Misaki
La noche se construye con calma. A diferencia del día, erigido por las criaturas que lo habitan, la noche se hace a sí misma. Paciente, silenciosa, alza su oscuro rostro hacia el cielo. A Misaki le gusta la noche. La trata siempre con respeto, como a una hermana mayor. A través de la ventana sucia del pequeño salón, junto a la mecedora, Misaki y la noche se miran mutuamente. Como si ambas tuviesen algo en común.
Desde el lugar donde se encuentra solo puede ver la parte trasera de la casa, con algunos troncos de árboles que se reparten el pequeño cerco de luz diseminado por la ventana. Más allá, resplandores que anuncian que eso es apenas las afueras de una gran ciudad, no un bosque impenetrable (aunque Misaki sabe que tales bosques solo existen en el interior de la mente). Tras unos minutos de vigilancia, cruza la estancia en silencio y se asoma por una de las ventanas delanteras que flanquean la puerta principal. El Ford Focus extiende sus líneas plateadas junto a la vereda que lleva a la carretera. Nada se mueve en esa oscuridad vegetal, pero Misaki se vuelve hacia el viejo.
—Están entrando en virtual primero.
—Grost tiene que haberles facilitado una entrada —dice Flint conectado, moviendo las manos en el aire ante una consola—. ¿Puedes conseguirme algo más de tiempo?
—Me encargaré de ellos.
Misaki cierra los ojos. Las dos decenas de nanosensores repartidos por su cuerpo envían a su cerebro información sobre la escena sin necesidad de diademas o consolas. Lo que ve es un decorado básico —cuatro paredes blancas, suelo gris—, no el paisaje detallado que obtendría en una pantalla, pero resulta más que suficiente.
En virtual Misaki es Edna, una muchacha caucásica de pelo corto y complexión robusta. Gesticulando suavemente Misaki la desnuda del todo y la calza con botas que le permiten desplazarse en sordina, sin que la música suene a su paso. Entonces la equipa con un rifle. Es un bonito Christian Müller de peso ligero, similar en su forma a un AK-47. En la recámara, sonatas para violín y clave. Luego acuesta a Edna en el suelo. De esa forma ocupa menos espacio y ofrece un blanco más difícil.
Permanece quieta un largo minuto, sin duda más largo para el viejo.
—Es inútil —dice este y deja de mover las manos—. Tardaría demasiado en copiarla. Su código es inmenso, pero es el correcto, no hay duda.
—¿Entonces?
—Habrá que irse.
—¿Y ellos? —Misaki cabecea hacia la mujer y el chico.
—No podemos hacer nada. Los dejamos.
El chico y la mujer parecen afectados por una misma enfermedad: la boca abierta, los ojos reflejando la albura inane de las pantallas, el LED de las diademas parpadeando frenético. Sumidos en la inconsciencia que Flint les ha provocado. Misaki comprende la situación: era preciso explorarlos para averiguar quién de los dos era la clave, por supuesto. Lo que no habían previsto era que dicha clave les aguardaba un piso más arriba, conectada por casualidad y ahora también inconsciente.
A Misaki le apena un poco el destino de la mujer. Ella no tiene hijos pero puede entender el terrible dolor de perderlos.
Sin embargo, por duro que resulte, deben hacerlo. Precisamente por el bienestar de la niña. Y si las cosas no salen bien, dará igual: los matarán de todas formas.
En ese instante sucede algo. Misaki no mueve un solo músculo, pero en virtual Edna se incorpora y aferra el rifle. Sus ojos rastrean las líneas del salón.
—Han entrado —susurra Misaki—. Solo Phil.
El viejo queda inmóvil, expectante.
—¿Qué hace? —pregunta.
Misaki no responde. Mantiene los ojos cerrados y apenas gesticula. Quien la viera pensaría que está dormida de pie y que experimenta una leve pesadilla.
En virtual, Edna apoya la culata del rifle en su hombro, se arrodilla y enfoca la figura del musima. El personaje de Phil ha penetrado por una pared como un fantasma tenue y atildado. Está armado pero se mueve demasiado tarde, y Edna lo espera.
El disparo lo vuelve hermosísimo todo: la estancia entera se ilumina con la tonalidad fastuosa de mi mayor, y el adagio de la Sonata número 3 para violín y clavicordio flota como un beso desde el rifle hacia el personaje de Phil, que se disgrega en un bello confeti polícromo como de fiesta barroca antes de desvanecerse entre acordes.
Edna se echa al suelo de nuevo, boca arriba, pero nadie más entra. Llega el silencio tras la floritura mortal.
—Un virtual menos —dice Misaki.
—Pero Hyp Grost tiene que haberles abierto —dice Flint, serio, nervioso—. Eso significa que puede entrar también, y con ella no van a servir tus armas…
—Lo sé. —Misaki asiente: ni siquiera Ray y Phil en real son tan peligrosos como la señorita Grost. Con las barreras derribadas, Edna es tan vulnerable al virtuosismo de Grost como un violín aguardando a su dueño junto al atril.
—Hay que proteger a la niña —dice el viejo.
—Subo a desconectarla. Usted ocúltese en el sótano. Me ocuparé de ellos.
—De acuerdo. Y… Misaki. —Ella se detiene al comienzo de la escalera y mira al viejo. La única bombilla del techo parece aureolarlo—. Gracias —dice el señor Flint—. Por la confianza que me has entregado mientras preparábamos esto. Quizá salga bien, quizá no, pero gracias a ti ha sido posible… Y sé cuánto te ha costado.
Ella se limita a mirarlo un instante más. Luego sube la escalera.
Se conocen desde hace menos de un año, pero Misaki sabe que la relación entre Intérprete e Instrumento transcurre a otro nivel, con otra clase de tiempo. De hecho, el viejo la conoce como pocas personas en su vida. Lo cual, según ella, tampoco es muy difícil. El interior de Misaki es simple, como la casa virtual en la que se encuentra Edna, franqueable, inerme. Hay pocos elementos en ese interior, pocas cosas que importen. Antes del viejo, solo su prima Lee. Y ardía una sola pasión, la misma que ahora, como leña en la chimenea: el odio. En ese odio se consume el rostro de su padre.
Se arruga cada día un poco más, se ennegrece, se deforma.
Lo irónico del asunto: que su padre fue quien le permitió conocer al viejo. «Al señor Flint le gustan los buenos Instrumentos. Apreciará tocar en Edna», había dicho Kenzo Yahura. En realidad, su plan era otro. Deseaba espiar a Morgan Flint, averiguar qué sabía sobre la señal de la niña en la iglesia. Cedía su más preciado Instrumento reavir, Afinado en la Casa Tahiro, para que el honorable profesor Flint lo tocara en sus estudios, y, de ese modo, obtener información privilegiada sobre lo que Flint conocía.
Pero cuando Flint tocó en Edna por primera vez todo cambió para ella.
De niña había sido preparada como caja de resonancia para que otros extrajeran la Belleza. Misaki producía Belleza como un almendro flores, pero al igual que el árbol, esa Belleza no le pertenecía. Como un perfume que expeliera, pero que no pudiera gozar por sí misma. Cuando mataba (no en pocas ocasiones), la víctima moría en medio de esa Belleza que a ella le estaba vedada. Y sin embargo, en una sola sesión con el viejo, en un solo concierto inolvidable en su salón virtual de Oxford, los sonidos del violín perfecto que era Edna, lanzados al aire, giraron y retornaron como un bumerán de cristal a la conciencia de Misaki, sumiéndola en un éxtasis desconocido.
Y probó su propia Belleza.
Misaki estaba incrédula. ¿Qué podía tener ella de importante para que la excelsa música que producía se dirigiera hacia su fuente?
No hubo fortaleza en ella que no se abriera ante esa dulzura. Fue entonces cuando supo la verdad: sobre su padre, sobre Lee y ella, sobre el corazón de metal que colgaba de su muñeca y ante el que había jurado que solo mataría en real si podía mantenerlo inmóvil. Y el viejo, por su parte, había sabido la verdad sobre la misión de Misaki. Pero no era que esto importase tanto, porque ella se lo hubiese confesado.
A partir de entonces trabajaron juntos. «Vamos a devolverle el golpe a tu padre, Misaki», había dicho el viejo. «Fingirás que sigues trabajando para él y el Clan, pero en realidad lo harás para mí, y para ti».
El viejo tampoco estaba solo, pero a Misaki no le importa quién dirige los hilos al fondo, en aquella desenfrenada carrera por proteger la clave.
Solo le importa obedecer al viejo. Y vengarse.
No es amor. Ella solo ha amado a su prima Lee. Lo que Misaki siente por el viejo lo compara a lo que podría sentir la piedra por el arquitecto que la ha usado para construir una torre hasta las nubes. Mataría o moriría por él, pero en su caso tales sacrificios son simples. Es mejor decir: viviría por él.
Hace mucho tiempo que el dolor de perder a Lee habría llevado a Misaki Yahura a la tumba. Pero, por el viejo, ha decidido seguir viva. Por mucho que lo desee, ha jurado que no gozará de la dulzura de la muerte si aún puede ayudar al señor Flint en algo.
Sube de dos en dos los peldaños sin perder de vista su visión virtual básica, donde Edna sostiene el rifle. Ha sido entrenada para moverse en ambas vidas. Desde adolescente. Bajo la supervisión de su padre, el hombre que ahora ha ordenado matarla.
—La forma física —le había dicho uno de sus profesores virtuales— se adapta a la función, Misaki. Tú eres un Instrumento, tu cuerpo está hecho para tocar y sentir.
Llega al pasillo de la planta superior y entra en el dormitorio de la niña.
La pequeña sigue sentada en la cama, apoyada en el respaldo, su rostro iluminado por la pantalla del portátil del viejo y una diadema conectada en su frente. Ni el viejo ni Misaki entienden cómo ha ocurrido esa especie de milagro. Obviamente, todos estaban equivocados respecto de la Señal. Pero a Misaki no le interesa eso ahora.
Se concentra en la niña. Debe desconectarla. Con suavidad tiende una de sus manos enguantadas hacia la diadema. En ese instante un poderoso torniquete de cuerdas graves, enérgico, hermosísimo, dobla las articulaciones de Edna en virtual haciendo que la mano con que sostiene el rifle se tuerza. Misaki gime incapaz de moverse.
Quien contemplara a Misaki en ese instante no comprendería qué le sucede: vería a una chica oriental rígida mirando una pared vacía.
En el mundo de Edna esa pared no está vacía.
Allí se encuentra la señorita Grost, las pequeñas manos entrelazadas sobre el vientre, las piernas cruzadas. Tranquila y con una dulce sonrisa. Su body oscuro es del mismo tono que los bucles del pelo que le ocultan medio rostro. Su mirada es añeja y profunda como los acordes de la Suite número 1 para violoncelo en Sol mayor cuyos primeros compases, ondas densas que preludian el océano que vendrá, ha tocado en Edna. La piel de Misaki en real se ha erizado ante la presencia de la Gran Virtuosa.
—El personaje de esa niña debe de ser importante si Flint la estaba copiando, ¿eh, japonesa? —dice la señorita Grost—. La copiaré también antes de que Ray y Phil acaben con vosotros… Pero primero… —La pequeña figura se inclina mirándola con su ojo no cubierto—. Primero, voy a volverte del revés, Misaki.
El talento de Misaki en el mundo ÓRGANO consiste en ser Instrumento. Ello significa que sus personajes virtuales abren los Teclados que los componen con máxima nitidez y pueden ser tocados por cualquier Intérprete. Es una habilidad natural, que ella ha mejorado con entrenamiento. Pero también es un punto débil cuando tiene enfrente a un Intérprete Virtuoso como la señorita Grost. Su talento, entonces, puede volverse en su contra, como el del faquir que escupe fuego rodeado de combustible.
Sentimientos contradictorios asaltan a Misaki mientras la señorita Grost abre sus Teclados. Tócame. Suéltame. Mátame. Con esfuerzo hace que Edna levante el rifle.
—Oh, por favor. —La señorita Grost ríe—. ¿A quién vas a hacer daño con eso?
Mientras habla, la menuda y hermosa figura parece danzar. Las elegantes notas del Minué de la misma Suite tiran de las articulaciones de Edna
manejada como un títere en un baile de salón
el rifle gira hasta encañonar su propio cuerpo.
Está perdida, y lo sabe.
—Tu padre se halla comprensiblemente jodido —continúa Grost en tono de reproche—. Me ha dicho que toque todas tus cuerdas y me divierta antes de permitirte morir… Y eso haré. Nos divertiremos. ¿Quizá debas disparate en la tripa? ¿Más abajo? ¿Arriba?
El cañón visita vientre, sexo, asciende hacia la garganta de Edna. Los gestos de bailarina de Grost, pulsando las Teclas, se reflejan en Edna, que al fin hunde el arma en su boca. Misaki lo nota en real: un cilindro invisible llenando su garganta. Los nanosensores faríngeos la ahogan de manera muy realista.
Pero no se ahoga, claro. Grost no la quiere muerta todavía.
—Eres un buen Instrumento, lo palpo en tu alma, Misaki. Lástima que hayas traicionado a la familia. Estoy celosa. ¿Acaso el viejo te toca mejor que yo?
Hyp Grost, apoyada en un solo pie, flaca como una grulla sin plumas, prolonga el momento. Ahora hay silencio pero Misaki sabe que cualquier música tocada en ese instante será el fin. Grost no la matará virtualmente antes de hacerlo en real para no perder el vínculo con ella, pero puede hacer muchísimas cosas en esa posición, con el cañón aún en la boca de Edna y el dedo de Edna en el gatillo. Por supuesto, el rifle y la propia Edna son virtuales, pero los nanosensores que Misaki lleva dentro de su cuerpo reaccionarán, y un disparo en su boca virtual no solo mataría a su personaje sino que, con muchas probabilidades, acabaría también con Misaki.
Ambas mirándose sin parpadeos. Intérprete e Instrumento en el instante previo al sonido final. La Gran Virtuosa suspira.
—Voy a hablar con Ray y Phil. Estarán encantados de saber que, cuando acabe contigo en virtual, podrán disponer de tus restos reales.
La noche se construye con calma. Para Misaki, paralizada e indefensa, es como la construcción de su propia tumba.