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Las causas del fracaso de la operación «Reconquista de España».

La operación había fracasado tanto por causas estrictamente militares como políticas. Básicamente, este desenlace se deriva de no haberse producido la sublevación del pueblo ni la descomposición del Ejército, ni tampoco el apoyo aliado.

Sin los requisitos anteriores, aunque la operación hubiera completado su éxito militar estableciendo una cabeza de puente, estaba abocada al fracaso. No es imposible que los aliados se hubieran visto obligados a cambiar de actitud en el caso de haberse consolidado un pequeño territorio de la República Española, pero lo que importan son los hechos acaecidos, no los futuribles.

Fallos estratégicos y tácticos

Ciñéndose en primer lugar a los aspectos militares se descubren en el Plan de Operaciones, y más aún en su ejecución, fallos evidentes.

Error fundamental fue la realización de una acción de envergadura en un frente extensísimo con fuerzas insuficientes. Según el plan, se trata de ocupar el triángulo que forman la frontera francesa y los ríos Cinca y Segre —con modificación de algunos afluentes— aunque en la primera fase la cabeza de puente a ocupar es sólo el Valle de Arán. Para lograr todo esto ponen en juego fuerzas inferiores a los 4000 hombres, y de ellos menos de 1500 en el interior del valle. En el momento en que empieza la invasión principal, el 19 de octubre, está en la zona sobre la que van a operar los guerrilleros casi toda la División 42, algunas unidades de otras divisiones y fuerzas de la Guardia Civil y Policía Armada, totalizando más de 15 000 hombres —aunque el punto más desguarnecido sea el propio Valle de Arán—, que pronto recibirán nuevos refuerzos. Es obvio que los guerrilleros convertidos en fuerzas regulares difícilmente podían ganar, aunque fueran más expertos y estuviesen mejor armados que los bisoños soldados del Ejército, entre los que tampoco faltaban antiguos combatientes republicanos de la Guerra Civil y bastantes oficiales que habían hecho la guerra o participado en la División Azul.

Desde el punto de vista de creación de un enclave republicano la elección del Valle de Arán como centro de las operaciones es extraordinariamente afortunada, tanto desde la óptica política como estratégico-geográfica. Además, fue acompañada por una climatología favorable, dado que se estaba a las puertas del invierno, que llegó prematuramente. Por pocos días, el Puerto de la Bonaigua no quedó completamente bloqueado, lo que hubiera facilitado que durante unos meses el enclave del valle hubiera estado aislado y en él se pudiera instalar un Gobierno republicano. Con una defensa enérgica se podía hacer frente con facilidad a un ejército superior en número y medios. El Alto Mando de Franco quiso evitar a toda costa la creación de dicha cabeza de puente, a la que temía, además, porque podía producirse ayuda aliada.

Sin embargo, un militar como Líster cree que la elección del Valle de Arán fue un error si lo que se deseaba era avanzar y reclutar nuevos efectivos. He aquí sus palabras: «El objetivo y principios de la operación eran ciento por ciento justos, como lo era también el realizar una operación de envergadura acumulando fuerzas. Todavía seguía la Guerra Mundial y Francia era una magnífica base de operaciones sin que nadie pusiera obstáculos.

»El error fue meterse en el Valle de Arán, zona casi carente de comunicaciones, alejada de poblaciones importantes y que presentaba graves dificultades para penetrar hacia territorio español. Allí ya podías meter todas las fuerzas que quisieras, que difícilmente conseguías éxito alguno. Con sólo adoptar una actitud defensiva e intentar el cerco, el enemigo tenía bastante.

»Escogieron un objetivo mal situado y no tuvieron en cuenta la cobertura de más de 200 000 hombres del Ejército de Franco (sic) en las zonas próximas a la frontera. Hubiera sido mejor una acción similar en un punto más cercano a poblaciones grandes y centros obreros. Por otra parte, hubo precipitación en la ejecución, porque podían haberse reunido fuerzas más numerosas», termina diciendo Líster.

No es tampoco un fallo menor el que los guerrilleros no se hubieran fijado como objetivo fundamental e inmediato cortar las comunicaciones del valle, sobre todo el acceso al Puerto de la Bonaigua y en segundo lugar la boca norte del túnel de Viella. Los intentos serios para hacerlo son tardíos y poco enérgicos. Ciertamente en el Plan se previo cortar la carretera Tremp-Viella a la altura de Esterri d’Aneu, pero fracasaron las fuerzas que debían ejecutarlo. Además, la mejor zona para bloquearla eran los accesos a la Bonaigua.

Las fuerzas que lucharon fuera del Valle de Arán quedaron completamente desconectadas, porque en la mayor parte de los casos no funcionaron los puntos de apoyo ni el sistema de guías escalonados en profundidad. Ello fue fatal porque tampoco se previó la posible retirada —se daba por supuesto que se iría avanzando siempre— con lo que el retorno de las unidades que estaban fuera del valle fue una tragedia. Un testimonio interesante es el de «Pinocho», que mandó una brigada: «No mantuvimos el menor contacto con nuestra retaguardia francesa. Material de transmisiones no teníamos, ni enlaces tampoco. La consigna era “llegar lo más lejos posible, instalarnos en la zona que el mando del destacamento juzgara más adecuada y tratar de establecer contactos con otros grupos guerrilleros… franceses o locales”. Zonas de repliegue no las había. Los comisarios se hartaron de difundir consignas heroicas como “el que mira hacia atrás es un traidor”, “antes morir que retroceder” y otras por el estilo. Objetivos concretos, aparte de la ocupación de ciertos pueblos, no teníamos ninguno, sino establecerse allí y crear una zona guerrillera. Informes sobre el terreno en torno a la buena o mala disposición de la población y sobre las fuerzas enemigas no se nos facilitó ninguno».

Mayores aún que los fallos estratégicos fueron los logísticos, derivados del convencimiento de que la entrada en España es un paseo que llevará a los guerrilleros a Madrid entre vítores. Los maquis llevan su armamento individual, munición, comida y propaganda, además de las ropas. Van muy cargados, pero a pesar de ello las vituallas no les aseguran más autonomía que la de unos pocos días. A las fuerzas que están fuera del Valle de Arán, con las tropas de Franco pisándoles los talones, les resulta muy difícil conseguir comida, sobre todo para unidades de hasta 300 hombres. Peor aún sería el problema del municionamiento, ya que el calibre de las armas del Ejército de Franco era distinto del de la guerrilla. Un experto en temas logísticos, Josep Aymerich, dice que «como la gente no se sublevaba, aunque se hubiera ganado en Arán tampoco se podía seguir adelante, porque desde el punto de vista logístico era un fracaso».

Si la concepción político-estratégica tenía aspectos magistrales, y, aún con defectos, era aceptable la táctica utilizada, deficiente fue la actuación de parte de los mandos guerrilleros. Pasadas las 24 o 48 horas primeras es obvio que hacían falta renovadas órdenes de operaciones que se adaptaran a las nuevas circunstancias. La guerra es acción viva y cambiante, no una operación matemática inamovible. Los altos mandos guerrilleros demostraron pocos conocimientos del Arte Militar. La propia táctica utilizada en el ataque inicial, con ser correcta, fue la que siempre utilizó el Ejército Republicano durante la Guerra Civil (recordar Brunete, Teruel, el Ebro): la infiltración cautelosa (normalmente nocturna) con ruptura frontal, pero sin acción por los flancos, ni maniobras envolventes…, y con falta de nuevos planes en el curso de la batalla. Las propias fuerzas guerrilleras del interior del Valle no fueron utilizadas adecuadamente, limitándose durante unos días a hostigar Viella, cuando el tiempo jugaba en contra de los maquis.

Lo anterior enlaza con otro fallo de importancia, derivado de la falta de aprovechamiento del éxito por parte de los guerrilleros. La superioridad táctica de la sorpresa dio unos éxitos iniciales de los que la guerrilla no saca partido. Con la desorientación del momento y la escasez de fuerzas gubernamentales en presencia en Viella, es más que probable que esta población hubiera caído, y con ella varios pueblos más, si los guerrilleros la hubieran asaltado con energía. Además, aunque esto no lo supieron hasta más tarde, hubieran capturado a Moscardó.

Operativamente fue floja la actuación de varias brigadas, en especial algunas de las que operaron fuera del Valle, aunque no sólo éstas. Algunos jefes de la operación, como el propio López Tovar y «Pinocho», que se dieron pronto cuenta de que las perspectivas eran malas, programaron más el repliegue que el avance. Esto es positivo para salvar el pellejo y muchos guerrilleros lo agradecen, pero es evidente que asegura el fracaso de la operación. En la misma línea conservadora y de falta de acometida hay que situar la actuación de algunas brigadas, que pocas veces se obstinan en superar la resistencia que encuentran cuando es algo mayor de la que esperaban. Muchas brigadas se retiran cuando han tenido tres o cuatro muertos, cifra nada elevada para justificar la marcha atrás.

No puede eludirse en las causas militares del fracaso la falta de disciplina. Mandos destituidos por sus propios subordinados, jefes que dimiten, unidades que se dispersan al primer choque, brigadas que se retiran de España y luego no quieren volver a entrar…, son hechos frecuentes. Los maquis vienen con el criterio de la guerrilla, no aplicable siempre a un Ejército Regular. En la misma línea están los conceptos democráticos normalmente utilizados. Cuando hay problemas, en muchos batallones guerrilleros se decide democráticamente si hay que seguir adelante o retirarse. La Democracia es un gran sistema político, pero no significa que sus fórmulas sirvan para todo. Obviamente, no para la eficacia operativa de un ejército.

No pueden hacerse consideraciones críticas sobre el fracaso militar de la operación sin decir que los maquis habían sobrevalorado sus propias fuerzas. Consiguieron grandes victorias contra los alemanes en Francia, hasta el punto de que, a veces, unas docenas de guerrilleros capturaron a batallones enemigos completos. Esperaban que esto se repetiría en España, pero habían sufrido un espejismo. No se va a caer aquí en el absurdo patrioterismo de decir que los soldados españoles luchaban más que los alemanes. Lo que ocurrió es que los guerrilleros consiguieron sus mayores éxitos contra unidades alemanas desmoralizadas, cansadas de guerra y sabiéndose ya derrotadas, y en muchos casos en retirada. Sin quitar méritos a los maquis, en estas circunstancias pueden conseguirse unos éxitos que en combates frontales son inverosímiles. Además, habían pensado que ellos, la Resistencia, habían liberado Francia. Y era verdad, pero sin olvidar que en esta victoria la parte del león correspondía al Ejército americano.

Se había visto, por tanto, que en el Plan de Operaciones había aspectos mal trazados, con improvisaciones y falta de programación logística y estratégica. La dirigieron expertos y valerosos guerrilleros, pero les faltaba profesionalidad militar, y no habían comprendido que no es lo mismo realizar acciones por sorpresa contra pequeñas unidades alemanas que presentar batalla frontal contra un Ejército Regular, aunque fuera el de un país pobre y débil como España.

Desde un punto de vista militar, algunos exjefes guerrilleros consideran que el mayor éxito de la operación fue el obligar a Franco a concentrar muchas de sus fuerzas en la frontera, lo que facilitó la acción de la guerrilla en el interior de España. De todos modos, es éste un éxito relativo, porque hasta entonces el Ejército intervenía muy poco en la lucha antiguerrillera en las zonas montañosas del interior. En su mayor parte ésta la realizaba la Guardia Civil.

Una óptica deformada

Si existieron errores en la concepción y ejecución militar, mayores fueron aún desde la óptica política, en especial el considerar que el pueblo español estaba maduro para sublevarse y respondería a las llamadas de insurrección contra el franquismo, que el Ejército estaba dividido y que los soldados se pasarían a los guerrilleros liberadores.

El PCE se equivocó al no darse cuenta de que el país, tras la Guerra Civil y las dificultades derivadas de la Guerra Mundial, está pasando unos problemas económicos tan enormes —hambre y miseria por doquier— que entre la gente no hay conciencia de libertad. Tal concienciación no surgirá hasta mediados de los años cincuenta, cuando esté superado el angustioso problema de la supervivencia.

Ayuda a tal situación el reciente trauma de la Guerra Civil y la fuerte represión de la postguerra. Una gran parte de las familias españolas han perdido a alguno de sus miembros o éstos han pasado por las cárceles, con el alud de problemas que ello genera. El drama de la mujer viuda con varios hijos o de aquélla cuyo marido pasa años en la cárcel en estos tiempos de miseria, es una imagen cotidiana que nadie desea perpetuar. El pueblo español ha visto y sufrido demasiado para embarcarse en una nueva aventura bélica, aunque se le hable de liberación. Los guerrilleros venían con el criterio de que la Guerra Civil no había terminado cuando lo que el pueblo quería era olvidarla. Incluso los sectores que sienten simpatía por la República no quieren recuperarla por la violencia. Al margen de quien mande, el pueblo español quiere paz, y está satisfecho de no haber participado en la Guerra Mundial.

Por ello, los guerrilleros encuentran algunos campesinos que les ayudan, pero la mayor parte de ellos los evitan y a menudo los denuncian. Y son muy pocos los soldados que se pasan a la guerrilla sobre el total de los que intervienen, aparte de que casi todos cuantos lo hacen habían caído prisioneros, y se unieron a aquélla por convencimiento o miedo.

Por otra parte, para la insurrección popular son imprescindibles las organizaciones que puedan convocar y canalizar la protesta. Las más importantes son los partidos y sindicatos. Estos últimos, a pesar de la actitud generosa de algunos militantes cenetistas y ugetistas, son puramente testimoniales en el interior del país. Los partidos políticos tienen un grado de organización insignificante, incluido el partido comunista, que era, con mucho, el más importante.

Para darse cuenta de que, incluso con un plan de invasión mejor elaborado, difícilmente podía sublevarse el pueblo, es fundamental tener en cuenta la falta de información. Los medios de comunicación estaban controlados. En ellos sólo se da la información oficial hasta el punto de que las pocas emisoras de radio existentes no dan información propia, y deben conectar cada hora con Radio Nacional de España para los «diarios hablados». No había otra cosa, y aun así se confiscaron aparatos de radio para que la gente no pudiera escuchar «Radio Pirenaica». A la Unión Nacional no la conocían más que pequeños grupos politizados, y aquella plataforma de acción cometió el error de realizar en solitario la invasión. Sin la participación de los restantes partidos no había posibilidad de éxito, porque no era posible el apoyo externo.

La euforia del momento en Francia —una verdadera borrachera colectiva entre los guerrilleros españoles— les jugó también una mala pasada. Manuel Gimeno dice que «la operación estuvo concebida desde una óptica política falsa, pero con planteamientos morales profundos. Era casi una mística. Éramos gente a la cual la vida le importaba poco con el fin de luchar por su ideal. Estábamos inmersos en un panorama de liberación de los pueblos y de recuperación de la democracia. Si algo es destacable en todo este proceso es el sentido de generosidad. Muchos habían participado en la Guerra Civil, luego en la Mundial y ahora volvían a embarcarse en una nueva lucha. No es posible separar la actuación del contexto en que se movió». Son afirmaciones ciertas, que Líster apostilla diciendo que «se le quiere dar la culpa a Monzón, pero los que estaban en Francia tenían tal euforia que no tenían necesidad de que nadie les forzara, porque ellos ya estaban predispuestos a venir hacia España a luchar».

Esta circunstancia hace que se traslade a España el mismo esquema de lucha aplicado en Francia, cuando las condiciones eran muy distintas. En primer lugar, allí se luchaba contra un ejército extranjero, con lo que casi toda la población civil, sea cual fuere su ideología, apoyaba a la guerrilla. Ello no se daba en España, donde el Régimen existente era español y hacía del nacionalismo el más fuerte de sus argumentos.

Sobre las divisiones en el Ejército se vio en su momento que existían, pero eran muy pequeñas ante la llegada de los comunistas, a quienes todos los militares españoles consideraban un enemigo común. La llegada de la guerrilla les aglutina en lugar de enfrentarlos. Un aspecto importante a tener en cuenta, además, es que muchos militares temen por su vida en el caso de que triunfen los maquis. Se habían sublevado contra la República y abundaban los que habían formado parte de los tribunales de los consejos de guerra que dictaron multitud de sentencias de muerte en los años de postguerra. El «giro de la tortilla» que promueven los guerrilleros pone en grave riesgo a estos militares, lo que añadía argumentos muy sólidos para luchar contra los invasores.

Fallo fundamental en los planteamientos es el criterio que se tenía sobre la guerrilla interior. Aunque es cierto que desde 1939 —y aún antes en algunas zonas— existían grupos guerrilleros, su peso real era ínfimo, y, en consecuencia, su contribución a la insurrección nacional prácticamente nula. La vida de personas que lucharon durante decenios contra el Régimen de Franco escondiéndose en las sierras es muy meritoria, y algunos de ellos vivieron auténticas epopeyas, pero otra cosa es que fueran un peligro real para el Régimen.

Aspecto importante de la falta de acogida de los guerrilleros es la represión sufrida en la postguerra por los sectores republicanos. Ha sido intensísima, aunque el número de ejecuciones se había reducido mucho desde 1943, y la vida en las cárceles había mejorado. Algunos han considerado que la represión fue la causa más importante de que la gente no apoyara la guerrilla. El autor de este libro considera que fue una causa más, pero no la única, ni siquiera la más importante, y que otras consideraciones hechas anteriormente influyeron más.

Como se ha visto, en el plano interior el fracaso de la operación tuvo repercusiones importantes en el país, cohesionando y dando vuelos a los franquistas, pero no fueron menos importantes en el plano internacional. En primer lugar, desmintió ante los aliados las afirmaciones de la emigración política española en el sentido de que el Régimen franquista era muy débil, con una situación interna de tensión, un pueblo que odiaba al Gobierno y esperaba ansioso la liberación.

Los aliados, al margen de informes más o menos partidistas o manipulados, comprobaron la poca fuerza de la oposición a Franco y su falta de apoyo popular, con el consiguiente aprovechamiento político del hecho por parte del Régimen.

Sobre los comunistas se desencadena una fuerte propaganda socialista y anarquista, que les acusan de haber sacrificado estúpidamente a lo más escogido de las fuerzas antifascistas, que eran susceptibles de ser aprovechadas de una forma más sensata y en ocasiones más propicias. Y en el propio PCE provoca un gran número de deserciones, no sólo por el fracaso militar, sino por el ambiente de tensión y desconfianza creado, que se agiganta cuando la propia dirección del partido difunde que todo ha sido un engaño.

Finalmente, hay que destacar que las energías consumidas retrasaron el proceso de creación de núcleos rurales y urbanos de guerrilla y, sobre todo, utilizando palabras de López Tovar, «lo peor de esta acción es que nos desmoralizó e impidió otra operación importante al término de la Guerra Mundial».

Por qué en octubre de 1944

En este análisis quedan aún pendientes los motivos por los cuales los dirigentes del PCE y de la AGE deciden pasar a la acción precisamente en otoño de 1944 y no esperan, lo que en principio parece más prudente, a la terminación de la Guerra Mundial que se vislumbra ya próxima, porque dará mayores garantías de apoyo aliado.

Los dirigentes comunistas y guerrilleros tenían prisa. En ello hay diversas motivaciones. Una de ellas, obvia, es que en aquel momento disponían de los guerrilleros, lo que no era seguro que pudiera ocurrir unos meses más tarde, ya que podían ser desmovilizados. El Gobierno provisional francés estaba procediendo a dictar normas para limitar el personal armado que andaba por todo el país. Si esto lo hacía con los propios franceses, mucho más con los extranjeros. Prueba de ello es que en este otoño de 1944 las regiones FFI, base de la organización de la Resistencia, se iban sustituyendo por las regiones militares clásicas. Se teme que cambie aún más la actitud del Gobierno francés, que en cuanto llegue a controlar bien el territorio puede impedir la utilización de su país como plataforma para atacar España.

Otro elemento a tener en cuenta estriba en la propia concepción política de Monzón, que considera que los pueblos deben luchar para liberarse ellos mismos, no esperar que desde el extranjero las potencias aliadas les resuelvan su problema. Gimeno afirma que «no sé el motivo por el cual no quiso esperarse a realizar el ataque al final de la Guerra Mundial. Quizá porque hubiera significado invalidar la vía de lucha de los pueblos propuesta por Monzón. Además, en el momento en que la paz hubiera llegado al resto del mundo sería cuando España entraría en guerra si esperábamos al final de la Guerra Mundial, mientras que en la época en que tuvo lugar el ataque era una fase más en la lucha contra el fascismo».

No pueden desecharse entre las motivaciones, la de una prueba de fuerza comunista. Aunque un resultado favorable de la invasión no hubiera significado automáticamente la imposición de un régimen comunista, al menos en aquel momento, el partido comunista se hubiese situado en una posición prepotente en la vida democrática española. Por el contrario, el derrocamiento de Franco al final de la Guerra Mundial por los aliados los dejaría en una posición secundaria, a pesar de ser el grupo más fuerte, mejor organizado y el que más había luchado.

Los comunistas pretendían también, de forma más o menos consciente, que los restantes partidos se vieran arrastrados a la lucha. Esto hay que enmarcarlo en las discrepancias entre Unión Nacional y los restantes partidos que integran la Junta de Liberación. Los comunistas quieren demostrar que en cualquier negociación ellos son los verdaderos interlocutores.

Además de situar a los anglo-americanos ante un hecho consumado que les obligue a ayudar a la guerrilla, no hay que despreciar otro argumento que reconocen diversos comunistas fieles a Moscú: «Se vislumbraba ya el final de la Guerra Mundial, y nosotros sabíamos que la contradicción entre capitalismo y socialismo, orillada entonces por la lucha contra los nazis, debía aflorar a no tardar. Antes de que se produjera dicha ruptura debíamos actuar para derribar a Franco».

Aunque se trate de un aspecto menor, Monzón teme la restauración monárquica, de la que se habla en estos meses en los altos círculos políticos y militares de Madrid. A pesar de que él negocia también con los monárquicos en su intento de aglutinar fuerzas para derribar el franquismo, pretende hacer sentir el peso del partido comunista, evitando que la llegada de la Monarquía lo deje aislado.

Abanico de opiniones

He ahí un abanico de opiniones de personas que conocieron los hechos, y que no han sido expresadas anteriormente a lo largo de este libro:

Josep Tarradellas (expresidente de la Generalitat, secretario general de ERC en 1944): «La operación fue un episodio de la lucha por la supremacía entre socialistas y comunistas. El enfrentamiento era muy fuerte, lo que se plasmaba en Unión Nacional y la Junta de Liberación, controladas por dichos partidos. Los comunistas montaron la operación del Valle de Arán más contra los socialistas que contra el franquismo. Nosotros vimos que al no ser una acción unitaria estaba condenada al fracaso».

Enrique Líster (militar republicano y general en la URSS. Alto dirigente comunista y disidente luego): «Hay que enmarcarla en la situación del momento. El fascismo se desmorona, el Régimen español pasa un mal momento, hay centenares de miles de prisioneros en las cárceles… Y junto a ello había que empujar a socialistas, republicanos, anarquistas… para la formación de un Gobierno republicano».

Emilio Álvarez Canosa («Pinocho», comandante de brigada): «Tales operaciones fueron sólo un asunto de prestigio para el PCE. Los capitanes araña de Montrejeau y Toulouse sabían que no saldríamos vivos ni uno de aquella aventura».

En la misma idea de prestigio del PCE abunda López Tovar, que considera que al PCE le iban muy bien unos cuantos mártires para poderlos esgrimir.

Lluís Gausachs (ERC): «La acción de los comunistas fue ante todo un intento de ganar posiciones y una respuesta a los contactos entre Prieto y los monárquicos. Una acción como aquélla, sin respaldo de los restantes partidos, estaba condenada al fracaso. De todas maneras, la realidad es que todos los partidos creíamos que al venir a España tendríamos el respaldo de la gente, aunque discrepáramos en la forma de actuar».

Antonio Sancho (comunista, segundo responsable político de brigada): «Creer que los aliados iban a dar en bandeja la democracia a España es desconocer la Guerra Civil y su sentido histórico. La victoria guerrillera hubiera significado una democracia amplia, a la que los aliados no estaban dispuestos a ayudar».

Josep Muni (del Comité Central del PSUC en México): «Desde México vimos los hechos del Valle de Arán como algo lógico y natural. Esperábamos que con la victoria aliada cayera el Régimen de Franco, y en el momento en que tal victoria se vislumbraba próxima nos pareció que aquella acción era una forma de hacer tambalear el Régimen. Desde América nosotros teníamos escasa información y desconocíamos las condiciones reales en que se encontraba España. Lo que sí teníamos claro es que entre los exiliados españoles no había la unidad de épocas anteriores. Si tal unidad hubiera existido probablemente la acción hubiera sido viable».

Camilo Ballovar (teniente guerrillero, hombre de confianza del «general César»): «Hicimos la acción para llamar la atención de los aliados».

Dionisio Ridruejo (exfalangista, pensador): «En general, el país no colaboró con los maquis. Una parte de él, la que acaso hubiera querido, no podía. Otra parte que hubiera podido no quería de ninguna manera volver a las andadas. La tentativa encogió a los partidarios de una acción más moderada y favoreció la cohesión defensiva de los que no apetecían cambio alguno».

Max Gallo (historiador francés, hispanista): «Los comunistas, que animan la Junta Suprema de Unión Nacional, pasan a la lucha armada. Se trata para ellos, radicalizando la situación, combinando la acción interior de los grupos guerrilleros, la amplia acción de masas y también la intervención de los maquisards, de situar a los aliados ante la necesidad de una opción y obligar también a las fuerzas republicanas a contar con los comunistas. Pero los partidos antifranquistas no comunistas desconfían evidentemente de esta perspectiva que, aparte de su carácter aventurero, arriesga situarles ante una España donde el partido comunista juegue el papel principal».

Manuel Cardona (exguerrillero comunista): «Tuvimos cierta irresponsabilidad al realizar solos esta acción. De todas maneras, recuerdo que Prieto, la Montseny y otros decían que liberarían España al final de la Guerra Mundial, y más tarde le oí decir a la Montseny lo siguiente: “Compañeros. Nos hemos equivocado. Sólo hubo un momento para liberar España, y éste fue al final de la Guerra Mundial”».

Ángel Planas (exguerrillero, responsable de la organización de antiguos maquis en España): «La causa de fondo del fracaso de la guerrilla fue que el Gobierno español en el exilio no estuvo a la altura. Si hubiera seguido en Francia y declarado la guerra a Alemania —considerando que sus soldados éramos los mismos guerrilleros que combatíamos en la guerrilla francesa— la situación hubiera cambiado porque los aliados hubieran ayudado sin mayores problemas o, en cualquier caso, el tema español se hubiera tratado a fondo en Postdamm. En esta reunión se consideró luchadores de honor a guerrilleros griegos, italianos y otros que hicieron mucho menos que nosotros en la lucha contra los alemanes».

Josep Buiria (entonces del POUM y luego socialista): «Los comunistas no realizaron tal acción para derribar a Franco, sino para obligar a las restantes fuerzas políticas a darles beligerancia y conseguir entrar en el Gobierno de la República que pronto iba a constituirse. Se trataba sólo de una maniobra política.

»En Yalta se habían delimitado ya las zonas de influencia de las grandes potencias y era elemental que en España no era posible una república popular. Con su acción los comunistas no hicieron otra cosa que fortalecer el franquismo. En aquel momento Prieto y otros dirigentes republicanos habían llegado a un acuerdo con don Juan, con lo que, sin la acción de los comunistas, la evolución del franquismo se hubiera acelerado con la solución monárquica.

»Tal acción guerrillera comunista hizo que las potencias occidentales no colaboraran para derribar a Franco. Querían que la democracia retornara a España, pero sin los riesgos de que quienes la controlaran fueran los comunistas. Se tenía la experiencia de la prepotencia comunista durante la Guerra Civil y no querían que los comunistas volvieran a controlar el poder. Puestos a escoger entre dos que no les gustaban, los aliados prefirieron que no cayera Franco. La acción de los comunistas fue de funestas consecuencias para la democracia».

—«Chispita». (M. P. S.) (capitán guerrillero anarquista): «Cuando, con la visita de De Gaulle a Toulouse, se vio que los aliados no parecían dispuestos a abrir un nuevo frente en España, lo cabal hubiera sido cambiar de táctica. Nada de invasión, sino penetración en pequeños grupos».

F. L. B. (capitán de la Guardia Civil retirado, jefe de puesto en un pueblo leridano): «Aquello fue algo que demostró dos cosas: primera que el enemigo común, que ya sabemos todos cuál era y sigue siendo, no había renunciado a la lucha después de la derrota total en abril de 1939; la segunda que la Guardia Civil mantenía el mismo espíritu que a lo largo de toda su brillante historia. Supo dar la réplica más adecuada, sin regatear sacrificios, a la criminal intentona de provocar otra guerra civil, que ésta y no otra era la verdadera intención de aquellas bandas de forajidos. Yo no voy a negar que entre ellos hubiera gente más o menos idealista, más o menos fanática… Sólo que recurrieron a un medio muy poco favorable para ellos y, desde luego, fuera de lugar. Nadie les secundó salvo contadas excepciones».

Manuel Gimeno (dirigente del PCE): «La acción del valle provocó la reacción inversa a la que pretendíamos, ya que contribuyó más a aglutinar a los franquistas que a dividirlos. Por otra parte, creo que los angloamericanos dejaron actuar a la guerrilla como una forma de desmontarla. No les interesaba aquella fuerza guerrillera, sobre todo por la implantación comunista».

El apoyo aliado

Son muchos los antiguos guerrilleros y políticos con quienes ha hablado el autor de este libro que afirman que los aliados habían prometido ayudas para una acción militar sobre el territorio español. Algunos llegan a decir que la promesa afectaba a divisiones aliadas enteras, entre ellas la «Leclerc» en la que habían luchado muchos españoles. Viadiu, conectado con los Servicios Secretos británicos, recuerda que fueron varios los agentes que le dijeron que los aliados acabarían con el franquismo al término de la Guerra Mundial. Salvador Grau Mora y otros recuerdan haberlo oído de boca del cónsul británico en Barcelona. Otras explicaciones son aún más concretas y dicen que fue el propio general Eisenhower quien hizo promesas en tal sentido.

A pesar de todas estas versiones, se puede afirmar con rotundidad que no hubo promesas concretas por parte de los altos cargos aliados. Sí se hicieron promesas genéricas, y una de las más importantes correspondió precisamente al general Eisenhower, pero he ahí la forma y las circunstancias en que fue formulada. Fue el 4 de junio de 1944, cuando iba a realizarse el desembarco de Normandía. El Jefe Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa explicó a españoles encuadrados en las fuerzas aliadas que iba a producirse un desembarco en Europa —del que no precisó ni el día ni el lugar— y dijo que «al éxito de la operación está ligada la liberación de España».

Obviamente, de ello no pueden deducirse garantías de ayudas concretas, y menos a una acción determinada como la del Pirineo. Sin embargo, dirigentes de la guerrilla comunista dijeron a algunos de los maquis que había compromisos de ayuda aliada.

Sobre este tema, Dolores Ibárruri «Pasionaria» manifiesta: «A la reacción internacional le interesaba la continuidad de Franco. Ya durante la Guerra Civil los americanos le suministraban carburante a crédito. Aunque luego retiraron los embajadores, fue poca la presión ejercida». Su secretaria, Irene Falcón, apostilla que «en la práctica quisieron mantener a Franco. Nada hicieron para que la caída de Hitler arrastrara la de Franco».

Un dato significativo de la postura práctica de los aliados en Francia respecto a los guerrilleros españoles lo constituye la actuación de la Comisión creada para fiscalizar los batallones de seguridad formados por españoles y comprobar si los medios que aparecían reseñados en los estadillos —hombres, vehículos, armas…— coincidían con la realidad. La formaron un oficial francés, uno inglés, otro americano y un español. Este último era Mamés Garfias, capitán y responsable de suministros de la División 204, que es quien describe lo sucedido: «Empezamos a fiscalizar por la zona de los Pirineos atlánticos. Yo, por orden de Tovar, antes de que llegáramos a las unidades les enviaba un aviso y ellos escondían las armas que hubiera de más. Cuando llegábamos nosotros todo lo encontrábamos perfecto. Hicimos tres o cuatro inspecciones y no hubo el menor problema. Entonces el oficial inglés comentó que no hacía falta seguir adelante porque lo que estábamos haciendo no era inspeccionar sino turismo. Comprendieron que todo aquello era un cuento, que nosotros queríamos luchar en España y por ello guardábamos las armas. Y se inhibieron».