El «cerco» de Viella y la retaguardia guerrillera
La llegada de nuevas tropas de refuerzo, la falta de iniciativa guerrillera y las primeras grandes nevadas, aportarían unos días de compás de espera en lo que se ha denominado impropiamente el «cerco» de Viella. En realidad, la capital del valle estuvo sólo semisitiada y era más difícil llegar a ella por la nieve que por el hostigamiento del maquis.
Tras la marcha de Moscardó, las tropas de Franco han reforzado sus posiciones defensivas. La zona del «Hotel Internacional» en la que reside el mando constituye lo que llaman «el subsector», en algunos lugares han cavado trincheras, y, sobre todo, una barrera de alambres de espinos va desde una parte a la otra del monte, estableciendo un frente estabilizado. Los maquis también cavaron algunas trincheras.
Aunque se ha dado cuenta de que a los maquis que atacan la población les falta fuelle, el mando militar de Viella quiere conocer de inmediato el alcance de la ofensiva enemiga y al día siguiente de su llegada a Viella, fuerzas del quinto y sexto batallón realizarían sendas descubiertas internándose en territorio controlado por el maquis. En el historial del sexto batallón «Alba de Tormes» se explica que penetraron en el bosque de Baricauba, donde entablarían combates con el enemigo, que les hostiga en pequeños grupos. «En la noche del 20 al 21 de octubre —explica Joan Roig del quinto batallón “Barcelona”— estábamos realizando una descubierta en dirección a Les Bordes. Era ya de noche y vimos pasar por la carretera una columna de unos diez camiones cargados de maquis que se dirigían hacia Viella. Permanecimos escondidos y el capitán nos dijo que íbamos a pasar la noche allí e hiciéramos guardia por turnos, ante el peligro que corríamos. Sin embargo, dada la enorme fatiga, nos quedamos todos dormidos en el campo, comprobando al día siguiente que nadie había vigilado. Si por allí llegan a pasar guerrilleros, hubieran hecho prisionera a toda la compañía».
Entre los días 21 y 26 de octubre se vive una tensa calma. Aunque el tiroteo no cesa más que por la noche, cuando las sombras, la niebla y el intenso frío recluyen a los combatientes en sus refugios, los maquis apenas se dejan ver.
El invierno ha llegado prematuramente. El entonces teniente Manuel Galeote —era coronel de Artillería cuando murió— recuerda que en la madrugada del 26 de octubre, jornada en la que él entró en el Valle de Arán, el termómetro marcaba 16 grados bajo cero en la boca norte del túnel de Viella, mientras los soldados que guarnecían el Puerto de la Bonaigua hablan de temperaturas inferiores a los 20 grados negativos y otros soldados que desempeñaban funciones administrativas en la Casa Roja —un edificio que había sido anteriormente un burdel sin éxito situado donde hoy se encuentra el Parador Nacional de Turismo de Viella y en el que durante estas semanas se habían instalado los servicios administrativos del Ejército— explican que la tinta de los plumiers quedaba helada en el interior de la casa. La comida escaseaba, y en los dos bandos se incrementó el consumo de coñac.
Casi todas las noches nieva copiosísimamente en el Puerto de la Bonaigua, quedando cerrado al tráfico; pero allí envió García Valiño al segundo batallón de la 41 División Provisional al mando del comandante Ángel Camarero Moral, cuyos soldados en lugar de usar sus fusiles deberían, día tras día, remover con palas la nieve para dejar expedita la ruta. Sin espectacularidades, la actuación de este batallón sería una de las más importantes en estos días de combates.
Al maquis y al frío se une un tercer enemigo de las tropas: el hambre. El nivel de abastecimientos es bajísimo. Francesc Xavier Vilanova, cabo primero, afirma que «en toda la semana sólo comí una lata de membrillo». Otros muchos recuerdan cómo saltaban las líneas para extraer patatas de los campos helados y las comían crudas o hervidas en latas y sin condimentar. «Suerte que aquello duró pocos días», afirman.
La vida en Viella sigue con relativa normalidad, aunque la gente sale poco a la calle. Sólo las numerosas obras hidroeléctricas que realiza la Productora de Fuerzas Motrices se han paralizado. En los pueblos ocupados por la guerrilla ondea la bandera tricolor republicana, aunque en algún punto guerrilleros indisciplinados han izado la roja con la hoz y el martillo.
Las filas de la guerrilla
Las fuerzas guerrilleras que han entrado en el Valle de Arán se han concentrado mayoritariamente ante Viella, donde establecen como puntos básicos de hostigamiento las cercanías de Vilach, el Pía de Viás, lo que los militares llaman la «loma de los tres arbolitos», aunque en historiales se hable con mayor propiedad del «crestón de Gausach», y las cercanías de una casa que los oficiales denominaban la «casa de la pizarra». En estos puntos se encuentran algunos cañones de 75 milímetros, morteros y varias ametralladoras. Sin embargo, la pieza de hostigamiento de Viella que sería más recordada por los defensores fue una ametralladora antiaérea de fabricación alemana que causaría numerosas bajas.
Entre los defensores de Viella se creía que el emplazamiento principal de la artillería enemiga lo constituía el campanario de Vilach, y sobre él dirigirían su fuego los cañones del Ejército. Sin embargo, se equivocaban de objetivo, porque la pieza que hostigaba Viella desde aquella zona no estaba en el campanario, sino emplazada junto al cruce de los caminos de Vilach a Montcorbau. Cerca del mismo lugar, en otra posición guerrillera, una mujer bate Viella con una ametralladora y se contaría entre los combatientes que mayor ardor puso en la lucha. Resultó herida y fue evacuada a lomo de una yegua.
A pesar del fuego guerrillero, las destrucciones ocasionadas en Viella son pequeñas. Los maquis tiran con cañones de poco calibre que hacen escasa mella en los gruesos muros de piedra de casas preparadas para soportar las bajas temperaturas invernales. «Tan peligrosos como la metralla eran los trozos de pizarra proyectados por los cañonazos y morteros cuando rompían los tejados», explica Francesc Xavier Vilanova. Uno de los maquis, el teniente José Andrés «León», dice que «con dos cañones antiaéreos que teníamos en la brigada disparamos hasta que se nos agotó la munición. El que se encargaba de los cañones era un tal Escalada». Por su parte, el teniente coronel Sánchez Fuensanta cuenta que «nunca vi tres maquis juntos antes del avance final en el que teníamos una docena de prisioneros, pero su fuego se dejaba sentir. Incluso un morterazo cayó en el dintel de la puerta de mi despacho cuando no había nadie dentro». Vilanova, que era el responsable de los cañones de Infantería del batallón «Cataluña n.º 4» recuerda que muchos proyectiles del maquis —seguramente serían norteamericanos— llevaban dibujados el ratón Mickey y Betty Bood.
En estos días de relativa calma —de la que incluso se habla en los partes de operaciones— el Ejército guerrillero se reestructura, reconociéndose ciertos errores y fortificando la retaguardia. La Brigada 11, cuyos jefes habían sido destituidos, quedó como reserva táctica de la División. Asimismo, entró la Brigada 327 —«una de las que colaron desde la Agrupación», dice López Tovar— que ocupó posiciones frente a Viella mientras que la Brigada 551 se situó en los pueblos de Caneján y Pursingles para proteger el valle del Torán, según aparece en la Orden General guerrillera del 23 de octubre. El despliegue de esta brigada es particularmente importante porque, en actitud defensiva, pretendía cortar el único camino viable por el cual el Ejército podía copar a los guerrilleros. En algunos sectores militares se pensó en esta posible maniobra, pero no se llevó a efecto, tanto por terminar súbitamente las operaciones como por el escaso conocimiento que del valle tenían en el Ejército.
Como norma de actuación significativa para el maquis destaca una orden del Estado Mayor de la Brigada 410 en la que se dice que «las patrullas deben ser móviles al máximo y hostigar constantemente al enemigo, procurando muy especialmente poner fuera de combate a los oficiales enemigos, pues la experiencia nos ha demostrado que sin jefes que les amenacen, los soldados se rinden o se desorganizan y ya no constituyen una amenaza para nosotros».
Suministros del maquis
Al contrario que sus adversarios, los maquis del Valle de Arán están relativamente bien abastecidos, ya que la frontera francesa está abierta y todos los días entran nuevos suministros alimentarios, algunas municiones y mucha propaganda y prensa guerrillera. Los maquis disponen de unos 15 camiones —tres habían sido confiscados en España, dos eran de Tremp y uno de la aserrería «Ereño» de Les— y con ellos transportan los suministros. Esto no es óbice para que algún guerrillero, como el jefe de suministros de la Brigada 410, el capitán Jaume Puig, por su cuenta y riesgo regresara a Francia y allí, a punta de pistola pero en connivencia con otros maquis responsables de los depósitos de Intendencia, se llevara un camión cargado de suministros hacia el Valle de Arán.
Este buen abastecimiento del maquis coadyuva a que el trato a la población de la zona ocupada por la guerrilla sea particularmente bueno. Al exquisito cuidado puesto en tratar bien a la gente se une el tener cubiertas las necesidades más elementales. Los maquis, aunque piden alimentos a la gente, en ningún momento la expolian. Los testimonios son muchos, pero los más elocuentes son los de los propios soldados que lucharon contra ellos y ocuparon la zona tras su retirada. Joaquín Zaragoza, soldado del batallón «Arapiles» número 3, dice que «la gente prefería un maqui a dos soldados. La población civil nos rehuía, mientras explicaba delicias de los guerrilleros. No mataron a nadie y las iglesias y ayuntamientos siguieron funcionando».
Los maquis pagaban en moneda de curso legal y a veces en francos o moneda republicana —no usaron bonos en el Valle de Arán—, e incluso dieron comida de la que llevaban a bastantes familias. Algunos campesinos volvieron a comer pan blanco, cuyo sabor sólo recordaban de años atrás, y recibieron galletas, chocolate, bacón y otros productos escasos en España. Semanas más tarde, un soldado fue a una casa de campo a comprar comida y recuerda que el campesino le echó con palabras desabridas: «¡Ladrones! Deberíais actuar como los maquis, que en lugar de quitarnos nos daban». Otros soldados recuerdan escenas similares.
Las tropas, mal alimentadas, cometieron algunos excesos, aunque difícilmente podían actuar de otra forma en el aspecto alimentario. En aquella época del año, en el campo aranés apenas se encontraba otro comestible que las manzanas tipo «reineta», rojas y muy pequeñas, pero tras el paso de una unidad militar no quedaba ni una en los manzanos del trayecto. El hambre convertía a las tropas en una plaga de langosta. Esta miseria se refleja en alguna canción de los soldados. Un estribillo cantado por la 4.a Batería del Regimiento de Artillería 19 Provisional rezaba: «Aquí son muy buena gente / todos de buen corazón / lástima que no hay pan / ni mucho menos jamón».
El Valle de Arán era entonces una zona paupérrima en una España pobre. Unas aserrerías y una quesería, junto a una ganadería aceptable y una pobre agricultura de autoconsumo, eran el único medio de vida. Casi todo debía traerse de fuera. Por ello es comprensible la resistencia de la población civil a enajenar alimentos, sobre todo ante la proximidad del invierno, época en que el valle quedaba aislado de España y prácticamente sin contacto con una Francia en guerra.
En general, los maquis dieron algunos alimentos y no robaron. Sólo en un ámbito alimentario fueron avariciosos. Lo cuenta López Tovar: «Desde nuestra salida de España seis años antes no habíamos comido gambas, anchoas y almejas. Compramos todas las que había en las tiendas del valle. Estaban riquísimas».
No hay represalias
Un hecho significativo es la ausencia de represalias en la zona ocupada por el maquis. El sacerdote Ramón Castell, entonces párroco de Caneján, dice que «en todo el Bajo Aran ocupado por los guerrilleros no hubo ninguna represalia y tampoco los sacerdotes tuvimos problema alguno».
El respeto a los sacerdotes haría salir de los labios del párroco de Vilach, don Víctor Aleu, una frase de admiración, que cuenta el capitán guerrillero Jaume Puig: «Son los mismos perros que marcharon de España hace seis años, pero ahora no muerden». En este caso la palabra «perros» no incluía significado despectivo, sino expresión de cambio de actitud y paráfrasis de un dicho español.
Los maquis llegaron hasta el punto de intentar que algunos sacerdotes fueran alcaldes o jueces de los pueblos que ocuparon, en algunos de los cuales constituían consistorios provisionales. Igualmente, hubo sacerdotes que mediaron en la rendición sin represalias de algún guardia civil que se había escondido. Según explica el párroco Ramón Castell, «se celebró una entrevista entre el párroco de Bossost y el jefe de la columna del maquis del Valle. Aquél le aconsejó que no se produjera disturbio alguno, lo cual se cumplió». Los sacerdotes que quedaron en la zona ocupada por el maquis fueron Ramón Castell (Caneján), Manuel Moga (Les Bordes), Agustí Nat (Bossost), Víctor Aleu (Vilach) y Vicente Sempan (Les), ninguno de los cuales sufrió la menor molestia.
Tampoco los representantes locales del régimen franquista sufrieron represalias, aunque un excombatiente fue muerto al entrar los maquis. El transportista Campabadal fue testigo presencial de lo ocurrido con el jefe de Falange de Les Bordes. Éste temía que lo liquidaran, «pero los maquis le aconsejaron que se marchara si estaba complicado en delitos de sangre y ellos no se lo impedirían. Y añadieron que si no tenía delitos de este tipo podía quedarse sin miedo alguno, porque si alguien tenía que juzgar su actuación era la propia gente del pueblo, no ellos». Dicho falangista se quedó sin problemas.
En la central eléctrica de Cledes, entre Les y Bossost, trabajaba un falangista al que los guerrilleros amenazaron y encañonaron. Uno de los encargados, Condó, les dijo que si venían en plan de hacer daño a la gente ya podían marcharse. Y nada le hicieron.
Los guerrilleros intentaron crear una embrionaria organización política, sobre todo en base a nuevos ayuntamientos o comités municipales, aunque tuvieron dificultades porque poca gente deseaba colaborar. López Tovar dice que «la población colaboró con nosotros y fuimos mis oficiales y yo los que procuramos que la gente no se entusiasmara. Yo sabía que tendríamos que retirarnos en seguida y no quise que nadie se entusiasmara y destacara para evitar posteriores represalias». Responsable de asuntos políticos era el «general César» que conocía la lengua aranesa y tenía amistades en el valle, por ser natural de Bossost. Uno de sus colaboradores, el comandante Francisco Mera, dice que «teníamos en el valle muchos partidarios, incluso entre algunos alcaldes franquistas, ya que desde hacía tiempo se realizaba allí una labor política importante. Esto contribuyó al éxito inicial y a la buena relación con la población, en contraste con otras zonas en las que los guerrilleros fueron recibidos con hostilidad por los campesinos».
Si ello es parcialmente cierto, también lo es que los maquis pidieron a los jóvenes del Bajo Aran que empuñaran las armas y lucharan junto a ellos, pero nada consiguieron. En Bossost un grupo de personas colaboraron decididamente con el maquis, pero se da la circunstancia de que varias de ellas eran de ideas republicanas y, precisamente en los días anteriores a la gran invasión guerrillera, habían sido llamados por la Guardia Civil y se les retenía a la espera de desterrarlos a otras partes de España alejadas de la frontera. La llegada de los maquis fue su liberación aunque posteriormente significó el exilio, según explica Atilano Bernadet. En Viella, el ambiente era favorable al Ejército.
A pesar de la diversidad de posiciones expuestas —algunos apoyaron a los guerrilleros y otros al Ejército— puede afirmarse que la tónica general de los habitantes del valle fue la inhibición. La gente estaba cansada de guerra, asesinatos de todos los signos y represión, lo que se unía al letargo de siglos de una zona incomunicada que se había volcado sobre sí misma. Esta indiferencia es corroborada por muchos paisanos del valle y militares, pero una anécdota significativa la explica Vidal Sales, soldado que había caído prisionero de una partida de maquis: «Nos encontramos con un pastor de Caneján que no hablaba más que aranés y su expresión era la de un ser absolutamente ausente, lejano, de completa y glacial indiferencia hacia todo lo que le rodeaba. Como no hubo modo ni de entenderle ni de que entendiera a los de la guerrilla, le dejamos seguir en paz». Otros muchos guerrilleros y militares dicen que «gran parte de los araneses daban muestras de no entender nada ni ponían esfuerzo alguno por lograrlo».
Propaganda a raudales
Los guerrilleros reparten abundante propaganda entre la población civil. El periódico más difundido es «Anónimos», órgano de la 204 División guerrillera y suplemento de «Lucha».
El carácter de las publicaciones es panfletario, y en ellas se hacen llamadas a la insurrección armada y la huelga general y con reiteración se dice que «no estamos aquí para imponer a nadie un régimen político o una ideología determinada». En todas las publicaciones aparece el programa de Unión Nacional, chistes antifranquistas y noticias internacionales relacionadas con la situación española.
Dichas publicaciones se imprimen en territorio francés y son trasladadas diariamente al valle en cantidades importantes —muchos soldados recuerdan haberlas recogido incluso en las cunetas de la carretera— pero a pesar de ello la información guerrillera es bastante ágil, hasta el punto de que en algunos ejemplares se rebaten datos o argumentos difundidos en aquellos días por la prensa del interior del país y aparecen inserciones dirigidas específicamente a los campesinos catalanes y aragoneses para que luchen contra el franquismo, algunas de ellas en lengua catalana.
No siempre la propaganda verbal o escrita de los guerrilleros causa los resultados deseados, como ocurriría con el camionero Agustí Campabadal, hospedado en un hotel de Les a la espera de que acabara la lucha. «Los maquis nos dijeron que en Barcelona se había producido una sublevación y se estaba luchando por las calles. Escuchamos la radio y estaban retransmitiendo un partido de fútbol, de lo que dedujimos que si se jugaban los partidos de la Liga no debía haber muchos combates por las calles», dice.
La propaganda dirigida a la población es intensa, pero lo es más aún con los prisioneros, si bien éstos se mueven con bastante libertad e incluso pueden verse guardias civiles vestidos de paisano por las calles de los pueblos del Bajo Aran.
El responsable del adoctrinamiento de paisanos y prisioneros era el «general César», quien, personalmente o por medio de sus colaboradores, dialogó largamente con ellos. Entre los soldados prisioneros fueron numerosos los que se unieron al maquis, sin que sobre ellos se ejerciera la menor coacción, aunque la situación del prisionero es moralmente débil para oponerse a las propuestas de quienes le han capturado y más si, como en el presente caso, a los soldados siempre se les ha dicho que sus adversarios son bandoleros, asesinos y facinerosos.
Además de los prisioneros de la primera jornada de invasión, durante el «cerco» de Viella caen prisioneros del maquis otros muchos soldados, la mayoría de los cuales forman parte de patrullas que salen por la montaña y son sorprendidas por los maquis. Éstos tienen una información muy buena sobre las unidades militares que tienen enfrente —indudablemente muy superior a la que el Ejército tiene de los maquis— y algunas de las patrullas de soldados caen prisioneras por el engaño al que les someten los guerrilleros, que incluso les llaman haciéndose pasar por soldados y dando nombres y apellidos de oficiales. Cuando los soldados acuden son capturados. El batallón que tuvo mayores pérdidas en estos días fue el quinto, del que cayó prisionero un grupo muy numeroso de soldados, entre ellos los gastadores, en las cercanías de Vilach. Según explica el soldado Bonaventura Bordas, esto provocó la separación del mando del comandante Ropero, que sería sustituido por el capitán José Blanco Blanco, que se haría cargo del mando accidental de la unidad.
Con tales datos, se ve que la cifra total de 300 prisioneros dada por López Tovar no es muy exagerada.
A veces el resultado fue más feliz. Joan López Fuloni, soldado de la 41 División Provisional, cuenta que la patrulla de 4 hombres en que él iba se perdió por la noche y fue capturada por un grupo de maquis. Dio la coincidencia de que uno de éstos era barcelonés, al igual que Fuloni, y entablaron un diálogo amable, lo que les llevó a confraternizar. Poco después los guerrilleros dijeron a los soldados que podían regresar a su unidad, pero sin los fusiles. Cuando los prisioneros protestaron diciendo que no podían volver en tales condiciones, el maqui barcelonés propuso el pacto de que marcharan con las armas, pero comprometiéndose a no disparar, lo que los soldados cumplieron. Y al llegar junto a los suyos no dijeron nada.
Refuerzos a marchas forzadas
La nevada caída en la noche del día 19 al 20 de octubre creó extraordinarias dificultades para el abastecimiento y la llegada de refuerzos a Viella por el Puerto de la Bonaigua, y en los días siguientes se repetirían las precipitaciones, pero el ya citado segundo batallón de la 41 División Provisional limpiaría de día las acumulaciones de nieve de la noche anterior, dejando una y otra vez expedito el camino.
En las comarcas próximas al valle, una serie de unidades seguían sus labores de vigilancia y persecución de la guerrilla que operaba por la zona —cada vez menos numerosa tras la retirada de las brigadas que componían el flanco izquierdo de la invasión—, y estaban preparadas para marchar hacia el valle. Entre tales unidades se encuentra el 4.º Batallón de Cazadores de Montaña «Cataluña», que manda el teniente coronel José Ruiz Sánchez, y la Plana Mayor de la Segunda Agrupación de Cazadores de Montaña. Francesc Xavier Vilanova, cabo primero, explica que «el día 21 de octubre nos encontrábamos en Pobla de Segur acantonados en el campo de fútbol. Tocó generala cuando estaban repartiendo el rancho. Aunque muchos no habían recogido aún la comida se nos dio la orden de coger de inmediato las armas y subir a los camiones. Colocaron ametralladoras sobre las cabinas y emprendimos el viaje hacia Esterri d’Aneu, donde pasamos la noche sin encender fuego ni dar señales de vida. A la mañana siguiente iniciamos la subida hacia el puerto de la Bonaigua, no sin que antes algunas señoras del pueblo proveídas de grandes cestos repartieran caritativamente entre la desnutrida tropa rebanadas de pan con chocolate. La subida a la Bonaigua fue una odisea. Los camiones no llevaban cadenas y resbalaban a causa del hielo, por lo que los soldados teníamos que colocar las mantas bajo las ruedas. Los conductores iban vestidos con monos y sin ropas de abrigo, con lo que quedaban ateridos y a algunos hubo que sacarlos de las cabinas porque no podían conducir… Tardamos muchas horas en llegar al Puerto, y allí pasamos la noche». Con frases similares soldados de otras unidades describen la misma experiencia.
En la Bonaigua las tropas solían hacer parada —que no fonda porque nada había que comer—, pasaban la noche apretujados para darse calor en una vieja cuadra sin ventanales próxima al refugio de la Productora de Fuerzas Motrices —en la que antaño los arrieros que comerciaban con el valle colocaban a los mulos— o en el refugio de la Mare de Deu de les Ares. De la falta de alimentos es significativo lo que le ocurriera al general Esparza, jefe de la división llegada de África, que arribó un día al Puerto de la Bonaigua. Había allí unas fuerzas del batallón «Navarra» y pidió a los soldados que le dieran algo de comer. Le respondieron que bebiera agua de la nieve porque no había otra cosa, como explica Caries Gelabert.
Desde la Bonaigua hasta Viella las tropas eran conducidas generalmente por paisanos del Valle de Arán, y el viaje desde que salían de Tremp o Pobla de Segur hasta Viella duraba al menos dos días.
Además de los batallones ya citados, en las jornadas que van del 21 al 27 de octubre llegaron a Viella, el «Arapiles» número 3, cuyo jefe era el teniente coronel Julio López Guasch, y el tercer batallón de la División 41 Provisional, es decir la división llegada de África que manda el general José María Martínez Esparza, antes citado. Es éste un excombatiente de la División Azul, hombre severo y excéntrico, con el pelo rapado, a quien soldados y oficiales temen por su rigidez, aunque reconocen que daba ejemplo arrestándose a sí mismo cuando le parecía improcedente algo que había hecho.
Este cuerpo expedicionario africano había llegado desde Ceuta a Barcelona en un convoy formado por los buques «Monte Galera», «Ría de Pontevedra», «Castillo de Simancas» y «Torras y Bages». Desde la Ciudad Condal fue trasladada al Pirineo sin que los soldados hubieran tenido conocimiento de su destino ni de lo que pasaba. Joan López Fuloni, soldado de esta división, recuerda que la primera noticia se la dio una anciana en Tremp, que dijo, entre sollozos, a un grupo de soldados: «Pobrecitos. Os llevan a Viella. Allí me han matado a un nieto». A esta unidad de África la gente la llamaba «los flechas». Era una división que en la Guerra Civil había sido mixta ítalo-española —lo que se denominaban «flechas»— y por haber perdido una bandera fue castigada y, después de la contienda, trasladada al norte de África.
Finalmente llegó también el batallón de Montaña «Navarra» n.º 1, que mandaba el teniente coronel José Luis de Frutos Gracia, que había combatido en diversos lugares de las comarcas de El Pallars, próximas al Valle de Arán, y estado en el Puerto de la Bonaigua.
Llega la Artillería
Además de las fuerzas de Infantería, el mando militar decide el envío de Artillería al Valle de Arán. Los efectivos enviados serían de los regimientos 21 y 19 Provisional, adscritos, respectivamente, a las divisiones 42 y 41 Provisional, que tenían varios batallones en Viella. Tales unidades artilleras multiplicarían la potencia de fuego de los cañones de Infantería (antitanques) de que disponían los batallones de Montaña.
Con el fin de garantizar la llegada de la Artillería a su destino, el mando del Regimiento 21 envía dos baterías que salen de Pobla de Segur siguiendo rutas alternativas. La octava batería, dotada de obuses del 105/11, al mando del capitán Rafael Escasi Corbacho, sigue la ruta de la Bonaigua, mientras la segunda batería, con piezas del 75/22, más ligeras que las anteriores, intentará cruzar el túnel de Viella. Manda esta última unidad el capitán José Aparicio Serrano y es el segundo jefe el teniente Manuel Galeote.
El propio Galeote, siendo ya coronel, contaría las enormes dificultades que tuvieron para llegar al valle. El primer problema se derivaba de tratarse de unidades de Artillería de Montaña, con grandes reatas de mulos —según datos de diversas baterías de la época, solían tener más de 120 animales de carga— y todos ellos tuvieron que ser cargados en camiones normales, no apropiados para el transporte de ganado. Los animales querían saltar de los vehículos, golpeaban con sus cascos las cajas de los camiones rompiéndolas y quedando atrapadas sus patas entre las maderas… Además, estaban los bastes de los mulos, las cuatro piezas desmontadas, proyectiles, vainas y saquetes de pólvora, espoletas, impedimenta… y por supuesto la tropa… Fue necesaria una caravana de más de 50 camiones —los de la época tenían poca capacidad— para transportar una batería de cuatro piezas de pequeño calibre.
Por fin la columna se puso en marcha hacia Pont de Suert y Viella. «Al llegar a Senterada —explica el entonces teniente Galeote— nos detiene la Guardia Civil y dice que no podemos seguir adelante porque por la zona merodean maquis y una unidad de Artillería sin protección de Infantería no puede viajar. Hechas las consultas, el mando militar ordena seguir adelante, no sin que los mandos de la Guardia Civil se laven las manos de cuanto pueda sucederle a aquella batería.
»Alcanzamos Sarroca de Bellera y encontramos un camión de las minas MIPSA (Minero Industrial Pirenaica S. A.) cruzado en la carretera. Pensamos que se trataba de una emboscada, pero no se oyeron más que unos disparos muy lejanos y nada pasó. Apartamos el camión y seguimos adelante. Más tarde, al llegar a Pont de Suert, nos enteramos de que los maquis nos habían estado observando, mientras apartábamos el camión. Más aún, que algunos de ellos estaban en el bar del pueblo, propiedad del alcalde. Los guerrilleros pretendían bloquear la carretera cuando colocaron el camión minero, pero a nosotros nos dejaron pasar pensando quizá que no era conveniente enfrentarse a una fuerza tan numerosa. La aparatosidad de una columna de tantos camiones les engañó, porque éstos iban cargados de mulos, piezas desmontadas y municiones, pero pocos soldados.
»Cuando llegamos a Pont de Suert, el mando militar de la población ordena al capitán de la batería que desaloje los camiones de impedimenta y los entregue. En ellos sube un Tabor de Regulares que toma la ruta inversa a la nuestra, en dirección a Sarroca de Bellera. Nos enteramos de lo sucedido. Poco después de haber pasado nuestra columna los maquis volvieron a bloquear la carretera con el camión de las minas y detuvieron a miembros del Estado Mayor de García Valiño», explica el teniente Galeote.
Éste sería uno de los hechos más importantes de estos días y se explicará más adelante. Por ello los marroquíes iban a limpiar la zona e intentar la liberación de los oficiales.
La columna de camiones con la Artillería —ya mermada en el número de vehículos— siguió hacia el túnel de Viella, pero sería de nuevo detenida, porque otra partida de maquis bloquea la carretera no muy lejos de la boca sur del túnel. Una compañía de la Policía Armada llegada de Málaga intenta abrir paso, pero es rechazada y dispersada por los guerrilleros. Horas después, fuerzas del Ejército realizan nuevos ataques logrando desalojar a los maquis en un combate de resultas del cual se oyeron pasar bastantes ambulancias durante la noche, según cuenta el teniente Galeote. Finalmente, cuando llevaban más de dos días de marcha, la batería llegaba a la boca sur del túnel de Viella, tras cubrir el último tramo a pie, ya que la nieve impedía la circulación de los camiones.
Sin embargo, no habían acabado las tribulaciones de los artilleros. El túnel sólo estaba abierto en una longitud de un kilómetro por cada una de las bocas de perforación, quedando en el centro más de tres kilómetros de las denominadas «destrozas», consistentes en un pequeño orificio situado en la parte superior de la bóveda a través del cual se iba realizando la extracción de la piedra y tierra y en el que se colocaban los barrenos de dinamita. Las dificultades de paso, incluso para peatones, eran enormes, y se veían multiplicadas al tener que hacerlo con acémilas cargadas. Cada soldado se cogió a la cola de un mulo y tiraba con la otra mano del ronzal del siguiente. Pero los animales cargados no pasaban por el angosto, húmedo y oscuro conducto y los bastes se enganchaban. Cada vez que algún animal caía por la irregularidad del suelo se paralizaba toda la columna… Ayudándose con las vagonetas de la obra finalmente pudieron pasar. Habían tardado toda una noche para recorrer aquellos tres kilómetros de destrozas, entrando en el valle a primeras horas de la mañana del día 26 de octubre.
Horas antes había llegado a Viella la batería que siguió la ruta de la Bonaigua. Sus dificultades habían sido similares a las de las fuerzas de Infantería que pasaron por dicho puerto y que ya se explicaron, aunque acentuadas por el mayor número de mulos y cargas más pesadas. Además, un mulo se había despeñado en un barranco y se habían perdido los goniómetros y varias piezas de uno de los obuses. Por ello, cuando la batería entró en fuego sólo podían disparar tres de sus obuses, según confirma el soldado Joan Elias, de esta unidad.
Paralelamente, dos baterías del Regimiento 19 Provisional, adscrito a la 41.a División Provisional, pasaron también al valle. La 7.a Batería pasó por la Bonaigua y se quedó en Salardú, mientras que la cuarta penetró por el túnel de Viella según explica Gastón Bruna, soldado de esta batería. Ambas pasaron apuros similares a los de las unidades artilleras de la 42 División antes descritos. Las piezas de Artillería se emplazaron en la zona próxima a la Casa Roja, donde hoy está el Parador.
En esta jornada y las anteriores han llegado también a Viella fuerzas de Intendencia y de Ingenieros, con lo que el día 26 de octubre la capacidad operativa del Ejército allí concentrado era ya importante.
Viella está completamente saturada de tropas, aunque una parte se encuentran en la vecina población de Betrén. Son unos 6000 soldados en un pueblo cuyo censo apenas supera los 800 habitantes. A causa de las bajas temperaturas, las tropas no pueden estar al raso, aunque más de un soldado reconoce haber dormido sobre el heno en plena calle. Muchos soldados residen en locales cedidos por la Productora de Fuerzas Motrices, otros muchos en pajares y cuadras y, sólo unos pocos en casas particulares. Las acémilas llevarían, obviamente, la peor parte y quedarían a la intemperie llenando las calles y liquidando cuanto forraje o hierba quedaba a su alcance.
Aunque la acumulación de tropas es importante, queda lejísimos de las cifras dadas por la propaganda comunista sobre el tema. En unas ocasiones para ensalzar más a los guerrilleros y en otras para denigrar más la «aventura», como más adelante se verá, en las declaraciones públicas y en los panfletos hablan de cien mil soldados y guardias civiles contra los guerrilleros de la zona de Aran. Carrillo llega a decir que «300 000 soldados esperaban a los guerrilleros fuera del valle», cifra a la que el autor de este libro no encuentra más base que el considerar que el llano sigue desde el Pirineo hasta Valencia.
Por el bando contrario, son también totalmente falsas las afirmaciones de algún historiador franquista que dice que sólo el batallón «Albuera» se enfrentó al maquis. Aunque no es posible conocer datos exactos acerca de las tropas que intervienen, dada la falta de estadísticas del Ejército en estos años, cuantificando las dotaciones aproximadas de las unidades que participan en la lucha contra el maquis en esta zona de invasión —el norte de la provincia de Lérida y una pequeña porción de Huesca—, las fuerzas del Ejército y Orden Público en ningún momento superaron los 40 000 hombres, cifra ciertamente importante, pero muy alejada de todas las anteriores.
En las operaciones pirenaicas en ningún momento participaron fuerzas aéreas, ni siquiera de reconocimiento. Sin embargo, según confirmaron exguardias civiles, su intervención no fue descartada por el mando militar, y en la base de Zaragoza estuvo preparada una escuadrilla de bombarderos. Finalmente se desistió de utilizarlos. Alguien cree que por miedo de incendiar los bosques. Obviamente, la eficacia directa de la Aviación en combates contra grupos guerrilleros podía ser muy escasa, pero no así su efecto psicológico.
Los oficiales prisioneros
Las partidas guerrilleras que actúan fuera del valle e intentan dificultar el acceso de las tropas franquistas al punto central de los combates consiguieron uno de sus mayores éxitos con la captura de miembros del Estado Mayor de García Valiño, que antes se citó.
El suceso se había producido en Sarroca de Bellera por medio del camión colocado en la carretera. Poco después de pasar la columna de Artillería llegaron al lugar unos vehículos del Estado Mayor e Intendencia y los maquis los detienen, logrando capturar a un teniente coronel, un comandante, un capitán y un teniente, además de un brigada y varios soldados. El primero de ellos, el teniente coronel Carlos Taboada y Sangro, fue el militar de mayor graduación capturado por los guerrilleros en toda esta ofensiva. Formaba parte del Estado Mayor de García Valiño, y más tarde llegó a general, ocupó algunos de los más altos cargos en el Estado Mayor del Ejército y fue conde de la Almina.
Los restantes oficiales detenidos fueron el comandante médico Hortega (con h), el capitán de Infantería Montes de Oca y el teniente Marino.
Según cuenta Fernando París, soldado de Automovilismo que conducía uno de los vehículos, los maquis propusieron a los detenidos que se unieran a ellos, a lo que se negaron los oficiales franquistas. Los guerrilleros dejaron en libertad a los soldados y se llevaron a los militares profesionales. El brigada pagador, según explican militares, escondió el dinero entre las rocas y luego pudo recuperarlo.
El jefe del grupo guerrillero que capturó a los militares era el granadino Moreno, y el comisario Francisco García Migallón «Pedro». Uno de los oficiales fue Ángel Pardo Berenguer —que antes de la Guerra Civil había sido maestro en Istición (Almería)— y otro Joaquín Basanta. Sin embargo el más famoso de todos los protagonistas guerrilleros sería una mujer, «Ramona», la única de aquella partida guerrillera, a la que los soldados y oficiales prisioneros recuerdan vestida con ropa de cuero y cuya actitud les inspiraba miedo. Más tarde sería ella la que caería prisionera. Se da la circunstancia de que esta partida del maquis había entrado en España por la zona del Roncal, y en su marcha había llegado al Pirineo catalán. La componían guerrilleros que en Francia habían luchado en el Puy de Dome, según explica Manuel Moreno «comandante Quico» que convivió en la cárcel con algunos de ellos.
El grupo guerrillero se subdividió luego, siempre perseguido implacablemente por el Tabor de Regulares y otras fuerzas del Ejército. Jordi Xicola cuenta algunos de los hechos: «El comandante llamado Besante y yo formábamos parte de otra unidad guerrillera, pero nos perdimos. Encontramos a una partida del maquis que llevaba dos prisioneros, un comandante de Intendencia[12] relativamente mayor y un capitán de Infantería apellidado Montes de Oca. Nos unimos a ellos. Sabíamos que las tropas nos perseguían porque llevábamos los prisioneros y por ello no parábamos de andar. Llegamos a las cercanías de Pont de Suert, donde avistamos una unidad del Ejército. Se parlamentó con ellos ofreciéndoles la liberación de los dos oficiales a cambio de la de guerrilleros detenidos. El jefe de las tropas dijo a los maquis que bajaran del monte trayendo consigo a los dos oficiales prisioneros y dio su palabra de que quienes acompañaran a éstos no sufrirían daño alguno. Bajamos de la montaña el comandante Besante y yo conduciendo a los dos oficiales prisioneros, pero una vez llegamos junto a las tropas no sólo no liberaron a ningún guerrillero sino que nos detuvieron a los dos que les acompañábamos».
Algo similar ocurriría al otro grupo guerrillero en que se había subdividido la partida, los cuales llegaron a las cercanías de Pobla de Segur. Allí, el máximo jefe, Moreno, parlamentó con el general Esparza para el intercambio de prisioneros en el «Hotel Montaña». Según manifiestan altos cargos militares, el general Esparza habló telefónicamente del tema con el capitán general y García Valiño —se dice que el asunto llegó incluso al ministro del Ejército, Carlos Asensio, y al propio general Franco— y la respuesta fue tajante: esto no es ninguna guerra, sino sólo una acción de bandidos. Por lo tanto, nada de intercambios de prisioneros, sino detención de los maquis que han acudido a parlamentar.
Según explican varios guerrilleros que convivieron en las cárceles con los protagonistas de estos hechos, el general Esparza expresó su pesar al verse obligado a detener a sus interlocutores, con los cuales hasta aquel momento había mantenido una relación cordial e incluso invitado a beber.
El comandante guerrillero Francisco Mera añade que, mientras se negociaba, el propio Esparza, siguiendo las órdenes de sus superiores, dio instrucciones para que las tropas intentaran cercar a los guerrilleros que seguían en el monte y esperaban el regreso de sus jefes.
El trato recibido por los oficiales prisioneros del maquis fue correcto, con la única salvedad del agotamiento producido por varios días de caminata casi ininterrumpida.
Los guerrilleros intentan cortar la retirada
Los maquis supieron con retraso que Moscardó estaba en Viella e intentaron cortarle la retirada, cuando en realidad ya había marchado.
Para tal cometido, además de intentar cortar la llegada de refuerzos a Viella, fue destinada la Brigada 7.a, que había quedado inicialmente como reserva táctica de la División. El objetivo sería la ocupación del Puerto de la Bonaigua.
El teniente Carrasco, jefe de la sexta sección (política) de la brigada describe los hechos: «Dimos dinero a un cabrero francés para que nos guiara por las montañas que debíamos atravesar, pero en el momento en que la brigada iba a iniciar la marcha llegó el pastor diciendo que se iba a producir una gran nevada. Nos devolvió el dinero y dijo que él abandonaba. Los jefes de la brigada nos quedamos discutiendo la salida a tal situación que daba al traste con los planes cuando ya teníamos toda la unidad pertrechada y a punto de marcha. Entonces se presentó ante el mando un guerrillero apellidado Montero, catalán, que dijo que antes de la Guerra Civil él había esquiado por la zona y podía hacer de guía.
»Aceptamos. La columna empezó la escalada y al poco rato empezó a nevar copiosamente, haciéndose la marcha cada vez más fatigosa y difícil. Los guerrilleros se colocaban las mantas encima mientras la columna se alargaba. Al cabo de unas horas, muchos guerrilleros, agotados, empezaron a aligerar, tirando cajas de municiones, trípodes de ametralladoras y otras cosas, e incluso algunos dieron la vuelta y regresaron a Francia. En vista de la situación, yo mismo aconsejé la retirada. El comandante de la brigada, Demetrio Soriano dudaba, pero finalmente, a pesar de la oposición del “instructor” que lanzaba proclamas para seguir adelante, al jefe de la unidad disparó unas bengalas para dar la orden de retirada. Un hombre murió congelado», explica Carrasco.
Otro intento de cortar la llegada de refuerzos a Viella lo constituyó la voladura del puente de Garós, sobre el río Garona, en la carretera Tremp-Viella. Era un puente muy bonito, recién construido y abierto al tráfico sólo unas semanas antes. En su voladura resultaron destrozados dos de los maquis que colocaron los explosivos. A pesar de esta acción los guerrilleros no lograron cortar la comunicación, ya que las columnas militares pasaron por otro puente más antiguo y estrecho situado cerca del que fue destruido. Anécdota digna de mención es que la Guardia Civil encarceló a unos paisanos que recogieron los restos de los dos maquis que resultaron destrozados cuando volaban el puente.
López Tovar se niega a atacar Viella
«No quise atacar Viella porque no teníamos suficientes armas para asaltar una posición fortificada y hubiera sido un disparate», afirma López Tovar, jefe guerrillero en el valle.
«Nos habían dicho —continúa—, que en cuanto pisáramos tierra española la zona fronteriza y Barcelona se sublevarían. Los datos que nosotros teníamos de las brigadas que habían penetrado en el primer momento eran los contrarios, es decir, que el pueblo español no estaba en condiciones de rebelarse. Yo mismo, sin conocimiento del mando guerrillero envié a España a algunos de mis oficiales, entre ellos a Crespo y Navas, los cuales constataron que a Unión Nacional sólo la conocían algunos militantes del PCE y PSUC, y que nadie sabía nada de la operación de “Reconquista de España” que estábamos preparando».
»El PCE nos había mentido y decidí parar el avance. Comprobé que cuanto más alargaba el frente era peor y quise asegurar la retirada. Hubiera podido ocupar Viella y el túnel si hubiera querido, ya que tenía fuerzas de sobra para hacerlo. Sin embargo, el resultado de la batalla estaba decidido desde el momento en que no se produce la anunciada sublevación. Suponiendo que ocupáramos Viella y algunos pueblos más no resolvíamos nada, puesto que igual tendríamos que retirarnos y habiendo sufrido más bajas. Ello sólo hubiera servido para que el PCE hubiera esgrimido a los muertos como héroes y en su propaganda hablara de fuertes combates en España. Además, si continuábamos avanzando, especialmente si cruzábamos el túnel, corríamos aún mayor peligro de que nos cortaran la retirada. Por ello, desde el primer momento, mi mayor preocupación fue la de asegurar el repliegue y para ello situé fuerzas en la reserva. Tenía una responsabilidad sobre la vida de aquella gente que había dejado a sus familias. Si hubiera habido insurrección yo me lanzo sobre Viella y no nos paran hasta Lérida o Barcelona.
»Los que estaban conmigo —sigue Tovar en su explicación—, coincidían en tales criterios. Un día vinieron “Mariano”, el “general fantasma” —se refiere al “general Luis”—, y otros. Me preguntaron por qué no atacaba Viella como estaba ordenado, y les expresé mi negativa alegando que era una locura. “Mariano” me dijo que tal actitud significaba que me había sublevado contra el partido, a lo que respondí que quien mandaba en el valle era yo y no iba a atacar dicho pueblo. Se marcharon dejando claro que yo me había insubordinado».
Los combates del día 27
Entre el 20 y el 25 de octubre apenas se produjeron bajas por ninguna de las dos partes, excepto soldados de patrulla que han caído prisioneros. Los guerrilleros hostigan Viella, pero sigue vigente su actitud de evitar la muerte de soldados a menos que lo exija la resistencia que se les ofrezca o el peligro para los propios guerrilleros. Por otra parte, los guardias civiles y policías armadas, piezas más perseguidas por los maquis, son sólo una pequeña minoría en Viella, y, además, algunos visten uniformes de soldados para pasar desapercibidos.
Aunque los combates han sido menores, han menudeado las marchas, descubiertas, tiroteos lejanos… Unos y otros se acusan mutuamente de deslealtades. Así, por ejemplo, el teniente de Información de la guerrilla Jaume Montané dice que en una de las posiciones de Viella los franquistas sacaron una bandera blanca, y un capitán guerrillero, «Guaje», se dirigió hacia allí y fue muerto a tiros. Por su parte, el soldado Joan Roig, del quinto batallón «Barcelona», dice que maquis vestidos con uniformes de la Guardia Civil castigaron duramente una unidad del Ejército.
El día 26 de octubre llega la Artillería al valle y las fuerzas del Ejército realizan ya algunos reconocimientos ofensivos hacia territorio controlado por el enemigo. En los bosques que rodean Gausach se produciría un aparatoso combate que protagonizaría un solo guerrillero. El soldado Juan López Fuloni, de la primera compañía del Tercer batallón de la División 41 Provisional, explica que «un maqui armado con un fusil ametrallador mantuvo a raya durante una hora a toda una compañía. Cuando avanzábamos hacía fuego. No lográbamos localizarle y creíamos que eran varios los que nos disparaban. Al final se vio que el maqui estaba sobre un abeto y entonces ya fue hombre muerto».
El tronar de los cañones despierta a los paisanos de Viella al alborear el día 27 de octubre. La Artillería gubernamental y los cañones de Infantería empiezan a batir las cotas desde las que los guerrilleros disparan sobre Viella. No se trata de grandes bombardeos, sino de fuego de acompañamiento, ya que, simultáneamente, la Infantería intenta escalar los montes en los que se encuentran las posiciones guerrilleras.
La decisión de ataque se había tomado el día anterior, tras la llegada de la Artillería. Joan Ventura, cartero de la Plana Mayor de la 2.a Agrupación de Montaña, explica que «yo mismo llevé a los cañones de Infantería la orden de disparar sobre las cotas ocupadas por los maquis para apoyar el ataque. Los de las piezas se pusieron muy contentos, porque en aquel clima de tensión en el que vivíamos se querían adoptar actitudes resolutivas».
Cuando las piezas artilleras gubernamentales bombardean, las de los maquis responden al fuego, y uno de los proyectiles lanzado por los guerrilleros hizo blanco en una de las piezas antitanques del Ejército, resultando muertos varios soldados.
Las fuerzas de Infantería que realizan el ataque constan, sustancialmente, de tres batallones. Según los historiales de las unidades, el «Alba de Tormes», reforzado con una compañía del Tercer batallón de la 41.ª División Provisional ataca la «loma de los tres arbolitos» —lo que en los historiales aparece como el «crestón de Gausach»— mientras el batallón «Arapiles» ayudado por otras compañías del citado batallón africano ataca el «Plá de Viás» en el «crestón de Vilach».
Esta vez los guerrilleros tiran a dar, y sus ametralladoras hacen mella en las tropas, que sufren numerosas bajas entre muertos y heridos, contándose entre estos últimos el capitán José Garrido, de la división africana. En algunos puntos las tropas sobrepasaron las posiciones de los guerrilleros, muchos de los cuales las abandonaron sin sufrir bajas, como ocurriera al batallón «Honorato», cuyo jefe fue relevado del mando.
Mamés Garfias, jefe guerrillero, dice que «se vio en este día que, superada la sorpresa inicial, los soldados y guardias lucharon contra nosotros como leones».
El entonces teniente coronel Sánchez Fuensanta, que mandaba las tropas que atacaron el «crestón de Gausach» dice que «luchamos durante todo el día y al llegar a la noche nos dimos cuenta de que en toda la jornada no habíamos probado bocado y que estábamos todos empapados y helados porque no paró de nevar. A última hora del día, bromeando, pegué una bronca a mis oficiales y al cura porque nadie me había felicitado, ya que era el día de mi onomástica, San Armando».
Joan Roig, soldado del quinto batallón, estaba de guardia aquella noche en el cementerio de Viella y recuerda que iban trayendo muchos cadáveres. Y el cartero Joan Ventura precisa aún más: «Me enviaron al cementerio para que comprobara si alguno de los soldados muertos era de nuestra compañía. Revisé 22 cadáveres».
Días después se celebraba en Viella un funeral y entierro colectivo y se erigía en el cementerio un panteón para los soldados fallecidos en este día 27 de octubre. A las familias de los caídos les llegaba un escueto telegrama que rezaba: «Siento comunicarle fallecimiento de su hijo por Dios y por España».