El señor Flint
Llegar.
Es lo que le obsesiona, lo único que tiene sentido para él.
El señor Flint no era nadie especialmente importante en la vida llamada real. No era Oswald Morpurgo ni Kenzo Yahura. Había sido profesor de música barroca en una universidad de prestigio, pero los hubo mejores. Pagaba sus impuestos, no tenía perro, apenas había cometido infracciones de tráfico. De esa clase de hombres grises inmersos en la borrosa zona de la media estadística. Ni egoísta, ni humilde, ni malvado ni bondadoso. Soltero, solitario, pacífico.
El señor Morgan Flint es uno de tantos.
Y he aquí la paradoja: a estas alturas, el señor Flint ha asesinado a Oswald Morpurgo y a Kenzo Yahura, entre otros; ha usado a hombres, mujeres y niños en real como Instrumentos más allá de cualquier límite; ha secuestrado a una niña; ha burlado la seguridad de la empresa más poderosa del mundo; y se dispone a hacer lo Más Importante de Todo en la historia de la humanidad. «Morgie es una caja de sorpresas», diría Jeff Daniels. Y ¿todo para qué? Para conseguir una sola cosa, cumplir un único deseo.
Llegar. Como fue profetizado.
El pequeño vagón del monorraíl se detuvo automáticamente al final del trayecto, tras recorrer quince kilómetros de túnel entre segmentos de luz y oscuridad. El faro en su morro delantero era un ojo de cíclope abierto en la tiniebla.
Sentado tras los mandos Morgan Flint no hizo ademán de apagarlo, y ni siquiera se movió. La pantalla de su consola portátil atada a su cintura le bañaba los rasgos de azul. Frente a él la enorme compuerta acorazada del final del túnel. He llegado. O no.
Volvió la cabeza. En el asiento contiguo estaba la niña. Su pantalla también se hallaba encendida. Había sido buena idea conectarla durante el viaje: eso la preparaba en cierto modo para los acontecimientos. Aunque, tras la muerte de Misaki, ninguna música que Flint había tocado en ella había logrado calmarla por completo. Rígida, jadeante, parecía a punto de estallar en llanto.
No importaba. Nada importaba ya. La niña no sobreviviría, por supuesto, pero ya no era necesario disimular ante ella. Estaba, por fin, en el lugar indicado y el momento correcto. El personaje de la niña era una llave de un solo uso, de lo cual solo eran culpables el destino y la grandiosa música de Bach, no él.
Demasiado tarde para todos.
Abrió la portezuela que daba al andén y un aire cálido con olor a metal lo envolvió. Se bajó y contempló el panorama.
El túnel era una colosal obra de ingeniería, como todo el SuperSQUID. Horadaba el subsuelo en línea recta como una vía de metro desde Mount Valley hasta la zona del gran magnetómetro, y contaba con dos vagones de monorraíl que podían desplazar un equipo de seis personas cada uno. Aunque casi nunca había tanta gente allí metida. La supervisión del túnel se efectuaba en virtual, por lo que todo aquello tenía cierto aire de abandono. Como los pasadizos de una mina que hubiese permanecido inactiva largo tiempo. El objetivo principal del túnel —trasladar la materia extraña con seguridad hasta el emplazamiento del magnetómetro— ya se había cumplido, y ahora su uso se limitaba a puras revisiones de mantenimiento.
Desde el andén, una escalera metálica ascendía hasta una compuerta a un lado de la cámara. Otra escalera lo hacía hacia otra compuerta simétrica en el lado opuesto. Eran las dos únicas entradas.
Con la expresión del ladrón experto que se enfrenta a la combinación final de la caja fuerte, Flint avanzó hacia la escalera de su andén y la subió hasta llegar a la compuerta. No mostraba ninguna cerradura, solo un visor de luces rojas parpadeantes. Respiró hondo. Tenía la boca seca. Sabía que tras la hoja de metal se hallaba el santuario del SuperSQUID, en el cual accedería al core. En circunstancias normales el simple intento de abrirla habría disparado todas las alarmas, pero Yahura las había anulado, y, a través del Clan, había sobornado a aquellos que podían percatarse de ello. Flint sería invisible durante una hora: tiempo suficiente.
Usar la ambición de Yahura en su beneficio había sido una de sus mejores ideas.
Tomó aire como si fuese a sumergirse y bajó los ojos a la pantalla. Se introdujo en el Canon y lo trasladó a la réplica virtual del lugar donde se encontraba. A un paso del SuperSQUID. Hábilmente, abrió los Teclados del Canon y colocó la plantilla de El arte de la fuga, Contrapunto I. Sabía que las piezas de la última gran obra teórica de Bach eran las puntas de lanza necesarias, las ganzúas que le harían penetrar hasta el final. Colocando las manos del Canon en la baranda tal como las suyas en real, examinó la compuerta virtual. Sintió la brusca tentación de traspasarla en ambas vidas como un fantasma. Le costó esfuerzo comprender que no podía. Seguía siendo mortal y falible, una materia real, un mamífero consumido por los años, no el Ángel.
No soy el Canon, se repitió.
Era difícil hallarse en aquella envoltura de música total y no creer que el poder absoluto fluía también de su propio cuerpo. Como despeñarte por una cascada y pensar que formas parte del agua torrencial, que también puedes derramarte sobre lo que hay debajo y fluir con líquida libertad acotado por tu propio cauce.
Con rapidez, inició los compases del Contrapunto I en los Teclados.
Flint no era buen Instrumento de sí mismo. A diferencia de Julia Palmer, la exquisita criatura fabricada por su colega Ryan Palmer, no tenía talento para ser tocado. Pero con el Canon no se necesitaba un talento especial. Sus Teclados eran complejos pero se abrían con nitidez, sin esfuerzo. Flint solo debía concentrarse en ejecutar bien.
Una luz verde destelló en la compuerta virtual. Instantes después el zumbido hizo que apartara la vista de la pantalla y regresara a su propio cuerpo. El visor de la compuerta real destellaba en verde. El acceso en ambas vidas estaba garantizado.
Se hundió en el Canon y lo hizo moverse a través de la compuerta con pasos de ballet. Más allá, calor y claridad cegadora bajo un manto de cielo azul. Un largo paseo de piedra con un pretil a ambos lados. Frente a este, el zafiro del mar en un precioso día de verano. Flint protegió los ojos del Canon con un filtro a modo de gafas oscuras. Quedó un instante mirando aquello. No había nadie. A lo lejos, colinas con palmeras. Rocas rociadas de espuma. La brisa salada removiendo el cabello del Canon, esbelta bañista solitaria. Todo invitaba a relajarse, pero Flint sabía que era engañoso.
El core —lo sabía— tenía que estar allí, en algún punto del océano.
Se acercó al pretil y se recostó en él. Dejó que la brisa marina lo acariciara con sus melosos sonidos. Percibía algo. Una trampa. Pero ¿qué?
De súbito una sombra cubrió el sol.
De pie junto al Canon había un tipo barbudo con camisa hawaiana y bermudas. Flint se dio cuenta de que era una versión en caricatura de Alan Neumeister, incluso con sus gafas. Sostenía un cóctel rosado en la mano derecha con una pajita y un agitador.
—Hum —rezongó el BOT y lanzó su cháchara grabada—. No es que no estés buena, tía, que lo estás, un huevo de buena, pero… —Le dio un sorbo a la bebida, se ajustó las gafas—. Es que estás en una zona, cómo te diría, «Core-sensible», si te van los términos informáticos… Cualquier modificación más allá de esta postal puede producir efectos que te cagas en el sistema… En pocas palabras, ¿por qué no te dedicas a incordiar en tu propio Windows y dejas esto para los entendidos? Considéralo el único aviso. —Flint no se molestó en responder. Sabía que, mientras soltaba aquella verborrea, el BOT escaneaba al intruso evaluando su potencial peligro musimático. Imaginó el resultado. El Canon contenía todo Bach, lo cual equivalía a ser una cerilla en un almacén de explosivos lleno de gas inflamable. En cuanto fuese identificado, el sistema reaccionaría. Y ello ocurrió incluso antes de lo que había previsto—. Uau. Espera un momento, tía… —El BOT puso la cara de un ricachón al pillar a su mujer con el chófer—. ¿Qué eres…? ¿Wonder Woman? ¿De qué estás hecha?
—De todo —dijo Flint a través de la sonrisa del Canon.
Inesperadamente, el BOT le arrojó el contenido del cóctel. Pero no era un líquido, o al menos no sonaba como tal al saltar trazando una parábola de gotas. Flint reconoció el Presto de la Partita en si menor para violín solo. Bajo aquel bellísimo piar ascendente y descendente el Canon recibió un empujón y Flint notó el golpe en sus propios riñones aunque la caída fue solo virtual. Las notas del violín le escocían los ojos.
—Nivel tres, máximo riesgo, procedimiento extremo… —oía recitar al BOT—. Tienes diez segundos para desconectar o recibir un baneo reavir… —El tono de Neumeister se asemejó al del leguleyo obsequioso ante su cliente condenado a muerte—. Ello significa, lamento decirte, que tu cuerpo de desplegable de Playboy será reducido a un polvillo que podría caber en una bolsita de azúcar… Y la mala noticia es que, en real, seas o no reavir multisén, vas a sufrir una descarga de adrenalina tal que… Bueno, tendrás todas las papeletas para que algo importante te estalle o se obstruya provocándote cualquier cosa. Las posibilidades son: ciego, impotente, idiota, muerto o republicano. Quizá no en ese orden, o todas a la vez. Tu turno. Nueve… Ocho…
Diez segundos, tiempo de sobra. Solo debía calmarse. Ya le había advertido Yahura que las barreras virtuales del core se activarían. El primer ataque le había cogido por sorpresa, pero eso no iba a volver a sucederle. Puso en pie al Canon. Eligió también la Partita en si menor, colocó la plantilla en los Teclados del pretil.
—Eh, Miss Mundo —dijo el BOT—. ¿Qué intentas? Hasta ahora no he querido hacerte daño, pero…
—No me lo vas a hacer. —El Canon sonrió—. Y soy Miss Universo.
Bajó los brazos y tocó la Courante. Ondas como afilados paréntesis acuchillaron la roca a velocidades cuasi lumínicas, alzándose al espacio. Hubo un estallido de bits y otra explosión a modo de retroceso, pero esta vez Flint guardó el equilibrio. Sin embargo, la fuerza de la danza, superior a lo que esperaba, se abatió sobre el área arrancando raíces y tierra, haciendo estallar nubes como confeti, rizando el agua con un peine de espuma y chirriando como la Uña de Dios sobre la Gran Pizarra Cósmica o como
un virtuosístico holocausto nuclear
tras el Concierto, silencio.
Flint cerró los ojos porque estaba enloqueciendo con los billones de dígitos sueltos que su ataque había producido, músicas embistiendo a otras en una pirotecnia de símbolos. Estuvo un rato confuso hasta que al fin logró ver con nitidez. Al sacudir la cabellera del Canon cayeron pizzicati como gotas. Pasó las manos por sus costados, examinándolo. ¿Daños? ¿Desperfectos? No. El Canon, naturalmente, estaba entero.
El resto no tanto.
—Dios —dijo Flint.
En un radio de casi un kilómetro a su alrededor no había agua, ni vegetación, ni sol, únicamente una zona de sombras irregulares junto a desperdicios de nubes y luz.
Y un mensaje panorámico que abarcaba el horizonte.
AVISO IMPORTANTE: PELIGRO
La eliminación, copia, o alteración del contenido de este
land puede dañar la estructura, función y/o capacidad del
sistema…
El core, pensó.
Ahora solo tenía que avanzar en real. Pero antes…
Abandonó allí a su Ángel Exterminador y regresó a la oscuridad fría de su cuerpo y del túnel. Bajó la escalera y retornó al vagón.
—Vamos —le dijo a la niña.
Belén le dirigió una mirada aterrada y a la vez desafiante.
—No quiero… ¡La has matado! —Sus gritos creaban ecos en el túnel.
Flint sabía que estaba impresionada desde que había visto a Misaki caer presa de aquellas convulsiones. En realidad, a él también le había atemorizado lo sucedido. Su intención solo había sido cambiar de personaje para evitar el ataque de Tahiro. Pero, al hacerlo así, su Ángel se había defendido de forma automática.
No se atrevía a imaginar qué había sucedido con el Tahiro y el Yahura reales. Quizá habían reventado por dentro y los pedazos colgaban ahora de la Torre de Tokio. O puede que los hubiese vuelto del revés, como guantes, sentados ante sus consolas con las vísceras fuera, lengua y ojos como muelles interiores, desollados por la ignición dorada. A quien sí había visto era a la Misaki real, luego de que aquel ciclón destrozara a Edna: ojos en blanco, nariz goteando en negro, la columna vertebral quebrada… El ruido producido al romperse la espalda era algo que aún helaba la sangre a Flint.
El señor Flint no tenía nada contra Misaki. Antes le había disparado por orden de Yahura, y si ella no lo hubiese delatado revelando que se había apropiado de una copia del Canon al replicar al personaje de Oswald, habría esperado hasta entrar en el SuperSQUID para liquidar a Yahura y a Tahiro. El resultado habría sido el mismo, Misaki solo lo había apresurado.
Flint no era un asesino. Que la historia lo juzgue como quiera: él lo sabía. Solo estaba cumpliendo su destino. Desde niño comprendió cuál era ese destino.
Llegar.
No le había costado mucho jugar frente a grandes oponentes y derrotarlos a todos: era lo que había hecho, una y otra vez, desde el principio de los tiempos. Mirando a la niña en el vagón pensó en ello: Ryan Palmer, Oswald, Yahura, Misaki… Todos peldaños que subir, piezas que sacrificar en aras de… La Reina. El peón pasado que llega a la última hilera y se corona. Reina Blanca.
Y ahora debía convencer a su Alicia de saltar con él al enorme Agujero. El Agujero que los devoraría a ambos y consumaría aquel Ciclo.
—Belén, yo no quería hacerle daño a Misaki —murmuró, y en parte era cierto.
—¡Me das miedo! —La niña se acurrucaba contra la portezuela del vagón.
Flint sonrió débilmente.
—Yo también tengo miedo, Belén. Pero hoy vamos a hacer tú y yo algo muy importante. Lo Más Importante de Todo, ¿lo sabías? Estos últimos días han sido «Los Más Importantes de Todos», y el Cuarto Día está a punto de acabar. Y cuando acabe, vendrá un nuevo mundo. Y lo habremos creado tú y yo. —Esperó a que las extrañas palabras calaran en la niña. Pero al ver su expresión se le ocurrió otra cosa—. Y tú… Tú ya lo sabes, ¿verdad? También lo recuerdas. ¿Lo has soñado? —No resultaba tan extraño, después de todo. Cada ser humano, en mayor o menor medida, poseía ciertos recuerdos, y la protagonista de la Cuarta Señal no iba a ser una excepción.
—Son pesadillas… —Belén tomó aire para reprimir el llanto—. El doctor Mecenas dice que no son reales… Veo este túnel… y a alguien que me lleva del brazo…
—No son pesadillas, Belén. Es lo que hemos hecho tú y yo siempre. Y lo que vamos a hacer de nuevo. —Ella empezó a negar con la cabeza, pero Flint la interrumpió—. Además, hay otra razón por la tienes que venir conmigo. Allí —señaló la compuerta— vas a encontrar a tu madre.
Las palabras dieron en el blanco. Belén cambió de expresión.
—No es verdad… Me estás mintiendo. Mamá no está aquí. Está lejos.
—No, Belén: te lo aseguro. Allí dentro vas a ver a tu madre y a Jaime.