El PCE y Unión Nacional en España
En los comunistas españoles es destacable su tenacidad. Mientras los demás partidos y organizaciones desaparecían del país tras la victoria de Franco y durante muchos años ni se oyó hablar de ellos, desde el primer momento el PCE preparó la continuidad de la lucha clandestina. Y durante años, a cada caída de un núcleo en manos de la Policía, otro reanudaba la actividad a las pocas semanas empezando desde cero.
Ya en los últimos días de la Guerra Civil, cuando se había producido la sublevación de Casado y la suerte de la guerra estaba echada, Checa, Togliatti y Claudín marcharon al exilio después de haber intentado montar una infraestructura clandestina, y en los días inmediatos al fin del conflicto, al marchar sus dirigentes máximos al extranjero, se creó una nueva organización del partido.
En el verano de 1939 se formó una delegación del Comité Central dirigida por Enrique Sánchez y José Cazorla, y un comité provincial de Madrid en el que estaba, entre otros, Antonio Buero Vallejo, que duraron muy poco, porque sus miembros fueron rápidamente detenidos. Situaciones similares de reconstrucción y caídas se producen en Cataluña con el PSUC. Paralelamente, la organización crece en las cárceles, que ya se convertirían entonces, y mucho más años después, en centros de actividad comunista. Como ejemplo de su importancia basta recordar que muchas de las publicaciones clandestinas que aparecieron en España en esta época fueron elaboradas e impresas en las prisiones de Franco y luego salían a la calle.
Uno de los aspectos más importantes de la actividad fue ayudar a los presos y captar antiguos militantes no detenidos. Esto último tiene particular incidencia entre los muchachos de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), que unían a la mayor audacia propia de la juventud al estar más libres de sospechas por ser poco conocidos.
Muy pronto van llegando también cuadros o dirigentes del extranjero y en ello tuvo particular importancia la reunión de Argelés-Sur-Mére celebrada en octubre de 1940, de la que se habló en el capítulo anterior. Igualmente, se estableció un sistema de enlaces con Buenos Aires a través de marineros españoles. Argentina, era el único país americano que mantenía comunicación regular con España. El responsable de tales contactos fue inicialmente Pedro Checa, siendo sustituido, tras su muerte en 1942, por Carrillo y Claudín.
En 1941 el PCE decide crear un puesto avanzado en Portugal y allí llegaron Jesús Larrañaga y Manuel Asaría, y poco después el que venía para hacerse cargo de la dirección de España, Isidoro Diéguez, acompañado de Jaume Girabau y Jesús Gago. Caídas producidas en Galicia y la colaboración entre las policías de Salazar y de Franco llevaron a la detención de todos ellos, siendo fusilados el 21 de enero de 1942 Diéguez, Larrañaga, Asarta, Girabau, Eladio Rodríguez y Francisco Barreiro, estos dos últimos dirigentes gallegos del partido.
Sin embargo, más importante y duradero que tales intentos promovidos desde el exterior fue el grupo que creó y dirigió en Madrid Heriberto Quiñones, un oscuro personaje al que su partido acusaría de traidor y delator.
Quiñones hablaba el castellano con las variantes dialectales asturianas, pero no era español, sino ruso blanco, y tenía una gran facilidad para aprender idiomas. Sus únicas alusiones a su origen las haría en esta época a finales de 1941, cuando los soviéticos lanzaron su ofensiva contra los alemanes en el frente de Moscú. Refiriéndose al jefe del Ejército Soviético, mariscal Timochenko, Quiñones hablaba de «mi paisano». Intentó aplicar a su manera la idea de Unión Nacional, estableció una férrea disciplina entre sus seguidores y se negaba a que el partido fuera dirigido desde el exterior por considerar que eran los de aquí quienes conocían la realidad española y no otros que habían abandonado los puestos de peligro. Elaboró también cierta teoría política bajo el título de «Anteproyecto de tesis antes de que se redacte la tesis fundamental».
Cuando cayó el grupo de Diéguez acusó a la dirección del PCE de México de enviar a España dirigentes incapaces y débiles, y se negó a que los militantes que de él dependían mantuvieran contacto con el exterior. De ahí que el Buró Político y el Comité Central lo acusaran inicialmente de independizar el partido del interior de la dirección, y luego de traidor y de haber delatado al grupo de Diéguez.
Finalmente, Quiñones fue detenido el 30 de diciembre de 1941 y proclamó valientemente que era dirigente del PCE, sufriendo torturas tremendas. Sometido a consejo de guerra el 20 de septiembre de 1942 y condenado a muerte, fue fusilado el 2 de octubre de 1942. Las torturas le habían dejado en tal estado que dos soldados tuvieron que llevarle al lugar de ejecución porque no podía andar.
Si la propia muerte de Quiñones no es suficiente, el autor de este libro ha podido encontrar en los archivos del PCE declaraciones de militantes del partido de aquella época en las que testimonian la honradez de Quiñones. Según tales testimonios, el delator era Luis Sendín, secretario de Agitación y Propaganda en el grupo Quiñones. Ello no ha hecho que el PCE haya rehabilitado a Quiñones o al menos abriera una encuesta.
La vida enigmática de este personaje hace que algunos lleguen a relacionarlo con la llegada de los maquis a España, que se produjo cuando hacía dos años que Quiñones había sido fusilado. A su caída, se formó una nueva dirección encabezada por Jesús Carreras Olascoaga «Pablo» que había sido enviado por Monzón para discutir con Quiñones sus teorías e independencia de la dirección. Más tarde sería también detenido y moriría violentamente en la cárcel.
Gimeno y Monzón en España
A finales de 1942 vino a España uno de los máximos dirigentes del PCE en Francia, Manuel Gimeno, quien se entrevistó con Carreras. «Cuando regresé a Francia —explica Gimeno—, Monzón me preguntó si una persona aquejada de una dolencia cardiaca podría pasar los Pirineos, a lo que le respondí afirmativamente, pues teníamos un guía, Pradal, conocido como “el Maromo”, que era capaz de cargar no sólo la impedimenta y las armas, sino también a una persona a cuestas[2].
»No me dijo nada más, y hacia febrero-marzo de 1943 volví a Madrid —añade Gimeno—. Al llegar me encontré con que habían detenido a Carreras y todo el núcleo de dirección. En lugar de volver a Francia decidí quedarme y se lo comuniqué a Monzón por medio de los enlaces del Pirineo, el cual me respondió que siguiera en Madrid y que preparara las condiciones para que él pudiera venir a España. En la calle Isaac Peral había un edificio en construcción y en él compré un piso a nombre de Anita Salvador, que efectuaba los pagos, en espera de la venida de Monzón».
Mientras tanto, en Francia, el PCE presentó al Comité de Unión Nacional la propuesta de enviar a España a un delegado como comisionado. El Comité la aprobó aunque sin designar ninguna persona concreta, con lo que el PCE envió a Monzón por deseo de este mismo.
Según explica Domingo Malagón, que estaba entonces en Perpiñán, el primer intento de Monzón de pasar a España resultó fallido a causa de la nieve, pero al segundo, cuando era aún primavera de 1943, logró cruzar los Pirineos acompañado por el guía «Ramón» (su verdadero nombre era Manuel), jefe de los pasos de la zona. Monzón llegó a Barcelona y de allí a Madrid, donde se instaló en el piso de la calle Isaac Peral. Durante unos meses trabajó con él Gimeno, quien explica que «Monzón no salía casi nunca de casa, ya que podía ser identificado por su condición de exgobernador civil, de forma que los contactos los mantenía a través de mí o de otro reducido grupo de personas». Tras un período breve, Monzón se trasladó a vivir a la casa de los padres de Adela Collado, en el número 58 de la calle San Bernardo. Allí le sería presentada Pilar Soler, una joven militante comunista valenciana, que a partir de aquel momento aparecía externamente como su esposa y con la que conviviría durante su estancia en España. Pilar, que adoptaría los nombres clandestinos de «Luisa» y «Elena», había sido detenida anteriormente en su ciudad natal y era vigilada, con lo que recibió con alivio la petición formulada por el dirigente comunista valenciano Cerbero de que se trasladara a Madrid. «Cuando me presentaron a Monzón, éste me dijo claramente cuál era nuestra nueva situación: la de un matrimonio bien avenido y una extrema y dura clandestinidad», explica Pilar Soler.
La Junta Suprema
Uno de los organismos más oscuros de este oscuro período de clandestinidad es la Junta Suprema de Unión Nacional, hasta el punto de que algunos políticos e historiadores llegan a afirmar que no existió y fue un invento del PCE para dar mayor credibilidad y protagonismo a su acción política, mientras otros dicen que se creó en Francia en la «reunión de Grenoble», confundiéndola con el Comité de Unión Nacional. Y no faltan quienes imputan a «Mariano» su creación.
La realidad es que dicho organismo existió: fue creado en septiembre de 1943 en Madrid, concretamente en unos bajos de la calle Jesús y María, muy cerca de donde en aquella época se encontraba la «Peña Mariano», de conocidos hinchas madridistas.
Manuel Gimeno dice: «Yo soy testigo presencial de la creación de dicha Junta Suprema, ya que acompañé a Monzón, y vi a los asistentes a la reunión, aunque no participé en ella. En el bar de la “Peña Mariano” estuve esperando a Monzón. Al acabar la reunión, que duró aproximada-mente una hora y media, nos fuimos Monzón y yo por Madrid a tomar copas de bar en bar, sin preocupación de que pudieran identificarle. Era la primera vez que él hacía algo así en los meses que llevaba en España. Tal era la euforia».
A la reunión asistieron un republicano, un cenetista, un representante del PCE en el interior, un ugetista, algún nacionalista catalán o vasco, un socialista y Monzón, este último como delegado de Francia en Unión Nacional. Monzón sería el presidente del organismo. Gimeno desconoce los nombres de los participantes en la reunión. Una muestra de la extrema clandestinidad con que eran llevadas las cosas la da A. L. Reguilón «Eubel de la Paz», guerrillero de la zona centro, que mantenía contacto con la Junta Suprema: «Adoptamos el principio conspirativo de que nadie debe saber más de lo indispensable para cumplir su misión. Yo mismo, que llevaba la responsabilidad máxima en la zona M de guerrillas de Unión Nacional, una vez logrado el contacto con la Junta Suprema por medio del camarada Uría, luego muerto por las torturas policiales, no quise saber más que el nombre, desde luego supuesto, de “Altolaguirre”, con quien en Madrid se entrevistaba y transmitía los informes necesarios nuestra responsable de enlaces, Ménica Redondo. “Altolaguirre” era el responsable republicano en la Junta Suprema».
«Años después en Francia, Leiva, que forma parte de los Gobiernos en el exilio, alardeaba de haber sido uno de los fundadores de la Junta Suprema. Otra persona que representó a las guerrillas de la Junta fue Pedro Sanz Prades “Paco el catalán”, que algunos guerrilleros califican como “hombre de lamentable memoria”».
La dificultad por conocer los nombres de los miembros de la Junta Suprema es mayor que en otros organismos, ya que, junto a la necesidad de mayor secreto porque estaban en España y eran personas localizables, sus propios partidos y organizaciones los expulsaban al saber que colaboraban con los comunistas.
En la reunión de creación de la Junta Suprema, se aprobó un manifiesto, cuyo borrador había sido presentado por Monzón, en el que se atacaba el Régimen y se exponían las líneas generales de Unión Nacional. Junto a la verborrea típica de estos manifiestos se encuentran frases como las siguientes:
—«Franco en el poder es la muerte de España. El derrocamiento de Franco es el umbral de la resurrección de la patria. Penetradas de este convencimiento, representaciones de las fuerzas democráticas del país, —republicanos, socialistas, comunistas, catalanes, vascos, UGT y CNT— nos hemos reunido en tierra española y hemos acordado asociarnos leal-mente para acometer con premura y resolución la gloriosa tarea de salvar a España del caos, la miseria y la muerte a la que Franco y la Falange la han conducido».
—«Invitamos pública y solemnemente a los españoles que profesan otros credos que los nuestros, y más especialmente a los católicos, a los monárquicos de las dos ramas y al Ejército, a participar con nosotros en la Junta Suprema de Unión Nacional que, al frente de todos los españoles, va a derribar a Franco y Falange e instaurar un gobierno de Unión Nacional y salvación de España».
—«Para dar cumplimiento a esta magna misión de unificar a todos los españoles, delegados nuestros van a procurar ponerse en contacto en el plano nacional con las restantes fuerzas políticas del país no enfeudadas en el extranjero, con el Ejército, la Marina y la Aviación, todas las cuales deberán, a nuestro entender, estar debidamente representadas en la Junta Suprema de Unión Nacional».
Del mismo modo hace una llamada a las juntas provinciales y locales y comités de Unión Nacional de toda España para que también ellas realicen los oportunos contactos para ampliar la base de actuación. Añade que hay que realizar «huelgas, lockauts, manifestaciones, acciones encaminadas a destruir o impedir por todos los medios las ayudas o los envíos de Franco a Hitler, sabotajes a los organismos y depósitos de Falange, exterminio de los falangistas recalcitrantes y de los agentes alemanes que los dirigen».
El citado manifiesto, como confirma Gimeno, tuvo que ser enviado a Francia a través de los enlaces, llegar a Vaucluse, donde se imprimiría en la «Tomasa», y luego devolver a España los ejemplares para su distribución. Ello justifica que tardara más de un mes en darse a conocer públicamente y que en el texto falten algunos caracteres gramaticales españoles, como la letra «ñ» o los signos que abren las interrogaciones y admiraciones.
Acuerdo con Giménez Fernández
Monzón realiza cada vez más esfuerzos por ampliar la plataforma de propaganda que es la Junta Suprema. Aunque los anticomunistas lo hayan negado, en unos casos los éxitos son reales, como el acuerdo con el exministro de la CEDA Giménez Fernández. Monzón fue a verle a Sevilla y ambos firmaron un manifiesto contra el franquismo, en la misma línea que el anteriormente citado. «Ello es una muestra de la valentía de un hombre como Giménez Fernández, ya que en aquel momento no era poco hablar públicamente de colaboración con los comunistas. Yo mismo hice llegar el texto del acuerdo a don Juan de Borbón», dice Manuel Azcárate.
En «Reconquista de España» y otros medios de propaganda el acuerdo con Giménez Fernández se difunde profusamente y se habla de la incorporación a Unión Nacional del Partido Popular Católico y de sindicatos agrarios católicos. Incluso se insinuaba la incorporación de Gil Robles, lo cual no era cierto.
Falso era también que en Madrid se hubieran producido grandes manifestaciones en apoyo de la Junta Suprema. En la prensa comunista se dijo que a la manifestación habían acudido 70 000 personas; no es que fuera una exageración: es que ni siquiera existió tal manifestación. También se informó falsamente de adhesiones como las del general Rojo, José Giral y otros.
Tales informaciones forman parte de los esfuerzos comunistas por mantener la hegemonía en un momento en que empiezan a salir a la luz de forma organizada sus adversarios políticos. En México, en noviembre de 1943, socialistas, republicanos y otros han constituido la Junta Española le Liberación, que intenta representar a todas las fuerzas del exilio. Diego Martínez Barrio preside esta Junta Española de Liberación, y la integran Izquierda Republicana, PSOE, Unión Republicana, Esquerra Republicana de Catalunya y Acció Catalana. Su programa se basa en la restauración de la República de 1931, de acuerdo con los programas de la Carta del Atlántico que habían firmado en agosto de 1941 Roosevelt y Churchill. En agosto de 1944 se constituyó en Toulouse la Junta de Liberación Española formada por los mismos partidos anteriores, a los que se unieron los libertarios. Casi simultáneamente nacía en el interior de España la «Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas», constituida por los mismos núcleos que la Junta de Liberación. Estas organizaciones venían a ser como una réplica a la Unión Nacional preconizada por los comunistas.
El PCE, aunque seguía siendo republicano, con su política de Unión Nacional no se planteaba prioritariamente la restauración de la República, sino un pacto más amplio. Los comunistas quedaban un tanto marginados por estar fuera de dicha plataforma unitaria, que era la que mejor aceptaban los aliados occidentales, que ya se perfilaban como virtuales ganadores de la Guerra Mundial junto a los soviéticos.
Sin embargo, el PCE tenía una diferencia fundamental respecto a todos los demás: era casi el único partido que estaba luchando en España contra el franquismo y en Francia contra los alemanes. Los demás vivían un pacífico exilio en México entregados a los juegos políticos a la espera de que los aliados derrocaran a Franco. El propio programa de la Junta Española de Liberación es de carácter pasivo: esperar al final de la Guerra Mundial para que los aliados acaben con el Régimen de Franco y devuelvan el poder a los anteriores gobernantes republicanos.
Una muestra de los enfrentamientos entre los comunistas y los restantes partidos son las afirmaciones de Carrillo, aparecidas en el número 28 de «Nuestra Bandera» en febrero de 1948. Refiriéndose a Alianza Democrática dice que «para salir al paso del naciente movimiento de Unión Nacional, los agentes del “Intelligence Service”, con mister Mallet a la cabeza, echaron mano de ciertos cuadros del PSOE, anarquistas y republicanos que se habían distinguido anteriormente en el traidor complot casadista, y que en las cárceles se habían dedicado en no pocas ocasiones a delatar a militantes comunistas». Carrillo dice también «que la Alianza Democrática fue una fórmula política lanzada y sostenida por el espionaje inglés es cosa que no ofrece lugar a dudas» y añade que esto ya se lo dijo él a Giral y éste no respondió. El veneno que Carrillo pone en estas afirmaciones es una muestra de la tensión existente entre unos y otros. Por otra parte, Anastasio Céspedes, militante comunista, recuerda que «estando yo en Sens (Yonne, en Francia), tan pronto entraron los tanques norteamericanos que liberaban la ciudad ya llegó propaganda contra la Unión Nacional».
A pesar del protagonismo que el PCE quiso dar a la Junta Suprema, la actuación real de ésta fue mínima. Sí es interesante destacar que el nombre que se le impuso, «Junta», quería enlazar con la tradición liberal y de lucha contra el invasor de los órganos que llevaron tal nombre en la España decimonónica.
Trilla en España
La policía detectó la presencia de Gimeno en España, y este dirigente comunista fue avisado, de forma un tanto rocambolesca, a través de una corista que había conocido durante la guerra y a la cual la policía había interrogado, con lo que marchó hacia Francia, a finales de octubre de 1943, vía Valencia y Barcelona eludiendo Zaragoza.
Cuando llega a Francia, Azcárate y Carmen de Pedro marchan a Suiza, con el fin de lograr establecer comunicación con la dirección del partido en América y Moscú, dado el aislamiento en que vivían. «No había posibilidad siquiera de recibir una carta normal», explica Azcárate.
Desde Aix-en-Provence partió entonces en dirección a España Gabriel León Trilla, quedando como responsable de la delegación del Comité Central Manuel Gimeno «Raúl».
Cuando Trilla llegó a Madrid a finales de 1943 adoptó el nombre de «Julio Torres Alarcón». Fue su colaboradora y secretaria Esperanza Serrano, hija de un político de izquierdas fusilado durante la guerra civil. Trilla fue el principal colaborador de Monzón aunque también lo era Francisco Poveda. Monzón dio aviso a Francia para que viniera a ayudarle el joven Manuel Sánchez Esteban. En el viaje, éste fue detenido por los alemanes a la altura de Perpiñán. Logró evadirse y entrar en España, pero murió en un encuentro del grupo que le conducía con la Guardia Civil en las cercanías de Ripoll.
Las condiciones de la clandestinidad eran tan rigurosas que Monzón seguía casi sin salir de casa y no recibía visitas. Pilar Soler sólo recuerda haber visto a Trilla en dos o tres ocasiones en un año. Asimismo, el dirigente máximo del partido raramente explicaba sus actividades, ni siquiera a su compañera Pilar Soler.
En esta exposición sobre el PCE y Unión Nacional en España no pueden olvidarse las referencias a las tensiones en el seno del PCE. No todos acatan la primacía de Monzón, sino que algunos que llegan desde América enviados por el Comité Central tienen roces con él, y, según cuenta Margarita Abril, responsable de la JSU de Cataluña, incluso hay intentos de eliminarse unos a otros. Uno de los que el grupo Monzón quería liquidar era Josep Serradell «Román» responsable del PSUC, que fue enviado a Valencia y tuvo que esconderse cuando su esposa Margarita Abril se enteró y le dio aviso. El caso más importante, sin embargo, es el de Casto García Rozas, que había venido a España a finales de 1943 para hacerse cargo de la dirección del partido, pero Monzón y Trilla lo enviaron a Asturias, donde tiempo después fue detenido por la policía. La propia Margarita Abril cuenta que «Monzón me escribió una carta diciéndome que debía entregarle la documentación y el dinero que yo había traído de América. Le respondí que lo entregaba a Rozas o a nadie».
En este ambiente de tensión interna se perfilaban las acciones comunistas en España.