Neumeister
Alan Neumeister se descerrajó un disparo en la boca y murió.
La Sinfonía de la cantata Cristo yace en los lazos de la muerte, BWV 4 lo hizo levantarse. Con el primer coro todo rastro del disparo fue borrado de su cráneo, los fragmentos de su rostro volvieron a encajar, la sangre regresó a los orificios como una ameba cobarde y el personaje quedó inmaculado.
—Lo siento —le dijo al Ángel, que lo miraba con ojos verdosos desde el cubículo.
Amartilló la pistola, volvió a abrir la boca y se suicidó de nuevo.
Cuando resucitó otra vez pensó que estaría matándose durante horas solo para sentir en real los escalofríos que la prodigiosa cantata le provocaba. Era una obra de juventud de su Bach, y, pese a ello, ¡qué líneas sublimes, qué profundo sentimiento!
Contempló la figura hierática del Ángel. No era el Canon maduro, acabado, solo uno de los primeros cuerpos que había fabricado para él, allí expuesto tras el cristal del cubículo, esbelto, ambiguamente femenino, la piel brillante de humedad amniótica.
—Lo siento mucho —repitió Neumeister.
Tuvo una idea. Programó otra cantata y se mató por tercera vez. En real solo sentía que se quedaba a oscuras, como un apagón. Entonces volvió a resucitar.
Pero ahora estaba dentro del Canon. La brillante El cielo ríe, la tierra se regocija, BWV 31, otra de las cantatas del domingo de Pascua, con su sonata inicial de trompas y cuerdas, lo había resucitado en aquella espléndida figura canónica.
Giró el cuello, vio su propio cadáver. Tan hermoso bajo aquella música.
Con paso algo torpe, como una bailarina de ballet clásico en su período de recuperación tras un accidente, salió del cubículo y avanzó de puntillas. Se sentía tan poderoso allí dentro, dueño absoluto del Canon. El cielo ríe, la tierra se regocija…
El ruido de pisadas le hizo volver la cabeza. Hubo silencio.
—Hola, Alan. Deja de hacer idioteces y sal del Canon.
—Ah, hola, Melany. Bajé un momento al laboratorio y… —Neumeister hizo flexionar un antebrazo de su Canon: al moverlo goteaba una gelatina suave, uterina—. No pude resistir la tentación de cambiar de cuerpo…
—Me gusta el original.
—A mí también —dijo Neumeister y volvió a resucitar en su personaje de siempre.
Melany Neiss siguió aferrada a la escalerilla vertical por la que había «bajado» (en realidad hubiese podido evitar aquella animación, porque se trataba solo de Transportarse al laboratorio) un rato, luego saltó al suelo. Melany era una musima de increíble habilidad y la ayudante directa de Neumeister en el Monasterio. Esa semana usaba su personaje afro: una joven de color y gran melena rizada que en nada se parecía a la Melany real, de piel paliducha, bajita, rostro plano y pelo lacio. En cambio, Alan Neumeister virtual era casi idéntico al real: un enano gordezuelo de cabello, barba y bigote oscuros y grandes gafas, lo único recto en sus facciones blandengues, a través de cuyos cristales los iris verdes semejaban girar enloquecidos. Ambos se hallaban desnudos, como era usual en el Monasterio, para ahorrar memoria y divertirse de paso.
—No tengo que preguntarte qué tal ha ido todo —dijo Neumeister alzando el rostro para mirarla—. Si no me has calmado ya, es que no hay nada que hacer.
El bronce oscuro de la piel del personaje de Melany reflejaba perfectamente los destellos acerados de los Hornos Pre-Birth que la rodeaban.
—Anda, ven que te dé el aire. Y guarda esa pistola, por favor. Si es que has terminado de suicidarte por hoy, claro…
—Sí, gracias, ya está bien. —Neumeister hizo desaparecer la pistola pero demoró en seguir a su compañera. Contempló la figura del Canon versión 1.0 de nuevo, devuelta al cubículo. En real tenía ganas de llorar.
Afuera, o en el «afuera» que significaba cambiar de nivel, el día era siempre agradable y lucía un sol de estío italiano que invitaba a sátiros y a bacantes de mármol a cobrar vida. A Neumeister se le ocurrió una bromita al respecto, pero prefirió callarse. Era un día más bien para estar tristes.
—Lo siento —dijo Melany a través de la voz de contralto de su personaje—. Traté de explicarles nuestra teoría, pero…
—¿Explicarles? ¿No estabas reunida con políticos? —Neumeister se detuvo ante la escultura de una ninfa mitológica—. ¿Cómo pretendías explicarles nada?
—No ha sido por unanimidad, de todas formas. Pero la opinión del senador Jordan ha pesado mucho en el cómputo. Trajo a diez expertos distintos que afirmaron que el Canon era peligroso. Jordan la llamó «Miss Frankenstein».
—Qué humor tan político. Ese estúpido sabe perfectamente que es andrógino, no femenina. Es mi Ángel. Y todos sabían que sería peligroso, pero querían crearlo. Es decir —precisó Neumeister—: me pidieron crearlo.
—Bueno, es peligroso —admitió Melany.
—Et tu, Mel?
—No muerdas el palo, Alan. Estoy tan cabreada como tú de que arrinconen el Canon, pero si lo llenáramos de pegatinas con la palabra «Peligro» nos quedaríamos cortos.
—Queríais algo para entrar a saco en ÓRGANO, y lo creamos. Eso es todo.
—No tienes que convencerme a mí.
Hubo una pausa. Los músculos de ébano de Melany brillaban al sol. Tras ella, el gran edificio rosado del Monasterio ofrecía un bonito contraste con la hierba en la que se posaba. El Laboratorio Virtual de la Agencia de Seguridad Nacional se hallaba en una zona inaccesible de Arlington, Virginia virtual. Cualquier personaje ajeno a sus instalaciones solo veía una extensión de campo verde y arbolitos. El edificio, de ladrillo rosa, invisible desde fuera, había sido definido por otra colaboradora de Neumeister, Stephanie Gold, como «un monasterio para gays», y ese nombre —«el monasterio»— se convirtió en un tópico durante los últimos meses de trabajo. Estaba rodeado de un bonito jardín con esculturas clásicas y Neumeister y Neiss habían creado también un viñedo. Lo interesante tenía lugar en otra zona inaccesible vinculada al land: el laboratorio, al que se accedía de forma restringida y donde se hallaban los fastuosos Hornos Pre-Birth y el resto del software exigido por Neumeister para trabajar en el Proyecto Canon.
—¿De veras entendieron que, sin un código de acceso al core, no hay riesgo alguno de que el Canon pueda estropear nada? —preguntó Neumeister sin énfasis.
—El gobierno lo sabe. Digamos que el péndulo está ahora en el otro extremo, Alan. Cuando la Comisión de Seguridad nos pidió el Canon, querían curiosear. Pero eso fue hace más de un año. Los datos son ahora tantos que ya no les interesa hurgar en el core. Consideran que esos datos no ponen en peligro la seguridad nacional.
—Ah, la respuesta a los Grandes Porqués no importa si Al Qaeda no está detrás.
—Más o menos —concedió Melany.
—¿Les has comentado los nuevos datos? ¿La forma en que han renderizado los códices maya originales? ¿O cómo se ha creado toda un área de la antigua Micenas o del Angkor Wat en Camboya? ¿Y lo de Abu Simbel? ¿Le has hablado de la nueva especie de molusco que ha aparecido primero en virtual en la fosa Tonga de Nueva Zelanda? ¿Y del agua que han hallado primero en virtual en el cráter Cabeus de…?
—Alan, ahora mismo les trae sin cuidado que en el Monte Rushmore virtual aparezca la cabeza de otro presidente desconocido estilo «BE. Nohu. NCR» elaborada con música de Bach. Les puse ese ejemplo y el senador Jordan dijo que, en todo caso, tendría que elaborarse con la música del himno.
Ambos lanzaron una carcajada. Neumeister pulsó su opción «Tos Alegre».
—O con la de Philip Sousa —dijo—. Pero, por desgracia para nosotros los yanquis, el mundo es de nuevo de los alemanes. Aunque esta vez, con Bach, lo hayan invadido todo, no solo Europa: también la Tierra, el Sistema Solar, el Universo…
—Por cierto —agregó ella, quizá para distraerlo con una anécdota—, Jordan no entendía qué significaban las clasificaciones de los archivos. Cuando le dije que «BE Nohu IAR» era «Brote Espontáneo No Humanogénico Idéntico a la Realidad», me miró con ojos como platos y dijo: «¿Quiere decir usted que lo han hecho los alienígenas?».
Nueva oportunidad de probar la «Tos Alegre».
—Definición de político —gruñó Neumeister—: el tipo que cobra por hacerse las mismas preguntas que el resto nos hacemos gratis. Imagino que los militares lo habrán tranquilizado: «Calma, senador, no hay extraterrestres, se trata del sistema…».
—Eso lo explicó Mark Rickman: «Senador, el sistema matemático de ÓRGANO diseñado por Alan Neumeister es mejor que todo lo que podríamos haber soñado…».
Tras otro acceso de risa, Neumeister meneó la cabeza.
—Mark es un cerdo. Un cerdo cuerdo, que es peor que uno loco como yo.
—Pero la Comisión le da la razón, Alan. —La musima escogió la larga avenida de los viñedos para continuar el paseo. Se movía balanceando caderas y glúteos como una atleta de color caminando hacia la pista de salida—. Es lo que todos han decidido: que el Gestor de Conversión del sistema recrea la realidad por sí mismo, sin haber sido programado. Le das un cielo de estrellitas y te reproduce el Universo con radiación de microondas. Le das un trozo de piel y el Gestor lo divide en células que contienen ADN…
—Y estas a su vez en átomos, a su vez formados de quarks, que siguen rigurosamente las leyes de la mecánica cuántica —ironizó Neumeister deteniéndose ante un racimo de uvas oscuras—. Soy un matemático de la hostia, sí. Pero no solo eso… ¿Les explicaste que existen hallazgos «NCR» o «No Confirmados por la Realidad», pero que luego se confirman? ¿Les dijiste que si, por ejemplo, un equipo de Mirror World dibuja esta parra en el juego a partir de una en el mismo lugar real que aún no ha dado uvas, y luego se marchan a comer, pueden descubrir al regreso que los racimos aparecidos son exactamente iguales que los que la parra tendrá en real cuando surjan? ¿El mismo número de uvas y la misma forma que el racimo virtual surgido antes?
Neumeister se exaltó tanto al hablar que su consola Watermusic onduló en el agua del yacuzzi como un barquito en una tormenta.
—Por favor, Alan… —Melany lo miró con sus ojos grandes.
Pero él tenía que soltarlo. Bastante bien se tomaba la situación.
—ÓRGANO es un espejo de la realidad, Melany. Una especie de modelo a tamaño natural de nuestro Cosmos. El primero que posee la humanidad. Incluso refleja nuestro interior, nuestros deseos inconscientes, nuestros sueños… ¡Y el senador Jordan y sus expertos creen que se debe a las matemáticas del sistema! Entonces, ¡bravo! Hemos descubierto que las matemáticas pueden hacerlo todo. ¿No comprenden esos estúpidos que eso es imposible? ¡Es imposible recrear la realidad completa con números!
—Alan, por Dios…
—¿Por Dios? —estalló él—. ¿Por cuál? ¡Si hemos vuelto a crear el Universo a partir de la nada, entonces nosotros somos Dios!
Se calló un instante algo avergonzado. Oh por favor, qué ridículo soy, chillando aquí en pelotas a una chica en pelotas al lado de una parra. El personaje de ella lo miraba sin pestañear y sin mover un músculo. Neumeister la adoraba.
—¿Has acabado? —dijo ella.
—No. —Su voz se hizo suplicante—. Melany: ayúdame. No permitas que destruyan el Canon. ¡Es preciso indagar en el núcleo del sistema!
—No van a destruir el Canon, Alan. Lo encerrarán. Seguridad Nacional creará un Fort Knox virtual solo para eso. No es cuestión de que nadie lo utilice. Y tampoco les agrada la idea de que todo esto se filtre: la gente se preguntaría por qué el gobierno de Estados Unidos quiso entrar en el núcleo del sistema. Reconozco que a mí también me asusta. Imagina por un momento que pudiéramos acceder al core y…
—No podemos —niega él—. Sin el código aleatorio de acceso no hay peligro alguno de… ¡No accederemos al core!
—Pero imagínalo —lo corta ella—. Que accediéramos con el Canon en ambas vidas y llegáramos al programa que mantiene la materia extraña del SuperSQUID aislada de la materia normal… Sé que es absurdo, pero…
—Et tu, Melany? —pregunta Neumeister (a ratos soltaba aquella frase culta y se daba asco a sí mismo)—. Spencer y Devalze aseguran que la materia del magnetómetro no produciría gran cosa en contacto con la nuestra. Es una cantidad ínfima. Quizá se formaran agujeros negros diminutos, como los de los aceleradores de partículas, pero se extinguirían. Sé que no eres física sino diseñadora gráfica y musima, pero, por favor, no mezcles leyendas urbanas con esto… —Tras aquello, se alejó despectivo.
Ella vistió a su personaje comenzando por las botas. Parecía dolida. Se conocían desde hacía tiempo. Neumeister no había tenido otras relaciones profundas: sus amores eran los números y la música de Bach, y con ÓRGANO los había llevado a ambos al sitial de la creación. Melany lo consideraba el mayor genio que jamás había conocido, y soportaba sus desplantes y humillaciones de buen grado. Además, sabía que dentro de esa coraza se ocultaba un niño temeroso.
—Voy a desconectar —dijo a medio vestir—, aún tengo que…
—Melany —agregó él de repente, volviéndose—. Espera. He estado pensando en esto desde que comenzamos a crear el Canon. Y, aunque nunca te lo he contado, he imaginado una posible explicación…
—¿Explicación?
—De por qué refleja la realidad. Dime, ¿dónde estás en real? ¿Aún en el Capitolio?
El personaje de Melany se mostró ceñuda. Neumeister y ella casi nunca hablaban de la realidad.
—En la limo que la Comisión ha puesto a mi disposición para trasladarme al hotel. Hace frío aquí en Washington. ¿Y tú?
—En el yacuzzi de mi casa de Los Ángeles. Agua tibia hasta el pecho y una consola Watermusic de goma. Deberías probarlas. Pero iré al grano: dices que estás ahora en la limusina en Washington…
—Y tú en tu yacuzzi con tu Watermusic.
—Pero ambos tenemos las diademas puestas y creemos estar aquí, juntos, en los viñedos del Monasterio, desnudos como Adán y Eva, ¿correcto?
—Un Adán blanco y una Eva negra con botas Adidas virtuales. Nuevos tiempos.
—Pues pregúntate esto: ¿y si nuestra vida virtual fuesen el yacuzzi y la limusina?
—¿Perdón?
Neumeister, frenético, gesticulaba tratando de encerrar su extraño pensamiento.
—Es solo una hipótesis, pero… ¿y si ha sucedido algo, un Algo Inefable, que haya provocado que la humanidad entera esté conectada al juego sin saberlo? Mel, piénsalo… ¿Y si cuando creemos «conectarnos» solo soñamos dentro del sueño?
—Matrix —dijo ella, burlona—. ¿Has vuelto a ver la peli este finde?
Pero Neumeister no siguió la broma.
—¿Es más absurdo eso que el hecho de que el juego produzca «de forma espontánea no humanogénica» hallazgos reales no programados? ¿Hallazgos que anticipan los que se realizarán en real? ¿Tumbas arqueológicas, bocetos de Durero, propiedades nuevas de los átomos, galaxias aún no descubiertas en el firmamento…? ¿Cuánto tiempo viviremos ocultando la verdad sobre el enigma más importante al que nunca se ha enfrentado la raza humana? ¿No es eso también absurdo? La realidad no puede ser suplantada por un sistema de cálculo, no importa lo bien hecho que esté, Mel… ¡Y si así ocurre, entonces es que el sistema se ha convertido en la realidad! —Intentó calmarse. Un esfuerzo, para que al menos ella te escuche—. Mel, cuando esos imbéciles de Washington me pidieron que creara un programa secreto capaz de controlar ÓRGANO me pareció la típica burrada militar, ¿recuerdas? Pero luego, conforme hemos ido recibiendo datos, empecé a creer que nos quedábamos cortos… Tenemos… que investigar, acceder a los sistemas centrales… ver qué sucede…
—Alan…
—¡Con el Canon hubiésemos logrado despertar a la humanidad de este… este sueño, Mel…! ¡El Canon es el único programa que puede penetrar sin ser bloqueado!
—Alan, me preocupas —musitó ella.
—No —dijo él, repentinamente abatido—. No hay problema. Ninguno, de veras. Aún nos queda otra manera de… despertar de esto.
—¿Y cuál es? —le preguntó la muchachita cariñosa y atribulada que había sido su compañera de trabajo durante aquellos años, la joven programadora de Mount Valley a quien él conoció cuando llegó con un montón de ecuaciones bajo el brazo y muchas fantasías en la cabeza. En vez de contestar, Neumeister dijo otra cosa.
—Quizá me he tomado esto demasiado a pecho. No te vayas aún. Sigamos paseando, solo un rato. ¿Puedes?
—Claro.
Mientras paseaban, Neumeister pensaba en el Canon. En aquella criatura elaborada con toda la música de Bach, el andrógino con la talla de la razón áurea gracias al cual hubiesen podido investigar el mundo más asombroso creado por el hombre. Sus códigos dormían ahora, alabastrinos, en la zona inaccesible del laboratorio. Y el gobierno se proponía que continuara así, encerrado en la fortaleza de la ignorancia (tan rebosante siempre). Pero Neumeister ya había tomado medidas: había hecho una copia del Canon que legaría en secreto a Oswald Morpurgo, el heredero de Varanasi, un muchacho en quien Neumeister confiaba. Quizá Oswald pudiese continuar la investigación en el futuro. En cuanto a él, ¿de qué otra forma podía despertar de aquella falsa realidad?
Neumeister apartó la vista de la escena virtual y salió a real un instante para empujar la barquichuela de la consola y que bogara ociosamente. La arteria radial de su muñeca izquierda, que acababa de cortarse con un pequeño cuchillo de cocina, provocaba olas de flores rojas en torno a la consola.
Lágrimas, más transparentes que la sangre, se mezclaban en el agua del yacuzzi con la sangre, como el Canon con la música de Bach.
Porque solo hay otra manera de despertar.
Melany Neiss lo miraba con inocencia desde la pantalla, caminando junto a él. Alan Neumeister quería decirle mucho: agradecerle aquel cariño, la abnegación de mujer solitaria hacia el hombre solitario, pero no tuvo valor para hablar. Además, había grabado sus palabras y programado el archivo para que se activara en cuanto él perdiera la conciencia. Lo cual ya está sucediendo. Exangüe, cerró los ojos en real pensando: Despertaré. Tal como había planeado, su Neumeister virtual siguió caminando junto a Melany por los viñedos, bajo el sol. En un momento dado giró hacia ella y sonrió.
—Por cierto, Mel. No me dejes pudrirme aquí mucho tiempo. Acabo de morir.