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Las bajas de la «batalla de Aran», las cárceles y los fusilamientos

En cierta ocasión, un medio de prensa publicó un artículo sobre el tema que aborda este libro y decía que «los guerrilleros sufrieron en esta acción del Valle de Arán entre 2000 y 2500 muertos y entre 500 y 1000 prisioneros, la mayor parte de los cuales fueron fusilados». Es una muestra más de los despropósitos que sobre algunos temas históricos de la España contemporánea se han escrito, y que están en la línea de las exageraciones sobre cifras de muertos en la Guerra Civil, víctimas de la represión de unos y otros durante la guerra y del franquismo en la postguerra, etcétera.

Hay que aclarar, de entrada, que en el caso aquí estudiado no es posible conocer con exactitud el número de bajas producidas. Si una cuantificación de este tipo resulta a menudo difícil en unidades perfectamente encuadradas y con documentación disponible, infinitamente más arduo es en operaciones como las aquí estudiadas, donde no existen censos, buena parte de los guerrilleros van sin documentación y con nombres falsos, cuando el Ejército y las Fuerzas de Orden Público no quieren dar a conocer los que matan y menos los que liquidan al caer prisioneros, en una situación en que el Régimen no quiere informar al país de los hechos y los propios comunistas también los esconden e incluso en años posteriores establecen sobre el tema una barrera de silencio en la que no faltan las amenazas. Y todo ello unido a la dispersión de las bajas en centenares de pequeñas escaramuzas a lo largo de todo el Pirineo y zonas próximas.

Sin embargo, todos estos problemas no impiden una aproximación seria al número de bajas producidas. Para ello se distinguirá entre las bajas producidas en el interior del Valle de Arán, centro principal de la ofensiva, en que pueden obtenerse datos casi exactos, y el resto, más disperso.

Pocos muertos

Según los datos oficiales del Régimen, las cifras de bajas en el Valle de Arán fueron, por parte de las fuerzas de Franco, de 32 muertos y 216 heridos, siendo las bajas de los maquis un total de 588, repartidas entre 129 muertos, 241 heridos y 218 prisioneros. Como botón de muestra para contrastar los datos y ver el abanico en que se mueven, el jefe guerrillero López Tovar dice que los suyos tuvieron sólo «diez o doce muertos».

De las investigaciones realizadas por el autor de este libro se deduce que las cifras de bajas propias dadas por el Ejército de Franco se acercan mucho a la realidad, aunque el número de muertos fue algo superior al que se da en los datos oficiales. Las tropas y FOP tuvieron 22 muertos en Viella, 9 en Les Bordes, 2 en Bossost, 1 en Salardú, 1 teniente de la Policía Armada cerca de Les Bordes y 1 soldado que murió al despeñarse un camión cerca de la Bonaigua. A ellos habría que unir varios heridos que fallecieron en los hospitales de Lérida y Barcelona, algunos no siempre de heridas sino de pulmonías debidas a las inclemencias del tiempo. De todos modos, los datos oficiales no están muy alejados de la verdad. Si la cuantificación se hace por las bajas de cada batallón, se ve que las cifras son del mismo orden. Por ejemplo, el «Albuera» tuvo 6 muertos, el «Alba de Tormes», 4 —y 37 heridos—, el «Arapiles», 4, el «Barcelona», 7…

Donde tales datos no tienen ya el menor contacto con la realidad es en lo que se refiere a las bajas guerrilleras. Los muertos del maquis son los siguientes: 7 en el ataque inicial a Les Bordes (incluyendo un herido que murió en el hospital), tres en el primer día de acción sobre Viella, cuatro o cinco en el ataque a Salardú (incluyendo el que mataron las tropas que llegaban), 2 que volaron por los aires cuando destruían el puente de Garós, 3 o 4 más en diversos combates en los alrededores de Viella (descontando los tres del primer día, uno cayó en el Monte Estaño, cerca del Plá de Viás, otro en combates con la División 41 y algún otro más), uno murió por congelación, y, al parecer, hubo uno más en la retirada. Puede haber algún otro muerto más no localizado o en hospitales de Francia, pero, en total, el número de muertos guerrilleros en el interior del valle no pasa de los 25, cifra muy alejada de los 129 dados oficialmente.

El capítulo de maquis heridos aportado por dicha información oficial es aún más artificioso. ¿Cómo los han contabilizado? Si ni los propios guerrilleros lo saben. La misma estructura de encuadramiento, escasa organización administrativa, irregularidad de las partidas, unidades poco disciplinadas que no dan datos, retirada apresurada con problemas con los franceses a quienes se quiere ocultar información… hacen imposible determinarlo. En cualquier caso, si aquella cifra se refiere a heridos por armas de fuego puede asegurarse que es también muy exagerada. Los heridos graves evacuados a Francia no pasan de una treintena —incluyendo los del Alto Aran— y hubo muchos lesionados, a veces por deficiencias en el calzado, y algunos enfermos.

El dato sobre prisioneros es más cuantificable, pero la cifra dada es propagandística, ya que en el interior del valle son pocos los maquis capturados. Su número no va más allá de dos docenas.

Como dirían algunos jefes guerrilleros y políticos, «la operación del Valle de Arán resultó extraordinariamente barata en número de bajas si se calibra su magnitud. Muchos de los que en ella participamos no pensábamos que volveríamos con vida casi todos».

Las cifras de bajas totales atribuidas al maquis por el Ejército de Franco salen de sumar las que cada uno de los batallones afirma que le ha inflingido, y que aparecen en los historiales, pero muchos datos son magnificados respecto a la realidad.

A las bajas anteriores de ambos bandos habría que añadir las de civiles, casi todas ellas por accidente: un hombre muerto en Les por disparos de los guerrilleros pensando que les observaba para disparar, un excombatiente que los maquis mataron en Pontaut, dos paisanos de Betrén muertos por una bomba lanzada por un capitán del Ejército y un paisano que iba en un camión que se despeñó cerca de la Bonaigua.

Si a todos los guerrilleros caídos en el interior del Valle de Arán se les unen los de fuera de la comarca —entre las tres brigadas del flanco izquierdo y las cuatro más dispersas—, el número total de muertos guerrilleros en la operación central es del orden de los 60.

Aún más difícil es conocer los de otras partes. En el Roncal el número de guerrilleros muertos es de una treintena, y sumando los que se producen en todo el conjunto del Pirineo y zonas próximas entre los meses de septiembre y diciembre de 1944 se puede decir sin gran desviación que el número de muertos no quedará lejos de los doscientos. De ellos, dos o tres docenas liquidados al ser capturados, aunque en tal número no se contabilizan los que luego serían fusilados en las cárceles.

La cifra total sale de sumar los datos aproximados conocidos y aplicar una media de bajas a otras unidades de las que no se tienen datos ni siquiera aproximados.

Se dijo antes que entre los soldados muertos varios fallecieron en el hospital por enfermedades derivadas de las inclemencias del tiempo y la falta de equipo. En Viella se había instalado un hospitalillo de campaña y varias ambulancias viajaban desde el Valle de Arán y zona próxima hasta Lérida y, sobre todo, al Hospital Militar de Barcelona. En una ocasión, una de las ambulancias, de la que era responsable E. Colom Paloma, rescató a un comandante del Ejército que había quedado aislado, siendo condecorados los soldados.

Si el número de maquis muertos es mucho menor del que en comentarios o estudios poco documentados se ha dicho, más elevada es la cifra de prisioneros, la mayor parte de los cuales fueron capturados fuera del Valle de Arán. En toda la acción pirenaica de estos meses, el número de los que caen en poder de las tropas de Franco es del orden de los 800, cifra que proviene de sumar los que llegaron a las cárceles.

El trato que reciben los prisioneros varía según el tiempo y el lugar, e incluso en función de los jefes de las unidades que los capturan. En términos generales puede decirse que inicialmente el trato fue malo y luego mejora, llegando a ser, en Barcelona, incluso bueno.

Los guerrilleros en las cárceles

Si en los meses de noviembre y diciembre de 1944 las campiñas del norte de Cataluña, Aragón y Navarra van despoblándose de maquis, las cárceles de la IV, V y VI Regiones Militares se llenan de detenidos.

Inicialmente, los prisioneros son trasladados a las capitales de las respectivas provincias en que han sido capturados, pasando luego a las cabeceras de región, especialmente al convento de Sant Elíes en Barcelona —habilitado como cárcel— y a la prisión de Zaragoza. Los de Cataluña tienen todo el recinto dedicado exclusivamente a los guerrilleros, mientras los de Aragón comparten la prisión con detenidos políticos y presos comunes, aunque solían estar en galerías separadas.

Cuando los guerrilleros son detenidos e interrogados, o cuando se recogen cadáveres, toda la información es trasladada directamente al Estado Mayor del Ejército, según confirman quienes entonces eran oficiales del Servicio de Información de la IV Región Militar. Para ser interrogados, gran parte de los guerrilleros pasaron por la fábrica CROS de Lérida, donde se instaló el cuartel general de la lucha contra la guerrilla durante un tiempo.

Antes se dijo que el trato inicial a los guerrilleros prisioneros fue malo, pero mejoró luego, al menos en la zona catalana. Un ejemplo de ello lo da el capitán guerrillero Antonio López: «Me sometieron a intensos interrogatorios en Lérida. Como yo no les suministraba los datos que ellos pretendían sacarme, el comandante del Ejército que me interrogaba dio orden a un oficial de la Guardia Civil allí presente de que me pegara, pero el de la Benemérita se negó diciendo que tenían órdenes de no golpear a nadie. El comandante del Ejército dio un golpe sobre la mesa y dijo: “Si el Caudillo quiere que hagamos una vez más de quijotes volveremos a hacerlo”. Y ordenó que se me llevaran sin más presiones».

El lugar donde se concentran más prisioneros es el convento de Sant Elíes, de Barcelona. Había sido convertido en cárcel durante la Guerra Civil, cuando los anarquistas lo confiscaron a las religiosas, luego fue checa, y en los años siguientes al conflicto armado —hasta 1945— había seguido manteniendo su función carcelaria, aunque en este caso los internados fueran los de ideología contraria a los que pasaron por él durante la guerra. Los guerrilleros que allí estuvieron guardan, en general, un buen recuerdo —teniendo en cuenta que era una cárcel y eran los años cuarenta, no un parador de turismo—, dado que el trato fue bastante humano y, en algunos aspectos, cordial. Cuando los prisioneros serían trasladados a la cárcel Modelo de Barcelona, y luego a otras ergástulas, recordarían con cariño su primera «residencia».

En las cárceles, los responsables de los centros dijeron a los maquis que sólo tenían que temer por su vida aquéllos que, en la terminología al uso, «tuvieran las manos manchadas de sangre». Y es justo decir que la mayor parte de las ejecuciones correspondieron a aquéllos a quienes se les imputaban —real o falsamente— delitos de la Guerra Civil.

Existen discrepancias sobre los motivos del buen trato que los guerrilleros reciben en la cárcel de Sant Elíes. Algunos dicen que al estar aquéllos encuadrados oficialmente en las Fuerzas Francesas del Interior, el Gobierno español evitaba maltratar a soldados «franceses», y otros lo atribuyen al intento de Franco de dar una imagen amable cara al exterior, pero tales argumentos no se sostienen por cuanto habría afectado a todas las cárceles y no era así.

Más acertado parece que la causa fundamental es la humanidad del capitán general de Cataluña, Moscardó. Éste, en efecto, se desplazaría a menudo al convento-cárcel y allí se mezclaría y bromearía con los detenidos. Algunos de ellos recuerdan sus chascarrillos, como aquella ocasión en que preguntó a un jovencísimo guerrillero de unos 17 años donde había operado y cuando aquél le respondió le dijo: «¡Cabrito! Tú me estabas disparando», y a otro que le contestó de forma similar: «Fui más listo que vosotros. Me tirabais pero no me disteis». Y no faltaban bromas sobre mujeres, la Guerra Civil y otras.

Una muestra más de la actitud de Moscardó para con los presos fue el diario envío de prensa a la cárcel. Aunque estaba prohibido por el Reglamento penitenciario, un sargento de Capitanía General llevaba cada día una veintena de ejemplares de los rotativos barceloneses para los internos.

En compañía de Moscardó o por separado acudía también a la cárcel el gobernador civil de Barcelona, Antonio Correa Veglison, que aunque más distante de los maquis en el trato humano, nunca fue desconsiderado con ellos.

Pero el colmo de la magnanimidad carcelaria de Moscardó y Correa fueron los banquetes a los presos. Ya por la festividad de Reyes de 1945 dieron un convite a los encarcelados, pero el verdaderamente proverbial e insólito fue el ofrecido tres meses más tarde, en que camareros del hotel Ritz de Barcelona sirvieron una pantagruélica comilona a los prisioneros. Este banquete, servido bajo los soportales del patio del convento y del que hablan muchos presos, puede pasar a la historia carcelaria de la España de la postguerra.

Otro aspecto de la vida de esta cárcel fue la relativa libertad de movimientos de los presos. Para ayudar a la compra, realizar remiendos en las instalaciones… bastantes de los presos salieron de la prisión custodiados, aunque sin gran aparato, y alguno se llegó a fugar.

Con este trato personal algunas autoridades franquistas intentaban atraerse a los guerrilleros, y, al parecer, alguno de estos últimos se convirtió en confidente y colaborador.

En las restantes cárceles el hacinamiento de presos fue mucho mayor, y el trato más desconsiderado. Uno de los problemas con los que a menudo se encontrarían los prisioneros sería el enfrentamiento con los presos comunes.

Fusilamientos

Aunque parezca imposible, la moral de los guerrilleros se mantiene bastante alta en las cárceles en estos primeros meses de cautiverio. Los prisioneros siguen creyendo que la caída del Régimen del general Franco está próxima, como mucho cuestión de meses. Por ello no es extraño que en la cárcel de Zaragoza y la Modelo de Barcelona se reestructure la organización política y militar en espera de ser liberados. Así, en Zaragoza se creó un Comité de Depuración para separar a los poco fieles y se estructuró la guerrilla cautiva como un ejército, del que era responsable Ricardo Escrich Gozalbo —que ya había mandado tropas republicanas durante la Guerra Civil— y se nombraron mandos de las diversas Armas y Cuerpos para el momento, supuestamente próximo, en que llegaría la liberación y estos presos irían a los cuarteles de las Armas respectivas para hacerse cargo del mando.

En la Modelo de Barcelona no se llegó a tanta perfección militar, pero sí se creó una estructura de cuartel, incluyendo turnos de guardia.

Poco a poco, los guerrilleros iban siendo juzgados en consejos de guerra, y la prisión provisional se convertía en condenas concretas. Los oficiales intentaban evitar que se descubriera el grado que tenían en el maquis, pero pocos lo lograron por un tiempo prolongado.

En contra de lo que a veces se ha dicho, muy pocos miembros de la guerrilla pirenaica fueron condenados a muerte por el solo hecho de ser maquis. A quienes se aplica la pena capital se les atribuían responsabilidades de la Guerra Civil, tales como delitos de sangre, haber desertado del Ejército de Franco para pasar al enemigo u otros de esta índole. Por ejemplo, Josep Ribas, teniente guerrillero y aún hoy militante comunista, recuerda que en la prisión de Zaragoza, considerada como «dura», el número de fusilados fue de una docena, cuando los detenidos eran varios centenares. A algunos de los maquis condenados a muerte se les conmutó por penas de prisión.

En los consejos de guerra, la acusación general es la de rebelión militar. Aunque las penas de unos y otros no son exactamente iguales, hay una cierta «standarización», de forma que a los jefes y oficiales les corresponden 30 años de reclusión, y 12 años para los guerrilleros sin graduación.

La mayor parte de los penados pasarían más tarde por la prisión de San Miguel de los Reyes, en Valencia, donde se concentraría un elevado número de maquis prisioneros. Casi ninguno pasaría en prisión todos los años de la condena, y a mediados de los años cincuenta estaba en la calle la mayoría.

El núcleo mayor de los maquis que habían participado en las acciones para la «Reconquista de España» habrían regresado a Francia. Entre muertos y prisioneros, un millar habían caído. Sólo un número inferior a los 200 había logrado superar la zona pirenaica y prepirenaica y penetrado hacia el interior de España.