cuenca, Lallana, Romero, Llach, Martínez, Guerri, Rovira, Arquer, Viadiu, y, el más famoso de todos, Ponzán (Vidal), anarquista, quienes trasladaron muchos fugitivos a España, los cuales en los años siguientes tendrían muchos continuadores de su actividad. En estos años, aunque parezca extraño, la entrada y salida del territorio español fue muy cómoda para estos guías. Hubo poquísimas detenciones y, en el caso de los comunistas, se mantuvo un servicio de comunicaciones muy regular entre España y Francia, utilizando de forma preferente, aunque no exclusiva, los itinerarios de la provincia de Gerona.

A finales de 1943, y sobre todo en 1944, un nuevo tipo de fugitivo hasta entonces desconocido como tal, llegaba a los puestos fronterizos españoles: los desertores del Ejército alemán de guarnición en el sur de Francia. Cuando se produjo la liberación del Midi llegaron al territorio español, aisladamente o en grupos de hasta una veintena, militares alemanes huyendo de la Resistencia. Soldados españoles de guarnición en la frontera aún recuerdan admirados su llegada, con uniformes impecables y, en algunos casos, reproduciendo la imagen tópica de la Wehrmatch, con sus motos BMW con sidecar.

En los momentos en que se vislumbraba la victoria aliada, la llegada de estos refugiados alemanes no era nada agradable para Franco, pero menos aún lo sería la entrada sin permiso de unos nuevos visitantes: los maquis.

La vertiente sur de los Pirineos empezaba a hervir.

Las primeras infiltraciones

El pasó o merodeo de partidas guerrilleras tenía precedentes lejanos. La primera detección de una partida por las fuerzas de Orden Público se produjo el 8 de febrero de 1941, según el teniente coronel de la Guardia Civil Aguado Sánchez. Una patrulla de la Benemérita de Espona (Gerona) sostuvo un tiroteo con una partida en El Fornás, causándoles un muerto. Unos días más tarde se tuvo conocimiento de otra partida de unos quince que requisaron comida en masías cercanas a la frontera y luego se internaron en Francia.

Nada pasa en 1942, mientras que en 1943 en Bolvir se produce un enfrentamiento con un muerto por bando. Este mismo año moriría en un enfrentamiento con la Guardia Civil el joven dirigente comunista Manuel Sánchez Esteban. No venía a desarrollar actividad guerrillera sino política.

Es poco probable que antes de 1943 los guerrilleros tuvieran interés en penetrar hacia el interior de España para actuar como tales. Algunos detenidos por la Guardia Civil en las cercanías de la frontera alegaron, normalmente mintiendo, que formaban parte de la Resistencia francesa y, extraviados, habían penetrado equivocadamente en España.

Pero hacia mediados de 1944 cambia la situación, y en los últimos meses de la ocupación de Francia por los alemanes van llegando a Barcelona, primero y más importante punto de destino, grupos guerrilleros entre los que se encuentran los de «El Berrugas», «Pichón», «El Técnico», que pretenden crear una incipiente guerrilla urbana, y otros muchos que siguen después hacia el interior de España. Algunos grupos, como el de Vita, se quedaron por las comarcas gerundenses. Margarita Abril, entonces responsable de las JSU de Cataluña, explica que en esta época llegaron muchos grupos de jóvenes entusiasmados por la idea de liberar España: «Les dijimos a unos que las condiciones no eran las adecuadas para la sublevación, que no disponíamos de medios y tampoco de órganos de propaganda para difundir nuestras ideas entre la población civil. Uno de ellos me respondió que para difundirlo asaltarían “La Vanguardia” para convertirla en órgano de la sublevación».

El domicilio en que muchos de estos jóvenes se cobijan en Barcelona es el de Conchita Montané, pero la suerte de estos grupos sería el fracaso inmediato, por desconocer la realidad española. Llegados aquí, querían aplicar la táctica guerrillera en la que eran expertos, la de continua movilidad y acción fulminante, seguida del repliegue estratégico. Pero se equivocaban al trasladar mecánicamente a España los esquemas de la lucha en Francia. Había, sobre todo, un cambio fundamental, el de que allí luchaban contra un ejército extranjero y en España no. Una vez más, los comunistas se habían creído su propia propaganda y ésta les jugaría una mala pasada. Desde la Guerra Civil venían diciendo que Franco era una marioneta al servicio del extranjero y que el país estaba ocupado por Hitler y Mussolini. Al margen de cualquier idea política, venir con tales criterios sin matizaciones era ir al fracaso.

La mayoría de las partidas caen de inmediato, incluso las dirigidas por expertos guerrilleros, como el caso de «El Berrugas». El testimonio de Ángel Planas, años más tarde presidente de la Amicale de exguerrilleros en España, es elocuente: «Llegamos a Barcelona un grupo de nueve hombres, y fuimos en busca de “El Berrugas”, que estaba en las barracas de Montjuich. Nos dijo que su grupo estaba prácticamente desarticulado y sólo le quedaba un enlace, lo que quitaba capacidad para realizar acciones guerrilleras y lo único que podían hacer era dar golpes económicos. Le respondí que yo había venido a España para hacer de guerrillero, no de atracador, y me marché. El resto del grupo siguió con “El Berrugas” y pronto caerían también tras un atraco».

He ahí la información de la prensa de Barcelona aparecida el día 15 de octubre de 1944, referida al grupo: «Ayer, de madrugada, en el Campo de la Bota, se cumplieron las sentencias dictadas por el Consejo de Guerra celebrado recientemente contra José Ramón Álvarez, Vicente Badía Marín, José Perarnau Bacardí, Leopoldo Ruiz Farado, César Somorribas Edesa y Luís Vitini Flórez, quienes intervinieron durante la dominación de los rojos en varios hechos delictivos, siendo los autores del reciente atraco a mano armada contra la fábrica de Cervezas Moritz de Barcelona».

Una anécdota socarrona de la disociación entre la guerrilla y la población se produciría en una casa de campo de Llert (Huesca) en la que vivía un campesino poco espabilado y a la que llegaron un grupo de guerrilleros. El labriego les preguntó a quién buscaban y cuando los maquis le respondieron «¡A Franco!», les dijo con inocencia: «Pues no lo busquen por aquí porque a este señor no le conocemos, ni le hemos visto nunca, ni tiene que venir por aquí». Al margen de la anécdota, la realidad es que el pueblo español vive en otra órbita. La preocupación central es la supervivencia en unas circunstancias económicas difíciles, acompañada de la mirada al desarrollo de la Guerra Mundial. En las tertulias de café de un país que no habla de política interna el tema de este verano de 1944 es Carlos Arruza, una estrella del toreo que asciende con fuerza tras su debut el 18 de julio en la plaza de toros de Barcelona, y a quien sólo supera «Manolete». De los guerrilleros, el pueblo español no conoce siquiera su existencia. La prensa nada dice, y la influencia de aquéllos se limita a pequeños pueblos de la montaña.

La guerrilla y los paisanos

Aunque la mayor parte de las partidas que cruzan la frontera en estas fechas —junio, julio y agosto— logran pasar sin ser detectadas, algunas chocan con la Guardia Civil, como un grupo de nueve detenido en las proximidades de la frontera gerundense el 30 de junio y otra que, al día siguiente, mantendría un tiroteo con la Benemérita en Sant Joan de les Abadesses produciéndose un muerto por cada bando. Los guerrilleros, en general, intentan evitar los choques, ya que su deseo es penetrar en el interior de España sin ser descubiertos, no causar prematuras bajas a sus adversarios ni sufrirlas ellos.

Los vecinos de los pueblos pirenaicos ven partidas de guerrilleros, los cuales hablan a menudo con ellos sin hacerles daño alguno. Los pastores son a veces menos afortunados, y algunos maquis les obligan a sacrificar animales, que en estas primeras incursiones raramente pagan. Eso sí, los maquis invitan al pastor a comer con ellos. De todas maneras, en esta primera época del maquis puede afirmarse sin la menor reticencia que, en general, los guerrilleros trataron muy bien a la gente, casi no mataron a ningún paisano y cuando pedían comida raramente lo hacían con exigencias. En algún caso llegaban a ir a las casas a escuchar la radio y campesinos del Alto Aragón cuentan detalles como el de que evitaban incluso pisar los sembrados. En Villacarli (Huesca) una mujer, Pepita, y su bebé murieron en el parto y los maquis bajaron de la montaña para dar el pésame a la familia, como recuerda Irene Ariño. Y el jefe guerrillero Joaquín Arasanz «Villacampa» explica que escribió una carta a un cacique del pueblo de Palo (Huesca) en la que le recordaba que se había portado mal, pero que le perdonaban si cambiaba.

Cuando se tenía conocimiento de que los maquis se acercaban a un pueblo, fue frecuente que los jefes locales de Falange o algún propietario de tierras huyera, pero casi siempre pudieron volver sin problemas.

Pero más destacable aún es lo sucedido con los sacerdotes, algunos de los cuales también intentaron huir ante la presencia del maquis. Las anécdotas podrían ser numerosísimas, aunque solamente se contarán algunas. En Espuña (Huesca), el sacerdote saltó por la ventana trasera de su casa intentando huir, pero se lastimó. Los maquis le curaron y dijeron que se quedara que nada le pasaría. Algo parecido ocurrió en Alós (Lérida) y alguna otra población. En Villacarli (Huesca), el cura marchó precipitadamente ante la llegada de los maquis, pero al día siguiente regresó vestido de paisano y con un tapabocas para recoger el Santísimo. Cerca de la iglesia estaba un grupo de maquis que no lo conocieron ni le dijeron nada, pero una señora del pueblo dijo «Mossén Antonio, ¡usted otra vez por aquí!», con lo que involuntariamente lo delató. Los guerrilleros expresaron su contrariedad con la fuga del párroco y dijeron que no hacían daño a nadie, con lo que aquél se quedó allí sin problemas.

En cuantos contactos ha mantenido el autor de este libro con hoy ancianos sacerdotes o paisanos de la zona pirenaica, sólo en un caso se le ha hablado del intento de los maquis de liquidar a un sacerdote, o al menos así lo creía el propio afectado. Se trata de don José Abad, párroco de varios pueblecitos de la ribera del río Isábena (Beranuy, Torrelarribera, Ballabriga…) en Huesca. Le avisaron de la llegada del maquis cuando estaba celebrando misa en Ballabriga y marchó sin terminarla. Parece que le vigilaban y se quedó en Beranuy, porque en este pueblo había un destacamento militar. Se da la circunstancia, empero —según cuenta José Fillat, alcalde de La Pobla de Roda—, que antes de ser sacerdote, durante la Guerra Civil, había sido alférez provisional, lo que podría motivar tal actitud anómala de los guerrilleros.

Son muchos los paisanos que afirman que los guerrilleros sólo amenazaban a aquéllos que les denunciaban. También en el Alto Aragón, un grupo de guerrilleros que operaban por allí se encontraban todos los días con un cartero rural, Blas Latorre, a quien preguntaban las novedades de lo que ocurría en el país. Un día el cartero dijo a la Guardia Civil que había visto a los maquis. Éstos se enteraron y le amenazaron y cuando se acercaban a un pueblo obligaron al cartero a ir delante de ellos, de forma que si les disparaban fuera el primero en recibir el plomo. Nada le hicieron, aunque Blas, por si las moscas, dejó de actuar como cartero durante un tiempo.

Una forma clásica de actuación de las partidas guerrilleras, incluso aquéllas que estaban de paso hacia el interior de España, era la siguiente: Tomaban el pueblo por unas horas y colocaban la bandera tricolor[3] en el ayuntamiento. Convocaban a los habitantes en la plaza y les repartían propaganda, al tiempo que el jefe del grupo o el «instructor» pronunciaba un efervescente discurso contra el régimen de Franco y sus cómplices, hablaba de Liberación del país y explicaba la política de Unión Nacional, y terminaba con una invitación a que se unieran a ellos, casi siempre sin éxito. Asimismo, recogían las armas que pudiera haber en el pueblo. En algún caso se hacía una pintada o inserción en las paredes de papeles contra el Régimen y a favor de Unión Nacional, y tras romper los documentos de la Fiscalía de Tasas, «recuperar» —es decir, llevarse— el dinero que había en el ayuntamiento proveniente de los impuestos y pedir comida a los campesinos, se marchaban del pueblo, a veces cantando el himno guerrillero. A menudo, los maquis hacían celebrar una misa a la que también ellos asistían.

El himno guerrillero decía así:

Por llanuras y montañas

guerrilleros libres van

los mejores luchadores

del campo y de la ciudad

Las banderas de combate

con sus mantos cubrirán

a los bravos paladines

que en la lucha caerán

Ni el dolor ni la miseria

nos harán desfallecer.

Seguiremos adelante

sin jamás retroceder

¡Españoles! ¡Muera Franco!

¡Viva la Unión Nacional!

Al cabo de poco tiempo de empezar las penetraciones en España, los guerrilleros pagarían cuanto cogieran, casi siempre por medio de un «bono» o «ticket» de Unión Nacional o del Ejército de la República. En el vale se anotaba aquello de lo que se había despojado al paisano —ovejas, un jamón, kilos de judías o patatas, cajetillas de tabaco…— y se les aseguraba que en cuanto cayera el Régimen franquista cobrarían todo lo que se les adeudaba presentando los vales. Y que no sólo percibirían el dinero sino que sería un gran honor para ellos haber contribuido a la Liberación de España. Los vales no eran fruto de la improvisación, sino que serían institucionalizados. Sólo los entregaría el jefe o pagador de la unidad guerrillera e incluso estamparían el sello de la Brigada de la que formaban parte. Esta práctica de entrega del «bono» llegó a extremos grotescos, como el que cuenta Fernando París, soldado de Automovilismo de la IV Región Militar. En una ocasión fueron detenidos por los maquis cuando llevaban camiones de abastecimientos para la tropa. Aquéllos les quitaron unas cajas de carne. ¡Y les hicieron vales!

A veces los guerrilleros llevaban moneda de curso legal obtenida en unos casos de los «golpes económicos» y en otros de cambio realizado legalmente, en la mayor parte de ocasiones en Andorra. Más adelante, parte de dicho dinero provendría de las «recuperaciones» de los ayuntamientos antes citadas. Según Josep Calpe «Moto», que colaboró en los pasos guerrilleros durante largo tiempo, sólo en una ocasión muy posterior a la época de que trata este libro los maquis introdujeron moneda falsificada. Fueron billetes de cien pesetas fabricados en Italia.

A pesar del buen trato de los maquis a la población civil, ellos nunca dejaban las armas cuando comían o dormían en una casa. La metralleta era como una parte de su propio cuerpo. Habrá que advertir, asimismo, que la corrección inicial de los guerrilleros que cruzaron los Pirineos con la población civil no siempre se conservó en toda la historia del maquis, sino que algunos fueron desde el primer momento o se convirtieron con el paso del tiempo en auténticos bandoleros.

Armamento e indumentaria de los guerrilleros

Los maquis que entran en España van equipados con un armamento individual muy moderno, indudablemente superior en calidad al del Ejército español y la Guardia Civil, aunque tiene el inconveniente de su heterogeneidad. Más de las dos terceras partes de los guerrilleros llevan metralletas de los tipos «Thomson» o «Stern», algunos disponen de carabinas americanas «Rock 011», una minoría de fusiles ametralladores franceses «Maxim’s» y otros de fusiles de repetición y pistolas. Muy pocos llevan armas no automáticas. Las metralletas citadas, además de sus pequeñas dimensiones tienen la ventaja de ser plegables, lo cual facilita la llegada de los maquis a las ciudades ya que las esconden con facilidad entre su indumentaria. Asimismo, llevan bombas de mano americanas y alemanas, junto con explosivos, entre ellos el «plástico», entonces desconocido en España.

El armamento provenía tanto de los «parachutages» —lanzamientos en paracaídas— de los angloamericanos sobre Francia como de los arsenales capturados a los alemanes en las últimas semanas de la ocupación de Francia. Los españoles habían sido muy audaces en la consecución del armamento lanzado en paracaídas y en muchos casos lo escondieron pensando ya en la futura lucha en España. Procuraban llegar antes que los franceses a los contenedores lanzados por los aliados y cogían todo o parte del material, borrando a veces con gasolina las cifras grabadas y cambiándolas. Este hecho es reconocido por numerosos militantes comunistas españoles del maquis. Los angloamericanos también lanzaron mucho dinero en billetes (francos, marcos y libras) para la Resistencia, aunque los españoles ponían menor énfasis en apropiárselo que en conseguir las armas.

El mayor problema de dotación de los guerrilleros era el suministro de munición. Aunque eran expertos luchadores y sabían disparar a base de ráfagas cortas o tiros aislados, el consumo de las armas automáticas es elevado, con lo que muy pronto podían quedar sin balas, y dada la heterogeneidad de su propio armamento y, sobre todo, de la diferencia de calibre con los del Ejército español, era imposible la reposición.

Cuando los grupos de guerrilleros son más numerosos, como ocurriría hacia septiembre-octubre de 1944, suelen llevar alguna ametralladora, generalmente las francesas «Hotkins». Curiosamente, muchas de ellas serían las mismas que se habían usado en la Guerra Civil y ahora volvían a manos de los guerrilleros españoles. Cuando el Ejército Republicano se retiró de Cataluña quedaron en poder de los franceses, dejándolas éstos a la Gendarmería del sur de Francia. Al hacerse cargo los guerrilleros españoles de arsenales en los días de la Liberación, volvían a recuperarlas. Serían las armas más anticuadas y viejas de cuantas traían los maquis al venir a España.

La prenda más característica de la indumentaria de los guerrilleros es la boina grande, aunque algunos llevan gorra de visera plegable. Sus ropas no eran uniformes pero tenían cierta similitud que un paisano que contactó mucho con ellos, Antonio Carrera, de Villacarli (Huesca) sintetiza diciendo que «los maquis llevaban uniforme, pero sin reglamentar». En general calzaban buenas botas del Ejército norteamericano y a veces alemanas, la camisa de color caqui o verdosa y en algunos casos los pantalones del mismo color. Un gran porcentaje viste cazadoras. Normalmente son de piel las de los oficiales y de pana de color negro, marrón o azul oscuros las restantes.

En sus espaldas llevan grandes macutos o morrales, algunos provenientes del Ejército norteamericano y otros elaborados por los propios guerrilleros. Juan Cánovas, exguerrillero, recuerda que en su unidad los hacían con telas de los paracaídas lanzados por los británicos.

Los enlaces que algunas partidas guerrilleras llevan consigo vestían como los paisanos.

La mayor parte de los guerrilleros de esta primera oleada van sin documentación, aunque no faltan quienes traen incluso sus cartillas de las FFI. La falta de documentación, aparte de desorientar al enemigo en el caso de recoger cadáveres o heridos, tenía el objetivo de que si se caía prisionero cada uno pudiera contar las historias que se inventara o creyera que iban a favorecerle. Algunos jefes guerrilleros llegaron al extremo de exigir a sus subordinados que dejaran los anillos de boda si tenían iniciales grabadas, mientras otros eran muy tolerantes en estos temas.

En las boinas, hombreras y pecheras de los oficiales guerrilleros aparecen los distintivos de su empleo. No llevan estrellas como en el Ejército español sino las barras propias del Ejército francés, en realidad casi coincidentes con las del Ejército Republicano Español.

Los primeros grupos que penetran en España raramente llevan mapas topográficos y entran con pocos víveres.

Penetraciones importantes

A mediados de agosto de 1944, en una tarde festiva, el clarín toca genérala por las calles de Manresa, llamando a los soldados del quinto batallón de Cazadores de Montaña «Barcelona», de guarnición en la plaza, que han salido de permiso a personarse de inmediato en el cuartel. Poco después, el batallón parte hacia Ripoll ya que merodean por allí los maquis, especialmente en los alrededores del Santuario de Gombreny. Hechos similares se producirían en otras unidades de Infantería y Artillería, que son trasladadas precipitadamente hacia el Pirineo.

El hecho es de una extraordinaria importancia, porque significaba la decisión del Alto Mando de enviar al Ejército para combatir a la guerrilla, ampliando la actividad represora que hasta aquel momento había correspondido casi en exclusiva a la Guardia Civil.

En este mes de agosto las infiltraciones han aumentado en número y las partidas guerrilleras son más grandes, por lo que Franco decide hacerles frente con todos los medios disponibles. El hecho sería denunciado de inmediato por la prensa guerrillera o del PCE. En «Nuestra Bandera» se lee que «Franco y la Falange tratan de enfangar al Ejército en la lucha antiguerrillera; todo este aparato de provocación y espionaje está organizado por oficiales falangistas, que tratan de arrastrar todo el Ejército al aplastamiento de los guerrilleros. Los soldados y los mandos patriotas, en muchos casos se han negado ya a este indigno papel que tratan de asignarles. El Ejército no debe tolerar que Franco y la Falange lo conviertan en el verdugo del movimiento de liberación. El deber de los soldados y los mandos patriotas es ayudar al movimiento guerrillero, desertar y pasar al campo de los guerrilleros patriotas».

Aunque en agosto de 1944 son ya numerosos los guerrilleros que entran en España, el verdadero impulso a tal penetración se produce en el mes de septiembre. El día 11 de este mes es apresado un grupo de seis guerrilleros en Setcases (Gerona) que formaban parte de un grupo mucho más numeroso que penetra en España siguiendo el curso del Ter. El día 20 es detectado por la Guardia Civil un grupo de una veintena entre Ripoll y Vidrás, pero a pesar de sus esfuerzos, la Benemérita no logra darles alcance y siguen en dirección a Barcelona. El día 24, siete hombres armados exigen víveres en unas casas de campo de Viladonja, siendo apresado por las Fuerzas del Orden Público el jefe del grupo. El mismo día, en Dorria, un grupo es perseguido por la Guardia Civil y se produce tiroteo, encontrándose un guerrillero muerto.

En estos días las patrullas de la Guardia Civil reciben información sobre la presencia de numerosos grupos guerrilleros, pero no logran darles alcance porque éstos se mueven con gran rapidez, dando muestra de que se trata de gente muy preparada para resistir largas marchas nocturnas por la montaña y cargados con mucho peso.

Un camión de prisioneros

Poco después del mediodía del 24 de septiembre un grupo de guerrilleros sorprende una patrulla de Infantería formada por un brigada y tres soldados en la carretera N-152 (de Barcelona a Puigcerdá) a un par de kilómetros de Campdevánol, resultando herido el brigada y uno de los soldados. Pero sería indirectamente a raíz de este hecho como se produciría uno de los mayores éxitos de los maquis contra el Ejército en esta primera época de actividad guerrillera. Dos de los protagonistas, los soldados del quinto batallón de Cazadores de Montaña, Joan Roig y Bona-ventura Bordas narran los hechos. Una sección de la tercera compañía del batallón, al mando del teniente Zósimo Zarzuela Sastre, debía ir a relevar a otra de la Tercera Compañía. «Nos despertaron de improviso a medianoche —dice Roig—, y el capitán nos ordenó ponernos buen calzado e inmediatamente subimos a un camión. En la carretera nos detuvieron los maquis, y enfocándonos con linternas nos hicieron bajar sin darnos tiempo de nada. El teniente hizo apagar las luces y saltó del camión, marchando sin poder ser detenido por los maquis. Los 27 soldados restantes, incluso el sargento Julio Beniandrés de las Heras, caímos prisioneros.

»Los maquis nos pusieron en fila. Yo estaba detrás del sargento y le pregunté si deseaba que le arrancara los galones, a lo que accedió encantado. Se los quité y dejé caer en el suelo. Los maquis nos llevaron hasta un barranco cercano a la carretera y el comandante del grupo nos dijo que no iban a causarnos ningún daño, explicó lo que era Unión Nacional y que ellos venían a liberar España, invitándonos a unirnos a ellos, pero sin coacción. Dos de los soldados se unieron a ellos y marcharon. El resto nos quedamos y al cabo de poco fuimos en busca del camión y regresamos al batallón, aunque los maquis nos habían dicho que no nos moviéramos durante un buen rato», añade Joan Roig.

Los dos soldados que marcharon con los maquis eran Manuel Rius y Manuel Rodríguez Cuenca. El primero de ellos, corneta del batallón, explica su estancia con los maquis: «Nos pusieron en fila a los soldados y nosotros dos quedamos un poco alejados del resto. Cuando nos propusieron unirnos a ellos dijimos que sí, pensando en la posibilidad de que nos liquidaran si nos negábamos, ya que antes habían dicho que dispararían contra el que intentara escapar. Estuvimos unos días con ellos emboscados, casi sin movernos de la zona donde estábamos, y sin que nos molestaran ni hicieran daño alguno. Finalmente, y en vista de que tal situación no tenía sentido, pedí permiso para marcharme, lo que me concedieron, e incluso me dejaron llevar un fusil. En menos de una hora llegué a Ripoll y me presenté a las fuerzas que allí había, que me trasladaron a un destacamento de mi batallón situado en Campdevánol. De allí a Manresa y un año después a Montjuich, donde se nos encarceló a los dos que habíamos ido con los maquis».

La prensa guerrillera aireó el éxito de una detención tan numerosa de soldados, aunque fue fortuita, no planificada. Uno de los guerrilleros del grupo, Mariano Grau Liana, afirma que «éramos un batallón de la primera Brigada, mandado por el “capitán Martillo”. Acudimos a un punto de la carretera en el que sabíamos que había un control y allí llegó el camión». Esta primera Brigada era mandada por el comandante Juan Cámara.

El soldado Joan Roig recuerda que cuando regresaron a su unidad después de marchar del lugar donde habían sido detenidos por los maquis se les mantuvo aislados durante un par de días e incluso se personó allí el capitán general de la IV Región, teniente general José Moscardó, y les habló de reengancharlos y de que les enviarían a partir de aquel momento a los lugares de mayor peligro. «Entonces nos dieron seis latas de sardinas y seis chuscos y nos enviaron a la montaña a rastrear el terreno en busca de los maquis —dice Roig—. Tras varios días de peinar el terreno sin hallar a nadie los vimos en una vaguada. Les rodeamos y no hicimos fuego hasta que el teniente lanzó una bomba. Hicimos dos prisioneros». Asimismo, en la operación fueron recuperados 18 fusiles que habían sido arrebatados a la sección. Al día siguiente fue detenido otro guerrillero de la partida y días más tarde otros tres que se dirigían sin armas a Barcelona, entre ellos el citado Grau Liana.

En los últimos días de septiembre menudean los combates, en algunos de los cuales se producen bajas. La línea principal de penetración guerrillera es la de Sant Quirze de Safaja-Sant Joan de les Abadesses, aunque luego se diversifican a la vista de que la Guardia Civil, Policía y Ejército vigilan más aquel sector.

Penetración por la frontera leridana

Si las penetraciones guerrilleras por las comarcas gerundenses tienen como meta inicial llegar a Barcelona para desde allí seguir hacia distintas partes del país, otras entradas no menos importantes tienen por escenario el norte de la provincia de Lérida. Los objetivos son sustancialmente distintos, tratándose en este caso de grupos de jalonamiento destinados a preparar ataques posteriores de envergadura por la zona.

Una de las penetraciones más importantes se produce el día 22 de septiembre de 1944 por la zona del Port Vell, cerca de la frontera andorrana, cruzando la línea divisoria unos 200 hombres. Quien con mayor detalle explica los hechos es el teniente coronel Aguado Sánchez, partiendo de informaciones de la Guardia Civil: «El primer grupo de unos 25, llega al amanecer del día 22 al pueblo de Noris, en el curso del Valí Farrera. Allí irrumpen en la casa del alcalde, al que obligan a darles de comer. Por Santa Magdalena toman el barranco de Conflens y se presentan en las minas de cobre el día 24. Sorprenden a los mineros a los que mandan reunirse. Un responsable les dirige la palabra y les invita a que se sumen a ellos. Mientras tanto, otros se dedican a requisar el economato del coto minero. Apercibido el ingeniero emprende una carrera y logra huir, aunque le tirotean sin alcanzarle. Se produce un momento de confusión y uno de los capataces de la mina consiguió hacerse con una escopeta, logrando herir a uno de los bandoleros en una pierna. El herido es recogido por sus compañeros y todos se retiran.

»Avisada la Guardia Civil del puesto de Civis, son capturados tres que se han rezagado. El día 28 la Guardia Civil de Tabescán apresaba a dos más, escondidos en una choza de las inmediaciones de Tor. Uno de ellos era el herido por el capataz de la mina de Conflens. A su vez, la Policía Armada de Llavorsí sorprende a dos más. Al pretender detenerlos hacen fuego y se refugian en una casa, de las afueras de Tor, donde se hacen fuertes. Son cercados por la Policía y la Guardia Civil. En la refriega resultan heridos cuatro policías y muerto uno de los guerrilleros que lucía las divisas de capitán. El otro se entrega.

»Aunque en principio se creyó que era una penetración reducida no acaeció realmente así. El día 29 de septiembre se presenta en el cuartel de la Guardia Civil de Sort un maquis manifestando que había sido reclutado a la fuerza y bajo amenaza de muerte. Su información fue resolutiva. Su partida, compuesta por 40 hombres, era localizada más tarde en Junyet donde la víspera habían cenado. Pudo saberse que buscaban contacto con un exresidente en el sur de Francia».

Aguado explica que los maquis siguieron el curso del río Noguera Pallaresa y asaltaron varias masías, añadiendo que «fraccionados en grupos más pequeños de entre cinco y diez hombres aparecen en Sant Roma d’Abella sin portar armas. Guiados por un enlace pretenden buscar trabajo en las minas de carbón cercanas a Pobla de Segur (…). La misión que tienen es la de reconocer los Bosques de Carreu y Bou Mort con el fin de establecer campamentos para refugios de nuevas expediciones (…). La zona de estacionamiento queda fijada entre los ríos Segre y Noguera Pallaresa y en el triángulo Tremp-La Seu d’Urgell-Sort».

Este dato de la Guardia Civil concuerda básicamente con los objetivos del maquis. El capitán guerrillero Antonio Campos, que forma parte de uno de estos grupos de jalonamiento, explica que «pretendíamos abrir caminos, investigar, dejar enlaces…». Precisa que entraron muchos grupos por Tabescán y Port Vell, algunos de los cuales tuvieron encuentros con la Guardia Civil y ante los obstáculos hallados y el desconocimiento exacto de su misión retornaron a Francia. Hubo partidas que recibieron posteriormente la orden de regresar a sus bases de la vertiente norte de los Pirineos, mientras otras llegaban a las puertas de Lérida.

En los días siguientes la actividad guerrillera es importante en esta zona, y «el día 6 de octubre —según Aguado—, se presenta en el destacamento de Policía Armada de Isona un guerrillero llamado “Ginés” y dice que forma parte del grupo de 200 que han penetrado el 22 de septiembre por Port Vell, y que sus compañeros siguen el curso del Segre y pretenden llegar a Lérida». En los días siguientes serían perseguidos por las zonas de la Baronía de Rialp, Alós de Balaguer, Rubió… Otros grupos son vistos en Bellcaire de Urgell, Bellvis, Tornabous, Sant Llorenç de Montgat y hasta en Bell-lloch, a sólo 14 kilómetros de Lérida.

Según Pons Prades, en Capdella, al norte de Pobla de Segur, el día 13 de octubre de 1944 se presentaron a última hora de la noche unos 200 maquis. Avisaron que venían en son de paz y no harían daño a nadie pero se les debía dar de comer. Fueron sacrificados docena y media de corderos y guisados con patatas y los maquis estuvieron casi toda la noche charlando con la gente. El jefe de la Brigada se disculpó porque no podían pagar, ya que días antes habían sostenido combates con destacamentos de la Guardia Civil y habían perdido, entre otros, al capitán pagador que llevaba el dinero y los bonos.

El «golpe» a las Fuerzas Motrices

Una de las operaciones más audaces del maquis en esta primera época de infiltraciones la constituiría el «golpe económico» a la Sociedad de Fuerzas Motrices de Viella, de la que se llevaron 310 000 pesetas, correspondientes a la nómina y reservas. Es una cifra considerable para la época, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que el salario medio de un oficinista en España es de 400 pesetas al mes, un periódico cuesta 25 céntimos y el billete de tranvía 15 céntimos, mientras con 35 céntimos se adquiere la barrita de pan de 200 gramos del racionamiento.

El atraco, realizado el día 2 de octubre de 1944, fue cuidadosamente preparado por los maquis, los cuales conocían los entresijos de la empresa. Como explica el capitán guerrillero Jaume Puig «los que debían realizar la acción fueron seleccionados entre diversas Brigadas». La gente de Viella explica que un antiguo trabajador de la Productora que había vivido en Gausach y en aquel momento estaba con el maquis, Alejandro Esteban Montero, suministró los datos para la realización del atraco.

La acción directa la llevaron a cabo tres guerrilleros armados con metralletas, aunque desde el exterior les apoyaban otros. Los asaltantes se movieron con tal desenvoltura que uno de ellos, tras el golpe, se dirigió al estanco del pueblo para comprar tabaco y a la hora de pagar sacó la pistola.

Parte de los atracadores regresaron de inmediato a Francia, pero el resto se perdió por la montaña cuando regresaban. Encontraron un pastor, a quien pidieron les indicara el camino, pero aquél se negó. Le ofrecieron un reloj, y nada. Ante tal actitud, los maquis lo llevaron con ellos, al igual que al rebaño.

Entretanto, el jefe militar de Viella había organizado la persecución de los maquis. En un tiroteo murió un guardia civil, en el Pía de 1’Artiga, cerca de L’Artiga de Lin. Los maquis fugitivos encontraron una caseta y lanzaron gritos dirigidos a sus moradores. Nadie respondió, con lo que arrojaron una granada alemana al interior de la casa, que no estalló, pero de inmediato salieron siete soldados que se entregaron. Los guerrilleros se los llevaron también con ellos quitando sólo los cerrojos de los fusiles, que siguieron colgados de los hombros de los soldados. Llegados a la frontera los maquis dieron permiso a los soldados para que regresaran a su unidad, pero se quedaban el armamento y munición. Ante tal alternativa, los soldados prefirieron marchar con los maquis a Francia y regresarían luego encuadrados en la Brigada 410, de lo que se hablará en su momento.

La incorporación de dichos soldados al maquis es un hecho que se repetirá bastante en las semanas siguientes. Sin embargo, gran parte de las adhesiones de los soldados prisioneros a los maquis no es consecuencia de la convicción de los tránsfugas ni tampoco de actitudes coactivas de parte de los guerrilleros, sino por el miedo a regresar desarmados a las propias unidades del Ejército. El énfasis que se ponía en que un soldado no podía perder jamás el arma —incluso podía ser motivo de pena de muerte, se decía— generaba tal prevención en muchos soldados que preferían marcharse con los maquis antes que volver desarmados con los suyos. Justo es también decir que en el curso de estas acciones del maquis a ningún soldado que regresó a su unidad desarmado se le aplicaron penas graves.

En los días posteriores al atraco antes citado se produjeron nuevos sucesos relacionados con la actividad guerrillera en el Valle. El día 8 tuvo lugar un fuerte tiroteo en las cercanías de Durro entre Policía Armada y maquis. El combate fue muy aparatoso, pero no hubo bajas por ninguna de las dos partes, aunque los maquis abandonaron impedimenta. El 15 de octubre un grupo de guerrilleros se presentó en la casa de uno de los capataces del túnel de Viella y le exigieron comida, entregándole como contraprestación una mochila llena de propaganda de Unión Nacional.

Por el Pirineo aragonés, navarro y guipuzcoano se producen también penetraciones, sobre todo a partir de octubre, que se describirán más adelante.

No hay cuartel

En esta primera fase de infiltraciones del maquis —«bandoleros» para el Régimen— las Fuerzas de Orden Público no dan cuartel a los guerrilleros que caen prisioneros y varios maquis capturados fueron eliminados o sometidos a tratos inhumanos. Ciertamente, y de ello se hablará en su momento, después cambió tal actitud e incluso en algunos casos el trato sería cordial.

Aquella dureza era lógica consecuencia de la calificación que el Régimen otorga a los guerrilleros. En ningún momento son soldados, o refugiados, o militantes políticos que luchan por una idea, sea o no justa. Para Franco son «bandoleros» y, en consecuencia, no hay consideración ni estatuto ninguno que reconocerles.

Los testimonios de tales malos tratos son muchos —paisanos, soldados y hasta algún sacerdote—, pero obviando hechos más sangrantes, algunos de los cuales se describirán en su momento, recordaremos un detalle ocurrido en La Pobla de Roda (Huesca). A lomos de un burro, y en una escena que recordaría las películas del oeste, trajeron al pueblo el cadáver de un maqui muerto en enfrentamientos a varios kilómetros del pueblo. La Guardia Civil quería enterrarlo en cualquier lugar del campo, sin caja ni identificación alguna. El alcalde, Antonio Consol, exigió que el sepelio se hiciera en el cementerio y con ataúd. Para ello se usó la única caja que había en la población.

De todas maneras, en esta primera época los guerrilleros que caen prisioneros son más bien pocos. Como dice un exguardia civil que luchó contra ellos, «los maquis eran valientes a rabiar».

Tropas a la frontera

Al producirse el desembarco de Normandía y los combates en Francia entre aliados y alemanes, apoyados los primeros por la Resistencia, Franco dedica especial atención a la frontera pirenaica. Significativo es que el día 7 de junio, el siguiente al del desembarco aliado, fuerzas españolas estacionadas en poblaciones fronterizas realizan despliegues a lo largo de la línea divisoria, aunque Franco evitó cuidadosamente la concentración de sus fuerzas en la frontera para eludir malas interpretaciones de los aliados, aparte de que con el desembarco en Francia no se producía, en principio, peligro para España.

Sin embargo, ante las infiltraciones guerrilleras que se inician en junio, y, sobre todo, a partir de agosto, el jefe del Estado español decide establecer una barrera defensiva en los Pirineos. Teme la entrada del maquis, pero más aún que los aliados, en especial los franceses, tomen cartas a favor de éste. Las fuerzas que Franco envía a la frontera son, sustancialmente, unidades de montaña adscritas a las regiones militares IV, V y VI, en las que está incluida el área pirenaica[4], así como fuerzas que habían estado de vigilancia en las zonas costeras del país en previsión de desembarcos aliados. Cabe recordar al respecto que Churchill había propuesto a sus aliados americanos la realización de desembarcos en el «bajo vientre» de Europa, entre otros lugares en España, para avanzar desde el Sur hacia Alemania. Conjurado ya este peligro, Franco traslada algunas de tales unidades costeras al Pirineo[5]. En agosto de 1944, el embajador británico en Madrid comunicó a su gobierno que las autoridades españolas habían ordenado el traslado de 20 compañías de la Policía Armada hacia las zonas fronterizas y a principios de octubre el cónsul inglés en Barcelona informó de que en los ocho primeros días del mes habían salido de la Ciudad Condal 41 trenes con tropas y equipo militar hacia la frontera.

Defensa frente a los alemanes

El Estado Mayor del Ejército de Franco no necesita improvisar totalmente la estructura defensiva, puesto que en los dos años anteriores se había visto forzado a elaborar planes defensivos, y no sólo en oposición a las posibles acciones aliadas, sino también frente a una probable invasión alemana que se planeó a finales de 1942 —con el desembarco americano en Casablanca— y de nuevo y de forma más consistente en la primavera de 1943 cuando la Abwehr (Servicios de Información Alemanes que dirigía el almirante Canaris) anunciaba desembarcos aliados en la Península Ibérica.

El proyecto alemán, denominado «Operación Illona», es poco conocido. Fue elaborado a toda prisa por el mariscal de campo Von Runsted, jefe supremo de la Whermacht en el Oeste, considerado junto con Von Manstein el mejor de los estrategas alemanes. En sus líneas básicas, el plan preveía que, de producirse un desembarco aliado en la península, cinco divisiones alemanas motorizadas y blindadas entrarían por Le Perthus en dirección a Barcelona y otras cinco pasarían por Hendaya para dirigirse hacia Valladolid y Salamanca rumbo a Portugal.

El proyecto de invasión alemana tuvo escasa vigencia —había sido sólo un «Kriegsspiel», un juego de la guerra, a los que tan aficionados eran los estrategas germanos—, pero era suficiente para alarmar al Estado Mayor español, que se planteó las necesidades defensivas del país, que podía convertirse en campo de batalla de los beligerantes. Ante operaciones de tal envergadura el Ejército español poco podía hacer, pero en la época en que se produce la entrada del maquis en diversas zonas del Pirineo hay pozos de tirador y en los pasos más amplios algunos fosos contracarros. En enero de 1944, los teutones, más modestos en su capacidad operativa y ya archivado el proyecto anterior, elaboran el Plan «Nürnberg», consistente en que, en el caso de producirse una operación anfibia aliada en España, ya no invadirían nuestro país sino que establecerían su línea de resistencia en el Pirineo.

Improvisación

A pesar de tales precedentes, y aunque la penetración del maquis era de características muy distintas a los planes precedentes, la invasión guerrillera demostró la limitada preparación profesional de parte de los militares españoles y la improvisación con que se actuó. Las operaciones del maquis estaban más que anunciadas —aunque podían desconocerse detalles sobre la forma y puntos principales del ataque— pero se cometieron errores de bulto en el dispositivo defensivo, con zonas casi desguarnecidas, entre ellas el Valle de Arán.

Se demostró que el Ejército español, al margen del signo del gobierno imperante en aquel momento, carecía de una verdadera estrategia y táctica antiguerrillera, deficiencia imperdonable si se tiene en cuenta que los españoles fueron los «inventores» —si se puede hablar así— de la guerrilla, y, por tanto, conocedores de sus métodos de actuación. Además, el Ejército español había sufrido durante decenios el zarpazo de la guerrilla en Marruecos.

Las unidades trasladadas a los teatros de operaciones para luchar contra la guerrilla no han recibido la menor instrucción específica al respecto. Cuando el historiador franquista Ricardo de la Cierva, muy destacable en otros ámbitos, refiriéndose al maquis dice que «Moscardó, Monasterio y Yagüe lanzaron a sus tropas perfectamente entrenadas» está haciendo historia-ficción. En el Ejército español de aquellos años había muchos oficiales incorporados con motivo de la Guerra Civil, algunos de ellos con muchos méritos y años de trincheras en su haber, pero con una paupérrima formación militar en los ámbitos de la estrategia, la táctica y la logística. Nunca habían estudiado la carrera de las armas y ni siquiera habían intentado asimilar las lecciones derivadas de la contienda mundial entonces en curso. Es particularmente destacable el deficiente nivel de los mandos subalternos, muchos de ellos difícilmente adaptables a una guerra moderna.

En una segunda fase de las operaciones, el Ejército actuó con una energía mayor que la prevista por los guerrilleros, pero hasta que superó la sorpresa inicial la iniciativa correspondió a los maquis. Además, una verdadera barrera defensiva no se estableció hasta meses más tarde, a principios de 1945, con la creación del llamado Grupo de Divisiones de Reserva que mandaría el general Carlos Martínez Campos y del que sería jefe de Estado Mayor el coronel Rafael Álvarez Serrano, que no dependía operativamente de las Capitanías Generales sino directamente de Madrid. Más tarde, en 1946, se mejoró aún más el dispositivo en base a la creación del llamado Ejército del Pirineo, pero entonces los maquis sólo penetraban en grupos muy reducidos y sus objetivos estaban en el interior del país, lejos de las provincias fronterizas. Todo este dispositivo militar podía ser más apto ante un posible conflicto con Francia, país con el que las relaciones fueron durante unos años particularmente tensas[6].

La estructura defensiva, pasada la primera fase, se basa en un esquema de profundidad, escalonando tropas en una franja de unos 70 kilómetros de anchura a partir de la frontera para «impermeabilizarla» del paso de guerrilleros.

Un aspecto destacable en el esquema defensivo es que el Ejército no toma posiciones cerca del límite fronterizo, sino desplazado unos kilómetros en el interior de España. Esto tiene justificaciones logísticas, ya que en una zona tan accidentada como el Pirineo resulta difícil abastecer a unidades importantes alejadas de los valles, y de tipo táctico, porque no convenía dejar aisladas a unidades muy pequeñas (pelotones o secciones) que podían ser fácilmente eliminadas sin poder recibir ayudas.

Empero, junto a los aspectos estrictamente militares hay unos criterios políticos. Franco no desea que los combates se produzcan sobre la misma raya fronteriza, sino en el interior del territorio español. La debilidad política del Régimen —que, como dice Ricardo de la Cierva, tenía el pecado original de haber nacido con la ayuda nazi-fascista— le hacía extremar las precauciones para evitar que nada pudiera ser interpretado como una provocación. Combates en los límites fronterizos, posibles persecuciones…, podían afectar al territorio francés, dando pretextos a posibles acciones aliadas sobre España que el dictador quería evitar a toda costa.

La propaganda de los exiliados trata de mostrar a Franco como un peligro para los aliados. En «Nuestra Bandera» de enero de 1945 proponen «levantar inmediatamente una gran campaña para que los 300 000 soldados enviados a la frontera pirenaica (maniobra hitleriana de diversión de fuerzas aliadas) sean devueltos inmediatamente a sus casas». La propaganda contra el Régimen quiere presentar al Ejército español como un dispositivo ofensivo para atacar a Francia. Ello está lejos de la realidad ya que no tenía más función que la defensiva. Prescindiendo de las «querencias» de algunos jefes militares, es obvio que aquel Ejército español muy poco podía hacer en un conflicto con las grandes potencias aliadas.

40 divisiones del Ejército de Tierra

Las estadísticas sobre los efectivos del Ejército español en estos años cuarenta brillan por su ausencia, pero se sabe que eran del orden de las cuarenta divisiones. Ésta es la cifra dada por el teniente general Alfredo Kindelán en carta dirigida a Franco a finales de 1942, en la que se mostraba contrario a la entrada de España en la Guerra Mundial. Como las circunstancias habían variado poco y el número de quintas movilizadas era el mismo —había ligeras variaciones derivadas de que los antiguos soldados del Ejército Republicano «repetían» el servicio militar en las tropas de Franco— no es arriesgado afirmar que el número de divisiones en 1944 seguía siendo de unas cuarenta. Los efectivos de la Guardia Civil eran de 60 000 números y los de la Policía Armada de 15 000.

Se trata, pues, de un ejército numeroso —excesivo sin duda para un país no beligerante—, pero muy mal dotado. Su armamento es de la Guerra Civil y ha quedado anticuado respecto al desarrollado durante la Segunda Gran Guerra, y, además, se deteriora rápidamente. La pobreza del país se manifiesta también en las Fuerzas Armadas, con tropas mal alimentadas y vestidas. Algunos dicen que los uniformes eran «multiformes», con soldados en bombachos, pantalón largo, zapatos, botas, leguis, en el que la Intendencia suministra los uniformes de invierno cuando éste casi acaba… Es un Ejército que no tiene medios para hacer maniobras, lo que sin duda influye en la falta de preparación de los mandos de la que antes se habló.

El Ejército de Tierra está organizado en nueve Cuerpos de Ejército, adscritos a otras tantas Regiones Militares desde que la creación de la IX Región Militar aparece en una Ley Orgánica no publicada pero sí desarrollada para dicho efecto por una orden de 22 de febrero de 1944. Anteriormente, por una orden de 4 de julio de 1939, se organizaban las regiones militares en ocho y se decía que «el mando de cada una de estas regiones militares será ejercido por un general con mando de Ejército o de Cuerpo de Ejército… tendrá bajo sus órdenes todas las tropas y servicios que radiquen en su territorio». Un decreto de 24 de julio de 1939 determina que «el Ejército de la Península estará compuesto por ocho Cuerpos de Ejercito».

La estructura militar apenas sufriría variación entre el fin de la Guerra Civil y 1944. Los únicos cambios de importancia se decidirían en 1943, aunque se plasmarían al año siguiente. Con esta reforma se creaba la IX Región Militar antes citada con capitalidad en Granada, la División Acorazada y, lo que tiene más directa relación con el maquis, cambiaba totalmente la organización de las Tropas de Montaña, que a partir de aquel momento abandonaban el encuadramiento en regimientos para convertirse en agrupaciones de batallones autónomos. Estos batallones de montaña serían uno de los núcleos fundamentales de la lucha contra la invasión del maquis en los Pirineos.

Al entrar el maquis en España, los responsables de las capitanías generales afectadas son los tenientes generales José Moscardó (Barcelona), José Monasterio (Zaragoza) y Juan Yagüe (Burgos). En escritos diversos sobre el maquis se ha hablado de ellos, por ser los mandos orgánicos de los Cuerpos de Ejército que se enfrentarían al maquis. Sin embargo, ha sido olvidado un personaje decisivo, probablemente el más importante, el general de División Rafael García Valiño, jefe del Estado Mayor Central del Ejército. No sólo planifica desde Madrid sino que, trasladado a Barcelona, dirige directamente las principales operaciones.

En contacto permanente con las tres Capitanías Generales citadas y García Valiño estaba el ministro del Ejército, Carlos Asensio Cabanillas, y el propio Franco tendría algunas intervenciones directas en el tema.

Las Fuerzas de Orden Público que operaron en la zona, por su parte, quedaron a las órdenes de la autoridad militar aunque orgánicamente dependieran de sus propios mandos.

Fuerzas concentradas

El Alto Mando del Ejército de Franco llegó a concentrar en los Pirineos y zona próxima hacia el mes de noviembre de 1944 un total de 13 divisiones, aunque varias de ellas estaban incompletas.

Por regiones militares eran las siguientes:

  1. Cataluña: Divisiones 41, 42, 141, 142, 41 provisional y fuerzas de una denominada 43 división.
  2. Aragón: Divisiones 51, 52, 151 y 152.
  3. Navarra-Guipúzcoa: Divisiones 62, 162 y 171.

Pueden constatarse que coinciden dos series de números de las divisiones, con dos y tres dígitos. Ello es consecuencia de que en la organización militar del momento, dada la gran cantidad de tropas movilizadas, se creó la «serie cien», con las llamadas «unidades desdobladas». Así, por ejemplo, a la división 42, «unidad base», se le creaba la 142 «desdoblada» de la anterior, y a la que incluso la primera cedía a veces parte de los mandos. Lo mismo ocurría con los batallones o Regimientos. Por otra parte, recordemos que los números de las Divisiones empiezan con el ordinal de la Región Militar correspondiente. Las de Cataluña, Cuarta Región Militar, empiezan por cuatro, las de Aragón (V) por cinco, y las de Navarra-Guipúzcoa (VI Región) por seis.

Dado que muchas unidades son incompletas y a falta de estadísticas, se puede estimar que las tropas que se encuentran en las proximidades de la línea fronteriza se elevan a unos 100 000-130 000 hombres, a los que habría que unir los destacamentos de la Guardia Civil y la Policía Armada. La cifra de 300 000 dada por la propaganda guerrillera carece de base, ya que tal número no lo alcanzaba siquiera el conjunto de las fuerzas de las tres regiones militares afectadas, las cuales no se encontraban todas en la frontera.

Varias de las citadas divisiones son de Montaña, y reúnen a las Agrupaciones formadas por los batallones autónomos. Las divisiones «base» tendrían un total de 24 batallones de montaña, que con sus desdoblados elevan la cifra a 48. Por ser estos batallones base fundamental de los combates del Ejército contra la guerrilla se citarán todos, a fin de evitar posteriores reiteraciones:

Similar es la estructura de las Divisiones «desdobladas» (las que tienen el número 100), pero en éstas las Agrupaciones suelen ser de dos batallones, con lo que en una división hay tres Agrupaciones. Las divisiones no citadas en la última relación no eran de Montaña, a pesar de haber sido trasladadas al Pirineo.

Es destacable el envío de un Cuerpo Expedicionario de África que lucharía inicialmente en la zona catalana y luego algunas unidades pasarían a Aragón. Provenía de Ceuta la División 41 Provisional, mandada por el general José María Martínez Esparza, conocido por este último apellido, y junto a ella llegarían también otras tres unidades especiales, dos banderas de la Legión y un Tabor de Regulares. Las banderas Primera y Tercera de la Legión formaban parte del Tercio «Gran Capitán», Primero de la Legión, y tenían su acuartelamiento en Tauima (Melilla). El tercio estaba mandado por el coronel Alberto Serrano Montaner. La Primera Bandera la mandaba el comandante José Rubio Rodríguez mientras la Tercera tenía como jefe accidental al capitán Enrique Fernández Martín.

El Tabor de Regulares trasladado al Pirineo era el Cuarto del Grupo de Fuerzas Regulares «Ceuta» número 3. Estaba mandado por el coronel Gumersindo Manso. Acerca de esta unidad es curioso señalar que otro Cuarto Tabor estaba también operando en España contra guerrilleros, pero lo hacía en Asturias, en la zona de Mieres. Este último formaba parte del Grupo de Fuerzas Regulares «Larache» número 4, y estaba mandado por el comandante Tomás Rodríguez Rivero.

Como expresión del esfuerzo de concentración de tropas que Franco realiza en el Pirineo destaca el hecho que las dos banderas de la Legión no embarcarían de nuevo hacia Melilla hasta el 24 de mayo de 1947 día en que saldrían de Barcelona. El Tabor de Regulares fue trasladado a finales de 1945 a Almadén (Ciudad Real) para seguir luchando contra los guerrilleros.

Cada división disponía de un regimiento de Artillería Divisionaria y, además, las fuerzas de Infantería estarían complementadas con los servicios de los parques de Ingenieros (Transmisiones y Zapadores), Intendencia, Sanidad, Veterinaria y Automovilismo dependientes de los cuerpos orgánicos de las respectivas regiones militares.

Destacable es la aportación a la defensa del Pirineo de las Fuerzas de Orden Público, tanto Guardia Civil como Policía Armada, en especial la primera de ellas, que había soportado casi en solitario las primeras infiltraciones del maquis. De diversas partes de España, especialmente de Andalucía, llegaron unidades de la Policía Armada.

Desde Madrid y Valencia fueron trasladadas fuerzas del Ejército, aunque el destino que solía darse a estas unidades era la sustitución de las guarniciones fijas de los batallones de Montaña, y enviados éstos a los puntos de combate.

Un aspecto subsidiario pero muy importante de la lucha en los Pirineos es el reforzamiento de la Seguridad Interior de España. Asturias sería ocupada militarmente porque las autoridades franquistas creen que los guerrilleros que entran pretenden dirigirse sobre todo a este Principado, donde operan importantes núcleos guerrilleros. Aunque es cierto que algunos grupos van hacia esta zona cantábrica, la hipótesis es sustancialmente errónea.

Los servicios de información franquistas

La retirada alemana en Francia había desmembrado los servicios de información franquista en este país, según confirmó al autor de este libro un general del Ejército que en aquella época estaba adscrito a los servicios de información. La Segunda-bis policial y los servicios de Información del Ejército intercambiaron información con la Gestapo, pero con la retirada alemana tuvo que volver a montarse todo el dispositivo de redes de información y confidentes, lo que requirió tiempo. Por ello, en el momento en que los maquis entran en España, los servicios de información franquistas en el sur de Francia son muy deficientes, circunstancia que se ve agravada por la ocupación de los consulados españoles, a través de los cuales se canalizaba información.

Pero las segundas secciones (Información) de los Estados Mayores de las Capitanías Generales españolas próximas a la frontera no permanecen ociosas e intentan introducir a sus informadores en el seno de la guerrilla. Con frecuencia se presentaban a las unidades guerrilleras del sur de Francia personas que manifestaban huir del Régimen de Franco y querían unirse a la guerrilla. Algunos de ellos eran de los servicios de información franquistas, y varios reales o supuestos espías fueron detenidos por los maquis y fusilados como confirman diversos guerrilleros.

En Prades, una noche fueron fusilados tres. Otros quizá pasaron desapercibidos y pudieron enviar información a las autoridades españolas como el caso que cuenta un guerrillero de que «una camarada se enamoró y estuvo a punto de casarse con un individuo que luego supimos que era un oficial franquista».

Hasta tal punto la organización comunista en el sur de Francia tomó precauciones ante posibles agentes franquistas que Gimeno cuenta que a finales de 1944 o principios de 1945 Santiago Carrillo se había aficionado a salir de excursión en bicicleta, pero temiéndose atentados contra altos cargos del PCE o de la guerrilla, el partido le ordenó que olvidara sus salidas.

Más tarde, en 1945 y 1946, los servicios de información españoles y franceses volverían a intercambiar datos.

A pesar de las comunicaciones que le llegan, el Estado Mayor de Franco hizo caso omiso de las informaciones recibidas sobre la preparación de una acción importante del maquis en España.