21:47 h

Misaki

Abrió los ojos, vio nieve. Dolor en la sien izquierda. Como si la taladrasen con un escoplo (cada golpe un latido de luz). Los cerró. Volvió a abrirlos y vio sangre. Bueno, sangre, se dijo. La sangre que podía verse nunca era el problema. Esa era la clase de sangre que asustaba a los niños. La que importaba era la invisible, el resultado de sustraer el total de la cantidad perdida.

Se notaba débil y sedienta, pero capaz de valerse por sí misma. Lanzando un gruñido se incorporó.

Contempló a Morpurgo.

Tirado con un guiñapo sobre un sillón lujoso, con un batín manchado de esa «sangre-que-no-importa». La Glock entre sus piernas como unos genitales postizos. El recuerdo surgió súbito, como deslumbrándola.

El viejo.

Había matado a Morpurgo, y había querido matarla a ella. Los había engañado.

Varias piezas encajaron formando una figura completa, pero no era el momento de meditar en aquella figura. Las acciones siempre tenían prioridad ante los pensamientos. Se puso en pie, tambaleante, y el mareo casi la hizo vomitar. Había un largo espejo iluminado junto a una especie de pequeño bar minimalista. Fue hacia allí.

La herida en la sien era algo más que un rasguño, pero la bala solo había rozado su cráneo. El viejo no sabía disparar, y pese a la corta distancia y al factor sorpresa, el pulso al final le había fallado. ¿Por qué no la había rematado en el suelo? ¿Compasión?

No. Me creyó muerta.

Pero eso parecía improbable, porque, mientras trazaban planes antes de que se produjera la Cuarta Señal, Flint había activado una opción mediante la cual seguía percibiendo a Edna aunque Misaki estuviese dormida o inconsciente. Solo si Misaki moría Edna desaparecía del todo. ¿Por qué había creído que estaba muerta?

No pienses. La gente común cree que el pensamiento es rápido y la acción lenta. Por eso la gente común es asesinada todos los días.

Entrenamiento. Soportar. Dureza. Aguantar. Su vida se apoyaba en pilares básicos. Como en un potro de tortura: una vuelta más de cuerda, un esfuerzo más.

Ya daría con la solución de aquel enigma. Ahora tenía cosas que hacer. Lo primero, vestirse. Estaba casi desnuda, debido a los ejercicios para crear la copia de OM.

Tomó sus pantalones, top y zapatos. Luego cogió la Glock del regazo de Morpurgo. El viejo la había dejado allí, sin duda, para crear una pista falsa. Recordó que el BOT fabricado por Flint y ella podía disuadir a cualquiera de entrar en el despacho, pero, en el caso improbable pero posible de que alguien entrara, la presencia del arma en manos de Morpurgo provocaría confusión. Lo cual haría que Flint ganara tiempo.

Y solo había algo esa noche en lo que el tiempo jugara un papel primordial.

Misaki miró la hora: casi las diez. Una hora.

Una hora antes de que el código del core cambiase, igualándose con el del personaje de la niña. Si Flint la usaba para acceder al core, la niña no sobreviviría.

Tiempo de sobra o escasísimo, dependiendo de lo que decidiera. Porque llegaba el momento de detenerse un instante a pensar.

Dar la alarma era absurdo. Hubiese sido lo aconsejable de haber tenido acceso a todo el sistema de Mount Valley. Pero en aquellas circunstancias, alertar a los guardias (que a esas horas eran los únicos empleados de la sede que podían hacer algo) era desperdiciar preciosos minutos en explicaciones mientras el viejo llevaba a la niña al SuperSQUID a través del túnel subterráneo. Dentro del Kraken el viejo podría atrincherarse con facilidad, por no mencionar que, con la niña en su poder, no iba a constituir un blanco sencillo aunque actuase solo. Lo cual Misaki dudaba.

Alguien le ayuda. Pero ¿quién?

Conocía al viejo, al menos sus capacidades (estaba claro que no su lealtad), y no creía ni por asomo que hubiese emprendido aquella hazaña en solitario. Él era la pieza clave para realizar la tarea en real, pero contaba con respaldo.

Y solo hay alguien que podría respaldarlo, pero

La pantalla cinematográfica de la Neo-Schnitger de Morpurgo seguía encendida. A través de sus nanosensores, sin necesidad de conectarse, Misaki abrió el canal de noticias seleccionadas de última hora. La encontró de inmediato: el célebre financiero Kenzo Yahura se había suicidado en su despacho del rascacielos Yahura.

No le sorprendió. El Examen de Conciencia era una prueba bochornosa. Sabía que su padre preferiría acabar con su vida antes que permitir que el Clan rastrease su intimidad. Ese concepto particular del honor era lo que quedaba de valioso en aquella carcasa podrida de ambición y poder. Todos los padres malos acaban muriendo. No se sintió feliz ni triste con la noticia, solo cansada. Pero, si no era Yahura, ¿quién ayudaba al viejo entonces? Huizicha Tahiro, quizá. En todo caso, alguien lo bastante poderoso para proteger a Flint hasta que llegase al Kraken.

Tenía que detenerlo ella sola. No por ÓRGANO ni el mundo: por la niña.

Preparó a Edna en virtual, la levantó y la vistió. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de algo. Edna había sido resucitada en el viaje en avión por Flint.

Resucitada.

Comprendió de repente por qué el viejo la había creído muerta. Soy otra. La versión original de Edna murió. Yo misma la destruí cuando Hyp Grost me atacaba en la casa de Madrid. Flint la había resucitado con el motete Cantemos al Señor un cántico nuevo, pero Misaki sabía que existía un pequeño porcentaje de dígitos distintos en el código del personaje resucitado. Era como si hubiese nacido un clon nuevo de Edna con un trozo mutado de su ADN original. Ello no daría necesariamente lugar a una Edna completamente distinta, pero sí a una Edna algo distinta. Ningún objeto musima automático programado para el código original funcionaría en la nueva Edna.

Dedujo que ello le otorgaba, en principio, cierta ventaja. Flint no esperaría que ella estuviese viva, y sus primeros ataques automáticos no la afectarían, ni las defensas y los detectores tampoco. Sin embargo, su propósito no era tanto detener a Flint como salvar a la niña. Belén le recordaba los únicos momentos felices de su vida, junto a Lee Dodds, cuando ambas eran niñas. Pese a lo que luego supe, pensó.

Conserva a su prima Lee perfecta en su recuerdo.

Una adolescente entrenada junto a Misaki en los sótanos del primer centro clandestino reavir en el que su padre pretendía formar una especie de ejército de expertos en ambos mundos. Puede describir el cuerpo de Lee casi mejor de lo que puede hacer con el suyo; sus facciones, mezcla de oriental y occidental como una frase indecisa en su conclusión. Puede contemplar a Lilu, el personaje de Lee, materializado ante sus ojos: el mismo pálido semblante, la figura muscular. Puede verse luchando contra ella en virtual, controlando a Edna al milímetro para no dejarse derrotar en una simple pelea «deportiva» mientras soportaban la vibración del motete El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad BWV 226, que en verdad incrementaba la resistencia con el fluir de sus voces.

No son simples recuerdos. Hay detalles. El brillo de la arena de la playa de Okinawa donde pasaron un verano, el cuerpo de su prima tendido en la arena como las propias dunas (una imagen del sol despuntando en sus pechos visto desde su perspectiva, acostada junto a ella). Aún atesora el aroma de las flores durante el ascenso que hicieron juntas al monte Takao. ¿Cómo hubiese podido ella soportar su vida sin Lee?

Lee y Misaki habían sido compañeras de juego en la infancia. Pero Misaki consideraba que ya entonces se habían amado. La prueba era aquel corazón. El día del undécimo cumpleaños de Misaki, agasajada por los directivos y amigos de la familia (nunca demasiado por sus padres, pues Yahura consideraba tales celebraciones un exceso occidental), Lee se le había acercado con una cajita donde se hallaba aquel corazón de metal labrado con los nombres de ambas.

—Esto es para que nunca, nunca nos olvidemos la una de la otra —le había dicho.

Ella aceptó emocionada el regalo con una reverencia.

A lo largo de los años aquel corazón había colgado de su cuello. Siempre latiendo frío en su garganta. Y aún seguía allí cuando su honorable padre le exigió la Prueba Final. Fue como el momento de su graduación.

—Eres pionera del grupo de Instrumentos reavir que defenderán nuestros intereses en el mundo, Misaki —le dijo Yahura—. Pero llega el tiempo en el que no solo debe probarse la capacidad, que has demostrado de sobra, sino, más importante aún, la lealtad.

Puede recitar de memoria todas y cada una de las palabras que su padre le dijo. Puede verse a sí misma mirando a Lee durante el último ejercicio que realizaron juntas, separar como en planos cada escena del instante en que tomó el arma (justo así, como ahora aferra en real la Glock) y disparaba sobre su prima (sin que el pulso me temblara, papá) dos balas, una en el pecho (para matar primero tu corazón, Lee, amada mía, y que no sintieras el inmenso dolor que me corresponde sentir del todo a mí), otra en la cabeza, para cumplir fielmente con la Prueba de Lealtad.

Aun entonces creía lo que su padre le decía: que Lee debía morir. El padre de Lee, Robert Dodds, había sido acusado de apropiarse de fondos de la empresa, y su honorable padre había decidido cortar hasta la última rama que aún mezclaba la savia milenaria de los Yahura con aquel advenedizo. Además, aunque Lee se había formado también como reavir, no era tan buena como Misaki. La Prueba de Lealtad constituyó otra forma de eliminar las hojas inútiles del árbol familiar. Ella había obedecido.

Y ni siquiera entonces había odiado a su padre.

El odio había comenzado cuando supo la verdad.

Desde ese momento, el corazón de metal había colgado de su muñeca derecha, y solo si no temblaba Misaki se veía capaz de volver a matar.

Esto es para que nunca, nunca nos olvidemos.

Misaki abrió el mapa de la zona virtual y lo contempló con los ojos de Edna mientras bajaba en ascensor.

Había supuesto que Flint estaría conectado mientras avanzaba hacia el túnel en ambas vidas, y no se equivocaba: de inmediato encontró el punto que señalaba su presencia. Había decidido adelantarse y tenderle una emboscada.

El área de acceso al túnel, en los sótanos de Mount Valley, era restringida, pero ella seguía poseyendo el pase virtual a todo el complejo, creado para entrar en el despacho de Morpurgo. El reconocimiento dactilar le franqueó la puerta a un largo corredor metálico. Estaba vacío. Durante la construcción del gran magnetómetro había conocido días de frenética actividad, con equipos de técnicos probando materiales antes de trasladarlos una decena de kilómetros al norte hasta el terreno del SuperSQUID, al sur del desierto de Mojave. Ahora se usaba sobre todo como almacén de piezas de reemplazo. Pero era la vía correcta para acceder al túnel, y Misaki había tomado un atajo.

La niña. Ante todo.

De repente oyó voces. Quedaban todavía algunos metros para llegar a la escalerilla por la que tendría que bajar Flint, pero de alguna forma los espacios huecos transmitían una versión algodonosa de las palabras. Misaki reconoció la voz de Flint.

—Cuidado aquí… Espera, pisa donde yo lo hago, Belén…

Se detuvo con la Glock entre las manos. En un área iluminada del pasillo, cruzada por cables y tuberías, podía verse una escalerilla adosada a la pared que conducía hacia una trampilla abierta. Es un Virtuoso de enorme poder, pero en real está casi tan indefenso como la niña, se recordó a sí misma. Morgan Flint no pasaba de ser un profesor universitario retirado que carecía de puntería para encajar una bala en la frente a quemarropa. Era temible en el juego, sí, pero en real ella era la temible.

Solo necesito que mi corazón no tiemble.

Las pisadas metálicas se acercaban cada vez más. Por supuesto, el viejo bajó los últimos peldaños de espaldas a Misaki, tal como ella esperaba. Lo hacía con dificultad, debido a que cobijaba a la niña bajo su cuerpo, así como la consola portátil atada a su cintura. Misaki apoyó el cañón en su nuca.

—Dé la vuelta despacio, profesor.

Hubo un silencio breve pero denso.

—Oh, Misaki… —El viejo seguía de espaldas, pero aun así ella supo que sonreía—. Claro, cuando te resucité, tu código cambió ligeramente… No se puede estar en todo.

—Se equivoca: tendría que haber vivido mi vida para saber que se puede estar en todo. Gire despacio y deme a la niña. —La cabeza le latía con un dolor sordo—. Sé que puede tocar en Edna con rapidez, pero no olvide que estoy entrenada para reaccionar en ambas vidas y una música nunca es más rápida que un dedo en real.

—Lo que estás haciendo, ya lo sabes, es un error —dijo el viejo obedeciendo la mitad de la orden, pero manteniendo a la niña entre sus brazos.

—No será el primero ni el último que cometa.

—Por supuesto que será el último —dijo Flint, y Misaki vio, a través de Edna, que su personaje quedaba en «Pausa», casi como una señal de bandera blanca—. Pero no pensaba tocar en ti. No soy tu principal enemigo, nunca lo he sido. Me ordenaron matarte.

—Ya sabía que trabajaba para otros.

—Y tú, ¿para quién trabajas?

—Estoy en paro. —Misaki sonrió por primera vez—. Para siempre.

—¿Por qué haces esto entonces? ¿Quieres vengarte de mí por haberte mentido?

—No. Y no me haga repetirlo, profesor: deme a la niña.

A la exigua luz del corredor Misaki podía ver el inexpresivo rostro de la pequeña bajo la diadema encendida. La mantiene en trance con alguna música. Llevaba una consola atada a la cintura, como Flint. Semejaban un abuelo y su nieta compartiendo alguna clase de diversión tecnológica en un parque temático.

Mientras apuntaba al viejo, Misaki pensaba algo. Era curioso —trágico si no fuese a la vez cómico— que el profesor, que tanto la había ayudado a conocer las falsedades que la rodeaban, resultara ser también falso. Se preguntó si las vidas de los demás serían iguales. ¿Cada ser humano dormía seguro creyendo distinguir sueño de realidad, decorado de paisaje natural, amor verdadero de fingido? Pobres ilusos. Tendrían que ser reavir. Deberían experimentar dobles percepciones, incluso opuestas, y luego juzgar. De esa forma, si alguien muy honesto los engañaba, podrían seguir avanzando sin pestañear. Porque un solo amor falso no podía dañarte las dos vidas.

—La niña… —Flint sacudió la cabeza, asombrado—. ¿Lo haces por ella?

—A usted no le importa por qué lo hago.

—Me importa en la medida en que estás impidiéndome realizar Lo Más Importante de Todo, ¿lo sabías? La tarea Más Importante de la historia humana.

—Lo más importante de todo, aquí, ahora, es esa niña. Démela, profesor. No voy a repetirlo. —El corazón de metal destellaba al agitarse bajo las luces amarillentas.

—No vas a disparar, Misaki —susurró Flint—. Estás temblando. Te conozco.

El ataque, inesperado, golpeó en los Teclados de Edna haciendo que cayese al suelo. Una telaraña de cuerdas apretadas la ceñía. Reconoció el motete No dejaré que te marches, 159. En real aquellas cuerdas estimularon sus nanosensores hasta que un dolor salvaje se apoderó de ella, pero Misaki no cayó ni soltó la pistola.

—Como siempre, Misaki, la única engañada eres tú —dijo una voz conocida.

No le sorprendió ver al personaje de Huizicha Tahiro de pie ante Edna, bien trajeado, con su pelo gris perfecto y sus gafas de sol. Había estado esperando que el gran Virtuoso y el viejo colaborasen. Lo que le heló la sangre fue la persona que apareció junto a Tahiro, de la cual procedía aquella voz.

—No puedes… ser tú… —dijo—. ¿Quién te está manejando?

El personaje de su padre esbozó una triste sonrisa.

—Una pregunta curiosa, hecha por alguien que ha sido manejada durante toda su vida. Lo cierto es que no estoy muerto, Misaki. Fue fácil trucar el Examen ante el Clan con ayuda de Tahiro. Y ello me ha proporcionado la mejor coartada para esta noche. Cuando controlemos el core de ÓRGANO, ¿quién podrá culpar a un muerto? Pero tampoco culpes al profesor Flint: yo le ordené matarte. Fue su Prueba de Lealtad.

Con la punta del pie Yahura dio la vuelta a Edna en el suelo. Pero ella sonreía.

—Hay algo que quiero decirte, honorable padre —dijo Misaki a través de Edna—. En real aún apunto a Flint. Y voy a matarlo. ¿Cómo seguiréis adelante sin él?

—Es cierto —dijo Flint quitando la «Pausa»—. Misaki continúa apuntándome.

—No lo hará por mucho tiempo —anunció Tahiro.

Le pareció que su cintura se rasgaba. El dolor era insoportable.

Aguantar. Resistir. El corazón de metal bailaba frenéticamente.

—Bravo —aplaudió su padre—. Así que, al parecer, estamos empatados. Nosotros vamos a matarte en ambas vidas, pero quizá no lo hagamos a tiempo de impedir que tú liquides a nuestro único contacto en Mount Valley, estropeando todo el plan… Esa voluntad me hace sentir orgulloso, Misaki. Y tu odio. A fin de cuentas, nunca esperé que te convirtieras en otra cosa que en un monstruo de odio. Pero hay algo que aún no comprendo. Sé que cuando te envié a Oxford a espiar al profesor, poco antes de que él y yo decidiéramos unirnos y trazar este plan en secreto, Flint tocó en ti y te dijo la verdad: que los recuerdos de Lee eran casi todos virtuales, incluyendo el hecho de que la «mataras». Sé que fue entonces cuando recordaste que tu prima Lee murió de niña debido a una malformación en las arterias del cerebro. A ti te impactó mucho porque erais muy amigas, y además la perdiste poco después de, creo, tu décimo cumpleaños… —Mi undécimo cumpleaños, quiso corregirlo ella (porque el regalo de aquel corazón sí había sido real, y a eso se aferraba desde siempre), pero el dolor de sus brazos rectos le impedía hablar. Pese a todo, seguía apuntando a Flint en real—. Fue, en verdad, una amistad curiosa la de tu prima y tú —continuó Yahura—. Tuve la idea de utilizar esa amistad para que poseyeras un consuelo a lo largo de tu difícil período de entrenamiento. Un amor con un hombre real, o incluso una mujer, hubiese estropeado tu formación. Y dejarte a solas, sin el placer de una compañía, también te habría perjudicado. Necesitaba pulirte al máximo, dotarte de todas las capacidades que un cuerpo reavir podía alcanzar, y para eso tenía que ofrecerte un afecto. Uno capaz de ser controlado en todo momento y eliminado cuando fuese oportuno. Así que Tahiro tocó en ti y te inventamos esa vida posterior con Lee. Te hicimos imaginar que te entrenabas con ella, y tu rendimiento mejoró en casi un cien por cien. Tu Prueba de Lealtad consistió, tan solo, en asesinar a un fantasma. Un espejismo. He ahí mi regalo. Debido a que eras mi hija, mi sangre, mi amor… —Yahura hizo una breve pausa y su rostro se endureció—. Debido a eso, te obligué a matar un sueño. Cuando el profesor Flint te lo reveló, pensé que me amarías más. Pero me odiaste. ¿Por qué? Es lo que quisiera saber. ¿Por qué me odiaste tanto cuando supiste que tus recuerdos de Lee Dodds habían sido falsos? ¿No hubiese sido el momento, entonces, de amarme más?

Necesitaba hablar. Aunque todo acabase para ella, allí, en aquel momento. Aunque no pudiese disparar (las cuerdas, ahora, apretaban las piernas de Edna, presionando para que Misaki se derrumbara). Necesitaba decir algo.

—Mi odio… no es… tu único error, padre. —Edna sonrió—. Sé que el profesor Flint tenía acceso a Mount Valley a través de Oswald Morpurgo… y por eso te aliaste con él… —Un nuevo tirón la hizo gemir. Pensó que quizá Tahiro acabaría arrancándole los brazos y entonces, solo entonces, la mano con que sostenía la Glock en real caería. Pero por el momento se mantenía firme (aunque el corazón temblaba más que nunca)—. Lo planeaste así para traicionar al Clan y… apoderarte del control de ÓRGANO…

—El Clan está compuesto por demasiada gente, Misaki —admitió Yahura—. El control del juego compartido con todos habría sido absurdo. No es lo mismo aliarse con, pongamos, una sola empresa puntera, que con veinte de ellas. Los Yahura queremos monopolizar. Y, en efecto, el profesor Flint y yo vamos a acceder hoy al core, aunque por distintas razones, pero con un terreno de intereses comunes. Tú fuiste solo una pieza más para nosotros. Durante el Examen, el Clan supo que en verdad me estabas traicionando, y ello les probó que yo no era un traidor. ¿Quién basaría su traición en la traición de su propia hija? Cierto que me he visto obligado a «suicidarme», pero cuando nos apoderemos de ÓRGANO podré permitirme resucitar. Un plan magistral, admítelo.

—Con… un solo fallo, padre… —Misaki luchaba por hablar a través de Edna—. Flint… no quiere el control de ÓRGANO… Va a entrar en el core para destruirlo todo… Tiene… una copia del Canon…

Tenemos una copia del Canon nosotros —corrigió Yahura.

—No… Él tiene otra… Lo supe cuando me tocó para copiar el personaje de Morpurgo. La obtuvo del propio Morpurgo. —Percibió el denso silencio. Flint miraba a los dos japoneses—. ¿No lo sabías, padre? Oh… Parece que Flint también te está usando a ti.

Las cabezas de Yahura y Tahiro giraron casi simultáneamente. Pero Flint fue más rápido. Un musima como Tahiro necesitaba tocar para lograr algo, y la música tiene su propia velocidad, su personal modo de transcurrir. Sin embargo, solo unas fracciones de segundo son suficientes para cambiar de personaje.

Para cuando Flint virtual fue literalmente desintegrado por Tahiro, los bits que componían su estructura fragmentados, Morgan Flint ya no estaba dentro de él. Se hallaba en el mismo lugar, alzando manos esbeltas y blanquísimas, respirando y expeliendo música, vibrando como un diapasón en todas las escalas, sintiendo el poder como una nueva clase de sangre dentro de un cuerpo que no podía ver, pero que resplandecía.

—Mi turno —dijo Flint en dirección al Intérprete japonés. Pero no era la voz de Flint virtual. Era la voz del Canon, el Ángel Exterminador.

Un ciclón pareció desatarse en el land. Huizicha Tahiro gritó antes de ser destruido, pero su grito fue absorbido por el estruendo. A miles de kilómetros de allí, en real, el corazón del jugador dejó de latir. Casi de inmediato Misaki notó que el dolor cesaba y podía mover de nuevo a Edna. En contrapartida, había perdido la pistola. La aparición del Canon había obrado a modo de explosión, y la colosal vibración había arrojado el cuerpo de Misaki hacia atrás. Pero no le importaba ya. Todo lo que le importaba era ver aquel torbellino acercándose. Y al personaje de Yahura, que gesticulaba para desconectar… En ese momento supo lo que tenía que hacer. Confiaba en que la niña escapara por sí sola, porque ella ya no iba a poder ayudarla más.

Con rapidez, renderizó su rifle Christian Müller en manos de Edna y alzó el cañón hacia Yahura. El rifle no podía matarle en virtual, pero tenía otra propiedad.

—Eh, papá.

Quizá fue aquella palabra, que no pronunciaba en tantos años, lo que hizo que Kenzo Yahura se interrumpiera y la mirase. No supo Misaki cómo se llamaba el coral de órgano que disparó. Sonaba hermoso a sus oídos, de cualquier modo, pero ni siquiera le preocupó leer la viñeta. Vio a su padre extender los brazos como crucificado en el aire, o como si deseara volar.

El disparo no lo mataba, solo paralizaba su personaje unos cuantos segundos, impidiéndole desconectar. No mucho tiempo, pero el necesario.

El necesario.

—¿Quieres oír la respuesta a tu pregunta de antes, padre? —dijo mientras el huracán avanzaba hacia ellos a través del espacio virtual, pausado, poderoso, como la música que lo componía—. No te odio porque Lee Dodds fuese un sueño y yo la matara… Lee no es un sueño: existe, está conmigo aquí, vive dentro de mí para siempre… Te odio porque la hija que tú creíste que te amaba…, ella sí es un sueño. Nunca existió. ¿Me oyes? ¡Soy Edna! ¿Y sabes qué, padre? Aquí, en virtual… no tengo corazón.

Los ojos virtuales de Yahura la reflejaron horrorizados una última vez antes de desmembrarse en aquella posición y estallar sumido en el caos. Porque todos los Padres malos acaban muertos. Tras él, el Canon era como una muralla de nubes, la cacofonía del Fin de los Tiempos. Misaki lo aguardó como Edna, sonriente, casi feliz, consciente de que, cuando el Canon la alcanzara, su corazón de metal no volvería a temblar.

Nunca más.