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¡Encerrona! de… ¿Franco? ¿Hitler? ¿Stalin?

Buena parte de los guerrilleros se han retirado salvando el pellejo merced a la oportuna orden de retirada dada por Carrillo, pero muchos otros no han regresado, y los que lo hacen llegan a Francia maltrechos y deprimidos. Ante tal situación, tomaría carta de naturaleza y se mantendría hasta el día de hoy, casi cuarenta años más tarde, una palabra mágica que corre como la pólvora entre las unidades guerrilleras y la emigración española en Francia: «ha sido una encerrona».

La frustración se va difundiendo por doquier en pocas semanas —«nos han engañado» se lamentan los guerrilleros—, y algunos altos cargos del partido, intentando exculpar a éste y a ellos mismos, la promocionan y más tarde institucionalizan: la invasión del Valle de Arán ha sido una «provocación». En su terminología, esto significa la infiltración del espionaje enemigo en el partido y una traición a él. En este caso, el haber enviado a la muerte a las huestes guerrilleras.

La nueva dirección del PCE —los anteriores dirigentes van siendo relevados—, difunde la especie según la cual en la organización clandestina del partido en España se han infiltrado los servicios secretos franquistas y han montado el engaño de que la mayor parte del pueblo español se sublevará con la llegada de los guerrilleros y se unirá a éstos para derribar el Régimen. Resumiendo, significaba que la invasión del Valle de Arán había sido inspirada por el Régimen de Franco para tender una emboscada a la guerrilla.

Hay otros que insinúan que quienes han montado la operación han sido los soviéticos, y no faltan quienes atribuyen a Hitler la paternidad.

La reunión de Montrejeau

A finales de noviembre de 1944, una semanas después de la retirada del Valle de Arán y cuando muchas de las unidades de otras zonas han regresado a Francia, se celebra en Montrejeau, cuartel general de la Agrupación de Guerrilleros Españoles, una asamblea que preside Santiago Carrillo. Asisten a ella oficiales guerrilleros, responsables políticos y representantes de diversos niveles de la guerrilla de todas las unidades, incluidos maquis sin graduación.

Carrillo les expondrá las razones por las cuales ha ordenado la retirada, recordando que los guerrilleros podían ser copados y que, tal como se había planteado, una operación de tal estilo no era positiva. Sin embargo, reafirmó desde el primer momento que debía continuar la infiltración de guerrilleros en España, pero a base de grupos reducidos, sin pretender golpes espectaculares. En este sentido cabe señalar que algunos de los jefes de la guerrilla, entre ellos Antonio Beltrán Casaña «El Esquinazao», siguieron proponiendo la vía de crear una cabeza de puente en los Pirineos.

El joven dirigente del PCE no se detendría en la simple exposición política. Alabaría a los guerrilleros, en especial a los que habían penetrado más profundamente en España, pero lanzaría determinadas invectivas contra algunos dirigentes y jefes guerrilleros que harían saltar ampollas… y algunos galones. Joaquín Arasanz, «Villacampa», presente en la reunión, dice que allí mismo hubo oficiales que se arrancaron las divisas. Carrillo no sentía entusiasmo alguno por los empleos militares que los guerrilleros se habían autootorgado durante la Resistencia francesa, con dos generales, varios coroneles, numerosos comandantes y una pléyade de capitanes y tenientes. Cuando llegó al Hotel Les Arcades, en Toulouse, procedente del norte de África, pronunció una frase dura y sin duda ocurrente: «Veo aquí tantas estrellas que esto parece el firmamento». ¡Aunque los distintivos del Ejército Francés y republicano español no eran las estrellas sino las barras!

A pesar de algunos ataques dirigidos contra los jefes guerrilleros y los políticos que hasta entonces habían dirigido el partido, con intervenciones duras de algunos guerrilleros, la reunión no fue extraordinariamente tensa, en opinión de Gimeno. Hubo coincidencia general con las tesis de Carrillo, de las que no discreparía sustancialmente, aunque moviéndose en otra órbita, la Delegación del Comité Central del Interior, que haría de nuevo el 7 de noviembre una llamada a la insurrección nacional, con realización simultánea de huelgas y lockauts.

Mucho más severo sería Carrillo en reuniones posteriores con dirigentes políticos, según confirma Manuel Azcárate. «Aunque las ideas siguieron siendo las mismas, los términos utilizados fueron más duros —explica—. La orientación final de todas estas reuniones y reflexiones fue la de que nunca más debían repetirse acciones de gran envergadura, sino más pequeñas. Asimismo, se enviaron cartas durísimas a Monzón recriminándole por haber ordenado tal invasión». Meses más tarde se le escribieron nuevas cartas en las que se le ordenaba que regresara a Francia para dar explicaciones sobre los hechos, y se preparó la potenciación de la Delegación del Comité Central en el interior de España, así como de los comités regionales, con cuadros formados en Francia, México y la URSS. Quienes se envía a España son hombres políticamente «seguros» de no estar contaminados de «quiñonismo» y «monzonismo». Los más importantes en esta primera época son Sebastián Zapirain Aguinaga y Santiago Álvarez Gomez, que fueron detenidos en agosto de 1945. Agustín Zoroa, asumió también la dirección política durante un breve período.

Como la asamblea de Montrejeau y las posteriores reuniones de la dirección del PCE en Francia tuvieron lugar a finales de noviembre y primeros de diciembre es explicable que en noviembre aún hubieran penetrado en España algunas brigadas completas tras la retirada de Arán.

López Tovar afirma que no fue llamado a participar en ninguna de las reuniones celebradas tras la retirada. «Ningún dirigente habló conmigo una vez volvimos a Francia. Tengo la impresión de que no querían reconocer que teníamos razón», declara.

¿Interesaba a Franco?

Como antes se dijo, y aún se verán las consecuencias en un próximo capítulo, se atribuyó al Régimen de Franco la inspiración de la acción del Valle de Arán, aunque tal acusación no se formulara de inmediato, sino un tiempo después de la retirada.

Pero este planteamiento no resiste un análisis siquiera superficial. Aparte de que no hay documento o testimonio personal que se pronuncie en tal sentido, he aquí algunas reflexiones.

—Si algún político del momento no estaba interesado en promover un «casus belli», éste era el general Franco. Unos choques en la frontera se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acabarán. Franco era astuto. Mientras se luchaba en Francia en 1944 e incluso después de la Liberación del territorio galo, tarda en acumular fuerzas en la frontera porque no quiere dar a los aliados la menor imagen de provocación. ¿Cómo iba a ser él precisamente quien incitara a los guerrilleros a realizar una ofensiva? El peligro de generalización del conflicto era mayor en la frontera que en el supuesto de que los guerrilleros penetraran en España y actuaran en las montañas del interior. El dictador sabe que si el conflicto se complica y se dirigen contra España los ejércitos de las grandes potencias aliadas la duración de su Régimen hay que contarla por horas.

—Como hipótesis cabe preguntarse si Franco no podría intentar eliminar precisamente a los comunistas, el grupo más fuerte y organizado entre sus adversarios, pero tal actitud es más que dudosa, porque Franco podía intuir que, precisamente por el desmantelamiento de la organización comunista, su régimen corría mayor riesgo de que las potencias occidentales lo liquidaran porque entonces Inglaterra y Estados Unidos podían instaurar un sistema democrático prooccidental en el que los comunistas tuvieran escaso peso.

—Otro planteamiento es el de que Franco sabía que los guerrilleros iban a atacar y les preparaba una trampa. Con los datos aportados anteriormente en este libro, es obvio que los franquistas sabían que iban a producirse los ataques de los guerrilleros, y, más aún, que un punto de especial incidencia iba a ser la frontera franco-leridana. En realidad no les hacía falta más que escuchar «Radio Toulouse» para saber todo esto.

Pero Franco era militar y, con los conocimientos de su profesión, en modo alguno hubiera elegido para sus intereses el Valle de Arán como centro del ataque enemigo. Es discutible la oportunidad —como se verá más adelante fue un error— de elegir el Valle de Arán si se intentaba penetrar hacia el interior de España, pero es, sin la menor duda, el lugar más idóneo de todo el Pirineo si lo que se quiere es establecer una cabeza de puente y, más aún, si se desea asegurar la retirada de los atacantes.

Geográficamente, el Valle de Arán es el único valle pirenaico español de vertiente atlántica, que tenía salidas mucho más fáciles en dirección a Francia que hacia España. Por ejemplo, en aquella época, durante medio año los jóvenes llamados a filas tenían que ir por Francia para entrar luego en España. Dada la orografía del terreno es muy difícil desde la parte española copar a los guerrilleros. Esto sólo podría hacerse mediante tropas aerotransportadas, y ya se dijo anteriormente que el Ejército español no disponía de unidades paracaidistas. Entonces no había helicópteros y no era posible —aparte de que tampoco disponía de ellos el Ejército español— usar planeadores de transporte dado lo agreste del terreno. Teniendo en cuenta que las fuerzas gubernamentales que actúan tienen como medios de locomoción en la zona de combate sólo sus propias botas y los mulos, era extraordinariamente difícil cortar la retirada de los guerrilleros, a menos que éstos se pegaran al terreno en posiciones fijas. Los maquis tenían tiempo de retirarse sin problemas especiales siempre que lo quisieran o, simplemente, retrocediendo ante el empuje enemigo. Pero precisamente lo difícil era coparlos.

—Desde el punto de vista político-propagandístico, Franco nunca podía caer en el error de dejar en manos de la guerrilla a Moscardó, lo que, como se vio, estuvo a punto de ocurrir. Éste no era el general más destacado del Ejército, pero sí el más popular después del propio Caudillo. El impacto que su captura hubiera causado en la opinión pública —a la que inevitablemente el hecho llegaría en pocos días a pesar de la censura— sería gravísimo para el Régimen. A título personal de Franco, además, Moscardó era uno de los generales más fieles a su persona, mientras otros tenían veleidades monárquicas.

—Otro planteamiento posible es que, con la penetración de los guerrilleros, Franco trataba de aglutinar el país en torno a él creando un enemigo común. La realidad es que con la invasión del maquis Franco lo consiguió, pero de rebote, no por promoción propia. Una muestra patente es que la prensa del momento, supercontrolada y superoficialista, informa muy poco y con semanas de retraso de los sucesos. Si a Franco le interesaba que el pueblo lo conociera, lo hubiera difundido a los cuatro vientos desde el momento en que el primer maqui ponía su bota en territorio español.

Ciertamente, la guerrilla podía servirle para aglutinar en torno a él al Ejército, pero en realidad éste se mantenía lo bastante adicto como para que la invasión no fuera problema. Algunos tenientes generales le eran hostiles por la oposición de Franco a la restauración monárquica, pero todos estos generales no se planteaban en modo alguno suplantar a Franco para dar paso a los comunistas. Además, en los niveles inferiores a general de brigada, el dictador no tiene problemas.

—Otro elemento que deja claro que Franco no fue el promotor es que en la carta enviada por Monzón a Francia no se explicitaba ni la forma ni el lugar de la acción. Simplemente se hablaba de una acción llamativa de los guerrilleros sobre el Pirineo español. Tal propuesta es demasiado genérica para sugerir trampas en puntos determinados.

Además, y enlazando con los aspectos geográficos del Valle de Arán, si se hubiera preparado una emboscada jamás se hubiera dejado el valle casi sin guarnición. Como mínimo los contingentes hubieran sido importantes en los puntos estratégicos (accesos a la Bonaigua, túnel en construcción…) y no fue así en el primer momento de entrada de los guerrilleros, los cuales hubieran podido ocupar aquellos puntos con relativa facilidad.

El planteamiento de que fue una maniobra del franquismo carece de la menor consistencia.

Hitler en baja

Algunos aventuraron la posibilidad de que Hitler o Stalin pudieran haber estado detrás de la intentona, ambos por idénticos motivos pero por intereses inversos.

He aquí la hipótesis barajada: es otoño de 1944, un momento de la Guerra Mundial extraordinariamente favorable a los aliados. Las tropas alemanas y japonesas son vapuleadas como nunca, y los avances aliados en Europa incesantes y rapidísimos, y más aún en el frente soviético. Aunque la guerra duraría aún más de seis meses —porque los alemanes se atrincherarían tras el Oder, en el este, y el Rin, en el oeste, lo que junto a la llegada del invierno y el último gran coletazo de Hitler en las Ardenas la alargarían—, hacia octubre de 1944 era creencia general en el mundo que la guerra en Europa duraría sólo dos o tres meses. Ante tan difícil situación, los servicios secretos alemanes podían, siempre según la hipótesis barajada, intentar abrir un nuevo frente a los aliados. Aunque España fuera un país muy de segunda fila, el traslado de tropas aliadas frente a España podía aliviar la presión sobre Alemania, dando un respiro a este país para rehacerse y poder fabricar las nuevas armas secretas de las que siempre hablaban Hitler y su ministro de propaganda, Goebbels.

Dicha teoría surge a raíz de informes anglo-americanos según los cuales Unión Nacional podía estar al servicio de los alemanes.

Uno de los informes más relevantes en esta línea corresponde al Foreign Office, y fue realizado por el cónsul inglés en Barcelona, Harold Farquahr, quien envió en misión informativa a Toulouse a los vicecónsules Dorchy y Amoore. A su regreso prepararon un informe, en el que resaltan, entre otras cosas, las siguientes: «La UNE podría muy bien compararse a la EAM de Grecia. Se especula mucho sobre la procedencia de los fondos que le sirven de base. En ausencia de una prueba definitiva en contrario, puede muy bien tratarse de los alemanes, que están interesados en fomentar la anarquía y el desorden en todos los países liberados por los aliados. Existe una notable evidencia de que muchos de estos extremistas republicanos trabajaron para la Gestapo durante los años de ocupación alemana de Francia». Otros informes llegados al Departamento de Estado norteamericano, de fecha 27 de septiembre de 1944, redactados en Figueres (Gerona), están en la misma línea que el anterior.

Sin duda en UNE hay oportunistas, como ya se dijo anteriormente, incluso gente que colaboró con los nazis y se unió al movimiento de Resistencia en los últimos tiempos de la ocupación alemana, como los hay en otras organizaciones. Sin embargo, si eran oportunistas sabían que a finales de 1944 la carta a jugar no era precisamente la hitleriana. Además, un aspecto a destacar es que la información que reciben los servicios secretos occidentales acerca de UNE emana de sectores republicanos españoles, y, entre éstos, siguen las reticencias y resentimientos que se arrastran desde la Guerra Civil. Los confidentes pro-británicos —el autor de este libro habló con algunos— son tan virulentamente anticomunistas que la información que suministran sobre el PCE y UNE hay que relativizarla.

Los desórdenes en el sur de Francia de los que se habla, que existen y de los que en buena parte son responsables los comunistas españoles, no iban dirigidos a crear problemas a los anglo-americanos, al menos mientras siguieran siendo aliados de la URSS.

Es cierto que en estos años tienen incidencia en España los agentes alemanes y que cuando se produjo la liberación de Francia algunos de los que se encontraban en el Midi francés y en Andorra pasaron a España. Aún a principios de 1945, la Embajada británica en Madrid recordó al Gobierno español el incumplimiento de un acuerdo según el cual el Gobierno español controlaría la actuación de los agentes alemanes, e incluyó una lista de 87 de dichos agentes, de los cuales cuatro estaban en el norte de África y el resto en la Península. También es verdad que el Alto Estado Mayor español era germanófilo, e, incluso, según los Servicios Secretos Británicos, algunos de sus miembros recibieron dinero de los alemanes.

Los documentos antes citados, aunque aportan unos datos y criterios, no son en absoluto resolutivos en culpar a los alemanes de haber promovido tal acción. Y no hay mayores acusaciones documentales o testimoniales. La intervención directa de los agentes alemanes en el asunto hay que rechazarla decididamente. Tampoco tendría sentido que los militares españoles promovieran apoyos a Hitler precisamente en esta última época del Führer.

La eclipsada estrella del poderío alemán ya no es capaz de atraer a nadie. Por otra parte, el dictador nazi desconfiaba de sus propios aliados, ya que, en esta época, varios países (Finlandia, Bulgaria, Rumania y antes Italia) firmaban la paz por separado e incluso volvían sus minúsculos ejércitos contra sus anteriores aliados alemanes. Además, aunque el jefe nazi se movía más por sus visiones que por la reflexión, podía ver claro que la entrada de España no le sacaba del apuro. Era obvio que España no lanzaría sus ejércitos para ocupar Francia en el caso de entrar en conflicto, ya que era un suicidio. Atrincherándose el Ejército español en los Pirineos desviaba pocas tropas aliadas del frente alemán, y en la zona del Estrecho de Gibraltar no era problema para las fuerzas navales y anfibias aliadas, que tras la liberación de Francia tenían efectivos disponibles. España, aun entrando en guerra, no era ningún peligro para los aliados en este otoño de 1944.

El lejano Stalin

Pero si no han sido los aliados occidentales quienes han promovido la invasión del maquis, ni Franco, ni Hitler, aún queda un personaje que pudiera ser el «tapado» de la operación: Stalin. Si los ejecutores de la acción eran básicamente comunistas, partido fiel hasta el extremo a las directrices que emanan de Moscú, puede tener credibilidad una intervención del dictador rojo en tal sentido, moviendo secretamente los hilos para que sus peones españoles actuaran en función de los intereses de la URSS, que significaban para Stalin los del comunismo internacional.

Tal hipótesis, obviamente más creíble que la de la intervención de Hitler, hay que situarla en primer lugar en el campo de la política internacional. Siguiendo con la victoriosa situación de los ejércitos aliados sobre Alemania, a Stalin podía interesarle la creación de un frente en España. Si los guerrilleros atacaban España masivamente, los aliados se veían obligados a no dejarlos solos, ya que aquéllos habían combatido contra los alemanes. La entrada en guerra de nuestro país contra los aliados no cambiaba el curso de los acontecimientos, pero podía retrasar el avance de los occidentales sobre Alemania, ya que tendrían que enviar parte de sus unidades hacia los frentes españoles. Aunque el reparto de Alemania estaba pactado, los soviéticos deseaban ser ellos los conquistadores de la mayor porción posible del «pastel» germano. Si los occidentales avanzaban menos, los beneficiados eran los rusos.

Puede asegurarse que, oficial u oficiosamente, de la Administración soviética, del Alto Mando Militar ruso o del Partido Comunista de la URSS no hubo comunicación de orden alguna en tal sentido al Buró Político o Comité Central del PCE. Tampoco de la Komintern, porque se había disuelto el año anterior. Dolores Ibárruri «Pasionaria», máximo dirigente del PCE, que además residía en Moscú, confirma que Stalin nada le dijo y que ni él ni ningún otro dirigente soviético hicieron nunca Id menor alusión al tema. Y añade: «Stalin quería ayudar a acabar con la reacción en España, y lograr el restablecimiento de la democracia, pero no pretendía en aquel momento establecer el comunismo en nuestro país». Doña Dolores precisa que «Stalin era poco explícito respecto a sus planes sobre España».

Pero siguiendo con la hipótesis. La URSS se caracterizó por la multiplicidad y sibilinismo de vías para dar órdenes que a ella le convenían. La experiencia española de la Guerra Civil es elocuente. Desde la URSS llegaban consignas que en unas ocasiones iban de Gobierno a Gobierno, otras a través de la Internacional Comunista, no faltaban las directas del PCUS a sus homólogos español y catalán, y seguían las del NKWD (servicios secretos) y aún la más «inorgánica» a través del corresponsal de «Pravda», Kolsov, que era mucho más que un periodista. Y, según el camino seguido, había quienes no se enteraban de lo que pasaba, aun ocupando altos cargos en España.

¿Pudo haber vías indirectas en el presente caso? No existen documentos que permitan rechazarlo o afirmarlo, pero sí testimonios de muchas personas que participaron de una forma u otra en la decisión y elaboración de los planes de invasión. Las docenas de personas consultadas por el autor de este libro dan una respuesta unánime: Stalin no intervino. Entre quienes así responden hay personas de todos los signos, desde los que siguen fieles a Moscú hasta quienes optaron por el eurocomunismo, pasando por los que han abandonado el marxismo y sin olvidar anticomunistas furiosos.

He ahí algunas de las versiones:

Manuel Azcárate y Manuel Gimeno: «La URSS tenía en todo caso muy pocas posibilidades de actuar. Nosotros estábamos ligados a Moscú por la ideología y por la admiración a Stalin, pero no manteníamos contacto directo». Recuérdese que el PCF, que podía ser una vía de órdenes de Moscú, se inhibió.

López Tovar: «Estoy convencido de que Stalin nada tuvo que ver. En aquellos momentos tenía problemas muy gordos para estar pendiente de una operación como la nuestra, que para él era algo muy pequeño. Además, Europa estaba ya repartida desde Yalta».

López Tovar considera que en toda la acción hay implicaciones de tipo internacional, pero precisamente distintas a las de la URSS: «En el PCE ha habido un deseo de colaboración con el capitalismo, entonces y después. A esto se oponían la mayoría de jefes guerrilleros, y por eso se les fue enviando a España, para que los liquidaran». López Tovar se sigue considerando marxista-leninista y dice que él nunca abandonó al PCE, sólo que «dejó caer» a Carrillo y los suyos.

José Luis Fernández Albert: «Yo conocía a todos los que participaron en la preparación de la invasión. Lo discutimos todos y puedo asegurar que no vino nadie de la URSS o que adujera consignas de allí. No creo en modo alguno en la intervención soviética».

Mamés Garfias: «Stalin nada tuvo que ver. Él iba a la suya y Rusia a sus intereses».

Tomás Guerrero «Camilo»: «Para nada intervino Stalin. Esta operación del Valle de Arán se efectuó con acuerdos y desacuerdos y no se trata de echarle el muerto a nadie en particular. La culpa fue de todos, no de uno concreto o de unos pocos».

Sería repetitivo aportar otras muchas versiones en la misma línea de las anteriores.

En el sur de Francia había en aquel momento algunos agentes soviéticos, como confirma Viadiu en base a informaciones de la Policía francesa, pero no intervinieron en la operación del Valle de Arán, aunque sí en evitar la entrega de armas a las autoridades francesas. Azcárate, por su parte, dice que los agentes de los servicios de Inteligencia que había en aquel momento en el sur de Francia se dedicaban a cometidos muy específicos, no a temas políticos globales.

Líster clarifica las cosas

Algunos han afirmado que, por medio de «Radio Pirenaica», la dirección del PCE en la URSS aconsejó tal tipo de invasión. Habla «Pasionaria»: «A través de la radio difundíamos manifiestos, llamábamos a la lucha contra el franquismo…, pero no fijábamos actuaciones concretas. ¿Cómo podíamos decirles a los camaradas de Francia que hicieran esto o aquello si no teníamos prácticamente ningún contacto y no conocíamos los problemas concretos? A nosotros, en Moscú, no nos llegaba prácticamente ninguna información, y no sólo de los guerrilleros, sino de otros ámbitos. No teníamos relaciones con el resto de Europa, y las comunicaciones eran tremendamente difíciles. En aquel momento los órganos directivos del partido en España y Francia tenían total autonomía para actuar. Nosotros admirábamos a los luchadores pero no les dábamos directrices para que la gente se sacrificara». Con las soflamas de la radio alguien pudo entender que se promovía una invasión masiva, pero tal fórmula nunca se concretó en las ondas, lo que corroboran personas que trabajaron o colaboraron en las emisiones comunistas.

Queda, aún, una duda que será Enrique Líster quien la comente y aclare. En una de las entrevistas con el autor de este libro, Líster decía que Dimitrov —que había sido secretario general de la Internacional Comunista— le había planteado en nombre de Stalin la conveniencia de la lucha guerrillera en España contra el franquismo. Estas mismas ideas las ha escrito Líster en su libro «Basta» y se copian de allí para analizarlas en su literalidad, porque han sido fuente de interpretaciones diversas.

«A mediados de octubre de 1944 —dice Líster— me llamó Dimitrov a Moscú. En una conversación de unas dos horas me explicó las opiniones y planes de Stalin en relación con el problema español. Resumidas, estas opiniones y planes consistían en lo siguiente:

»a). Stalin quería desbaratar las maniobras de los imperialistas orientadas a dejar a Franco en el poder después de la derrota del fascismo en el campo de batalla.

»b). Según Stalin, era necesario obligar a los dirigentes socialistas, anarquistas y republicanos españoles a abandonar su política de pasividad y de espera a que el problema español lo resolvieran desde fuera los imperialistas.

»c). Era necesario formar un gobierno o algo parecido que pudiera hablar en nombre del pueblo español. Sería deseable que este gobierno, comité de Liberación o como se le quiera llamar, estuviese presidido por Negrín.

»d). Y, por último, esa representación de la democracia española debería estar respaldada por un movimiento popular, cuya expresión principal sólo podía ser, en la situación de España, la lucha guerrillera».

Líster explica que, en relación a las guerrillas, Stalin consideraba que Modesto, Cordón y el propio Líster, debían trasladarse a Francia, a donde debía ir también Dolores Ibárruri, sobre todo para ponerse en contacto con Negrín y otros dirigentes republicanos. Líster apoyó de inmediato los planes de Stalin.

Lo anteriormente expuesto hizo creer a muchos que Stalin promovió la invasión del Valle de Arán. Y tal apreciación no está exenta de lógica, por cuanto existe una coincidencia cronológica entre la entrevista Líster-Dimitrov y la realización de la acción guerrillera. Pero es el propio Líster quien aclara que «mi entrevista con Dimitrov nada tiene que ver con el Valle de Arán ni con otras operaciones guerrilleras que se estaban desarrollando en aquel momento. Stalin no intervino en absoluto en este tema. La conversación preveía una línea de actuación cara al futuro, y los primeros que teníamos que marchar para ejecutarla éramos Modesto, Cordón y yo, y tardamos varios meses en llegar a Francia». En efecto, Modesto y Líster llegaron a París a finales de febrero de 1945 y Cordón tardó aún un año más. Antes, habían pasado por Yugoslavia y hablado con Tito de temas guerrilleros.

De estas explicaciones de Líster se deduce que Stalin tenía conocimiento, a través de sus agentes secretos en Gran Bretaña y Estados Unidos, de que estos países habían decidido «amnistiar» a Franco, lo que ya fue expuesto en capítulos anteriores y ahora Dimitrov lo explica a Líster.

Desde otro punto de vista, hay que descartar la intervención de Stalin en un intento de liquidar gran parte de los cuadros guerrilleros y militantes del PCE. Una posición así cabría planteársela unos decenios más tarde, pero entonces el PCE y sus dirigentes era un partido fiel a Moscú sin la menor grieta. Además, con la práctica propia de los partidos comunistas del momento, si Stalin deseaba quitar de escena a uno o varios dirigentes del PCE no tenía más que decirlo, sin necesidad de un montaje de tal magnitud.

Puede afirmarse, por tanto, que ni Franco, ni Hitler, ni Stalin inspiraron la operación «Reconquista de España».

Como ya se vio anteriormente que tampoco fueron los aliados occidentales ni los demás partidos republicanos españoles y que el PCF se inhibió, no queda otra solución que volver de nuevo la vista hacia el propio Partido Comunista de España y sus dirigentes del momento. ¿Actuaron traidoramente o movidos por intereses personales contra el Buró Político del PCE o contra sus propios compañeros?