14:30 h

El señor Flint

Morgan Flint se pregunta si el pobre Oswald seguirá vivo en el interior de su cráneo, donde la cantata ha provocado una brutal descarga de transmisores químicos y la desconexión entre hemisferios en su cerebro real. ¿Con un lado seguirá pensando y con el otro respirando? ¿Uno chillará de terror mientras que el otro, sordo y ciego, morirá sin comprender cómo?

—Siempre has sido un hombre dividido, Oswald —comenta en voz alta, casi moralmente, y apaga la diadema con su personaje aún en la Placenta.

Nadie ha notado lo ocurrido, por ahora. Los incansables cancerberos musimas de Oswald tenían orden de dejarle a solas. Pero ahora viene una parte muy delicada.

En su reloj son las dos y media de la tarde. Con suerte dispone de una hora antes de que el joven Morpurgo comience a recibir llamadas que no podrá responder. Quizá (con algo más de suerte) transcurra otra más sin que los musimas que lo atienden capten que OM ha desaparecido de la Placenta. Entonces irán a ver qué ocurre o enviarán vigilantes en real. Y hasta podría ser que, tras hallar su cadáver con los sesos fritos, la conmoción les haga pensar en algún tipo de accidente, a los que el joven heredero era tan proclive debido a los experimentos musimáticos que realizaba. Haber borrado todo rastro de Shenna ayuda a esta última posibilidad. Incluso si alguien detectara a Shenna, es improbable que se la relacione con lo ocurrido. Equivaldría a suponer que una persona ha sido asesinada únicamente porque otra distinta ha muerto al mismo tiempo.

Improbable, pero, en ÓRGANO, aún posible.

Y Flint no desea dejar cabos sueltos. Menos hoy sábado, Cuarto Día.

Saca la Portable y pulsa una opción.

—Misaki —dice—. ¿Puedes venir a mi habitación un momento?

El señor Flint no puede evitar cierta melancolía ante la proximidad de la meta.

A escasas horas para que el Cuarto Día Más Importante llegue a su fin y con él toda su titánica tarea, la felicidad del señor Flint es inmensa, pero también hay cierta tristeza agridulce cuando mira hacia atrás. Porque, para alcanzar este punto, ha tenido que realizar muchos sacrificios, el menor de los cuales no ha sido eliminar a Oswald Morpurgo, su socio, dulce criatura de gran poder a quien era preciso barrer con cuidado.

Oswald era mortal con los Teclados y estaba lleno de defensas. Flint sabe que jamás lo habría podido dañar si no hubiese aceptado mostrarle a Shenna. Pero había contado con que Oswald accediese. ¿Por qué, si no, él le había ayudado a controlarla?

Pese a lo cual, aún guarda cariño y hasta respeto hacia Oswald. ¿Suena paradójico? La vida del señor Flint ha estado llena de paradojas desde que descubriera, quince años antes, cuando aún era profesor en real del Magdalen College de Oxford, que estaba dotado de un talento extraordinario para la musimática. Tocar en los Teclados de un objeto o de otro cuerpo con las manos virtuales no era como tocar un órgano real. Era mucho más complicado. Un buen Instrumento abría los Teclados de los que estaba compuesto su personaje con gran nitidez, pero a partir de ahí la labor de pulsar violines, flautas, trompetas y voces era del Intérprete. Un solo error y los efectos en el juego se perdían.

Mientras que en real el señor Flint apenas se defendía en el piano con piezas sencillas, en ÓRGANO tocaba una Pasión o una Misa en los cuerpos de grandes Instrumentos sin un solo error. En la época en la que él comenzaba, algunos de los Stradivarius ya existían —Jenny Chisholm, Chris Evans, Jill Cliffords—, otros como Hyp Grost, Iolande Dorsay o Julia Palmer aún no habían sido afinados y algunos como Beatrice Reece o Vic Anderson todavía no habían nacido en real. Tiempo de cambios en el que los dedos de los musimas recorrían gamas de escalas en los Teclados de otros para el placer. Pero Morgan Flint no era un hedonista miembro del Clan del Este. Había sido educado por su padre en los misterios y las maravillas de Bach. Había enseñado simbología musical barroca a sus alumnos del Magdalen. Tocaba en cuerpos para conocer.

Ahora, mientras aguarda a Misaki Yahura dando vueltas en su habitación de la segunda planta de Mount Valley, lo piensa. ¿Qué le ha enseñado ÓRGANO? ¿Qué lección fundamental ha aprendido del inquietante juego físico y mental? Que los seres humanos son también parte de la música. Modos de sonar. Objetos que pulsar. Tras las pantallas, la mayoría no se encuentran ni mucho menos así de expuestos, ofrecidos (salvo los reavir como Misaki), no son atletas oníricos o danzarinas exquisitas, sino hombres y mujeres comunes que fabrican belleza con sus pensamientos. Pero él los maneja.

Títeres irreales o no, él es uno de los grandes titiriteros.

Pese a ello, nadie piense que el señor Flint ha caído en las pegajosas redes, la miel empalagosa del placer puro que ha corroído no solo a la mayoría de Grandes Virtuosos (Grandes Viciosos, deberían llamarse, según Flint) sino también a no pocos Instrumentos, como su colega Ryan Palmer, ex profesor de música barroca en Londres y creador de Julia Palmer, un objeto finísimo y perturbador que Flint había preparado personalmente, uno de esos Instrumentos inconscientes que nacían de vez en cuando, capaz de vincularse a cualquier Teclado, que había acabado languideciendo en los sótanos reavir de Yahura. «ÓRGANO te lleva a la locura —le había dicho Ryan cierta vez—. Y es entonces cuando comprendes que no es mala, Morgie. La locura es lo mejor que puede sucedernos».

Pero el señor Flint no ha enloquecido. A pesar de lo que descubrió en el Área Sebastian, junto a Jeff Daniels y el Instrumento de Julia, años atrás.

A pesar de que, en el día y la hora previstos, su socio Daniels ardió en su casa en real y virtual sobre un sofá que ni siquiera quedó chamuscado.

En realidad, quizá el señor Flint sí se ha vuelto loco, después de todo.

Pero siendo solo él quien posee todas las claves, puede permitirse el lujo de creer que es el único cuerdo en una humanidad desquiciada.

La habitación del señor Flint en Mount Valley es sencilla, siguiendo el gusto minimalista de los Morpurgo. Ha estado en ella en dos ocasiones, desde que el uso de Julia Palmer le permitiese frecuentar a Oswald: pared lisa y gris sin adornos, otra pared acristalada, una cama, un baño y una gran Silbermann con opción multidiadema constituyen los elementos básicos. Las vistas dan a las casas de empleados de la comunidad de Mount Valley, así como al desierto del Mojave al norte, con la carretera que lleva al SuperSQUID. No es el paisaje más bello del mundo, pero al señor Flint le relaja esa planicie inmensa y civilizada bajo un cielo azul que el sol emblanquece.

En el momento en que llaman a su puerta se encuentra mirando hacia los confines, como si pudiera distinguir allí el acerado brillo del Kraken.

—Pasa, Misaki.

La japonesa se ha cambiado de ropa después del largo viaje del día anterior y la noche de relativo descanso. Lleva un top ajustado violeta oscuro atado a la nuca, pantalones ceñidos de piel y sandalias abiertas de tacón grueso. Su pelo corto recién lavado ondea con sus movimientos. La culata de una de las Glocks que arrebató a Ray y a Phil sobresale en una nalga. En su pétreo rostro no se aprecia relajación, pero sí algo semejante a la calma tras una tempestad. Sin embargo, este estado se esfuma en cuanto el señor Flint le habla, como si un nubarrón ensombreciera súbitamente sus facciones.

—Misaki, ha sucedido algo y necesito tu ayuda. Ante todo, ¿cómo está Belén?

—Descansa ahora —dice ella de pie en la puerta.

Él aprueba con un gesto. Misaki ha pasado la tarde anterior y la mañana del sábado con la niña. Su labor ha sido decisiva para tranquilizarla. Pero ahora ha de jugar otro papel igualmente crucial. Flint no tarda en explicárselo.

—Al señor Morpurgo le ha ocurrido algo. Probablemente lo peor. Ha sido al sacar a Shenna. Ya te dije que necesitaba verla para asegurarme de sus intenciones. Pero algo ocurrió, no sé bien qué. Shenna era una parte desgajada de su propia mente, y sospecho que el esfuerzo de extraerla ha sido excesivo. —Flint se sirve un poco de whisky de una botella junto a la Silbermann. Está temblando—. Necesito ir en real a su despacho.

Una sombra de duda atraviesa la pequeña luz de ojos rasgados.

—¿Por qué no avisamos a sus ayudantes?

El señor Flint sacude la cabeza y trata de controlar un tic bajo el párpado.

—Si ha ocurrido lo que sospecho y hacemos saltar las alarmas, este sitio se convertirá en un hervidero de periodistas en menos de una hora. Eso no nos conviene, porque esta noche tenemos que cuidar de la niña. Retrasar la noticia no va a perjudicar a nadie, y menos a él. En cambio, llenar Mount Valley de público es un riesgo, incluso teniendo en cuenta que el Clan ha fracasado.

—No sabemos si el Clan ha fracasado —puntualiza ella.

—Nos han llegado noticias. El Clan acusa a tu padre de haber llevado mal las cosas. Lo van a someter a un Examen de Conciencia hoy. Incluso aunque lo supere, quedará marginado para siempre, y su honor mancillado.

La última frase obra el efecto preciso, y Flint lo percibe. Todo en Misaki estaba dirigido a derrotar a su padre. Ese era su propósito, su objetivo. Una vez alcanzada la meta, los cordajes del odio flácidos, se halla sumida en cierto estupor. Le cuesta pensar. Flint la comprende: toda victoria lleva consigo el sabor agrio de la derrota de otros.

—Qué hacemos —dice ella.

—Usar a Edna. Quiero habilitar un acceso a su despacho real y fabricar una copia de su personaje para colocar en la Placenta y que nadie note su ausencia.

—Eso es imposible. Nadie puede entrar en la Placenta. Es zona inaccesible.

—Pero yo estoy dentro ya, Misaki. Mi plan es hacer una copia de OM a través de ti y guardarla en mi personaje para que renderice en la Placenta.

Ella lo piensa un poco.

—Es complicado.

Oratorio de Navidad.

—Lo sé. —Ella sigue mirando sin expresión—. ¿Y si aún está vivo? —pregunta.

Es una posibilidad, piensa el señor Flint. Apura el vaso, lo deja. Aún tiembla.

—En tal caso, por supuesto, conseguiremos ayuda. Pero con discreción.

—Quizá ya lo hayan encontrado.

—No. Ordenó que nadie lo molestara durante dos horas, mientras yo hablaba con Shenna. —El señor Flint mira su reloj—. Ahora solo nos queda una. No perdamos más tiempo. —Mientras Flint enciende la diadema y la consola, Misaki se concentra: es reavir, y apenas necesita mirar una pantalla para que el cuerpo de Edna renderice. Edna había sido ya resucitada por el señor Flint durante el viaje en avión con las cantatas apropiadas. Lleva una imitación basta del top morado de Misaki y pantalones cortos grises. Flint usa la función de duplicarse a sí mismo y lleva la réplica fuera de la Placenta hacia el área donde Edna se encuentra. En cuestión de minutos una Suite francesa crea una llave virtual para el despacho de Oswald.

—Ya está —dice Flint desconectando y cogiendo una consola portátil—. La apertura la llevas tú. —Misaki asiente y ambos salen de la habitación de Flint.

Las diferentes plantas de la sede de Mount Valley Technologies tienen una forma circular, con pasillos como radios dirigiéndose al centro, donde están los ascensores y las escaleras principales. En ese punto una baranda permite asomarse al espacio abierto y contemplar todos los pisos. Un puente atraviesa dicho espacio hasta las cabinas de los ascensores. A esas horas la afluencia de empleados en las diferentes plantas tendría que ser numerosa, pero, siguiendo los consejos de Flint, Oswald Morpurgo ha dado el día libre a la mayoría del personal. El ascensor en que penetran, pues, está vacío.

Misaki apoya la mano abierta en el visor de reconocimiento digital. Se enciende una luz verde. La llave virtual funciona sin problemas y los traslada a las dependencias privadas de Oswald Morpurgo, que ocupan todo el ático, bajo el techo en bóveda. El despacho es uno de los sectores. El cristal de los poliedros de la cúpula es unidireccional, y nada de lo que sucede en el interior puede ser visto desde fuera. El suelo, a lo largo del espacio curvo, suavemente alfombrado, no solo parece que amortiguara los pasos sino cualquier sentimiento. Como si flotaran en el vacío. A su modo, el despacho real de Morpurgo también es una Placenta. Lo más llamativo es la pantalla cinematográfica de la consola Neo-Schnitger al fondo, encendida pero en blanco. Frente a ella, un sillón anatómico giratorio da la espalda a los visitantes. Aunque no se advierte a nadie sentado, es posible observar dos piernas flacas como mondadientes debajo, en ángulo.

Acercarse al sillón parece requerir una eternidad. Misaki es la primera en llegar.

Es como si el cuerpo del heredero del imperio Varanasi hubiese empequeñecido, recostado contra el respaldo y envuelto en el batín negro, tiene la cabeza ladeada y apoyada en un hombro huesudo. El señor Flint, al pronto, ni siquiera lo reconoce. Semeja una especie de modelo a escala de la persona que era en vida. La sangre ha coagulado en el hombro, el brazo del sillón y la solapa del batín. Sus ojos están abiertos y por ellos entra y sale la muerte. Al señor Flint le entristece esa visión. Trató a Oswald durante un tiempo, y llegó a apreciarlo. Lo siento, piensa.

Pretende cerrarle los ojos, y mientras lo hace Misaki habla.

—Está muerto.

—Por desgracia, sí. —El señor Flint consulta su reloj—. Y quedan menos de tres cuartos de hora para que se sepa. De modo que vamos allá. —Flint abre la tapa de la consola que lleva bajo el brazo, blanca, con forma de cruasán, y extrae una diadema—. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Misaki lo sabe. Una copia perfecta de un personaje ajeno al del jugador requiere de varios números de las seis cantatas del Oratorio de Navidad. Los Teclados han de ser nítidos y los diferentes registros provocan sensaciones a veces duras de soportar en real. Pero ya ha sido tocada por Flint, incluso en piezas más complicadas, y ahora sabe cómo prepararse. Mientras él se coloca la diadema y extrae de los extremos de la consola dos largas cintas blancas elásticas con un broche que cierra a su espalda (de esa forma puede caminar o mover las manos al tiempo que permanece conectado), ella se quita top y pantalón. Se descalza. Lo dobla todo y saca la pistola Glock que deja encima de la ropa. Las luces neutras del despacho se reflejan en su desnudez muscular. Su cuerpo pálido y compacto se multiplica en cada pequeño espejo (hay muchos), como observado por el ojo de una mosca.

—Crearemos un BOT a partir de la copia del personaje —explica Flint sin siquiera mirarla. El cuerpo de Misaki solo le interesa en virtual.

Los ejercicios que realiza Misaki para que Edna abra los múltiples Teclados necesarios tienen algo de yoga. Se arrodilla, se concentra, su respiración se acompasa. Edna renderiza en el despacho, respirando también, como una cadena de jadeos que se prolongara con otro eslabón. Flint virtual, de pie ante ella, realiza ensayos. Pasan casi veinte minutos antes de que ambos se consideren preparados. Edna cierra los ojos liberando los Teclados con nitidez, y toda la jovialidad navideña de timbales y cuerdas se despeña como en alud cuando el Gran Virtuoso mueve sus manos sobre ellos.

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natividad: nace el ser sin rasgos

otros diez minutos y una pausa. Luego reanudan el Concierto tras el primer coro. Los recitativos suenan diáfanos desde los Teclados cargados. La primera aria como fuente de agua cristalina, surtidor purísimo. El primer coral, dulce fantasma flotando desde la anatomía de Edna como la neblina de una tierra con el frío del alba.

En real: un hombre mayor gesticula con los ojos cerrados, una pantalla en su cintura. Una muchacha oriental casi desnuda jadea mirando al techo.

—Perfecto —celebra el señor Flint—. Como siempre. Mira. —Edna vuelve la cabeza. Junto a ella, tendida en el suelo, una silueta sin rasgos ni detalles anatómicos, como si se tratase de su sombra. Flint, araña virtual, fecunda esa figura con el contenido de un enorme archivo como un hilo manando de su vientre. Una réplica perfecta de OM renderiza. Flint la sitúa en la Placenta—. No es del todo él, pero confundirá a cualquier vigilante con excesivo celo. Gracias, Misaki. ¿Te he dicho alguna vez lo perfecta que eres? ¿He alabado como se merece tu arte? Eso que ambos compartimos… Hemos acabado.

¿Cuándo lo percibe ella? Edna se pone en pie y mira a Flint. Misaki levanta la vista a real un instante después, y el disparo en la cabeza la coge desprevenida. Su cuerpo da un giro y rebota contra la pared que tiene detrás dejando un pegote de sangre como pintura en un lienzo abstracto. Aún con la consola atada al vientre y la diadema parpadeando, el brazo de la mano con que ha disparado sometido a visibles temblores, el cañón de la Glock como vibrando, el señor Flint espera un tiempo prudencial y baja la vista a la pantalla. Ha matado a muchos con música. Nunca con una bala.

Edna ha caído con los brazos extendidos. Parece crucificada al suelo. Poco a poco, su cuerpo se borra hasta desaparecer del todo.

Lo cual es la prueba de que Misaki ha muerto en real.

Por un instante, un solo instante, el señor Flint se pregunta qué ha hecho. Cree poder oler la bala. El humo. La sangre. Ve el cuerpo de Misaki allí encogido, la curva de su pequeña nalga. Durante ese lapso el señor Flint no siente verdadero arrepentimiento sino asco. ¿Ha sido capaz de hacerlo? ¿Disparar en real? Pero ese momento pasa.

Con un suspiro de alivio (no deseaba disparar de nuevo), Flint desconecta, apaga la diadema, la guarda en la consola portátil y cierra la tapa, que sigue pendiendo de su vientre. El cadáver de Misaki, caído de lado y cubierto solo por un fino tanga, forma una imagen surrealista y obscena en el pulcro despacho. Flint deposita la Glock sobre las piernas de Morpurgo, junto a la mano derecha de este. Luego aferra el sillón con ambas manos y lo hace girar sobre su base en dirección a Misaki. Examina la nueva escena. De algún modo parece que ha habido un enfrentamiento entre ambos y la japonesa ha acabado muerta de un disparo justo después de herir gravemente al multimillonario. Desde luego, un examen atento descartará esa fantasía, pero el señor Flint confía en que, al pronto, la existencia de una tercera persona pase desapercibida.

Solo necesita seis horas de plazo. Solo seis, se repite.

Todo saldrá bien, porque así ha sido SIEMPRE, pero no hay que confiar

El señor Flint sale del despacho y cierra la puerta.

Debe ir a preparar a la niña.