Los españoles en la guerra mundial y la creación del maquis
Febrero de 1939. Derrotados y exhaustos, unos 300 000 soldados republicanos del Grupo de Ejércitos de Cataluña —formado por los Ejércitos del Este y del Ebro—, entran en Francia. Decenas de millares de fusiles y cartucheras se van amontonando en la parte francesa de la frontera, mientras las largas columnas de soldados desarmados se dirigen flanqueados por senegaleses y Gardes Mobiles, hacia las playas del Rosellón, convertidas en improvisados campos de concentración.
Pocas semanas antes, unas 150 000 mujeres, niños y hombres maduros habían entrado también en territorio galo en busca de refugio. Sería lo que Juan Negrín, jefe de Gobierno, calificó de «el más claro plebiscito en favor del Gobierno de la República», frase que Manuel Azaña, presidente, consideraría un «increíble despropósito». Azaña tenía razón. La mayor parte de aquellos civiles eran de convicciones republicanas, pero muy pocos tenían el deseo de exiliarse siguiendo la suerte de la República. Los reflejos, automatismos y pánicos propios de una retirada en un conflicto civil los habían impulsado hacia la frontera sin que de ello pudiera extraerse una afirmación política a ultranza. También los soldados republicanos habían pasado la línea fronteriza porque su unidad se replegaba siguiendo las órdenes del mando, pero sólo una minoría se sentía lo bastante vinculada a la causa republicana como para seguir arrastrando los azares del exilio.
Sin embargo, entre toda aquella multitud próxima al medio millón de personas había una parte, minoritaria, para la cual la guerra no había terminado. Y ello no sólo porque el cuadrante suroriental de la península seguía en manos republicanas, sino porque mantenían el fervor militante de volver a empuñar las armas, aquellas mismas armas que habían lanzado a los pies de los gendarmes al cruzar la línea fronteriza.
En esta idea, la guerra civil no ha terminado, está la base, lo que a veces se llama «la filosofía», de lo que sería más tarde el maquis en España.
Preparar un ejército guerrillero
Cuando Cataluña fue conquistada por las tropas del general Franco entre enero y febrero de 1939, algo más de una cuarta parte del territorio peninsular dependía aún del Gobierno de la República, que mantenía ciudades como Madrid y Valencia. Nadie dudaba de que la guerra estaba perdida para la República, pero entre sus cuadros, en especial los del Partido Comunista, seguía vigente la consigna de «resistir a toda costa» —«resistir es vencer», decían—, porque tenían el convencimiento de que era inminente un conflicto de ámbito europeo, del que la guerra española no había sido más que el preludio, y al quedar envuelto en él nuestro país los republicanos españoles recibirían ayuda de las democracias, enfrentadas a Hitler y Mussolini.
Sin embargo, junto a ello, incluso antes de que la guerra se decantase de forma clara a favor de Franco, los republicanos, con los comunistas como adelantados, han pensado en la creación de un Cuerpo de Ejército Guerrillero. Sería el XIV Cuerpo de Ejército, del que nombrarían jefe a Domingo Ungría y comisario político a Pelegrín Pérez. Aunque Ungría sería designado en octubre de 1937 para tal cometido, la unidad no empezaría a organizarse hasta febrero de 1938. Constaría de cuatro divisiones, las cuales, obviamente, tendrían una estructura muy distinta de las unidades orgánicas del mismo nombre, así como efectivos muy inferiores. Sería impulsor de tales unidades el jefe del Gobierno y luego también ministro de la Guerra, Juan Negrín, y realizarían algunas acciones en los frentes de Teruel, Andalucía y Centro.
AI crear dicho Cuerpo de Ejército Guerrillero, los dirigentes republicanos preveían, entre otras cosas, que en el caso de producirse una derrota republicana seguirían luchando en las montañas a la espera del cambio en la coyuntura mundial.
La rebelión de Casado y el precipitado fin de la guerra impidió cuajar tales planes y el XIV Cuerpo de Ejército desapareció. No obstante, en bastantes macizos montañosos —en Asturias, Galicia, Andalucía y Extremadura sobre todo—, habían quedado los que entonces denominaban «huidos», que siguieron luchando contra el franquismo. En su mayor parte, más que verdaderos combatientes eran aquéllos que, temiendo por su vida, se habían refugiado en las montañas y se defendían cuando eran perseguidos. Las vidas de muchas de aquellas personas serían una verdadera odisea, ya que durante decenios permanecerían aisladas en las montañas, huyendo de las operaciones de «limpieza» que realizarían las fuerzas del Gobierno, especialmente la Guardia Civil.
En los campos de prisioneros
Volvamos al sur de Francia, donde a los exiliados de Cataluña se incorpora en abril de 1939 una parte de los que logran salir de las playas alicantinas y murcianas en los últimos días de la guerra y constituyen entre todos el contingente mayoritario de la emigración forzosa.
La población civil huida a Francia ha sido instalada por el Gobierno galo de forma deficiente, pero al menos se le suministra techo y alimentos. Sin embargo, los centenares de miles de soldados amontonados en las playas de Argeles y Saint Cyprien no tienen más cobijo que las alambradas y pocos más suministros que los que pueda aportar la arena y la brisa marina, aunque poco después se abrirían otros campos en Barcarés, Bram, Agde, Setfons, Gurs y Vernet d’Ariége, que dispondrían de servicios algo mejores. El hambre, el frío y la suciedad causan estragos a los que se unen la sarna, disentería y piojos, sin que falten las miserias de la insolidaridad y las tensiones que se arrastran desde España y siguen enfrentando a los comunistas con el resto de los republicanos. Y todo ello, acompañado del trato despectivo por parte de los franceses.
Obviamente, a los campos han ido a parar los desgraciados, ya que los altos cargos militares y políticos han podido salir con pasaporte diplomático.
El Gobierno francés tiene interés por librarse del problema que, súbitamente, se le ha creado al tener que atender a casi medio millón de refugiados, y presiona cuanto puede para que regresen a España. Antes de finalizar el conflicto español el 1 de abril de 1939, han regresado ya unas 70 000 personas, en su mayor parte civiles, y antes de terminar el año lo han hecho 250 000, entre ellos más de cien mil soldados, a pesar de las fuertes presiones morales a que son sometidos por los restantes republicanos, en especial por los comunistas. Quienes retornan, obviamente, son los no comprometidos política y militarmente.
A menudo, los franceses hacen formar a los prisioneros y, uno a uno, se les va preguntando si desean volver a España. A quienes dan el sí, sin la menor dilación se les da comida y a veces una manta y se les embarca para conducirles a la frontera española. A menudo tales actuaciones son más expeditivas. Isabel Vicente, militante comunista, estaba en un campo de refugiados civiles de Bretaña y se les estimulaba una y otra vez a regresar a España, a lo que con la misma actitud pertinaz se negaban ellos. En vanas ocasiones llegaron camiones para trasladarlos, pero se resistían a subir y no faltaban las refriegas. «Un día, explica, vino el prefecto de la zona y nos prometió que no nos enviarían a España, pero debíamos trasladarnos de campo, a lo que accedimos. Subimos a un tren. Tras muchas horas de viaje nos hicieron bajar. Estábamos en Hendaya, junto al puente del Bidasoa. Al darnos cuenta del engaño volvimos atrás pero habían traído gran número de gendarmes y se organizó una batalla campal que duró largo rato. Pero a golpes, culatazos y empujones nos hicieron cruzar el puente en dirección a España. Desde el otro lado del viaducto, la Guardia Civil observaba la algarada. Llegamos a los puestos españoles y la Guardia Civil nos acogió bien. Algunos, como yo, dimos nombres y residencia falsos para que no conocieran nuestra militancia».
En los campos de concentración, entretanto, los franceses habían iniciado la recluta de españoles que no deseaban volver a España para las denominadas Compañías de Trabajo. Muchos españoles se alistaron, mientras otros, en especial los comunistas, se negaban sistemáticamente y estimulaban a los demás a seguir su ejemplo.
Francia, como se dijo antes, tenía interés en deshacerse de aquella avalancha, pero la Unión Soviética, Patria del Socialismo, sólo aceptó a 2000 de aquellos desarrapados y además estableció un severo sistema de selección por medio de un comité del que formarían parte Dolores Ibárruri, Irene Falcón, Jesús Hernández, Antonio Mije, Francisco Antón, Juan Modesto, Santiago Carrillo, Maurice Thorez, André Marty y algún otro, los cuales fijarían el orden de preferencia: jefes militares y políticos; dirigentes comarcales y de radios (distritos) importantes del partido y de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU); dirigentes de las Federaciones de la UGT; altos cargos públicos y administrativos; miembros de los consejos de empresa y comités de control; dirigentes de sindicatos importantes; dirigentes de radios y sindicatos pequeños, y cuadros del partido, la UGT y las JSU.
En los campos de concentración, los comunistas destacan por una superior organización y cohesión, lo que les permite controlar los puestos clave que dependen de los internados, tales como cocina, enfermería, panadería, cantina, correo… Los demás, a menudo con razón, les acusan de hacer uso partidista de tales medios. Por otra parte, muchos comunistas se benefician de la importante colaboración del Partido Comunista Francés. Excepto en algunos campos o puestos de castigo, no es extremadamente difícil escaparse de los campos de prisioneros, pero el problema está en que nada puede hacer quien de allí sale. No puede volver a España, no habla francés, no tiene documentación, ni trabajo, ni dinero, ni amigos o familiares que le acojan. Sólo los comunistas tienen mayor movilidad, precisamente porque algunos que salen de los campos encuentran quienes se encargan de buscarles documentación y trabajo.
El pacto germano-soviético y la Guerra Mundial
El 23 de agosto de 1939 una noticia caía sobre el mundo como una bomba: la firma del pacto Molotov-Ribbentrop que, días más tarde, desencadenaría la Guerra Mundial con la invasión de Polonia por las tropas hitlerianas.
La noticia causa estupor entre los refugiados españoles, aunque los comunistas se adaptan pronto a este pacto «contra natura» y, como siempre, convertirán tal situación coyuntural en una doctrina estratégica. Los militantes del PCE y del PSUC dirán que «el comunismo es estrategia y es láctica» y, siguiendo las órdenes emanadas de Moscú, inculparán a las potencias occidentales aceptando el pretexto de Stalin de que el pacto se hizo necesario ante el resultado de las fracasadas negociaciones soviéticas con una misión franco-británica.
En los días previos a la Guerra Mundial, los comunistas franceses se siguen oponiendo a Hitler e incluso el día 2 de septiembre de 1939, en la Asamblea Nacional, votan en apoyo a los créditos para la guerra pedidos por el gobierno Daladier. Sin embargo, desconocían que una cláusula secreta del pacto germano-soviético incluía el reparto de Polonia, y cuando el 17 de septiembre los rusos invaden Polonia cunde la estupefacción, incluso entre los comunistas franceses y españoles. La sorpresa dura poco, porque el 20 de septiembre regresa de Moscú el dirigente comunista francés Kaymond Guyot con instrucciones precisas de que el partido debe oponerse a la «guerra imperialista» y exigir del gobierno francés la paz con Hitler. Y pronto, cuando el frente occidental estaba inactivo, correría por toda Francia el slogan «Mourir pour Danzig, Non!» que contribuiría no poco al desarme moral de Francia frente a los alemanes, e incluso el secretario general de PCF, Maurice Thorez, abandonaría su país y marcharía a la URSS.
Pero el inicio de la Guerra Mundial y la movilización general en Francia han cambiado la actitud de los franceses respecto a los españoles que siguen en los campos de concentración. Los despectivos gendarmes de semanas anteriores se han vuelto complacientes e invitan a los españoles a alistarse en las unidades francesas, argumentando que lucharán contra sus antiguos adversarios, los nazis, aliados de Franco. Bastantes españoles se alistan, pero de nuevo son los comunistas quienes se niegan a ir al frente. «No es nuestra guerra», dicen. Josep Serradell «Román», recuerda que respondieron a los gendarmes que «nosotros no queríamos luchar por aquella democracia burguesa» y Andrés Paredes «Groman», que había salido de un campo, volvió a entrar en él «para contrarrestar la propaganda anticomunista y antisoviética que se difunde entre los exiliados españoles, sobre todo por parte de los trotskistas. También era misión nuestra evitar que los españoles se incorporarán a las unidades militares francesas».
A pesar de ello, varios miles de españoles se alistaron en los Batallones de Marcha y la Legión Extranjera, y muchos más entraron en las Compañías de Trabajo (también llamadas PME, Prestataires Militaires Etrángers), en las que al final entraron también los comunistas, aunque fueron los más reticentes. Los intereses de la URSS primaban y ahora los jerarcas de Moscú estaban próximos a la Alemania nazi. La aberración llegaba a extremos como el que cuenta Enríc Adroher «Gironella» —entonces del anticomunista POUM, después uno de los promotores del europeísmo en España y hoy asesor del Gobierno de Felipe González—, ocurrida en el campo de refugiados españoles de Vernet d’Ariége: «En el campo teníamos altavoces a través de los cuales se informaba de la marcha de la guerra. Recuerdo que en el mes de junio de 1940 notificaron el avance de los alemanes hacia París. Los comunistas del campo aplaudían cada día al conocer la victoria alemana».
No hay coincidencia entre los historiadores sobre el número de españoles alistados en el Ejército francés, pero quizá las cifras más precisas —y moderadas— sean las que aporta Miguel Ángel Sanz: 5000 en los Batallones de Marcha, además de otros 2000 en la Legión. Se unen a ellos 12 000 españoles en las Compañías de Trabajo situadas en la línea Maginot, 30 000 en la zona situada al norte del Loira y 8000 al sur de éste, fuera del área de operaciones de los ejércitos. Cuando los alemanes avanzaban, algunas compañías de trabajo que construían fortificaciones o estaban en industrias quedaron convertidas en combatientes improvisados.
«Psicosis piranditis».
Cuando los alemanes avanzaban en Francia se desencadenó lo que algunos republicanos llamaron jocosamente la «psicosis piranditis» —de pirarse, largarse— cuya manifestación era la huida hacia América, especialmente hacia México, de los dirigentes políticos de la República española que seguían en Francia. Tal fuga tenía justificación ya que no podían fiarse de que los alemanes les respetaran y de ello son pruebas lo ocurrido con el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, o el exministro de Gobernación, Julián Zugazagoitia, entregados por la Gestapo a Franco, quien los fusiló. Sin embargo, las bases de los partidos quedaban de nuevo abandonadas.
En el Partido Comunista de España —no haremos casi nunca referencias específicas al PSUC porque en esta época están orgánicamente unidos— ocurre lo propio; sólo quedaba en Francia, en el campo de Vernet d’Ariége, un miembro del Buró Político, Francisco Antón, el cual es reclamado por «Pasionaria» desde Moscú y Stalin gestiona ante los alemanes un canje, no sin bromear antes diciendo que «si Julieta no puede vivir sin su Romeo, se lo traeremos. Siempre tendremos por aquí algún espía alemán para canjearlo por Antón».
Al PCE se le dedicará especial atención en este libro porque será la columna vertebral del maquis y las historias de ambos en esta época son Inseparables.
En los frentes de Europa y África
Los españoles se arrastrarían por los más variados frentes de la Guerra Mundial, a pesar de que ni el Gobierno de Madrid ni el de la República en el exilio eran beligerantes. Es muy conocido que lucharon en el Ejército y en la Resistencia francesa, que la División Azul estuvo en el frente ruso y que miles de españoles murieron en los campos de concentración nazis, especialmente en Mathausen. Pero no lo es tanto que fue en Noruega donde cayeron los primeros soldados españoles en la Guerra Mundial participando en el desembarco de tropas francesas en Narvik; o que los españoles estaban entre los últimos evacuados en Dunkerque y muchos murieron allí. Ni que de nuevo varios centenares de españoles lucharon contra los paracaidistas alemanes en Creta. Y que en el frente del Este no sólo la División Azul lucharía en el sector de Leningrado, sino que en las filas soviéticas otros españoles combatieron a los alemanes y varios centenares murieron, entre ellos un hijo de «Pasionaria», Rubén Ruiz Ibárruri, en Stalingrado.
Poco se ha divulgado que españoles alistados en la Legión Francesa perdieron su vida luchando durante tres días contra los americanos en Casablanca al producirse el desembarco de aquéllos en el norte de África mientras otros estaban en Libia y Egipto combatiendo contra Rommel. Y de nuevo en las tórridas tierras africanas, españoles de la Legión Francesa lucharon en Túnez esta vez contra los germano-italianos, ahora codo con codo con los americanos. Luego en Italia, especialmente en Montecassino. En 1944, en territorio francés, los españoles alistados en la División Lecrerc fueron de los primeros liberadores de París. Y aun entre los paracaidistas norteamericanos y británicos que saltaron sobre Normandía el 6 de junio de 1944, había varios españoles. Otros combatirían en el norte de Francia y luego en Alemania, siendo españoles algunos de los miembros del Ejército francés que llegarían al «Nido del Águila» de Hitler. Incluso hubo algún español muerto como guerrillero en Yugoslavia y otros en Alemania, en este caso trabajando en las industrias germanas.
Luchando bajo diferentes banderas, miles de nuestros compatriotas dejaron su piel en los más diversos teatros bélicos europeos y africanos, pero a pesar de la generosidad de la sangre vertida, fue sólo una gota en el inmenso caudal de caídos de unos Ejércitos que movilizaron millones de hombres. Sin embargo, la presencia de los españoles puede considerarse decisiva en uno de los puestos de combate: la Resistencia francesa.
A pesar de que el chovinismo de muchos historiadores galos ha hecho olvidar a los numerosos extranjeros que lucharon contra los alemanes, ninguna historia seria de la Resistencia puede hacerse sin dedicar capítulos destacados a la participación española.
La organización del PCE
A pesar de la ya referida marcha de Francisco Antón a la URSS, el PCE en Francia no queda acéfalo, sino que una nueva persona, una perfecta desconocida, tendría a partir de aquel momento la responsabilidad del partido en este país. Se trata de Carmen de Pedro, una muchacha joven, bajita y regordeta, que había sido mecanógrafa y secretaria en el Comité Central del PCE y con Togliatti y que gozaba de la confianza de la dirección aunque jamás había ocupado cargo alguno. Sobre ella recae el peso del partido que tiene en Francia casi toda su militancia y está sometido a unas condiciones de clandestinidad difíciles.
Pronto se unirá a ella, inicialmente en el plano político y luego también en el sentimental, Jesús Monzón Reparaz, que a partir de este momento será el verdadero cerebro del PCE en los años de la Segunda Guerra Mundial.
Monzón era abogado de profesión, navarro, nacido en 1910 en el seno de una familia burguesa y muy acomodada. Tal ascendencia —unida a su forma de vida, su bombín y su cayado— sería para él fuente de problemas ya que fue acusado años más tarde por sus correligionarios de ser, entre otras cosas, un burgués disipado y despilfarrador. Fue secretario del Comité de Navarra del PCE, partido en el que había ingresado en 1931; participó en los intentos de asalto a la Diputación Foral y al «Diario de Navarra», en la sublevación y la huelga revolucionaria de octubre de 1934 y se presentó en la candidatura del Frente Popular por Navarra en las elecciones de 1936, sin salir elegido.
El 18 de julio de 1936 se escondió, huyendo días más tarde a Francia, desde donde pasó a Bilbao y fue fiscal de los Tribunales Populares, colaborando con el Gobierno Autónomo vasco. Según el expediente de su juicio «llevó ante los pelotones de ejecución a gentes de derechas». En Bilbao apoyó al Buró Político del PCE en su enfrentamiento con el secretario general del PCE de Euskadi, Juan Astigarrabia.
Cuando la franja cantábrica cayó en poder de las fuerzas de Franco huyó de nuevo a Francia en barco, retornando a España por Cataluña. Fue nombrado gobernador civil de Alicante a mediados de 1937, cargo en el que permaneció hasta julio de 1938, en que fue nombrado gobernador civil de Cuenca. Según el historiador franquista Ruiz Ayúcar dejó amargos recuerdos en ambas provincias, como antes en Vizcaya, por los atropellos cometidos por la policía a sus órdenes.
En las últimas semanas de la Guerra Civil, en el «Diario Oficial» en el que Negrín publicó los famosos decretos de ascensos de los militares comunistas que motivaron o sirvieron de pretexto a Casado para sublevarse, Monzón fue nombrado secretario general del Ministerio de la Guerra, cargo que «de facto» no llegó a ejercer. El 5 de marzo de 1938, salió de Monóvar (Alicante) hacia el exilio en el mismo avión que Dolores Ibárruri «Pasionaria», que el delegado de la Internacional Comunista, Stepanov, y otros altos cargos.
Junto a Monzón y Carmen de Pedro, otros dos jóvenes, también desconocidos, accederían a la dirección, que tomó el nombre de Delegación del Comité Central. Eran Manuel Azcárate y Manuel Gimeno, de las Juventudes Socialistas Unificadas. El primero, hijo del que había sido embajador de la República en Londres y que adoptó el nombre de «Juan», fue responsable de las JSU al llegar a Francia, pero en seguida pasó al partido, y Gimeno, ahora llamado «Raúl», formó parte del primer comité de las JSU creado en Francia, después se hizo cargo de la organización juvenil e inmediatamente pasó también a la Delegación del Comité Central, nombre con el que designaría en estos años a la dirección del PCE en Francia.
El nuevo equipo de dirección es muy joven, ya que sólo Monzón tiene 30 años, mientras los otros tres apenas superan los 23. Asimismo, sólo Monzón es una persona de cierta relevancia, pero tampoco había pasado hasta entonces de ser una tercera fila, pues ni siquiera había sido miembro del Comité Central del PCE.
Colaboran con dicha Delegación Adela Collado «Anita», después esposa de Manuel Gimeno, y algunos otros, entre ellos Eduardo Sánchez Biedma «Torres», y un histórico del comunismo español, Gabriel León Trilla. Éste había sido uno de los fundadores del PCE en 1921, fue miembro del Comité Ejecutivo en los años veinte junto a Bullejos y Adame, miembro del 2.º Buró Político y representante del partido en la Internacional Comunista. Fue expulsado del PCE junto con Bullejos en 1932 por considerar que no cumplían con fidelidad las directrices de la Internacional Comunista, aunque reingresó durante la Guerra Civil. El cargo político más importante que ocupa es el de asesor en el Ejército del Ebro. Fue responsable de la evacuación de la topografía y el material del Estado Mayor de dicho Ejército a Francia, colaborando con él Andrés Paredes «Groman».
La Delegación del Comité Central empezó a reorganizar el PCE en Francia, estando su sede en la ciudad de Marsella, pasando luego a Aix en Provence.
En octubre de 1940 se celebró en Argelés-Sur-Mére una importante reunión del PCE, a la que en representación de la Delegación del Comité Central acude Pelayo Tortajada, en la que se planteó la mejora de la organización del PCE y la creación de la Comisión de trabajo de Francia. Tiempo después de su creación estaría al frente de dicha comisión «Mariano», un hombre que desempeñaría un importante papel en las guerrillas y en el partido. Su verdadero nombre era Ramiro López, emigrante económico de antes de la Guerra Civil, es decir, que había salido de España para mejorar su vida, no por motivos políticos. «Mariano» era bajito, moreno, trabajador infatigable, enérgico hasta la intransigencia y muchas veces autoritario. Se da la circunstancia de que este hombre es confundido con Monzón por la mayoría de los guerrilleros y, sobre todo, por los servicios de información franquistas. Ello ha dado origen a que en libros y artículos de prensa que abordan el tema guerrillero o la historia del PCE confundan a dos personas física y temperamentalmente muy diferentes, que ocupan cargos distintos, se encuentran en puntos geográficos alejados y toman decisiones y mantienen contactos diversos. «Mariano» es el hombre que tiene mayor relación con la guerrilla y es portavoz del PCE ante los grupos armados, pero el cerebro es Monzón, que adoptaría en Francia los nombres de «David» y «Charles». Aunque «Mariano» es el ejecutor de las órdenes que emanan de la dirección del partido, no suele intervenir en la toma de las grandes decisiones políticas. Monzón es el más importante, quien mueve los hilos en la sombra, y a quien pocos conocen.
La «Comisión de Francia» del PCE radica en Toulouse, y forman parte de ella hombres como Arriolabengoa y Linares.
Tanto la Delegación del Comité Central como la Comisión de Francia no han sido elegidas por el Buró Político o el Comité Central, ni en base a las reglas del centralismo democrático, sino totalmente al margen de la estructura supercentralizada del partido. Eran dirigentes «de hecho», pero no «de derecho». De forma completamente autónoma del Buró Político, que sigue repartido entre Moscú y México, el PCE se reorganiza y potencia, pero la Delegación del Comité Central sigue con absoluta fidelidad los criterios básicos que emanan desde Moscú y de los que se enteran por «Radio Pirenaica» o, mientras los alemanes no ocupan el sur de Francia, por correo.
Como se sabe, a raíz del armisticio franco-alemán, Francia había quedando dividida en la «zona ocupada», que comprendía el norte y la franja atlántica, y la «zona libre» en la que mandaba el Gobierno Pétain de forma muy condicionada.
La organización del PCE antes citada tiene autoridad sobre todas las organizaciones del partido en Francia, pero su actividad es más inmediata sobre la zona «libre». En el territorio ocupado físicamente por los alemanes la comunicación es más difícil y los del PCE allí residentes intentan organizar el partido, y con él formas diversas de resistencia. En octubre de 1940, en París, se constituyó un Comité provisional formado por Domínguez (Juan Montero), Chacón y Daniel Sánchez Vizcaíno («Roger»), a los que pronto se unieron Pérez y «Anita». Enviado por la Delegación del Comité Central llegó Celadas a finales del mismo año, e inmediatamente después Nadal («Henry»), que se hizo cargo de la secretaría general de la zona ocupada. Paralelamente, Josep Miret y Elisa Uriz intentan reorganizar el PSUC en la zona ocupada.
Tras el ataque alemán a la URSS, la Delegación del Comité Central nombra a Manuel Azcárate «Juan» como responsable de la zona ocupada, pasando Nadal a responsabilizarse de la dirección de Unión Nacional —plataforma política y organismo unitario del que se hablará en las próximas páginas de este libro— en la zona. En junio y noviembre de 1942 son detenidos en sendas redadas policiales la mayor parte de los dirigentes del PCE y muchos guerrilleros de la zona norte, pasando algunos de los máximos responsables bajo la jurisdicción alemana, que los deportó al campo de exterminio de Mathausen, mientras el resto serían juzgados en el «proceso de los terroristas de Unión Nacional», que adquiriría fama en Francia.
Aunque en noviembre de 1942 los alemanes ocupan la «Francia libre», la línea divisoria seguía existiendo en la práctica y la dirección del PCE la lleva en el norte «Torres». (Eduardo Sánchez Biedma), «Roger». (Daniel Sánchez Vizcaíno) y Álvarez, mientras Julio Hernández tendría la responsabilidad de Unión Nacional en esta zona Norte. En la zona libre llevan la dirección durante unos meses Nieto, Celadas y Sánchez Esteban.
Si en la zona ocupada las dificultades fueron mayores desde el primer momento, los dirigentes del PCE no estuvieron ociosos en la Francia Libre, creando una gran organización y fomentando la formación de cuadros políticos y guerrilleros, bastantes de los cuales pasaron a España. Se crearon escuelas políticas y guerrilleras, cuya forma externa más frecuente sería la de los «chantiers» forestales, consistentes en explotaciones de leña y elaboración de carbón en las que unos trabajadores «legales» servían de cobertura y de base económica para aquellas escuelas. La más famosa es la de la Montagne Noire, en el departamento del Tarn, entre Castres y Mazamet, aunque no faltaron otras muchas, entre ellas las de Moundonville (Haute Garonne) y monte Forcat (Ariége).
El PCE creó simultáneamente organizaciones de masas y grupos guerrilleros. Desplegando una febril actividad supo adaptarse a las diversas situaciones de los exiliados y emigrantes españoles para influir y hacer proselitismo. Por ello fue hegemónico en todos los ámbitos, ya fueran los mineros o los peones agrícolas y forestales, los obreros industriales o quienes trabajaban y vivían colectivamente en las compañías de trabajo.
La URSS entra en guerra
La inhibición inicial de los comunistas en la guerra franco-alemana y el resto de la contienda mundial cambia súbitamente el 22 de junio de 1941 cuando, sin declaración de guerra y rompiendo el pacto de no agresión, los germanos atacan la URSS. Ahora es la Patria del Socialismo la amenazada y el movimiento comunista mundial acude en su ayuda. A partir de aquella fecha, Hitler y los nazis vuelven a ser unos asesinos y traidores contra los que hay que luchar en todos los frentes, movilizando las energías dormidas. Carrillo publica en enero y abril de 1943 en «Nuestra Bandera» sendos artículos en los que defiende la clasificación leninista de las guerras en justas e injustas. Antes de entrar la URSS en guerra, ésta era injusta tanto para los imperialistas anglo-franceses como para los imperialistas ítalo-germanos, pero cuando los nazis atacan la URSS la guerra hitleriana se convertía en «el ejemplo más degradado y criminal de las guerras de agresión y esclaviza miento». De ahí que ahora el PCE podía preconizar «una verdadera guerra nacional de los españoles contra los nazis y sus lacayos falangistas».
El Comité Central del PCE lanza en agosto de 1941 y, con más claridad y difusión, en septiembre de 1942, sendos manifiestos por la «Unión Nacional», cuyo objetivo fundamental e inmediato era evitar que España entrara en guerra junto a Alemania. El partido lanza una consigna: «Ni un hombre, ni un arma, ni un grano de trigo para Hitler», uniendo a ello llamadas para sabotear la producción destinada a Alemania y evitar exportaciones a aquel país, al tiempo que inicia una campaña contra el reclutamiento de la «División Azul».
Una muestra más de la subordinación de los partidos comunistas a los intereses de la URSS son las fechas en que el Comité Central del PCE lanza sus manifiestos. Agosto de 1941 es el momento en que la Wehrmatch se dirige hacia Moscú y septiembre de 1942 coincide con el avance alemán en Stalingrado y el Cáucaso. Además, en esta última época Stalin y Molotov maniobran ante el peligro de que los americanos e ingleses firmen la paz por separado con Hitler, dejando sola a la URSS, y por ello los soviéticos quieren dar la imagen de que los comunistas no aprovecharían la coyuntura bélica para desencadenar revoluciones.
Los puntos básicos del programa de Unión Nacional serían los siguientes:
Con estos planteamientos de base, el PCE inicia su lucha en Francia contra los alemanes, y paralelamente se esfuerza por conseguir incrementar su influencia en el interior de España, a donde son enviados algunos cuadros.
Unión Nacional se orienta a coadyuvar un amplio espectro de fuerzas que luchen contra el franquismo. Sin embargo, ningún otro partido se adheriría al programa, y sólo lo harían personalidades a título individual. Seguían las heridas abiertas en la Guerra Civil, con lo que todos los partidos rechazan su participación en una organización promovida y controlada por los comunistas, e incluso expulsan de su seno a los que ingresan en UNE. De facto, Unión Nacional sería una «longa manus» del PCE.
En la «Historia del PCE» —una adulterada historia oficial que el partido ya no exhibe— se lee que «al propugnar la política de Unión Nacional, el PCE tenía en cuenta que la neutralidad de España no interesaba sólo a las izquierdas: interesaba a la mayoría del país, incluidos sectores conservadores y católicos, a militares y a importantes grupos capitalistas españoles ligados al capital anglo-americano (…). La política de Unión Nacional tendía no sólo a impedir que Franco arrastrase al pueblo español a la trágica aventura de la guerra, sino a desbrozar el camino hacia el derrocamiento de la dictadura del general Franco y el restablecimiento de la situación democrática en España».
Asimismo, añade que «la Política de Unión Nacional preconizada por el PCE se basaba en el hecho de que la gama de fuerzas opuestas a la política franquista de apoyo al hitlerismo era más amplia que la de las fuerzas que habían luchado por la República. Existía la posibilidad de un reagrupamiento de las fuerzas políticas que, poniendo fin a la división abierta por la Guerra Civil, incorporase a la acción contra la dictadura a sectores que antes la habían apoyado, pero que en 1942 se pronunciaban a favor de la coalición antihitleriana y de la neutralidad española».
En el manifiesto del Comité Central de septiembre de 1942 se decía que «los momentos transcendentes que vivimos obligan a deponer las diferencias, los odios y las pasiones que nos separaron hasta hoy para colocar por encima de todo el interés supremo de España y salvar a nuestro pueblo de la guerra y de la muerte a las que Falange y Franco quieren lanzarle». Asimismo en la propaganda dicen que «UNE es la organización nacional española en la que tienen cabida todos los patriotas españoles, ya sean éstos socialistas, comunistas, cenetistas, anarquistas, republicanos, sin partido, católicos e incluso aquellos falangistas, arrepentidos que quieren luchar contra Franco y su Falange y para la implantación en España de una República constitucional y democrática».
Objetivamente, no podemos dejar de apuntar que, a pesar de lo que la propaganda comunista decía, Franco no quiso entrar en guerra, aunque muchos falangistas eran partidarios de ello. Ofertas no le faltaron. Una muestra del desfase cronológico con que la propaganda comunista enfoca tal problema se ve en septiembre de 1943, cuando aparece en el órgano de prensa de Unión Nacional que «en esta situación de gravedad extrema, de peligro inminente, no luchamos por una República que perdimos, por un estatuto que nos arrebataron, ni por el carácter de la República, ni por la amplitud del Estatuto a reconquistar, ni por definiciones nacionales, ni por problemas específicos de clase, ni por la dictadura del proletariado. Luchamos por la salvación de España, por la existencia de Cataluña. Ésta es la cuestión previa, la cuestión fundamental y presente». Si Franco tuvo intención de unirse al Eje, tal veleidad se había disipado ya en septiembre de 1943.
«Nos enteramos de la proclama de creación de Unión Nacional a través de las emisiones de radio desde Moscú», explica Manuel Gimeno. «Unión Nacional era inicialmente más un propósito y una orientación política que una verdadera organización», dice Manuel Azcárate.
Lo primero que se hace en Francia es editar «Reconquista de España» órgano de Unión Nacional. La edición se hacía por medio de una «Minerva» manual escondida bajo un montón de leña en un «chantier» —tajo de explotaciones forestales— en Vaucluse (capital Avignon). Manuel Gimeno explica que «la minerva, a la que nosotros llamamos la “Tomasa”, era de unos italianos que también trabajaban clandestinamente en Marsella. Se creyeron localizados por la policía y abandonaron el local con la máquina. Allí fuimos Monzón, yo y algunos más, la desmontamos, y en maletas nos la llevamos hacia el “chantier”. Quien la hacía funcionar era un impresor llamado Gorri, junto a dos gudaris que le ayudaban aunque nada sabían de tipografía. No sólo imprimimos “Reconquista de España”, sino algunos ejemplares de “Mundo Obrero”, “El Guerrillero”, “Lucha”, y otras publicaciones y propaganda. Incluso usamos fotos de Dolores Ibárruri y José Díaz que recortamos de periódicos de antes de la guerra. Todo lo que editábamos, incluso publicaciones que luego se llevaban al interior de España, se imprimía allí. No teníamos otro medio».
La política de Unión Nacional tiene un paralelismo considerable con la mayor parte de movimientos que los comunistas promocionan en los países ocupados por los alemanes. Sin embargo, los españoles han sido pioneros en el tema, siempre en base a las líneas marcadas por la Internacional Comunista. José Díaz pronunció en 1938 en Barcelona una conferencia bajo el título de «Lo que España enseña a Europa y América» en la que planteó esta colaboración entre todos los sectores políticos antifranquistas. En cierta forma, también el filocomunista Negrín con sus famosos «13 Puntos para una paz negociada» expuestos en mayo de 1938 estaba en la misma línea, ya que pedía a la población «que se agrupara en torno al Gobierno de Unión Nacional». Y «Pasionaria» apostillaba a Negrín diciendo que «debe ser una Unión Nacional, es decir, la unión sobre un programa de todos los antifascistas». Esta política está en la línea del Frente Popular, aunque tiene mayor amplitud, ya que acepta sectores católicos, derechistas y monárquicos.
La reunión de Grenoble
En la articulación y desarrollo de Unión Nacional es decisiva la denominada «reunión de Grenoble», celebrada en noviembre de 1942. El nombre de la reunión es sólo un ardid para burlar la posible vigilancia, ya que el verdadero punto de reunión fue un gran caserón de las proximidades de Montauban, cerca de la carretera que llega a esta ciudad desde Toulouse, a cientos de kilómetros de Grenoble. Además de los representantes del PCE de toda Francia llegaron dos del interior de España entre ellos un tal Puig, del PSUC. Aunque existía una incipiente organización, los delegados estudiaron los métodos de trabajo para ampliar UNE, los efectivos de los guerrilleros españoles y la manera de aumentar la presencia del PCE y de otras organizaciones en España, lo que en la terminología del momento llamaban «en el interior».
Se creó también el Comité de Unión Nacional en Francia, organismo rector en esta época de Unión Nacional, del que formarían parte Jesús Martínez (PCE), Cubells (CNT), el doctor Aguasca (Esquerra Repúblicana), el padre Villar (independiente, de Solidaridad Española[1]), Valledor (PCE y guerrillas), Sancho Ruiz (PCE), Carlos Dorado (PCE), el cura García Morales (independiente), y otros. Posteriormente sería presidente de dicho Comité de Unión Nacional el doctor Aguasca. Más adelante, fueron miembros de dicho Comité, llamado por algunos «Junta de Francia», Miguel Ángel Sanz en representación de las guerrillas, Marín Caire, Pons Víctor, Menor y otros, como los coroneles guerrilleros Paz y Sánchez Redondo. Mucho más tarde, tras la Liberación de Francia, se incorporaría como presidente honorario el general Riquelme, el más antiguo de los generales republicanos, e ingresaron otros como los socialistas Julia Álvarez y Enrique de Santiago.
Carlos Dorado explica que «eran bastantes los republicanos que colaboraron, y muchos comprendían la necesidad de Unión Nacional. Sin embargo, los más reacios eran los socialistas. Yo recorrí buena parte de Francia en busca de adhesiones y hablé, entre otros, con Rodolfo Llopis y Julia Álvarez. Me desplacé a Marsella para entrevistarme con el general Hernández Saravia. Me recibió muy bien, pero estaba enfermo y se sentía muy anciano, sin fuerzas para colaborar».
Aunque entre los partidos sólo el PCE estaba presente como tal, los demás que colaboraban eran las denominadas fracciones unitarias de CNT, PSOE, ERC, Izquierda Republicana y otros.
En 1944, el lugar más frecuente de reunión de este organismo de Unión Nacional era la trastienda de un restaurante de la calle Potiers de Toulouse, propiedad de Juan Clos, lugar que era también punto de apoyo del Estado Mayor del coronel Serge Ravanel, jefe de las Fuerzas de la Resistencia en la denominada IV Región.
Este Comité de Francia de Unión Nacional, no es la Junta Suprema, de la que se hablará más adelante, y con la que a menudo es confundida.
Organización de la Resistencia francesa
El general Charles de Gaulle había lanzado su mensaje por la Francia Libre a través de la BBC de Londres el 18 de junio de 1940, aunque pocos franceses le oyeron y muchos menos le hicieron caso. No obstante, al mes siguiente, en la zona ocupada por los alemanes empezaron a crearse grupos que en cierta forma pueden considerarse «resistentes», que consistían sobre todo en redes de evasión y servicios secretos, en algunos casos dirigidos y subvencionados desde Londres y otros independientes.
Pero la Resistencia no nace de los restos del derrotado Ejército francés, sino que tiene unas estructuras civiles antes que militares, de una tendencia política determinada y se apoya en ellas. La Resistencia francesa, sin entrar en detalles que exceden los límites de este estudio, consta básicamente de grupos gaullistas organizados, por un lado, y de los comunistas por otro. Los españoles participarían básicamente en estos últimos, aunque sectores republicanos anticomunistas forman parte de los primeros.
El Partido Comunista Francés organizó los primeros grupos armados en la OS (Organización Especial), en los grupos de la Juventud Comunista y en la MOI, sigla cuyo significado era Mano de Obra Inmigrada, aunque pronto los exiliados lo rebautizaron con el de Movimiento Obrero Internacional. En esta última hay muchos españoles. Este partido comunista lanzó un manifiesto para fundar el Front National —versión francesa similar a la Unión Nacional Española— cuyo brazo armado serían los FTPF (Franco Tiradores y Partisanos Franceses).
Por su parte, los movimientos más o menos gaullistas fueron inicialmente tres: «Combat», «Franctireur» y «Liberation», que se unificaron formando el MUR (Movimiento Unificado de la Resistencia), que organizó el AS (Ejército Secreto) con la ayuda de Londres.
Los dos ejércitos guerrilleros, AS y FTPF, formaron en 1943 las FFI (Fuerzas Francesas del Interior), bajo el control de un Estado Mayor Central y de los mandos y estados mayores regionales. Sin embargo, durante largo tiempo tal unión entre ambos sectores fue más teórica que real.
En todo este esquema, ¿qué papel juegan los españoles? Desde el primer momento hay centenares de exiliados y emigrantes económicos o hijos de éstos que siguen estando nacionalizados españoles en unidades guerrilleras, redes de información y movimientos diversos.
Lo más importante es que los refugiados españoles no sólo participan en grupos franceses de la Resistencia, sino que forman sus propias unidades autónomas que luchan en más de 30 departamentos y cuya actuación sería decisiva en los combates contra los alemanes en lo que nosotros denominamos el sur de Francia y los franceses llaman el sudoeste, y que, simplificando, es el territorio situado al sur de una imaginaria línea trazada desde Burdeos a Nimes.
El factor más determinante de esta organización es el PCE, a través de Unión Nacional. Junto a las organizaciones de masas crea grupos de guerrilleros y resistentes, monta tajos forestales en los que los trabajadores legales sirven de camuflaje a grupos armados —los primeros maquis— organiza grupos de acción en las propias compañías de trabajo o grupos de empleados agrícolas… No todos los guerrilleros eran comunistas, sobre todo teniendo en cuenta que la lucha se presentaba como de Liberación Nacional, pero los comunistas eran la fuerza hegemónica, el núcleo más activo y la mayoría de los dirigentes. Los anarquistas participaron y dieron muestras de gran valentía, pero —aparte de los que estaban en UNE— sus núcleos estaban escasamente coordinados, y los socialistas, además de ser poco numerosos en la Resistencia, quedaban diluidos en la organización que controlaban los comunistas.
Al principio, los trabajadores «resistentes» boicoteaban las producciones destinadas a Alemania procurando rendir al mínimo, después llevarían sus sabotajes a los productos y la maquinaria y luego ampliaron la acción a los grupos armados, que fueron incrementando su fuerza. Así surgió el «maquis», nombre que proviene del corso «macchia» (terreno de matorrales y arbustos), y se aplicaría a los grupos de guerrilleros, siendo los «maquisards» los componentes del maquis.
Sin haberlo previsto, los alemanes y el Gobierno de Vichy contribuyeron de forma muy directa a la movilización guerrillera con la Ley de Trabajo Obligatorio, que significaba la deportación a las industrias alemanas o a las fortalezas del Muro del Atlántico. Muchos huyen a los montes y se encuentran con los resistentes, convirtiéndose en luchadores a pesar suyo. Súbitamente se encuentran sin trabajo, indocumentados y perseguidos. Como dijo Ángel Planas, «los que empezaron siendo en muchos casos simples fugitivos se convirtieron en luchadores obligados». Y además, apoyados por la población que, sea cual fuere su signo ideológico, se opone al invasor. Este soporte ciudadano va adquiriendo mayor importancia porque en centros oficiales, ayuntamientos, gendarmerías… hay colaboradores que suministran a la Resistencia documentaciones falsas, información, tickets de racionamiento y otras ayudas. Y todo ello acompañado de noticias de que los alemanes van sufriendo reveses en los frentes de batalla. Una de las primeras acciones colectivas de protesta protagonizada por españoles tuvo lugar en la región alpina de la Haute-Savoie, en septiembre de 1940. Consistió en la creación de núcleos de solidaridad y acción, se estableció contacto con los resistentes franceses y se divulgaron octavillas subversivas. Su promotor era Miguel Vera. En la misma zona en el invierno de 1940-41 se empezó a prestar ayuda a personas perseguidas por los nazis, israelitas en su mayoría. También en la zona de Haute-Vienne (Limoges), en el invierno de 1940-41 se organizó un grupo de sabotaje montado por Armando Castillo, y en las cercanías de Nantes otro español, Benito Teodoro, se incorpora en la Resistencia francesa desde el primer día. En París, en agosto de 1941 fue fusilado el primer español, José Roig, por colaborar con los grupos de la Resistencia.
Los grupos de combate españoles que se van formando empezaron a coordinarse de manera muy incipiente en abril de 1942 —en una reunión celebrada en una casa de leñadores en Col de Py, al este de Foix— y adoptan el nombre de XIV Cuerpo de Ejército de Guerrilleros Españoles, del que se consideran sucesores. El primer jefe sería Jesús Ríos García, que tendría su puesto de mando en el Ariége, y Modesto Vallador su comisario. De todas maneras, en la Zona Libre de Francia no se produce una acción guerrillera hasta que la ocuparon los alemanes, ya que el prestigio de Pétain era muy grande y se hubiera interpretado como una provocación. En la Zona Ocupada, los españoles no llegaron nunca a tener un verdadero Estado Mayor, sino que era el comité del PCE quien dirigía el movimiento armado, limitándose a nombrar un delegado guerrillero en el seno de la dirección.
A fines de 1943 y comienzos de 1944, el XIV Cuerpo de Guerrilleros Españoles estaba organizado de la siguiente forma:
Siete divisiones agrupaban las numerosas unidades de este territorio:
En la organización guerrillera, la Brigada es la formación de un departamento (provincia), mientras que la División es interdepartamental. No guardan relación en cuanto a dotación y organización con las unidades clásicas del mismo nombre, e incluso entre las propias unidades guerrilleras hay grandes diferencias, ya que mientras algunas brigadas son relativamente numerosas —agrupan hasta más de un centenar de guerrilleros—, otras apenas reúnen un par de docenas. En este aspecto es interesante recordar que las cifras se han hinchado mucho en libros que tratan de la Resistencia.
El nombramiento de los jefes guerrilleros fue muy improvisado, y con frecuencia se otorgó el mando a personas valerosas, pero de escasa preparación. Como sucediera en el bando republicano durante la Guerra Civil, los galones se repartieron con profusión. López Tovar dice con sorna que «en la Resistencia nosotros hicimos generales mientras los franceses no pasaron de coroneles. Los franceses se reían sardónicamente. Al general Luís yo le llamo el general fantasma, porque se acostó soldado y se despertó general. Era mulero y luego enlace de Mariano, quien le hizo general». De todas formas, las alusiones de López Tovar no son totalmente justas, por cuanto el general Luis había sido antes Jefe del Estado Mayor del llamado XIV Cuerpo de Ejército.
A principios de 1944 se decidió que el XIV Cuerpo de Ejército de Guerrilleros Españoles unificará su acción con los FTP de la MOI, pero ante el gran crecimiento de la guerrilla española, en mayo del mismo año la dirección política española decide el cambio de nombre del movimiento armado y su independencia absoluta respecto a los movimientos de Resistencia franceses. Así nació la Agrupación de Guerrilleros Españoles, que enlazó directamente con el Estado Mayor de las Fuerzas Francesas del Interior.
La agrupación mantuvo la estructura del XIV Cuerpo de Ejército, con sus divisiones y brigadas, instalándose el cuartel general en una casa de campo cerca de Gaillac (Tarn), y manteniendo el mando la forma triangular, siendo Evaristo Luís Fernández, «Sergio» y «general Luís», el jefe de la Agrupación, Juan Blázquez «general César» el comisario político y el coronel Miguel Ángel Sanz, «Miguel Ángel», el jefe del Estado Mayor. Este último creó un puesto de mando auxiliar en Saint Paul de Fenouillet. Sanz fue sustituido pronto por el también coronel José García Acevedo.
En julio de 1944, cuando se lucha duramente en Francia tras el desembarco aliado en Normandía, se hizo necesaria la coordinación de todas las fuerzas de la Resistencia bajo un mando único, integrándose la Agrupación de Guerrilleros Españoles en las FFI (Fuerzas Francesas del Interior) aunque siguió gozando de amplia autonomía. Según Tuñón de Lara, en ese momento las fuerzas de la Agrupación superaban los 9000 hombres, y les apoyaban muchos miles más que no estaban armados pero que alimentaban, escondían, suministraban información e incluso fabricaban artefactos para aquéllos.
La lucha final en Francia
Los días 8 y 10 de agosto de 1944, pocos días antes del desembarco de norteamericanos y franceses en Provenza, la Resistencia llamó a la insurrección general contra los alemanes. Además de llevar la peor parte en los frentes, las tropas de Hitler son hostigadas por doquier en la retaguardia, mientras son volados los puentes y vías férreas. Los alemanes intentan resistir pero corren el peligro de cerco en la tenaza que estrechan las fuerzas aliadas que avanzan desde Normandía y habían liberado París, por una parte, y las que suben por el este del Ródano hacia Grenoble, la frontera suiza y el nordeste de Francia por otra.
No es ésta la ocasión de narrar la lucha desarrollada por los españoles en Francia contra los invasores, pero no se puede pasar por alto que derrocharon heroísmo, liberaron unos 18 departamentos del sur y participaron en la liberación de muchos otros luchando con un arrojo que no siempre Francia ha reconocido y que resulta difícil de comprender en hombres que combatían en tierra ajena y acababan de salir derrotados de una guerra. Combates importantes como el de la Madeleine, las conquistas de Toulouse y Foix, la liberación de departamentos como el del Gers o Aveyron, la liberación de presos de las cárceles y otros fueron mayoritariamente obra de los españoles. Hasta tal punto llegó el predominio español en el sur, que cuando llegó a Toulouse el representante del general De Gaulle equivalente al capitán general español, tuvo que pedir el edificio a los guerrilleros españoles, ofreciéndoles la posibilidad de que ocuparan algún hotel, eligiendo aquéllos el de Les Arcades en la Plaza del Capítol, centro de Toulouse.
Las fuerzas norteamericanas y británicas, principales artífices de la derrota alemana en el frente occidental, no pasaron al sur de la línea Nantes-Orlleans-Dijon, ni más al oeste de la Dijon-Avignon. Toda la zona restante, aproximadamente media Francia, fue liberada por la Resistencia, aunque debe señalarse que ante un ejército alemán desmoralizado y en retirada.
Cientos de españoles adquirieron renombre en el país vecino, entre ellos Cristino García, Valledor, Vitini, Castro, Guerrero «Camilo», Bermejo, Puig «capitán Roland», Burguete, Nieto, Ramos, Teruel, Mamés, Cámara, Reino, Díaz, Jimeno «comandante Royo», Soriano, Amadeo López «Salvador», Prats, Aymerich, Camaño, López Tovar, Gancedo, Puerto, Miguel López «comandante Ortega», Pérez Candela, Tomás, Maquiney, Álvarez Canosa «Pinocho», Vicuña, Vila Capdevila «capitán Raimon» (más tarde «Caraquemada» en España), y otros muchos.
Algunos fueron reconocidos después como héroes y cientos de ellos disponen de las llamadas «cartes de combatent», pero es justo decir que la guerrilla en Francia se ha mitificado mucha, tanto por los propios franceses como por los extranjeros, y «ni están todos los que son, ni son todos los que están». Cuando Francia fue liberada, lodos profesaban ser luchadores de la Resistencia, incluso quienes habían chaqueteado con el invasor. De ser cierta tanta combatividad, la ocupación no hubiera durado ni unas semanas. Es sabido que muchos de los «resistentes», franceses y de otras nacionalidades, incluida la española, se adhirieron al movimiento en las últimas semanas. Algunos autores de libros sobre la Resistencia llegan a dar cifras muy exageradas, incluso la de elevar hasta 50 000 el número de guerrilleros españoles.
Estudios más profundos, como los realizados por Carrasco, Tuñón de Lara, Pons Prades o Sanz dejan claro que los españoles que lucharon contra los alemanes en la Resistencia no fueron más de unos 10 000, y bastantes llegados a última hora. A ellos hay que unir los del Ejército Regular Francés, especialmente los que en la liberación iban en la División Leclerc, que habían sido los primeros en entrar en París llevando sus carros de combate rotulados con nombres como «Teruel», «Guadalajara», «Belchite» y otros.
Por tanto, al ser liberada Francia en agosto de 1944, una importante fuerza guerrillera española, el maquis, en paralelo a una organización política, Unión Nacional, domina el sur de Francia y tiene sus ojos puestos en España. Tres son los elementos básicos:
—una idea de fondo que le da fuerza moral y legitimidad: la Guerra Civil española no ha terminado. Ellos son soldados en la República, y la contienda mundial ha sido una continuación del conflicto español.
—una organización política, la Unión Nacional, que aporta la doctrina, la estrategia y la organización.
—y un brazo armado, la Agrupación de Guerrilleros Españoles, que debe ser el ejecutor de aquella política.
Desde el momento en que se exiliaron, muchos dirigentes políticos y jefes militares republicanos tenían en su mente un objetivo final: la reconquista de España. Ahora creían tener los medios para conseguirlo.