Las depuraciones en el PCE: no hubo traición
El fracaso de la invasión de España, las suspicacias y recelos creados tras la retirada al afirmarse que se había tratado de un fraude, la llegada de los dirigentes del Bureau Político a Francia, la posterior «Guerra Fría» y la crisis yugoslava generaron en el PCE un proceso de depuraciones que marcará una etapa trágica.
Aparte de los asesinatos de rivales políticos de los que ya se habló en los primeros capítulos, las depuraciones no se produjeron de inmediato. Manuel Gimeno recuerda que, en la primera época, Carrillo les dijo que «os habéis equivocado, pero lo importante es que habéis luchado». Sin embargo, muy pronto tuvo lugar la marginación de los cuadros que habían dirigido el partido en aquellos años, lo que lleva a no pocas tensiones. Durante la Guerra Mundial la dirección del partido la habían llevado cuadros intermedios, desarrollándose de forma autónoma, sin intervención del Bureau Político. Tales desajustes en un partido tan centralizado deberían, forzosamente, llevar a un proceso de recuperación del control del partido por parte de la dirección «legal», apartando a los dirigentes «de hecho pero no de derecho». Este proceso se produce de forma similar en otros partidos comunistas europeos, cuyas respectivas direcciones se habían trasladado a Moscú durante la ocupación alemana, mientras la resistencia antinazi corrió a cargo de dirigentes que anteriormente habían ocupado puestos de segunda o tercera categoría en el esquema orgánico de sus respectivos partidos nacionales. El único partido comunista cuyos dirigentes máximos quedaron en el país fue Yugoslavia, y sería también el único que no se doblegaría ante la URSS y la mítica autoridad de Stalin.
«En cambio, como afirma Joan Estruch, las burocracias exiliadas en Moscú sabían que su fidelidad absoluta a Stalin y a la URSS era la única garantía de permanencia al frente de unos partidos a los que habían abandonado en los momentos más graves y peligrosos. Éste es el proceso de reestructuración interna que vivió el PCE en Francia y España en 1944-45, proceso del que los casos Monzón, Trilla… no fueron más que las manifestaciones más trágicas y espectaculares».
Unas cabezas de turco pagarían las ansias de los miembros del Buró Político de recuperar sus puestos, y se aprovecharía para ello el fracaso de la política de Unión Nacional y, más concretamente, de la invasión de España.
Conferencia de Unión Nacional
En el mes de noviembre de 1944 se celebra en la Cámara de Comercio de Toulouse la Primera Conferencia de Unión Nacional, que había empezado a programarse inmediatamente después de la Liberación de Francia. Entre los oradores que intervienen se encuentra el doctor Aguasca (ERC), Enrique de Santiago (PSOE), Julia Álvarez (PSOE), Manuel Gimeno (PCE), Fuentes (exjefe de Artillería del Ejército Republicano), Pascual (CNT), Francisco de Troya (republicano), Argüelles (UNE del África del Norte), Martorell (Aliança Catalana), Ferrer (UGT), Pía (Frente Galego), general Riquelme (militares), Corpus Barga (intelectuales), padre Villar (Solidaridad Española y sectores católicos), Jesús Martínez (PCE) y Arias Castro (pastor protestante).
La Conferencia no fue tanto de elaboración política como de reafirmación de la táctica insurreccional y mantenimiento de la visión triunfalista de que el derrumbamiento del Régimen español era inmediato. Si la operación del Valle de Arán hubiera tenido éxito, la Conferencia hubiera adquirido gran importancia, pero el desenlace negativo de aquélla, unido a la llegada a Francia de los más altos dirigentes del PCE, redujo al mínimo su peso real.
En el curso de las reuniones se produjeron nuevas incorporaciones a Unión Nacional, especialmente intelectuales de la órbita del PCE y la, seguramente apócrifa, de la Masonería. Como anécdota curiosa destacó el parlamento del padre Villar en un mitin, que empezó sus palabras con el saludo de «Hermanos, el Señor sea con vosotros», que dejó algo perplejo y arrancó sonrisas de un auditorio mayoritariamente laicista.
En la propia conferencia se puso ya cierto énfasis en la separación de UNE y el PCE, en la línea definida por Santiago Carrillo a su llegada a Francia. Un nuevo paso en deslindar los campos se dio al aparecer la edición francesa de «España Popular», entonces portavoz del partido, que siguió editándose también en México, que se unía a los órganos que el PCE tenía en Francia, y que se vería completada con la aparición de «Nuestra Bandera» en enero de 1945.
A pesar de las nuevas incorporaciones y del ambiente triunfalista, Unión Nacional está «tocada». Entre militantes de partidos distintos del comunista abundan quienes desean disolver aquella plataforma unitaria y teóricamente pluralista, y en una reunión celebrada más tarde en el «Hotel du Grand Balcon» se produjo prácticamente su desaparición.
Paralelamente, poco después de la retirada guerrillera del Valle de Arán, tuvo lugar en Toulouse una entrevista entre representantes de UNE y de la Junta Española de Liberación. En representación de la primera asistieron Jesús Martínez, Manuel Gimeno y Marín Caire, en tanto que el más destacado de los representantes de la Junta de Liberación era José Maldonado, que más tarde sería el presidente de la República en el exilio. No sólo no hubo acuerdo, sino que las diferencias se acentuaron. A pesar de ello, y en vista del agotamiento de la política de Unión Nacional, a principios de 1946 el PCE abandonaría las Juntas de Unión Nacional e ingresaría en la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, organización formada por los grupos que anteriormente constituyeron la Junta de Liberación. El abandono de aquellas Juntas por el PCE significaron la muerte de dicho movimiento, creado e impulsado por el propio PCE.
Dirigentes separados
Con la llegada de Carrillo a Francia se produjo una automática disminución del papel desempeñado hasta el momento por los miembros de la Delegación del Comité Central, y mucho más de la Comisión de Trabajo del partido en Francia. Pero la hasta cierto punto lógica pérdida de protagonismo de los dirigentes no emigrados sería acentuada por los más altos cargos del PCE. Carrillo va colocando a su entorno hombres de confianza llegados de América como Fernando Claudín, Julián Grimau, Eduardo García y otros.
Un mes después de los hechos del Valle de Arán, en una conferencia pronunciada por Carrillo ante militantes destacados del partido en Francia, reconoce el trabajo realizado en los años precedentes, pero no cita nombres. Éstas fueron sus palabras: «No quiero dejar de saludar también a quienes han llevado directamente la responsabilidad de la aplicación de la línea política del partido aquí, en Francia, en este período, con firmeza y acierto, a los miembros de la Delegación del Comité Central de Francia». Ello es significativo, teniendo en cuenta que, en la praxis comunista de aquel momento, a los dirigentes o militantes a los que se alababa se les nombraba específicamente, y, además, con la precisión adecuada por orden de importancia. Este esquema, tan conocido por los kremlimnólogos, permitía determinar el escalafón de los dirigentes en cada momento.
En su formulación, Carrillo seguiría la misma estrategia insurreccional llevada a la teoría y a la práctica por Monzón, aunque sin las invasiones masivas. He ahí algunas de sus palabras: «La victoria está al alcance de la mano» y «ni los más recalcitrantes falangistas se hacen ninguna ilusión acerca del fin inminente de este Régimen maldito», añadiendo que «conspiran los generales, los altos jefes de la Iglesia, los monárquicos». En otro momento, Carrillo dijo que «el aparato de represión del Régimen franquista no está en condiciones de dominar la lucha y mucho menos un verdadero alzamiento nacional del pueblo y los patriotas», insistiendo más adelante en que todos los esfuerzos del partido deben encaminarse a preparar tal «alzamiento nacional». Aseguró que los 10 días de liberación del Valle de Arán fueron los más felices de los últimos seis años para la gente de los 16 pueblos liberados «que despedían con lágrimas en los ojos a los guerrilleros».
El joven dirigente comunista defendió a la Junta Suprema de Unión Nacional, de la que dijo que «es el centro de todo movimiento de lucha contra Franco y Falange: no es un fantasma, mal que le pese a la propaganda falangista», al tiempo que arremete con dureza contra socialistas, cenetistas y republicanos por haber constituido la Junta de Liberación, que buscaba la solución al problema español en las cancillerías extranjeras, no en la lucha del pueblo. Carrillo espera también ayuda extranjera, pero dice que corresponde a los españoles acabar con Franco.
Como puede comprobarse, todos los planteamientos expuestos por el más joven de los miembros del Buró Político y estrella en ascenso del PCE coincidían con lo dicho y hecho por Monzón. La única discrepancia la constituyen leves críticas a que el PCE se había identificado en exceso con Unión Nacional, lo que había llevado al partido a perder cierta imagen propia. En las semanas siguientes, Carrillo dijo en otras reuniones que el problema de España no era militar sino político, y muy pronto —Jaume Serra recuerda que a finales de 1944 en un mitin— empezó a insinuar lo que años más tarde se plasmaría en la política de Reconciliación Nacional.
Al igual que se desplazaba a los dirigentes superiores, también los cuadros medios del PCE eran sustituidos por otros, aunque muchos de los nuevos ya no venían de América o Moscú sino que permanecieron en Francia sin participar en la lucha contra los alemanes. Más de uno que no quería «quemarse» en la Resistencia fue luego premiado. Estruch lo define así muy gráficamente: «Se estableció una especie de alianza entre dirigentes y cuadros poco proclives a tomar las armas contra los nazis. Los primeros necesitaban una serie de cuadros que aplicaran su política fielmente. Los segundos borrar su pasado poco heroico a base de fidelidad ciega a la nueva dirección. Así, los “sospechosos” fueron los que se habían jugado la vida en la clandestinidad, y los “seguros” los que habían permanecido al margen de ella en espera de tiempos mejores».
Un ejemplo de dicha protesta de los cuadros desplazados lo da Luis Bermejo, un jefe guerrillero que llegó a mandar una división: «La lucha clandestina en Francia había producido una hermosa pléyade de cuadros dirigentes del partido, que poco conformistas con las normas de la obediencia ciega que el Buró Político exigía, eran un peligro a la santificación del mismo, sobre todo teniendo en cuenta que gozaban de una autoridad dentro del partido altamente ganada.
»El Buró Político se plantea la necesidad de tomar las riendas del aparato en sus manos, para lo cual son un estorbo todos los cuadros surgidos de la lucha. Y la primera operación consiste en ir eliminando a todos ellos (…). Y se importa de América y de la URSS a gran número de cuadros que son adeptos seguros y obedientes ciegos (…). Y así resulta que los emboscados que han sabido esperar pacientemente a que pasara la tormenta son obsequiados por la secretaría general de la organización del Buró con las direcciones generales de los departamentos, de la empresa forestal, de los organismos de masas y de los aparatos del partido».
Son muchos los antiguos guerrilleros y militantes del PCE que expresan sus quejas por la actitud que tomó la dirección y dicen que sin los dirigentes, que habían huido a América, ellos habían creado una gran organización, mientras que a la vuelta del Buró Político todo eran enfrentamientos y rupturas. Empero, Manuel Azcárate, un dirigente que pasaría a segundo plano durante más de diez años, reconoce que «un jefe militar y guerrillero raramente suele ser una persona adecuada para dirigir la actividad política. Por ello no siempre los cambios son tan injustos».
De todos modos, los casos más lacerantes, y más directamente relacionados con la invasión del maquis, fueron los de los dirigentes Monzón y Trilla. Sus depuraciones son casi inmediatas, mientras que las de otros tardarían varios años, al desencadenarse el cisma del «titismo». Gimeno dice que «cuando se produjo la crisis yugoslava empezaron a mirarse de reojo unos a otros». Líster, más radical —por ello mismo hay que quitar siempre un poco de hierro a sus apasionamientos respecto a Carrillo—, dice que «bajo el reinado de Dolores Ibárruri-Carrillo-Antón, cientos de camaradas fueron perseguidos, maltratados y expulsados del partido bajo acusaciones infames. Muchas familias de comunistas fueron deshechas; los hijos enfrentados con los padres y los padres con los hijos. En Francia, los “delegados gubernativos” de Carrillo y Antón sembraron el terror en nuestras organizaciones con sus listas de camaradas a expulsar. Y cuando algún comité o camarada salía en defensa de los perseguidos se le hacía callar dando a entender o diciendo abiertamente que había contra ellos pruebas muy graves de relaciones con el enemigo, es decir, con los servicios policíacos y de espionaje franquistas, franceses, ingleses o yanquis, que era lo que se entendía en aquella época entre nosotros bajo este término. Una acusación muy grave fue luego la de agente del “fascista”. Tito». Líster añade que «Carrillo y Antón ejercían un verdadero terror. Hubo camaradas que al pasar por los interrogatorios llegaron al borde de la locura, y otros, ante las infames acusaciones que se les hacía, al suicidio». Incluye entre tales víctimas de Carrillo —físicas, morales y aquéllas en que se planeó su eliminación física pero falló— al general Luis Fernández, Antonio Beltrán «el Esquinazao», Domingo Ungría, Pelegrín Pérez y otros. Una de las formas de liquidación física eran, de nuevo, los «paseos» y otra que los liquidaron los propios guías que conducían a aquéllos en el paso del Pirineo.
Algunos de los nombres citados, sin embargo, no son unánimemente aceptados como «depurados».
Las acusaciones de Carrillo
Pero antes de cualquier otra consideración, y centrando el tema en la Unión Nacional y las críticas de Carrillo contra los dirigentes que ordenaron la operación «Reconquista de España», he ahí unas muy largas, aunque sustanciosas, críticas de Carrillo a todo el proceso anterior y a sus dirigentes. A la vista de las acusaciones ahí contenidas, y conociendo los métodos estalinistas, las consecuencias son un corolario lógico. Carrillo publicó un extensísimo artículo en «Nuestra Bandera» de junio de 1948. Los ladillos son del autor de este libro.
«En el período de Unión Nacional —escribe Santiago Carrillo—, al lado de tantos y tan magníficos ejemplos de heroísmo dados por los militantes comunistas en la lucha clandestina y guerrillera junto a los comunistas y el pueblo francés, hemos presenciado también los casos más graves de falseamiento y abandono de la línea política del partido, en los que, al lado de aventureros y agentes conscientes del enemigo participaron cama-radas de buena intención, pero inexpertos, que se dejaron llevar por el engreimiento y por los halagos corruptores de aquéllos.
»La atención prestada por la dirección del partido a su principal misión: la organización de la lucha en España y el alejamiento consiguiente de Francia, en las condiciones de la guerra, nos impidieron prestar toda la ayuda deseable a los camaradas que quedaban aquí, así como vigilar directamente el desarrollo de la aplicación de nuestra línea política.
»Y los camaradas que fueron colocados en este momento como responsables de la organización del partido en Francia, no estuvieron, desgraciadamente, a la altura de la situación. Violando las decisiones reiteradas del Buró Político del partido, estos camaradas dieron acceso a la responsabilidad de dirección a miembros del partido como Jesús Monzón, un intelectual de formación burguesa lleno de ambiciones personales, ligado por lazos familiares y por su formación a elementos reaccionarios, con los que jamás llegó a romper totalmente.
»Este hombre, para quien el partido no era más que un escabel en su “carrera” política, maniobrando hábilmente, utilizando métodos de corrupción —las comilonas, el halago de las vanidades desatadas de ciertos camaradas y aún otros peores— convirtió la dirección del partido en Francia en una camarilla familiar, de la que él era el centro.
»Con el pretexto de la salvaguardia y protección de los cuadros del partido perseguidos, mantuvo relaciones oscuras con diplomáticos americanos y con elementos turbios y aventureros que llegaron a tener en la orientación y dirección del partido más peso que los militantes honrados.
»Aunque formalmente Monzón no desperdiciaba ocasión de mostrar en palabras su “adhesión” y “fidelidad” al Comité Central del partido y al Buró Político, sus planes eran claros: aprovechar la posición que había escalado en Francia, con métodos indignos y violando las decisiones del Buró Político, para liquidar el partido y convertirse en un caudillo con vistas a realizar el día de mañana en España sus sueños y ambiciones personales. De esta manera servía también a maravilla los planes de sus mentores reaccionarios y extranjeros, que querían aprovechar la excepcional oportunidad que le deparaba la ilegalidad y la dispersión del partido, para eliminarnos de la arena política».
Más adelante Carrillo afirma que cuando se iba a producir la derrota del fascismo a nivel europeo «y el decisivo papel que iba a tener en ella la Unión Soviética, las fuerzas de la reacción y el imperialismo comenzaban a sentirse alarmados por las enormes posibilidades democráticas que este hecho (la derrota fascista) iba a producir en los pueblos y particularmente en un pueblo en posesión de la experiencia política del español, y que contaba con un partido dirigente tan aguerrido y templado como el nuestro».
«Ya desde entonces se intensificó la lucha para privar al pueblo español de su vanguardia revolucionaria, para minarla desde dentro, ya que desde fuera ni los ataques terroristas más feroces podían abatirla.
»Ésta fue la infame tarea asumida por Jesús Monzón en Francia. Para ello comenzó convirtiendo la Delegación del partido en una camarilla familiar, donde no se discutía jamás ningún problema político, ninguna cuestión relativa a la vida y desarrollo del partido. Una camarilla en la que no se trabajaba seriamente, y principalmente se especulaba y charlaba sobre planes grandiosos para el futuro, enlazados con las ambiciones personales de los que la integraban.
»Las condiciones de la clandestinidad no permitían el control necesario de los militantes y de los cuadros honrados del partido sobre la actividad de Monzón; la distancia y las dificultades para la comunicación impedían también al Buró Político intervenir y cambiar aquella situación.
»Cuando algún camarada bienintencionado, de los pocos que tenían acceso a las proximidades de la camarilla familiar mostraba veleidades críticas, era inmediatamente aterrorizado con los peores anatemas sobre sus “incomprensiones”, sus “debilidades innatas” y su falta de “cariño” a los responsables».
Tras señalar que Monzón tenía criterios muy particulares sobre la forma de relación de los dirigentes con las bases del partido, Santiago Carrillo añade que «para descomponer el partido, Monzón necesitaba rodearse no de camaradas firmes y leales, sino de gente como él; de resentidos, amargados, ambiciosos y aventureros. Cuando, por las formas externas, utilizaba a algún camarada honrado, sabía seleccionar aquéllos que por su origen y formación, por su inexperiencia, eran más susceptibles de dejarse influir por la corruptela y el halago.
«Buscando aventureros y resentidos, Monzón encontró su brazo derecho, su “teórico” en Gabriel León Trilla, que hizo en tiempos los mismos oficios en el grupo Bullejos, con el que fue expulsado del partido. Este viejo provocador había vuelto al partido durante la guerra, fingiendo un jesuítico arrepentimiento por su conducta pasada y esperando la oportunidad, que Monzón le deparó, de hacer daño al partido.
»Fueron rehabilitados e incorporados a puestos responsables gentes cobardes, expulsadas del partido, como Arriolabengoa, o degenerados, también expulsados dos veces, como Juez.
»Aparecieron en no pocos lugares en puestos de responsabilidad, hasta incluso como encargados de la educación de los cuadros, gentes turbias como Nuria, recientemente expulsado de las filas del PSUC.
»Algunos charlatanes, capaces de hablar horas y horas sin ton ni son, fueron elevados sólo a causa de su “lambisconería” y su admiración incondicional y beata por el “genio” de Monzón.
»Y, mientras tanto, los militantes del partido, los buenos camaradas, eran mantenidos lejos de la dirección».
Llamamientos de Unión Nacional
Carrillo sigue explicando que «en septiembre de 1941, el CC del partido lanzaba su trascendental llamamiento a la Unión Nacional de todas las fuerzas patrióticas, para desembarazar a España del régimen franquista y de la tutela nazi, impedir que fuese arrastrada a la guerra hitleriana y restablecer, con las libertades políticas, la independencia nacional.
»Esta medida correspondía a la situación real del país… pero el manifiesto del CC —como todos los documentos de la dirección del partido— no fue difundido y popularizado debidamente en Francia. Monzón y Trilla tenían un especial interés en que la orientación del CC no llegase a los militantes del partido, e hicieron en este caso y en otros cuanto estuvo en sus manos para ocultar la actividad de la dirección del partido. Esto entraba en sus planes para aparecer ellos mismos, insensiblemente, como los dirigentes del partido, no osando, como no osaban, abrir una lucha contra el CC que los hubiera desenmascarado ante los militantes y comportado su condenación por parte de éstos.
»En lugar del manifiesto del Comité Central circularon profusamente por Francia documentos de la Delegación, debidos a la pluma de Monzón y Trilla, con las tergiversaciones más burdas y oportunistas de la política de Unión Nacional.
»El “specimen” más característico de esta falsificación fue el informe presentado ante lo que se llamó “Conferencia Nacional del partido Comunista”, en febrero de 1943.
»En este informe se presentaba la sublevación franquista, el alzamiento de los militares y de los grandes magnates del capital financiero y terrateniente como un simple gesto de malhumor ante su derrota electoral del 16 de febrero.
»Esta deformación monstruosa, antimarxista, del carácter de clase de la sublevación franquista y de los fines conscientes de la reacción española, que pretendía aniquilar en sangre el desarrollo democrático nacional culminaba en la descripción de los grandes capitalistas y terratenientes españoles como “gentes engañadas” por Falange.
»En febrero del 43 —según dicho informe— hasta las capas más “reaccionarias” estaban ya arrepentidas y había despertado en ellas el amor por la independencia de España».
Y se pintaba un cuadro idílico. ¿Los militares? Todos luchando contra Franco. ¿Los capitalistas y terratenientes? Lo mismo. Sin que se quedasen atrás en la lucha antifranquista los obispos y demás jerarcas de la iglesia».
Carrillo dice en otro momento que se deducía del informe que sólo los obreros y las clases populares eran remisos en la lucha.
Más adelante señala que «en su política de capitulación, Monzón llegó a proponer por dos veces que el partido apoyase la restauración de la Monarquía, aunque no se atrevió a llevar este planteamiento adelante, porque hubiera sido descubrirse demasiado.
»Fieles a su concepción capituladora de la Unión Nacional, Monzón y Trilla dieron al desarrollo de esta política, primero en Francia y luego durante un período, en España, un carácter muy particular».
Minusvalorar el partido
Siempre según Santiago Carrillo, «para poner a la clase obrera a la zaga de los grandes capitalistas y terratenientes, era preciso, ante todo rebajar el papel dirigente del Partido, anular la actividad independiente de éste, hacerle desaparecer sumergido en una confusa Unión Nacional que no se parecía en nada a la preconizada por nuestro CC, con Dolores Ibárruri a la cabeza.
»Y así se vio aparecer en Francia, iniciando la “Unión Nacional”, no al Partido Comunista, campeón e iniciador de esta política, sino a un denominado “grupo de patriotas” que fue quien lanzó el periódico “Reconquista de España” y preparó la denominada Conferencia de Grenoble, donde nació la “Unión Nacional” no como un movimiento de unidad, como un frente nacional, sino como una “organización de patriotas, como un superpartido”.
»No es necesario decir que el “Grupo de Patriotas” eran simplemente Monzón, Trilla, y algunos camaradas bienintencionados pero inexpertos y aún no formados políticamente como comunistas.
»¡Y qué duda cabe que ciertos personajes vinieron a esta Unión Nacional, más que por su voluntad de lucha, por la ocasión que veían de anular al Partido Comunista, el partido de la clase obrera inspirado en la ciencia del marxismo-leninismo-stalinismo, y reemplazarle por un superpartido, agrupado en torno a una vaga ideología patriótica y antifascista que no comprometía a nada, y en el cual iban a hacer figura de líderes!.
»Por el camino que llevaban Monzón y Trilla, sucedía que en vez de dirigir a los aliados de todo género, como es su misión, el partido era dirigido por esos aliados al sumergirse en el “superpartido” de Unión Nacional».
Más adelante, Carrillo dice que «si simultáneamente a una Unión Nacional amplia, con un programa antifascista y patriótico, se hubiera mantenido la actividad política y la actividad del partido a la altura debida, con su fisonomía propia independiente para que hubiese jugado el papel dirigente que le correspondía, esas inclinaciones de ciertos aliados no hubieran tenido mayor importancia. Y entonces la Unión Nacional hubiera cumplido plenamente su misión.
»Pero es claro que Monzón y Trilla se sentían más cómodos en este superpartido, sin ninguna base ideológica y de principios, al lado de gentes políticamente vacilantes, socialmente no proletarias, que en medio de la actividad del Partido Comunista, un partido proletario, un partido marxista-leninista en el que sus vicios personales resaltaban demasiado.
»En un tal superpartido, sin principios, sin reglas, ellos podían transformarse en caudillos, como era su aspiración. En un partido comunista, en un partido auténticamente proletario, no hay sitio para el caudillaje y el aventurismo».
En otro lugar Carrillo indica que «tales aberraciones debían terminar siendo liquidadas».
«Monzón y Trilla volcaron toda la actividad de los militantes comunistas en la organización de los grupos de Unión Nacional, hasta el punto de que en la mayor parte de los sitios, la actividad y la organización del partido desaparecían y quedaban reducidos a algo meramente formal.
»“Mundo Obrero”, el órgano del partido, que debía presentar la política de éste ante las masas y jugar un papel de orientador y de organizador del partido, a la vez que del movimiento de unidad, salía cada vez más raramente.
»En su lugar, “Reconquista de España”, “órgano de la Unión Nacional de todos los españoles”, según indicaba su subtítulo, jugaba el papel de orientador, de educador de las masas.
»No sólo era el portavoz del movimiento de unidad —lo que hubiera sido justo—, era, y ahí estaba lo malo, el usurpador del papel de “Mundo Obrero”. Era el órgano del superpartido y, a la vez, el órgano personal de Monzón y Trilla.
»Simultáneamente fue anulada toda actividad abierta del partido ante las masas con el cuento de “no asustar” a los aliados y de evitar que la represión se cebara en nuestras filas. Monzón y Trilla extendieron la concepción liquidadora de que el partido no tenía por qué aparecer como tal existiendo la Unión Nacional, incluso entre no pocos camaradas honrados».
El largo artículo de Carrillo explica más adelante que «a fines de 1943, Monzón marchó al interior de España, seguido poco después por su compinche Trilla, no ya sin la aprobación del Buró Político, sino incluso sin darle cuenta, sabiendo como sabían, que el Buró Político jamás les hubiera autorizado para ello.
»Utilizando las peores artes y sintiéndose con protecciones y garantías que ningún comunista tenía entonces ni podía tener dignamente en la España de Franco, Monzón dio de lado al responsable colocado entonces por el CC al frente de su delegación en España, al obrero metalúrgico asturiano, al revolucionario fiel y valeroso, convertido hoy en un verdadero héroe nacional, Casto García Roza».
Carrillo añade que Monzón y Trilla urdieron una «infame conspiración para destruir moralmente y desprestigiar a Roza», y que «empezó también por anular el papel dirigente del partido, por liquidar su organización. Bajo la dirección de Monzón, las organizaciones del partido que él alcanzó a controlar, se convirtieron en la práctica en grupos de Unión Nacional. Se suspendió la publicación de “Mundo Obrero” y comenzó a editarse exclusivamente “Reconquista de España”, donde desaparecía en absoluto la fisonomía del partido.
»En la fisonomía de la Junta Suprema de Unión Nacional tampoco aparecía para nada la personalidad del partido como tal. Monzón participó en ella simplemente como delegado de la conferencia de Unión Nacional de Grenoble.
»Y lo paradójico es que al mismo tiempo que se disolvía nuestro partido en el movimiento de Unión Nacional; a la vez que se liquidaban nuestras organizaciones, se daba a los militantes del partido la consigna impropia y absurda de ayudar a organizar a los otros partidos y organizaciones democráticas, sin duda para garantizar mejor la imposibilidad de que los comunistas jugásemos el papel dirigente que nos correspondía y corresponde en la coalición antifranquista.
»Durante este período en España, Monzón descubrió aún más que en Francia el fondo oportunista y capitulador de su falsificación de la política de Unión Nacional.
»Abandonado todo esfuerzo unitario hacia nuestros aliados naturales, los trabajadores socialistas y cenetistas, Monzón se dedicó a cortejar a los elementos de derechas, incluso a los más reaccionarios. En “Reconquista de España” se llegó a extremos grotescos como hacer elogio de Gil Robles y especular con su inexistente apoyo a la Junta Suprema, o meter en el mismo saco a nuestra camarada Dolores Ibárruri con don Juan Negrín, Gil Robles y S. A. R. Juan de Borbón.
»Desde “Reconquista de España” se llevaba a cabo una indecente demagogia sobre la insurrección nacional, que no correspondía para nada a la política real que hacían Monzón y Trilla. Mucho revolucionarismo en las palabras, tanto como reaccionarismo y provocación en los hechos.
»¿Cómo podía hablarse honradamente de la insurrección nacional cuando se destruía a conciencia la única fuerza que hubiera podido organizaría y dirigirla, la vanguardia de la lucha democrática liberadora, el partido comunista?».
En otro lugar concluye que «la insurrección nacional de Monzón y Trilla era la “insurrección” de los generales reaccionarios, de los obispos, de los magnates de las finanzas, de los terratenientes, para verificar un simple cambio de fachada que consolidara el poder de la reacción y que abriese amplia vía a la dominación imperialista anglosajona».
«Y lo más lamentable es que el falseamiento de nuestra política de unidad, el liquidacionismo del partido y todas las faltas que hay que acumular a la cuenta de estos aventureros, malograron una magnífica posibilidad.
»Porque la política de Unión Nacional en general, alcanzó un gran eco entre el pueblo. Si se hubiera realizado justamente sus consecuencias habrían sido incalculables. No cabe duda que los crímenes de Monzón han tenido consecuencias muy serias para la lucha liberadora del pueblo español, para el desarrollo de la verdadera unidad nacional y del partido, en un período en que la guerra finalizaba y en el que, dada la situación internacional más favorable que hoy, un fuerte movimiento de unidad y de lucha en España hubiera podido variar el curso de los acontecimientos».
El Valle de Arán
«La culminación de esta política fue la aventura del Valle de Arán, en la que se perdieron bastantes y muy buenos camaradas, y en la que el partido en Francia estuvo a punto de ser aniquilado —sigue diciendo Carrillo.
»Desde Madrid, arrogándose unas funciones que no les competían, estos aventureros enviaban a Francia las órdenes para crear en los Pirineos una cabeza de invasión.
»Después de liquidar el partido, sustituyéndole por el superpartido de Unión Nacional, Monzón y Trilla organizaban el aniquilamiento físico de nuestros militantes.
»Cuando comenzó la invasión del Valle de Arán, en la que los militantes comunistas volvieron a demostrar su coraje y su voluntad de luchar, era de ver a los personajes del superpartido, a los elementos aventureros que se habían alzado al socaire de la política liquidacionista de Monzón, pavonearse como los “jefes” de la Resistencia española, especulando en los cafés de Toulouse con el heroísmo de los militantes comunistas embarcados en una aventura sin perspectivas.
»Aventureros con galones de coroneles que no habían luchado jamás en las guerrillas se derrochaban en discursos y declaraciones tronisonantes a la prensa, a cada instante.
»Oradores sin público hasta entonces ya se veían con una cartera ministerial debajo del brazo, conquistada por los guerrilleros comunistas.
»Jóvenes camaradas ambiciosos, deformados por los halagos y las corrupciones de Monzón, creían cabalgar sobre la Historia de España en aquel momento, considerándose los salvadores del partido y de la Nación.
»Todos aquellos hombres se consideraban los héroes de la Resistencia española en Francia y los jefes de la Resistencia Interior; se perdían en los planes grandiosos, en los bombos mutuos y en las zancadillas.
»Olvidaban que los héroes verdaderos de la Resistencia, los artífices de la unidad no eran ellos; eran sobre todo los militantes sencillos…
»Cuando la dirección del partido pudo intervenir, y principalmente cuando los consejos de la camarada Dolores comenzaron a llegar, y poco después ella, con su ayuda y su participación personal, puso orden a tanto desbarajuste, una sensación de alivio y de seguridad invadió a todo el partido, que se había sentido mucho tiempo conducido por las manos extrañas de un Monzón y un Trilla».
Las acusaciones de Carrillo contra Monzón no cesaron durante mucho tiempo y en 1950 escribía: «Monzón incumple reiteradamente en 1939 las directrices de marchar hacia América, y contando con el apoyo de los servicios imperialistas, y probablemente franquistas, permanece en Francia». Más adelante dice en este nuevo artículo, también muy extenso, publicado en «Nuestra Bandera», que «hay una gran analogía entre la política de Monzón y los bandidos titistas», para añadir que «traicionando al partido, Monzón suministraba a Field (agente secreto del Unitarian Service, organización de espionaje americana), informes con los datos más secretos de la organización de los comunistas y fuerzas de los destacamentos guerrilleros y de los sabotajes y atentados. De este modo no sólo desvía al partido de su función de dirigente de la lucha antifranquista revolucionaria, sino que se crea un pedestal de genio, de hombre que se anticipa al Comité Central, a los dirigentes del partido en la comprensión de los problemas políticos». Finalmente asegura: «Cuando es descubierto y desenmascarado por el partido en el interior, sólo entonces, la Policía lo detiene en condiciones que se ve claro que su objetivo es revalorizarlo políticamente, rodearle de la aureola de martirologio, para que el partido no entre en el fondo del examen de las consecuencias de su labor criminal, para que el partido no arremeta, por escrúpulos sentimentales, contra el “monzonismo”, y éste continúe produciendo desastres dentro de nuestras filas en el interior del país».
Mucho mejor es el criterio que Líster tiene de Monzón, del que dice que «había cometido dos “crímenes” que no podía perdonarle el Buró Político, porque constituían una acusación a la propia cobardía de éste: haberse quedado en Francia cumpliendo con su deber y haberse marchado luego a España a seguir cumpliéndolo. El delito de valentía es el que más han odiado Santiago Carrillo y compañía. Monzón durante muchos años de cárcel, y a pesar de las infames acusaciones de Carrillo, continuó siendo el mismo militante honesto y fiel al partido que había sido siempre».
Las acusaciones contra Monzón las mantendrá la nueva dirección del PCE, cuyo Buró Político estará formado por Dolores Ibárruri (secretario general), Francisco Antón (organización), Santiago Carrillo (agitación y propaganda), Vicente Uribe (sindical), Antonio Mije (cuadros), Enrique Líster (guerrillas) y Fernando Claudín (JSU).
El asesinato de Trilla
Gabriel León Trilla era, como ya se dijo, asesor de Monzón, y sobre él pesaban las acusaciones formuladas antes por Carrillo. Por ello, en medios de la dirección del PCE se acordó eliminarlo. En esto no hay la menor duda. Sólo hay discrepancias en explicar quién y cómo se decidió.
Carrillo dice de Trilla que «actuaba por su cuenta, como un auténtico bandolero, representando además su labor un peligro para la organización clandestina y la “seguridad” de muchos comunistas, por eso lo ajustició el grupo de Cristino García». Pero Líster responde acusando a Carrillo de perfidia, ya que culpa a otros de hechos que él ha ordenado.
He ahí la versión de Líster: «La decisión de eliminar a Trilla no fue de Cristino García sino de Santiago Carrillo y de Dolores Ibárruri. En 1971, en Sofía, Antonio Núñez Balsera, exmiembro del Comité Central del PCE, me explicó cómo en junio de 1945 recibió en Toulouse, de boca de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, la orden, que debía ser transmitida a Madrid a Cristino García[18] de eliminar a Gabriel León Trilla. Dolores dijo a Núñez Balsera que Trilla era un viejo provocador. Me dijo Núñez cómo había cumplido la misión y también la negativa de Cristino García a ejecutarla él personalmente como era la orden, diciendo que él era un revolucionario y no un asesino. Después de muchos forcejeos, Cristino designó a dos miembros de su destacamento para llevar a cabo la eliminación».
Líster continúa diciendo que «también en 1971, Antonio González me explicó en París, con toda clase de detalles, cómo la sentencia a muerte fue ejecutada —relatada a él en la cárcel por los dos ejecutores—, y cómo luego estos dos mismos ejecutores fueron asesinados a garrote vil por los franquistas, por su actividad de guerrilleros».
La forma práctica del asesinato de Trilla, según el historiador franquista Ángel Ruiz Ayúcar, fue la siguiente: «Cristino García recibió la orden, y los encargados de ejecutarla fueron “el Rubio” y Francisco Esteban Carranque Sánchez.
»En la noche del 6 de septiembre de 1945, Trilla fue convocado a una cita en la calle de Magallanes de Madrid. Le acompañaban dos “camaradas”. Cuando Carranque y “el Rubio” se acercaron, Trilla sospechó lo que ocurría e intentó huir, pero sus acompañantes le sujetaron, y “el Rubio” le dio una puñalada en el pecho, de la que murió poco después».
Según el mismo historiador, otra víctima de dicho ajuste de cuentas fue Alberto Pérez Ayala —seguramente se trata de un nombre supuesto—, compañero de Trilla. El atentado tuvo efecto el día 15 de octubre en la calle Cea Bermúdez, resultando herido de gravedad por los disparos recibidos, falleciendo el día 20 de dicho mes.
Poco después de tales hechos, el grupo de Cristino García fue detenido celebrándose el consejo de guerra el 22 de enero de 1946 y fueron ejecutados el día 21 de febrero[19]. Como ya se dijo, tal fusilamiento sería el desencadenante de uno de los hechos más importantes de la Historia de España de esta época, el bloqueo de la frontera por parte de Francia, ya que Cristino García era considerado un héroe de la Resistencia.
El autor de este libro ha pedido a Carrillo de forma reiterada, incluso con cuestionarios por escrito, que dé su versión de este tema en el que tan directamente es acusado. Sólo ha obtenido una respuesta: el silencio.
En relación a la influencia real de Trilla en la orden de atacar el Pirineo no hay testimonios directos que lo garanticen. Pilar Soler dice que aquél se veía poco con Monzón, y Gimeno afirma que «Trilla era inteligente, pero no lo consideré susceptible de influir en un hombre de la personalidad de Monzón, que tenía unos criterios muy formados».
Detención de Monzón
Cuando se producen las primeras acusaciones contra Monzón y Trilla, a finales de 1944 y principios de 1945, Monzón sigue en España. Ha recibido unas primeras cartas recriminándole las órdenes dadas de realizar una acción sobre el Pirineo español, y más tarde recibe una comunicación de los miembros del Buró Político para que regrese a Francia para hablar de los hechos sucedidos.
Monzón remoloneó y no cumplió de inmediato la orden, pero ante nuevos requerimientos se puso en marcha hacia Francia y a su paso por Barcelona fue detenido.
De inmediato surgieron tres versiones sobre los hechos, que se han mantenido hasta el día de hoy: la primera de ellas, sostenida por la dirección del PCE, según la cual Monzón se había hecho detener personalmente con el fin de no tener que comparecer ante la comisión de encuesta creada por el partido para estudiar la política de Unión Nacional y, particularmente, la invasión guerrillera de España.
La segunda versión, de algún sector franquista, es la de que los comunistas, por orden del propio partido, habían delatado a Monzón con el fin de que la Policía lo detuviera y fuera condenado.
Líster da la tercera de las versiones, consistente en que Carrillo había hecho preparar un trampa a Monzón, de forma que la persona que debía conducirle a Francia a través de los Pirineos, sería quien lo liquidaría. La detención de Monzón fue para él una suerte porque le salvó la vida.
Los hechos, sin embargo, fueron completamente distintos de las dos versiones primeras, quedando la tercera pendiente de confirmación. También en esto Carrillo da la callada por respuesta a la multitud de peticiones realizadas por el autor de este libro para que dé su versión. Lo que sí es cierto es que, como dice Margarita Abril, entonces responsable de las JSU de Cataluña, «Monzón tenía miedo de ir a Francia, y por ello no se daba prisa, ya que presumía que lo querían liquidar». La propia Margarita matiza que no sólo los carrillistas eliminaban a sus oponentes, sino que también los partidarios de Monzón hacían lo propio con sus adversarios en el seno del partido. Sobre tal actitud de Monzón, por su parte, Pilar Soler, «oficialmente» su esposa, dice que «él no quería ir a Francia porque se olía que le iba a pasar algo», aunque no hace referencia alguna a la posible eliminación física. Pilar añade que «además, Monzón estaba convencido de que la labor que estaba desarrollando en Madrid era extraordinariamente importante, por haber conseguido contactar con personalidades que antes habían colaborado con el Régimen de Franco y en aquel momento estaban en contra».
He aquí el desarrollo pormenorizado de la estancia y detención de Monzón en Barcelona, narrada por Jaume Serra y Emilia Vigil, el matrimonio en cuya casa fue detenido el dirigente comunista, y el entorno de unos hechos de gran importancia para la historia del PCE de aquellos años.
Jaume Serra explica que «Claudio (nombre de guerra), el hombre con el que yo contactaba en la organización comunista clandestina de Barcelona, me dijo que tenía una persona importante del partido que había llegado a la Ciudad Condal que tenía que ir a Francia para informar al Comité Central de la situación en el interior de España, y que debíamos buscarle cobijo.
»Exactamente el lunes de Pascua de 1945, me lo presentaron en la Avenida de la Luz de Barcelona, con el nombre de José Luis, de profesión médico. Iba acompañado de “Elena”. No me dijeron la personalidad de tales personas, ni tampoco la pregunté. Tomamos café en un bar de la Avenida de la Luz y esperamos la llegada de mi esposa, Emilia. Ella se llevó a “José Luis” y “Elena” a casa de mi padre, donde residíamos toda la familia, en la calle Pablo Feu número 11, al pie del funicular de Vallvidrera». Era entonces —y aún en buena parte hoy— una pequeña barriada de viviendas unifamiliares, construidas por los propios trabajadores.
Entre la familia y los vecinos, los recién llegados fueron presentados como primos de la esposa de Jaume Serra. Ésta, Emilia, explica que «“José Luis” era un hombre de carácter jovial, que de inmediato trabó amistad con los vecinos, jugaba al dominó con ellos los domingos y no hablaba para nada de política. Sólo lo hizo con el padre de Jaume Serra y con un vecino que se autocalificaba de comunista. Nunca salió del pequeño barrio en todo el tiempo que estuvo allí, que duró un par de meses». La pareja recién llegada no creaba problemas de alimentación a la familia que la alojaba porque llevaban dinero, al parecer en abundancia, y compraban alimentos de estraperlo.
«Mientras ellos estaban allí —sigue diciendo Jaume Serra—, los militantes del partido realizábamos las gestiones encaminadas a conseguir un salvoconducto que permitiera a “José Luis” acercarse el máximo a la frontera, para, desde allí, pasar a Francia. Antes de venir a nuestra casa, había realizado un intento de cruzar la frontera, pero tuvo que desistir de ello porque tenía una fístula». Según otras personas, en tal intento Monzón llegó hasta Ripoll.
Jaume Serra añade que «un día fui a casa de Emilio Sanmartín Vicens “el Peña”, en la calle Tallers, para recoger el salvoconducto que necesitaba “José Luis”, pero al llegar allí me encuentro con la Policía, que me detiene, al igual que lo había hecho antes con otros en la misma vivienda. Según me enteré luego, aquella casa era un punto de apoyo de Joventut Combatent (Juventud Combatiente) y de un grupo guerrillero. Por ello la Policía había acudido allí.
»Llegados a comisaría empezaron los interrogatorios y las palizas, preguntándonos, entre otras cosas, nuestros domicilios. Dábamos residencias falsas, pero las confirmaban, y, con nuevas palizas y torturas, al final conseguían obtener la verdad».
Quien ahora narra lo sucedido es Emilia Vigil: «Llevaba yo unos días sin saber nada de mi marido. Hacia las 9 o las 10 de la mañana llegaron a casa dos policías, uno de ellos apellidado Correa, y, sin decirme nada sobre su detención, me preguntaron por mi marido. Les dije que estaba en Francia. Para confirmar si era verdad le preguntaron también a la niña, de 4 años de edad, y la pequeña reafirmó que su padre estaba en Francia. El caso es que mi marido llevaba tiempo en Barcelona, pero la niña no lo había visto, porque venía a casa muy tarde, cuando ella dormía, y se marchaba de madrugada, antes de despertarse la criatura.
»Mientras nos interrogaban —añade Emilia—, los policías oyeron un ruido proveniente de una habitación vecina, y preguntaron quién había allí, a lo que respondí que eran unos primos. Los de dentro, al darse cuenta de que habían sido descubiertos, intentaron salir. La mujer, “Elena”, cogió el orinal y salió con él por la puerta simulando dirigirse al jardín para verterlo y nada le dijeron, pero al entrar en la habitación vieron que el hombre intentaba salir por la ventana trasera de la casita y le dieron el alto. Entretanto, la mujer lograba esfumarse».
Emilia explica que la documentación falsa que llevaba «José Luis» estaba mal confeccionada y añade que «los que venían de Francia la traían mucho mejor»[20]
Los policías registraron la casa, sin encontrar ningún documento comprometedor.
«Nos encontramos con “José Luis” cuando lo trajeron a Jefatura Superior de Policía —explica Jaume Serra—. Aquél reveló inmediatamente su identidad ante la Policía, diciendo que era Jesús Monzón Reparaz, y explicó que era mejor identificarse en seguida porque lo iban a saber igualmente, aunque manifestó con claridad y energía que él luchaba contra el Régimen de Franco y expresó sus principios políticos. Por haber explicado su identidad y actuación desde el primer momento, Monzón no fue torturado».
Jaume Serra añade que «los policías estaban sorprendidos por la importante detención que, de forma imprevista, habían realizado, porque no tenían conocimiento de que Monzón estuviera en Barcelona. También nosotros quedamos perplejos al conocer la identidad del detenido». Eran los primeros días de junio de 1945.
De tales hechos puede deducirse que Jesús Monzón pudo ver con cierto respiro su detención, pero está claro que no se hizo detener.
«Por la tarde del día en que lo detuvieron —dice Emilia Vigil—, se presentó en casa otro policía, haciéndose pasar por un comunista que intentaba conseguir contacto con otros, para que yo le diera alguna pista. Me hice la desentendida diciendo que yo nada sabía de todo aquello. Cuando se marchó vi por la ventana que a cierta distancia le esperaba otro policía».
El «caso Field».
Si antes se mostró claramente, en palabras de los más directos testigos, que Monzón no se hizo detener y que tampoco fue el partido quien le delató, vale la pena clarificar algunas de las acusaciones contra él formuladas por Carrillo y los restantes jerarcas del PCE en la clandestinidad. Una de ellas es la colaboración con el «agente». Field, del espionaje americano.
El testigo más directo de la relación del PCE con Field es Manuel Azcárate, que narra lo sucedido: «Field no era ningún agente secreto, sino un miembro de organizaciones filantrópicas. Defendía las acciones que podríamos denominar “unitarias”. Su primer contacto con España se produjo durante la Guerra Civil a través de la Comisión de retirada de las Brigadas Internacionales y continuó luego con las ayudas a los refugiados españoles. Disponía de dinero que le llegaba a través de un Comité de ayuda a los refugiados. Monzón se relacionó con él en Marsella a través de los Comités de Solidaridad con España y posteriormente yo mantuve contactos con él en Ginebra, e incluso me dio dinero para los refugiados españoles.
»Un tiempo más tarde vino el montaje —dice Azcárate—. Stalin dijo que una buena parte de la Resistencia en los países europeos ocupados por los alemanes había sido manipulada y que los agentes pro-americanos y pro-británicos se habían introducido en los partidos comunistas y en instituciones similares a Unión Nacional de los diversos países, creando organizaciones “pluralistas” para destruir los partidos comunistas. Y empezaron los procesos “fantasma” contra numerosos líderes, entre ellos Slansky, Rajk y otros, y en el caso Rajk se introdujo el tema Field. Gran parte de los dirigentes de la Resistencia contra los alemanes en varios países fueron declarados, en mayor o menor grado, traidores.
»En el PCE se hizo una encuesta muy severa y fueron depurados Gimeno, Carmen de Pedro, “Anita” (mujer de Gimeno y persona de mucha confianza de la dirección de Francia), y otros. Yo mismo (es Azcárate quien habla) fui separado de puestos de responsabilidad y no entré en el Comité Central hasta 1960. En el Partido Comunista Francés se produjeron depuraciones similares.
»Después de 1956 vino la desestalinización y fueron rehabilitados muchos de los que habían sido depurados. De Field se aclaró que no había sido agente americano y murió ya rehabilitado en Hungría —país en que había sido detenido y juzgado— años después», termina diciendo Azcárate.
Irene Falcón, secretaria de «Pasionaria» explica que «de Field se demostró que en realidad había sido un amigo de la Unión Soviética». Asimismo, Irene explica que también Carmen de Pedro fue rehabilitada, aunque Líster manifiesta que «en las acusaciones a que la sometió Carrillo estuvo al borde del suicidio», lo que matiza Manuel Gimeno diciendo que «Carmen sufrió mucho con las acusaciones que se hacían a los dirigentes que habíamos estado en Francia, sobre todo a Monzón. Se derrumbó, y luego sufrió la depresión derivada de que su marido, Agustín Zoroa, fue fusilado en España».
Las explicaciones de Azcárate sobre Field son importantes, tanto por ser el más cualificado testimonio, como porque él fue, de los antiguos dirigentes, quien menos defendió a Monzón de las acusaciones que se le hacían.
Pere Ardiaca, entonces alto cargo del PSUC y hoy presidente del Partit dels Comunistes de Catalunya por escisión de aquel partido, atestigua con claridad las maquinaciones que eran habituales: «Lo que se hacía entonces en los partidos comunistas era llenar de basura a aquéllos que se iban del partido o eran expulsados. Se les calificaba de traidores y se les atribuía cuantas maldades eran posibles, aunque nada estuviera demostrado. Tengo que confesar que nosotros lo hicimos con Joan Comorera. Era un mal hábito que teníamos y su objetivo era evitar que ningún miembro del partido contactara con aquella persona».
Manuel Gimeno también fue sancionado, y estuvo prácticamente apartado del PCE durante varios años. Explica que «unos años más tarde, cuando España ingresó en la ONU, el propio Carrillo pasó por una difícil situación».
La doctrina de Monzón
Las acusaciones de Carrillo antes expuestas incluían la de que Monzón se había apartado de las directrices del partido.
Un análisis de las publicaciones editadas por el PCE durante la Guerra Mundial en América y en Francia no muestran diferencias importantes en materia ideológica ni en objetivos estratégicos. Varía, y no mucho, la táctica, lo cual es lógico si se tiene en cuenta que unos viven un exilio lejano a los problemas inmediatos y relativamente plácido, mientras los otros se juegan la vida todos los días. Ello aportaba ópticas distintas sobre la actuación en la clandestinidad.
La dirección del PCE en Francia y en España siempre intentó seguir las directrices generales que le llegaban a través de «Radio Pirenaica», y, en materia disciplinaria, nadie oyó jamás a Monzón dirigir ataques contra el Buró Político o alusiones orientadas a eludir o rechazar las directrices emanadas de aquél. Otra muestra del intento de ortodoxia marxista-leninista fue el rechazo de Monzón de los criterios de Quiñones, e incluso envió desde Francia a Jesús Carreras para conversar con aquél sobre sus planteamientos políticos presuntamente heterodoxos.
Por otra parte, Monzón nunca elaboró una teoría política propia, aunque sí una cierta estrategia. A pesar de ser un hombre inteligente, culto y con criterio, no era un pensador como lo fuera Quiñones. Era un hombre reflexivo, pero aún más un hombre de organización y acción. En Francia empezó a escribir una novela de la que redactó dos capítulos. Su mayor aportación teórica era la de que los pueblos debían luchar para liberarse por sí mismos, y como hombre de acción supo ser el motor que organizara plataformas de lucha que agruparan un amplio espectro de fuerzas. Si no logró atraer a algunos partidos el fracaso es imputable al rechazo por parte de éstos de cuanto significara «comunista».
Pero probablemente la prueba humana más definitiva del «montaje» contra Monzón lo tiene Pilar Soler, «Elena», la joven que con él estaba cuando le detuvieron y que pasaba por ser su esposa.
«Cuando me escapé de la casa de la calle Pablo Feu en Barcelona al llegar la Policía —explica—, logré contactar de nuevo con un militante comunista al que fui a esperar a la salida de la fábrica. Me llevó a casa de la “Tieta”, una señora que nos ayudaba, y al cabo de unas semanas marché hacia Francia, aunque estaba enferma, porque me pedían que fuera allí inmediatamente.
»Al llegar a Toulouse me miraban con reticencia y, aparte de alojarme en una casa en la que estaba casi siempre sola y me sentía muy deprimida, me hicieron redactar un informe sobre las actividades de Monzón en España. Cuando les di el texto me dijeron que no servía. Yo simplemente reseñé allí lo que había visto durante el año que conviví con Monzón, pero me dijeron que debía redactar otro informe. Lo hice pero tampoco les valió. Entonces Ramón Ormazábal me insinuó que yo debía poner en el informe lo que ellos querían que pusiera, no lo que yo había visto. Era el estalinismo.
»Yo estaba asustada, y, aunque no conocía gran cosa del planteamiento político de Monzón, porque éste contaba pocas cosas, me daba cuenta de que cuanto decían de él los dirigentes del partido en Francia nada tenía que ver con la realidad. Como estaba asustada pedí hablar con Dolores Ibárruri, a la que conocía de la época de la Guerra Civil, pero tardaron mucho tiempo en concedérmelo».
«En paralelo con todo esto —añade Pilar Soler—, un día Carrillo me dijo que en el partido habría que tener muchos hombres como Monzón. Me di cuenta de que todo era un juego, que llevaban sobre todo Carrillo y Claudín».
Monzón en la cárcel y expulsado del PCE
Desde la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, Monzón fue trasladado a la cárcel Modelo. Sería de nuevo en ésta, y posteriormente en otros centros penitenciarios, donde la personalidad de Monzón, a la vez fuerte y contradictoria, volvería a ser motivo de discrepancias entre los comunistas.
En las semanas que siguen a la detención del dirigente del PCE, el partido intenta aún su defensa, y lanza en su favor una campaña limitada de prensa en el exterior de España. En algunas publicaciones comunistas, por ejemplo en el número 33 de «Per Catalunya», editado en La Habana, en agosto de 1945, se habla de la salvación de Jesús Monzón. Pero tal actitud duraría muy poco, y pronto los comunistas se alejarían de este dirigente como de un apestado, ya que sobre él llueven las acusaciones de la dirección.
El proceso culminaría en una primera fase con la expulsión del partido, producida a finales de 1947. En «Mundo Obrero» de diciembre de 1947 aparece la siguiente nota:
«Jesús Monzón, expulsado del partido.
»El comité provincial de Madrid del PCE pone en conocimiento de todos los militantes del partido, y de los antifranquistas en general, que Jesús Monzón ha sido expulsado del partido comunista, por la labor de provocación que ha venido realizando de manera sistemática y consecuente desde hace tiempo.
»El partido comunista ha comprobado que Jesús Monzón no actúa al servicio de la causa de la clase obrera y de la lucha contra el franquismo y la reacción imperialista extranjera, sino al servicio de intereses ajenos al pueblo. El comité provincial de Madrid».
Como ya se dijo anteriormente, Monzón, al margen de sus ideas comunistas, era un hombre comodón y vividor, y tal forma de vida no sería excepción en la cárcel, para escándalo de sus correligionarios. No le faltaba el dinero, suministrado por su familia, lo que era ostensible al comprobar su derroche.
He ahí algunos elocuentes testimonios de sus compañeros de cárcel:
—Cellestí Carreter, dirigente del PSUC: «Monzón no se comportaba en la cárcel Modelo con la actitud política y el talante personal de los comunistas del momento. Para nosotros todo era severidad y lucha y él era un juerguista. Incluso pagaba a otros presos para no tener que fregar, como nos correspondía hacer a los demás. En varias ocasiones le dijimos que debía cambiar de actitud, sin conseguirlo. Otro aspecto que causaba reticencias entre los militantes eran las visitas que recibía de la hermana del general Solchaga[21], ya que sus familias eran amigas. Todo ello, sin embargo, no significaba que fuera un traidor».
—Andrés Paredes «Groman», dirigente del PSUC: «Monzón vivía muy bien en la cárcel. Estaba protegido por su familia, la cual pagaba para que le trajeran comida de un bar y no el rancho de los presos. Estaba solo en una celda, se le reconocía el estatuto de preso político, gozaba de mayor movilidad que los demás… Yo le conocía de Francia y tuve algún contacto con él cuando se celebraban fiestas en la cárcel y se mezclaba gente de diversas galerías. En nuestras conversaciones, él consideraba normal fumarse un par de paquetes rubios cada día, cuando los demás pasábamos hambre. Se le marginaba y acusaba de desviaciones, pero lo que causaba mayores recelos era su tren de vida. Era un pequeño burgués».
—Cándido Juárez, «instructor» de Brigada: «Cuando Monzón se encontraba en la IV Galería de la cárcel Modelo fui a verle con el permiso de la organización del PCE que teníamos en el centro penitenciario. Me dijo que no debíamos pasar cuidado porque él no haría daño alguno al partido. Añadió que su problema no era con nosotros ni con nadie en concreto sino con la dirección. Dio a entender, aunque sin decirlo de forma abierta, que la dirección sabía lo del Valle de Arán, y añadió que el problema lo resolvería con los dirigentes del partido al salir de la cárcel».
—Josep Nebot, guerrillero urbano de Barcelona: «Me encontré con él en El Dueso, pero no le hablé porque nuestra dirección nos había dado la consigna de no mantener contacto con él tras las acusaciones y expulsión».
—Antonio Campos, capitán guerrillero, miembro de la AFARE: «En El Dueso entablé mucha amistad con él. Monzón me decía que “cuando acabe eso (la cárcel) hablaré del tema de la invasión”. Decía también que había actuado con la aquiescencia del partido, y que sin apoyo de éste no se hubiera podido realizar tal movilización. De todas formas fue poco explícito sobre el tema».
—Manuel Moreno, «comandante Quico»: «Era un tipo muy valioso. Fue el verdadero organizador de la lucha en Francia y valía mucho más que algunos de los que mandaron luego en el PCE. Lo encontré en la Modelo y siempre mantuve con él una relación cordial».
—Jaume Sena, en cuya casa fue detenido Monzón: «Nuestra relación con Monzón en la cárcel fue siempre correcta, e incluso él participó en una huelga reivindicativa. Yo siempre dije allí a mis compañeros de célula que no era cierto que Monzón se hubiera entregado a la Policía y rechacé las acusaciones que se le hicieron. Expliqué que, en todo caso, si lo habían detenido era por culpa nuestra. Sé que la información que él había dado al partido antes de la entrada en el Valle de Arán no había sido buena, pero lo que es seguro es que no hubo traición alguna en la época en que yo le conocí».
Otras opiniones sobre Monzón
Además de las de sus compañeros de presidio, he ahí algunas opiniones sobre Monzón de personas que conocen su vida política.
—Manuel Gimeno (dirigente del PCE): «Era un hombre inteligente, extraordinariamente humano, con cariño al partido, que nada hizo en la cárcel contra las organizaciones del PCE allí existentes.
»Alguien quiso ponerle el sambenito, al igual que a Tito, con la crisis de los partidos comunistas. Forma parte de la tramoya de la época, pero yo jamás he visto atacar a Monzón a nadie que le conociera personalmente. Guardo de él un buen recuerdo y siempre le defendí cuando se discutió su actuación. El mérito de Monzón fue su lucha en Francia».
—Ángel Planas (expresidente en España de la Amicale de guerrilleros): «Era un hombre de gran visión que no sólo organizaba la lucha en Francia contra los alemanes sino que también preparaba la actividad cara a la futura lucha en España. Él propuso que en los “chantiers” hubiera unas personas con documentación legal para que sirvieran de cobertura a los demás. Era dinámico, inteligente y enérgico, a lo que unía sencillez y ausencia de ambiciones. Marcaba con claridad los objetivos, dejando margen para actuar a los demás».
—Enrique Líster, alto dirigente político y militar comunista: «Las acusaciones contra Monzón fueron falsas. Se le quiso culpar del fracaso de la invasión, pero los que estaban en Francia no necesitaban que Monzón les forzara, puesto que ellos ya estaban predispuestos».
Otros, como Carlos Dorado, son menos benevolentes y lo consideran «la correa de transmisión de una corriente de provocación que era el monzonismo» añadiendo que «se dejó influir por generales u otras personas con las que habló que querían llevar al PCE a la provocación y al desastre. Ello no exime totalmente a la dirección del partido de responsabilidad, porque debían haber comprobado los informes enviados por aquél».
Son muchos los militantes del PCE que acusan a Monzón de «infantilismo», aunque no de traición.
En opinión del autor de este libro, existe una clara responsabilidad de la dirección del PCE, aunque desconocieron los aspectos concretos de la operación «Reconquista de España». Durante más de cuatro años, el equipo que encabeza Monzón dirige el PCE en Francia y España en condiciones durísimas, y los que están en la URSS y en México, al menos tácitamente, apoyan su gestión. A pesar de todas las dificultades de comunicación, el Buró Político tuvo tiempo cien veces de cambiar a los dirigentes de Francia y no lo hizo. Luego, al fracasar la invasión, se quiso buscar cabezas de turco y no sólo se les acusó del fracaso de una operación concreta, lo que sería justo, sino de toda su actuación.
Ha sido una lástima que Monzón muriera sin haber explicado o escrito nada sobre los hechos, lo que podría aportar algunas luces más sobre un controvertido tema.
El consejo de guerra de Monzón
«Examinada la presente causa número 134 631, y resultando que en la misma ha recaído sentencia por virtud de la cual y como autores de un delito consumado de rebelión militar previsto en el Artículo 286 del Código de Justicia Militar y penado, respecto a los dos primeros procesados que se mencionarán…, se condena a los diversos acusados a las penas siguientes: a Jesús Monzón Reparaz, a la de treinta años de reclusión, a Raquel Pelayo Ceballos, a la de veinticinco años, a Jaime Serra Riera, a la de veinte años, a Enrique Yuglá Mariné a la de quince años…».
Así reza el texto de la sentencia del Consejo de Guerra en el que fue condenado Jesús Monzón y aquellos otros que formaban parte del mismo expediente. La mayor parte de los que fueron condenados con Monzón ni siquiera le conocían antes de detenerles, pero formaban parte del grupo de «Juventud Combatiente» que llevó indirectamente a la caída de aquél.
El fiscal había solicitado la pena de muerte para el máximo dirigente del PCE detenido. En el texto del expediente se señala que la Auditoría de la IV Región Militar tenía muy avanzada la incoación del sumario del grupo de detenidos, pero «se tuvo noticia en la I Región Militar de la detención del referido Jesús Monzón Reparaz, que en varias declaraciones prestadas por encartados en otros procesos lo citaban de manera reiterada como alto dirigente de la organización comunista con actuación en la capital de España cuya presencia se acusaba en la misma desde el mes de octubre de 1943, por lo que se requirió a la Autoridad Judicial de la IV Región Militar que el tema pasara a la I Región Militar».
En el propio texto se dice que «en declaraciones efectuadas por Apolinar Vega Merino en abril de 1945 y por Agustín Zoroa Sánchez en junio de 1945, un tal Monzón en octubre de 1943 ocupaba el cargo de secretario general de la Delegación de España del Comité Central del Partido Comunista, aunque no es posible considerar como hecho probado que el mismo fuera el Jesús Monzón Reparaz».
El Consejo de Guerra se celebró en Ocaña, llevando el dictamen auditorial la fecha de 16 de julio de 1948, siendo el decreto por el que se sanciona y hace ejecutiva la sentencia de fecha 21 del mismo mes. Monzón fue enviado a la cárcel de El Dueso, de donde saldría siete años más tarde tras haber participado en un mitin con enfrentamientos entre comunistas y anarquistas. En 1955 fue trasladado a la prisión de Teruel, donde estuvo aún más de un año antes de terminar condena, habiendo permanecido, por tanto, once años en la cárcel. Al salir marchó a México, donde falleció.
Mientras en los casos de Carmen de Pedro y del propio Field hubo las correspondientes rehabilitaciones, ello no se produjo en el caso de Monzón. Como explica Domingo Malagón, «cuando salió de la cárcel, ya en México, pidió una entrevista con miembros del Comité Central, pero no se llegó a celebrar, quizá por su fallecimiento. Hubo una congelación del asunto, más que una solución».
Algún día el PCE tendrá que plantearse este tema, uno de los más oscuros de su historia. Una historia llena de penumbras a la que ni el más sectario detractor podrá negar un raudal de heroísmo y de entrega, pero a la que el más fervoroso de los apologistas deberá unir un cúmulo de asesinatos y un alud de falsedades e injusticias.