Carrillo ordena la retirada, Churchill presiona y Tovar quiere irse
«López Tovar me envió a contactar con las unidades guerrilleras situadas cerca del túnel de Viella para confirmar que, al amanecer del día siguiente, debían lanzar un ataque sobre la boca norte del túnel. Una de nuestras piezas de Artillería de 75 milímetros apoyaría la acción», explica Mamés Garfias, jefe de Suministros de la División Guerrillera.
«Fui con un motorista y tras dar la orden, ya de noche, me dirigí al puesto de mando de López Tovar para comunicarle la novedad —añade—. Al llegar encontré varios coches frente a la casa y me dijeron que había venido Carrillo y otros jefes guerrilleros y políticos. Esperé. Al cabo de un rato salieron y marcharon. Entré en el despacho de López Tovar y le dije que todo estaba preparado para el ataque, pero me respondió tajantemente: ya puedes volver allá arriba y decirles que lo anulen todo. Nos retiramos».
Desde el otro bando también se observaba algo anormal. Lo narra Joan Roig, soldado del quinto batallón de Cazadores de Montaña: «A primera hora de la noche una bengala de color verde apareció en el cielo de Viella frente a nuestras posiciones. Pensamos que los guerrilleros preparaban algún ataque y nos apostamos a la defensa, siguiendo las órdenes de los oficiales. Pasó bastante rato y el silencio era absoluto. Hicimos fuego, sin objetivo concreto, sobre el territorio dominado por el maquis, pero no hubo respuesta. Poco antes del amanecer saltamos de nuestros parapetos hacia el territorio enemigo, pero no encontramos a nadie. La señal luminosa había sido de retirada».
Aunque el día anterior, el 27 de octubre, se habían producido fuertes combates, la retirada causa sorpresa entre las tropas de Franco desconocedoras de que en el campo contrario se han producido importantes acontecimientos.
Tovar y Carrillo explican la decisión
López Tovar, como se explicó en el capítulo anterior, decidió no atacar Viella. El propio jefe guerrillero añade ahora que, sin embargo, no podía tomar la decisión de la retirada sin recibir órdenes en tal sentido, ya que al actuar como un Ejército la autonomía de los jefes guerrilleros era limitada. «Dos días después de haber tomado la decisión de no atacar, se presentó Santiago Carrillo en Bossost, en el puesto de mando, acompañado de “Mariano” y el “general Luis”», dice Tovar. Entre otros acompañantes que Tovar no cita estaban Azcárate, Gimeno y Carmen de Pedro.
«Carrillo me abrazó —explica López Tovar—. Le dije que fuéramos a mi despacho para hablar a solas y una vez allí le expliqué que había cumplido todas las órdenes menos la de atacar Viella, ya que las fuerzas enemigas eran muy importantes y nosotros no podíamos combatirlas en campo abierto.
»Cuando Carrillo pidió mi opinión sobre lo que debía hacerse le dije: “Yo me voy para Francia”, a lo que respondió diciendo “Estoy de acuerdo”. Añadí que toda la División estaba a su disposición y que yo cumpliría las órdenes que me diera.
»Me preguntó: “¿cuánto tiempo necesitas para retirarte?”.
»“¡Basta con que me des la orden!”, fue mi respuesta.
»Lo hizo de inmediato y yo lo comuniqué a las unidades. A las 9 de la mañana del día siguiente (28 de octubre) estábamos en Francia sin pegar un tiro y llevándonos a los prisioneros», precisa el jefe guerrillero.
Tovar añade que la llegada de Carrillo le produjo alivio, ya que él se había sublevado contra el partido representado por «Mariano», pero apostilla que «aunque Carrillo no hubiera venido, también me hubiera retirado».
Santiago Carrillo da también su versión: «Los camaradas de Francia estuvieron de acuerdo conmigo en ordenar la retirada. Pensaba que lo más difícil sería convencer a los camaradas que ya habían entrado en el Valle de Arán. Éstos me habían conocido sobre todo como secretario de las Juventudes y me preguntaba cómo reaccionarían cuando les hablara como dirigente del partido. Fui allá y reuní al mando. Comprendí que también ellos vacilaban respecto lo que convenía hacer y que mi intervención venía a resolver una situación que no tenía otra salida. No me costó trabajo convencerles y, al final, retiramos nuestras fuerzas».
Carrillo actuó con criterio propio en el tema y su viaje nada tuvo que ver con los ataques del Ejército producidos el mismo día en el valle, que en Toulouse desconocían. Dolores Ibárruri «Pasionaria», entonces secretario general del PCE, explica que «yo no recuerdo haber dado ninguna orden concreta a Santiago sobre este tema. Con las dificultades de comunicación que teníamos no hubo siquiera tiempo para hacerlo. Lo que sí hice al llegar a Francia fue aprobar plenamente su decisión».
Los responsables del partido en Francia se pusieron de inmediato, sin la menor reticencia, a las órdenes de Carrillo. «Era miembro conocido del Buró Político, además de haber sido antes secretario de las Juventudes Socialistas Unificadas —dice Azcárate—. Era un dirigente conocido e in-discutido y el sentido absoluto de autoridad que en aquel momento existía en el PCE hizo que fuera aceptado sin discusión cuanto él decía. Por otra parte, los dirigentes que estábamos en Francia no ostentábamos ningún cargo en el partido, aunque muchos habían jugado un papel importante durante la ocupación alemana». Por su parte, Gimeno precisa que «no era necesario que dijéramos “a tus órdenes”. Se daba por supuesto, sin ningún enfrentamiento ni dificultad, que por ser un miembro del Buró Político estaba por encima de nosotros».
Hasta aquí no se había hecho referencia a las intervenciones de Santiago Carrillo en todo este tema. Era el primer miembro de la dirección del PCE que llegaba a Francia, y muchas cosas empezaban a cambiar.
La «larga marcha» de Carrillo
Santiago Carrillo residía en aquellos años de la Segunda Guerra Mundial en México pero el partido decidió enviarlo más cerca de España. Obtuvo pasaporte uruguayo a través de Lombardo Toledano, líder sindical mexicano, y emprendió el viaje a Portugal. El motivo «oficial» del viaje era el de un uruguayo que iba a estudiar la industria conservera portuguesa; el «extraoficial», que se trataba de un mexicano que iba a Portugal para organizar desde allí la salida de dirigentes sindicales españoles en peligro, y el motivo «real» contactar con las organizaciones políticas del PCE en España, y colaborar en la organización de órganos de resistencia contra el franquismo.
El nombre de Carrillo para sus andanzas lusitanas era el de Hipólito López de Asís. Su inteligencia y cultura le permitieron trabar amistad con el embajador uruguayo en Portugal —que le pidió más de un consejo—, y con diversas autoridades portuguesas. Asimismo, según explica Fernando Claudín, fue asediado por varias mujeres de la alta sociedad en el hotel de Estoril en que se alojaba, flirteo realmente insólito tanto en el propio Carrillo como en cualquier líder comunista de la época.
Con ayuda del embajador uruguayo, que tenía buenas relaciones con la delegación en Lisboa del gaullista Comité Francés de Liberación, Carrillo pudo obtener un visado para Casablanca, y desde allí marchó a Oran, donde radicaba la principal organización del PCE en África del Norte.
«Los guerrilleros tomaron sin dificultades el Valle de Arán porque había pocas fuerzas —añade—. Pero detrás del valle da a una llanura donde esperaban 300 000 hombres armados, con Artillería y Aviación, al mando del general Moscardó, el del Alcázar de Toledo, y que, naturalmente, habrían aplastado a nuestras fuerzas, armadas sólo con metralletas y algunos cañones ligeros[13]».
»Les dije a los dirigentes que no podíamos seguir con esta situación y vino a confirmar mi postura la información de que un regimiento de “spahis” [14] llegaba por el lado francés de la frontera y teníamos razones para creer que podía tratarse de una maniobra para cortar nuestra retirada a Francia.
»En la perspectiva de la preparación del levantamiento nacional, yo era partidario del envío de pequeños grupos encargados de desarrollar y encuadrar dentro del país las unidades de guerrilleros, pero no de una invasión que, presentada como tal, daría ocasión al Ejército franquista de eliminar a estos 12 000 hombres que eran el tesoro de nuestro partido, nuestros mejores cuadros. Los camaradas de Francia estuvieron de acuerdo conmigo», termina diciendo Carrillo.
Aquella noche, tras un par de días de entrevistas en Toulouse se dirigieron hacia el Valle de Arán, donde tuvo lugar la entrevista con López Tovar y la orden de retirada antes referidas.
Con esta importante decisión, Carrillo no sólo ordenaba el fin de una batalla sino que afianzaba su autoridad personal en el partido, dando un paso importante en la marcha ascendente que le colocaría al frente del PCE durante varios decenios.
La orden llega a las brigadas
Las brigadas reciben con sorpresa la orden de retirada. Aunque el día anterior se han producido ataques importantes del Ejército que ha desalojado a los guerrilleros de algunas de sus posiciones, aún no puede hablarse de derrota, y más teniendo en cuenta que en los combates del día 27 los guerrilleros apenas han tenido bajas, mientras que el Ejército ha sufrido muchos muertos y heridos.
Alguna de las brigadas, como la 11, reciben una comunicación telefónica en la que se les ordenaba la retirada. En dicha brigada no comprendieron los motivos de la orden y para confirmarla el jefe de la unidad se trasladó al puesto de mando de la División. Varios batallones recibieron la Orden por medio de enlaces, los cuales añadían que «hay que retirarse sin hacer ruido».
Varias unidades guerrilleras se retiraron a pie hasta Bossost, donde subieron a los camiones. Otros salieron motorizados desde Vilach y no faltaron quienes tuvieron que recorrer a pie desde el frente estabilizado en Viella hasta la frontera francesa.
Algunos oficiales del maquis recibieron aquella noche y al día siguiente el encargo de «escoba» de los pequeños grupos guerrilleros dispersos por el valle. El teniente Jaume Montané del Servicio de Información, explica que «junto con otros tres guerrilleros me ordenaron ir en dirección al Puerto de la Bonaigua, tras las líneas enemigas, con el fin de dar a conocer la retirada a algunas partidas avanzadas. Encontramos un grupo de guerrilleros en una casa —eran los que habían visto pasar el coche de Moscardó y no dispararon— y les comunicamos la novedad y seguimos en dirección a Salardú en busca de otro grupo, pero lo encontramos cuando ya se estaba replegando. Vimos tropas del Ejército que avanzaban. De regreso, al llegar a las cercanías de Viella, encontramos a un guerrillero que seguía, él solo, disparando contra las tropas con un cañón antiaéreo de los que teníamos. Le dijimos que marchara de inmediato porque quedaría copado».
En la zona ocupada por la guerrilla, el capitán Mames Garfias y otro capitán llamado «Fédor» se quedaron para avisar o recoger rezagados. «Fuimos a la central eléctrica de Cledes, que estaba vigilada por dos guerrilleros —explica Garfias—. Habían instalado cargas para la voladura de las turbinas, pero nosotros dimos la orden de retirarlas para evitar que los franquistas pudieran utilizar tales destrucciones como propaganda antiguerrillera y anticomunista».
Las unidades iban dejando grupos de retén para cubrir la retirada ante un posible ataque del Ejército, pero no hubo problemas y el repliegue fue tranquilo y sin especiales dificultades, pudiéndose llevar consigo casi todo el material, e incluso los tres camiones que habían requisado, uno de ellos averiado, que fue arrastrado por otro. Fueron retirados unos 15 o 20 heridos. López Tovar explica que «ordené a mi propio coche que recogiera a dos o tres de ellos y a un médico, ya que este último no quería abandonarles».
A pesar de todas las precauciones tomadas, varias partidas guerrilleras poco numerosas quedarían aisladas en la zona: unos lograrían regresar a Francia por sus propios medios cruzando los pasos montañosos y otros caerían prisioneros.
En su retirada, los guerrilleros alertan a la población civil de la posibilidad de represalias —por haber colaborado con ellos— cuando llegaran las tropas, e invitaban a retirarse con el maquis a quienes lo desearan.
Algunos paisanos, la mayor parte de Bossost, marcharon con ellos.
Problema importante en la retirada lo constituían los soldados prisioneros, que, como se dijo antes, no estaban lejos de los 300. Una parte importante de ellos estaban en las proximidades de Les en la retaguardia guerrillera y fue fácil llevarlos a Francia, pero más complicado se presentaba el tema para aquéllos que seguían retenidos cerca del frente por las brigadas que los habían capturado. Josep Salas, de la Brigada 11, explica lo ocurrido en ésta: «Recibí la orden de plantear el tema de la retirada a los prisioneros que teníamos en aquel momento, que eran 19. Capturamos más, pero ya los habíamos enviado a la retaguardia. Les dije que los que quisieran quedarse a esperar la llegada de las fuerzas del Ejército podían seguir en la casa donde los teníamos, y que los demás se replegarían con nosotros. Hubo tres que prefirieron permanecer allí, y los restantes se vinieron con nosotros. La realidad es que no todos llegaron a la frontera francesa». También José Andrés «León», explica que varios de los prisioneros que llevaba su batallón —de la 551.a Brigada— «se perdieron», es decir, se escaparon, sin que los guerrilleros en retirada hicieran gran cosa por impedirlo. Hechos similares ocurrieron en otras brigadas.
Los prisioneros evacuados a Francia fueron llevados en su mayoría al campo de Bourrasol, en Toulouse, y días más tarde entregados a las autoridades francesas, que los devolvieron a España. Muchos de los soldados volvieron llevando armamento y correaje, que les fue devuelto por los guerrilleros. López Tovar explica que el «general César» fue quien negoció con los franceses, y que incluso entregaron a éstos algunos agentes de la «Segunda Bis» (servicios de información de la Policía española). Casi todos los soldados cuando regresaban —según confirman otros soldados que los vieron llegar— decían que se habían escapado, pero la realidad es que los dejaron volver. En sus mochilas traían multitud de ejemplares de «Reconquista de España» y propaganda antifranquista.
Algunos no regresaron, sino que ingresaron en los Batallones de Seguridad, haciéndose pasar por guerrilleros.
Stop en Francia
La primera columna de guerrilleros en retirada que llega a la frontera la forman unos quince camiones y algunos coches y motos. «Habíamos subido a ellos en Bossost —explica Jaume Puig, capitán de la Brigada 410— y yo iba en el primer camión. Nos ordenaron que si los franceses nos detenían en la frontera embistiéramos con el vehículo contra la barrera y siguiéramos adelante. Pasamos la frontera al despuntar el día, sin ningún problema, pero un par de kilómetros dentro del territorio francés, junto a unas casas, los franceses habían cruzado un camión en la carretera y nos detuvimos. Sobre los balcones y tejados de algunas de las casas veíamos gendarmes armados».
La columna estuvo detenida un par de horas en la carretera, mientras los jefes negociaban con los mandos franceses. «Yo salí más tarde de España y cuando llegué al lugar me encontré con la columna parada —explica López Tovar— y fui a ver a Calvetti, el cual me dijo que debía entregar las armas. Yo había hecho colocar las metralletas sobre las cajas de los camiones, encima de ellas las mantas y sobre éstas los guerrilleros. Le dije que no había armas. Evidentemente, no se lo creyeron, pero los gendarmes de aquel tiempo no eran los mismos que habían recibido a los exiliados españoles en 1939. Se marcharon y nos dejaron pasar. En épocas posteriores me detuvieron siete u ocho veces para hacerme declarar dónde estaban las armas».
Jaume Puig recuerda que en el curso de las conversaciones, antes de que llegara López Tovar, los gendarmes estaban indecisos acerca de cómo debían actuar con los españoles. La Jefatura de Pont de Rei dependía de Saint Godins y los gendarmes se decían unos a otros que debían telefonear al «comandante George». Éste había combatido en la Resistencia en el departamento del Lot y acudió a Toulouse en los días de la Liberación.
Los franceses se quedaron las armas más grandes de los guerrilleros, como algunos cañones ligeros, ametralladoras y morteros, que por su volumen eran mucho más difíciles de camuflar que las metralletas. De las fuerzas guerrilleras españolas que llegaron a pie a la frontera por diversos puntos hubo unas que fueron desarmadas por los franceses, mientras otras pudieron quedarse con su armamento.
Los españoles que regresan a Francia tras la invasión del valle se dirigen directamente a los batallones de Seguridad de los que habían salido, que los acogieron como si nada hubiera pasado, ya que muchos de ellos estaban compuestos y mandados por los propios jefes guerrilleros españoles. Un núcleo importante se dirigió a Bourrasol, donde fueron también instalados los soldados prisioneros.
Algunos guerrilleros rezagados llegaron a la frontera entre uno y dos días más tarde que la columna principal y vieron llegar a las tropas de Franco. Entre los últimos que alcanzaron la línea divisoria se encontraban los capitanes Garfias y «Fédor», que habían participado en la recuperación de guerrilleros aislados. «Al acabar de pasar —explica Mamés Garfias— vimos que en la parte española de la frontera había una garita de carabineros algo elevada sobre la carretera. La volcamos. Era como un símbolo del acto final de la lucha en el valle».
La mayor parte de las unidades del interior del valle se retiraron sin problemas. Del conjunto de la operación, incluidas las unidades de las comarcas vecinas, tanto aragonesas como catalanas, se habían podido retirar ordenadamente en unos diez días, algo más de la mitad de los guerrilleros participantes. Otros muchos lo harían luego desordenadamente y varios centenares no regresarían, como se verá en el momento de estudiar las bajas.
Una valoración inicial de los resultados de la operación aparece en «Nuestra Bandera» de enero de 1945, publicada en Toulouse: «Los guerrilleros de Cataluña han liberado durante diez días las poblaciones del Valle de Arán, derrotando y poniendo en fuga, después de hacerles centenares de bajas, a las fuerzas represivas franquistas, infinitamente superiores en número y armamento. Durante estos días han funcionado en el Valle de Arán los órganos de poder de Unión Nacional, el pueblo ha administrado sus destinos. No ha habido represalias ni persecuciones de ningún género; funcionaron los ayuntamientos de Unión Nacional, incluso con la participación de sacerdotes. Los prisioneros fueron respetados y puestos en libertad al evacuar. Un teniente de la Guardia Civil que se entregó a los guerrilleros fue, asimismo, respetado. Las iglesias estuvieron abiertas sin que nadie entorpeciera el culto. Se revocaron todas las multas puestas por la Fiscalía de Tasas a los campesinos. Éstos quedaron en libertad de vender o no sus productos al precio que estimaran justo… Unidades guerrilleras estuvieron a punto de capturar en el pueblo de Viella al traidor Moscardó, que salió huyendo como una liebre».
En los primeros momentos, el desaliento no es profundo entre los guerrilleros. Se premia a todos los oficiales con el aumento de un grado —que posteriormente no sería reconocido por los franceses al homologar los empleos de los maquis—, y entre los españoles se va viendo que la relación con Francia ya no es igual que antes. «Al salir nos dieron toda clase de facilidades. Al volver éramos un obstáculo», dicen muchos maquis españoles.
Hubiera sido una masacre
Todos cuantos guerrilleros han hablado con el autor de este libro, un centenar, consideran oportuna la orden de retirada dada por Carrillo. «Nos hubieran liquidado», dicen. En tales valoraciones no juega la disciplina de partido, el estalinismo o la rigidez del centralismo democrático. Frases como la del teniente coronel Josep Aymerich son resolutivas: «Discrepo de la orientación que Carrillo dio al PCE, pero reconozco que fue una suerte que ordenara la retirada porque hubiera sido una masacre». Juan Cánovas, guerrillero, es todavía más elocuente cuando manifiesta que «la misión había fracasado y, sobre todo los que en ella participaban se habían acobardado». El propio Enrique Líster expresa su conformidad: «La retirada estuvo bien ordenada. Lo que no era lógico era actuar como hizo Carrillo, que aprovechó la situación para desmontar las guerrillas».
Como se verá en su momento, no es exacto que Carrillo liquidara entonces las guerrillas, ya que continuó apoyándolas durante más de tres años, pero es significativo que este gran adversario de Carrillo considere correcta la decisión. El propio Carrillo explica que un tiempo más tarde visitó las unidades y encontró a los guerrilleros satisfechos por tal orden.
Cuando el dirigente del Buró Político tomó la decisión de la retirada dijo que un regimiento de «spahis» podía cerrar la frontera por orden del Gobierno francés, de forma que los guerrilleros habrían sido eliminados por el Ejército español. Entre los muchos protagonistas de la operación consultados por el autor de este libro, incluidos los maquis que estaban en Francia y no entraron en nuestro país y los políticos del PCE y de UNE, ni uno solo vio a los moros. La mayor parte de ellos dicen que fue «uno más de los inventos de Carrillo», mientras éste no da la fuente a través de la cual recibió la presunta confidencia que le ponía al corriente de la llegada de aquella unidad colonial.
El propio López Tovar es radical al rechazar tal argumento, diciendo que «si los “spahis” o gendarmes nos llegan a bloquear el paso para que el Ejército español nos eliminara, en Francia se produce una guerra civil. Los de la Resistencia no lo hubieran consentido. Aparte de que Carrillo no me dijo nada de ello cuando vino al valle, si tales órdenes las hubiera dado el mando francés a sus unidades de la frontera, Calvetti me lo hubiera dicho y en nuestra entrevista no hizo la menor mención».
Otros muchos guerrilleros exponen su criterio con frases que podrían sintetizarse así: «en aquel momento, nuestras relaciones con Francia eran tan buenas y nos debían tanto que nunca hubieran hecho tal cosa, aun cuando el Gobierno galo estuviera satisfecho de que nos marcháramos. Una parte de la población francesa estaba muy identificada con nosotros. Una cosa es que no nos apoyara directamente, e incluso que discreparan de nuestra acción y que quisieran que dejáramos su país, y otra muy distinta que, por su culpa, las tropas de Franco hicieran una masacre entre los guerrilleros. Además, legalmente estábamos aún encuadrados en unidades francesas».
¡Churchill!
Al margen de que las afirmaciones de Carrillo sobre los «spahis» sean o no exactas, más importante es el hecho de que la actitud del Gobierno francés respecto a la guerrilla española había cambiado sustancialmente en pocas semanas, dando fin a la tolerancia anterior. Detrás de todo ello hay dos elementos: la protesta que Franco ha presentado ante los aliados, en particular a Inglaterra, y la actitud de Churchill, que presiona sobre De Gaulle. Los americanos se inhiben bastante del tema, quizá porque ya actúa el Premier británico.
Veamos algunos síntomas externos de lo que, entre bastidores, se está realizando. Una noticia de la «Agencia Reuter», británica, fechada el 27 de octubre, reproduce una información de «Radio París» en la que se anuncia que el representante español —del Gobierno de Madrid, se entiende— ante el Comité Francés de Liberación, señor Sangroniz, se trasladará a París.
De Gaulle, según «Reuter», dijo que a pesar de los numerosos ataques de periódicos franceses contra el Gobierno español «esto no afectará a la política internacional francesa y el Gobierno francés no puede olvidar que España no atacó a Francia en 1940, y en justa reciprocidad, Francia no piensa atacar ahora a España». «Radio París» añadió que «la situación actual de España es una cuestión que incumbe solamente a los españoles».
«Reuter», reproduciendo a «Radio París» sigue diciendo que «otro indicio de que el Gobierno Provisional quiere evitar todo roce desagradable con España lo constituye el hecho de que ha sido nombrado gobernador militar de Toulouse el general Collet, y es significativo que “Radio Toulouse” haya dejado de transmitir ayer (es decir, el 26), día en que aquél tomó posesión de su nuevo cargo, sus emisiones en castellano y catalán en las que, durante ocho días, se había atacado al Régimen del general Franco en nombre de la Junta Suprema de Unión Nacional. Estas medidas demuestran la determinación del Gobierno francés de establecer su autoridad en la parte suroccidental del país para ejercer control sobre las actividades militares y políticas en esta región que pudieran perjudicar el prestigio del país».
Lo dicho es cierto y particularmente decisiva resulta la llegada del general Collet.
Un despacho de «Cifra», agencia oficial española que difunde la información nacional, explica el 27 de octubre una entrevista significativa, aunque sus protagonistas no sean personalidades relevantes. En la estación internacional de Arañones se celebra una reunión entre las autoridades de la provincia de Huesca y del departamento de los Bajos Pirineos. Por parte española intervienen el gobernador civil de Huesca, Manuel Pamplona Blasco, el coronel Fonseca en representación del general y jefe militar de Jaca, el teniente coronel Laguía, jefe de la Comandancia de Fronteras, y el teniente coronel De Pedro, jefe de las fuerzas destinadas en el sector Canfranch-Arañones. Por parte francesa están el subprefecto de Oloron, el jefe del Gabinete Militar de la Prefectura, el adjunto a la Comandancia Militar de, Fronteras y la secretaria general de los servicios de Fronteras. Según la agencia «Cifra», «los franceses rechazan las acciones guerrilleras contra el territorio español».
Un despacho de EFE —agencia oficial española que distribuye información internacional en estos años— fechado en París, informa que las fuerzas republicanas españolas del maquis se han retirado a petición del Gobierno Provisional a unos 20 kilómetros al norte de la frontera franco-española, y se añade que «la mayor parte de los consulados españoles del sur de Francia que fueron ocupados recientemente por los rojos españoles han sido evacuados por éstos y se hallarán en breve protegidos por fuerzas francesas».
Antonio Mira, corresponsal en Argel de la agencia «Logos» —de la Editorial Católica— envía una crónica desde dicha capital que el día 28 de octubre reproducen varios periódicos de toda España en la que se dice, entre otras cosas, que el Gobierno francés reconoce que aún no controla el sur de Francia, que la situación es anormal y que «las autoridades francesas no pueden actuar de una manera tajante contra elementos cuya actuación política durante la ocupación alemana ha sido favorable a la Liberación de Francia; se proyecta convencerles e irles anulando paulatinamente en el transcurso del tiempo»[15]. El periodista continúa diciendo que «frente a los discursos, soflamas y arengas, el Gobierno francés cree que su patria no está en condiciones de crearse nuevos problemas sobre los muchos que le abruman y que cuando se restablezca la autoridad de De Gaulle sobre todo el territorio las actividades de los guerrilleros serán prohibidas»[16]. El mismo corresponsal califica de «bulo» la cifra de 50 000 guerrilleros españoles armados —recuérdese la propaganda de «Radio Toulouse»— y añade que el representante del Gobierno de Francia vuelve a Madrid.
El Gobierno Provisional gaullista hace el 28 de octubre una declaración sobre la transmisión de poderes de los grupos de la Resistencia a los agentes de De Gaulle y su decisión de controlar la tenencia de armas. El día 29 aparece una orden del Ministro del Interior francés referida a los grupos armados y a la entrega de armamento. Ello afecta a los propios resistentes franceses, y, obviamente, más aún a los extranjeros. El corresponsal de «Logos» en Argel antes citado envió el último día de octubre una crónica en la que informaba de la decisión del general De Gaulle de que sólo vaya armado el Ejército, debiendo ser desarmadas las milicias y las FFI, lo cual provoca la protesta del Consejo Nacional de la Resistencia.
Si se abandonan por un momento las informaciones de prensa y se vuelve a los testimonios personales, los datos son también significativos. Uno de ellos es del comandante guerrillero Tomás Guerrero «Camilo». «Estaba yo de guardia en el cuartel general de Montrejeau —explica— cuando llegó un correo francés entregado por el teniente Richardeau. Era un comunicado del general Collet para el Estado Mayor de los guerrilleros españoles, en el que se decía que los que habían entrado en España debían retirarse de inmediato. En caso de que no lo hicieran, cuando regresaran a Francia los internaría en campos de concentración».
En la misma línea, Camilo Ballovar, teniente del maquis incorporado al Servicio de Información y hombre de confianza del «general César», que formaba parte de las fuerzas preparadas para entrar en el valle pero que no llegaron a participar en la invasión, cuenta que «a otros dos oficiales y a mí nos llamaron del puesto de mando de Montrejeau y nos entregaron un sobre cerrado para el “general César”. Debíamos ir al valle a entregárselo. Nosotros no lo abrimos, pero según nos informaron en el Estado Mayor contenía una orden para la retirada. Churchill había dicho que debíamos acabar con la operación».
Aunque algo posteriores, son significativos los contactos mantenidos por Andreu Claret con Paul Ramadier, jefe del Gobierno francés tras la liberación. Era socialista moderado y gran amigo de Claret, al que visitaba a menudo. «Ramadier me dijo que los comunistas eran los mayores enemigos de la libertad y que no debía fiarme de la gente que es manejada desde Moscú. Los soviéticos estaban desprestigiados ante los aliados occidentales por su mal llamada “liberación” de los países del Este», dice Claret, añadiendo que el presiente francés le confesó que conocía los intentos de los comunistas españoles de invadir España, pero le resultaba muy difícil actuar con dureza por la heroica participación de aquéllos en la Resistencia. Claret explica también que «fuimos a París el general Riquelme, el doctor Aguasca, el coronel Juan Antonio Paz, Cuadras y yo. En la embajada de México mantuvimos una entrevista con delegados diplomáticos de Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países. Nos dijeron claramente que no contáramos con ningún tipo de ayuda ni de tolerancia en la realización de acciones armadas contra España. Total, que se quedaron con Franco».
Los hechos del Valle de Arán habían empezado a atraer la atención internacional, y cuando los guerrilleros en retirada llegaron a la frontera se encontraron con varios periodistas anglo-americanos, entre ellos una mujer. Entre los guerrilleros, sin embargo, algunos consideran que dichos «periodistas» más que informadores de prensa eran confidentes de sus respectivos gobiernos.
Miedo a ser cercados
López Tovar apunta que, antes de dar la orden de retirada, las tropas de Franco intentaban una operación de cerco de los maquis, moviéndose por las partes altas de las montañas con los mulos. Sin embargo, la idea de estar sometidos a una acción envolvente fue más una presunción de los guerrilleros que una realidad. El propio López Tovar lo reconoce indirectamente cuando, en otra ocasión, afirma que «yo esperaba que los militares españoles hubieran aprendido algo de la Guerra Mundial y nos hubieran lanzado una brigada de paracaidistas en Pont de Rei para cortarnos el paso. Igual nos hubiéramos abierto camino, pero con muchas bajas. También por esto yo quería la retirada, porque prefiero ser un bon vivant que un héroe muerto».
El jefe guerrillero valoraba de forma inadecuada la capacidad del Ejército español, el cual no dispondría de unidades paracaidistas hasta 1953, y en la época en que se producen los hechos aquí narrados tenía un armamento anticuado y escasa mecanización. Como demostración de la penuria del Ejército valga anotar que cuando terminó la operación, los propios soldados tuvieron que pagar de su bolsillo los utensilios que perdieron en la campaña, como platos, mantas, correajes, gorras o cascos… como ocurre con un cuartel en época de paz. El soldado Bonaventura Bordas cuenta que generales del Ejército les dijeron: «¿Os habéis creído acaso que esto es una guerra? Cada uno tiene que pagar lo que haya perdido». En aquellas fechas, la paga de los soldados —las denominadas «sobras»—, eran de 50 céntimos al día para las tropas de la península y una peseta para las de África.
Entre los militares no llegó a planearse de forma definitiva una acción de copo del enemigo, que por otra parte es difícil en un valle tan estrecho sin fuerzas aerotransportadas. La vía más probable para el cerco por tierra la constituye el Valle del Torán, siguiendo la línea Bagergue-Caneján, que no llegó a plantearse como algo definido. En cualquier caso, la retirada guerrillera no dio tiempo de plantear una verdadera táctica ofensiva, aunque con este nombre se conozca el avance final del Ejército.
El Ejército pasa al ataque
Las fuerzas del general Franco recibirían la orden de pasar al ataque y recuperar el territorio ocupado por el maquis. A pesar de que en algunos historiales del Ejército se habla de «ofensiva», casi todas las unidades enemigas estaban ya en Francia cuando los batallones del Ejército iniciaron su avance a las 7,15 horas del día 29 de octubre. Por ello los combates se redujeron a la eliminación de alguna partida guerrillera que había quedado aislada y no recibió la orden de repliegue. Incluso los grupos de retén guerrilleros que tomaron posiciones para proteger la retirada de sus compañeros estaban casi todos en Francia.
Antes de iniciar el avance, las tropas reciben el suministro, consistente en tres «chuscos», una tableta de chocolate y una lata de carne. «Con el hambre atrasada me lo comí todo para el desayuno del primer día. Después, me dije, Dios dirá», explica Joan Ventura, de la Segunda Agrupación de Montaña.
Las tropas avanzan por la carretera y sus proximidades, flanqueadas por las secciones de esquiadores-escaladores. Algunas unidades rastrean los bosques en busca de los guerrilleros. El avance es lento, no tanto por la resistencia encontrada, que es prácticamente nula, como por las precauciones tomadas por el Ejército, que teme posibles emboscadas.
Un núcleo importante de resistencia aparece al atardecer del día 29. Al llegar las avanzadillas a las cercanías de Aubert la carretera es batida por intenso fuego de ametralladora desde cotas que la dominan. El coronel Domínguez Santamaría da la orden de emplear un obús de 105 milímetros para batir al núcleo guerrillero, lo que no se logra dada la orografía del terreno y el fuego enemigo. Repite la maniobra un antitanque, pero tampoco conseguiría su objetivo ya que hay que sobrepasar una curva de la carretera batida por el fuego maqui. La posición guerrillera cayó cuando fue rodeada desde la montaña por tropas de infantería. Se comprobó que un solo individuo, un capitán, había retenido durante largo rato a todas las fuerzas que avanzaban.
El núcleo central del Ejército apenas tuvo mayores combates en este avance. Abandonada en la carretera se encuentra mucha propaganda de los guerrilleros, y son bastantes los soldados y oficiales que guardan algunos ejemplares de «Reconquista de España», «Anónimos», «Lucha» y otros. Muy escaso es el material de guerra capturado. Entre este último destacan varias motos BMW con sidecar, abandonadas posiblemente porque se les agotó la gasolina o por avería, y alguna ametralladora.
Junto a la Infantería avanza también la Artillería, y entre la tropa o al frente de ella van también los jefes y oficiales.
Al llegar a Bossost el coronel Domínguez Santamaría se reunió con el alcalde y los contrabandistas —profesión nada insólita en estos lugares fronterizos— y pidió información sobre todos los pasos de frontera con el fin de crear puestos de vigilancia. El teniente coronel Fuensanta, por su parte, había intentado infructuosamente en Les Bordes recabar información de la población civil. «El que no estaba sordo de un oído lo estaba del otro», dice. Era una muestra más de la inhibición de la población de que antes se habló.
A pesar de las prevenciones, con la llegada de las tropas no hubo represalias sobre la población civil. Sólo un matrimonio de la Bordeta fue detenido porque en su casa había alojado maquis.
La mayor sorpresa en el avance gubernamental se produciría al llegar cerca de la frontera. En los árboles de una plaza aparecían enganchadas unas anchas tiras de papel en las que se leía «Volveremos en primavera» y, al parecer, también el de «Volveremos por la Cerdaña», según explica el teniente coronel Fuensanta.
Las autoridades y estrategas del Ejército de Franco analizaron las posibilidades de una nueva ofensiva guerrillera, especialmente en la Cerdaña, concluyendo que el objetivo más probable para los exiliados españoles podría ser el enclave de Llivia, cuyo único cordón umbilical con el territorio español lo constituía una estrecha carretera, que, además, estaba abierta sólo durante el día. La única defensa del enclave eran un cabo y cuatro guardias civiles de fronteras, según explica el teniente coronel Fuensanta, que anteriormente había sido el jefe militar de Puigcerdá, de donde dependía Llivia. Dadas las especiales características geopolíticas del enclave, en lugar de trasladar allí tropas del Ejército se envió una compañía reforzada de la Policía Armada, aunque no tuvo que actuar. La realidad es que, como se verá más adelante, la dirección comunista rechazó toda nueva operación de gran envergadura.
El Ejército llega a la frontera
A las 15,45 horas del día 30 de octubre, las tropas del Ejército alcanzaban la línea fronteriza de Pont de Rei e izaban la bandera roja y gualda. Pocos metros más allá de la línea fronteriza, hay varios gendarmes y maquis que se han detenido una vez pisaron territorio galo. Algunos oficiales del Ejército español los insultan, y sus compañeros tienen que frenar a uno que quiere seguir adelante en persecución de los huidos. «Si llega a producirse allí algún disparo el problema es gordo, porque tal como estaban los ánimos algunos hubieran entrado en Francia», explican los presentes.
Dos cañones del 75/22 de la segunda batería de Artillería del Regimiento 21 serían emplazados muy cerca del límite fronterizo.
Al día siguiente, 31 de octubre, el general Moscardó recibe en la Capitanía General de Barcelona a los informadores. Con la verborrea de la época, así lo narra uno de los cronistas: «El capitán general se refirió a la feliz terminación de la situación desagradable creada en el Valle de Arán por la acción de fuerzas rojas de cierta importancia que atraídas por la rapiña perseguían determinados fines políticos».
Moscardó explicó también que los soldados habían actuado a su completa satisfacción y que la población civil había colaborado y, sigue el cronista, «terminó el capitán general sus manifestaciones poniendo de relieve que en su afán destructor, los elementos que tal situación crearon procedieron como es norma en ellos, si bien se consiguió que los desperfectos causados en algunos puentes fueran mínimos gracias a la destreza de las fuerzas propias, las cuales con la rapidez del caso procedieron a reparar los daños».
El día 2 de noviembre en la Orden General de la Plaza, Moscardó felicita a la División 42: «Habéis cumplido totalmente la misión que os señalé —dice el capitán general—. El enemigo, numeroso, armado y favorecido por el terreno, el tiempo invernal y la cercanía y facilidad de comunicaciones con sus bases, no pudo conseguir más éxito que el que le proporcionó la sorpresa y el número, éxito, por cierto, efímero e insignificante, pero en cuanto nuestra voluntad nos impulsó al avance y al combate, vuestras armas han hablado el lenguaje varonil del guerrero, tan opuesto al de nuestros enemigos que, como siempre, han huido recibiendo duro castigo. Vuestra actuación y el éxito logrado os convierte de soldados bisoños en combatientes aptos, dignos de nuestro Caudillo».
Asimismo, el Gobierno español enviaba al Gobierno provisional francés una nota de «enérgica protesta» y exigía que pusiese fin a las «actividades terroristas» de los exiliados españoles.
El día 4 de noviembre, en Madrid, con motivo de su onomástica, el ministro del Ejército, Carlos Asensio, habla también del tema en el curso de una recepción, y dice que no sólo luchó el Ejército, sino que la población civil colaboró intensamente con las tropas.
Acabados los combates en el valle, las tropas de guarnición en la zona entonarían «Viella por ti» una canción de recuerdo y de victoria, en la que cada unidad introduciría ligeras variantes. Es una canción de campamento, con rimas forzadas y algunos catalanismos.
He ahí dos versiones de las primeras estrofas, correspondientes al quinto batallón de Cazadores de Montaña y al Regimiento de Artillería 19 Provisional.
Fue el 27 de octubre
que empezó la incertidumbre
en nuestra felicidad,
pues los maquis amenazan
ponen sus grapas (garras).
e implantan su falsedad
Tres días allí estuvimos
de guardias en los caminos
defendiendo con valor
a nuestra Querida Patria
de una mala gente extraña
que nos llevaba el dolor
En una noche oscura
del mes de octubre,
la fuerza dormía
como de costumbre
Pero de repente
venía gritando
el oficial de guardia
venía gritando
¡Muchachos alerta!
Muchachos alerta
que ya nos atacan,
La fuerza deprisa
se vistió y bajó
Pero los soldados
que eran muy valientes
hasta última hora
Viella defendieron
****
Viella por ti, murieron muchos soldados.
Viella por ti, ya no los veremos más.
Pobres amigos que no volverán jamás.
Bajo aquellos montes,
allí se quedaron
por no poderlos retirar
Ya todo ha cesado
ya no hay nadie que tire.
Sólo los heridos
que ya se los llevan,
todos van gritando
¡Madrecita mía!
Madrecita mía, no me desampares.
Que fue por España,
que la defendí.
Madre tú no llores
quiero defenderte
del yugo maqui
Hoy la paz ha renacido,
y aunque muertos y heridos
ha costado al batallón
cantan nuestras valentías,
llenas de noble bravia
Viella, Bordas y Bossost
Y el ilustre Laureado
con gusto ha felicitado
nuestro quinto batallón.
Y en Las Bordas hoy estamos
y el relevo esperamos
de la otra división
Moscardó felicitaría, una por una, a todas las unidades participantes y en muchos casos abrazaría a los soldados.
La psicosis de «maquis» no abandonaría a las tropas que quedaban de guarnición en el valle. Un mes más tarde, en la noche del 1 al 2 de diciembre, una gigantesca explosión sacudía Viella y sus alrededores, dejando sin luz a la población y afectando a diversas viviendas. El polvorín había saltado por los aires. En el primer momento se creyó que se trataba de un sabotaje del maquis, y algunas tropas corrieron pegando tiros, aunque se comprobó luego que había sido un accidente, del que resultaron muertos cinco soldados. Joan Elias, artillero que en otras ocasiones había estado de guardia en dicho polvorín dice que muchos de los soldados tenían muy poco cuidado con la munición. No sólo dormían sobre los saquetes de pólvora, sino, lo que es más grave, más de uno había entrado braseros para reponerse del frío reinante. Ésta podría haber sido la causa del accidente.